Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
El
fidelidad para cumplir Sus promesas demuestra Su amor hacia Israel y toda la
humanidad.
Otra palabra, ahavah, se puede emplear al hablar del amor humano hacia uno
mismo, hacia una persona del sexo opuesto o a otra persona en general. Se lo
utiliza en Jer. 31:3 con respecto al amor de Dios hacia Jeremías: “ Con amor
En la época del NT, el mundo de habla griega utilizaba tres palabras para
amor. La primera es eros, que se refiere al amor erótico o sexual. Este vocablo
extrabíblica. Se utiliza para expresar el amor de Dios el Padre hacia Jesús (Juan
discípulo (Juan 20:2). La palabra phileo nunca se usa para hablar del amor de
una persona hacia Dios. De hecho, el contexto de Juan 21:15-17 parece sugerir
designar el amor de Dios el Padre hacia Jesús (Juan 3:35), del Padre hacia un
13:23).
ese amor. El amor es un fruto del Espíritu Santo (Gál. 5:22) y no va dirigido
hacia el mundo o las cosas del mundo (los deseos de los ojos, los deseos de la
caridad hacia los pobres o incluso el martirio no son nada sin ágape.
una cualidad que no busca revancha sino que padece los daños a fin de actuar en
forma redentora.
o amargo).
posee.
Fil. 2:3: “ […] antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como
superiores a él mismo”.
diciendo de él: “ A ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se
he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeáis?”
(Juan 18:23).
amor pasa por alto el insulto o el daño (Prov. 17:9; 19:11; comp. Ef. 5:11).
sobrelleva todo, cree todo, tiene esperanza de todo y soporta todo. El amor
nunca falla. Salomón dijo: “ Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo
Para Juan, el amor es prueba del auténtico discipulado. Los judíos centraban
(Lev. 19:18b; comp. Mat. 19:19; 23:39; Rom. 13:9; Sant. 2:8). Según Juan,
2:7). Por otra parte, el apóstol les estaba escribiendo un nuevo mandamiento (1
Jn. 2:8,9). Para Juan, el amor no es solo un requisito para la comunión sino
los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su
amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner
mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor
Jesús enseñó que los creyentes incluso tienen que amar a sus enemigos (Mat.
5:44; Luc. 6:27,35). Aunque a los cristianos se les permite, e incluso se les
ordena, odiar lo malo (Sal. 97:10; Prov. 8:13), no tenemos que odiar al
David Lanier
solamente cinco veces (Rom. 12:10; 1 Tes. 4:9; Heb. 13:1; 1 Ped. 1:22; 2 Ped.
1:7). Una palabra similar, philadelphos, aparece en 1 Ped. 3:8 y significa “ amar
Antiguo Testamento Dos palabras hebreas del AT, ahab y chesed, cubren todo
con el amor del pacto. A los israelitas se les pedía que amaran a los demás en
Prov. 10:12); de esclavo a amo (Ex. 21:5; Deut. 15:16); al prójimo (Lev.
tratar a los demás como si formaran parte de la familia de uno. Esta clase de
amor quiere decir que a uno “ le gusta” la otra persona y que desea lo mejor para
ese individuo. La palabra básica utilizada para el tipo de amor fraternal, phileo, a
veces significa “ besar”, lo que significaba demostrar una amistad íntima (Mar.
14:44). Esta clase de amor nunca se usa para referirse al amor de Dios ni para el
amor erótico.
hermano (Mat. 18:23-35) y ofreció la Regla de Oro como guía para relacionarse
primero en 1 Tes. 4:9 y luego en Rom. 12:10. En ambos casos instaba a los
creyentes a vivir en paz los unos con los otros dentro de la iglesia. En Gál. 5:14
subrayó la idea del amor hacia los hermanos: “ Porque toda la ley en esta palabra
declaró: “ No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros”. En 1 Cor. 8:13,
nuevo mandamiento, “ que os améis unos a otros” (Juan 13:34), idea repetida en
Juan 17:26: “ Para que el amor con que me has amado, esté en ellos”. Una serie
desconocidos, 1 Ped. 1:22 con la pureza y 2 Ped. 1:7 lo coloca en la lista de las
virtudes que deben poseer los creyentes. Ver Amor; Ética; Hospitalidad.
