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AMOR Intención y entrega altruista, leal y benevolente hacia otra persona.

El

concepto del amor está profundamente arraigado en la Biblia. El término hebreo

jesed se refiere al amor correspondiente a un pacto. Jehová es el Dios que

recuerda y cumple Sus pactos a pesar de la traición de los seres humanos. Su

fidelidad para cumplir Sus promesas demuestra Su amor hacia Israel y toda la

humanidad.

Otra palabra, ahavah, se puede emplear al hablar del amor humano hacia uno

mismo, hacia una persona del sexo opuesto o a otra persona en general. Se lo

utiliza en Jer. 31:3 con respecto al amor de Dios hacia Jeremías: “ Con amor

[ahavah] eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia [jesed]”.

En la época del NT, el mundo de habla griega utilizaba tres palabras para

amor. La primera es eros, que se refiere al amor erótico o sexual. Este vocablo

no se emplea ni en el NT ni en la LXX. Se usaba comúnmente en la literatura

griega de aquella época.

La palabra phileo (y sus derivados) se refieren a un afecto tierno, como el que

se tiene hacia un amigo o familiar. Es común en el NT y en la literatura

extrabíblica. Se utiliza para expresar el amor de Dios el Padre hacia Jesús (Juan

5:20), el amor de Dios hacia un creyente en particular (Juan 16:27) y hacia un

discípulo (Juan 20:2). La palabra phileo nunca se usa para hablar del amor de

una persona hacia Dios. De hecho, el contexto de Juan 21:15-17 parece sugerir

que Jesús deseaba recibir de Pedro un amor más profundo.

La palabra agapao (y su derivada ágape) en raras ocasiones se emplea en el

griego extrabíblico. Lo usaban los creyentes para indicar un amor incondicional

especial hacia Dios, y se lo utilizaba de manera indistinta con phileo para

designar el amor de Dios el Padre hacia Jesús (Juan 3:35), del Padre hacia un

creyente en particular (Juan 14:21) y el amor de Cristo hacia un discípulo (Juan

13:23).

El amor bíblico tiene como objeto a Dios, el verdadero motivador y fuente de

ese amor. El amor es un fruto del Espíritu Santo (Gál. 5:22) y no va dirigido
hacia el mundo o las cosas del mundo (los deseos de los ojos, los deseos de la

carne o la vanagloria de la vida, 1 Jn. 2:15,16). El ejemplo máximo del amor de

Dios es el Señor Jesucristo, quien dijo: “ Un mandamiento nuevo os doy: Que

os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a

otros” (Juan 13:34; comp. 15:12).

La declaración definitiva de Pablo sobre el amor aparece en 1 Cor. 13. La

capacidad retórica, la predicación, el conocimiento, la fe que mueve montañas, la

caridad hacia los pobres o incluso el martirio no son nada sin ágape.

En 1 Cor. 13:4-8a se enumeran varias características de este amor. Primero, es

sufrido [makrothumia] (v.4). Es un fruto del Espíritu (Gál. 5:22). Se refiere a

una cualidad que no busca revancha sino que padece los daños a fin de actuar en

forma redentora.

Segundo, el amor es benigno (traducido virtuoso, útil, adaptable, afable,

agradable, benevolente, que manifiesta gracia; lo opuesto a áspero, duro, cortante

o amargo).

Tercero, el amor no es envidioso (codicioso), no desea celosamente lo que no

posee.

Cuarto, el amor no es jactancioso; no se envanece (1 Cor. 8:1). Pablo dice en

Fil. 2:3: “ […] antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como

superiores a él mismo”.

Quinto, el amor no se comporta de manera indebida. Los creyentes incluso

tienen que evitar toda especie de mal (1 Tes. 5:22).

Sexto, el amor no busca lo suyo. En una ocasión, Pablo envió a Timoteo

diciendo de él: “ A ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se

interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de

Cristo” (Fil. 2:20-21).

Séptimo, el amor no se irrita fácilmente (no se exaspera ni se enoja con

facilidad). Cuando golpearon a Jesús, Él no tomó represalias sino que dijo: “ Si

he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeáis?”
(Juan 18:23).

Octavo, el amor piensa lo mejor sobre los demás; “ no guarda rencor”

(RVR1960), “ no toma en cuenta el mal recibido” (LBLA). En otras palabras, el

amor pasa por alto el insulto o el daño (Prov. 17:9; 19:11; comp. Ef. 5:11).

Además, el amor no se goza de la injusticia (acciones malas, falta de rectitud)

sino de la verdad (1 Cor. 13:6). Pablo llega a la conclusión de que el amor

sobrelleva todo, cree todo, tiene esperanza de todo y soporta todo. El amor

nunca falla. Salomón dijo: “ Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo

ahogarán los ríos” (Cant. 8:7).

En Col. 3:12-16, Pablo utiliza la frase “ el vínculo perfecto”. Él amonesta a

los colosenses a vestirse de corazones de misericordia, benignidad, humildad,

mansedumbre, paciencia y perdón. Por encima de todo, vestirse de amor, que es

el vínculo de la madurez. La imagen es la de varas que se sujetan unidas y dan

como resultado mayor fuerza.

