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“Alabar”, actitud fundamental en la Iglesia

Antonio Guillén, S.J.

La contribución ignaciana a la eclesiología: ‘alabar’

Subraya G. Maron, historiador protestante de la Iglesia, que el ‘alabar’ es la


aportación decisiva de San Ignacio a la renovación católica del siglo XVI 1. Ciertamente,
‘alabar a Dios’ y ‘alabanza a Dios’ son términos bien repetidos en su libro de los
Ejercicios, como en el resto de sus escritos y cartas. En los Ejercicios aparece ya como
expresión del “fin para el que somos criados” [Ej, 23, 177 y 179], y luego, como eco del
Principio y Fundamento, es recordado a lo largo de todo el proceso por medio de la
oración preparatoria [Ej 46]. Ello no debe extrañar a nadie, porque ‘alabar a Dios’ es,
sin duda, la confesión que se espera de todo creyente.

Pero el término ‘alabar’ tiene además otro uso en el texto ignaciano, que es al
que se refiere expresamente Maron. En efecto, con complemento directo, ‘alabar’
aparece en las Reglas para sentir en la Iglesia2 de una manera llamativa y reiterada, y
con referencia explícita y directa a estructuras y costumbres eclesiales 3 [Ej 352-370].
Aquí es ya “un programa de veneración a la Iglesia, de amor a la Iglesia, de fidelidad a
la Iglesia”, y como tal – a juicio de Maron – “un pequeño compendio de eclesiología
ignaciana”.4 Este compendio es el que siempre puede ser oportuno desentrañar.

El texto al que se está haciendo referencia son las llamadas “reglas parisinas”,
es decir, las 13 primeras reglas de sentir en la Iglesia, redactadas por Ignacio casi con
toda seguridad en París, antes de salir de allí en 1535. En todo este bloque, la palabra
‘alabar’ es el término clave y repetido. Diez de dichas reglas (de la 2ª a la 11ª) son
proposiciones que comienzan prácticamente siempre con la palabra ‘alabar’, y cuyos
complementos directos forman una larga relación de estructuras eclesiales diversas que,
en principio, resultan aparentemente inconexas (sacramentos, ceremonias litúrgicas,
votos religiosos, veneración a reliquias, penitencias cuaresmales, escuelas teológicas…).
‘Alabarlo todo’, parece ser el mensaje transmitido aquí, si bien, al ejercitante no se le
explica por qué San Ignacio concreta la alabanza precisamente en esas realidades y no
en otras.

Algunos comentaristas de las reglas ignacianas se centran, pese a todo, en los


objetos de la alabanza y refuerzan con razonamientos propios los motivos por los que
creen que cada uno de esos aspectos eclesiales debe ser alabado y recomendado.
Convierten así las reglas en algo parecido a una toma de partido en una discusión
teológica, las reducen a un reforzamiento sin más de “las candelas” o los actos

1
G. MARON, Ignatius von Loyola. Mystik – Theologie – Kirche, Gotinga 2001, 130-163. Véase, S.
MADRIGAL, Eclesialidad, reforma y misión, San Pablo – Univ. Pontificia Comillas 2008, 105 y 126.
2
El texto oficial del Autógrafo y la Versio Prima utilizan la preposición “en”; la Vulgata, en cambio, la
preposición “con”. Es evidente que con el “en” se acentúa la pertenencia, mientras que con el “con”, más
bien, se señala el acuerdo entre dos realidades diferentes y hasta posiblemente enfrentadas. Véase la
explicación completa en J. CORELLA, Sentir la Iglesia, Mensajero-Sal Terrae 1988, 106.
3
Véase, J.M. LERA, Experiencia de Iglesia en el libro de los Ejercicios (2):” Sentire in Ecclesia”, en
“Manresa” 68 (1996), 305-331.
4
G. MARON, op. cit., 136 y 145.
2

litúrgicos, o las transforman casi en una defensa fanática de la ortodoxia general que
quieren ver sostenida por San Ignacio. No es casual, por eso, que hayan sido entendidas
estas reglas por algunos como “reglas de la ortodoxia” o “reglas del catolicismo
castizo”, desvirtuando así su objeto y su carácter.5

