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El 18 de octubre de 1977 en el Ingenio Azucarero Aztra (Azucarera Tropical

Americana) ubicado en la Troncal, provincia del Cañar, la dictadura militar


comete una las más infames y atroces represiones contra los trabajadores que
pasarían a la historia como “la matanza de Aztra”.

Esta fecha además de convertirse en un hito en la historia de las luchas del


proletariado en el Ecuador, se constituye junto a la masacre del 15 de
noviembre de 1922, en el referente de lucha política e ideológica del
proletariado que reafirma ser la clase destinada a dirigir la revolución
democrática en el país, tránsito al socialismo.

Con la pretensión de que se cumpla lo estipulado en el segundo contrato


colectivo que determinaba por mejorar los salarios y la entrega de regalías a los
trabajadores del Ingenio Azucarero Aztra, los trabajadores realizaron una serie
de protestas de carácter pacífico para presionar a la patronal cumpla con lo
acordado.

El 18 de octubre de 1977, los trabajadores aupados en la Asociación de


Trabajadores Agrícolas acompañados de sus familiares, madres, esposas e hijos
y amparados en el Código de Trabajo vigente para aquella época se tomaron el
Ingenio Azucarero.

A las seis de la tarde de ese día, de manera intransigente la patronal


dirigida por el coronel (r) Jesús Reyes Quintanilla con respaldo del
Ministro de Gobierno, el tristemente célebre Bolívar Jarrín Cagueñas y el
comandante de la Policía Nacional Alberto Villamarín Ortiz, ordena a
miembros de la tropa al mando de los carniceros: mayor Eduardo Días
Galarza, mayor Lenin Cruz y un teniente de apellido Viteri el inmediato
desalojo de los trabajadores.

Haciendo uso de armas de fuego, contundentes y corto punzantes, decenas de


obreros fueron mutilados y masacrados de la manera más cruenta y perversa.
Otros empujados a los canales de agua donde morirían ahogados tiñendo de roja
sangre proletaria las aguas de la infamia.
Los verdugos para ocultar su vil acto pretendieron justificar la masacre
manifestando que los obreros estaban infiltrados por comunistas que respondían
a un plan internacional del terrorismo.

Definitivamente la clase se forja en la lucha cotidiana, sumando su esfuerzo


vital al que imprime el campesinado pobre por emprender con la revolución aún
disponiendo la cuota de sangre necesaria para conquistar los propósitos que
demanda la clase, el pueblo y la revolución.

¿Olvidar?: ¡Nunca!
¿Perdonar?: ¡Jamás!
No dejar piedra sobre piedra del viejo Poder burgués-terrateniente
Ahogar en sangre los sueños de la reacción

Hoy, cuando el régimen corporativista y fascista de Lenin Moreno emprende


sus desafueros neoliberales con la complicidad del oportunismo y revisionismo
de la derecha tradicional del país y el FMI, los comunistas salimos al paso para
glorificar la sangre del proletariado y pueblo del Ecuador y manifestar nuestra
inquebrantable y sólida decisión de emular su ejemplo de entrega, lucha y
sacrificio hasta la victoria final: el Comunismo.

¡HONOR Y GLORIA A LA MEMORIA DE LOS TRABAJADORES DE


AZTRA!
¡SANCIÓN HISTÓRICA AL VIEJO ESTADO Y SUS VERDUGOS!
EL PROLETARIADO, LA CLASE COMPROMETIDA A SER LA
VANGUARDIA DE LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA DE NUEVO
TIPO: LA NUEVA DEMOCRACIA.
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Aquella tarde del 18 de octubre de 1977 los trabajadores del Ingenio Azucarero
Aztra merendaban tranquilamente, junto con sus mujeres y sus pequeños hijos,
sin pensar siquiera lo que les iba a suceder minutos más tarde. Esa mañana se
tomaron las instalaciones del Ingenio exigiendo el cumplimiento del contrato
colectivo que estipulaba el pago del 20 % del alza del precio del azúcar. La
dictadura, congraciándose con los Noboa, los Valdez, los Ponce Luque, subió
el quintal del 220 a 300 sucres.

