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La casa grande es una novela breve y compleja, que impacta por el equilibrio
estructural, la sobriedad temático-argumental y la precisión técnico-expre-
siva. Sobre tales fundamentos y despojado de visiones telúricas o tropica-
listas, Cepeda Samudio elabora un texto de ficción dotado, tanto en el
discurso como en la historia, de una arquitectura dinámica, una fabulación
escueta y un idioma exacto. En la escritura predomina la visión dialógica y
neutra, elaborada con una técnica objetiva y realista en que se alternan lo
diáfano y lo oscuro, lo imaginativo y lo factual, lo simbólico y lo literal,
elementos todos permeados por una poética dominante: la de la
Ambigüedad, complementaria y especular a la menos visible poética de la
Soledad. La casa grande, novela experimental, innovadora y
caleidoscópica,1 es también teatral, periodística y fílmica2, y no es en
absoluto novela de personajes. En ella 1. Tal y como impone la tercera
Modernidad, como resultado de lo hecho por sus precursores y protagonistas
de las vanguardias históricas: desde la monumentalidad verbal de Joyce en
Ulises y Finnegans Wake, hasta llegar al hermetismo puro del arbitrario y
funambulesco Maiakowski, pasando por la visualización de los Cantos de
Pound, la clarividencia sarcástica de Kraus, la fuerza impactante del futurismo
italiano del Zang Tumb Tumb de Marinetti, la exasperación dadaísta de la
escritura automática de Tristan Tzara, la fuerza expresionista de Döblin en
Berlín Alexanderplatz, la muerte del realismo burgués en Marcel Proust y
Thomas Mann, la summa de Paul Valéry, y las irónicas invenciones del Gómez
de la Serna, los movimientos de vanguardia irradian a partir de Europa, en
todo el Occi-dente, un espíritu anticonformista, antihistórico y
revolucionario. En América Latina los escritores no se hacen esperar: insertan
en la poesía cuanto acontece en Europa, proceso en acto en América por los
exponentes del Modernismo desde la llegada de la obra de Baudelaire. En la
narrativa, el precursor es, ya en 1922, Macedonio Fernández, con el proyecto
definido de sus novelas “mellizas e indivisibles”: Adriana Buenos Aires
(última novela mala) y Museo de la novela de la Eterna (primera novela
buena), “primera Obra abierta de la historia literaria”. Con esta obra anticipa,
por “conciencia de arte” y no por conocimiento directo, lo que están
realizando contemporáneamente Faulkner, Virginia Woolf y los otros arriba
mencionados.2. Contemporánea y coincidente de manera espontánea con la
obra de Juan Rulfo, a quien Ce-peda Samudio no había leído. El de éste es el
primer caso en la literatura colombiana –sea en cuento o en novela–
igualmente coincidente con García Márquez, Rojas Herazo y
tangencialmente Álvaro Mutis. El primero en La hojarasca (1955) y Los
funerales de la mamá Grande (1962), el segundo en
224 Lecturas inéditas 2. el Padre castiga con violencia extrema a una de sus
hijas (La Hermana), rompiéndole la cara con una hebilla de la espuela de una
de sus botas. Herida que sangra, se seca y le deja una cicatriz perenne; 3. el
castigo se debe a que esta hija pierde la virginidad, pues se sirve del (es-
pacio)cuerpo para expresar la rebelión; 4. dieciocho años antes, en la misma
mañana de lo narrado en “sábado”, el ejército abre fuego a mansalva contra
los huelguistas en la estación de Ciénaga, como castigo por la protesta; 5.
ahí se concentran los hechos principales de la Masacre de las bananeras,
pero la represión se extiende a toda la Zona y se prolonga en el tiempo; 6.