No pueden ser eso, de ningún modo. Estas reglas (que no se refieren a preceptos
de la Iglesia, para las que el tratamiento ignaciano es bien diferente 6) se convertirían
entonces en algo radicalmente distinto del espíritu abierto y respetuoso de la libertad
que subyace en todos los Ejercicios. Incluso se contradecirían ostensiblemente con las
que aparecen a continuación – reglas 14ª a 18ª – , redactadas unos años después en
Roma, precisamente recomendando no radicalizar posturas. En todos los Ejercicios, el
método usado por San Ignacio no es polémico, ni se propone refutar los errores de unos
u otros. ¿Por qué habrían de ser estas reglas un apéndice disonante del resto de
documentos de su libro?

La interpretación correcta va, más bien, por la línea del discernimiento eclesial.
“La dificultad que muchos experimentan con las reglas – manifiesta con autoridad Jesús
Corella – es probablemente el resultado de una lectura extrapolada de las mismas, y por
lo tanto, de una lectura falsa. No son reglas de juego o condiciones de ortodoxia mínima
en referencia a la Iglesia. Son, más bien, reglas de discernimiento. Y lo que intentan
discernir es si, después de la experiencia de Ejercicios, el ejercitante permanece en la
recta comprensión del misterio de la Iglesia, y si esa comprensión es operante en él. No
son condiciones previas para la perfección, sino actuaciones concretas de una vida en el
Espíritu. Son reglas de madurez, que nunca podrán comprenderse desde la exterioridad,
ni desde una esclavizante preocupación por la ortodoxia. Las posturas cercanas a lo
fanático pervierten la intencionalidad ignaciana de estas reglas”.7

Cuando los comentaristas se centran en los complementos directos que pone San
Ignacio tras el verbo ‘alabar’, el peligro de malinterpretar las reglas se acentúa. Cuando
se detienen, en cambio, en lo que puede significar aquí realmente ese término, las
perspectivas de descubrirles su sentido de discernimiento se fortalecen. El análisis
principal que se nos pide al comentarlas ha de fijarse, por eso, sobre todo, en el verbo
elegido. ¿Por qué y para qué elige San Ignacio en estas reglas el término ‘alabar’?

Una contextualización histórica del texto puede iluminarnos mucho la repuesta.

‘Alabar’ como alternativa a criticar o defender

Cuando Ignacio llega a París, al comienzo de enero de 1528, la situación eclesial


es todo menos tranquila. Erasmo ha abandonado ya la ciudad, después de que la
Sorbona condenara cien proposiciones sacadas de sus obras, pero sus admiradores
siguen repitiendo sus palabras. Calvino va a marcharse también muy poco después, tras

5
Bien es verdad que la traducción de la Vulgata da pie, sólo aparentemente, a dicha mala interpretación,
cuando las llama “Reglas para que sintamos con la Iglesia ortodoxa”. El texto Autógrafo original decía:
“Reglas para el sentido verdadero en la Iglesia militante”, que no es exactamente lo mismo.
6
Véase, como muestra, [Ej 229].
7
J. CORELLA, Ejercicios Espirituales para desarrollar sentido de Iglesia, en “Manresa” 62 (1990), 24.
Véase también para todo este artículo S. ARZUBIALDE, Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Historia
y análisis, Mensajero-Sal Terrae 1991, 809-823.
3

un tumultuoso discurso de uno de sus discípulos en la Universidad. Las aulas están


agitadas, y las críticas y condenas van en una y otra dirección.

