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En los últimos dos siglos la docencia ha sido un espacio privilegiado de incidencia femenina,
sin embargo ello no fue fortuito, dado que implicó en su momento una constante lucha por su
reconocimiento; la apertura y permanencia en espacios de formación antes pensados sólo
para varones, vio la entrada y posterior feminización del magisterio mexicano en educación
básica.
Según datos de la propia SEP en su documento titulado “Sistema Educativo de los Estados
Unidos Mexicanos 2011-2012” a nivel preescolar las mujeres representan el 96.2% del total
de docentes; en primaria el 66.6% y en secundaria el 51% son profesoras (SEP, 2012). Los
datos anteriores reflejan una relación clara de la feminización del magisterio. Este fenómeno
no tiene que ver sólo con una cuestión cuantitativa, la feminización del magisterio en su
momento también respondió a las demandas sociales atribuidas a las mujeres.
En el siglo XIX se construyó un modelo docente apoyado en un paradigma moral, el cual
devino en una imagen ideal de la maestra: hermosa, sencilla, afectuosa, bondadosa, justa y
abnegada (Elizondo, 1992). De esta forma se genera una imagen idealizada en torno a la
docencia en educación básica, como una actividad asociada principalmente a la mujer.
Imagen distorsionada desde sus inicios y alejada de la realidad que las docentes enfrentan
cotidianamente en su labor y que para muestra están algunas zonas del país por citar
Michoacán, Guerrero, Oaxaca y Chiapas; donde las maestras son activas luchadoras
sociales con una fuerte participación política y defensa de sus derechos y los de la
comunidad a la que prestan sus servicios profesionales, antes que pasivas y dóciles
señoritas de familia. A pesar de esto, la tendencia parecería indicar que la incidencia y el
alcance de la labor docente de las profesoras se acota al aula sin tener un impacto fuera de
este espacio; esta situación deformada del ejercicio docente apoyada en la investigación
que en este país se ha generado respecto a docentes de educación preescolar, primaria y
secundaria, ha hecho que un número importante de estudios sobre educación básica se
enfoque exclusivamente en el trabajo en el salón de clases y lo que sucede en su interior,
cerrándose sobre sí y estableciendo barreras artificiales a otras dimensiones que atraviesan
el ejercicio docente.
En este sentido existe un número importante de investigaciones sobre la historia del
magisterio mexicano (Solana, 1981; Arnaut, 1996) donde se destaca su formación, luchas y
demandas así como sus conquistas, sin embargo son pocas las que centran su mirada en
las maestras y sus contribuciones o en su defecto son presentadas como víctimas pasivas
de sus circunstancias. Como bien lo señala Susan Street la gran mayoría de estas
investigaciones se inscriben en una historiografía masculinizada del movimiento magisterial
ya que carecen de un abordaje expreso de la presencia y el papel de las maestras como
luchadoras sociales por la consecución de las metas de su organización gremial (Street,
2008).
Desde esta lógica son pocas las investigaciones que relacionan la participación política de
las docentes de educación básica con la categoría de género (Street 2008, Cortina 2003) o
que analicen la subjetividad con procesos educativos (Castañeda 2009, Echavarría 2014) y
aún es casi nulo el número de investigaciones que vinculan la movimientos magisteriales,
subjetividad y educación.
Reconocer la posibilidad de procesos educativos en espacios no escolarizados, implica
considerar que no siempre existe una intención educativa directa, pero si resultados en la
modificación de significaciones a partir de experiencias especificas. Es preciso repensar la
equivalencia que en torno a la educación se ha creado, considerando la escuela igual a
educación, por lo que es necesario pensar la educación y los procesos educativos como
resultado de las articulaciones que se producen en procesos sociales mucho más amplios,
no solo restringidos a la escolarización (Ruíz, 2005)
Por lo que es preciso continuar con el análisis a otras dimensiones de construcción de la
realidad docente en México como se plantea esta investigación donde se desea profundizar
en los procesos educativos que acontecen en espacios no escolarizados como las marchas
y plantones realizados por el magisterio; así como de las implicaciones sociales y culturales
entorno a ellas. Para ello se considera tomar como fundamento la relación político
pedagógica de la subjetividad como proceso educativo en los movimientos magisteriales.
Es así que esta investigación pretende aportar una mirada sobre el magisterio mexicano
que se enfoque en el papel de las maestras, destacando sus contribuciones como
participantes activas y luchadoras sociales por la consecución de las metas de su
organización gremial, así como las implicaciones subjetivas que se derivan de dicha
participación política.
En este punto, es preciso mencionar que dentro de nuestro país hablar de maestras de
educación básica es una generalización que debe ser matizada ya que si algo caracteriza a
las maestras además de su labor docente es una enorme diferencia y una multiplicidad de
voces, identidades profesionales, demandas sociales, posturas políticas, prácticas
pedagógicas, etc., que más que ser un problema muestran la riqueza de este grupo.
