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LA INSPIRACIÓN VERBAL Y

PLENARIA DE LA BIBLIA
Una semana más, ofrecemos un nuevo texto a nuestros lectores, también en relación con la
Escritura, en particular con su carácter infalible e inerrante, el cual lleva al creyente a
aceptarla en su totalidad como Palabra inspirada por Dios y, por tanto, contenedora de la
Verdad, por más que algunos de sus aspectos puedan resultarle incomprensibles, en tanto que
poseedor de una mente finita y un conocimiento aún imperfecto. Se trata de la introducción
que el conocido obispo anglicano J. C. Ryle hace a su Comentario al evangelio según san
Juan. Esperamos que las sencillas y básicas reflexiones que en ella realiza, resulte de interés
y edificación a nuestros lectores.

Sin vacilación alguna puedo afirmar que creo en la inspiración plenaria de cada
palabra del texto original de la Sagrada Escritura. No solo mantengo que la Biblia contiene
la Palabra de Dios, sino también que cada jota de la misma fue escrita y compilada por
inspiración de Dios, y es –por consiguiente—Palabra de Dios. Estoy en completo desacuerdo
con aquellos que sostienen que los escritores de la Biblia solo fueron parcialmente inspirados,
de modo que el grado de inspiración recibida no sería incompatible con ciertas discrepancias,
inexactitudes y contradicciones con respecto a hechos científicos e históricos. Semejante
teoría la rechazo rotundamente, y considero que en la práctica destruye totalmente el valor
de la Palabra de Dios. Con esta teoría se pone una espada en las manos de los infieles y de
los escépticos, y se crean dificultades mucho más serias que las que se pretenden solucionar.
Cuando hablo de la inspiración verbal y plenaria de la Biblia, no se suponga que
admito la absurda teoría que propugna que todas las partes de la Biblia son igualmente
importantes. Lejos de mí el suponer que las listas de los libros de las Crónicas tienen tanto
valor para la Iglesia como el evangelio según San Juan. Lo que yo mantengo es que todas las
partes de la Biblia han sido igualmente dadas por inspiración de Dios y, en consecuencia,
deben tenerse por Palabra de Dios. Si no podemos ver el carácter divino en alguna de las
partes de la Biblia, es porque carecemos de ojos para verlo. Tanto el insignificante musgo
como el esplendoroso cedro del Líbano, se deben al poder creador de Dios. Sin embargo,
sería una necedad decir que ambos tienen la misma importancia dentro de la creación. De la
misma manera, tanto el insignificante versículo de la Biblia como el más importante, nos han
sido dados por inspiración. Pero de esto no se sigue el que ambos tengan el mismo valor.
De buenas a primeras, admito que la teoría de la inspiración verbal y plenaria de la
Biblia encierra algunas dificultades. No pretendo aquí contestarlas, pues me contento con
recordar que toda obra de inspiración se debe al Espíritu Santo y, al igual que toda obra cuyo
autor es el Espíritu Santo, esta ha de ser necesariamente misteriosa. No nos sorprenda
encontrar algo de misterio y muchas cosas inexplicables en todo lo que es sobrenatural.
Por otro lado, las dificultades que implica la teoría de la inspiración verbal y plenaria
de la Biblia, son meras insignificancias comparadas con las que origina la teoría de la
inspiración parcial. Una vez se admite el principio de que los escritores de la Biblia podían
cometer errores, y que en todas las cosas no fueron guiados por el Espíritu Santo, se
derrumban los cimientos de la fe. Nada puede verse como cierto, ni como sólido, ni como
digno de nuestra confianza. Es como si una neblina hubiera descendido sobre el Libro de
Dios, y sumido cada capítulo en la incertidumbre. Una vez se admite la teoría de la
inspiración parcial, ¿quién podrá decidir cuándo cometieron errores los escritores de la Biblia
y cuándo no? ¿Cómo puedo saber dónde empieza la inspiración y dónde termina? Quizá lo
que yo crea inspirado, otros lo juzguen como producto humano. De creer en esta teoría,