Precisamente en ese mes de enero de 1528 se reúnen los Obispos de la región de


Sens, en París, para examinar la situación y volver a condenar los errores de Erasmo. El
Concilio se alarga durante nueves meses y las Actas del mismo no son publicadas hasta
1529. Su recepción es tormentosa por parte de los erasmistas y su contestación a dichas
Actas se hace pública. Casi sin excepción, donde el Concilio descubre estructuras
intocables, los erasmistas ven puntos reformables y los hacen objeto de sus críticas. En
algún momento incluso, siembran París de manifiestos hostiles al sacrificio de la Misa,
en contra de las tesis del Concilio.8 Hay arrestos y condenados a la hoguera.

Ignacio aprovecha a posteriori el incidente y la polémica para expresar su visión


eclesial. La relación directa entre el Concilio de Sens y las 13 primeras reglas
ignacianas parece ya incuestionable para todos los comentaristas. Lo resume así de claro
Santiago Madrigal: “Cuando se echa una ojeada a las Actas del Concilio de la provincia
de Sens, convocado en París en 1528, salta a la vista el paralelismo de temas presentes
en el texto de aquellas Actas y las reglas ignacianas”.9 Hay una correspondencia clara
entre casi todas las reglas de París y las Actas del Concilio de Sens; y en las que no
ocurre esto, se percibe una referencia directa a las tesis o sentencias de Erasmo.

Los complementos directos de su ‘alabar’, por tanto, no son directamente


elegidos por San Ignacio, sino tomados de una relación de temas, fuertemente polémica,
que él se encuentra estando en París. Su aportación consiste en tomar una de esas listas,
sin polemizar para nada con unos ni con otros, e incorporar en ellas, en cada una de las
proposiciones, la palabra inicial ‘alabar’. Ni defenderlas como intocables, ni criticarlas
como rechazables. Simplemente, y por encima de todo, ‘alabarlas’; esto es, hablar bien
de todas ellas.

Qué pueda querer decir Ignacio, en este contexto, al recomendar ‘alabar’ tantas
proposiciones, se comprueba bien cuando se repasan las materias sobre las que pide tan
rotundamente esa alabanza incondicional. Por de pronto, es evidente que ‘alabar’ no
equivale para él a estar de acuerdo o defender como intocable el objeto de su alabanza.
De hecho, cuatro (!) de sus ocho primeras reglas de alabanza se refieren a temas que
pronto él no va a considerar deseables para su Instituto o va a procurar por todos los
medios no secundar. En ese grupo han de incluirse las reglas 3ª y 7ª (“horas ordenadas a
tiempo destinado para todo oficio divino y todas horas canónicas” y “constituciones de
ayunos y abstinencias, y penitencias externas”), que va a conseguir del Romano
Pontífice que no existan en la Compañía; y las reglas 6ª y 8ª, cuya práctica en Ignacio
brilló claramente por su ausencia (“veneración a reliquias, indulgencias, ornamentos y
edificios de iglesia”).10

8
El “affaire de plackards” tuvo lugar en París en octubre de 1534, muy poco antes de la salida de Ignacio
hacia España. Véase, C. DALMASES, La Iglesia en la experiencia personal de San Ignacio, en Varios,
“Sentire cum Ecclesia”, CIS 1983, 56.
9
S. MADRIGAL, Claves para una relectura de las Reglas para sentir con la Iglesia, en “Manresa” 73
(2001), 6. El primero en señalar este paralelismo fue P. DUDON, Saint Ignace de Loyola, 1934. Repiten
esta hipótesis, P. LETURIA, Problemas históricos en torno a las reglas para sentir con la Iglesia, 1957;
J. CORELLA (1988); S. ARZUBIALDE (1991); J.M. LERA (1996); y S. MADRIGAL (2001 y 2008).
10
Ignacio no dio muestras nunca de devoción a las reliquias (tampoco Javier, aunque sí Fabro); evitó que
los suyos participaran en el comercio de indulgencias en Alemania; y se opuso a la ornamentación
suntuosa de la capilla de la Strada donde, después de su muerte, se levantó la majestuosa iglesia del Gesù.
4

A la vista de estas excepciones, no sería justo interpretar el sentido de la palabra


