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El Ojo Breve/ Mundos privados, ilusiones públicas

Por

Cuauhtémoc Medina

(11-Sep-2002).-

Ricas y famosas, de Daniela Rossell. México, Editorial


Océano/Turner, 2002.

En "Ricas y famosas" hay una imagen que plantea con toda claridad
la compleja relación de complicidad que subyace al trabajo de la
fotógrafa Daniela Rossell sobre la identidad, domesticidad e
imaginería de las clases altas mexicanas.

Frente a un mural que representa un harem orientalista, ocho


mujeres posan recostadas sobre almohadones y alfombras como si
ellas fueran también odaliscas. Una vez que nuestro ojo se repone
un poco del untuoso engaño de brocados, satines, pieles y
alfombras, se ve forzado a emprender una desesperada
comparación entre la fantasía pintada y la fantasía de carne y
hueso.

Mientras las odaliscas pintadas parecen indiferentes a nuestra


imaginaria visita al santuario de la lujuria de un sátrapa, las
"reales" enfrentan a la cámara con la mayor autoconciencia, casi
por regla general mirando directamente al lente. No hay entre ellas
un convivio privado, aunque sea bajo la mirada europea que
construyó su Oriente proyectando el deseo reprimido y la ambición
descarriada del colonialismo.

Las ocho mujeres se ofrecen al mismo tiempo temerarias y


temerosas de su propia representación. Se saben entregando sus
rostros y cuerpos a un consumo público, y en esa medida adoptan
poses convencionales venidas del cine y las revistas.

Más allá de los papeles que pudieran haber firmado para descargar
a la fotógrafa de cualquier cargo de intrusión a su vida privada, las
fotografías mismas dan perfecta cuenta de la existencia de un
contrato: estas mujeres han usado a la fotógrafa, tanto cuanto ésta
las ha usado a ellas, para proyectar en el terreno público mundos
que ellas mismas ya acarreaban. Escenifican algo que no sólo es la
abundancia material, sino del exceso kitsch del mundo de ilusión
que han construido.

Lo radical de las imágenes de Rossell no es sólo abrirnos las


puertas a casas vedadas por guaruras, murallas y rejas eléctricas,
función que, sin que nadie se inmute, cumplen las secciones de
sociales de los diarios y las revistas de cotilleo. Más que
mostrarnos "cómo viven" los privilegiados, Ricas y famosas hace
alusión a cómo quisieran vivir: no qué son, sino cómo se
imaginan.

Las fotos de Rossell son siempre una puesta en escena de una


multitud contradictoria de fantasías adquiridas desordenadamente
en casas de antigüedades, tiendas departamentales, safaris, viajes
e infinidad de supermercados. Lo que Rossell ha documentado es
el esfuerzo desesperado de una clase por crearse un "otro lugar"
distinto al collage de miseria campesina, industrialización bárbara
y urbanismo parapléjico que los demás habitamos.

Ricas y famosas es, por tanto, la guía de viajeros por una serie de
disneylandias pseudo-aristocráticas tropicales: territorios de
escapismo que pueblan por igual los fantasmas de la iconografía
revolucionaria priísta, el intolerable sentimentalismo de los
animales de peluche y, con más frecuencia de la que uno quisiera,
las obras de arte.

Todo ello no quiere indicar que el escándalo que la publicación del


libro de Rossell ha producido no sea significativo. Pero los
términos de esa polémica tienen que ver con la elaboración de
otras identidades públicas, más que con los supuestos "mensajes"
de la obra de Rossell.

En ese plano, es difícil saber qué resulta más sintomático: el afán


de los medios en fingir un puritano asombro por la existencia de
la opulencia; la labor de los cronistas de sociales que publican
detalladamente los nombres de las modelos que la fotógrafa había
mantenido cuidadosamente en secreto, o la evidente sed de
publicidad de aquellas de las fotografiadas que se rasgan las
vestiduras luego de haber aceptado participar en unas imágenes
que obviamente no eran para ser guardadas en un retratero.
En todas esas críticas se pone de manifiesto una doble ingenuidad
respecto a cómo funcionan las imágenes: por un lado, los
comentarios suponen catastróficamente que las fotografías son
representaciones transparentes de la realidad, en lugar de
complejas construcciones visuales y psicológicas.

Con frecuencia, la tarea del arte contemporáneo no es tanto decir,


como hacer decir. Su efecto político es intervenir (e interrumpir) el
flujo indiferente de signos e imágenes. El mérito de la intervención
de Rossell no es tanto haber hecho una tesis sobre la gente que
retrató, como poner en circulación objetos visuales que, a su vez,
obligan a los espectadores a retratarse en público.

Hemos tenido de todo: los supuestos moralistas que denuncian


con un tono por demás católico la "falta de valores" espirituales de
la vida contemporánea; los paparazzi por escrito que tratan de
reducir el valor de estas fotos al nivel de chisme de quiénes son
las retratadas y, finalmente, las víctimas fingidas que hacen
declaraciones amenazantes con tal de salir no en las fotos de
Rossell, sino en el periódico.

El arte de Rossell es de provocación. Provoca una catarata de


comentarios.

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