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Liberalismo, participación política

y pertenencia cultural
MARIANO C. MELERO DE LA TORRE
UNED, Madrid

Asistimos en nuestras democracias actua- coaccionados por ninguna autoridad ajena


les a una situación paradójica. La apatía a su voluntad 1.
de los ciudadanos de las sociedades mayo- Los críticos de esta noción meramente
ritarias, orientados casi exclusivamente en negativa de la libertad insisten en que no
función de sus intereses profesionales y vale de nada una declaración formal de
familiares, contrasta con la persistente derechos y deberes si luego no se dan las
lucha política de los grupos nacionales condiciones necesarias para su realización.
minoritarios por lograr su reconocimiento. La libertad individual, dicen, sólo puede
De forma casi imperceptible, el lamento ser ejercida en un tipo de sociedad. Los
por la escasa implicación de los ciudadanos individuos no son átomos aislados. Sus
en el bien común se transforma general- identidades, así como el curso de sus accio-
mente en temor cuando de lo que se trata nes, dependen del trasfondo social y cul-
es de otorgar derechos políticos a aquellos tural. El ciudadano moderno, con su status
subgrupos del país que se sienten y se pro- de derechos bien protegido, es el producto
claman sociedades separadas. En este bre- de un determinado tipo de civilización —o
ve artículo intentaré aclarar la naturaleza de una forma específica de asociación polí-
de la participación política, cuáles son sus tica caracterizada por el imperio de la ley,
fuentes y hasta qué punto está justificado las reglas de igual respeto, los hábitos de
el temor a reconocer de manera universal deliberación y asociación, etc.— cuya
el autogobierno de los «pueblos». Para supervivencia no está nunca definitivamen-
ello, analizaré dos modelos de participa- te garantizada. Por este motivo, los indi-
ción política: el modelo comunitarista de viduos libres deben participar activamente
Charles Taylor y el modelo democrático en el sostenimiento de ese contexto social
de Jürgen Habermas. que les permite ejercer la libertad. La par-
¿Qué debemos entender por participa- ticipación política, en este sentido, significa
ción política? En términos generales, la la obligación de servir a la comunidad, lo
concepción que usemos de participación que exige no sólo derechos (y deberes) de
dependerá del tipo de comunidad, o del no-interferencia, sino también deberes de
aspecto de la comunidad, en el que deci- solidaridad, fraternidad y mutuo entendi-
damos considerar la integración o socia- miento, así como un sentimiento compar-
lización de un individuo. Si hablamos de tido de lealtad hacia las instituciones
la comunidad política, la participación con- comunes.
siste en «la pertenencia a un Estado», lo Los defensores de este tipo de parti-
cual implica, en las sociedades liberales cipación suelen ser críticos con el libera-
democráticas, la posesión de un status de lismo. Piensan que la defensa liberal de
derechos y deberes que garantiza a los indi- los derechos individuales es incapaz de sos-
viduos un ámbito de libertad de acción en tener, por si misma, una concepción públi-
el que, dentro de los límites impuestos por camente comprometida de la participación
la ley, no pueden verse constreñidos o política. Piensan que para ello se hace

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necesario lograr conectar coherentemente tural, común a todos los ciudadanos, lo