‘alabar’ en las reglas de San Ignacio como una manera de dar una opinión favorable o
mostrar una defensa de ortodoxia sobre unas determinadas estructuras o prácticas
eclesiales – sean candelas o indulgencias –, sino más bien, como una llamada a
reconocer la actuación del Espíritu en ellas. Lo admirable es verle reconocerlo
plenamente así, a la vez que acepta su presencia también en otra opción diferente. En
realidad, San Ignacio está asumiendo una pluralidad de opiniones teológicas, litúrgicas
o canónicas, igualmente legítimas en la Iglesia. Lo único que no permite es ridiculizar o
descalificar cualquier situación donde el Espíritu esté actuando. Y por eso anima
fuertemente al ejercitante a valorar y hablar bien de todo aquello que lleve a otros
sinceramente a Dios.

El P. Kolvenbach resitúa el mensaje ignaciano con estas palabras: “Permítanme


decirles que ‘alabar’ en las reglas no quiere necesariamente decir que debamos adoptar
las prácticas que él menciona. Ya sabemos que Ignacio puso fuertes límites a esas
prácticas por parte de los miembros de la Compañía de Jesús. Lo que él realmente
deplora es la tendencia a atacarlas y ridiculizarlas. Un representante de esa tendencia era
Erasmo, por su actitud negativa y crítica. Ignacio tiene un concepto de la Iglesia
diametralmente opuesto”.11

Quizá a eso mismo se refiera Maron al considerar como todo un “compendio de


eclesiología” el uso que hace Ignacio del término ‘alabar’, anteponiéndolo a esas
cuestiones discutidas. Porque, con su alabanza reiterada en estas reglas, está expulsando
de su eclesiología las posturas amargamente críticas o fanáticas, y está pidiéndonos que
aceptemos la pluralidad de opiniones y pensamientos allí donde aparecen (no está
hablando de preceptos establecidos en la Iglesia), sin criticar ni estigmatizar las
opiniones contrarias a las nuestras.12 No se hace Iglesia criticando, sería el resumen
nuclear de la aportación ignaciana en estas reglas.

‘Alabar’ la Iglesia con sus mediaciones

¿En qué Iglesia está pensando Ignacio? ¿En una Iglesia enteramente santa, sin
muestra alguna de corrupción o abuso de poder en sus miembros más representativos?
Imposible creerlo así. Su presencia en Roma es contemporánea de una corrupción
visible del Papado y de muchos obispos.13 No hay una sola anécdota ni sentencia de
Ignacio aceptando o transigiendo con dicha situación. Pero es bien cierto que tampoco
concede a esas realidades de corrupción el derecho a modificar su eclesiología.

Como no puede dudar que la Iglesia militante ha sido querida por Jesús con sus
mediaciones, para Ignacio resulta muy claro que la realidad moral de éstas, sea cual sea,
no puede desvirtuar nunca la presencia del Espíritu en ella. La “Iglesia jerárquica”, es
decir, la Iglesia que se presenta incorporando la mediación de la jerarquía, es “nuestra
11
P.H. KOLVENBACH, Pensar con la Iglesia después del Vaticano II, Roma 2004; véase en Selección
de Escritos (1991-2007), Curia Provincial España 2007, 588-589
12
Éste es también el mensaje de las últimas reglas (14ª a 18ª), redactadas en Roma en 1541, cuando se
apaciguaron las aguas de la polémica de Fabro y Laínez con el criptoluterano Mainardi, en la cuaresma de
1538. Recuérdese que estas reglas ignacianas son muy anteriores a los decretos del Concilio de Trento.
13
Véase M. FOIS, La Iglesia jerárquica en tiempo de San Ignacio, en Varios, “Sentire cum Ecclesia”,
CIS 1983, 11-38.
5

santa madre Iglesia” por voluntad del Señor.14 La “verdadera esposa de Cristo”, como la
llama con veneración, una y otra vez [Ej 353 y 365].

