Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Pero el término ‘alabar’ tiene además otro uso en el texto ignaciano, que es al
que se refiere expresamente Maron. En efecto, con complemento directo, ‘alabar’
aparece en las Reglas para sentir en la Iglesia2 de una manera llamativa y reiterada, y
con referencia explícita y directa a estructuras y costumbres eclesiales 3 [Ej 352-370].
Aquí es ya “un programa de veneración a la Iglesia, de amor a la Iglesia, de fidelidad a
la Iglesia”, y como tal – a juicio de Maron – “un pequeño compendio de eclesiología
ignaciana”.4 Este compendio es el que siempre puede ser oportuno desentrañar.
El texto al que se está haciendo referencia son las llamadas “reglas parisinas”,
es decir, las 13 primeras reglas de sentir en la Iglesia, redactadas por Ignacio casi con
toda seguridad en París, antes de salir de allí en 1535. En todo este bloque, la palabra
‘alabar’ es el término clave y repetido. Diez de dichas reglas (de la 2ª a la 11ª) son
proposiciones que comienzan prácticamente siempre con la palabra ‘alabar’, y cuyos
complementos directos forman una larga relación de estructuras eclesiales diversas que,
en principio, resultan aparentemente inconexas (sacramentos, ceremonias litúrgicas,
votos religiosos, veneración a reliquias, penitencias cuaresmales, escuelas teológicas…).
‘Alabarlo todo’, parece ser el mensaje transmitido aquí, si bien, al ejercitante no se le
explica por qué San Ignacio concreta la alabanza precisamente en esas realidades y no
en otras.
1
G. MARON, Ignatius von Loyola. Mystik – Theologie – Kirche, Gotinga 2001, 130-163. Véase, S.
MADRIGAL, Eclesialidad, reforma y misión, San Pablo – Univ. Pontificia Comillas 2008, 105 y 126.
2
El texto oficial del Autógrafo y la Versio Prima utilizan la preposición “en”; la Vulgata, en cambio, la
preposición “con”. Es evidente que con el “en” se acentúa la pertenencia, mientras que con el “con”, más
bien, se señala el acuerdo entre dos realidades diferentes y hasta posiblemente enfrentadas. Véase la
explicación completa en J. CORELLA, Sentir la Iglesia, Mensajero-Sal Terrae 1988, 106.
3
Véase, J.M. LERA, Experiencia de Iglesia en el libro de los Ejercicios (2):” Sentire in Ecclesia”, en
“Manresa” 68 (1996), 305-331.
4
G. MARON, op. cit., 136 y 145.
2
litúrgicos, o las transforman casi en una defensa fanática de la ortodoxia general que
quieren ver sostenida por San Ignacio. No es casual, por eso, que hayan sido entendidas
estas reglas por algunos como “reglas de la ortodoxia” o “reglas del catolicismo
castizo”, desvirtuando así su objeto y su carácter.5
No pueden ser eso, de ningún modo. Estas reglas (que no se refieren a preceptos
de la Iglesia, para las que el tratamiento ignaciano es bien diferente 6) se convertirían
entonces en algo radicalmente distinto del espíritu abierto y respetuoso de la libertad
que subyace en todos los Ejercicios. Incluso se contradecirían ostensiblemente con las
que aparecen a continuación – reglas 14ª a 18ª – , redactadas unos años después en
Roma, precisamente recomendando no radicalizar posturas. En todos los Ejercicios, el
método usado por San Ignacio no es polémico, ni se propone refutar los errores de unos
u otros. ¿Por qué habrían de ser estas reglas un apéndice disonante del resto de
documentos de su libro?
La interpretación correcta va, más bien, por la línea del discernimiento eclesial.
“La dificultad que muchos experimentan con las reglas – manifiesta con autoridad Jesús
Corella – es probablemente el resultado de una lectura extrapolada de las mismas, y por
lo tanto, de una lectura falsa. No son reglas de juego o condiciones de ortodoxia mínima
en referencia a la Iglesia. Son, más bien, reglas de discernimiento. Y lo que intentan
discernir es si, después de la experiencia de Ejercicios, el ejercitante permanece en la
recta comprensión del misterio de la Iglesia, y si esa comprensión es operante en él. No
son condiciones previas para la perfección, sino actuaciones concretas de una vida en el
Espíritu. Son reglas de madurez, que nunca podrán comprenderse desde la exterioridad,
ni desde una esclavizante preocupación por la ortodoxia. Las posturas cercanas a lo
fanático pervierten la intencionalidad ignaciana de estas reglas”.7
Cuando los comentaristas se centran en los complementos directos que pone San
Ignacio tras el verbo ‘alabar’, el peligro de malinterpretar las reglas se acentúa. Cuando
se detienen, en cambio, en lo que puede significar aquí realmente ese término, las
perspectivas de descubrirles su sentido de discernimiento se fortalecen. El análisis
principal que se nos pide al comentarlas ha de fijarse, por eso, sobre todo, en el verbo
elegido. ¿Por qué y para qué elige San Ignacio en estas reglas el término ‘alabar’?
