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crisis
10 DICIEMBRE, 2018 | David Mathis
V I DA C R I S T I A N A
Una y otra vez, las Escrituras describen a los fieles no como aquellos que
nunca vieron problemas, sino como aquellos que clamaron a Dios en medio de
la crisis. Los hombres y mujeres modelo que recordamos enfrentaron los
mayores momentos de problemas y días de angustia. Y Dios oyó sus gritos de
ayuda. No estaba sordo entonces, ni lo está hoy, a las voces de los suyos, por
poderosos o humildes que sean, especialmente en crisis.
En problemas y angustia
Nuestro Dios no es solo el Dios que habla —por increíble que sea eso—, sino
también, maravillosamente, el Dios que escucha. Cuando Santiago nos llama a
que seamos “pronto[s] para oír” (Stg. 1:19), nos llama a ser como nuestro Padre
celestial. Tenemos un Padre “que escucha la oración” (Sal. 65:2), que atiende a
la voz de nuestras súplicas (Sal. 66:19). Nuestro Dios no solo ve a todas las
personas, sino que ve a los suyos de una manera especial, como aquellos con
quienes hizo pacto de amor. Oye a su gente con el oído de un marido y padre.
No le molestan nuestras peticiones, especialmente en problemas y angustias.
Los Salmos, en particular, celebran el entusiasmo que Dios tiene por escuchar y
ayudar a su gente en su “día de angustia”. David testificó que Dios había sido
“baluarte y refugio en el día de mi angustia” (Sal. 59:16, también 9:9; 37:39; 41:1).
Sabía a dónde acudir cuando llegaba la crisis: “En el día de la angustia Te
invocaré, porque Tú me responderás” (Sal. 86:7). “Porque en el día de la
angustia me esconderá en Su tabernáculo” (Sal. 27:5). Y David sabía a dónde
apuntar a otros: “Que el SEÑOR te responda en el día de la angustia” (Sal. 20:1).
“El SEÑOR será también baluarte para el oprimido, baluarte en tiempos de
angustia” (Sal. 9:9).
Y no solo David, sino también el salmista Asaf: “En el día de mi angustia busqué
al Señor” (Sal. 77:2). Dios mismo dice: “Invócame en el día de la angustia; te
libraré, y tú me glorificarás” (Sal. 50:15). Lejos de molestarle nuestros gritos de
ayuda, a Dios le honra cuando nos dirigimos a Él con nuestras cargas. Quizá lo
más sorprendente de todo es el estribillo del Salmo 107 (cuatro veces):
“Entonces en su angustia clamaron al SEÑOR, y Él los libró de sus aflicciones”
(versículos 6, 13, 19, 28). Esta no es solo la historia de Israel una y otra vez, sino
también la nuestra.
La vida de Jacob fue una sucesión de momentos de crisis, y Dios demostró ser
fiel; el Dios que escucha y responde. Así como Dios vio a Lea en su crisis (Gn.
29:31) y recordó a Raquel (Gn. 30:22), Él ve, oye, recuerda, se preocupa. Él es el
Dios vivo que quiere que nos volvamos a Él, que luchemos con Él (Gn. 32:22–
28), no solo en nuestras circunstancias, sino también en nuestros tiempos de
crisis. Este es el Dios de Jacob y el Dios de Nahum (Nah. 1:7), Abdías (Ab. 12,
14), Jeremías (Jer. 16:19) y Ezequías (Is. 37:3).
Su mayor respuesta
“Se llevó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y comenzó a afligirse y a
angustiarse mucho” (Mr. 14:33). Allí, en ese jardín de crisis, Jesús ofreció
“oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que Lo podía librar de la
muerte, [y] fue oído a causa de Su temor reverente” (He. 5:7). Dios escuchó a
su Hijo en su momento de crisis, pero no dejó pasar la copa. No lo libró de la
muerte. Que Dios escuchara a Jesús y le respondiera no significaba que se
salvaría de la cruz, sino que salvaría a través de la cruz.
IMAGEN: LIGHTSTOCK
(HTTPS://WWW.LIGHTSTOCK.COM/PHOTOS/A-SCARED-AND-LOST-
LITTLE-BOY-STANDING-AT-A-STEEL-UPRIGHT-IN-A-DARK-1CDCB41C-
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