Fuera de este planteamiento, no tendría sentido seguir ‘alabando’ – como lo hace


Ignacio – una jerarquía manchada de corrupción, contra la que los reformadores
apuntaban directamente al criticar estructuras eclesiales. Pero lo que pide él es ‘alabar’ a
toda la Iglesia como tal, la obra del Espíritu en toda su plenitud y en todos sus
miembros. Con palabras de Corella, “cuando se habla de la Iglesia, en las Reglas, no
debemos permitir que se sobrentienda que estamos hablando del papa, o de los obispos,
o del magisterio, o del clero. En este sentido, las Reglas son una seria invitación a
recuperar la verdadera imagen y la palabra misma de ‘Iglesia’ para lo que ella es en su
integridad, y sólo para eso. En esa integridad hay que agradecer a Ignacio la
denominación de ‘jerárquica’ como atributo de la Iglesia en su totalidad, que encierra
aspectos mucho más ricos y variados que la sola referencia a la autoridad-obediencia”.15

‘Alabarlo’ todo en la Iglesia no significa, por eso, lo mismo que adular a la


jerarquía, o cerrar los ojos ante sus posibles actuaciones corruptas, o desentenderse de
una realidad que pudo ser hiriente entonces y puede volver a serlo ahora o en cualquier
tiempo. Más bien, ‘alabar’ es una recomendación dirigida por igual a unos y a otros,
tanto a la jerarquía como al resto de la Iglesia, porque todos estamos igualmente
llamados a descubrir al Espíritu también en la otra parte. Consiguientemente, a buscarlo
más y más, con veneración, en los que ven las cosas de modo diferente al nuestro. Quizá
nada sea más necesario en la Iglesia hoy y en todos los tiempos, que escuchar de los
obispos y del clero el reconocimiento de que el Espíritu inspira realmente también a los
fieles, y oírles reconocer a su vez a éstos que el mismo Espíritu no puede dejar de estar
bendiciendo continuamente a sus pastores… Creer de verdad en el Espíritu Santo
implica forzosamente mantener este doble reconocimiento.

En un artículo póstumo, Jesús Corella lo dejó expresado muy poéticamente con


una larga cita que merece la pena transcribir: “No olvidemos que la imagen piramidal
no es la que mejor le cuadra a la Iglesia. No somos pirámide. Pirámide era la torre de
Babel, o los sepulcros de los faraones. La Iglesia es más bien esfera, como la tierra
misma, como la humanidad que vive sobre ella, a imagen de la esfera celeste, y sobre
todo, a imagen y semejanza de la esencia divina de la Trinidad, tal como la
experimentaba inefablemente Ignacio. ‘Alabar’ es agradecer a Dios la variedad en la
Iglesia. Es acoger positiva y respetuosamente la diversidad de gentes, carismas,
ministerios y funciones en ella. Nada es monocolor, nada debe ser gris en ella. Esto nos
hace salir a cada uno de nosotros mismos para encontrarnos en los demás, en el amor y
el respeto a la Iglesia y a sus gentes.”16
Para cada cristiano, la Iglesia es “carne de su carne y hueso de sus huesos”. Por
eso no podemos consentir hacerle daño ni destruirla con nuestra crítica. Frente a la
manera de actuar de los erasmistas, San Ignacio le pide al ejercitante no hablar nunca

14
El término “Iglesia jerárquica”, acuñado probablemente por San Ignacio, tiene este sentido de “Iglesia
de las mediaciones”, muy alejado del significado de “jerarquía de la Iglesia”, con el que no debe
confundirse. Véase esto desarrollado en J.M. LERA, Experiencia de Iglesia en el libro de los Ejercicios
(3), en “Manresa” 69 (1997), 82-87. Véase también S. MADRIGAL, op. cit. (2008), 94-99.
15
J. CORELLA, San Ignacio y la Iglesia: Unas reglas que nos siguen iluminando, en “Manresa” 79
(2007), 179-180; y . Véase también P.H. KOLVENBACH, Pensar con la Iglesia después del Vaticano II
(2004), op.cit., 587: “Cuando San Ignacio habla de la Iglesia jerárquica no pretende referirse al mundo de
papas y obispos, eclesiásticos y clérigos. Ignacio considera a la Iglesia como un todo”.
16
J. CORELLA, op.cit. (2007), 180-181.
6