W. Thomas Sawyer
mandato del Señor de amarse unos a otros, esta comida servía como expresión
tanto, si bien es probable que la mención del “ partimiento del pan” en Hech.
2:42 se refiera a una conmemoración especial de la última cena del Señor con
Sus discípulos, la alusión de Hech. 2:46 al partimiento del pan “ con alegría y
sencillez de corazón” implica que había una comida social relacionada con esa
también sugiere una combinación del acto ceremonial con una comida
comida comunitaria, lo cual demuestra que poco después del período del NT fue
religiosas, una práctica común entre los judíos del primer siglo. En tanto que la
para inaugurar el día de reposo y los días de fiesta. En estas ocasiones, una
para comer en una casa u otro lugar apropiado. Después de servir un aperitivo, el
gracia del reino de Dios que proclamó Jesús. Su última comida con Sus
induce a que algunos relacionen directamente los orígenes del ágape con aquel
Hulitt Gloer
( gracia, amistad, gratuidad, shemá, confesión). Aparece de diversas formas en la Biblia israelita,
especialmente en los profetas del amor (como Oseas) y en el Cantar* de los Cantares, que ha
desarrollado la antropología erótica más importante de la historia de Occidente. Del amor de Dios,
entendido como misericordia* universal, que se expresa y expande en el amor entre los hombres,
hablan de manera intensa algunos libros del Antiguo Testamento y de un modo muy intenso el libro
de
la Sabiduría*. Pero sólo el Nuevo Testamento ha desarrollado de un modo consecuente esa
experiencia
y exigencia creadora del amor (ágape), dirigido de un modo preferente, aunque no exclusivo, a los
enemigos, como muestra el mensaje de Jesús y la teología de Pablo (Rom 12–14 y 1 Cor 13), que
(1) Los términos griegos del amor. Las mejores distinciones antiguas sobre el amor se han hecho
en griego y por eso evocaremos las palabras que emplean la Biblia griega y el Nuevo Testamento:
eros, ágape y philia: (a) Eros. Éste es el término básico para el pensamiento griego, que entiende al
amor como deseo y tendencia del hombre hacia aquello que le falta y puede completarle. El Nuevo
Testamento utiliza esa palabra en el sentido de «agradar». Así dice que el baile de la hija de Herodías
agradó a Herodes (Mc 6,22; Mt 14,6). También dice que Cristo no buscó su propio agrado (ouk
heautô
êresen), sino que aceptó los sufrimientos que le impusieron los otros (Rom 15,3). (b) Ágape. La
terminología vinculada al ágape constituye la mayor novedad del Nuevo Testamento en este campo.