la defensa de los derechos liberales con que permite enraizar la ciudadanía demo-
la persecución colectiva de fines y bienes crática en un contexto histórico-político
comunes. Los dos modelos teóricos que culturalmente neutral. Para Habermas, «la
vamos a ver brevemente aquí coinciden en sustancia ética de una integración política
subrayar la imposibilidad de activar que mantiene unidos a todos los ciuda-
mediante normas jurídicas la participación danos de la nación, debe permanecer «neu-
política de los ciudadanos. Se trata, en tral» con respecto a las diferencias entre
ambos casos, de anclar el status legal de las comunidades ético-culturales existentes
la pertenencia a un Estado en un trasfondo dentro de la nación» 2.
sociocultural donde los individuos puedan En mi opinión, el abandono de la con-
encontrar los motivos e intenciones que cepción comunitarista de la cultura nacio-
les orienten hacia el bien común. En el nal no permite trazar una línea divisoria
modelo comunitarista de Taylor, el status tan estricta como quiere Habermas entre
legal del ciudadano representa la expresión la política (o la cultura política) y los rasgos
formal de una identificación nacional o propiamente etnoculturales o históricos
cultural. Los individuos participan en una (como la lengua). La idea que defenderé
comunidad cultural cuando forman y revi- en este artículo es que Habermas comete
san sus motivos, intenciones y ambiciones el mismo error que Taylor. Ambos supo-
en el contexto de una cultura, una lengua nen que la identidad cívica encargada de
y una historia comunes. En el modelo mantener una participación política activa
democrático de Habermas, por el contra- ha de basarse en una cultura común com-
rio, este anclaje cultural de la participación partida por todos los miembros de la aso-
política no necesita en modo alguno apo- ciación política. Creo que esto es falso, y
yarse en características etnoculturales o que una misma identidad cívica puede
históricas concretas, sino que basta con la estar integrada por distintas culturas nacio-
socialización de todos los ciudadanos en nales sin que esto suponga compartir una
una cultura constitucional posnacional misma cultura política independiente de
basada en principios universalistas de jus- todas ellas. No se puede usar el nombre
ticia y democracia. de «cultura política» para designar lo que
Creo que la tesis central de ambos propiamente es una concepción política
modelos —que denominaré «la tesis de la normativa —los principios de justicia del
pertenencia cultural»— es correcta, pero liberalismo democrático— cuya función no
no creo que tenga las consecuencias crí- consiste en definir un determinado bien
ticas contra el liberalismo que estos auto- o fin común, sino en establecer los límites
res pretenden deducir. Para Taylor, la tesis de cualquier persecución colectiva de fines
de la pertenencia cultural supone la supe- comunes.
ración de la neutralidad liberal en favor Esto no quiere decir que el liberalismo
de una «política del bien común» en la no esté comprometido con ninguna con-
que las exigencias legítimas de los indi- cepción del bien. La prioridad moral de
viduos pierden la supremacía frente a los los principios liberales no presupone que
valores compartidos que definen la comu- podamos deducirlos sin contar con lo que
nidad. En el liberalismo democrático de sabemos sobre los intereses y necesidades
Habermas, por su parte, la tesis de la per- humanas. Antes al contrario, su fuerza nor-
tenencia cultural no implica una conexión mativa se basa en una cierta idea acerca
conceptual entre la participación política de nuestros intereses esenciales y de lo que
y una identidad cultural basada en la pro- los promueve. Pero identificar esta idea
cedencia u origen étnico, lingüístico y cul- con algún tipo de carácter o forma de vida

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de propiedades exclusivamente políticas en términos de Kohlberg, su apropiación


significa, en la práctica, reducir indebida- autónoma o su autónomo rechazo, por par-
mente su grado de abstracción y neutra- te de un sujeto moral que cree contar con
lidad, sin tener, como contrapartida, una buenas razones para decidir una cosa u
noción menos polémica o más consensua- otra instala a éste en la postconvenciona-
da. La concepción de la persona que acom- lidad» 3. Por este motivo, la socialización
paña a los principios políticos —rectores de los individuos en un Estado liberal no
de las decisiones del Estado— no puede puede sino poner en aprietos la deseada
tener en cuenta otras propiedades del ser identificación cívica de todos ellos en torno
humano que aquellas que son relevantes a una cultura común.
para la justificación política. La concepción Desde un punto de vista histórico, la
liberal de la persona supone que estos ras- importancia de una cultura común en el
gos relevantes no son la raza, ni el color, florecimiento de una ciudadanía activa y
ni el origen lingüístico o cultural, ni el sexo, políticamente comprometida resulta inne-
ni la religión, sino aquellas potencialidades gable. En el proceso de modernización por
—como la capacidad para gobernar nues- el que, desde fines del siglo XVIII, surgen
tra conducta y revisar nuestros fines— cuya los actuales Estados nacionales, la difusión
realización resulta imprescindible para lle- de una cultura común no sólo sirvió para
var a cabo cualquier clase de vida buena. desarrollar el sistema económico capita-
Como es evidente, una concepción así de lista, sino que permitió el nivel de soli-
formal no puede suministrar una identi- daridad y fraternidad necesario para la
ficación compartida, ni mucho menos una democratización de los Estados —si bien
identificación cívica capaz de unificar las a costa de la represión de las minorías
distintas identidades nacionales de un nacionales. La identidad nacional, conce-
Estado multicultural. A la inversa, es más bida desde la Revolución francesa como
fácil pensar que pondrá en peligro cual- la apropiación consciente de una lengua
quier unidad social, puesto que deja abier- y una tradición compartidas, hizo posible
ta la valoración de las diferentes formas la identificación ciudadana, es decir, la
en que puede realizarse una vida buena. conciencia de pertenecer a una comunidad
El distanciamiento valorativo que pide el autogobernada que exigía de sus miembros
liberalismo a los principios políticos no un alto grado de compromiso personal e
produce, como piensan los comunitaristas, incluso de sacrificio de sí mismo. El ar-
sujetos desvinculados y empobrecidos, sino tículo cuarto de la Constitución revolucio-
más bien un problema endémico de ines- naria, como nos recuerda Habermas, con-
tabilidad y disenso. El liberalismo concibe cedía a todo extranjero adulto que resi-
a los seres humanos como sujetos morales, diese durante un año en Francia, no sola-
capaces de apropiarse o de rechazar autó- mente la nacionalidad francesa, sino tam-
nomamente cualquiera de las convicciones bién los derechos de ciudadanía activa. La
y creencias que su cultura les pueda pro- pertenencia nacional, por tanto, no se
porcionar. Es más, cree que ésta es la única basaba en la raza o en los ancestros, sino
forma de aprender a llevar una buena vida. que estaba definida en términos de inte-
Pero un sujeto autónomo así entendido gración en una comunidad cultural. La par-
trasciende cualquier moralidad convencio- ticipación política, por su parte, no era más
nal. Como ha señalado Javier Muguerza, que el reverso de esta identidad nacional.
«aunque, en un cierto sentido, la moral De acuerdo con esta concepción repu-
como contenido —que halla expresión en blicana de comunidad autogobernada,
códigos morales, ideologías y formas mora- Taylor afirma que no es posible la par-
les de vida— sea siempre «convencional» ticipación activa sin que los ciudadanos se