mal de los errores, falsedades y corrupciones de la jerarquía eclesial… salvo “a las


mismas personas que pueden remediarlas” [Ej 362].17 Se hizo proverbial en la Casa
Profesa de Roma la manera que tenía Ignacio de desviar la conversación cuando se
hablaba mal en su presencia de Paulo IV: “Hablemos del Papa Marcelo”… Porque ahí sí
que encontraban los jesuitas romanos materia fácil de alabanza.18

Hay mucho que ‘alabar’ en la Iglesia, si la mirada quiere centrarse en la


presencia del Espíritu. De lo demás, si no es ante quien puede arreglarlo, uno debe
callarse. Porque hablando mal no se arregla nada y se engendra, en cambio, mucho daño
universal. Sobre todo, se hace una injusticia al Espíritu, que está presente en todos.

‘Alabar’ un ‘nosotros’ eclesial por encima de cada ‘yo’

Erasmo había ridiculizado incluso el ‘alabar’ con esta frase lapidaria: “Lo blanco
no puede ser negro, aunque lo diga el papa romano”. La agresividad ingeniosa de esta
sentencia no quedaba aminorada por la coletilla final, sólo aparentemente apaciguadora:
“cosa que yo sé que no hará de ninguna manera”. ¿Por qué dice que sabe que nunca va a
hacerlo? ¿No seguía el Papa llamando negro a lo que – a su juicio – era blanco?

La respuesta de San Ignacio en su regla 13ª tuvo el acierto de subrayar lo


esencial que había olvidado Erasmo: “Lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la
Iglesia jerárquica así lo determina” [Ej 365]. Porque “no se trata – como explica bien
Arzubialde – de negar la evidencia natural o moral, sino de no absolutizar la realidad
divina tal como es aprehendida por el hombre falible”. 19 ¿Se puede hablar acaso de las
cosas de Dios con la misma seguridad y certeza con que nos referimos a las realidades
físicas o incluso sociales? En éstas, la realidad es la realidad. Pero en aquéllas, lo único
que puedo afirmar sin presuntuosidad es que “yo lo veo blanco”. Pero, ¿cómo saber si
será blanco, en realidad, de verdad? ¿Quién le ha asegurado a nadie, autárquicamente,
al margen del cuerpo social y vivo de la Iglesia, esa información privilegiada?

Optar tan decididamente por un ‘nosotros’ eclesial frente a un ‘yo’ solitario


podría ser una aberración contra-cultural en un mundo que prima hoy al individuo sobre
la sociedad, si no fuese porque San Ignacio está contando con la promesa de la
presencia del Espíritu en la Iglesia. Por eso es por lo que está ofreciendo en este
momento unas reglas de discernimiento eclesial y no unos axiomas inapelables.

Lo propio del discernimiento – la preeminencia del sentir sobre el parecer – es


lo que recuerda la regla 1ª [Ej 353], tantas veces desfigurada por no aceptar usar las
palabras con el mismo significado que les da Ignacio. En efecto, “deponer el juicio” no
es lo mismo que “no pensar”, sino más bien, liberarse de ese propio juicio formado
17
Véase C. DALMASES, op. cit., 59: “Frente a la Iglesia, San Ignacio nunca toma la actitud de juez o de
acusador. No critica a la Iglesia por sus defectos. Si no los puede ocultar, prefiere callar, como un hijo
calla los defectos de su padre o de su madre”.
18
San Ignacio había mantenido unas relaciones excelentes con el Cardenal Cervini, hombre piadoso y de
vida intachable, en quien los primeros compañeros habían puesto muchas esperanzas de cara a la reforma
efectiva de la Iglesia. Fue elegido Papa en 1555 con el nombre de Marcelo II, pero murió veinte días
después de su nombramiento. Su sucesor fue el Cardenal Juan Pedro Carafa (Paulo IV), con quien
Ignacio había tenido un enfrentamiento en Venecia, en 1536, al rechazar la petición que les hizo el
Cardenal, a él y a sus primeros compañeros, de integrarse en los teatinos. Véase C. DALMASES, op. cit.,
62-63.
19
S. ARZUBIALDE, op.cit., 818, nota 32.
7

