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La referencialidad del discurso: entre la experiencia y la

representación

Bernardo Enrique Pérez Álvarez


Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

Publicado en:
Carlos Mendiola Mejía (editor) 2018: Apuntes sobre la experiencia histórica sublime de Frank
Ankersmit. México, Universidad Iberoamericana, 11-36.

El tema de discusión en el que se enmarca este ensayo se encuentra entre los siguientes
ejes: por una parte, la concepción saussureana del signo, al considerar únicamente al
significado y al significante como sus componentes, desliga al lenguaje de su
referencialidad1 pero, por otra parte, se establecen así las bases para incorporar a la
lengua dentro de un marco comunicativo.2 De acuerdo con Gutiérrez Ordóñez, la
concepción saussureana del signo fue mal interpretada por numerosos estudiosos, pues
si bien acepta que el signo tiene un carácter psicológico en la unión entre significado y
significante, no se trata de un olvido de la materialidad del signo, sino de un énfasis en
el carácter mental del proceso de significación, que deja atrás las concepciones
fisicalistas del lenguaje.
Ante las afirmaciones de Ankersmit y Gutiérrez Ordóñez cabe preguntarse si el signo
lingüístico, tal como lo entendió Saussure, está separado de su referencialidad, y en tal
caso, si es necesario seguir el camino que emprendió el pragmatismo a partir de Peirce
para otorgar nuevamente un carácter referencial al signo puesto que el camino iniciado
con el estructuralismo y hasta Derrida carece en efecto de un carácter referencial.
Estas preguntas se enmarcan en el contexto de las grandes discusiones del siglo XX, por
una parte en torno al estructuralismo y el postestructuralismo, tal como se observan
desde los postulados clásicos de la semiótica francesa hasta los trabajos de Derridá y la
concepción del discurso de Foucault, y por otra parte, la filosofía del lenguaje que surge
de la tradición del pragmatismo hasta Richard Rorty.

1Frank Ankersmit, La experiencia histórica sublime, México, Universidad Iberoamericana,


2014.
2 Salvador Gutiérrez Ordóñez, Introducción a la semántica funcional, Madrid, Síntesis, 1992.
En el trabajo se revisarán algunas posturas de la teoría lingüística actual, que han
desarrollado la noción de discurso y de representación semántica como términos
centrales para explicar la lengua en uso.
¿Podemos concebir al discurso como una estructura lingüística verosímil, pero sin una
referencialidad que le otorgue un carácter de verdad, tal como podría derivarse de una
posición estructural clásica?, ¿o más bien se trata de una construcción compleja que no
puede analizarse solamente desde una perspectiva sustantivista, y por tanto la
referencialidad del discurso debe pensarse desde otro camino?
La ruta argumental a seguir será, en primer lugar, demostrar el carácter nominativo de la
discusión en torno al signo. Las discusiones siempre comienzan concibiendo al signo
como un sustantivo o nombre, por una marcada influencia de las lenguas indoeuropeas,
que otorgan por tanto una visión estática del proceso de significación. En un segundo
paso, deberá también cuestionarse la noción de referencialidad basada en la relación
entre nombre y cosa, pues de esta manera se simplifica un fenómeno mucho más
complejo; para avanzar en esta ruta será necesario considerar algunos postulados
teóricos que buscan analizar al discurso en su conjunto, y no a los signos de manera
aislada. El tercer paso consistirá en cuestionar al proceso de comunicación como una
simple codificación y decodificación de signos, para insertar el postulado del
esquematismo lingüístico en relación con el conocimiento del mundo. Esta premisa nos
permitirá entender que la referencialidad no es una relación directa y unívoca, sino más
bien un proceso complejo de anclaje referencial basado en la experiencia de
interpretación.

