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Las P,alabras,
las ideas
y las cosas
Una presentación
de la filosofía
del lenguaje
EditorialAriel, S.A.
- Barcelona
PRÓLOGO
X PRÓLOGO
H
de la persona que caracterizo) poco elegante. Prefieren también hilvanar su dis
curso haciendo excursus en los lugares apropiados, para volver después al lugar
inicial, a iterar el elemento del excursus acabada la narración principal (con lo
que la conexión podría perderse). Los caracteres así disfrutan impartiendo (o
recibiendo) cursos académicos de 50 sesiones -y escribiendo (o leyendo)
libros de varios centenares de páginas- hilvanados por un argumento conti
nuado; un argumento que, por tanto, sólo al final se revela propiamente, y qui
zás sólo una relectura o el repaso por una memoria en muy buenas condicio
nes permita apreciar.
Si es verdad que es un rasgo de carácter lo que nos guía al preferir, de
entre obras igualmente excelentes, el estilo de unas al estilo de otras (el inglés
filosófico de Hume y Quine, al de David Lewis; el inglés literario de Jane
Austen o George Elliot, al de Emily Bronte, Charles Dickens o Robert Louis
Stevenson; entre mis contemporáneos, el español de Juan Goytisolo o Rafael
PRÓLOGO XI
-
PRÓLOGO XIII
-- ....
XIV PRÓLOGO
ciertos modos, las narraciones de cierto tipo, etc.) sean recomendables; es decir,
que nos insten a verlos, oírlos, leerlos, etc. Es esencial a la actividad artística
el buscar producir objetos que, potencialmente, nos insten de este modo a la
acción: a verlos, oírlos o leerlos. La moral y el derecho persiguen enunciar nor
mas públicas o privadas con arreglo a las cuales sea apropiado formar las inten
ciones que rigen nuestras acciones. La ingeniería busca producir objetos útiles
para ayudamos a realizar determinados proyectos, designios, etc. Es, de nue
vo, esencial a lo que hacen quienes practican estas actividades que sus resul
tados sean sensibles a las intenciones, deseos, etc., de seres como nosotros. Por
otro lado, la realización de los objetivos de las actividades teóricas puede cier
tamente tener (y usualmente tiene) consecuencias prácticas; estas consecuen
cias guían además las decisiones privadas y públicas sobre a cuáles de ellas
dedicar tiempo y recursos. Pero tales consecuencias son sólo efectos sobrevi
nientes a la actividad misma, no los objetivos que las caracterizan. 2
¿Cuáles son esos objetivos? Lo expondré, de nuevo, en términos lingüís
ticos; para facilitar la comprensión ilustraré mis observaciones con dos ejem
plos. Los ejemplos provienen de la práctica que he declarado paradigmática de
las actividades intelectuales teóricas, la ciencia; con el fin de que resulten real
mente ilustrativos, los ejemplos (la teoría genética de Mendel y la mecánica
celeste de Copérnico) conciernen a conocimientos que forman parte ya del
bagaje cultural de cualquier posible lector de estas páginas.
Las actividades intelectuales teóricas se caracterizan por buscar explica
ciones conceptualmente aumentativas que solucionen problemas planteados a
propósito de un cuerpo de conocimientos cognoscitivamente independiente de
las soluciones, cualesquiera que éstas puedan ser. Consideremos el caso de la
mecánica celeste copernicana, para ilustrar los conceptos que se utilizan en esta
caracterización. 3 La percepción visual nos informa de diversos hechos sobre
los movimientos aparentes, relativos al lugar que nosotros ocupamos, de obje
tos luminosos en el firmamento visible. Los hechos son, básicamente, de tres
tipos. En primer lugar, el movimiento diurno aparente del Sol, y el movimien
to nocturno de las constelaciones. En segundo lugar, el movimiento anual del
Sol con respecto a las constelaciones a lo largo de la eclíptica. Finalmente, el
movimiento aparentemente errático de los planetas con respecto a las conste
laciones (incluyendo los incrementos y disminuciones en la intensidad de la luz
que proyectan que acompañan a estos movimientos "erráticos"). Todos estos
hechos conciernen, como he dicho, a objetos luminosos: la percepción visual
no nos informa de si los objetos emiten luz o la reflejan, ni de su naturaleza:
por lo que a los informes de la percepción visual respecta, el Sol podría ser
una hoguera que Zeus reaviva cada día, o un carro de fuego. Y conciernen al
movimiento aparente: son compatibles con que seamos nosotros los que nos
2. Pese a estar enunciada en ténnínos analíticos. esta exposición resultará sin duda familiar: se parece estre
chamente a la clasificacíón del saber que lleva a cabo Aristóteles al comienzo de la Metafísica.
3. La exposición que sigue se apoya en los excelentes trabajos de Norwood R. Hanson, Constelaciones y c011-
jeturas (Alianza: Madrid, 1978) y Thomas S. Kuhn, La revoluci6u copemicana. Ariel: Barcelona, 1978.