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identifiquen con una cultura común en la persiguen la promoción de los intereses


que se defina una forma de vida concreta, de cada uno de los miembros de la comu-
es decir, una determinada comprensión de nidad. De ahí que a menudo se considere
la vida buena. La falta de participación el bien común de un Estado liberal como
política se debe, en opinión de Taylor, a el resultado de un proceso de combinación
que en las sociedades liberales modernas de preferencias, en el que todas ellas son
el gobierno debe permanecer neutral en tratadas igualmente —siempre que sean
las cuestiones relativas al bien, dejando consistentes con los principios de justicia.
que los individuos elijan sus fines libre- No pretendo hacer aquí, por supuesto, una
mente, es decir, con independencia de los defensa de Aristóteles como padre del libe-
fines compartidos que caracterizan la vida ralismo, pero sí aprovechar su distinción
comunitaria. Como consecuencia de la anti-platónica para descargar a la neutra-
neutralidad liberal, la política ha dejado lidad política de la acusación de impedir
de significar una persecución pública de la identificación de los ciudadanos con un
fines compartidos, y pasa a ser un mero singular «bien de todos». La idea liberal
instrumento al servicio de los fines priva- de un trato neutral puede hacer más difícil
dos de los individuos. Este estado de cosas esa identificación, pero no la impide. El
no sólo resulta para Taylor poco edifica- único propósito de la neutralidad liberal
dor, sino que es, según él, autodestructivo es asegurar al individuo la capacidad de
a largo plazo. La defensa de las libertades vetar cualquier decisión colectiva que viole
individuales en que se basa cualquier régi- su derecho a recibir del gobierno un trato
men liberal no se puede sostener sin pro- neutral igual. Cada persona debe poder,
mover al mismo tiempo una cultura de la según esto, formar y revisar por sí misma
libertad que contenga las prácticas e ins- su propia concepción del bien, siempre que
tituciones necesarias para el ejercicio efec- respete la capacidad de los demás para
tivo de esas libertades. Sin embargo, afirma hacer otro tanto, y perseguir los fines que
Taylor, una comunidad política gobernada ella cree valiosos aunque no coincidan con
por el principio de la neutralidad liberal los que la mayoría reconoce y aprueba
es incapaz de mantener una cultura de este como «el bien de todos». De esto no se
tipo, pues al instrumentalizar el bien sigue, sin embargo, que las decisiones
común impide que los ciudadanos se iden- colectivas se tengan que tomar por buró-
tifiquen con cualquier clase de fin com- cratas o por poderes centralizados. Como
partido. No hay participación política, con- señaló Isaiah Berlin, el deseo de un área
cluye Taylor, cuando no hay ninguna cul- individual de libre acción no tiene una
tura común más allá de la cultura política conexión necesaria con el deseo de par-
de los derechos individuales 4. ticipar en el proceso por el que mi vida
Pero, ¿por qué cree Taylor que habrá va a ser controlada 5. ¿Por qué entonces
mayor participación ciudadana en una piensa Taylor que una concreta forma de
política de fines compartidos? Defender vida comunitaria atraerá más la lealtad de
la neutralidad política no significa, después los ciudadanos hacia el Estado que esa
de todo, rechazar cualquier tipo de bien combinación equitativa de preferencias
común. Si en este punto hacemos caso a individuales que conlleva la neutralidad
Aristóteles, no debemos entender el bien política liberal? En mi opinión, Taylor
común únicamente como «el bien de idealiza incorrectamente la política de los
todos», sino también en el sentido de «el fines compartidos. Es cierto que una polí-
bien de cada uno». Un Estado liberal pro- tica así recaba mayor identificación de los
mueve, en este segundo sentido, el bien ciudadanos con el bien común, pero a costa
común, dado que sus acciones políticas de marginar a las minorías en la definición

