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Cómo ser semejantes a Cristo

Introducción
La gente de hoy está buscando la belleza del cuerpo, gastando millones en el
hombre exterior. Pero la auténtica belleza es la del ser interior, cultivar la
semejanza de Cristo dentro de nosotros. Dios tiene una asignación especial para
cada cristiano. La meta principal de la redención consiste en que todos los
creyentes sean semejantes a Jesucristo. (Romanos 8:29).
Estas son las cualidades de la semejanza de Cristo que el N.T. subraya de una
forma específica para nuestra imitación y asimilación:

No toma represalias (1 Pedro 2:21, 23).


El comportamiento ejemplar de Jesucristo en lo que concierne a su crucifixión nos
exhorta a una acción de no revancha, frente al abuso y al vituperio. En efecto, nos
muestra de una manera específica que la actitud de Cristo, sin queja, ni venganza,
es un modelo que tenemos que imitar.

Actúa como siervo (Juan 13:14, 15; Mateo 20:28)


Jesús pacientemente volvió a explicarles las normas totalmente diferentes del
reino de Dios, donde la verdadera grandeza es el servicio humilde. Jesús mismo
es el gran ejemplo de esto. El que desea ser grande en la vida debe ser SIERVO
DE TODOS. “Más alto quieres llegar, más bajo tienes que agacharte para servir”

Es humilde (Filipenses 2:3, 8).


El pensamiento central de humildad es ser libre de orgullo, Por su humildad Jesús
atrajo a la gente (Mat. 11:28-30; Jn. 13:1-20). El Señor escondió su Gloria durante
33 años. De la misma manera nosotros debemos renunciar a nuestra vanagloria,
presunción y egoísmo, que son las causas de tanta disensión y mezquindad.

Practica la caballerosidad (mansedumbre) (2 Corintios 10:1)


“Mansedumbre (Caballerosidad) y ternura (gentileza) de Cristo”. Significa que la
vida terrenal de Cristo fue una de amabilidad. (Mat: 11:29)
Caballerosidad, describe a la persona que no se enfurece cuando se le inflige un
daño personal, ni siquiera cuando es injustamente. Al usar esa palabra, Pablo está
diciendo al principio de su carta severa que no le impulsan a la ira las ofensas
recibidas, sino que está expresándose con la caballerosidad del mismo Jesús. Así
también nosotros, como seguidores de Jesús es nuestra bendición ser caballeros
en nuestro trato con nuestros semejantes, especialmente con las damas.

Se niega así mismo Romanos 15:1, 3; Mateo 16:24)


Cristo abdicó temporalmente de sus moradas, su reputación, sus riquezas, su
reposo, y hasta de su misma vida. Renunció voluntariamente a todas estas
comodidades para que nosotros pudiésemos gozar de las glorias de salvación.

Si queremos ser semejantes a Cristo, entonces tenemos que negarnos a nosotros


mismos procurando el bien de los demás

Es paciente bajo pruebas (Hebreos 12:1-2; 1 Pedro 3:17-18)


Jesús anunció a sus seguidores que serían objetos de persecución. Aviso que
sería traicionado por sus propios familiares y odiados por todo el mundo (Jn.
16:14, Mt. 10:17). Muchos de los apóstoles murieron violentamente, Jacobo fue
muerto a espada, Pedro fue crucificado a la inversa, Pablo o fue decapitado, Juan
murió desterrado en una isla, etc.
Si llega la persecución tenemos que ser PACIENTES, esperando en él Señor, y no
caigamos en la desesperación, la cual es sinónimo de duda. Así que, pongamos
nuestra mirada en él y resistamos las pruebas con la suprema paciencia que él
nos enseñó.

Es perdonador (Colosenses 3:13)


Jesucristo, no solo enseñó acerca del perdón, sino que también lo practicó. Así lo
expresa el apóstol Pablo en Colosenses 3:13: “Soportándoos unos a otros, y
perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera
que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”.
Al contemplar la cruz donde Jesús, de una forma tan plena y libre nos perdonó,
desaparecen las quejas que tenemos contra los demás. No podemos recibir su
perdón y mantener el hacha sobre la cabeza de nuestro hermano.

Asimismo, nosotros estamos llamados a perdonarnos siempre, pero lo que es más


difícil: “pedir perdón”, Esta actitud es una clara señal de madurez cristiana.

Es amigo de los forasteros y excluidos de la sociedad Romanos 15:7)


Cristo fue amigo y defensor de los excluidos y necesitados de la sociedad, aunque
no descuido a las otras personas. Y siempre se le vio involucrado por velar y suplir
toda necesidad de las grandes multitudes que necesitaban su amor, perdón y
sanidad.
Imitemos a nuestro maestro en su carácter, siendo amigo y defensor de los más
necesitados de nuestra sociedad, ¡hoy nos necesitan!