5
Bien es verdad que la traducción de la Vulgata da pie, sólo aparentemente, a dicha mala interpretación,
cuando las llama “Reglas para que sintamos con la Iglesia ortodoxa”. El texto Autógrafo original decía:
“Reglas para el sentido verdadero en la Iglesia militante”, que no es exactamente lo mismo.
6
Véase, como muestra, [Ej 229].
7
J. CORELLA, Ejercicios Espirituales para desarrollar sentido de Iglesia, en “Manresa” 62 (1990), 24.
Véase también para todo este artículo S. ARZUBIALDE, Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Historia
y análisis, Mensajero-Sal Terrae 1991, 809-823.
3
Qué pueda querer decir Ignacio, en este contexto, al recomendar ‘alabar’ tantas
proposiciones, se comprueba bien cuando se repasan las materias sobre las que pide tan
rotundamente esa alabanza incondicional. Por de pronto, es evidente que ‘alabar’ no
equivale para él a estar de acuerdo o defender como intocable el objeto de su alabanza.
De hecho, cuatro (!) de sus ocho primeras reglas de alabanza se refieren a temas que
pronto él no va a considerar deseables para su Instituto o va a procurar por todos los
medios no secundar. En ese grupo han de incluirse las reglas 3ª y 7ª (“horas ordenadas a
tiempo destinado para todo oficio divino y todas horas canónicas” y “constituciones de
ayunos y abstinencias, y penitencias externas”), que va a conseguir del Romano
Pontífice que no existan en la Compañía; y las reglas 6ª y 8ª, cuya práctica en Ignacio
brilló claramente por su ausencia (“veneración a reliquias, indulgencias, ornamentos y
edificios de iglesia”).10
8
El “affaire de plackards” tuvo lugar en París en octubre de 1534, muy poco antes de la salida de Ignacio
hacia España. Véase, C. DALMASES, La Iglesia en la experiencia personal de San Ignacio, en Varios,
“Sentire cum Ecclesia”, CIS 1983, 56.
9
S. MADRIGAL, Claves para una relectura de las Reglas para sentir con la Iglesia, en “Manresa” 73
(2001), 6. El primero en señalar este paralelismo fue P. DUDON, Saint Ignace de Loyola, 1934. Repiten
esta hipótesis, P. LETURIA, Problemas históricos en torno a las reglas para sentir con la Iglesia, 1957;
J. CORELLA (1988); S. ARZUBIALDE (1991); J.M. LERA (1996); y S. MADRIGAL (2001 y 2008).
10
Ignacio no dio muestras nunca de devoción a las reliquias (tampoco Javier, aunque sí Fabro); evitó que
los suyos participaran en el comercio de indulgencias en Alemania; y se opuso a la ornamentación
suntuosa de la capilla de la Strada donde, después de su muerte, se levantó la majestuosa iglesia del Gesù.
4
¿En qué Iglesia está pensando Ignacio? ¿En una Iglesia enteramente santa, sin
muestra alguna de corrupción o abuso de poder en sus miembros más representativos?
Imposible creerlo así. Su presencia en Roma es contemporánea de una corrupción
visible del Papado y de muchos obispos.13 No hay una sola anécdota ni sentencia de
Ignacio aceptando o transigiendo con dicha situación. Pero es bien cierto que tampoco
concede a esas realidades de corrupción el derecho a modificar su eclesiología.
Como no puede dudar que la Iglesia militante ha sido querida por Jesús con sus
mediaciones, para Ignacio resulta muy claro que la realidad moral de éstas, sea cual sea,
no puede desvirtuar nunca la presencia del Espíritu en ella. La “Iglesia jerárquica”, es
decir, la Iglesia que se presenta incorporando la mediación de la jerarquía, es “nuestra
11
P.H. KOLVENBACH, Pensar con la Iglesia después del Vaticano II, Roma 2004; véase en Selección
de Escritos (1991-2007), Curia Provincial España 2007, 588-589
12
Éste es también el mensaje de las últimas reglas (14ª a 18ª), redactadas en Roma en 1541, cuando se
apaciguaron las aguas de la polémica de Fabro y Laínez con el criptoluterano Mainardi, en la cuaresma de
1538. Recuérdese que estas reglas ignacianas son muy anteriores a los decretos del Concilio de Trento.
13
Véase M. FOIS, La Iglesia jerárquica en tiempo de San Ignacio, en Varios, “Sentire cum Ecclesia”,
CIS 1983, 11-38.