Entre tanto, el Gerente General de Aztra, Coronel (r) Jesús Reyes Quintanilla,
enterado de la huelga, mantuvo contactos con el Ministro de Trabajo, Coronel
(r) Jorge Salvador y Chiriboga; con el de Gobierno Bolívar Jarrín Cahueñas;
con el Gerente de la Corporación Financiera Nacional, Alberto Quevedo Toro
y con el triunviro, General Guillermo Durán Arcentales. Con una agilidad
sorprendente, el mismo día el Subsecretario de Trabajo, doctor Arturo Gross C.,
declaró la huelga ilegal y pidió al Coronel Bolívar Jarrín Cahueñas que
“disponga lo que el departamento de su digno cargo estime legal”. Jarrín
Cahueñas inmediatamente envío una comunicación al Comandante General de
Policía, Alberto Villamarín Ortiz, en la que textualmente manifestó:
“agradeceré a usted, se digne disponer, se proceda al desalojo inmediato de los
trabajadores de dicho ingenio que se encuentran apoderados de la fábrica
impidiendo su normal desenvolvimiento”.

A las 5 de la tarde llegó de Babahoyo a La Troncal el destacamento la Peñas,


compuesto por 100 policías fuertemente armados al mando del Mayor Eduardo
Díaz Galarza. En el interior del ingenio se encontraba el Mayor Lenin Cruz,
conocido elemento represivo, al mando de una dotación policial que desde
semanas atrás se encontraba custodiando las instalaciones.

Las fuerzas represivas estaban dispuestas y en seguida se ejecutó la masacre.


Un tal Teniente Viteri, megáfono en mano, les concedió dos minutos para que
los trabajadores, mujeres y niños abandonen el lugar. El único sitio de
escapatoria constituía una pequeña puerta, que bien podría compararse con una
puerta de dormitorio…Por ahí debían salir 2000 personas… y en dos minutos.
Los trabajadores replicaron con vivas a la huelga y se aprestaron a resistir con
sus machetes, pero los policías armados con lanzabombas, metralletas, fusiles,
bombas de mano y garrotes, arremetieron brutalmente.

Con alevosía y premeditación dispararon y golpearon a los hombres y niños


obligándoles a lanzarse al profundo canal de riego, donde muchos, ya heridos,
perecieron ahogados. Fruto de esta acción perecieron más de cien personas.

A las ocho de la noche, el Mayor Díaz comunicó a sus superiores que la “orden
había sido cumplida a cabalidad”. El crimen había sido consumado. La Ley de
Seguridad Nacional aplicada.

La dictadura, para encubrir su crimen, fabricó una versión –que nadie creyó-
con la cual hacía responsables de la masacre a los dirigentes laborales, e inventó
un supuesto “plan terrorista internacional”. Los cadáveres desaparecieron y
según se dice fueron arrojados a los calderos del Ingenio, mientras a otros se los
dejó sepultados en el fondo del canal.

Los dirigentes fueron perseguidos y tomados presos; se allanaron sus


domicilios. La población de La Troncal, donde la lucha de los zafreros
continuaba, fue militarizada. La dictadura desconoció a los legítimos
representantes laborales e infiltró a varios agentes de seguridad con el objeto de
montar una directiva corrompida que llegó incluso a condecorar a los
responsables del asesinato.

Las reacciones de repudio en varias ciudades del país e incluso a nivel


internacional no se hicieron esperar. Los trabajadores de los ingenios San Carlos
y Valdez declararon una huelga solidaria indefinida. En Cuenca se suspendieron
los festejos de noviembre y en toda la ciudad se colocaron crespones negros en
señal de luto. En distintos sectores del país se efectuaron manifestaciones
estudiantiles y de trabajadores, algunas de las cuales se prolongaron por varias
semanas.