este hecho se debe a un gesto de abierta rebelión contra el poder omnipo-
tente del Padre en el espacio Privado de la Casa grande, y contra el poder de
la Compañía en el espacio Público; 7. ella deviene símbolo (en lo Privado) de
la rebelión colectiva, la huelga (en lo Público); 8. a pesar de la violencia y la
sangre, la reacción de la hija castigada es segura e implacable 9. el
Hermano, que se ha unido a los huelguistas, regresa a la casa grande al ser
informado del castigo del cual ha sido víctima la Hermana y pasa la noche con
ella, concretando el incesto […] acostado con los ojos fijados a las vigas del
techo, cuidadosamente tirado al lado del cuerpo abierto y dócil de la
Hermana que se estremecía de pronto en un sollozo seco, evitado. (U 6, Mu1,
p. 146). 10. el Hermano no imagina que “no volvería a la casa”; los hijos de
la Hermana (la tercera generación) han sido llevados por el Hermano a la
casa grande para ser educados por la hermana en jefe a quien le sacan los
ojos metafórica y realmente; 11. ésta gobierna como continuidad del Poder
del Padre. Un día debieron mirarse y en ese momento debieron pensar: Soy
igual a él, no podrá dominarme, entre los dos manejaremos esta casa, y
cuando él ya no esté la manejaré yo sola; y él: Aquí está toda mi sangre, es
como yo, ella tomará mi puesto, en ella puedo confiar. (U9, Mu2, p. 151).
En suma, estos y otros tantos hechos se narran en el curso del monólogo-
amonestación que una(s) hermana(s) hace(n) a la hermana en jefe –ahora
ciega–,19 como reproche y enjuiciamiento a la fidelidad que le profesa al
Padre y a la crueldad con que se distanció de (“nosotras”) sus hermanas, del
Hermano y de la Madre. Esta última se ve reducida a la anulación y
sometida al silencio y la 19. Cf. p. 147.
Fabio Rodríguez Amaya 255en el mejor de los casos latifundista, que halla su
raíz en la institución colonial hispánica y su origen en la Encomienda. En el
peor de los casos, se trataría de una familia de comerciantes advenedizos y
nuevos ricos o de colonos enriquecidos a la fuerza y con la violencia, que
usando métodos poco ortodoxos como el tráfico, el contrabando, la
prostitución o la usura alcanza el reconocimiento o el prestigio en el núcleo
social. En general, todas las figuras de La casa grande aparecen nombradas
de manera impersonal y la voz narradora sólo da más noticias de la hermana
en jefe, en cuan-to depositaria del Poder y continuadora del Padre. Los
nombres en M/m asignan diferencias del resto de la familia, y los únicos
nombres propios en la novela son los de figuras que no tienen ningún grado
de parentela o consanguinidad, e inte-gran la servidumbre de la Casa grande:
Carmen, Isabel, Regina, Demetrio su pa-dre, además del General Cortés
Vargas y el Mayor García Isaza, quienes firman el Decreto. Precisamente para
diferenciar los papeles que desempeñan las diferentes figuras en la novela.
Este es otro aspecto que permite afirmar que a Cepeda no le interesa la
novela de personajes58 –según la codificación del canon–, pues no hay una
caracterización física o psicológica y un crecimiento y desarrollo de esas crea-
turas que permitan definir un sistema de personajes con la presencia de
héroe, anti héroe, comparsas et al. Como máximo se puede hablar de
actantes, según la definición literal de Tenière y las aplicaciones de Greimas y
Propp a las instancias narrativas. viajantes. Es allí donde inicia los estudios
primarios, donde escribe su primer relato, “Los pájaros”, y donde crece con la
simpatía, la amistad y el cuidado de adultos y ancianos de quienes aprende
historias, leyendas, cantos y música popular de la región que alterna con las
lecturas de la biblioteca familiar. Ciénaga y la amplia región circundante es
fundamental en la construcción del imaginario de Cepeda, como se deduce
de una lectura atenta de su trabajo periodístico y de su obra narrativa. Ha
sido un sitio de mucha relevancia ya desde época precolombina, pues el
litoral cienaguero y la Ciéna-ga Grande fue lugar de habitación originaria de
los indios Chimilas y más tarde de los Tayronas. La historia quiere que haya
sido territorio transitado -por orden del tan comentado Pedrarias Dávila- por
Fernández de Enciso en 1518 y fundada por Rodrigo de Bastidas en 1521. Las
reservas naturales y el patrimonio cultural de la región son de capital
importancia para el país en su conjunto. Cf. Alfonso Fuenmayor, nota en las
aletas de la primera edición de Álvaro Cepeda Samudio, Todos estábamos a
la espera, Barranquilla, Ediciones “Librería Mundo”, Rondón
Hermanos/Ediciones “Arte”, 1954, 73 p.58. Macedonio y Borges teorizan
sobre la abolición del personaje. Lo llevan a la práctica por caminos
paralelos: Borges escoge la vía “fácil” de limitarse al cuento rechazando la
idea de escribir novela; Macedonio lo realiza en profundidad en Museo de la
Novela de la Eterna, de la que publica en vida una versión parcial (Una novela
que comienza, 1940) y sólo post-mortem su hijo Adolfo de Obieta la publica
con Corregidor en Buenos Aires en 1967; a esta siguen, en 1983, (edición de
César Fernández Moreno) con Ayacucho en Caracas y finalmente, en 1996, la
excelente versión ampliada y definitiva, con la edición crítica Archivos,
realizada por Obieta con la estudiosa argentina Ana Camblong. La
operación literaria en Museo… consiste en la destrucción de los cánones
novelísticos tradicionales, así como la tentativa –lograda– de anulación del
autor y los personajes, y la definición del lector como individuo autónomo
que se convierte en coautor de la obra. Y además, ser expresamente
declarada por el autor –años luz antes del enunciado de Umberto Eco–
“primera obra abierta de la literatura”.