Para Juan, el amor es prueba del auténtico discipulado. Los judíos centraban

la fe en la confesión de la Shemá: “ Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno

es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con

todas tus fuerzas” (Deut. 6:4,5), y “ Amarás a tu prójimo como a ti mismo”

(Lev. 19:18b; comp. Mat. 19:19; 23:39; Rom. 13:9; Sant. 2:8). Según Juan,

“ este mandamiento antiguo es el que habéis oído desde el principio” (1 Jn.

2:7). Por otra parte, el apóstol les estaba escribiendo un nuevo mandamiento (1

Jn. 2:8,9). Para Juan, el amor no es solo un requisito para la comunión sino

además una prueba de la salvación. “ En esto se manifiestan los hijos de Dios, y

los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su

hermano, no es de Dios” (1 Jn. 3:10).

Si tenemos una relación genuina con Dios, se debe manifestar mediante el

andar en la verdad. “ Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en

que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en

muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que


ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. En esto hemos conocido el

amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner

nuestras vidas por nuestros hermanos […] no amemos de palabra ni de lengua,

sino de hecho y en verdad” (1 Jn. 3:14-19).

En el aspecto negativo, Juan amonesta a los creyentes diciendo: “ No améis al

mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor

del Padre no está en él” (1 Jn. 2:15).

Jesús enseñó que los creyentes incluso tienen que amar a sus enemigos (Mat.

5:44; Luc. 6:27,35). Aunque a los cristianos se les permite, e incluso se les

ordena, odiar lo malo (Sal. 97:10; Prov. 8:13), no tenemos que odiar al

pecador. No es escritural insistir en que el creyente debe aceptar el pecado a fin

de aceptar a una persona. Más bien, debemos censurar al pecador.

David Lanier

AMOR FRATERNAL Concepto que aparece a lo largo de toda la Biblia, pero

la palabra específica solo se encuentra en el NT. El término que generalmente se

traduce “ amor fraternal” en el NT es el griego philadelphia y se utiliza

solamente cinco veces (Rom. 12:10; 1 Tes. 4:9; Heb. 13:1; 1 Ped. 1:22; 2 Ped.

1:7). Una palabra similar, philadelphos, aparece en 1 Ped. 3:8 y significa “ amar

al hermano”. No obstante, la idea del amor fraternal es mucho más amplia de lo

que implican estas pocas apariciones.

Antiguo Testamento Dos palabras hebreas del AT, ahab y chesed, cubren todo

el rango de ideas asociadas con el “ amor”, aunque chesed se relaciona a menudo

con el amor del pacto. A los israelitas se les pedía que amaran a los demás en

función de varias relaciones interpersonales: de amigo a amigo (Sal. 38:11;

Prov. 10:12); de esclavo a amo (Ex. 21:5; Deut. 15:16); al prójimo (Lev.

19:18); al pobre y menesteroso (Prov. 14:21,31), y especialmente importante es

el mandato de amar al extranjero (Lev. 19:34; Deut. 10:19). La relación de amor

entre las personas a menudo se halla en el contexto de un pacto, como en el caso

de David y Jonatán (1 Sam. 18:1-3).


Nuevo Testamento El amor fraternal en la literatura cristiana antigua significa

tratar a los demás como si formaran parte de la familia de uno. Esta clase de

amor quiere decir que a uno “ le gusta” la otra persona y que desea lo mejor para

ese individuo. La palabra básica utilizada para el tipo de amor fraternal, phileo, a

veces significa “ besar”, lo que significaba demostrar una amistad íntima (Mar.

14:44). Esta clase de amor nunca se usa para referirse al amor de Dios ni para el

amor erótico.

Jesús les enseñaba constantemente a Sus seguidores el principio del “ amor

fraternal”. Él declaró que el segundo gran mandamiento es: “ Amarás a tu

prójimo como a ti mismo” (Mar. 12:31). Y en la parábola del buen samaritano

explicó quién es ese prójimo (Luc. 10:25-37). También instaba a perdonar al

hermano (Mat. 18:23-35) y ofreció la Regla de Oro como guía para relacionarse

con un hermano (Mat. 7:12; Luc. 6:31).

Pablo habló del “ amor fraternal” en el contexto de la comunidad de los

creyentes, o sea, la iglesia. En dos ocasiones utilizó el término philadelphia:

primero en 1 Tes. 4:9 y luego en Rom. 12:10. En ambos casos instaba a los

creyentes a vivir en paz los unos con los otros dentro de la iglesia. En Gál. 5:14

subrayó la idea del amor hacia los hermanos: “ Porque toda la ley en esta palabra

se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. También en Rom. 13:8-10

declaró: “ No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros”. En 1 Cor. 8:13,

en relación a provocar que un hermano más débil tropiece, escribió: “ Si la

comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás, para no

poner tropiezo a mi hermano”.

El amor fraternal es un tema dominante en los escritos de Juan. Jesús dio un

nuevo mandamiento, “ que os améis unos a otros” (Juan 13:34), idea repetida en

Juan 17:26: “ Para que el amor con que me has amado, esté en ellos”. Una serie

de declaraciones enfáticas sobre el amor fraternal en 1 y 2 Juan tienen por objeto

demostrar que esto es ciertamente el mandamiento esencial de Jesús (1 Jn. 2:9;

3:10,18,23; 4:8,20; 2 Jn. 6).