Aztra se dio en el marco en el cual la dictadura ponía en marcha el “plan de


retorno a la democracia”, exigiendo como requisito previo un “clima de paz y
de orden” que en la práctica significó la vigencia de decretos anti-obreros,
ilegalización de la Unión Nacional de Educadores, de la CEDOC y la FESE,
encarcelamiento de dirigentes obreros y del magisterio, represión al clero
progresista y asesinato a dirigentes campesinos como Mardoqueo León y Rafael
Perugachi. Fruto de esta política, los conflictos laborales bajaron de 285 en 1975
a 171 en 1977 y a 117 en 1978.

En medio de la campaña electoral, el binomio Roldós Hurtado prometió que no


habría perdón ni olvido para los responsables de la masacre de Aztra. Cuando
asumió el poder, en agosto de 1979, el ofrecimiento fue olvidado. La dictadura
no fue fiscalizada, el crimen quedó en la impunidad.

El Congreso, que se reinstaló luego de 9 años de receso, conformó una comisión


investigadora que emitió un informe favorable y que hacía pensar que la justicia
llegaría. Pero la función jurisdiccional, controlada por al alianza Concentración
de Fuerzas Populares-Partido Conservador-Partido Liberal, no fue más allá de
la destitución de dos jueces de la provincia del Cañar.

A nueve años de la masacre, los responsables, cómplices y encubridores se


pasean impunemente por las calles, pensando que el tiempo borrará de la
memoria del pueblo su horrendo crimen.

Algunos jefes policiales fueron ascendidos, los militares que gobernaron en la


época ocupan altos puestos en el gobierno, los jueces que absolvieron a los
culpables no han sido sancionados. Para los trabajadores…olvido, para las
responsables…perdón. ¿Hasta cuando?
Publicado en el Semanario Punto de Vista Nº 241, 20-10-1986, Quito- Ecuador.

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El 18 de octubre de 1977 tiene lugar uno de los hechos más siniestros de la
historia del movimiento obrero ecuatoriano: la masacre de los trabajadores del
Ingenio Aztra.
El Ingenio Aztra. Una empresa mixta con capitales particulares y estatales, tiene
una larga historia de latrocinios y depredaciones.