Fabio Rodríguez Amaya 257 El esquema sirve para evidenciar algo que
hasta hoy no ha sido visto por la crí-tica: la 2ª generación la componen un
único varón (el Hijo) y un número impreci-sado de hijas mujeres –no sólo
tres– como queda abierto por la ambigüedad del texto; de ellas, la única en
tener descendencia es la Hermana. Las figuras centrales y fundacionales, en
régimen patriarcal, son el Padre y la Madre, únicos exponentes de la 1ª
generación. La Madre, que no debe confundirse con la madre del último
capítulo, es una figura femenina pasiva y estática, sumisa y dependiente de la
que los únicos datos explícitos en toda la novela son “ni siquiera [dejó] saber
que lo deseaba”, tiene “ojos opacos” y un “llanto inexperto” (pp. 145, 147,
155). Una frase sintetiza su condición: derrotada por las circunstancias, por la
violencia de la que es espectadora pasiva y por la actitud del Padre: “la
Madre se convirtió en una de nosotras: no en una persona aparte, de una
función perfectamente defini-da como la del Padre, sino en una de nosotras”
(p. 148), pues la Hermana es la hija menor, la rebelde, que por serlo recibe
del Padre el castigo físico (la herida) y moral (la expulsión punitiva y el exilio
de la Casa Grande). El Padre representa la figura masculina activa y
dinámica. Es el pater familias en el sentido que le asigna la tradición
antropológica y cultural de la institución familiar. En la novela se encuentra
en cercanía de la muerte, cuando tiene 60 años, y algunos de sus rasgos se
extraen del texto: baja estatura, espaldas anchas, nuca abultada, pecho
poderoso, cintura delgada, piernas ligeramente encorvadas, voz áspera,
autoritaria, hecha de dar órdenes siempre: No hay ternura en el Padre. Pero
tampoco hay torpeza. Es implacable pero no hay venganza ni amargura en él.
Es naturalmente duro como el guayacán. Las manos del Padre son delgadas y
talvez finas, pero sus caricias deben ser dolo-rosas y deben asombrar. (p.
163) Cepeda logra esta visión directa aplicando la técnica de la escritura
cinema-tográfica. Cuando se lee, se tiene la neta impresión de que el autor
quiere que se vea la escena, como si se tratara de una secuencia proyectada
en la pantalla, gracias a la alternancia de la voz del narrador objetivo, de los
planos fílmicos y de la disposición del diálogo.59 Aparte de ser el Padre, y de
que en Sevilla lo llamen “el marido de Regina”, quedan oscuros sus orígenes,
su educación, su colocación real en la sociedad. Y acá el requerimiento del
escritor con respecto al lector es claro: ¿se trata de un individuo analfabeto
que llegó como migrante a la Zona en circunstancias desconocidas, quizás
como colono?; ¿se hizo a sí mismo, enamoró (o sedujo o preñó) a la hija de
una familia notable de la re-gión, que se casó con ella por reparación y así
ascendió de posición económica 59. Cepeda, consciente de lo hecho, dedicó
muchas energías al cine como “nuevo arte del futuro”. Este capítulo, como el
de las escrituras dramatúrgica y cinematográfica, será necesario estudiarlo
en profundidad.