Se mantiene gozoso a pesar de las pruebas (Juan 15:11; 17:13)


En solo unas horas Jesús iba a ser detenido, le iban a azotar,: Burlarse de él.
Crucificarle y matarle. Sin embargo estaba lleno de GOZO. Ese gozo es
perdurable, no depende de circunstancias favorables, las cuales pueden cambiar
en un momento.
Jesús aún en medio de las circunstancias más adversas de la vida SIEMPRE tuvo
una actitud gozosa y enfrentó todo, con una obediencia alegre. Asimismo, como
buenos discípulos del Señor mantengamos una actitud de gozo y alegría en toda
circunstancia.

Es obediente (1 Juan 2:6; 3:2-3; Juan 15:9, 12)


La gran característica de la vida de Jesús fue la humildad, la obediencia y la
renuncia a Sí mismo. No deseaba dominar a los hombres, sino servir a los
hombres; no deseaba seguir Su propio camino, sino el de Dios; no deseaba
exaltarse a Sí mismo, sino renunciar a toda Su gloria por amor a los hombres. Una
y otra vez el N. T. se muestra seguro de que es solamente el que se humilla el que
será exaltado (Ma.t 23:12; Luc. 14:11; 18:14). Si la humildad, la obediencia y la
autorrenuncia fueron las características supremas de la vida de Jesús, también
deben ser las señales características del cristiano. El egoísmo, el buscar para uno
mismo y el alardear de lo propio destruyen nuestra semejanza con El y nuestra
relación con nuestros semejantes.

Sobre todo es amoroso (Efesios 5:2, 25; Juan 13:14; 16:12;; 1 Juan 3:16).
“Ser semejante a Cristo se resume en la palabra amor”
Jesús Se ganó los corazones de las personas, no apabullándolas con
manifestaciones de poder, sino mostrándoles un amor que no pudieron resistir.
Amar a otros no era un mandamiento nuevo (Lev: 19:18), pero amar a otros de la
misma manera que Cristo amó a otros era revolucionario. Ahora debemos amar a
otros basándonos en el amor sacrificial de Jesús por nosotros. Tal amor no solo
llevará a los inconversos a Cristo, sino también mantendrá a los creyentes fuertes
y unidos en un mundo hostil a Dios.
Jesús fue un ejemplo viviente del amor de Dios, del mismo modo que debemos
nosotros ser ejemplos del amor de Jesús. Y este supremo amor se demuestra con
buenas acciones, en palabras, gestos, afecto, comprensión, tolerancia, respeto,
protección, etc. Recordemos el amor nunca dejará de ser.

Hace muchos años atrás, nació un niño en Rusia que se veía a sí mismo tan feo
que estaba seguro que no habría felicidad para él en la vida. Lamentaba el hecho
de poseer una nariz grande, labios gruesos, pequeños ojos grises y grandes
manos y pies. Su fealdad lo había afectado tanto que le pidió a Dios que hiciese
un milagro y lo transformase e un hombre apuesto. Hizo la promesa que si Dios le
concedía eso, él le daría todo lo que poseía ahora y lo que iría a poseer en el
futuro.
Ese muchacho ruso era León Tolstói, uno de los escritores más famosos del
mundo del siglo veinte, renombrado por su gloriosa La Guerra y la Paz.
Tolstói admite en una de sus libros que con el correr de los años ha descubierto
que la belleza de la apariencia física que una vez persiguió, no era la única belleza
de la vida. Por cierto que no era la mejor belleza. En su lugar, Tolstói comenzó a
considerar que la belleza de un carácter fuerte era considerada a los ojos de Dios
como el bien más apreciado.
Actualmente hay muchas personas que gastan enormes sumas de dinero en su
apariencia física. El carácter, por el contrario, no es cuestión de dinero ni de
apariencia. Es cuestión de hacer lo que está bien sin mirar el dinero y de defender
lo justo sin mirar las apariencias.
Su carácter se define por lo que es cuando está solo.
Proverbios 11:3
La integridad de los rectos los guiará.

Hace unos años, mientras buscaba gangas en una tienda de segunda mano,
encontré un rollo entero de cinta. Necesitaba cinta para mis paquetes de
matemáticas. Comprobé el precio y todos ellos estaban puestos a 49 centavos.
Todos, excepto el que yo quería. La etiqueta indicaba 79 centavos. «¿Por qué
este tiene que costar treinta centavos más que el resto?», me pregunté.
La etiqueta estaba pegada a la cinta y no en la cartulina del centro. Empecé a
suponer que se había despegado de otro producto y se había enganchado a la
cinta. Así que la saqué y fui a la sección de pago.
Cuando la dependiente me preguntó cuánto costaba la cinta le dije que eran 49
centavos. Le entregué un dólar y ella me devolvió el cambio.
Al día siguiente, en la escuela, mientras ataba la cinta a los paquetes, volví a
pensar en la discrepancia de precios. «¿Tu integridad solo vale treinta centavos?»,
me preguntaba mi conciencia. Al pensar de ese modo me di cuenta de la mala
decisión que había tomado.
La siguiente vez que fui a la ciudad, volví a la tienda de segunda mano. Después
de explicarle a la dependiente lo que había hecho, le di medio dólar y le dije que
se quedara el cambio. Después salí de la tienda con mi integridad intacta. Desde
entonces, cuando siento la tentación de hacer algo mal, me pregunto: «¿Vale mi
integridad?»
Oh Dios, ¡pon en mí un corazón limpio!, ¡dame un espíritu nuevo y fiel! —Salmo
31: 10.
Cuando te das cuenta de lo que se podría perder, los beneficios a corto plazo del
pecado no compensan. Un carácter firme y una conciencia limpia no tienen precio.