Primeramente, en el año 1960, se forma como empresa privada para explotar la


caña de azúcar de los latifundistas de la zona, los mismos que habían adquirido
las tierras usurpando a antiguos propietarios y arrebatando las parcelas de los
humildes campesinos que habían formado varias colonias. Entre los socios de
la nueva compañía ‒que tiene un capital inicial de 17’000.000 de dólares‒ se
hallan prominentes miembros de nuestra oligarquía: Ernesto Jouvín Cisneros,
José Salazar Barragán, los hermanos Alfonso y Rafael Andrade Ochoa, por
ejemplo. Empero, cuando se presentan dificultades económicas, la mayoría de
las acciones van a parar a manos del Banco “La Filantrópica” de los Isaías,
quienes a su vez ‒percibiendo “malos vientos en el negocio”‒ la traspasan a
una entidad estatal, La Corporación Financiera Nacional, con la aprobación del
gobierno del general Rodríguez Lara. Desde ese entonces se convierte en botín
de gerentes y altos empleados que, como se puede suponer, pertenecen siempre
a la élite de las clases dominantes.[2]
Los ingenios azucareros han estado desde un principio en el poder de la más
rancia oligarquía, razón por la que han gozado de privilegios inconcebibles,
aunque estos vayan en menoscabo de los intereses populares.. Es así como en
enero de 1976 se eleva el precio del quintal de azúcar de S/.135 a S/. 220 y
luego, casi enseguida, en agosto de 1977, después de un ridículo paro de
propietarios ‒que desde luego no son sancionados con el decreto 1475 como se
hace con los trabajadores‒ se sube a S/. 300. Pero ahora, con inaudito descaro,
mediante decreto N° 1784 de 5 de septiembre, se elimina a los trabajadores en
la participación de las utilidades provenientes del último aumento, a fin de que
todo vaya a los bolsillos de los magnates. Tanta generosidad, no puede sino
encerrar unturbio negocio entre empresarios y funcionarios de la dictadura
militar, como piensa con lógica Víctor Granda en su libro La masacre de Aztra.
Y es, cabalmente, el pago de las utilidades que les corresponde por estos
aumentos lo que principalmente reclaman los trabajadores de Aztra, pues que
les pertenece el 10% de la ganancia producida por cada uno de ellos. De la
primera elevación de los precios durante el período comprendido entre el 27 de
septiembre de 1976 y el 4 de septiembre de 1977 que se les adeuda ‒según
consta en el numeral 2º del pliego de peticiones‒ exigen el pago de S/. 28’
171.176. Igualmente piden la entrega del mismo porcentaje del beneficio
proveniente del segundo aumento de precio, basándose en el Art. 32 del Tercer
Contrato Colectivo celebrado con la Empresa, y negando que el decreto N°
1784, sea aplicable a su caso. Finalmente, se demanda el cumplimiento por parte
de la Compañía de varias cláusulas del mismo Tercer Contrato Colectivo, entre
otras, las que se refieren a estabilidad en el trabajo y acatamiento de la tabla de
remuneraciones para los trabajadores agrícolas.
El ya indicado día 18 de octubre, previo aviso legal y previo pedido de
protección de parte de la policía, invocando el numeral 3º del Art. 459 del
Código del Trabajo, se declara la huelga. Mas por la tarde, cuando los
trabajadores se hallan merendando en compañía de sus mujeres y sus tiernos
hijos, son traidoramente rodeados por contingentes policiales traídos
expresamente de varios lugares del país con ese objeto, y un teniente Viteri,
desde un altoparlante, les ordena el inmediato abandono del lugar,
concediéndoles dos minutos para la salida. Los dirigentes obreros piden que se
amplíe ese término perentorio concedido con mala fe, pero en vez de ser
escuchados, son atacados a bala y con bombas de gases lacrimógenos, bombas
que son apagadas con agua y algunas devueltas a los atacantes por los valientes
trabajadores que, en un primer momento, logran su retirada. Los agresores,
reanimados por el gerente, coronel Reyes Quintanilla ‒un militar retirado que
ya como gobernador del Guayas durante la Junta Militar se distinguió por su
odio al pueblo, razón por la que logra entrar al servicio de la oligarquía
guayaquileña, llegando a ser hasta gerente del Banco del Pacífico‒ los policías
vuelven al ataque y con furia inaudita se ceban sobre los indefensos huelguistas,
los mismos que son empujados a un canal lleno de agua mediante culatazos y
garrotazos, cuando tratan de salir por allí, ya que la puerta se halla en manos de
la policía. Víctor Granda Aguilar narra así estos trágicos instantes:
Escenas desgarradoras se producen: mujeres y hombres desesperados en busca
de agua contra la asfixia de los gases, madres que perdieron a sus niños, mujeres
que no podían nadar y se hundían, niños que desaparecían para siempre, heridos
que hacían esfuerzos convulsos en las aguas, personas que por ayudar
terminaban hundiéndose con el desesperado que se ahogaba.[3]