anteriormente y que se nos ha consolidado hasta resultar ahora inamovible – lo que


solemos hoy expresar con el término “pre-juicio” –, para dejar paso a la novedad del
Espíritu. En todo el proceso de discernimiento ignaciano, “deponer los juicios previos”
– “en lo que alguno muestra estar más fijo que conviene”, como dirá después con cierta
sorna Polanco20– es condición esencial para poder iniciarlo. Al ejercitante se le pide
entonces, con razón, entrar en el discernimiento sin dureza de juicio, dispuesto a
quebrarlo y sustituirlo por el “ánimo aparejado y pronto para obedecer a la Iglesia” y,
consiguientemente, “teniendo el ánimo pronto para buscar razones en defensa de sus
preceptos y en ninguna manera en su ofensa” [Ej 353 y 361].

Frente a la crítica generalizada y destructiva, la actitud que Ignacio propone para


mantener el discernimiento eclesial hasta el final, es ‘alabar’ todo lugar donde se
manifieste el Espíritu, por desconcertante e incluso diferente que parezca. ¡Qué difícil
nos resulta a todos – es cierto – no identificar al Espíritu Santo con nuestra forma
natural de pensar! Nunca es cómodo reconocer su presencia simultánea en nosotros y en
los que no piensan como nosotros. Probablemente por eso, para todos resulta siempre
oportuno el famoso consejo ignaciano – transversal en todos los Ejercicios – de “salir
cada uno de su propio amor, querer e interés”, si se quiere poder aprovechar en las cosas
espirituales [Ej 189].

No es conveniente, por eso, olvidar que las reglas para sentir en la Iglesia son las
reglas de discernimiento de la 4ª Semana. Suponen ya, por tanto, la destreza aprendida
en las “reglas de discernimiento de la 1ª Semana”, respecto a lo que es y cómo se
manifiesta la consolación – aumento de fe, esperanza y caridad, alegría interna y paz del
alma – y en las “reglas con mayor discreción, propias de la 2ª Semana”, respecto a cómo
se manifiesta el engaño –con sutilezas, falacias y razones aparentes, para llevarnos a una
cosa “distractiva o menos buena” –. Ambas destrezas deben ser recordadas y aplicadas
también ahora, en el examen de las mociones sentidas en la 4ª Semana, de manera que
podamos “sentir y conocerlas en alguna manera” [Ej 313], distinguiéndolas como
consolaciones o como engaños. Sin este examen previo, las consideraciones espirituales
sobre la Iglesia no son coherentes.

‘Alabar’ es el resultado de haber descubierto la acción del Espíritu en todo y de


haber visto cómo opera y se refleja en las realidades concretas de la Iglesia. Es el fruto
de encontrarse llenos de gratitud a Dios y de saber mirar con justicia y lucidez el reflejo
divino en todo lo eclesial. En consecuencia, es también el camino para posibilitar la
manera de reconocerlo, a base de preparar el ánimo para sentir y gustar la presencia del
Espíritu en medio de esta Iglesia, ya que es suya.