En las Epístolas, la palabra específica philadelphia (amor fraternal) aparece en

Hebreos y en 1 y 2 Pedro. Hebreos 13:1,2 lo conecta con la hospitalidad a los

desconocidos, 1 Ped. 1:22 con la pureza y 2 Ped. 1:7 lo coloca en la lista de las

virtudes que deben poseer los creyentes. Ver Amor; Ética; Hospitalidad.

W. Thomas Sawyer

ÁGAPE Comida en comunión que la comunidad cristiana celebraba con gozo

junto con la Cena del Señor. Como manifestación concreta de obediencia al

mandato del Señor de amarse unos a otros, esta comida servía como expresión

práctica de la koinonía o comunión que caracterizaba la vida de la iglesia. En

tanto que la única referencia explícita al ágape en el NT se encuentra en Jud. 12,

en otros textos del NT se pueden observar alusiones a esta práctica. Por lo

tanto, si bien es probable que la mención del “ partimiento del pan” en Hech.

2:42 se refiera a una conmemoración especial de la última cena del Señor con

Sus discípulos, la alusión de Hech. 2:46 al partimiento del pan “ con alegría y

sencillez de corazón” implica que había una comida social relacionada con esa

celebración. La discusión de Pablo sobre la Cena del Señor en 1 Cor. 11:17-34

también sugiere una combinación del acto ceremonial con una comida

comunitaria. Dicha práctica se sugiere también en Hech. 20:7-12. Para el siglo

II, la palabra agapai se había convertido en un término técnico para dicha

comida comunitaria, lo cual demuestra que poco después del período del NT fue

separada de la celebración ceremonial de la Cena del Señor.

Es probable que el origen de la fiesta de amor sea las comidas de comunión

religiosas, una práctica común entre los judíos del primer siglo. En tanto que la

comida de la Pascua es la más conocida, dichas comidas también se celebraban

para inaugurar el día de reposo y los días de fiesta. En estas ocasiones, una

familia o un grupo que se había asociado con el propósito de expresar una

devoción especial (conocidos como chaburoth, de la palabra hebrea


correspondiente a “ amigos”) se reunía semanalmente antes de la puesta del sol

para comer en una casa u otro lugar apropiado. Después de servir un aperitivo, el

grupo se trasladaba a la mesa para la comida en sí. El anfitrión pronunciaba una

bendición (un agradecimiento a Dios), partía el pan y lo distribuía entre los

comensales. El momento de la comida se caracterizaba por conversación

religiosa festiva y gozosa. A la noche se encendían las lámparas y se recitaba una

bendición donde se reconocía a Dios como creador de la luz. Cuando terminaba

la comida, se lavaban las manos y se pronunciaba una bendición sobre “ la copa

de bendición” (1 Cor. 10:16) para alabar a Dios por Su provisión y se le pedía

que se cumplieran Sus propósitos en la venida de Su reino. La comida concluía

cantando un salmo. No era extraño que pequeños grupos de amigos se reunieran

todas las semanas con estos propósitos.

Probablemente Jesús y Sus discípulos hayan formado un grupo de comunión

de esta clase. Las comidas comunales de la iglesia primitiva parecieran

continuación de la mesa de comunión que caracterizó la vida de Jesús y Sus

discípulos. Dicha comunión gozosa servía como manifestación concreta de la

gracia del reino de Dios que proclamó Jesús. Su última comida con Sus

discípulos tal vez represente un ejemplo específico de dicha comunión, lo cual

induce a que algunos relacionen directamente los orígenes del ágape con aquel

acontecimiento. Ver Adoración; Ordenanzas.

Hulitt Gloer

AMOR 1. Antiguo Testamento

( gracia, amistad, gratuidad, shemá, confesión). Aparece de diversas formas en la Biblia israelita,

especialmente en los profetas del amor (como Oseas) y en el Cantar* de los Cantares, que ha

desarrollado la antropología erótica más importante de la historia de Occidente. Del amor de Dios,

entendido como misericordia* universal, que se expresa y expande en el amor entre los hombres,

hablan de manera intensa algunos libros del Antiguo Testamento y de un modo muy intenso el libro
de
la Sabiduría*. Pero sólo el Nuevo Testamento ha desarrollado de un modo consecuente esa
experiencia

y exigencia creadora del amor (ágape), dirigido de un modo preferente, aunque no exclusivo, a los

enemigos, como muestra el mensaje de Jesús y la teología de Pablo (Rom 12–14 y 1 Cor 13), que

estudiaremos de un modo especial.

(1) Los términos griegos del amor. Las mejores distinciones antiguas sobre el amor se han hecho

en griego y por eso evocaremos las palabras que emplean la Biblia griega y el Nuevo Testamento:

eros, ágape y philia: (a) Eros. Éste es el término básico para el pensamiento griego, que entiende al

amor como deseo y tendencia del hombre hacia aquello que le falta y puede completarle. El Nuevo

Testamento utiliza esa palabra en el sentido de «agradar». Así dice que el baile de la hija de Herodías

agradó a Herodes (Mc 6,22; Mt 14,6). También dice que Cristo no buscó su propio agrado (ouk
heautô

êresen), sino que aceptó los sufrimientos que le impusieron los otros (Rom 15,3). (b) Ágape. La

terminología vinculada al ágape constituye la mayor novedad del Nuevo Testamento en este campo.