Fabio Rodríguez Amaya 267sódico (tal y como son los sueños, la vida, la
memoria); narrada desde puntos de vista cambiantes y a través de
modalidades discursivas y enunciativas igualmente variables (tal y como son
los sueños, la vida, la memoria). Y volver al pueblo con el cadáver ya
reventándose dentro de la apretada envol-tura de la hamaca y enterrarlo
aquí, para que el pueblo pudiera seguir recor-dando y odiando (p. 154). Es el
ejemplo más sencillo: en un solo periodo, el mismo sustantivo, pueblo,
establecido en su uso por el indicador preposición (a) o el indicador artículo
(el), asume dos significados diversos. Este ejemplo encuentra un apoyo en
los dos siguientes: El pueblo amaneció enchumbado: cubierto de una llovizna
fuera de tiempo y pertinaz, que había caído toda la noche y ahora
renovaba el olvidado olor a fango que soplaba desde los playones (p. 217).
Y la terna del párrafo siguiente:El pueblo se levantó a sus oficios, que hoy
tardarían […] El pueblo salió a los patios: aquí, con el sabor terroso y
escaldante del café […] El pueblo se quedó en los patios: ocioso, sin haber
entendido… (p. 217) Las marcas semánticas y sintácticas son idénticas en el
texto pero, en el primer caso, el sustantivo pueblo se refiere al espacio físico
concreto y objetivo mientras, en el segundo, al conjunto de personas que
constituyen la comunidad. Las mar-cas textuales indican que la estética de la
ambigüedad se sustenta casi por entero sobre las dualidades y las ternas.
Hasta en los detalles en apariencia más insig-nificantes aparece o se
reproduce el módulo (dos-tres, dos-tres). Por ejemplo, la cananga no es
aroma exclusivo de la Hermana.75 [ella] No me tocó, ni siquiera se agarró de
mí, ni siquiera alzó los brazos. Con los ojos abiertos se dejó. No la obligué. No
me vas a creer, pero no la obligué. Ella se dejó. No la he visto bien pero es
casi de mi alto y olía a cananga. Al principio olía a cananga: después olía a
sangre. Mírame los dedos, es como si me hubiera cortado. (p. 134) sino
también de Isabel, la aya, pues es ése el mismo aroma que fija el recuerdo
infantil del Hermano:75. Lo de la cananga es uno de los varios puntos
donde alguna crítica ha caído en el engaño (generado sin duda por la
ambigüedad) de considerar una relación entre el Padre e Isabel e, incluso,
resaltar el incesto virtual entre el Padre y su hija.
270 Lecturas inéditasmientras los demás, con mayor o menor intensidad, por
él sólo sienten aborrecimien-to y miedo. Y con un profundo sentido de
complicidad y solidaridad para soportar o evadir la carga de las figuras
familiares, especialmente la tiránica y opresora del pater familias. Entre el
Hermano y la Hermana existe siempre una tensión constante que es también
atención y deviene amor. Si se repasan atentamente los fragmentos en que
se evoca esta parte de la vida en la Casa Grande, predominan la soledad, la
incomunicación, la negación total del otro. Aunque hoy día es un lugar
común la cita de Séneca: “Peores son los odios ocultos que los declarados”,
ésta cabe perfectamente en el caso de la novela, puesel odio se propaga en
la sordidez del silencio, de lo no dicho, entre los habitantes y miembros de la
familia (en lo Privado)El Padre necesitó de ti, de tu fortaleza, de tu desprecio,
de tu deseo de perpe-tuar todo lo que significaba el apellido. Perpetuarlo en
cualquier forma así fuera por medio del odio. (p. 153)… por El Padre porque
ya, aun antes de que él fuera abatido por el odio quieto, maligno, sosegado,
que había acumulado a su alrededor con su vida vengativa e implacable…Sólo
nos quedaba ahora esperar: esperar que el odio fuera acumulándose alre-
dedor de nosotros, que fuera llenando todos los espacios del tiempo que
faltaba para que estallara, esperar que hiciera crisis: que nos envolviera y nos
secara el aire. A nosotras, no a ti. Porque no eras vulnerable al odio del
pueblo (p. 236).al igual que se multiplica entre jornaleros y explotados (en lo
Público): Nos enteramos porque el odio del pueblo se nos metió en la casa
como un olor caliente y salobre. El domingo siguiente en la iglesia, la gente
nos miraba como descubriéndonos otra vez. No sabíamos que tenían una
nueva razón para odiar-nos. […] No explicarías este nuevo odio que teníamos
que soportar sin saber el motivo y sin haber participado en su
desencadenamiento. […]Y a cada muerte surge un odio nuevo y las grandes
plantaciones se van des-membrando y las casonas grandes de gruesas
paredes de mampostería se van haciendo más infranqueables y se van
quedando más solas (pp. 152 y 145).Especular y complementario al de la
familia (en lo Privado):Miro la materia de esta casa, ya derrumbándose,
cayéndose a pedazos, arrastra-da por el peso del cuerpo de mi hermana
muerta. Miro todo esto y pienso en la otra casa, más grande, más desolada y
más muerta, pero organizada sobre el odio, fortificada por el odio,
desesperadamente perdurando por el odio de mi otra hermana viva antes de
que él fuera abatido por el odio quieto, maligno, sosegado, que había
acumulado a su alrededor con su vida vengativa e impla-cable (p. 240).