‘Alabar’ siempre en los conflictos eclesiales

¿Tienen vigencia hoy para nosotros – tan alejados en el tiempo, de las críticas de
Erasmo y de las reformas de Lutero –, las reglas ignacianas para sentir en la Iglesia?
Sobre todo, ¿sólo es válida su aplicación para las discusiones doctrinales o para el
respeto recomendado por San Ignacio a la jerarquía romana? No sólo. Más bien, el
ejercitante termina pronto aprendiendo, al hacer Ejercicios, que ningún documento de
este libro tiene después una única aplicación exclusiva. Como en las “reglas del comer”

20
MHSI, MI, EPP.3, 499. Véase J. CORELLA, op.cit. (1988), 114-116.
8

o en las “del ministerio de distribuir limosnas”, la multiplicidad de sus aplicaciones


reales se agranda continuamente.

Probablemente, la realidad que condiciona la vida eclesial de muchos cristianos


está hoy muy alejada de las cuestiones o del ambiente que San Ignacio toma como
ejemplo en sus reglas para sentir en la Iglesia. ¿Pueden servir, entonces, éstas para
iluminar esos otros conflictos eclesiales que viven la mayoría de los cristianos de hoy?
Sin duda que sí. Porque el acierto de estas reglas está en que, más allá de la ocasión en
que surgieron, nos muestran el instrumental adecuado para abordar bien cualquier tipo
de desavenencias o conflictos eclesiales. En realidad, San Ignacio las ofrece para
favorecernos el ánimo pronto de cara a un discernimiento eclesial. Es decir, para buscar
la solución a la diferencia, sin apagar el fuego del Espíritu que arde dentro de nosotros,
ni negar tampoco – o dejar de reconocer – su presencia en los demás.

Una aplicación muy obvia y casi ineludible de estas reglas es el amplio campo
de la vida cotidiana dentro de las comunidades religiosas o los frecuentes desacuerdos
entre elementos institucionales distintos dentro de la misma Iglesia local (parroquias,
religiosos/as, movimientos apostólicos, estructura diocesana, pastorales específicas
diversas). En aquéllas y en éstos, los conflictos son inevitables y hay que reconocer que
no siempre se resuelven bien. Porque, ciertamente, ni el “ordeno y mando”, ni el
desprecio manifiesto, ni las críticas continuadas, ni la amargura resultante en unos y en
otros, ni la división institucional o de hecho, puede llamarse “resolverlos bien”. Para
ese resultado no nos habría convocado a la misma tarea el Espíritu.

No todo instrumento sirve, en verdad, para encarar los conflictos de la vida


comunitaria o de la coordinación parroquial o diocesana. Ni el martillo es el instrumento
apropiado para arreglar una computadora, ni la escoba serviría para quitar una partícula
de polvo en el ojo… A cada realidad le corresponden sus medios apropiados de
reparación. A mayor cariño, mayor finura. Nada tiene, pues, de extraño que la
resolución de los conflictos y diferencias en la Iglesia pase por mantener, unos y otros,
en todo momento, la firme decisión de ‘alabar’ la presencia del Espíritu en todos.

Qué consecuencias prácticas llegaría a tener la actitud de ‘alabarlo’ todo en la


vida comunitaria de cualquier grupo religioso, es fácil adivinarlo. También lo sería
mantener la misma actitud en un presbiterio diocesano, a la hora de elaborar sin
imposiciones el proyecto pastoral conjunto de una Iglesia local. Todavía más deseable
sería reconocerla útil para armonizar las diferentes inquietudes y carismas religiosos en
una parroquia donde coexistan fieles de espiritualidades diversas. He aquí tres campos,
por lo menos, donde aplicar con provecho estas reglas, encarando bien los conflictos
que la diversidad origina.

En resumen, ‘alabar’ es – para San Ignacio – hacer Iglesia. No es una mera


táctica complaciente, sino un presupuesto derivado de aquel mismo “prosupuesto” [Ej
22] que él ha puesto al comienzo de sus Ejercicios. Tampoco es una disposición nueva,
que venga a añadirse ahora al ejercitante, para acompañar las referencias eclesiales de la
4ª Semana, sino la consecuencia del Principio y Fundamento que determina todo el
proceso. Ahí descansa su acierto.
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