Ágape significa básicamente el amor desinteresado y creador, el amor del que no se busca a sí
mismo,

sino que ofrece su vida a los demás. Ciertamente, el ágape puede tener un sentido más neutro, de
amor

en general (como en Lc 7,5), pero en la mayoría de los casos se utiliza para expresar el sentimiento
y

gesto intensamente cristiano del amor de gratuidad, aplicado a los diversos campos de la vida. Así
se

habla del ágape en el amor a Dios (Mc 12,30) y en el amor al enemigo (Mt 5,44; Lc 6,27). Éste es el

amor al que Pablo ha dedicado su canto (1 Cor 13), el amor que Dios nos ha mostrado, enviándonos
a

su propio Hijo como salvador (Jn 3,16), el amor que el mismo Jesús mostró al hombre que quería

alcanzar la vida eterna (Jesús, mirándole, le amó: êgapêsen auton, Mc 10,21). Sólo este amor
gratuito

y creador libera a los pobres y hace posible el seguimiento mesiánico. Jesús no impone una ley, no

acude al mandamiento. Más allá de la ley, desde la total libertad del amor, invita al hombre que
quiere

alcanzar la vida eterna, diciéndole que le siga. A pesar de eso, el hombre no acoge la mirada de amor
de Jesús, no se deja transformar por él, no le responde con amor. Calcula sus bienes y se marcha,

porque es rico. No se ha dejado transformar por el amor mesiánico. (c) Philia, amistad. Ciertamente,

el amor mutuo es ágape, como dice Jesús cuando pide a los suyos «que os améis los unos a los otros,

así como yo os he amado, pues nadie tiene un amor más grande que aquel que da la vida por sus

amigos» (Jn 15,12-13). Les dice que se amen (con ágape) y habla del ágape como amor mutuo. Pero

después al referirse a sus amigos les llama philoi, añadiendo que los discípulos serán «amigos suyos»

(philoi mou) si escuchan y cumplen su palabra, viviendo en amor (Jn 15,14). Desde esa base añade
la

palabra clave del amor cristiano: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su

amo; yo os llamo amigos, porque os he dicho (= os he dado) todo lo que yo he recibido (= he

escuchado) del Padre» (Jn 15,15). Los hombres no son siervos (douloi), sino libres porque son
amados

y pueden amarse en amistad (philia), siendo amigos los unos de los otros. En este contexto puede

hablarse del amor entre el Padre y el Hijo (Jn 5,20; 16,27) y del amor que los hombres deben tener
a

Jesús (1 Cor 16,22). Llegando al final, el ágape (que es amor de donación y gratuidad) se identifica

con la philia, que es el amor de amistad. En ese contexto se entiende el bellísimo juego de palabras
del

final del evangelio de Juan, donde Jesús le pregunta a Pedro por dos veces si le ama con amor de

ágape (agapás me?agapás me? 16), pero la tercera vez le pregunta si le ama con amor de philia

(philéis me?: Jn 21,17), ofreciéndole el encargo de apacentar las ovejas de Jesús.

(2) Dios, un amor: Amarás a Yahvé tu Dios ... Una religión como la del Antiguo Testamento consta

de muchos elementos sacrificiales y sociales, legales y festivos. En el centro de la fe israelita está la

confesión* del shemá, que ha seguido marcando hasta hoy la religión de los judíos y de los
cristianos.

Éstas son las palabras centrales de la Biblia israelita: «Escucha, Israel: Yahvé, nuestro Dios, es Yahvé

(Dios) Único. Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.

Estas palabras que yo te mando estarán en tu corazón. Las repetirás a tus hijos y las dirás sentado
en

casa o haciendo camino, cuando te acuestes y cuando te levantes...» (Dt 6,4-7). Israel ha sido un

pueblo de leyes que han ido fijando su identidad, desde el dodecálogo* de Siquem (en torno al siglo
IX a.C.) hasta la Misná* (siglos II-III d.C.). Pues bien, en el fondo de todas ellas emerge esta ley del

shemá, como la más importante. Más que ley coactiva, ésta es una experiencia gozosa de llamada

(¡escucha!) y de invitación al amor (¡amarás!). El Dios que aparece en este mandamiento originario
no

necesita nombres o adjetivos especiales (padre o madre, hijo o esposo...), sino que se presenta

simplemente como Yahvé, manifestándose como Amor total que llama (escoge) de un modo
gratuito y

de esa forma suscita y fundamenta la vida de los hombres. Ciertamente, ese Dios sigue siendo el

misterioso Señor de la experiencia de la zarza ardiente (El que Es: Ex 3,14), pero aquí aparece más

bien como el que ama y pide amor. Este Yahvé Amor, a quien Israel ha descubierto y reconocido
sobre

todas las cosas, es Unidad suprema, fuente de vida que se expresa y expande en el corazón (afecto),
en

la mente (pensamiento) y en la acción (vida entera) de sus fieles, por encima de todas las restantes

distinciones nacionales o sociales. Éste es el Dios de la experiencia liberadora, que se expresa a


través

de los restantes mandamientos: «Yo soy Yahvé, que te saqué de Egipto» (cf. Ex 20,2; Dt 5,6), pero
en

el fondo de todos ellos se expresa y despliega como amor. Así lo ha sabido y ratificado Jesús, judío

entre judíos (cf. Mc 12,28-34). Éste es el Dios a quien la tradición israelita ha visto como «Dios

compasivo y clemente, lento a la ira y rico en misericordia y lealtad, misericordioso hasta la milésima

generación, que perdona culpa, delito y pecado...» (Ex 34,6-7). Éste es el Dios del amor para los

israelitas, Dios que ellos han querido testimoniar ante todos los pueblos.

