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● EL ESPECTADOR

22 May 2017 - 5:32 PM

Por: Columnista invitado

Bojayá: ¿La primicia o la primacía del


duelo?
Por María González*

En el lugar de la noticia y en los momentos de mayor desolación o apremio una de


las más usuales preguntas que formulan los periodistas a las víctimas es acerca de
sus sentimientos: ¿Cómo se siente? ¿Qué quiere decirles a todos los colombianos?
(Ver anterior columna: Manual de la indignación) … ¿Es eso acaso lo que se
entiende por visibilizar o dar voz a las víctimas? ¿Cuál es el sentido de indagar o
escudriñar en su dolor? ¿Es esa la verdad o la información que se requiere cuando
se habla de esclarecimiento? ¿Es esa información de interés público?

Mostrarle al mundo, dimensionar lo ocurrido, concitar a la indignación o al repudio


suelen ser los argumentos invocados para mostrar o sencillamente exhibir el dolor
de los demás en los informativos periodísticos. Pero, así como la constatación del
dolor nunca ha impedido la guerra, como magistralmente lo expone Susan Sontag,
la divulgación del dolor no es en sí misma un antídoto contra el olvido ni contra la
impunidad; ni nos hace mejores compatriotas o ciudadanos; ni da por resultado una
conciencia más integral de lo que pasa… Menos aun cuando el conocimiento
propuesto sobre la guerra en la narrativa mediática suele enfatizar o restringirse a
la presentación del horror y la ruina.

La difusión y/o el conocimiento del dolor no equivalen a una mayor comprensión


de lo sucedido. En efecto, es preciso destacar que la documentación del sufrimiento
es diferente en si misma de la documentación de la guerra o la violencia. El
sufrimiento da cuenta de los impactos destructores de la guerra, pero no explica per
se las lógicas, ni las responsabilidades, ni las funcionalidades de la guerra…

En aras de la verdad, las víctimas no son la única ni la más privilegiada fuente de


información y entonces, su silencio no es un impedimento para la construcción de
la verdad. La memoria y su ejercicio tienen sus propios tiempos, espacios y
audiencias. En particular la memoria de las víctimas. Es importante escuchar a
quien quiere hablar, pero también, respetar al que quiera aplazar su voz (no ahora,
no aquí o no todavía), o a quien quiere guardar silencio. Cada cual es dueño de su
testimonio. Primo Levi como víctima, fue quién decidió cuándo hablar, cómo
hacerlo, qué decir y qué callar. Pero sin su enorme testimonio también nos
hubiéramos enterado de los hornos crematorios, de las cámaras de gas; de las
alianzas políticas, de los discursos que construyeron y legitimaron el Holocausto.
La verdad que requieren las víctimas no es acerca de su dolor, esa ya la conocen.
La verdad que requiere la sociedad en su conjunto es la que apunta al
esclarecimiento del conflicto armado y a la restitución de la dignidad de quienes lo
han padecido.
En el caso particular de Bojayá, la negativa al seguimiento y/o la exhibición de su
dolor por parte de quienes no son ni su familia ni su comunidad, no constituye una
acción de censura. Tampoco lo fue cuando limitaron el acceso de la prensa a la
petición de perdón realizada por las FARC a su comunidad para prevenir la
instrumentalización de su experiencia traumática por parte de unos y otros. Las
víctimas simplemente aspiran a decidir sobre su dolor, sobre su voz. Tal vez los
resultados de la exhumación aporten a una reconstrucción de lo sucedido, y sean
una información de interés público. No así el duelo. El duelo le compete con
exclusividad a los dolientes más aún cuando ellos mismos lo han solicitado. El

protocolo alrededor de las exhumaciones no es un capricho nacional, ni un abuso


de la memoria.

El silencio de las víctimas, o la posibilidad de contarse a sí mismas, no es una


declaración de enemistad ni una amenaza hacia la libertad de prensa o la verdad.
Esas prácticas solo les competen a los asesinos o a los tiranos. No nos
confundamos.

La prensa, la buena prensa, corre peligro en Colombia cuando confronta o pone en


evidencia a quienes se disfrazan de prohombres. No por las víctimas. La prensa, la
buena prensa, corre peligro en Colombia cuando se asume a sí misma como
salvadora o como justiciera. No por las víctimas. La prensa, la buena prensa, corre
peligro en Colombia cuando denuncia a los actores armados y sus complicidades
sociales, institucionales y políticas. No por las víctimas. La prensa, la buena
prensa, corre peligro cuando reemplaza su función investigativa y crítica por el
rating, o por “la favorabilidad de la opinión pública”, o por los juicios morales. No
por las víctimas. La verdad corre peligro cuando no hay una buena prensa.
La decisión de silencio o de intimidad de las víctimas ha sido puesto bajo
sospecha. Les hemos quitado la titularidad de su padecimiento. Qué tristeza.

*Investigadora social

marianonimagonzalez.blogspot.com.co

@MarianonimaG

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