Un hombre va entrando a un centro comercial cuando se le acerca un individuo


proponiéndole un nuevo tipo de betún para zapatos. El vendedor le dice: “Este
milagro de la ciencia moderna le da un brillo impresionante a la piel opaca. Es tan
bueno que todo el mundo notará la diferencia y querrán saber lo que usted está
usando. Por supuesto cuesta un poco más, pero usted no se puede dar el lujo de
no comprarlo.” El hombre escucha atentamente, y le parecen bastante
convincentes las palabras del negociante, pero en ese momento mira los zapatos
de éste, y con cierta contrariedad le contesta: “Estoy seguro que usted cree en su
sofisticada pasta, pero por lo que veo, no creo que sea mejor que la marca que yo
compro, porque sus zapatos no brillan más que los míos.” A veces, nuestros
esfuerzos por interesar a la gente en el evangelio son tan poco convincentes como
ese.

El vaso con agua


Por Huellas Divinas | 5 Septiembre, 20130 Comments
Un psicólogo en una sesión grupal levantó un vaso de agua, todo el mundo
esperaba la típica pregunta: ¿Está medio lleno o medio vacío? Sin embargo,
preguntó:
– ¿Cuánto pesa este vaso?
Las respuestas variaron entre 200 y 250 gramos.
El psicólogo respondió: “El peso absoluto no es importante, depende de cuánto
tiempo lo sostengo.
Si lo sostengo 1 minuto, no es problema, si lo sostengo una hora, me dolerá el
brazo, si lo sostengo 1 día, mi brazo se entumecerá y paralizará.
El peso del vaso no cambia, pero cuanto más tiempo lo sujeto, más pesado, más
difícil de soportar se vuelve.”
Y continuó: “Las preocupaciones son como el vaso de agua.
Si piensas en ellas un rato, no pasa nada.
Si piensas un poco más empiezan a doler y si piensas en ellas todo el día, acabas
sintiéndote paralizado, incapaz de hacer nada.”
” Érase una vez la hija de un viejo hortelano que se quejaba constantemente sobre
su vida y sobre lo difícil que le resultaba ir avanzando. Estaba cansada de luchar y
no tenía ganas de nada; cuando un problema se solucionaba otro nuevo aparecía
y eso le hacía resignarse y sentirse vencida.
El hortelano le pidió a su hija que se acercara a la cocina de su cabaña y que
tomara asiento. Después, llenó tres recipientes con agua y los colocó sobre fuego.
Cuando el agua comenzó a hervir colocó en un recipiente una zanahoria, en otro
un huevo y en el último vertió unos granos de café.
Los dejó hervir sin decir palabra mientras su hija esperaba impacientemente sin
comprender qué era lo que su padre hacía. A los veinte minutos el padre apagó el
fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un tazón. Sacó los huevos y los colocó
en otro plato. Finalmente, coló el café.
Miró a su hija y le dijo: “¿Qué ves?”. “Zanahorias, huevos y café”, fue su
respuesta. La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y
notó que estaban blandas.
Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Le quitó la cáscara y observó el
huevo duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de
su dulce aroma. Humildemente la hija preguntó: “¿Qué significa esto, papá?”
Él le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua
hirviendo. Pero habían reaccionado en forma muy diferente. La zanahoria llegó al
agua fuerte, dura; pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto
débil, fácil de deshacer.

El huevo había llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior líquido;
pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido.
El café, sin embargo era único; después de estar en agua hirviendo, había
cambiado el agua.
¿Cual eres tú?, le preguntó a su hija. Cuando la adversidad llama a tu puerta,
¿Cómo respondes? ¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la
adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza? ¿Eres un
huevo, que comienza con un corazón maleable? ¿Poseías un espíritu fluido, pero
después de una muerte, una separación, una decepción o un despido, te has
vuelto dura y rígida? Por fuera eres igual pero, ¿cómo te has transformado por
dentro?
¿O eres como el café? El café cambia el agua, el elemento que le causa dolor.
Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. Si eres
como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor tú reaccionas mejor y
haces que las cosas a tu alrededor mejoren.

No importa cual sea la situacion nosotros decidimos como las enfrentamos y como
dejamos que eso nos afecte, nos mejore o simplemente nos limite, recordemos
que “Muchas son las aflicciones del justo, Pero de todas ellas le librará
Jehová”. Salmos 34:19

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