INTRODUCCIÓN XXI
No debe suponerse que las preguntas para las que las prácticas teóricas
ofrecen explicaciones están cabalmente planteadas con anterioridad temporal a
la existencia de la explicación propuesta por la actividad teórica. En ocasiones
(como han puesto de manifiesto filósofos contemporáneos de la ciencia, como
Karl Popper), sólo después de disponer de la explicación, somos capaces de
formular correctamente el problema. Puede incluso ocurrir que sólo la expli
cación nos permita ver la existencia del problema. Alguien que no conozca la
teoría copernicana (o sus más precisas versiones contemporáneas) puede no ver
ninguna necesidad de responder a la pregunta '¿por qué se mueven de tal y
cual modo tales y cuales objetos luminosos?'; simplemente, diría esta persona,
se mueven así, no hay más explicación que ofrecer. Lo que es más, disponer
de la explicación puede servirnos para rechazar alguno de los "hechos" relati
vamente a los cuales se había planteado originalmente el problema. El caso
copernicano es aquí particularmente claro, pues la explicación nos llevó a
corregir radicalmente los términos en que antes se había planteado el proble
ma. Es por eso que, cuando enunciamos ex post facto el problema (como
hemos hecho en los párrafos anteriores), aceptando ya la verdad de la explica
ción copernicana, hablamos de movimientos aparentes. Los hechos explicados
por una teoría son muchas veces "construidos" por la teoría; pero no, natural
mente (como pretenden los teóricos contemporáneos de la ciencia como "cons
trucción social" de fenómenos) en el sentido de 'construir' en que los cons
tructores construyen casas, sino en aquel en el que el microscopio electrónico
nos permite "construir" hechos microscópicos: propiamente hablando, lo que
el microscopio nos permite construir es una representación correcta de los
hechos microscópicos, que sin él no estaríamos en disposición de construir.
Una buena indicación de que hemos conseguido una explicación satisfac
toria en cualquier ámbito teórico es que, con ayuda de la teoría, somos capa
ces de predecir correctamente hechos relativos al ámbito de problemas que no
habríamos podido predecir sin ayuda de la teoría; típicamente, hechos relati
vos al futuro. (El carácter futuro no constituye un rasgo necesario de las pre
dicciones, empero. La teoría de Darwin se confirma en gran medida por sus
predicciones sobre el pasado, como ocurre con la teoría geológica de la deriva
de los continentes.) A ojos de muchos, la teoría de Newton resultó confirma
da cuando, con su ayuda, Halley predijo la reaparición del cometa que lleva su
nombre con una precisión en su tiempo impensable. La filosofía de la ciencia
contemporánea, que ha enfatizado tanto esta observación como la que hemos
mencionado en el párrafo anterior, revela claramente hasta qué punto la ima
gen tradicional del "método inductivo" (amontonar "hechos observables" para
obtener de ellos apropiadas "generalizaciones inductivas") es un mito. Eso no
significa, en absoluto, que las actividades intelectuales teóricas del tipo de las
que hasta aquí estamos considerando (del tipo del que la ciencia es el para
digma) no sean disciplinas empíricas: sus explicaciones se aceptan sólo en la
medida en que son corroboradas por datos observables, obtenidos experimen
talmente en situaciones controladas e intersubjetivamente contrastables. La
caracterización más ajustada a los hechos que podemos hacer del "método
XXII INTRODUCCIÓN
J
lo que ya sabíamos. Es precisamente por eso que los hechos conocidos que sus
citan el problema, dijimos, son cognoscitivamente independientes de la solu
1
ción ofrecida, de la explicación.
Únicamente nos queda ya por elucidar la idea de que las explicaciones
proporcionadas por las actividades intelectuales teóricas son conceptualmente
aumentativas. Lo que quiero decir con esto es que es parte de la actividad de
ofrecer soluciones a problemas teóricos el introducir nuevos conceptos, gene
ralmente introduciendo términos nuevos para ellos, o dando nuevos sentidos a
términos ya en uso (términos teóricos). Los conceptos son "nuevos" relativa
j mente a los necesarios para formular, con toda la precisión que sea posible, el
problema que la explicación persigue solucionar. Así, como es bien sabido, la
mecánica newtoniana introdujo el concepto de masa. En cuanto al ejemplo que
estamos considerando, quizás no parezca a primera vista cierto que cumple
también esta condición; a fin de cuentas, la explicación ofrecida por la mecá
nica celeste copernicana se efectúa en términos que ya aparecen en la caracte
rización de los hechos para los que esa teoría ofrece una explicación. Pero, si
se examinan las cosas de cerca, se ve que el ejemplo sí satisface la condición.
Es cierto que 'planeta', por ejemplo, se suele utilizar tanto para enunciar la teo
ría copernicana, como para describir uno de los hechos a explicar -el hecho
relativo al movimiento aparentemente errático, día tras día, de ciertos objetos
luminosos (a los que, etimológicamente, se llama 'planetas' precisamente por
lo errático de su movimiento aparente, relativamente a la estabilidad igual-
INTRODUCCIÓN XXIII
Sería vano pretender establecer más allá de toda duda que la filosofía es una
disciplina teórica interesante: ningún hecho interesante puede establecerse con
esa certidumbre, "más allá de toda duda". Pero sí sería deseable mostrarlo de
una manera suficientemente convincente. Bajo el supuesto explícito de que la
filosofía es el tipo de actividad intelectual que aquí se ha descrito, este libro
intentará establecerlo así. Para ello, es preciso explicar primero cómo la semán
tica es una actividad intelectual teórica; es decir, cuáles son sus problemas teó
ricos y qué aspecto tienen sus propuestas explicativas. Esta tarea se lleva a cabo
en el capítulo segundo, por el procedimiento de estudiar de manera relativa
mente exhaustiva un caso ilustrativo. Inevitablemente, para que el estudio pue
da ser suficientemente exhaustivo, el ejemplo ha de ser en sí mismo no muy
interesante. Con el fin de que el caso examinado posea algún interés adicional
al de servir de ilustración del tipo de actividad intelectual teórica que, según la
presente propuesta, es la filosofía, he elegido presentar un caso --el de las
citas- que, con el fin de prevenir ciertos malentendidos, es en cualquier caso
necesario estudiar en una introducción a La filosofía del lenguaje. No sería ni
preciso ni aconsejable hacerlo con la exhaustividad con que aquí se trata, de
no mediar la motivación que acabo de ofrecer.