(3) Dios y el prójimo: dos amores (confesión de fe*). Cuando le preguntan por el mandamiento

más importante de la Ley, Jesús, con buena parte de la tradición judía, cita el shemá*, pero añade
el

mandato de Lv 19,18: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mc 12,28-34). La novedad de Jesús

está en su insistencia en el término común amarás (en griego agapêseis, en hebreo ‘ahabta) de Dt
6,5

y Lv 19,18, uniendo los dos mandamientos (amores) y diciendo que no hay otro mayor que ellos.
Los

dos forman un solo mandamiento: son aquello que el escriba llamaba el primero de todos (prôte
pantôn de Mc 12,28). Quizá pudiéramos decir que en el principio está la dualidad: la relación con
Dios

se vuelve relación con el prójimo, es decir, de persona con persona. Se vinculan de modo profundo
mi

yo y el yo del otro, de modo que no pueden separarse. Éste es el lugar de la genealogía radical de la

existencia humana: Dios mismo suscita el yo del hombre, como ser capaz de amarle; pero, al lado
de

Dios y con Dios, emerge el otro (el prójimo), de manera que la dimensión vertical del amor recibido

(¡escucha!) se vuelve relación horizontal del amor compartido. En el lugar donde estaba el amor

previo de Dios, y para confirmarlo, viene ahora a expresarse el amor al otro, es decir, al hombre

concreto, hombre o mujer, que está a nuestro lado. En el Levítico, ese prójimo es el hermano o

miembro del propio pueblo israelita; pero, en un sentido más extenso, es también el pobre y

extranjero, es decir, el que rompe las fronteras resguardadas de la propia comunidad (cf. Lv 19,10 y
en

especial Dt 10,19), como verá el Jesús de Lucas cuando cuenta en ese contexto la parábola del buen

samaritano (Lc 10,30-37). Entre el amor a Dios y al prójimo hay una relación que todo el Nuevo

Testamento se esforzará por explicitar, desde el anuncio del Reino de Jesús y la experiencia eclesial

de la pascua.

(4) Dios Sabiduría, esposa amada. La tradición israelita (cf. Prov 8; Eclo 24) ha presentado a Dios

como Dama Sabiduría*, mujer amante que se sitúa en la puerta de su casa, tocando su música,

invitando con amor a los que pasan. El libro de la Sabiduría contiene la respuesta positiva de
Salomón,

rey sabio y signo de todos los verdaderos israelitas que escuchan su llamada y la desean,

emocionados: «A ella la quise y la busqué desde muchacho, intentando hacerla mi esposa,

convirtiéndome en enamorado de su hermosura. Al estar unida (symbiôsis) con Dios, ella muestra
su

nobleza, porque el dueño de todo la ama... Por eso decidí unirme con ella, seguro de que sería mi

compañera en los bienes, mi alivio en la pesadumbre y en la tristeza» (Sab 8,1–2,9). La vida entera
se

define, según esto, como proceso afectivo. Está en el fondo el simbolismo del Banquete de Platón,
con
el ascenso amoroso hacia las fuentes de toda realidad (el Bien Supremo). Pero hay una diferencia:
el

entusiasmo divino parece que lleva a los platónicos más allá del mundo; por el contrario, Salomón

enamorado se introduce dentro de este mundo. Pero no se debe exagerar la diferencia. El sabio de
la

República platónica, transformado por la sabiduría del amor, puede gobernar con justicia a los

humanos. El Rey israelita, enamorado desde joven de la sabiduría superior, descubre en ella su gozo

(disfruta) y gobierna con su ayuda. El varón/mujer perfecto no es aquel que se clausura en un


ejercicio

contemplativo, aislado de este mundo. El verdadero amante de la Sabiduría sale al mundo, escucha
el

misterio de la realidad y deja que ella le emocione, le dé fuerza, le transforme. Al llegar aquí reciben

su sentido los rasgos filosóficos con los que se describe a la Sabiduría en Sab 7,22-28: ella es efluvio

del poder divino, emanación de la gloria de Dios... Descubrimos así que ella es el mismo Dios en

cuanto amable; hay en nuestro corazón un gran vacío: estamos hechos para Dios, a él buscamos en

camino amoroso. Desde ahí se puede entender el tema del amor en el Nuevo Testamento.

Cf. W. E ICHRODT, Teología del Antiguo Testamento I-II, Cristiandad, Madrid 1975; D. PREUSS,

Teología del Antiguo Testamento III, Desclée de Brouwer, Bilbao 1999; C.