1. Sustantivismo en la explicación del signo


La discusión clásica en torno a la relación entre lenguaje y realidad suele entenderse
como la relación entre los nombres y las cosas, o las palabras y las cosas. Si bien esta
visión no es universal en la filosofía del lenguaje, suele ser el comienzo de la discusión
para analizar la relación entre lenguaje y realidad. A este punto de partida se le pueden
hacer dos observaciones: en primer lugar, parte de la premisa de que, una vez
entendidas las relaciones básicas, podrán explicarse luego con claridad las relaciones
complejas; sin embargo, cabe preguntarse si la naturaleza misma del lenguaje puede
explicarse desde la conjunción de las partes, y si las partes básicas del lenguaje son
todas del mismo tipo. Este señalamiento nos lleva a la segunda consideración: la
reflexión misma, al partir de los nombres, está asumiendo una postura que llamaré
sustantivista (para evitar confusiones con el nominalismo filosófico, si bien hay una
relación cercana con esta postura), y que luego intenta incorporar otro tipo de palabras
aparte de los sustantivos. En la historia reciente de la filosofía del lenguaje es posible
observar este camino3: en primer lugar un intento por establecer con claridad las
relaciones entre proposiciones y realidad bajo el principio de verdad en la filosofía
analítica del lenguaje, para luego ceder espacio al lenguaje en uso con sus “juegos del
lenguaje” (Wittgenstein), los actos de habla (Austin) y la modalización del lenguaje, que
bien podría leerse como una postura donde los sustantivos se ponen en relación de
manera falsa o verdadera (relación de predicación), para luego considerar los contextos
pragmáticos a fin de explicar cómo se alteran las condiciones de verdad.
Desde mi punto de vista, es necesario considerar una inversión de método, que implica
no partir de la reflexión en torno al signo desde los sustantivos para aumentar luego el
grado de complejidad, sino con una visión más integradora del lenguaje, que no se
limite a las relaciones de predicación y sus modificaciones contextuales, sino al análisis
integral del fenómeno comunicativo.
Ahora bien, por una parte, la ruta iniciada por Saussure y que llega hasta el
deconstructivismo de Derrida, logra la mejor explicación del lenguaje en términos de
organización discursiva, pero carece de una definición precisa de referencialidad, tal
como lo expresa Ankersmit:

Para este último [Saussure], el signo es la conjunción del significante (una


palabra, el sonido que producimos al pronunciar un vocablo, un icono) y el
significado (lo que el significante “representa”). Y aquello que el significante
“representa” puede ser tanto el sentido como la referencia de Frege. Lo anterior
tiene las dos siguientes consecuencias: en primer lugar, existe el riesgo de que
debido a las asimetrías entre Frege y De Saussure surja un problema en cuanto

3 Cfr. Francisco Conesa y Jaime Nubiola, Filosofía del lenguaje, Barcelona, Herder, 1999.
se pase del ideolecto de la filosofía del lenguaje de los anglosajones al del
estructuralismo y postestructuralismo. En segundo lugar, debemos tener
presente que en la tradición estructuralista y postestructuralista, la dimensión
referencial del signo (o del lenguaje) es una cuestión que en parte aún está
abierta y cuya definición está pendiente.4

Y por otra parte, en la ruta de la filosofía del lenguaje que inicia en Frege y continúa
hasta el pragmatismo anglosajón tenemos una mejor explicación de la referencialidad,
pero se presenta la problemática de la explicación del aumento de complejidad en el
lenguaje, puesto que la referencialidad se analiza en términos oracionales o
predicativos. Parece necesario volver a los términos iniciales de la discusión en torno al
signo para seguir estas dos rutas y ver si existe alguna posibilidad de
complementariedad.
En este sentido, resulta de interés la interpretación que hace Gutiérrez Ordóñez de la
noción saussureana del signo: “El signo lingüístico une, no un nombre y una cosa, sino
un concepto y una imagen acústica. Esta última no es un sonido material, cosa
puramente física, sino la huella psicológica de este sonido”.5 Para este último autor, las
mejores aportaciones de Saussure son las siguientes:

1. Descubre la existencia de un cuarto elemento del que ninguna de las teorías


clásicas había hablado: la imagen acústica.
2. En contra de toda la tradición, destaca la importancia de la dimensión no
material de los componentes y margina al nombre y a la cosa, definiendo el
signo exclusivamente como la asociación de un concepto y una imagen
acústica.
3. Destaca la relación solidaria que une a los dos componentes del signo.6

Desde esta perspectiva, más que hablar de un triángulo semiótico como el que se ha
presentado en la tradición semiótica peirceana, donde el significado se presenta como