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misma de ese bien común. Como apun- dominada por la lógica sistémica de la eco-
tábamos al principio, los grandes Estados nomía capitalista y del aparato burocrático
nacionales se formaron y democratizaron del Estado. Estos sistemas tienden a obe-
en torno a una idea de identidad nacional decer solamente a sus propios imperativos
que bien podemos considerar como una de dinero y de poder, y hacen añicos el
forma de vida concreta. Según Ortega y modelo de una comunidad que se deter-
Gasset, la forma de vida nacional era, mina a sí misma a través de la práctica
durante el siglo XIX, «un modo integral de política común de los ciudadanos. En estas
ser hombre» 6, de tal manera que perte- condiciones, los derechos liberales y los
necer a una cultura nacional quería decir derechos a recibir prestaciones sociales se
ser íntegramente hombre al modo que dic- otorgan en términos paternalistas, pues
taba esa cultura, pues afectaba e impreg- resultan funcionales para la instituciona-
naba todas las dimensiones de lo humano. lización de los sistemas económico y admi-
Sin embargo, esta forma de recabar la par- nistrativo. Como consecuencia, Habermas
ticipación ciudadana se hizo siempre impi- caracteriza la orientación predominante de
diendo que determinados grupos naciona- los ciudadanos frente al gobierno en tér-
les minoritarios pudieran participar en la minos de «alto output-bajo input», es decir,
definición misma de la forma de vida por una renuncia privatista a la parte activa
nacional supuestamente compartida. Y no del papel de ciudadano, que queda de este
sólo ellos. Si el grupo de las mujeres, el modo reducido a la categoría de un «clien-
de los ateos o el de los no propietarios te» pasivo del Estado social, cuyas únicas
hubieran tenido la oportunidad de parti- contribuciones al bien común se limitan
cipar en la cultura común del país, no al voto y a los impuestos. Frente a esta
habrían elegido, a buen seguro, el mismo situación, la sugerencia comunitarista de
tipo de fines compartidos que sirvieron reavivar la participación política mediante
para la identificación nacional. No parece la persecución pública de fines compar-
entonces que sea suficiente, para aumentar tidos le parece a Habermas demasiado
el nivel de compromiso político, incluir a concreta y simple. Las condiciones moder-
los grupos tradicionalmente marginados nas, según él, no permiten a los ciudadanos
en la persecución de unos fines compar- otra extensión de sus derechos de parti-
tidos que no tienen nada que ver con sus cipación política que por vía de integrarse
propios intereses. en, y ejercer influencia sobre, la circulación
¿Será suficiente, entonces, para aumen- informal de una opinión pública discursi-
tar el compromiso político de la ciudada- vamente formada. Sin embargo, para
nía, con sustituir esos fines compartidos, Habermas, esto sería suficiente con tal de
racial y culturalmente sesgados, por una que el Estado permaneciera atento a las
cultura política común que contenga úni- orientaciones de esa opinión pública en la
camente los principios democráticos y de formación institucionalizada de la volun-
justicia reconocidos en la constitución? tad política. Con un sistema jurídico abier-
Habermas piensa que sí. Según su modelo to a la opinión pública, dice Habermas,
deliberativo, la participación política no los ciudadanos se verán a sí mismos, al
necesita enraizarse en una cultura distinta mismo tiempo, destinatarios y autores de
de la que proporcionan los procedimientos las leyes que los gobiernan. En el modelo
para la formación democrática de la volun- de política deliberativa que defiende
tad común. La falta de participación polí- Habermas, la actualización democrática de
tica activa proviene, según Habermas, no los derechos a través de la opinión pública
del abandono de la política de los fines permite que el sistema jurídico deje de ser
compartidos, sino de una integración social únicamente un medio para el control buro-