S PICQ, Agapé en el Nuevo Testamento, Cares, Madrid 1977; P. VAN IMSCHOOT, Teología del

Antiguo Testamento, Fax, Madrid 1969.

AMOR 2. Pablo: 1 Cor 13

( gracia, perdón, juicio, Pablo). El amor constituye el tema central del Nuevo Testamento, que

podemos interpretar como revelación del ser de Dios en Cristo: «Tanto amó Dios al mundo que le
ha

dado a su Hijo unigénito, para que no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,13-17). Tratar del

amor es tratar de todo el Nuevo Testamento, partiendo del Sermón de la Montaña (Mt 5–7; Lc 6,20-

45) hasta el Apocalipsis (Ap 21–22). Por eso hemos introducido el tema en diversas entradas: gracia,

perdón, juicio, etc. Aquí, de forma unitaria, trataremos de las falacias, cualidades y permanencia del

amor, tal como ha sido evocado por Pablo en 1 Cor 13, que ha partido, sin duda, de unos motivos

anteriores, que él ha encontrado y desarrollado dentro de su Iglesia.

(1) Falacias o riesgos del amor. El amor es lo más grande, lo más fuerte. Pero es también lo más
frágil, de forma que puede convertirse en principio de engaño. En esa línea, en la primera parte de
su

canto al amor (1 Cor 13), Pablo desarrolla los tres posibles engaños de un amor aparente, que toma
en

la Iglesia «formas de bondad» o de grandeza para engañar mejor a los hombres. (a) Si hablara las

lenguas de los hombres y de los ángeles (1 Cor 13,1). La primera ideología o falsedad del amor está

vinculada a una perfección mística, que se autodeclara importante, pero que es sólo palabra vacía,

propia de aquellos que dicen conocer y hablar las lenguas de los hombres (en plano de mundo) y de
los

ángeles (en plano de perfección espiritual), pero sin amar a los demás. Éstos son los que todo lo

hablan, dominando lenguajes, con apariencia de verdad más alta, para sentirse perfectos e
imponerse

sobre los demás, pobres hombres de la baja tierra. Estos hablantes de lenguas son hombres y
mujeres

«poderosos», en línea individual o social. Pablo no niega ni discute sus capacidades, pero diría que

ellas pueden alcanzarse con medios psicológicos o parapsicológicos (de penetración mental),

poniéndose al servicio de la destrucción humana (diabólica). En nuestro tiempo se podría decir que

esos hombres que todo lo hablan controlan las redes informáticas y los grandes canales de
propaganda,

como si fueran dueños de la palabra universal, y en algún sentido lo son: la voz de sus falsas
campanas

parece la única que tañe en el mundo. Pero en realidad están vacíos, son como metal que suena sin

contenido humano, o con el contenido de la violencia dominadora (del bronce de campana hecho

cañón para la guerra). (b) Y si yo tuviera profecía... (1 Cor 13,2). Posiblemente, esta segunda unidad

trataba, en principio, sólo de la profecía, pues de ella y de las lenguas en la Iglesia se ocupa todo el

capítulo siguiente de la carta (1 Cor 14), pero el texto actual distingue y vincula profecía, gnosis y fe

posesiva. (1) «Si yo tuviera profecía...». En sentido externo, la profecía es algo que se tiene, como

cualidad que se posee, sin que ella se identifique con la propia persona. Por eso, se puede afirmar
que

aquellos que tienen profecía y no aman están vacíos, son como una simple voz ambulante, pura

máscara sin interioridad. (2) «Y si yo viera todos los misterios y toda la gnosis...». La profecía,

especialmente en los apocalípticos (como en los libros de Daniel* o Henoc), está llena de visiones y
revelaciones, de tal forma que, en tiempos de Jesús, se tomaba a los profetas como videntes que

penetraban en los misterios (del fin de los tiempos) y en la gnosis (conocimiento del Dios escondido).

Pues bien, Pablo se considera vidente y gnóstico, pues ha visto a Jesús resucitado (cf. 1 Cor 15,3-7)
y

ha sido raptado al tercer cielo, donde ha contemplado y escuchado cosas indecibles (2 Cor 2,1-11).

Pero, al mismo tiempo, sabe que una visión sin amor es nada o menos que nada, es mentira. (3) «Si
yo

tuviera fe hasta para trasladar montañas...». Esta fe que «se tiene» y de la que uno puede estar

orgulloso (cf. también 1 Cor 12,9), entendida como capacidad de hacer cosas milagrosas (mover

montañas: cf. Mt 17,20 par), puede vaciarse de sí misma, convirtiéndose en máscara externa sin
amor,

como sabe el mismo Evangelio (cf. Mt 7,22); la verdadera fe como experiencia de gratuidad en el

amor es para Pablo una cosa distinta (cf. Rom 1,17; 5,1; Gal 2,16). (c) Y si yo repartiera todos mis

bienes... (1 Cor

13,3). De las lenguas (mística) y de la profecía (visiones, gnosis, milagros) pasamos al nivel de la

comunicación económico-personal. Muchos piensan que las cosas se arreglan con dinero y en parte

tienen razón, como la misma Biblia sabe cuando pide que demos a los pobres aquello que tenemos,

para que así puedan saciar sus necesidades (cf. Mc 10,17-22; Mt 25,31-46). Pero el simple «dar»

material no es suficiente, como matiza, por ejemplo, el relato de las tentaciones de Jesús (Mt 4; Lc
4).

