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El Ojo Breve / Cadáveres

Por

Abraham Cruzvillegas

(25-Abr-2001).-

Cuando se decide quién es más apto para ocupar un puesto en la


administración cultural, se piensa menos en función de qué
(proyectos) y más en función de quiénes (burócratas). Los que han
de proponer calendarios, agendas y proyectos específicos en el
arte, generalmente tienen poco o nada que ver con el arte.
Simplemente ascienden en los escalafones, o bien, obedecen a la
condición de pactar y negociar con grupos del microentorno
llamado "La Cultura" (otros le llamarían "Nomenklatura").

Hablando de propuestas de trabajo, las más de las veces se apela a


la imperiosa necesidad de poner en alto el nombre de la patria en
el extranjero, o de actualizar los lenguajes, de estar al día. El ya
tradicional freak, armado de globalización y cosmopolitismo,
travestido de folklore y cursilería.

A veces también se procura conmemorar la momificación de


"artistas a los que hay que hacer justicia", difuntos o no, como
Gunther Gerzso o Juan Soriano.

Desde la reciente transición gubernamental, con todo el placer


morboso que implica el hipotético desplazamiento del priísmo y,
con cierto optimismo, el eventual cambio de política hacia
actitudes distintas, que no sean las de un probable oscurantismo y
autocensura, por la desconfianza que inspira en su conjunto la
plataforma del foxato, los cambios en la administración cultural
todavía dejan mucho que desear, sin que extrañemos a nadie.
Ejemplo: el flamante director del Museo de Arte Moderno, Luis
Martín Lozano, avisó que se preocupará por que ninguno de los
proyectos que allí se desarrollen ofenda al público. Tal vez lo
asesora Jesse Helms.

El hecho es que hace falta -urge- revisar a fondo y replantear el


sistema institucional del arte en México, dejar viejos vicios y
redefinir con precisión el perfil de cada museo; habría que
hacerlos más independientes y, en función de todo esto, decidir
quiénes son las personas idóneas para administrarlos, vivan en
México o en el extranjero.

El arrebato y el rumor generados en torno a quiénes serían los


nuevos funcionarios (incluido el titular del INBA, Ignacio Toscano)
y directores de museos, nombrados apenas por la cuestionada
presidenta del CNCA, Sari Bermúdez, han estado permeados de
meritocracia, abulia, enroques burocráticos y ansiedad
convenenciera. Se alegaba en muchos de los corrillos la ausencia
de candidatos. De ello se desprende que hemos de conformarnos
con lo que caiga, con o sin experiencia, con o sin ideas. Luego,
todos (galeristas, artistas, críticos y funcionarios) festejaríamos en
cenas y convivios: habemus papam.

Por ello no debe sorprendernos cierta inercia que apunta hacia la


resucitación de "grandes temas", exposiciones por técnicas o
reflejos tardíos de muestras refriteadas del extranjero. De arriba
abajo hay un desconocimiento profundo de la actualidad en el
arte, la mayoría de los museos van a la segura, no corren riesgos,
son jactanciosos y autocomplacientes. Las excepciones parpadean
con drama. Ejemplo: Guillermo Santamarina haciendo proyectos
con las uñas en Ex Teresa. El asunto de los presupuestos también
jala greña.

Sin proyectos y sin saber qué hacen los artistas, es muy difícil que
la nave no vaya a la deriva, cuando no va a pique. Desde el
ambicioso proyecto de Vasconcelos, no hemos conocido más que
demagogia y megalomanía en los planes culturales
gubernamentales. Buenos ejemplos son las exposiciones
abarcalotodo como México eterno y Escultura mexicana: de la
academia a la instalación. Haría falta una que se llame Ya merito.

Lejos de una voluntad de interpretación, se generan criterios a


priori o se importan modelos factibles desde la administración
cultural. Ejemplo: Boutique, la exposición sobre moda en el museo
Carrillo Gil, una de las más insulsas, frívolas y desagradables que
haya visto. La necesidad de pertenecer al mainstream
generalmente exhibe la ausencia de toda capacidad creativa,
analítica o crítica.

Por otro lado, ¿qué sucederá si el índice de riesgo de los museos


ante la creación viva se reduce a dádivas legitimadoras?

Sobre el papel de los curadores todavía falta mucho por discutir ¿A


qué se dedican? ¿Cómo lo hacen? ¿Por qué? ¿Cómo se decide que
tal o cual será nombrado curador de un museo? ¿En relación con
qué proyectos? Casi siempre los curadores son sólo personas que
escogen obras, que inventan tópicos desde sus escritorios, o que -
extraordinariamente- tienen buen gusto. Ejemplo: ¿Desde cuándo
la investigadora del Cenidiap, Silvia Navarrete, se convirtió en
curadora? Desde ya, por obra y gracia de la nueva administración
del museo Carrillo Gil.

¿Qué tal si revisamos caso por caso quiénes son los curadores de
cada museo? Estas transfiguraciones suelen retar a la mística
fascinante de la alquimia.

Los museos se han convertido, antes que vínculos o vehículos para


observar el mundo de otra manera, en botines políticos y
cadáveres nada exquisitos. Mientras, el arte sigue sucediendo,
como siempre, más allá de estas decisiones, reinventándose para
siempre.

Comentarios: enemistad@yahoo.com

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