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crático racionalizado de la sociedad, y se contrario, al elegir un modelo en el que


reconduzca según los intereses reales de los fines compartidos se deben discutir por
sus ciudadanos 7. toda la ciudadanía democrática, Habermas
En este modelo de política deliberativa, parece suponer que lo que no es objeto
por tanto, el núcleo de la participación de discusión política está expuesto a una
política reside en la inclusión del individuo voluntad individual incapaz de juicio racio-
en una «esfera pública con estructuras nal 8.
abiertas de comunicación» que permita y Por otra parte, no creo que sea posible
promueva discusiones sobre cuál debe ser fomentar la participación política y la leal-
la concepción del bien compartida y la for- tad al Estado integrando a todos los ciu-
ma de vida que ha de unir a todos en una dadanos en una cultura política democrá-
identidad común. En tales discusiones, tica absolutamente exenta de elementos
todos los participantes tienen igual dere- étnicos y culturales. Habermas distingue
cho a manifestar la forma en que ellos entre la integración ética, basada en la per-
quieren considerarse como ciudadanos de tenencia a una cultura determinada, y la
una república histórica concreta, como integración política, que debería basarse
habitantes de una determinada región o exclusivamente en la aceptación de los
como miembros de un grupo cultural dife- principios políticos y los derechos demo-
renciado. Pero si Habermas rechaza la cráticos. Habermas reconoce que la cultura
«politización» de los fines compartidos por
política común contiene una interpreta-
ser un modelo demasiado simple para las
ción específica de los principios constitu-
condiciones modernas de colonización sis-
cionales desde la perspectiva de la expe-
témica, ¿por que defiende la «politización»
riencia histórica de la nación, pero añade
de las deliberaciones sobre fines compar-
que esta sustancia ética de la cultura polí-
tidos cuando reconoce la poca propensión
tica no puede restar valor a la neutralidad
de los sistemas a obedecer otra lógica que
del sistema legal en favor de las comu-
no sea la suya? ¿No resulta descabellado
nidades que están éticamente integradas
depositar nuestras esperanzas de ciudada-
nía activa en una supuesta porosidad del a nivel subpolítico. El Estado, dice Haber-
sistema legal que contradice la reconocida mas, debe ser neutral con respecto a los
tendencia de los sistemas a cerrarse frente grupos étnicos y nacionales que componen
a sus entornos? el país. Pero parece evidente que éste es
Habermas piensa que, sin la delibera- un imperativo que sólo puede cumplir el
ción política, la gente tiende a aceptar las Estado a costa de transferir o delegar algu-
prácticas existentes como dadas y a per- nas de las más importantes decisiones polí-
petuar sin discusión las falsas necesidades ticas que debe tomar un gobierno.
y la falsa conciencia que acompaña a los En efecto, ningún gobierno puede evitar
fines y prácticas tradicionales. ¿Pero por decidir qué lengua se utilizará en la ense-
qué otorgar a todos los ciudadanos el mis- ñanza pública o en la provisión de los ser-
mo derecho de participación política en vicios estatales, cuáles serán las festivida-
lugar de diferenciar los derechos según el des públicas o las fronteras internas, o
grupo cultural al que pertenezca cada ciu- cómo será el diseño de la división de pode-
dadano? Si diferenciamos los derechos res entre los gobiernos centrales y locales.
según el grupo cultural estaremos dando En todos estos casos, como ha señalado
a los individuos los recursos específicos Will Kymlicka, la decisión estatal implicará
para que puedan definir y reformar por conferir un apoyo o, al menos, una con-
su cuenta los fines que consideran valiosos sideración especial, a una cultura con-
y las prácticas que los promueven. Por el creta 9.