En esa línea se sitúa este pasaje, cuando habla de un engaño de los que sólo dan dinero, pues se
buscan

a sí mismos al hacerlo, y de un engaño del martirio de aquellos que convierten su entrega en un


medio

de imposición sobre los otros. Éste es el lugar de la patología del amor, el lugar del engaño supremo

de los que parecen emplear medios mejores y más desprendidos (costosos) para imponerse sobre
los

otros.

(2) Cualidades del amor. En contra de las falacias (1 Cor 13,1-3), eleva luego Pablo (1 Cor 13,4-7)

un canto al amor (ágape), como experiencia de gratuidad y comunión de Dios que vincula a los

hombres de un modo interior (en la comunidad eclesial) y exterior (en apertura hacia los demás).
Pablo no habla aquí de una pura emoción sentimental, ni de un poder de unidad erótico-filosófica

(como Platón en su Banquete), ni de la vinculación legal de un grupo de personas (como en cierto

judaísmo), sino de la experiencia radical de Dios en la vida de los hombres que se aman simplemente

como humanos. Éstos son sus rasgos: (a) El amor tiene gran ánimo, el amor es bondadoso (1 Cor

13,4). En griego se dice makro-thymei, es decir, tiene un gran thymos o ánimo. Algunas traducciones

prefieren decir que es paciente, en el sentido de capaz de aguantar y mantenerse. Ambos matices,
el

más activo (animoso, longánime) y el más receptivo (paciente), son apropiados y expresan la

capacidad de aguante y la potencia creadora del amor, que permanecen firmes allí donde todas las

restantes cualidades fallan o se acaban. En ese sentido se añade que es bondadoso (khrêsteuetai),
con

el matiz de útil: aquello que siempre sirve y siempre vale. (b) No tiene envidia, no se jacta, no es

