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Introducción
La gente de hoy está buscando la belleza del cuerpo, gastando millones en el
hombre exterior. Pero la auténtica belleza es la del ser interior, cultivar la
semejanza de Cristo dentro de nosotros. Dios tiene una asignación especial para
cada cristiano. La meta principal de la redención consiste en que todos los
creyentes sean semejantes a Jesucristo. (Romanos 8:29).
Estas son las cualidades de la semejanza de Cristo que el N.T. subraya de una
forma específica para nuestra imitación y asimilación:
Sobre todo es amoroso (Efesios 5:2, 25; Juan 13:14; 16:12;; 1 Juan 3:16).
“Ser semejante a Cristo se resume en la palabra amor”
Jesús Se ganó los corazones de las personas, no apabullándolas con
manifestaciones de poder, sino mostrándoles un amor que no pudieron resistir.
Amar a otros no era un mandamiento nuevo (Lev: 19:18), pero amar a otros de la
misma manera que Cristo amó a otros era revolucionario. Ahora debemos amar a
otros basándonos en el amor sacrificial de Jesús por nosotros. Tal amor no solo
llevará a los inconversos a Cristo, sino también mantendrá a los creyentes fuertes
y unidos en un mundo hostil a Dios.
Jesús fue un ejemplo viviente del amor de Dios, del mismo modo que debemos
nosotros ser ejemplos del amor de Jesús. Y este supremo amor se demuestra con
buenas acciones, en palabras, gestos, afecto, comprensión, tolerancia, respeto,
protección, etc. Recordemos el amor nunca dejará de ser.
Hace muchos años atrás, nació un niño en Rusia que se veía a sí mismo tan feo
que estaba seguro que no habría felicidad para él en la vida. Lamentaba el hecho
de poseer una nariz grande, labios gruesos, pequeños ojos grises y grandes
manos y pies. Su fealdad lo había afectado tanto que le pidió a Dios que hiciese
un milagro y lo transformase e un hombre apuesto. Hizo la promesa que si Dios le
concedía eso, él le daría todo lo que poseía ahora y lo que iría a poseer en el
futuro.
Ese muchacho ruso era León Tolstói, uno de los escritores más famosos del
mundo del siglo veinte, renombrado por su gloriosa La Guerra y la Paz.
Tolstói admite en una de sus libros que con el correr de los años ha descubierto
que la belleza de la apariencia física que una vez persiguió, no era la única belleza
de la vida. Por cierto que no era la mejor belleza. En su lugar, Tolstói comenzó a
considerar que la belleza de un carácter fuerte era considerada a los ojos de Dios
como el bien más apreciado.
Actualmente hay muchas personas que gastan enormes sumas de dinero en su
apariencia física. El carácter, por el contrario, no es cuestión de dinero ni de
apariencia. Es cuestión de hacer lo que está bien sin mirar el dinero y de defender
lo justo sin mirar las apariencias.
Su carácter se define por lo que es cuando está solo.
Proverbios 11:3
La integridad de los rectos los guiará.
Hace unos años, mientras buscaba gangas en una tienda de segunda mano,
encontré un rollo entero de cinta. Necesitaba cinta para mis paquetes de
matemáticas. Comprobé el precio y todos ellos estaban puestos a 49 centavos.
Todos, excepto el que yo quería. La etiqueta indicaba 79 centavos. «¿Por qué
este tiene que costar treinta centavos más que el resto?», me pregunté.
La etiqueta estaba pegada a la cinta y no en la cartulina del centro. Empecé a
suponer que se había despegado de otro producto y se había enganchado a la
cinta. Así que la saqué y fui a la sección de pago.
Cuando la dependiente me preguntó cuánto costaba la cinta le dije que eran 49
centavos. Le entregué un dólar y ella me devolvió el cambio.
Al día siguiente, en la escuela, mientras ataba la cinta a los paquetes, volví a
pensar en la discrepancia de precios. «¿Tu integridad solo vale treinta centavos?»,
me preguntaba mi conciencia. Al pensar de ese modo me di cuenta de la mala
decisión que había tomado.
La siguiente vez que fui a la ciudad, volví a la tienda de segunda mano. Después
de explicarle a la dependiente lo que había hecho, le di medio dólar y le dije que
se quedara el cambio. Después salí de la tienda con mi integridad intacta. Desde
entonces, cuando siento la tentación de hacer algo mal, me pregunto: «¿Vale mi
integridad?»
Oh Dios, ¡pon en mí un corazón limpio!, ¡dame un espíritu nuevo y fiel! —Salmo
31: 10.
Cuando te das cuenta de lo que se podría perder, los beneficios a corto plazo del
pecado no compensan. Un carácter firme y una conciencia limpia no tienen precio.
El huevo había llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior líquido;
pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido.
El café, sin embargo era único; después de estar en agua hirviendo, había
cambiado el agua.
¿Cual eres tú?, le preguntó a su hija. Cuando la adversidad llama a tu puerta,
¿Cómo respondes? ¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la
adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza? ¿Eres un
huevo, que comienza con un corazón maleable? ¿Poseías un espíritu fluido, pero
después de una muerte, una separación, una decepción o un despido, te has
vuelto dura y rígida? Por fuera eres igual pero, ¿cómo te has transformado por
dentro?
¿O eres como el café? El café cambia el agua, el elemento que le causa dolor.
Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. Si eres
como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor tú reaccionas mejor y
haces que las cosas a tu alrededor mejoren.
No importa cual sea la situacion nosotros decidimos como las enfrentamos y como
dejamos que eso nos afecte, nos mejore o simplemente nos limite, recordemos
que “Muchas son las aflicciones del justo, Pero de todas ellas le librará
Jehová”. Salmos 34:19