A las ocho de la noche se da término a la masacre. Un mayor Díaz comunica a


sus superiores que las órdenes han sido cumplidas a cabalidad.
A más de un centenar de víctimas, según el cálculo de testigos presenciales,
asciende el saldo de la bárbara matanza. Solamente aparecen los cuerpos de
poco más de una veintena, pues al igual que el 15 de Noviembre, a los demás
se los hace desaparecer misteriosamente. Se llega a decir que muchos son
arrojados en las calderas ardientes.
¿Quiénes son los responsables?
En primer lugar los ministros de Trabajo y de Gobierno: ese coronel Salvador
Chiriboga que ya conocemos, y el general Jarrín Cahueñas, que poco más tarde
será sindicado por el asesinato del economista Abdón Calderón. El primero,
instado por los personeros de la Empresa, es el que pide el desalojo de los
trabajadores mediante oficio suscrito por el Subsecretario de ese Portafolio. Y
el segundo, el que ateniéndose a ese ilegal pedido, es el que moviliza
contingentes policiales y ordena la criminal represión. Los miembros del
Triunvirato, así como los miembros del Gabinete, son cómplices y encubridores
del crimen pues que unánimemente se solidarizan con los principales
responsables ya nombrados y afirman ‒como consta en la resolución del 25 de
octubre‒ “que actuaron de acuerdo con la ley y los intereses nacionales”. Mas
aún, con cinismo que llega a límites inconcebibles, sostienen que los únicos
culpables son los “dirigentes de extrema izquierda”. Cinismo, sí. Pero a su lado,
por ser tan tonta la imputación, se manifiesta la incipiencia mental de los autores
de tan singular resolución.
La infame masacre, como es natural, llena de indignación y levanta la protesta
de todos los trabajadores ecuatorianos y de amplios sectores democráticos del
país. “El vil asesinato de los trabajadores de Aztra ‒se dice en el
pronunciamiento de las tres centrales sindicales, CTE, CEDOC y CEOSL, de
20 de octubre‒ constituye un crimen de lesa humanidad, propio de regímenes
fascistas que lo condenamos y denunciamos con indignación a la opinión
pública nacional e internacional”. Así mismo son innumerables los organismos
obreros de otros países que levantando en alto el hermoso principio del
internacionalismo proletario, expresan su repudio por los sangrientos
acontecimientos y envían su ayuda para los afectados. La Federación Sindical
Mundial es una de las primeras en hacerse presente y demostrar su solidaridad.
Mientras tanto las autoridades gubernamentales, con saña increíble, prosiguen
la represión, apresando a los dirigentes de los trabajadores y desatando el terror
en la población de La Troncal, donde habitan con sus familiares. Se invoca y se
aplica la fascista Ley de Seguridad Nacional, demostrando en esta forma su
verdadero objetivo para la elaboración de un Plan Policial de Operaciones
Especiales en el Caso Aztra aprobado el día 26 de octubre, haciéndose constar
allí, expresamente, que la Policía Nacional “constituye la Fuerza Auxiliar
permanente de las Fuerzas Armadas para la Seguridad Interna del País”,[4] tal
como se concibe en esa ley. Dicho Plan tiene por fin no permitir “el
quebrantamiento del orden, la paz y la tranquilidad social”,[5] como consta del
correspondiente documento. Para el Triunvirato y la Policía está claro que ese
orden y esa paz han sido hecho pedazos ‒y esto también se señala‒ por cuanto
se han declarado en huelga de solidaridad los trabajadores de los ingenios
Valdez y San Carlos y han protestado los “extremistas” de la CTE, CEDOC y
CEOSL. El plan militar y represivo, en suma, es tan minucioso y tan
científicamente trazado ‒hasta se habla de planos, espionaje y logística‒ que
bien podría ser enviado hasta por los expertos de la OTAN. O de la CIA, por lo
menos…
Para descubrir a los autores de la masacre, se inicia el consabido juicio criminal.
Y para escarnio de la justicia, tanto en la primera como en la segunda instancia
se dictan autos de sobreseimientos definitivos salomónicos, según los cuales
todo es un misterio y nadie es culpable, ni siquiera los que por escrito dieron
una orden ilegal de desalojo. Más tarde, cuando la Asamblea de 1979 ordena
que se vuelva a investigar el caso, también se llega a un resultado sorprendente:
el caso está cerrado, cerrado totalmente, y no hay posibilidad jurídica de
reabrirlo nunca, por los siglos de los siglos. Y esto es cierto, para los
trabajadores, para el pueblo, la justicia ha estado cerrada siempre. Ab aeterno.

[1] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, Historia del movimiento obrero ecuatoriano,
Editorial LetraNueva, Quito, 1983, pp. 101‒106.
[2] Víctor Granda Aguilar, La masacre de Aztra, Cuenca, 1979.

[3] Víctor Granda Aguilar, La masacre de Aztra, op. cit.