En el resto del libro he tratado de presentar los problemas filosóficos de
acuerdo con la propuesta, aunque sin hacer mención expresa de que procedo
de ese modo. La mejor justificación para la misma estará por tanto en que el
lector aprecie que, así planteados, los problemas filosóficos tradicionales son
genuinos problemas teóricos: problemas complejos, para alcanzar siquiera a
plantearse correctamente los cuales hace falta un largo entrenamiento (no diga
mos ya para hacer propuestas interesantes sobre su solución). Problemas difí
ciles, por tanto; pero no arcanos: problemas relativos a hechos que en efecto
se dan, para solucionar los cuales existe un camino relativamente claro, apli
cando el mismo método que utilizamos en general para justificar explicaciones
teóricas.
Que la filosofía haya de ser "difícil" en e! mismo sentido en que lo es la
ciencia resulta sorprendente, y no sólo para el "hombre de la calle". La tardía
vocación filosófica de algunos científicos ilustres les revela creedores de que,
en su madurez, una buena tarde de reflexión les capacita para hacer propues
tas filosóficas interesantes. Nunca, C:esde luego, se les ocurriría pensar lo mis
mo respecto de los problemas de cualquiera de sus colegas en otras discipli
nas. Los resultados a que luego ilegan evidencian que hubieran hecho mejor
mostrando el mismo respeto hacia la filosofía. Es de lamentar que el respeto
que en esta concepción d'o ia filosofía se manifiesta hacia la ciencia no se vea
devuelto con una actitud recíproca. Friedrich Engels observó muy acertada
mente en su Dialéctica de la Naturaleza lo siguiente: "Los científicos creen
librarse de la filosofía ignorándola o denigrándola. Pero puesto que sin pensa
miento no pueden avanzar y para pensar necesitan pautas de pensamiento,
toman estas categorías, sin darse cuenta, del sentido común de las llamadas
personas cultas, dominado por los residuos de una filosofía ampliamente supe
rada, o de ese poco de filosofía que aprendieron en la universidad, o de la lec-
INTRODUCCIÓN xxvu
litativa entre explicar el significado de un término, y decir cómo son las cosas.
Decir qué significan los términos sería, meramente, describir convenciones o
estipulaciones arbitrarias. Decir cómo son las cosas es, por contra, algo verda
deramente sustantivo. Sin embargo, justamente el caso anterior de los concep
tos teóricos sugiere que una distinción así es más difícil de fundamentar de lo
que pueda parecer. No parece haber una diferencia radical entre decir qué sig
nifica 'gen', y decir cómo se comportan los genes en sus aspectos fundamen
tales. Una objeción análoga es la de que la filosofía es "a priori", y sus resul
tados no pueden justificarse, como los de la ciencia, mediante el "método
inductivo". Esta objeción presupone una concepción del conocimiento a prio
ri que habremos también de poner en cuestión. Por último, otra versión de la
objeción que he oído a veces se expresa elegantemente diciendo que la filoso
fía analítica es filosofía que no se deja traducir de un lenguaje a otro. Se tra
taría de un trabajo centrado en matices idiomáticos, minucias desde el punto
de vista de lo que tradicionalmente se ha entendido por 'filosofía' . La respuesta
a esto es que incluso estudiando aspectos concretos del español podemos estar
estudiando a la vez aspectos completamente generales, comunes a cualquier
lenguaje.
El énfasis en los aspectos teóricos del estudio de la filosofía (como de
cualquier actividad intelectual de esta naturaleza) no pretende hacer que se
pase por alto sus virtudes prácticas. Como hemos dicho, y elaboraremos en los
dos primeros capítulos, el objetivo teórico de la filosofía es análogo al de las
disciplinas lingüísticas: se trata de enunciar de manera explícita un cierto saber
que poseemos de manera tácita (cf. I, § 4). Ahora bien, ¿para qué queremos
tener conocimiento explícito de la sintaxis y de la semántica de nuestras len
guas? La razón fundamental, que hemos destacado hasta aquí (una razón por
sí sola bastante y en cualquier caso la más importante) es puramente teórica:
allá donde hay algo que ignoramos, es legítimo buscar teorías que alivien nues
tra ignorancia. Pero hay también una razón práctica. Sea cual fuere la natura
leza del conocimiento tácito, su ejercicio hace pensar que está constituido por
muy burdas generalizaciones inductivas basadas en una experiencia limitada.