Con base en lo anterior cabe precisar que nos enfocaremos en las maestras oaxaqueñas
que deciden manifestarse para intentar responder la pregunta de cuáles son las
motivaciones, los factores sociales y políticos que las llevan a decantarse por la
participación en marchas, manifestaciones y plantones así como la forma cotidiana en cómo
viven estas estrategias de lucha, las interiorizan, apropian y resignifican.
Interesa presentar a las maestras de educación básica como mujeres profesionistas y
ubicadas bajo una serie de particularidades históricas (de genealogía de lucha y resistencia)
que contribuyen a que la participación en un movimiento social no sea vista como una
posibilidad lejana y desarticulada de su realidad, sino como participantes activas, bien sea
para resistirse y tratar de modificar su situación, o también para compartir una situación de
desigualdad social y laboral con sus colegas varones, así como la incidencia que tiene su
participación política para la constante configuración de su subjetividad.
Para el estado de Oaxaca que es la zona donde nuestra investigación se centra, el impacto
económico en zonas marginadas evidentemente no nace a partir del neoliberalismo, sino
que deviene de un proceso histórico de mayor duración y que antecede al propio
neoliberalismo, sin embargo ciertas políticas públicas recrudecen la brecha en el acceso a
mejores condiciones de vida e igualdad de oportunidades.
De acuerdo con datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo
Social (CONEVAL) las estadísticas de pobreza en el estado de Oaxaca expresan que del
total de la población el 61.9% se encuentran en el rango de pobreza (moderada y extrema),
en tanto que en situación de vulnerabilidad el 27.8% (por carencia social como por ingreso).
(CONEVAL, 2012). Dichos datos indican como en el estado de Oaxaca el acceder a una
estabilidad económica y social es complejo, pues sólo el 10.3 % de los habitantes no vive en
situación de vulnerabilidad o pobreza. Estas estadísticas evidencian el impacto económico
en Oaxaca1 como una de las zonas de mayor marginación en el país. Sin duda dicho
panorama se expresa con una inconformidad laboral y un malestar creciente en el precario
nivel de vida de la población oaxaqueña. Por lo que bajo esta lógica es interesante que
surjan agentes que encuentren voz y exijan sus demandas laborales y derechos a través de
manifestaciones sociales, claro ejemplo son las constantes manifestaciones de la sección
22 del SNTE. De esta manera, la idea de participación política sindical aparecía vinculada
primordialmente con el ejercicio de liderazgos individuales de elección racional y con
arreglos corporativos (Góngora, 2005).
En este sentido, la participación política se ve delimitada por actividades sociales
planteadas bajo una dicotomía entre los ámbitos público y privado, y tiene como uno de sus
criterios de división el género. En esta división las mujeres y las actividades que han
desempeñado, históricamente han sido confinadas al espacio privado, es decir lo que
constriñe al ámbito doméstico, de cuidado y servicio; y pocas veces al ámbito público que se
relaciona con lo que acontece en un espacio social fuera del hogar (Lagarde, 2005). Entre
los ámbitos y espacios donde estas atribuciones sirven como referente y circunscriben una
disparidad se encuentra el ámbito político. Son estas relaciones de poder cimentadas en
atribuciones asentadas en categorías sociales diferenciadas, con base en características de
género imputadas y no necesariamente reales, las que determinan un uso equitativo del
ejercicio del poder. Si bien las maestras no están invisibilizadas, su participación parece no
implicar las mismas actividades que las de los maestros. Esta clara relación de
subordinación de las maestras frente a los líderes varones no es muy diferente aunque se
trate de una u otra organización sindical, un ejemplo es que pese a que durante más de
veinticuatro años la dirección del SNTE fue ocupada por una mujer, su gestión político-
sindical y la base estructural docente que le sostenía, no tenía una fuerte representación
femenina ni respondía a las demandas de las maestras (Bensusán, 2013).
¿Cómo se puede explicar esta situación donde las maestras a pesar de su abrumadora
mayoría no ocupan puestos de dirección o interlocución dentro de los movimientos de
1
Se considera al estado de Oaxaca en su conjunto y a partir de datos generales de los 570 municipios que le componen, por
lo que no se especifican las particularidades de determinadas zonas turísticas. Ello argumentando que los recursos
obtenidos del turismo no necesariamente tienen un impacto que se refleje directamente de manera significativa en la
población no empresarial.
protesta? ¿en qué consiste entonces su participación en las marchas, plantones y
campamentos de protesta? La participación sindical se ha comprendido generalmente en el
marco de la acción de los líderes en las estructuras sindicales y en la gestión patrimonialista
de las negociaciones salariales y de las prestaciones sociales. Se consideraba entonces
que los afiliados a una organización sindical sólo podían tener un rol pasivo y paciente: la
actividad política era desempeñada por la burocracia sindical experta, y el resto de las y los
trabajadores sindicalizados sólo tenían que esperar pasivamente.