[4] Víctor Granda, op. cit.

[5] Idem.

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40 años de la masacre en Aztra


Martes 10 de octubre de 2017

Portada del sitio > País > 40 años de la masacre en Aztra

Sin “mucho a su favor” y solo “armados” con la razón, los trabajadores del
Ingenio Azucarero Aztra estaban decididos a luchar hasta las últimas
consecuencias por defender sus derechos, por la justicia y la dignidad, por lo
que la mañana del 18 de octubre de 1977, cuando los primeros rayos de sol
apenas se veían, varias organizaciones sindicales se tomaron las instalaciones
del Ingenio, localizado en el cantón La Troncal de la provincia del Cañar, por
salarios más justos, mejores condiciones de vida, por que se respeten sus
derechos. Exigían el cumplimiento de los acuerdos llegados en el Segundo
Contrato Colectivo firmado con la compañía Aztra.

Según lo acordado se garantizaba que los trabajadores percibirían el 20% de la


elevación del precio del quintal de azúcar, decretado por la Dictadura Militar,
pero la ambición de los empresarios azucareros, no reconocieron este derecho
de los trabajadores.

Pronto, el Gerente General de Aztra enterado de la huelga, se contactó con el


Triunviro, el Ministro de Trabajo y con el Gerente de la Corporación
Financiera Nacional, quienes, en complicidad con el ingenio azucarero,
declararon a la huelga como ilegal, ordenaron el desalojo inmediato de los
obreros y enviaron cientos de policías fuertemente armados.
Trabajadores que sobrevivieron cuentan que se encontraban merendando con
sus familias cuando inició la brutal e inhumana masacre, como los policías
bloquearon las grandes puertas del ingenio y dejaron apenas una puerta
pequeña para la salida, que lanzaron más de 100 bombas lacrimógenas y
empezaron a disparar con ametralladoras. Cuentan como los policías metían
en los calderos a varias de las personas asesinada y como las fuerzas
represivas avanzaron por La Troncal disparando y lanzando bombas por las
viviendas del sector.

Hubo un centenar de desaparecidos y la mayoría de los cadáveres presentaban


huellas de brutal violencia, muchos estaban desfigurados, tenían fracturas
óseas, heridas por armas corto punzantes y quemaduras.

Todo el país se solidarizó inmediatamente con los trabajadores de Aztra y su


lucha, por lo que la población en general se volcó a las calles para exigir que
la masacre no quede en la impunidad y que se cumplan las exigencias de los
obreros asesinados

La matanza de Aztra y la rebeldía de los trabajadores que se levantaron contra


la tiranía debe ser rememorada con la lucha por una sociedad más justa, en
honor a todos aquellos que cayeron levantando su voz y soñaron con
conquistar un nuevo amanecer.

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Después de la revolución liberal, Alfaro construyó el ferrocarril que unió la


costa con la sierra, por el eje Naranjito – Bucay. El intercambio comercial dio
origen a una época de bonanza, a la aparición del Banco Comercial y Agrícola;
se estructuró la burguesía agroindustrial.

Recordados inversionistas, como el Sr. Rafael Valdez, que en el año de 1884


creó el primer ingenio del país en Milagro, y el Sr. Carlos Lynch, que organizó
el ingenió San Carlos, allá por el año 1882, fundaron la agroindustria azucarera,
que trajo por primera vez el fenómeno de la migración interna: grandes masas
de campesinos paupérrimos, solos al inicio, y después con sus familias, con el
grito de “a la Costa”, poblaron los alrededores de los ingenios, favorecidos por
la prosperidad económica, y por el ferrocarril, caballo de acero, que en sus
lomos transportaba la dulce mercancía.

Pronto entraron en la competencia Luz María, Santa Rosa de Chobo,


Supaipungo, El Cóndor, Eulalia, Chonanana, Esperanza, San Pablo, La
Compañía y otros ingenios.