4 Ob. cit. Ankersmit, 75-76.


5 Saussure, citado en ob. cit. Gutiérrez Ordóñez, p. 26.
6 Cfr. ibid p. 30
enlace entre el nombre y la cosa (o el significante y la referencia), debe pensarse en una
relación entre cuatro elementos: dos externos, físicos o reales, el nombre con una
existencia sonora o gráfica, y la cosa como el referente en la realidad; y dos mentales o
psicológicos, el concepto o significado, y la imagen acústica o significante, que resulta
el cuarto elemento no considerado previamente, y que debe resaltarse como una entidad
mental y no material. De esta manera, se resalta el proceso psicológico de asociación o
relación entre dos entidades mentales. Ahora bien, una vez que se establece una nueva
explicación de la relación mental entre dos entidades de distinto carácter, ¿cómo se
puede explicar la relación entre cada una de esta dos entidades con los componentes
externos, ya no del signo, sino del proceso de referencialidad? La primera tesis que
puede ponerse en cuestionamiento es la de la especularidad del lenguaje, a partir de la
cual se ve al signo como correspondiente de la realidad. En otras palabras, la idea
misma de representación en el lenguaje debe quedar en suspenso, pues no existe
ninguna garantía de que el proceso mental de asociación entre imagen acústica y
concepto sea siempre unívoco y preciso. De hecho, por tratarse de un proceso mental, la
asociación de estas dos unidades se realiza de manera individual y específica en cada
uso lingüístico por parte de cada hablante. Las preguntas que se abren, nuevamente, son
de dos tipos: ¿bajo qué metodología es posible acceder a este proceso lingüístico-mental
que se presenta en cada persona en particular? Y ¿cómo podemos establecer una regla
general para un conjunto de procesos mentales individuales? Dicho de otra manera:
cómo explicamos el cierre del círculo de la comunicación entre hablante y oyente,
pregunta muy diferente a cómo se asocia una cosa a un nombre.
El estructuralismo se concentró en las relaciones mentales que hacen posible el proceso
de asociación entre significantes y significados como medio para explicar al lenguaje.
En este sentido, Ankersmit tiene razón al afirmar que el estructuralismo tiene pendiente
la definición de la manera en que este lenguaje tiene una referencialidad. No es de
extrañar que la semántica estructural en el ámbito de la lingüística haya tardado más de
medio siglo en aparecer, después de los grandes avances de esta ciencia en el ámbito de
la forma lingüística, es decir, de la sintaxis en términos de Morris.
Es posible distinguir dos grandes rutas seguidas por la semántica lingüística en los
últimos cuarenta años: por una parte una semántica formal ligada a la posición de Frege,
donde la pregunta central que se plantea es la verdad o falsedad de proposiciones, que
además ha incorporado un análisis de las relaciones entre sintaxis y semántica en la
composición oracional del lenguaje ordinario, y por otra parte una semántica funcional
y discursiva que busca explicar cómo se desarrolla el proceso de significación en la
dinámica misma de la comunicación, bajo la premisa básica de estudiar la lengua en
uso7. Esta premisa cobra un papel central, pues debe entenderse como un cambio radical
en la propuesta estructural saussureana de dejar de lado el habla por su carácter caótico
e imposible de sistematizar, a cambio de una vuelta al papel comunicativo de la lengua
en su contexto de uso, y en este caso, más allá de las delimitaciones opositivas entre
signos que definen su significado, es posible entender al discurso, y no necesariamente
al signo aislado, como relación con un mundo externo. Así, en la postura de una
lingüística textual, por ejemplo, se entiende que en el discurso se ponen en relación un
conjunto de conocimientos lingüísticos con un conjunto de conocimientos del mundo,
otorgándole nuevamente un carácter referencial. El cambio central debe revisarse en dos
ejes: el de la relación entre los signos, donde ahora ya no se trata de unir a un concepto
con la cosa en una relación sígnica simple, sino a la unión entre lenguaje y estado real
de cosas, y por otra parte en la relación referencial del discurso como conjunto opositivo
que tiene un carácter, si puede expresarse así, de signo complejo que entonces puede
adquirir un carácter referencial.
Ahora bien, en esta ruta es necesario atender la crítica de Ankersmit a la construcción de
entramados reguladores entre el lenguaje y la realidad:

como sea que se desee imaginar la correspondencia [entre lenguaje y realidad],


ésta tendrá inevitablemente el carácter de algún esquema que sirva como marco
de referencia común para el lenguaje (enunciado) y la realidad (las situaciones
sobre las que los enunciados verdaderos son verdaderos). Sin un esquema tal,