¿quién sabe si los versículos en los que yo descanso fueron introducidos por la pluma
descuidada del escriba? Aquellas palabras y frases con las que me encanta alimentar mi alma,
¿quién sabe si no son más que expresiones terrenas y fruto de una mente meramente humana?
Esta teoría despoja a la Biblia de toda su gloria y engendra, en todos los que la
aceptan, una actitud de duda y sospecha que les lleva al borde mismo de la desesperación.
Quizá sería mejor no haber recibido jamás la Biblia, de ser cierta la teoría de una Biblia
parcialmente inspirada. ¡Dejadme, pues, con la teoría de la inspiración verbal y plenaria de
la Biblia! La prefiero a todo esto, a pesar de sus dificultades. Acepto tales dificultades, y
humildemente espero su solución; pero, mientras espero, estoy convencido de que descanso
sobre la roca.
Como ya he dicho, admito dificultades fortuitas y discrepancias aparentes en la Biblia.
En algunos casos, se deben a errores de los antiguos copistas y, en otros, a nuestra ignorancia
de circunstancias, conexiones y detalles. Que se nos diga que ciertas cosas no pueden
explicarse –por el mero hecho de que en la actualidad no se puedan explicar—me parece
absurdo e infantil. «El que creyere no se apresure» (Is. 28:16). Un verdadero filósofo nunca
abandonará una teoría por el mero hecho de encerrar ciertas dificultades, sino que dirá:
«Puedo esperar; algún día se disiparán todas las dificultades».
En lo que a mí se refiere, creo que toda la Biblia, tal como originalmente vino de
manos de los inspirados escritores, era verbalmente perfecta y sin defecto alguno. Los autores
inspirados fueron infaliblemente guiados por el Espíritu Santo, y esto no solo en la selección
del contenido, sino también en la selección de las palabras. Creo que, ahora, cuando no
podemos explicar dificultades aparentes de las Sagradas Escrituras, el proceder más sabio es
culparnos a nosotros mismos y no al texto bíblico. Debemos sospechar que se debe más bien
a nuestra ignorancia y no a defecto alguno de la Palabra de Dios.
Los sistemas teológicos de nuestro tiempo se deleitan en exagerar los llamados
«errores» de la Biblia; se afanan por explicar los milagros de la Escritura según esquemas
naturalistas, y de esta manera despojan al texto sagrado, en la medida de lo posible, de su
carácter sobrenatural. Tales sistemas los detesto. Y es que parece como si pretendieran
quitarnos la roca de nuestros pies para ponernos sobre arenas movedizas. Nos quitan el pan
y, a cambio, no nos dan ni una piedra.
Me resulta imposible expresar con palabras el dolor que me produce el tono
compasivo y condescendiente que adoptan los propugnadores de la inspiración parcial al
hablar de los autores de la Biblia. Nos dicen que, tanto san Pablo como los demás escritores
de la Biblia, eran gente piadosa y bien intencionada pero, en algunas cosas, estaban
completamente equivocados. Con desdén y lástima, se refieren al sistema doctrinal que en
los tiempos pasados ocupara las mentes de los fundadores y gigantes de la Iglesia y, en su
lugar, abogan, complacientes, por «una nueva teología para nuestros tiempos». Desconfío
completamente de todos estos «nuevos teólogos» y, por muy sabios e instruidos que sean,
estoy persuadido de que no arrojarán nueva luz a la Iglesia. Sus argumentos me dejan
impasible; no veo nada sólido en ellos. Creo que la necesidad de nuestro tiempo no es la de
«una mayor libertad en la interpretación de la Biblia», sino la de una mayor reverencia al
acercarnos al texto sagrado. Necesitamos acercarnos a la Palabra Santa con más humildad,
con más espíritu de oración, y desplegar un estudio más paciente de la misma. Repito mi
firme convicción: la doctrina de la inspiración verbal y plenaria de la Biblia es la teoría que
encierra menos dificultades. A esta teoría me adhiero completamente, y a la luz de la misma
he escrito este comentario al evangelio según San Juan.
J. C. Ryle (Introducción al Comentario al evangelio según san Juan)

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