Ágape significa básicamente el amor desinteresado y creador, el amor del que no se busca a sí
mismo,
sino que ofrece su vida a los demás. Ciertamente, el ágape puede tener un sentido más neutro, de
amor
en general (como en Lc 7,5), pero en la mayoría de los casos se utiliza para expresar el sentimiento
y
gesto intensamente cristiano del amor de gratuidad, aplicado a los diversos campos de la vida. Así
se
habla del ágape en el amor a Dios (Mc 12,30) y en el amor al enemigo (Mt 5,44; Lc 6,27). Éste es el
amor al que Pablo ha dedicado su canto (1 Cor 13), el amor que Dios nos ha mostrado, enviándonos
a
su propio Hijo como salvador (Jn 3,16), el amor que el mismo Jesús mostró al hombre que quería
alcanzar la vida eterna (Jesús, mirándole, le amó: êgapêsen auton, Mc 10,21). Sólo este amor
gratuito
y creador libera a los pobres y hace posible el seguimiento mesiánico. Jesús no impone una ley, no
acude al mandamiento. Más allá de la ley, desde la total libertad del amor, invita al hombre que
quiere
alcanzar la vida eterna, diciéndole que le siga. A pesar de eso, el hombre no acoge la mirada de amor
de Jesús, no se deja transformar por él, no le responde con amor. Calcula sus bienes y se marcha,
porque es rico. No se ha dejado transformar por el amor mesiánico. (c) Philia, amistad. Ciertamente,
el amor mutuo es ágape, como dice Jesús cuando pide a los suyos «que os améis los unos a los otros,
así como yo os he amado, pues nadie tiene un amor más grande que aquel que da la vida por sus
amigos» (Jn 15,12-13). Les dice que se amen (con ágape) y habla del ágape como amor mutuo. Pero
después al referirse a sus amigos les llama philoi, añadiendo que los discípulos serán «amigos suyos»
(philoi mou) si escuchan y cumplen su palabra, viviendo en amor (Jn 15,14). Desde esa base añade
la
palabra clave del amor cristiano: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su
escuchado) del Padre» (Jn 15,15). Los hombres no son siervos (douloi), sino libres porque son
amados
y pueden amarse en amistad (philia), siendo amigos los unos de los otros. En este contexto puede
hablarse del amor entre el Padre y el Hijo (Jn 5,20; 16,27) y del amor que los hombres deben tener
a
Jesús (1 Cor 16,22). Llegando al final, el ágape (que es amor de donación y gratuidad) se identifica
con la philia, que es el amor de amistad. En ese contexto se entiende el bellísimo juego de palabras
del
final del evangelio de Juan, donde Jesús le pregunta a Pedro por dos veces si le ama con amor de
ágape (agapás me?agapás me? 16), pero la tercera vez le pregunta si le ama con amor de philia
(2) Dios, un amor: Amarás a Yahvé tu Dios ... Una religión como la del Antiguo Testamento consta
confesión* del shemá, que ha seguido marcando hasta hoy la religión de los judíos y de los
cristianos.
Éstas son las palabras centrales de la Biblia israelita: «Escucha, Israel: Yahvé, nuestro Dios, es Yahvé
(Dios) Único. Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
Estas palabras que yo te mando estarán en tu corazón. Las repetirás a tus hijos y las dirás sentado
en
casa o haciendo camino, cuando te acuestes y cuando te levantes...» (Dt 6,4-7). Israel ha sido un
pueblo de leyes que han ido fijando su identidad, desde el dodecálogo* de Siquem (en torno al siglo
IX a.C.) hasta la Misná* (siglos II-III d.C.). Pues bien, en el fondo de todas ellas emerge esta ley del
shemá, como la más importante. Más que ley coactiva, ésta es una experiencia gozosa de llamada
(¡escucha!) y de invitación al amor (¡amarás!). El Dios que aparece en este mandamiento originario
no
necesita nombres o adjetivos especiales (padre o madre, hijo o esposo...), sino que se presenta
simplemente como Yahvé, manifestándose como Amor total que llama (escoge) de un modo
gratuito y
de esa forma suscita y fundamenta la vida de los hombres. Ciertamente, ese Dios sigue siendo el
misterioso Señor de la experiencia de la zarza ardiente (El que Es: Ex 3,14), pero aquí aparece más
bien como el que ama y pide amor. Este Yahvé Amor, a quien Israel ha descubierto y reconocido
sobre
todas las cosas, es Unidad suprema, fuente de vida que se expresa y expande en el corazón (afecto),
en
la mente (pensamiento) y en la acción (vida entera) de sus fieles, por encima de todas las restantes
de los restantes mandamientos: «Yo soy Yahvé, que te saqué de Egipto» (cf. Ex 20,2; Dt 5,6), pero
en
el fondo de todos ellos se expresa y despliega como amor. Así lo ha sabido y ratificado Jesús, judío
entre judíos (cf. Mc 12,28-34). Éste es el Dios a quien la tradición israelita ha visto como «Dios
compasivo y clemente, lento a la ira y rico en misericordia y lealtad, misericordioso hasta la milésima
generación, que perdona culpa, delito y pecado...» (Ex 34,6-7). Éste es el Dios del amor para los
israelitas, Dios que ellos han querido testimoniar ante todos los pueblos.