El resultado es un saber sin duda ninguna muy eficiente en su aplicación en
los contextos cotidianos que están vinculados con su misma existencia, pero
también uno muy poco reflexivo y por ende muy poco crítico. Nuestro cono
cimiento tácito de la sintaxis de nuestra lengua no es suficiente muchas veces
para, confrontados con una oración "rara", saber si es gramaticalmente correc
ta o no. En ocasiones, puede ser que al hacer explícitas las reglas pertinentes
al caso que se puedan extrapolar de casos "normales", resulte que las reglas
dejen también la cuestión sin decidir. Pero en otras ocasiones ocurre lo con
trario: hacer explícitas las reglas nos permite resolver la cuestión reflexiva
mente.
Todos sabemos usar los predicados evaluativos; en cierto sentido de
'saber' , por tanto, sabemos qué diferencia hay entre los predicados evaluativos
('la película es mala') y los descriptivos ('los personajes no tienen nada que
ver con la gente de la vida real', 'la trama es incomprensible', etc.). Pero es
XXVIII INTRODUCCIÓN
este un saber irreflexivo del que no sabemos dar cuenta, un saber que no sabe
mos hacer explícito. Estamos así sujetos a que cualquier Sócrates haga mofa
de nosotros; o, dicho con más seriedad, nuestro saber carece de una dimensión
autorreflexiva, y, por ende, crítica, de la que (al menos algunos) lo querríamos
poseedor.
A mi juicio, la cuestión fundamental de que se ocupa la filosofía del l en
guaje es también la cuestión fundamental de que se ocupa la filosofía. Esta es
la cuestión del realismo: ¿hay una realidad independiente de nuestro lenguaje
y de nuestro conocimiento, que nuestro lenguaje representa y que podemos al
menos esperar conocer? (Parte del probl ema es formular la cuestión con mayor
precisión; de ello nos ocuparemos a lo largo del capítulo V.) De la respuesta
que se ofrezca a este problema dependen claramente cuestiones prácticas, y
cuestiones prácticas muy importantes. El cinismo de muchos de nuestros con
temporáneos va de la mano con su antirrealismo: se diría que, para ellos,
alguien ha demostrado ya, con claridad meridiana, que la respuesta a l a cues
tión anterior ha de ser necesariamente negativa, y de ello se obtiene una con
clusión escéptica sobre la importancia del saber y, en general, sobre los gran
des ideales ilustrados del pasado. La actitud se ha transmitido (muchas veces
por el mecanismo descrito por Engels en el texto antes citado) incluso a los
científicos. Este libro no pretende ofrecer una respuesta a la cuestión del rea
lismo, pero sí material para abordarla de una manera más crítica.
El obj etivo fundamental de las páginas que siguen, como indica el subtí
tulo de esta obra, es presentar, de la manera más clara que me es posible, los
problemas más importantes de que se ocupa la filosofía del lenguaje y las apor
taciones de los más notables investigadores en este ámbito, que deben ser baga
je de cualquiera que desee reflexionar él mismo sobre ellos. No he pretendido
exponer mi propio punto de vista, mucho menos aún de una manera sistemá
tica. Una presentación de problemas filosóficos, sin embargo, no puede ser
meramente expositiva; iniciarse en su estudio requiere apreciar las dificultades
más patentes de l as propuestas, l as razones que parecen sostenerl as y los argu
mentos en contra. Es inevitable, pues, que los puntos de vista del autor afloren
aquí y allá, en la selección del material, y en el énfasis en críticas o encomios.
Confío en que ello tenga el efecto beneficioso de suscitar en el lector el es
tímulo para la reflexión propia.
Pese a que el objetivo principal es introducir las contribuciones funda
mentales a la filosofía del lenguaj e -y no mis propios puntos de vista- y a
que, por consiguiente, la estructura del libro está determinada por la presenta
ción de las aportaciones de los autores relevantes en una disposición sustan
cialmente cronológica, puede también discernirse una cierta estructura narrati
va, que traiciona más que ninguna otra cosa mis propias convicciones fil osófi
cas. El título de esta obra refleja el "triángulo" al que se hace tradicionalmen
te referencia, al mencionar los problemas fundamentales de que se ocupa la
filosofía del lenguaje. En un vértice se sitúan las palabras --expresiones como
'el día en que lo asesinaron, Julio César no tenía más de 30.000 pelos'-; en
otro, las cosas -hechos constituyentes del mundo o la realidad extralingüísti-
L
INTRODUCCIÓN XXIX
l . Tipos y ejemplares
momento, nos basta para servimos sin más de las nociones de tipo y ejemplar
que tenga un contenido razonablemente distinto y que nosotros seamos capa
ces de distinguir un tipo de un ejemplar en casos claros; podemos darla por
supuesta, sin cuestionamos si la relación entre tipos y ejemplares debe enten
derse en términos nominalistas, conceptualistas, realistas aristotélicos o realis
tas platónicos. Esta capacidad nuestra se manifiesta, por ejemplo, en la habili
dad que todos tenemos para apreciar la ambigüedad presente en enunciados
como 'Juan y Luis están leyendo el mismo libro'. (¿Están leyendo el mismo
libro-tipo, o más bien el mismo libro-ejemplar?) Sin duda, desearíamos contar
con mayor claridad; desearíamos saber, por ejemplo, si los tipos lingüísticos de
que vamos a hablar repetidamente después deberían verse como "meros nom
bres", es decir, como teniendo una realidad creada arbitrariamente (como sos
tienen los nominalistas a propósito de los universales en general); o si, más
plausiblemente en este caso, aun teniendo una entidad menos arbitraria, son
"meros conceptos", debiendo esencialmente su realidad a aspectos dela men
te humana (como sostendrían los conceptualistas) o como universales objeti
vos, independientes de la mente y el lenguaje.