5
santa madre Iglesia” por voluntad del Señor.14 La “verdadera esposa de Cristo”, como la
llama con veneración, una y otra vez [Ej 353 y 365].
14
El término “Iglesia jerárquica”, acuñado probablemente por San Ignacio, tiene este sentido de “Iglesia
de las mediaciones”, muy alejado del significado de “jerarquía de la Iglesia”, con el que no debe
confundirse. Véase esto desarrollado en J.M. LERA, Experiencia de Iglesia en el libro de los Ejercicios
(3), en “Manresa” 69 (1997), 82-87. Véase también S. MADRIGAL, op. cit. (2008), 94-99.
15
J. CORELLA, San Ignacio y la Iglesia: Unas reglas que nos siguen iluminando, en “Manresa” 79
(2007), 179-180; y . Véase también P.H. KOLVENBACH, Pensar con la Iglesia después del Vaticano II
(2004), op.cit., 587: “Cuando San Ignacio habla de la Iglesia jerárquica no pretende referirse al mundo de
papas y obispos, eclesiásticos y clérigos. Ignacio considera a la Iglesia como un todo”.
16
J. CORELLA, op.cit. (2007), 180-181.
6
Erasmo había ridiculizado incluso el ‘alabar’ con esta frase lapidaria: “Lo blanco
no puede ser negro, aunque lo diga el papa romano”. La agresividad ingeniosa de esta
sentencia no quedaba aminorada por la coletilla final, sólo aparentemente apaciguadora:
“cosa que yo sé que no hará de ninguna manera”. ¿Por qué dice que sabe que nunca va a
hacerlo? ¿No seguía el Papa llamando negro a lo que – a su juicio – era blanco?
No es conveniente, por eso, olvidar que las reglas para sentir en la Iglesia son las
reglas de discernimiento de la 4ª Semana. Suponen ya, por tanto, la destreza aprendida
en las “reglas de discernimiento de la 1ª Semana”, respecto a lo que es y cómo se
manifiesta la consolación – aumento de fe, esperanza y caridad, alegría interna y paz del
alma – y en las “reglas con mayor discreción, propias de la 2ª Semana”, respecto a cómo
se manifiesta el engaño –con sutilezas, falacias y razones aparentes, para llevarnos a una
cosa “distractiva o menos buena” –. Ambas destrezas deben ser recordadas y aplicadas
también ahora, en el examen de las mociones sentidas en la 4ª Semana, de manera que
podamos “sentir y conocerlas en alguna manera” [Ej 313], distinguiéndolas como
consolaciones o como engaños. Sin este examen previo, las consideraciones espirituales
sobre la Iglesia no son coherentes.
¿Tienen vigencia hoy para nosotros – tan alejados en el tiempo, de las críticas de
Erasmo y de las reformas de Lutero –, las reglas ignacianas para sentir en la Iglesia?
Sobre todo, ¿sólo es válida su aplicación para las discusiones doctrinales o para el
respeto recomendado por San Ignacio a la jerarquía romana? No sólo. Más bien, el
ejercitante termina pronto aprendiendo, al hacer Ejercicios, que ningún documento de
este libro tiene después una única aplicación exclusiva. Como en las “reglas del comer”
20
MHSI, MI, EPP.3, 499. Véase J. CORELLA, op.cit. (1988), 114-116.
8
Una aplicación muy obvia y casi ineludible de estas reglas es el amplio campo
de la vida cotidiana dentro de las comunidades religiosas o los frecuentes desacuerdos
entre elementos institucionales distintos dentro de la misma Iglesia local (parroquias,
religiosos/as, movimientos apostólicos, estructura diocesana, pastorales específicas
diversas). En aquéllas y en éstos, los conflictos son inevitables y hay que reconocer que
no siempre se resuelven bien. Porque, ciertamente, ni el “ordeno y mando”, ni el
desprecio manifiesto, ni las críticas continuadas, ni la amargura resultante en unos y en
otros, ni la división institucional o de hecho, puede llamarse “resolverlos bien”. Para
ese resultado no nos habría convocado a la misma tarea el Espíritu.