(3) Dios y el prójimo: dos amores (confesión de fe*). Cuando le preguntan por el mandamiento
más importante de la Ley, Jesús, con buena parte de la tradición judía, cita el shemá*, pero añade
el
mandato de Lv 19,18: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mc 12,28-34). La novedad de Jesús
está en su insistencia en el término común amarás (en griego agapêseis, en hebreo ‘ahabta) de Dt
6,5
y Lv 19,18, uniendo los dos mandamientos (amores) y diciendo que no hay otro mayor que ellos.
Los
dos forman un solo mandamiento: son aquello que el escriba llamaba el primero de todos (prôte
pantôn de Mc 12,28). Quizá pudiéramos decir que en el principio está la dualidad: la relación con
Dios
se vuelve relación con el prójimo, es decir, de persona con persona. Se vinculan de modo profundo
mi
yo y el yo del otro, de modo que no pueden separarse. Éste es el lugar de la genealogía radical de la
existencia humana: Dios mismo suscita el yo del hombre, como ser capaz de amarle; pero, al lado
de
Dios y con Dios, emerge el otro (el prójimo), de manera que la dimensión vertical del amor recibido
(¡escucha!) se vuelve relación horizontal del amor compartido. En el lugar donde estaba el amor
previo de Dios, y para confirmarlo, viene ahora a expresarse el amor al otro, es decir, al hombre
concreto, hombre o mujer, que está a nuestro lado. En el Levítico, ese prójimo es el hermano o
miembro del propio pueblo israelita; pero, en un sentido más extenso, es también el pobre y
extranjero, es decir, el que rompe las fronteras resguardadas de la propia comunidad (cf. Lv 19,10 y
en
especial Dt 10,19), como verá el Jesús de Lucas cuando cuenta en ese contexto la parábola del buen
samaritano (Lc 10,30-37). Entre el amor a Dios y al prójimo hay una relación que todo el Nuevo
Testamento se esforzará por explicitar, desde el anuncio del Reino de Jesús y la experiencia eclesial
de la pascua.
(4) Dios Sabiduría, esposa amada. La tradición israelita (cf. Prov 8; Eclo 24) ha presentado a Dios
como Dama Sabiduría*, mujer amante que se sitúa en la puerta de su casa, tocando su música,
invitando con amor a los que pasan. El libro de la Sabiduría contiene la respuesta positiva de
Salomón,
rey sabio y signo de todos los verdaderos israelitas que escuchan su llamada y la desean,
convirtiéndome en enamorado de su hermosura. Al estar unida (symbiôsis) con Dios, ella muestra
su
nobleza, porque el dueño de todo la ama... Por eso decidí unirme con ella, seguro de que sería mi
compañera en los bienes, mi alivio en la pesadumbre y en la tristeza» (Sab 8,1–2,9). La vida entera
se
define, según esto, como proceso afectivo. Está en el fondo el simbolismo del Banquete de Platón,
con
el ascenso amoroso hacia las fuentes de toda realidad (el Bien Supremo). Pero hay una diferencia:
el
entusiasmo divino parece que lleva a los platónicos más allá del mundo; por el contrario, Salomón
enamorado se introduce dentro de este mundo. Pero no se debe exagerar la diferencia. El sabio de
la
República platónica, transformado por la sabiduría del amor, puede gobernar con justicia a los
humanos. El Rey israelita, enamorado desde joven de la sabiduría superior, descubre en ella su gozo
contemplativo, aislado de este mundo. El verdadero amante de la Sabiduría sale al mundo, escucha
el
misterio de la realidad y deja que ella le emocione, le dé fuerza, le transforme. Al llegar aquí reciben
su sentido los rasgos filosóficos con los que se describe a la Sabiduría en Sab 7,22-28: ella es efluvio
del poder divino, emanación de la gloria de Dios... Descubrimos así que ella es el mismo Dios en
cuanto amable; hay en nuestro corazón un gran vacío: estamos hechos para Dios, a él buscamos en
camino amoroso. Desde ahí se puede entender el tema del amor en el Nuevo Testamento.