Los signos lingüísticos admiten la distinción entre tipo y ejemplar. En esta
página hay muchos ejemplares distintos de la misma letra-tipo, la primera letra
del alfabeto español. En la primera frase de este párrafo, sin ir más lejos, hay
tres. Las letras pueden servimos para hacer una observación que hemos guar
dado hasta aquí, a saber, que un mismo particular puede ejemplificar muchos
tipos distintos. Las tres letras a continuación: a, a, A ejemplifican diversos
tipos. Como los tipos se i dentifican por una serie de rasgos generales, repeti
dos en sus ejemplares, caracterizamos esos diversos tipos ejemplificados por
las letras indicando los rasgos que los i dentifican: tenemos así el tipo primera
letra del alfabeto español (ejemplificado por las tres), el tipo letra en cursiva
(que sólo la segunda ejemplifica), el tipo letra en minúsculas (ejemplificado
por la primera y por la segunda). El segundo de los particulares exhibidos antes
ejemplifica, pues, estos tres distintos tipos. Si A y B son dos tipos ejemplifi
cados por un particular, puede ser que uno de ellos sea, por así decirlo, una
"versión" más abstracta del otro; esto es, que las propiedades o rasgos que
identifican a uno (el más específico) incluyan propiamente a las que identifi
can al otro (el más genérico). Esto es lo que ocurre con los tipos primera letra
del alfabeto español y primera letra del alfabeto español en mayúsculas. Pero
no siempre tiene que ser así, como ilustran los tipos antes mencionados: nin
guno de los tipos cursiva, minúscula, primera letra del alfabeto español es una
versión más o menos abstracta de alguno de los otros. Son simplemente tipos
distintos.
La com unicación lingüística se efectúa mediante ejemplares: lo que llega
a nuestros oídos o alcanza nuestras retinas son ejemplares. Pero sólo en la
medida en que los ejemplares son ejemplares de ciertos tipos l ingüísticos pue
de producirse tal comunicación: hablando metafóricamente, sólo porque el
hablante elige para transmitir sus pensamientos expresiones con rasgos reco
nocibles por su audiencia puede típicamente producirse la comunicación. Aho-
4 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
L
LOS OBJETIVOS EXPLICATIVOS DE LAS TEORfAS LINGÜfSTICAS 5
los objetos con los que habríamos de empezar el estudio teórico del lenguaje.
De hecho, sólo nuestra gran familiaridad con nuestro propio lenguaje materno
(y particularmente con su versión escrita) explica que la división de los frag
mentos más largos de discurso en palabras nos parezca tan "natural". Pense
mos, por contra, en lo difícil que nos resulta hacer esta misma distinción cuan
do oímos una frase en una lengua que no dominamos plenamente, o en las difi
cultades que encuentran para llevar a cabo esa misma tarea incluso respecto de
su lengua materna quienes no están familiarizados con el lenguaje escrito. En
rigor, la noción de palabra sólo tiene un sentido preciso relativamente a com
plejas consideraciones sintácticas y semánticas. Si descubriésemos una co
munidad de seres que parecen utilizar un lenguaje, no serían las palabras de
ese lenguaje los objetos con los que primero tropezaríamos; a ellas llegaríamos
a través de una serie de pasos de abstracción teórica. Lo que observaríamos
sería actos lingüísticos, acciones tales como expresar opiniones, ofrecer infor
mación, preguntar, dar ó rdenes, etc. Estos actos se llevan a cabo con oracio
nes. Diremos, siguiendo una propuesta de Wittgenstein, que una oración es la
unidad mínima con la que podemos llevar a cabo una de estas acciones lin
güísticas. En este sentido, 'Juan', proferida en ciertos contextos, bien puede ser
una oración -por cuanto se puede utilizar para llevar a cabo acciones típica
mente lingüísticas, tales como llamar a Juan o responder a una pregunta
("¿quién se comió el pastel?"). Son las oraciones (oraciones-tipo, no oracio
nes-ejemplar), típicamente c?nstruidas a partir de varias palabras, las entida
des epistémicamente básicasq:l estudio del lenguaje.
Las oraciones del español son típicamente combinaciones de palabras,
pero no toda combinación de palabras castellanas es una oración castellana.