AMAR, AMOR
A. VERBOS
1. agapao (ajgapavw) y el correspondiente nombre agape (B, Nº 1 más abajo) constituyen
«la
palabra característica del cristianismo, y ya que el Espíritu de la revelación la ha usado para
expresar ideas previamente desconocidas, la investigación de las formas en que se utiliza,
tanto en
la literatura helénica como en la LXX, arroja más bien poca luz sobre su significado
distintivo en el
NT. Cf., sin embargo, Lv 19.18; Dt 6.5.
»Agape y agapao se usan en el NT: (a) para describir la actitud de Dios hacia su Hijo (Jn
17.26); hacia la raza humana, en general (Jn 3.16; Ro 5.8); y hacia aquellos que creen en el
Señor
Jesucristo, en particular (Jn 14.21); (b) para expresar su voluntad a sus hijos con respecto a
la
actitud que tienen que mostrarse mutuamente (Jn 13.34), y hacia todos los hombres (1 Ts
3.12; 1 Co
16.14; 2 P 1.7); (c) para expresar la naturaleza esencial de Dios (1 Jn 4.8).
»El amor solo puede conocerse a base de las acciones que provoca. El amor de Dios se ve
en la
dádiva de su Hijo (1 Jn 4.9, 10). Pero es evidente que no se trata de un amor basado en la
complacencia, ni afecto, esto es, no fue causado por ninguna excelencia en sus objetos (Ro
5.8). Se
trató de un ejercicio de la voluntad divina en una elección deliberada, hecha sin otra causa
que
aquella que proviene de la naturaleza del mismo Dios (cf. Dt 7.7, 8).
»El amor tuvo su perfecta expresión entre los hombres en el Señor Jesucristo (1 Co 5.14; Ef
2.4;
3.19; 5.2); el amor cristiano es el fruto de su Espíritu en el cristiano (Gl 5.22).
»El amor cristiano tiene a Dios como su principal objeto, y se expresa ante todo en una
implícita
obediencia a sus mandamientos (Jn 14.15, 21,23; 15.10; 1 Jn 2.5; 5.3; 2 Jn 6). La propia
voluntad,
esto es, complacer los propios deseos, es la negación del amor debido a Dios.
»El amor cristiano, sea que se ejercite hacia los hermanos, o hacia hombres en general, no
es un
impulso que provenga de los sentimientos, no siempre concuerda con la general inclinación
de los
sentimientos, ni se derrama solo sobre aquellos con los que se descubre una cierta afinidad.
El amor
busca el bien de todos (Ro 15.2), y no busca el mal de nadie (13.8-10); el amor busca la
oportunidad de hacer el bien a «todos, y mayormente a los de la familia de la fe» (Gl 6.10).
Véanse
además 1 Co 13 y Col 3.12-14. (De Notes on Thessalonians por Hogg y Vine, p. 105.)
Con respecto a agapao cuando se usa de Dios, expresa el profundo y constante amor e
interés
de un ser perfecto hacia objetos totalmente indignos de este amor, produciendo y
promoviendo en
ellos un amor reverente hacia el dador, y un amor práctico hacia aquellos que participan del
mismo,
y un deseo de ayudar a otros a que busquen al dador. Véase AMADO.
2. fileo (filevw) se debe distinguir de agapao en que fileo denota más bien un afecto
entrañable.
Las dos palabras se usan del amor del Padre hacia el Hijo (Jn 3.35, Nº 1; y 5.20, Nº 2);
hacia el
creyente (14.21, Nº 1; y 16.27, Nº 2); ambos, del amor de Cristo hacia un cierto discípulo
(13.23, Nº
1; y 20.2, Nº 2). Pero permanece la distinción entre los dos verbos, y nunca se usan
indiscriminadamente en el mismo pasaje; si cada uno de ellos se usa con referencia a los
mismos
objetos, como se acaba de mencionar, cada palabra retiene su carácter esencial y distintivo.
Fileo nunca se usa en ningún mandato a que los hombres amen a Dios; se lo usa, sin
embargo,
como advertencia en 1 Co 16.22; en lugar de ello se usa agapao (p.ej., Mt 22.37; Lc 10.27;
Ro 8.28;
1 Co 8.3; 1 P 1.8; 1 Jn 4.21). La distinción entre los dos verbos aparece de una manera
conspicua en
la narración de Jn 21.15-17. El mismo contexto indica que agapao sugiere en las dos
primeras
preguntas el amor que es capaz de valorar y estimar (cf. Ap 12.11). Este es un amor
desprendido,
dispuesto a servir. El uso de fileo en las respuestas de Pedro y en la última pregunta del
Señor
comporta el pensamiento de valorar al objeto por encima de cualquier otra cosa, de
manifestar un
afecto caracterizado por la constancia, motivado por la más alta veneración. Véase también
Trench,
SYNONYMS, xii.
Además, amar (fileo) la vida, a base de un deseo indebido de preservarla, con olvido del
verdadero propósito de vivir, se encuentra con la reprobación del Señor (Jn 12.25). Al
contrario,
amar la vida (agapao) tal como se usa en 1 P 3.10, significa considerar el verdadero motivo
de vivir.
Aquí, la palabra fileo sería totalmente inapropiada.
Notas: El verbo epipotheo, desear, se traduce «os amo» en la RV y RVR en Flp 1.8 («tengo
deseos», VHA; «ardiente afecto», VM). Véanse ANHELAR, DESEAR. (2) Filadelfos aparece en
1 P 3.8,
traducido como «amándoos fraternalmente». (3) Filandros aparece en Tit 2.4 «amar a sus
maridos»,
lit.: ser amantes de sus maridos. (4) Filoteknos, «amar a sus hijos», lit.: amantes de hijos,
aparece
solamente en Tit 2.4.
B. Nombres
1. agape (ajgavph), cuyo significado ya ha quedado señalado en relación con A, Nº 1, se
traduce
siempre como «amor» en la RVR, excepto en Jud 12, donde se halla en plural, y se vierte
como
«agapes». En cambio, en la RV se traduce en varios pasajes como «caridad» (p.ej., Ro
13.10; 1 Co
8.1, 13.1,14.1; Flm 5; Ap 2.19). En Jud 19, la RV traduce «convites». Véase agape, y Nota
(2) abajo.
Notas: (1) En las dos afirmaciones en 1 Jn 4.8 y 16, «Dios es amor», se usan ambas para
dar
mandamiento a que los creyentes ejerciten el amor. En tanto que el primer pasaje introduce
una
declaración del modo en que el amor de Dios se ha manifestado (vv. 9, 10), el segundo
introduce
una afirmación de la identificación de los creyentes con Dios en carácter, y el resultado
después en
el tribunal de Cristo (v. 17); identificación esta representada idealmente en la frase «como
Él es, así
somos nosotros en este mundo».
(2) Con respecto a su utilización en plural en Jud 12, y en algunos manuscritos en 2 P 2.13,
se
puede señalar lo siguiente. Estos «convites» (RV) o «ágapes» surgieron a partir de las
comidas en
común de las iglesias primitivas (cf. 1 Co 11.21). Pueden haber tenido su origen en las
comidas
privadas de las familias judías, con la adición de la observancia de la Cena del Señor.
Había, sin
embargo, comidas en común similares entre las fraternidades paganas. El mal que tuvo que
tratarse
en Corinto (1 Co 5) se vio agudizado por la presencia de personas inmorales, que
degradaban las
fiestas en banquetes desenfrenados, tal como se menciona en 2 P y en Jud. En tiempos
posteriores,
el ágape fue separado de la Cena del Señor.
2. filanthropia (filanqrwpiva) denota, lit.: amor por el hombre (fileo, amar, querer, y
anthropos,
hombre); de ahí, bondad (Hch 28.2); en Tit 3.4: «su amor para con los hombres». Cf. el
adverbio
filanthropos, humanamente, bondadosamente.
Nota: (1) Juper (uper), por, tocante a, se traduce «por amor de» en 2 Co 12.10,15. Véanse
(EN)
CUANTO, (POR) CAUSA, FAVOR, MAS. (2) Para filarguria, amor al dinero (1 Ti 6.10), véase
DINERO
(amor al). (3) Para filadelfia, véanse AFECTO, Nº 4, FRATERNAL.

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