Cf. W. E ICHRODT, Teología del Antiguo Testamento I-II, Cristiandad, Madrid 1975; D. PREUSS,
S PICQ, Agapé en el Nuevo Testamento, Cares, Madrid 1977; P. VAN IMSCHOOT, Teología del
( gracia, perdón, juicio, Pablo). El amor constituye el tema central del Nuevo Testamento, que
podemos interpretar como revelación del ser de Dios en Cristo: «Tanto amó Dios al mundo que le
ha
dado a su Hijo unigénito, para que no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,13-17). Tratar del
amor es tratar de todo el Nuevo Testamento, partiendo del Sermón de la Montaña (Mt 5–7; Lc 6,20-
45) hasta el Apocalipsis (Ap 21–22). Por eso hemos introducido el tema en diversas entradas: gracia,
perdón, juicio, etc. Aquí, de forma unitaria, trataremos de las falacias, cualidades y permanencia del
amor, tal como ha sido evocado por Pablo en 1 Cor 13, que ha partido, sin duda, de unos motivos
(1) Falacias o riesgos del amor. El amor es lo más grande, lo más fuerte. Pero es también lo más
frágil, de forma que puede convertirse en principio de engaño. En esa línea, en la primera parte de
su
canto al amor (1 Cor 13), Pablo desarrolla los tres posibles engaños de un amor aparente, que toma
en
la Iglesia «formas de bondad» o de grandeza para engañar mejor a los hombres. (a) Si hablara las
lenguas de los hombres y de los ángeles (1 Cor 13,1). La primera ideología o falsedad del amor está
vinculada a una perfección mística, que se autodeclara importante, pero que es sólo palabra vacía,
propia de aquellos que dicen conocer y hablar las lenguas de los hombres (en plano de mundo) y de
los
ángeles (en plano de perfección espiritual), pero sin amar a los demás. Éstos son los que todo lo
hablan, dominando lenguajes, con apariencia de verdad más alta, para sentirse perfectos e
imponerse
sobre los demás, pobres hombres de la baja tierra. Estos hablantes de lenguas son hombres y
mujeres
«poderosos», en línea individual o social. Pablo no niega ni discute sus capacidades, pero diría que
ellas pueden alcanzarse con medios psicológicos o parapsicológicos (de penetración mental),
poniéndose al servicio de la destrucción humana (diabólica). En nuestro tiempo se podría decir que
esos hombres que todo lo hablan controlan las redes informáticas y los grandes canales de
propaganda,
como si fueran dueños de la palabra universal, y en algún sentido lo son: la voz de sus falsas
campanas
parece la única que tañe en el mundo. Pero en realidad están vacíos, son como metal que suena sin
contenido humano, o con el contenido de la violencia dominadora (del bronce de campana hecho
cañón para la guerra). (b) Y si yo tuviera profecía... (1 Cor 13,2). Posiblemente, esta segunda unidad
trataba, en principio, sólo de la profecía, pues de ella y de las lenguas en la Iglesia se ocupa todo el
capítulo siguiente de la carta (1 Cor 14), pero el texto actual distingue y vincula profecía, gnosis y fe
posesiva. (1) «Si yo tuviera profecía...». En sentido externo, la profecía es algo que se tiene, como
cualidad que se posee, sin que ella se identifique con la propia persona. Por eso, se puede afirmar
que
aquellos que tienen profecía y no aman están vacíos, son como una simple voz ambulante, pura
máscara sin interioridad. (2) «Y si yo viera todos los misterios y toda la gnosis...». La profecía,
especialmente en los apocalípticos (como en los libros de Daniel* o Henoc), está llena de visiones y
revelaciones, de tal forma que, en tiempos de Jesús, se tomaba a los profetas como videntes que
penetraban en los misterios (del fin de los tiempos) y en la gnosis (conocimiento del Dios escondido).