'Sergi come papilla' es una oración castellana, pero no lo es 'Sergi comen
papillas', ni tampoco 'Sergi me propuso de que me fuera al cine con él'. Estas
últimas son combinaciones agramaticales de palabras castellanas. Las oracio
nes castellanas tienen, pues, la propiedad de ser gramaticales. La sintaxis es la
actividad teórica que trata de explicar en qué consiste la gramaticalidad de las
oraciones. Mucho más aún que en el caso de las palabras, es fácil observar que
ésta es una propiedad sistemática. El mismo test que mencionamos antes lo
pone de manifiesto. La mera introducción del verbo 'implementar', efectuada
junto con las pertinentes indicaciones sobre su uso, basta para que 'Sergi
implementó el programa' pase a ser una nueva oración gramatical del español;
no es precisa ninguna nueva regla al respecto. La única explicación de esto ha
de ser que la gramaticalidad y la agramaticalidad dependen de que las oracio
nes estén o no compuestas, de modos específicos, de entidades más pequeñas,
poseedoras de ciertas propiedades. Una explicación satisfactoria de la grama
ticalidad debe dar cuenta de esta sistematicidad, y tal es el objetivo prioritario
de una teoría sintáctica.Z
2. En la lingüística contemporánea se distingue usualmen1c la .1i11taxis del tsptuiol de la sima:cis, sin más. Esta
distinción la mo1iva la creencia. de que es posible dar una descripción general de cienos aspectos de la sintaxis de
todo lenguaje natural humano.
10 LAS PALABRAS, LAS IDEAS Y LAS COSAS
De modo que ahora ya no hay lugar a la equivocidad, por cuanto los sujetos
de (1) y (2') no sólo nombran cosas distintas, sino que son también ellos mis
mos palabras distintas.
En este trabajo hemos seguido hasta ahora la convención de entrecomillar
mediante comillas simples las expresiones cuando queremos mencionarlas, en
lugar de usarlas del modo habitual. Será útil que examinemos más de cerca esta
convención. Ningún recurso lingüístico parece tan simple como el de las citas.
Y, ciertamente, se trata de un mecanismo simple, en comparación con otros.
Pero, como se puede ver examinando el próximo capítulo, ya aquí el desa
cuerdo teórico es significativo: alguien podría pensar que en los párrafos
anteriores se ha dicho todo lo que es preciso decir sobre ellas, pero ese pensa
miento sería ingenuo. Cualquier investigación sobre el lenguaje conlleva cons
tantemente la mención de expresiones. Un mayor grado de explicitud en nues
tro dominio de esta herramienta redundará en una mejor disposición a evitar
frecuentes confusiones que su uso provoca.4
Dos aspectos de la distinción entre el uso y la mención de una expresión
requieren comentario, uno sintáctico y otro semántico. El aspecto sintáctico es
que las expresiones entrecomilladas son nombres (o sintagmas nominales,
como dicen los gramáticos), sea cual fuere la función sintáctica de las ex
presiones flanquedas por las comillas en las oraciones en que tienen su uso
habitual. En el ejemplo anterior, la expresión flanqueada por las comillas era
también un nombre, pero, en general, la expresión mencionada puede pertene
cer a cualquier categoría: un verbo, un adjetivo, una oración completa, como
en (5), o incluso una expresión que ni siquiera es una palabra; en cualquiera
de esos casos, la expresión resultante de entrecomillarlas es, sintácticamente,
un nombre:
4. En esta sección expongo la teoría de las citas que yo mismo considero correcta. Esta teoría se propuso ori
ginalmente con el fin de superar los problemas de las teorías que se examinan en el próximo capítulo.
LOS OBJETIVOS EXPLICAT\YOS DE LAS TEORfAS LINGÜÍSTICAS ]7
de palabras. Del mismo modo, la expresión flanqueada por comillas en (5) tie
ne usualmente la función de expresar un aserto sobre el precio de una cierta
especia; pero tal función semántica no tiene nada que ver con su papel en (5),
que no trata en absoluto de economía ni de especias.
Una cita, pues, consta en el lenguaje escrito de una expresión de cualquier
tipo flanqueada de comillas, y el todo constituye sintácticamente un nombre.
La única función semántica de las expresiones que aparecen flanqueadas de
comillas en una oración (esto es, mencionadas), sea cual sea la función que tie
nen habitualmente (cuando están usadas), es, por así decirlo, la de exhibirse a
sí mismas. La teoría más simple de las citas que se nos ocurre formularía la
regla semántica para las citas de este modo: dada una expresión-tipo cual
quiera, la expresión-tipo que la contiene flanqueada por un par de comillas es
una nueva expresión que nombra a la primera. Denominemos la teoría natu
ral a esta caracterización del significado de las citas.
La teoría natural, sin embargo, no parece ser correcta, por la siguiente
razón: como vimos en la sección primera, un mismo ejemplar puede ejempli
ficar muchos tipos distintos. Pues bien, entrecomillando un ejemplar de una
expresión, podemos referirnos a cualquiera de los tipos que ese ejemplar ejem
plifica. «'Excalibur'», en «'Excalibur' nombra una espada famosa», por un
lado, y en «'EXCALIBUR' sólo contiene letras mayúsculas», por otro, no
designa la misma expresión-tipo. Ésta es, pues, una razón empírica para recha
zar la teoría natural. Pues esa teoría presupone que las citas son unívocas, refi
riendo siempre al tipo más abstracto ejemplificado por la expresión entreco
millada. Una teoría más ajustada a los hechos (a la que denominaremos teoría
davidsoniana) formularía la regla así: dada una expresión cualquiera, el resul
tado de incluir entre comillas un ejemplar suyo es una nueva expresión que se
usa para mencionar alguno de los tipos ejemplificados por el ejemplar; el con
texto debe determinar cuál. El problema ahora es que la regla no especifica,
por sí sola, qué designa una cita. Son factores contextuales (el contexto lin
güístico en el ejemplo anterior, el contexto extralingüístico en otros casos) los
que acaban de determinar a cuál de los varios tipos ejemplificados por la expre
sión citada queremos referirnos. Pero el defecto no está en la teoría; tales pare
cen ser los hechos semánticos sobre el uso de las comillas.5
La teoría davidsoniana no toma en consideración para nada la función
semántica usual de la expresión flanqueada por las comillas; la expresión pue
de no tener ninguna. La regla sólo menciona la expresión misma. Ésta es una
nueva virtud de la teoría, pues cuando decimos "'urububú' no es una palabra
castellana" la expresión mencionada no tiene ninguna función semántica. En
una expresión entrecomillada, las comillas están para decimos que la función
semántica de la expresión flanqueada por ellas en el todo no es la usual (qui
zás la expresión en cuestión ni siquiera tiene una función semántica usual
mente). La cita toda (la expresión entrecomillada y las comillas) tiene la fun-
5. La explicación aquí ofrecida del funcionamiento de las comillas está tomada de Donald Davidson, "Quo
tltion".