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Habermas ve la concesión de un status esa nación, no puede al mismo tiempo


de ciudadanía democrática común, exenta hablar, sin contradecirse, de una cultura
de cualquier rasgo propiamente cultural, política sin una lengua y una historia
como la forma propiamente liberal de inte- compartidas.
gración social, pues cree que entre el Esta- El caso de algunos Estados multinacio-
do legal y la cultura no existe una conexión nales, como los Estados Unidos y Suiza,
conceptual, sino una mera relación fun- representan, según Habermas, ejemplos de
cional y empírica. En Europa, afirma culturas meramente políticas. Pero esto no
Habermas, se debería esperar de los inmi- es cierto. La cultura política común de los
grantes únicamente la disponibilidad a Estados Unidos sí tiene rasgos propiamen-
introducirse en la cultura política de su te culturales, centrados en su lengua y en
nuevo país, pero sin necesidad de tener su historia colectiva. Como explica Kymlic-
que abandonar por ello la forma de vida ka, el énfasis en los principios políticos ha
cultural de la que provienen. Sin embargo, configurado, desde los tiempos de la Revo-
esto no se corresponde con las expectativas lución, el componente cultural de la iden-
reales de los inmigrantes. Ellos no sólo tidad nacional estadounidense, pero sin
desean disfrutar del mismo status legal de sustituirlo por una mera ideología. «Los
los nacionales; también esperan participar inmigrantes a los Estados Unidos no sólo
en las instituciones públicas —incluida la deben comprometerse a aceptar los prin-
lengua— de la cultura dominante, pues cipios democráticos, sino que también
saben que sin este tipo de participación deben aprender la lengua y la historia de
no les quedan más salidas que la margi- su nueva sociedad» 10. Un derecho liberal
nación social y el desempleo. A pesar de de inmigración, por tanto, no se caracteriza
que una parte de estos grupos afirman cada por su asepsia cultural, sino por garantizar
vez más su derecho a expresar su parti- el ingreso en la cultura común a cualquier
cularidad étnica, lo cierto es que desean persona que, con independencia de su raza
hacerlo dentro de las instituciones públicas o de su origen, esté dispuesto a aprender
de la sociedad dominante. Al rechazar la la lengua y la historia de la sociedad y a
asimilación como forma de integración, los participar en sus instituciones sociales y
grupos inmigrantes no pretenden crear una políticas.
sociedad paralela, como sucede de forma El caso de Suiza es diferente, pues se
característica con las minorías nacionales, aproxima más a un verdadero Estado mul-
sino encontrar un modo de integración cul- tinacional. Para Habermas, la única mane-
tural que respete lo más posible su heren- ra de desarrollar una identidad cívica com-
cia étnica. partida en este tipo de Estados consiste
La conexión histórica y funcional entre en otorgar un status de ciudadanía demo-
la cultura y el Estado quizá no demuestre, crática común e indiferenciado a todos los
como afirma Habermas, una conexión con- miembros de la comunidad política. Esto
ceptual, pero sí creo que nos permite cali- permitiría, en su opinión, una transforma-
ficar de meramente conceptual una dis- ción democrática de los derechos capaz de
tinción demasiado estricta entre ambos. garantizar a los diferentes grupos étnicos
No puede haber una cultura política pura- del país y a sus formas de vida culturales
mente ideológica, completamente vacía de unos derechos iguales de coexistencia.
caracteres etnoculturales o históricos Pero para que se dé esta protección legal
como la lengua. Si Habermas reconoce que de las culturas no es necesario, según
la cultura política de un país es la inter- Habermas, defender unos derechos colec-
pretación de los principios constitucionales tivos que contradicen el diseño individua-
a la luz de la experiencia compartida de lista de la teoría liberal de los derechos.