Pues bien, Pablo se considera vidente y gnóstico, pues ha visto a Jesús resucitado (cf. 1 Cor 15,3-7)
y
ha sido raptado al tercer cielo, donde ha contemplado y escuchado cosas indecibles (2 Cor 2,1-11).
Pero, al mismo tiempo, sabe que una visión sin amor es nada o menos que nada, es mentira. (3) «Si
yo
tuviera fe hasta para trasladar montañas...». Esta fe que «se tiene» y de la que uno puede estar
orgulloso (cf. también 1 Cor 12,9), entendida como capacidad de hacer cosas milagrosas (mover
montañas: cf. Mt 17,20 par), puede vaciarse de sí misma, convirtiéndose en máscara externa sin
amor,
como sabe el mismo Evangelio (cf. Mt 7,22); la verdadera fe como experiencia de gratuidad en el
amor es para Pablo una cosa distinta (cf. Rom 1,17; 5,1; Gal 2,16). (c) Y si yo repartiera todos mis
bienes... (1 Cor
13,3). De las lenguas (mística) y de la profecía (visiones, gnosis, milagros) pasamos al nivel de la
comunicación económico-personal. Muchos piensan que las cosas se arreglan con dinero y en parte
tienen razón, como la misma Biblia sabe cuando pide que demos a los pobres aquello que tenemos,
para que así puedan saciar sus necesidades (cf. Mc 10,17-22; Mt 25,31-46). Pero el simple «dar»
material no es suficiente, como matiza, por ejemplo, el relato de las tentaciones de Jesús (Mt 4; Lc
4).
En esa línea se sitúa este pasaje, cuando habla de un engaño de los que sólo dan dinero, pues se
buscan
de imposición sobre los otros. Éste es el lugar de la patología del amor, el lugar del engaño supremo
de los que parecen emplear medios mejores y más desprendidos (costosos) para imponerse sobre
los
otros.
(2) Cualidades del amor. En contra de las falacias (1 Cor 13,1-3), eleva luego Pablo (1 Cor 13,4-7)
un canto al amor (ágape), como experiencia de gratuidad y comunión de Dios que vincula a los
hombres de un modo interior (en la comunidad eclesial) y exterior (en apertura hacia los demás).
Pablo no habla aquí de una pura emoción sentimental, ni de un poder de unidad erótico-filosófica
judaísmo), sino de la experiencia radical de Dios en la vida de los hombres que se aman simplemente
como humanos. Éstos son sus rasgos: (a) El amor tiene gran ánimo, el amor es bondadoso (1 Cor
13,4). En griego se dice makro-thymei, es decir, tiene un gran thymos o ánimo. Algunas traducciones
prefieren decir que es paciente, en el sentido de capaz de aguantar y mantenerse. Ambos matices,
el
más activo (animoso, longánime) y el más receptivo (paciente), son apropiados y expresan la
capacidad de aguante y la potencia creadora del amor, que permanecen firmes allí donde todas las
restantes cualidades fallan o se acaban. En ese sentido se añade que es bondadoso (khrêsteuetai),
con
el matiz de útil: aquello que siempre sirve y siempre vale. (b) No tiene envidia, no se jacta, no es
AMAR, AMOR
A. VERBOS
1. agapao (ajgapavw) y el correspondiente nombre agape (B, Nº 1 más abajo) constituyen
«la
palabra característica del cristianismo, y ya que el Espíritu de la revelación la ha usado para
expresar ideas previamente desconocidas, la investigación de las formas en que se utiliza,
tanto en
la literatura helénica como en la LXX, arroja más bien poca luz sobre su significado
distintivo en el
NT. Cf., sin embargo, Lv 19.18; Dt 6.5.