LOS OBJETIVOS EXPLICATIVOS DE LAS TEORÍAS LINGÜÍSTICAS 19
do swahili; esto es, ya conozco la semántica del swahili, y por tanto ya conoz
co aquello que la teoría pretende proporcionarme.
Una definición circular es una definición que, por estar formulada explí
cita o implícitamente en términos de aquello que se intenta definir, no podría
servir a nadie que no entendiera ya la expresión definida para aprender su sig
nificado. Dado que las teorías semánticas constan esencialmente de explica
ciones del significado de términos, pueden verse como un conjunto de defini
ciones. Así, la teoría davidsoniana de las citas define las comillas. La dificul
tad que se apunta en esta objeción es entonces la de que las teorías semánticas
son necesariamente circulares. Son, por tanto, explicativamente tan inadecua
das como las definiciones circulares. El siguiente texto contiene un razona
miento de este tipo:
Este argumento es especioso. Pero, antes de mostrar que lo es, haré dos
observaciones, cuyo objeto es hacer patente que todo argumento como éste tie
ne que ser falaz. Mostraré, primero, que la conclusión es increíble. Y, en segun
do lugar, que la presunta excepción que el texto hace respecto de los signos
definidos por ostensión no existe: si la conclusión del argumento fuese válida,
tampoco las definiciones ostensivas serían informativas. Sólo después explica
ré por qué el argumento no es válido, y cómo tanto las definiciones ostensivas
como las lingüísticas pueden ser informativas.
La primera observación es que la conclusión del argumento es una para
doja. Una paradoja es o bien un argumento aparentemente plausible del que
se sigue una consecuencia que contradice una proposición que también nos pa
rece plausible, o bien un par de argumentos plausibles con conclusiones con
tradictorias. Los argumentos de Zenón para tratar de establecer la inexistencia
del movimiento son paradojas. Que el argumento que estamos considerando
aquí constituye una paradoja lo podemos ver de varios modos. Uno es con
trastar la conclusión con un hecho obvio, a saber, que una discusión exhausti
va como la que a propósito de las citas se lleva a cabo en el próximo capítulo
nos proporciona información: la teoría davidsoniana, que se propondrá como
la empíricamente más adecuada, constituye una explicación satisfactoria, e in
formativa, de la semántica de las citas. Antes de conocer una discusión así,
difícilmente hubiésemos sido capaces de proponer una teoría similar sobre
7. En Pieter A. M. Seuren, Operawrs ami Nuc/eus, Cambridge: Cambridge University Press, 1969. Citado
por Gareth Evans y John McDowcll en su "lntroduction'' a Truth and Meaning. Essay.r on Senramics, del que son edi•
tores.
LOS OBJETIVOS EXPLICATIVOS DE LAS TEORÍAS LINGÜÍSTICAS 23
objeto y el objeto (en el caso del río); la que hay entre una propiedad ejem
plificada en un objeto y la propiedad (en el caso del color), y la que hay entre
un aspecto temporal de un objeto y el objeto (en el caso de la persona).9
En las definiciones ostensivas, así pues, no se correlacionan los expla
nanda directamente con sus significados, sino que la correlación se establece
utilizando para ello otros signos, en este caso signos ostensivos. La única dife
rencia entre el explanans de una definición ostensiva (como "este río", dicho
en la presencia del oportuno pedazo de río) y el de una no ostensiva (como "el
Guadiana es un río español que nace en los Ojos del Guadiana y desemboca
en el Atlántico a la altura de Ayamonte") estriba en que la relación entre sig
no y significado es totalmente convencional en el segundo caso, pero parcial
mente natural en el primero.
Una consecuencia de esta diferencia es que los seres humanos estamos
cognoscitivamente bien dotados para entender sin más ni más las definiciones
ostensivas; mientras que entender las no ostensivas requiere entrenamiento lin
güístico. Es esta diferencia la que confunde a los que razonan como el autor
del argumento anteriormente citado. Pero es fácil ver que esta diferencia no es
relevante para la cuestión de si las definiciones ostensivas son inmunes al argu
mento de la circularidad. Porque es evidente que, por las mismas razones que
requerimos una explicación de cómo funcionan semánticamente los signos
convencionales (tanto el explanandum corno los que aparecen en el explanans
de las explicaciones no ostensivas), podríamos requerir también una explica
ción del funcionamiento semántico de los signos ostensivos.