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Es suficiente con la inclusión de los grupos ticos puede sustituir a la identidad nacional
nacionales minoritarios en una esfera como fuente de la identidad cívica y, por
pública política donde puedan discutir en ende, de la participación política?
igualdad de condiciones con los otros gru- En Suiza, como en la mayoría de los
pos nacionales sobre los fines compartidos, Estados multinacionales —y como es de
otorgándoles en todo caso a dichas mino- suponer que ocurra en una hipotética fede-
rías un grado superior de representación ración europea—, los distintos grupos
en aquellos ámbitos de la política que nacionales sienten lealtad hacia el Estado
resulten más sensibles para su identidad en su totalidad, no tanto porque éste repre-
cultural. Lo que en ningún caso permite, sente una cultura política común, sino por-
en opinión de Habermas, una teoría liberal que reconoce y promueve su existencia
de los derechos es la diferenciación del como naciones diferentes, con culturas
status legal en función del grupo cultural políticas diferenciadas. En las sociedades
de pertenencia, pues el marco de la Cons- donde se da este tipo de pluralidad cul-
titución de un Estado democrático de dere- tural, la «ciudadanía común» implica, en
cho permite la coexistencia en régimen de la práctica, apoyar la cultura de la nación
plena igualdad a múltiples formas de vida, mayoritaria.
siempre que éstas se solapen en una cul- Habermas teme que si no separamos
tura política común no identificada con el Estado de la cultura, la sociedad domi-
ninguna de ellas. Al igual que el último nante se apropiará del aparato coercitivo
Rawls, Habermas afirma que lo que une estatal para recortar o terminar con las
a las sociedades pluralistas modernas es formas de vida de las minorías culturales.
una concepción compartida de la justicia, Creo, sin embargo, que es precisamente
que él identifica con los principios cons- la distinción entre Estado y cultura la que
titucionales. permite a la sociedad dominante actuar
Sin embargo, no está claro que dicha desde el gobierno como si no existiera nin-
cultura política compartida, por sí misma, guna otra cultura societal distinta en el
sea una razón para que dos o más grupos país. Un Estado multinacional que con-
nacionales permanezcan unidos en un país, cede un mismo status de derechos a todos
y, en ningún caso, para que dos países sepa- los ciudadanos, con independencia de su
rados decidan unirse. Nunca han tenido pertenencia cultural, puede parecer «neu-
las naciones en el mundo occidental una tral» entre los diversos grupos nacionales,
cultura política tan semejante como en pero de hecho favorece a una cultura
nuestros días, sin que esto haya producido determinada, que generalmente es la
ningún efecto significativo en su deseo por mayoritaria, cuando decide cuál será la len-
conservar su independencia nacional gua oficial del país o el curriculum obli-
—aparte de las necesarias concesiones gatorio en las escuelas públicas. La impli-
impuestas por la economía «global». Como cación del Estado y la cultura es inevitable,
reconoce el propio Habermas en el caso por lo que el argumento de imparcialidad
de la unificación europea, los procesos que utiliza Habermas para defender el mis-
democráticos sólo funcionan de hecho mo derecho a coexistir de todos los grupos
dentro de los grupos nacionales. ¿Por qué nacionales no puede hacerse efectivo sin
no habría entonces de ocurrir otro tanto reconocer a los grupos minoritarios los
en los Estados que contienen diversos gru- derechos de autogobierno necesarios para
pos nacionales con un fuerte sentimiento protegerse de las decisiones ético-políticas
de identidad diferenciada? ¿Por qué supo- de la mayoría.
ne Habermas que un consenso meramente Según el modelo de Habermas, la actua-
formal en torno a los principios democrá- lización democrática de los derechos per-

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mite que el sistema jurídico quede pene- hay más de una comunidad política, y que
trado por la ética de la comunidad cultural, el Estado en su conjunto no puede hacer
procurando así el reconocimiento legal de prevalecer su autoridad sobre las comu-
la forma (o formas) de vida que existen nidades nacionales que lo constituyen. En
(o coexisten) dentro del país. Lo que no mi opinión, un derecho liberal de autogo-
tiene en cuenta Habermas es que, si esa bierno debería asegurar que todos los gru-
comunidad es multinacional, entonces la pos nacionales tengan la posibilidad de
formación democrática de los derechos mantenerse como cultura distinta —lo cual
tendrá que desembocar necesariamente en significa, en términos de Berlin, ser posee-
el reconocimiento de distintos status lega- dores de «libertad negativa», o, en palabras
les por razón del grupo cultural para las de Kymlicka, de «protecciones exter-
diversas minorías nacionales. Este resul- nas»—.
tado parece insoslayable si nos atenemos Naturalmente, la concesión de este
al hecho de que las minorías nacionales derecho pone en peligro la unidad de la
no quieren participar en una política comunidad política. ¿Deberíamos enton-
común, sino que —con objeto de fomentar ces, en beneficio de la unidad social, defen-
la igualdad entre la mayoría y la minoría— der el mismo status de derechos para todos
se les reconozca como sociedades políticas los ciudadanos? No lo creo. Como señala
diferenciadas, con derechos lingüísticos y Kymlicka, la ciudadanía común en los
autonomía territorial. Estados multinacionales transforma los
Para Habermas, como para muchos grupos potencialmente autogobernados en
liberales, los derechos de autogobierno mayorías y minorías numéricas, lo que no
representan una amenaza para la función sólo no ayuda a conjurar el peligro de frag-
integradora de la ciudadanía, pues cons- mentación, sino que más bien contribuye
tituyen el caso más claro y completo de a crearlo. Por contra, pienso que es posible
ciudadanía diferenciada en función de la generar un fuerte sentimiento de solida-
pertenencia cultural. Las reivindicaciones ridad y compromiso mutuo dentro de una
de autogobierno no exigen un aumento en comunidad política compuesta por grupos
los derechos de representación, como nacionales autogobernados, siempre que
ocurre en el caso de aquellos grupos que esa comunidad se presente como el con-
están en situación de desventaja dentro de texto en el se nutren las identidades sepa-
la comunidad política, ni tampoco un mero radas que la integran. Cualquier sociedad
reconocimiento de la diversidad cultural tiende a sentirse como un todo, «más sen-
existente en el país, como sucede en las tirse como un todo», dijo Ortega, «no
reivindicaciones de los inmigrantes. Lo que excluye que, a la vez, sienta ese su todo
reivindican los grupos nacionales es que como parte de otro más amplio» 11.