»Agape y agapao se usan en el NT: (a) para describir la actitud de Dios hacia su Hijo (Jn
17.26); hacia la raza humana, en general (Jn 3.16; Ro 5.8); y hacia aquellos que creen en el
Señor
Jesucristo, en particular (Jn 14.21); (b) para expresar su voluntad a sus hijos con respecto a
la
actitud que tienen que mostrarse mutuamente (Jn 13.34), y hacia todos los hombres (1 Ts
3.12; 1 Co
16.14; 2 P 1.7); (c) para expresar la naturaleza esencial de Dios (1 Jn 4.8).
»El amor solo puede conocerse a base de las acciones que provoca. El amor de Dios se ve
en la
dádiva de su Hijo (1 Jn 4.9, 10). Pero es evidente que no se trata de un amor basado en la
complacencia, ni afecto, esto es, no fue causado por ninguna excelencia en sus objetos (Ro
5.8). Se
trató de un ejercicio de la voluntad divina en una elección deliberada, hecha sin otra causa
que
aquella que proviene de la naturaleza del mismo Dios (cf. Dt 7.7, 8).
»El amor tuvo su perfecta expresión entre los hombres en el Señor Jesucristo (1 Co 5.14; Ef
2.4;
3.19; 5.2); el amor cristiano es el fruto de su Espíritu en el cristiano (Gl 5.22).
»El amor cristiano tiene a Dios como su principal objeto, y se expresa ante todo en una
implícita
obediencia a sus mandamientos (Jn 14.15, 21,23; 15.10; 1 Jn 2.5; 5.3; 2 Jn 6). La propia
voluntad,
esto es, complacer los propios deseos, es la negación del amor debido a Dios.
»El amor cristiano, sea que se ejercite hacia los hermanos, o hacia hombres en general, no
es un
impulso que provenga de los sentimientos, no siempre concuerda con la general inclinación
de los
sentimientos, ni se derrama solo sobre aquellos con los que se descubre una cierta afinidad.
El amor
busca el bien de todos (Ro 15.2), y no busca el mal de nadie (13.8-10); el amor busca la
oportunidad de hacer el bien a «todos, y mayormente a los de la familia de la fe» (Gl 6.10).
Véanse
además 1 Co 13 y Col 3.12-14. (De Notes on Thessalonians por Hogg y Vine, p. 105.)
Con respecto a agapao cuando se usa de Dios, expresa el profundo y constante amor e
interés
de un ser perfecto hacia objetos totalmente indignos de este amor, produciendo y
promoviendo en
ellos un amor reverente hacia el dador, y un amor práctico hacia aquellos que participan del
mismo,
y un deseo de ayudar a otros a que busquen al dador. Véase AMADO.
2. fileo (filevw) se debe distinguir de agapao en que fileo denota más bien un afecto
entrañable.
Las dos palabras se usan del amor del Padre hacia el Hijo (Jn 3.35, Nº 1; y 5.20, Nº 2);
hacia el
creyente (14.21, Nº 1; y 16.27, Nº 2); ambos, del amor de Cristo hacia un cierto discípulo
(13.23, Nº
1; y 20.2, Nº 2). Pero permanece la distinción entre los dos verbos, y nunca se usan
indiscriminadamente en el mismo pasaje; si cada uno de ellos se usa con referencia a los
mismos
objetos, como se acaba de mencionar, cada palabra retiene su carácter esencial y distintivo.
Fileo nunca se usa en ningún mandato a que los hombres amen a Dios; se lo usa, sin
embargo,
como advertencia en 1 Co 16.22; en lugar de ello se usa agapao (p.ej., Mt 22.37; Lc 10.27;
Ro 8.28;
1 Co 8.3; 1 P 1.8; 1 Jn 4.21). La distinción entre los dos verbos aparece de una manera
conspicua en
la narración de Jn 21.15-17. El mismo contexto indica que agapao sugiere en las dos
primeras
preguntas el amor que es capaz de valorar y estimar (cf. Ap 12.11). Este es un amor
desprendido,
dispuesto a servir. El uso de fileo en las respuestas de Pedro y en la última pregunta del
Señor
comporta el pensamiento de valorar al objeto por encima de cualquier otra cosa, de
manifestar un
afecto caracterizado por la constancia, motivado por la más alta veneración. Véase también
Trench,
SYNONYMS, xii.