Veámoslo. Lo que sabemos de los signos convencionales es cómo usarlos
en situaciones concretas; pero no sabemos dar cuenta de eso que sabemos. Si
quisiéramos explicarle a un extraterrestre inteligente qué convenciones rigen el
funcionamiento semántico de las palabras, o si quisiéramos construir un robot
que fuese capaz de entenderlas, no sabríamos por dónde empezar. La exhaus
tiva discusión de las citas en el próximo capítulo probará suficientemente esta
afirmación. Las citas son uno de los mecanismos aparentemente más simples
del lenguaje; y veremos cómo autores inteligentes e informados han propues
to explicaciones de su funcionamiento que resultan ser claramente inade
cuadas. Es más, no tenemos ninguna certidumbre de que la teoría davidsonia
na que nosotros hemos adoptado no se revele finalmente inadecuada, por ra
zones que ahora somos incapaces de entrever. Exactamente lo mismo ocurre
con los signos ostensivos. Si al extraterrestre, por su peculiar naturaleza cog
noscitiva, las relaciones en que nos apoyamos no le resultan naturales -si, por
ejemplo, se muestra incapaz de pasar del fragmento espacial del río al río com
pleto, meramente a partir de nuestro apuntar al primero-, si hubiésemos de
decirle expresamente qué ha de hacer para obtener el significado a partir del
9. De acuerdo con la teoría davidsoniana. de las citas que propusimos antes, y defenderemos en el próximo
capítulo, las citas son también signos ostensivos, en los que la relación implicada es de Ja misma naturaleza que la
existente entre el sonido·ejemplar pronunciado como ejemplo y el significado en el signo ostensivo ·este sonido: uru•
bubú' del ejemplo anterior.
LOS OBJETIVOS EXPLICATIVOS DE LAS TEORÍAS LINGÜÍSTICAS 27
alguien haga eso, pues alguien puede tener el conocimiento explícito sin tener
la capacidad constituida por el conocimiento tácito así explicitado. No es que
el conocimiento explícito de las reglas del tango no permita hacer nada; po
seer conocimiento explícito es poseer una caracterización teórica de algo, y una
caracterización teórica permite hacer cosas: por ejemplo, ofrecer descripciones
y explicaciones a otros, hacer aseveraciones sobre aquello, etc. Lo que ocurre
más bien es que el conocimiento explícito de algo, por sí mismo, no permite
hacer aquello para lo que capacita el conocimiento tácito explicitado en ese
conocimiento; permite hacer otras cosas. Alguien que tenga conocimiento
explícito de los mecanismos cognoscitivos que permiten bailar el tango puede,
naturalmente, ser un excelente bailarín de tango; pero para ello debe poseer
además conocimiento tácito del tango.
Esta misma distinción, exactamente en estos mismos términos, se aplica
en el caso del lenguaje; pero (a causa de una confusión en todo análoga a la
confusión entre uso y mención), la similitud en este caso existente entre el
conocimiento explícito y el conocimiento tácito por él explicitado explica que
la pasemos por alto. Nosotros tenemos, como hablantes competentes de nues
tras lenguas, conocimiento explícito de los significados de las emisiones lin
güísticas en contextos concretos de uso; y ese conocimiento debe estar basa
do, por las razones que hemos examinado en este capítulo -fundamental
mente, por la sistematicidad y la productividad de ese conocimiento- en un
conocimiento tácito de su sintaxis y de su semántica. Es ese conocimiento táci
to el que necesitamos también para entender una teoría de la sintaxis o de la
semántica de nuestras lenguas formulada en esas mismas lenguas, y para enun
ciarlas en ellas. Por otra parte, tales teorías intentan darnos conocimiento explí
cito de las mismas. La discusión de las citas pondrá de manifiesto que, pre
viamente a la teorización semántica, carecemos de conocimiento explícito del
conocimiento tácito de las reglas sintácticas y semánticas de nuestro lenguaje
del que hacemos uso en cada acto de comprensión.
Naturalmente, las nociones de conocimiento tácito y conocimiento explí
cito suscitan todo tipo de preguntas y perplejidades, muy especialmente a pro
pósito del lenguaje. Sobre ello volveremos en diferentes ocasiones a lo largo
de esta obra. Pero no cabe duda alguna sobre la existencia de los fenómenos
en cuestión y sobre su carácter distintivo; y eso es lo único que necesitamos
para disolver la paradoja de la circularidad. Nosotros tenemos conocimiento
tácito del funcionamiento de las citas. La teoría que propusimos antes, y defen
deremos en el próximo capítulo, de ser correcta, hace explícita la naturaleza de
aquello que conocemos. Una buena teoría de las citas nos proporciona conoci
miento explícito de ese conocimiento tácito, conocimiento que sólo la reflexión
teórica (y no meramente nuestra capacidad para usar las citas) es capaz de pro
porcionarnos. Además, el conocimiento explícito no servirá para hacer aquello
que permite hacer el conocimiento tácito por él explicitado. El conocimiento
explícito del mecanismo de las citas nos permite ofrecer caracterizaciones
razonables de qué hay que hacer para citar; pero, por sí mismo, no nos capa
cita para citar, ni para entender las citas del modo en que las entendemos habi-
.....