NOTAS

1
En esta primera acepción del concepto, me ajusto J. B. Schneewind y Q. Skinner, Phylosophy in History,
a la definición que ofrece Quentin Skinner de libertad Cambridge, Cambridge University Press, 1998, p. 194).
política: «el ámbito de libertad de acción de que disponen 2
J. Habermas, «Struggles for Recognition in the
los agentes individuales dentro de los límites impuestos Democratic Constitutional State», en A. Gutmann
sobre ellos por su pertenencia a una sociedad política» (ed.), Multiculturalism, Princeton, Princeton University
(Q. Skinner, «The idea of negative liberty», en R. Rorty, Press, 1994, p. 137.

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NOTAS Y DISCUSIONES

3
J. Muguerza, «De la conciencia al discurso: ¿un contraste entre los dos conceptos de libertad negativa
viaje de ida y vuelta?», en J. A. Gimbernat (ed.), La y positiva», Four Essays on Liberty, Londres, Oxford
filosofía moral y política de Jürgen Habermas, Madrid, University Press, 1969, p. 130.
Biblioteca Nueva, 1997, p. 81. 6
J. Ortega y Gasset, Europa y la idea de Nación,
4
Estas ideas están recogidas en varios artículos de Madrid, Alianza, 1985, p. 73.
Taylor; entre ellos, cabe mencionar los dedicados a 7
Habermas expone estas ideas, fundamentalmente,
la filosofía política en sus Philosophical Papers, vol. 2, en los artículos «Ciudadanía e identidad nacional»,
Cambridge, Cambridge University Press, 1985; Facticidad y validez, Madrid, Trotta, 2000; y «Struggles
«Cross-Purposes: The Liberal-Communitarian Deba- for Recognition...», Multiculturalism, op. cit.
te», incluido en sus Philosophical Arguments, Cambrid- 8
Javier Muguerza ha lamentado en varias ocasiones
ge, MA, Harvard University Press, 1995, pp. 181-204,
la descalificación que Habermas prodiga a «los fueros
y «The Politics of Recognition», en A. Gutmann (ed.),
de la privacidad». Véase, por ejemplo, «Entre el libe-
Multiculturalism, op. cit., pp. 25-75.
ralismo y el libertarismo (Reflexiones desde la ética)»,
5
En un pasaje de su célebre artículo «Two concepts
en J. Muguerza, Desde la perplejidad, México, Madrid,
of liberty», Berlin afirma: «El autogobierno puede ofre-
cer, frente a otros regímenes, una mejor garantía para Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1990, así
la preservación de las libertades civiles, y como tal como el ya citado «De la conciencia al discurso...».
ha sido defendido por los libertarios. Sin embargo,
9
W. Kymlicka, Ciudadanía multicultural, Barcelo-
no existe una conexión necesaria entre la libertad indi- na, Paidós, 1996, pp. 80 y ss.
vidual y la regla democrática. La respuesta a la pre- 10
W. Kymlicka, Ciudadanía multicultural, op. cit.,
gunta «¿Quién me gobierna?» es lógicamente distinta pp. 42-43.
de la pregunta «¿hasta dónde interfiere el gobierno 11
J. Ortega y Gasset, Europa y la idea de Nación,
en mis asuntos?». En esta diferencia consiste el enorme op. cit., p. 83.

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