Además, amar (fileo) la vida, a base de un deseo indebido de preservarla, con olvido del
verdadero propósito de vivir, se encuentra con la reprobación del Señor (Jn 12.25). Al
contrario,
amar la vida (agapao) tal como se usa en 1 P 3.10, significa considerar el verdadero motivo
de vivir.
Aquí, la palabra fileo sería totalmente inapropiada.
Notas: El verbo epipotheo, desear, se traduce «os amo» en la RV y RVR en Flp 1.8 («tengo
deseos», VHA; «ardiente afecto», VM). Véanse ANHELAR, DESEAR. (2) Filadelfos aparece en
1 P 3.8,
traducido como «amándoos fraternalmente». (3) Filandros aparece en Tit 2.4 «amar a sus
maridos»,
lit.: ser amantes de sus maridos. (4) Filoteknos, «amar a sus hijos», lit.: amantes de hijos,
aparece
solamente en Tit 2.4.
B. Nombres
1. agape (ajgavph), cuyo significado ya ha quedado señalado en relación con A, Nº 1, se
traduce
siempre como «amor» en la RVR, excepto en Jud 12, donde se halla en plural, y se vierte
como
«agapes». En cambio, en la RV se traduce en varios pasajes como «caridad» (p.ej., Ro
13.10; 1 Co
8.1, 13.1,14.1; Flm 5; Ap 2.19). En Jud 19, la RV traduce «convites». Véase agape, y Nota
(2) abajo.
Notas: (1) En las dos afirmaciones en 1 Jn 4.8 y 16, «Dios es amor», se usan ambas para
dar
mandamiento a que los creyentes ejerciten el amor. En tanto que el primer pasaje introduce
una
declaración del modo en que el amor de Dios se ha manifestado (vv. 9, 10), el segundo
introduce
una afirmación de la identificación de los creyentes con Dios en carácter, y el resultado
después en
el tribunal de Cristo (v. 17); identificación esta representada idealmente en la frase «como
Él es, así
somos nosotros en este mundo».
(2) Con respecto a su utilización en plural en Jud 12, y en algunos manuscritos en 2 P 2.13,
se
puede señalar lo siguiente. Estos «convites» (RV) o «ágapes» surgieron a partir de las
comidas en
común de las iglesias primitivas (cf. 1 Co 11.21). Pueden haber tenido su origen en las
comidas
privadas de las familias judías, con la adición de la observancia de la Cena del Señor.
Había, sin
embargo, comidas en común similares entre las fraternidades paganas. El mal que tuvo que
tratarse
en Corinto (1 Co 5) se vio agudizado por la presencia de personas inmorales, que
degradaban las
fiestas en banquetes desenfrenados, tal como se menciona en 2 P y en Jud. En tiempos
posteriores,
el ágape fue separado de la Cena del Señor.
2. filanthropia (filanqrwpiva) denota, lit.: amor por el hombre (fileo, amar, querer, y
anthropos,
hombre); de ahí, bondad (Hch 28.2); en Tit 3.4: «su amor para con los hombres». Cf. el
adverbio
filanthropos, humanamente, bondadosamente.
Nota: (1) Juper (uper), por, tocante a, se traduce «por amor de» en 2 Co 12.10,15. Véanse
(EN)
CUANTO, (POR) CAUSA, FAVOR, MAS. (2) Para filarguria, amor al dinero (1 Ti 6.10), véase
DINERO
(amor al). (3) Para filadelfia, véanse AFECTO, Nº 4, FRATERNAL.