Aztecs. Royal Academy of Arts, Londres, Inglaterra. 16 de
noviembre del 2002 al 11 de abril del 2003.
Tan seguros estaban los museógrafos e ideólogos oficiales de la
identidad de los aztecas con el "México verdadero" que durante varios decenios olvidaron hacer una exposición dedicada únicamente a esta civilización. Eso hacía suponer que Aztecs sería todo un acontecimiento: la posibilidad de que el establishment arqueológico mexicano se librara de la función de ornamentar el despotismo presidencial y la oportunidad para que los públicos sopesaran los cambios de interpretación que ha arrojado la investigación reciente sobre el grupo que hacia el Siglo 16 controlaba buena parte de mesoamérica. Desgraciadamente, estas esperanzas se desvanecen al visitar la muestra que actualmente se exhibe en la Royal Academy de Londres.
Ni duda que ésta es la más extensa exposición sobre los aztecas
jamás realizada: más de 350 objetos, incluyendo una serpiente de casi tres toneladas, prestados por 64 colecciones en 16 países del mundo.
Pareciera que, salvo por la Coatlicue o el Penacho de Moctezuma,
los organizadores no encontraron límite alguno a su ansia de acumular tesoros. Para no ir más lejos, este invierno uno puede ver en Londres la selección de códices mexicanos más importante que se ha reunido desde tiempos de Boturini: como para volver loco a cualquier historiador o anticuario los códices Florentino, Mendocino, Vaticano-Rios, Fejervary-Mayer, Telleriano, la Historia Tolteca-Chichimeca, y el mismísimo Azcatitlán yacen abiertos de par en par bajo vitrinas de vidrio. Lo malo es que, emocionados con la dimensión de su pillaje, los organizadores de la muestra simplemente se olvidaron de empacar, exhibir o siquiera simular una sola idea. Desde la cédula inicial y el folleto introductorio, Aztecs se presenta más como una distracción más que una transmisión intelectual. Los aztecas, dicen los curadores, son una "civilización espectacular" que se "ostentaba" en bellas artes, poesía, filosofía y literatura. Si esos conceptos son un anacronismo que impone la trama del humanismo occidental a una cultura exterminada por occidente, la exposición no consigue siquiera ser una exploración de los objetos desde un punto de vista artístico: no pasa de ser una contemplación de curiosidades exóticas.
El espectáculo empieza de hecho con una vista aérea "virtual" de
México-Tenochtitlan: una especie de video-juego histórico, al que sólo le falta alguna clase de interactividad que permita al público arrojar bombas sobre las chinampas. Por supuesto, es la versión cibernética de las representaciones de Tenochtitlan de Marquina que culminan en los murales de Rivera o la maqueta del Museo de Antropología, sólo que despojada de rastro humano. No recuerdo una visión más inerte de una civilización que esta vista aérea donde no queda evidencia de comercio, agricultura, ceremonias o clases sociales, ya no digamos de basura o sangre coagulada.
Aztecs no es ni una exploración panorámica de la civilización, ni
de las técnicas, usos, y significados de sus objetos, menos aún una revisión del uso ideológico que se ha hecho de los mexicas a lo largo de la historia. No es una presentación científica de arqueología, ni la descripción antropológica de un grupo, ni siquiera un ensayo de historia del arte. Y, ciertamente, no es un logro museográfico.
Si el lector creía que la "nueva" Sala Maya de Antropología era
kitsch, será mejor que vaya a Londres. Varias salas de Aztecs tienen arquitecturas fingidas en madera pintada que no organizan en manera alguna ni a los objetos, ni a los discursos en sala, pero si recuerdan los lobbies de los hoteles de Cancún o los peores sets del ballet folclórico nacional.
Por lo demás, las 11 secciones de la exposición forman un
capitulado sin ton ni son, que abarca desde supuestos "géneros" como "figura humana", hasta generalizaciones impensables sobre la cultura mexica, como dividir las representaciones divinas en "dioses de la vida" y "dioses de la muerte".
Lo más novedoso es lo más tradicional: una sala dedicada a
"tesoros" que agrupa objetos de lujo, que dejan atisbar los gustos y placeres del mundo privado de una élite que frecuentemente es dejada de lado en los guiones de los museos.
Por lo demás, ni siquiera la muestra llega a ser exclusivamente
sobre los aztecas. Está subrepticiamente salpicada de piezas de otras culturas, mixtecas en particular, que se exhiben sin dar mayor explicación de su inclusión. ¿Qué puede justificar meter el Códice Cospi en la sección de códices, salvo el fetichismo de tener un códice "precolombino"?
La realidad es que Aztecs es una exhibición de poder económico y
simbólico, totalmente inconsciente del debate contemporáneo sobre la representación histórica y cultural. Su ausencia de ideas transmite más información acerca de sus organizadores (el aparato de entretenimiento banal en que se ha convertido la Royal Academy y de control ideológico de la arqueología mexicana) que lo que pudiera decirle a nadie sobre la civilización que Hernán Cortés borró de la faz de la tierra.