A mediados del siglo pasado, un grupo de empresarios comandados por


Alfonso Andrade Ochoa, Ernesto Jouvin Cisneros, José Salazar Barragán,
Rafael Andrade Ochoa y Juan Eljuri, fundaron la Compañía AZTRA, con
un capital de 425 millones de sucres (17 mil dólares), y lo afincaron en la
zona cañarí, beneficiándose de una ley especial dictada con el afán de
permitir el desarrollo de la zona centro norte sur del Ecuador.
La consolidación de la industria azucarera trajo como consecuencia los
asalariados agrícolas, casi esclavos en sus inicios, y que nosotros conocimos de
cerca aquí en La Troncal, cuando llegaron por miles para sembrar con su
esfuerzo, con músculo y machete, desde mayo hasta diciembre, para después
cosechar casi nada por sus esfuerzos.
Los truncos sueños de días mejores, trajeron el descontento y el levantamiento
de los trabajadores en busca de mejoras salariales y otras justas
reivindicaciones, que fueron brutalmente reprimidos el 18 de octubre de 1977.

Azúcar y sangre derramadas


El Segundo Contrato Colectivo firmado entre los trabajadores y la Compañía
Aztra garantizaba en el Art. 39 que éstos percibirían el 20% de la elevación del
precio de quintal de azúcar; se había autorizado jurídicamente de parte de la
dictadura militar que nos gobernaba, elevar de 135 a 220 sucres; lo cual
significaba 85 sucres de alza, que multiplicado por la producción del ingenio,
esa zafra llegaba a la suma de 28.171.176 sucres, que debían constituir las
regalías para los trabajadores y sus familias. Pero jamás se reconoció este
derecho de parte de los ejecutivos de la empresa.
Luego de agotar todo el trámite jurídico, el martes 18 de octubre, a las seis de
la mañana, las diferentes organizaciones sindicales, especialmente la
Asociación de Trabajadores Agrícolas (ATA), tomaron las instalaciones del
ingenio Aztra, respaldados jurídicamente según el Código de Trabajo vigente
en aquella época.
A las seis de la tarde de ese mismo día, previa orden policial, se produjo el
desalojo brutal e inhumano, violento y sanguinario… El 19 de octubre, muy por
la mañana, empiezan a flotar en el canal del ingenio Aztra los múltiples
trabajadores mártires de esta fecha histórica y dolorosa, que es necesaria
recordarla en la memoria colectiva para que jamás se vuelva a repetir.
¿Existió justicia?
Treinta años después reflexionamos: el proceso judicial que se instauró contra
esta masacre, jamás condenó a culpable alguno; el crimen permanece impune…
Sólo quedaron las lágrimas, el dolor y el recuerdo de aquellos mártires sin
tumbas, cuyo grito de protesta aún resuenan en nuestros oídos.
Mas, desde la privatización de lo que fue Aztra, los salarios son peores, el
hambre nuevamente enarbola su insignia, su bandera de muerte y de
incertidumbre. Ya no existen senderos de esperanza para el montubio, para el
cortador de la caña; sólo le quedan su vieja camisa empapada de sudor y
lágrimas, y su machete con el que corta la caña, humedeciendo la tierra con su
dulce néctar, junto con su sangre, su lucha y su esperanza…

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La nieta del coronel (r) Jesús Reyes Quitanilla, Cristina Reyes, hoy (2016)
miembro del PSC-Madera de Guerrero, quiere hablar de Libertad y no sé
cuántas otras babosadas, que no las siente, pues jamás las han practicado,
y, quiere decir que los PSC son una bandada de mansas palomas, que han
luchado por los derechos de los pobres (causa risa), olvidando q el nefasto
gobierno de LFC y su brazo derecho, Jaime Nebot, hicieron iguales o
peores cosas que la dictadura a la que perteneció y sirvió el coronelucho
Reyes, autor intelectual de la masacre.
Maldito sea por siempre el militar o policía que alza su arma contra su
mismo pueblo, tendrán su justo castigo creerán que el tiempo borrará su
infamia, pero en el infierno arderán como la basura que son.......

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