Fabio Rodríguez Amaya 271 Además, estas sensaciones y actitudes,
expresadas siempre en ternas, las viven todos los que protagonizan la
novela: los habitantes anónimos del pueblo, los cortadores y jornaleros que
llegan del interior del país atraídos por el falso llama-do de un trabajo bien
remunerado. Ese ejército de mano de obra que la miseria generada por la
violencia plurisecular de un país como Colombia obliga a emigrar desde las
tierras altas y frías hasta las tierras bajas y calientes. Una vez allí, se ven
constreñidos a improvisarse, a adaptarse a eco-climas y costumbres diversos.
To-dos ellos seguidos por silenciosas y anónimas mujeres y niños
desnutridos, desti-nados todos a sobrevivir apenas en el silencio, la miseria y
la ignorancia, debido a las desigualdades económicas y sociales La pugna
silenciosa se ve ya desde la pareja que genera la estirpe y encuentra su
origen en el Padre, allí donde los niveles de violencia e incomunicación impo-
nen un rechazo sordo en la Madre:… antes de que el Padre apartara la mesita
ya la Madre había sido derrotada una vez más (p. 140). El odio no es
justificable porque atenta contra la posibilidad de diálogo y la construcción
de relaciones y proyectos comunes. Da cuenta de una intensa sensa-ción de
desagrado y es comprobable en La casa grande por la insistencia con que se
manifiesta entre los protagonistas, con diferentes matices y significados.
Entre el variado número de ejemplos, cinco ilustran lo afirmado:El Padre
necesitó de ti, de tu fortaleza, de tu desprecio, de tu deseo de perpe-tuar
todo lo que significaba el apellido. Perpetuarlo en cualquier forma así fuera
por medio del odio. (p. 153)…digo que hemos reemplazado un odio por otro;
que no nos hemos liberado del odio; que esta casa y los que llevamos la
sangre de esta casa no nos libra-remos nunca del odio.Aunque odiaba a la
madre porque fue la primera que derrotó el odio al desafiar al Padre nos ha
criado para que seamos parte de esta casa y de esta sangre y de este odio.
[…] La Hermana nos ha atado a otro odio. (p. 254) El odio es, en fin,
elemento propiciador y desencadenante del castigo y de la derrota:se unió a
los huelguistas, lo hizo por odio al padre, no por convencimiento. (“el
hermano”, p. 255)Y volver al pueblo con el cadáver […] para que el pueblo
pudiera seguir recor-dando y odiando.antes de que él [el Padre] fuera
abatido por el odio quieto, maligno, sosegado, que había acumulado a su
alrededor con su vida vengativa e implacable, ella lo
Fabio Rodríguez Amaya 279lo privado a lo público. Sin embargo, otra lectura
resulta posible: El Hermano, actor pasivo en lo Público y lo Privado, se vincula
a la lucha de los huelguistas y, ante la ineluctable realidad de los hechos,
agobiado por el fracaso, desilusionado por la derrota, humillado por la
violencia, ante el cadáver su amada hermana se pregunta:toda esta sangre
para qué? (p. 233) Por último, en el capítulo final, “los hijos”, caracterizado
como el primero por el discurso directo, la sangre regresa en breves réplicas
de ese largo diálogo final con significados que matizan el incesto, la estirpe,
el origen del mal, le rebelión, es decir, núcleos temáticos de lo Privado como
eje portante que por analogía se puede sintetizar en las dos unidades dentro
de la terna: Padre-casa Ö sangre Ö odio-Hijos.–No: ahora seremos alegres
porque tendremos paz.–Paz? Mira a la Hermana; tú crees que podemos
tener paz mientras ese montón de sangre extraña; puerca; la ahoga por
dentro? (p. 252)–Yo no culpo a la Hermana; no culpo a nadie; digo que
hemos reemplazado un odio por otro; que no nos hemos liberado del odio;
que esta casa y los que llevamos la sangre de esta casa no nos libraremos
nunca del odio (p. 254).… es la sangre del Padre la que nos trajo a esta casa:
es la causa de nuestro nacimiento (p. 254).–Es el afán de ella de perdurar su
memoria. Aunque odiaba a la madre porque fue la primera que derrotó el
odio al desafiar al Padre nos ha criado para que seamos parte de esta casa y
de esta sangre y de este odio (p. 254). Es posible comprender ahora cómo
Cepeda Samudio invierte el sentido de la tragedia universal del amor-pasión,
mito por excelencia de la especie humana. El primer y más generalizado
sentido simbólico de la sangre no tiene en la novela el sentido de energía
positiva, creativa y fecundadora, y asume, como colofón, sólo connotaciones
negativas, destructivas y violentas. En ausencia total de la grada-ción de
tonalidades de la sangre: púrpura, alizarina, escarlata, cadmio, bermejo
(incluso “azul”), en la novela, y en ausencia de fuego y ardor, deja de ser
un mero elemento biológico, hasta rebosar los umbrales de la materialidad
en otras direcciones y sentidos. Razones de más para afirmar que en la
novela la imagen de la sangre no es dinámica, sin embargo su simbolismo
acelera el nexo entre situaciones, circunstancias, objetos y sujetos de la
narración. La sugerencia de Gilard de asociar los capítulos “jueves”,
“viernes” y “sá-bado” con la pascua judía y cristiana es tentadora por razones
culturales obvias,
Fabio Rodríguez Amaya 287veces en dieciséis líneas. Oír va más allá del
sentido mismo y se transforma en la ceguera a que los hijos someten a la
hermana en jefe y tía tirana. Sentir y tocar, con menos asiduidad que los
anteriores, son determinantes en el monólogo del Hermano ante la Hermana
muerta. Percepciones, experiencias, sentimientos, ac-ciones y pensamientos
transmiten las voces narradoras en esta pequeña suite pan-sensorial que
matiza con diferentes tonalidades y declinaciones La casa grande. Y muchas
cuestiones, por ahora, quedan pendientes.90 Una de las mayores: el estudio
comparado y contrastivo de las modalidades y técnicas narrativas acu-
ciosamente asimiladas y castellanizadas por Cepeda Samudio en algunos de
los títulos de los siguientes autores: Faulkner: El sonido y la furia, Mientras
agonizo, Luz de agosto, Sartoris, “Una rosa para Emilia”, “Osamenta”;
Hemingway: “Los asesinos”, traducido por Alfonso Fuenmayor, “Colinas
como elefantes blancos”. Caldwell: “Donde las muchachas eran diferentes”,
publicado en Crónica n° 8, 17 de junio de 1950, traducido por Germán
Vargas; Borges: “La forma de la espada”, “Hombre de la esquina rosada”;
Cortázar: “El Torito”, “Bestiario”; Sábato: El tú-nel; Felisberto: “El comedor
oscuro”, “Las lámparas”; Gabriel García Márquez: los cuentos juveniles
completos, La hojarasca, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba y
lo referido a las bananeras y al tratamiento del mito o de lo mítico en Cien
años de soledad, esbozado por Gilard en el capítulo de la Edición digital por
lo que concierne a la “literatura bananera” y respecto de esta imprescindible
novela en el ámbito de la Nueva Literatura Latinoamericana que es La casa
grande. 90. Objeto de estudio en la monografía de quien escribe dedicada a
Cepeda Samudio de próxima publicación.
Citations (0)
References (5)