7 Cfr. Tomlin et al. “Semántica del discurso”, en Van Dijk (comp.), El discurso como estructura
y proceso, Barcelona, Gedisa, 2000.
sin un trasfondo común para lenguaje y realidad, no es posible otorgar un
contenido a la noción de la correspondencia.8

La noción misma de correspondencia entre lenguaje y realidad debe ser cuestionada,


pues se trata de considerar que esta correspondencia pasa forzosamente por una
experiencia de lectura que se presenta en la mente de los lectores: “En primer lugar, está
el texto que leemos; en segundo lugar, la experiencia lectora y en tercero, la
representación que refleja cómo el historiador ha leído (o experimentado) el texto y cuál
es, según él, su significado.”9
En este caso el cuestionamiento central pasa por reformular la manera en que se ha
entendido al signo y, en particular, al significado del signo lingüístico:

El significado nace sólo después de que un lector haya leído un texto o, mejor
dicho, que lo haya “experimentado”, y a continuación lo representa de acuerdo
con su experiencia lectora. Para ser preciso: un lector rinde un informe de su
representación del texto, pero no de su experiencia de él, aunque su descripción
será “guiada” por la experiencia.10

Pero en este proceso es fundamental el ámbito mental en que se desarrolla. Más que
hablar de un significado inherente al signo como una entidad externa e independiente,
no sólo a la persona que lee, sino al lenguaje mismo como sistema dinámico, es
necesario replantear el problema en el entendido de que cada texto, como conjunto,
tiene una dinámica propia de organización que, cuando se lee (o se escucha, pues no
debe dejarse de lado la comunicación oral), va produciendo significado también de
manera dinámica, con ajustes y empaquetamientos informativos que distan mucho de
constituir sólo la suma de un conjunto de signos con un significado denotativo dado de
antemano.

8 ob. cit. Ankersmit, 45-46


9 Ibidem, p. 93
10 Ibidem, p. 94
2. La definición del signo
Desde la perspectiva planteada, donde se reconoce que el texto no tiene un significado
por sí mismo y se acepta la existencia mental del proceso de significación, es necesario
por una parte revisar la noción de signo lingüístico tal como se ha entendido en la
semiótica a partir de la idea de un triángulo semiótico, y por otro lado analizar la
manera en que se ha explicado el significado de un texto como la suma de los signos
con un significado intrínseco. Pasaré a revisar la primera de estas afirmaciones.
A partir de las consideraciones de Gutiérrez Ordóñez11, es posible plantear un diagrama
del signo, más allá del tradicional triángulo semiótico12, que dé cuenta de una
explicación más coherente y dinámica del proceso de significación, y no únicamente de
la codificación sígnica:

Significado Significante

Referente Sonido

La primera distinción que debe realizarse respecto al triángulo semiótico es la división


entre el significante y el sonido, pues se trata en el primer término de una unidad
mental, tal como lo señala Saussure en el Curso de Lingüística General, mientras que el
sonido emitido por un hablante tiene una existencia física.
De esta manera resulta más claro reconocer el nivel mental de la definición del signo en
Saussure, independientemente de si la interpretación de Gutiérrez Ordóñez tiene o no
fundamento, es posible establecer una distinción entre dos partes mentales del signo y
dos partes materiales o físicas, y así establecer una distinción entre el nivel mental o

11 Ob. cit. Gutiérrez Ordóñez.


12 Cfr. Eco, Tratado de semiótica general, 2000.
cognitivo y el nivel material o físico del signo, por lo que se puede establecer un
esquema como el siguiente:

Nivel cognitivo Significado Significante


(Concepto) (Imagen acústica)

Nivel material Referente Sonido


(Cosa) (Nombre)

La crítica de Ankersmit respecto a la deuda del estructuralismo con la referencialidad


del lenguaje puede explicarse desde esta perspectiva como un problema específico de
delimitación del ámbito de operación del signo, atribuido sólo al nivel mental o
cognitivo del lenguaje, que lleva a plantear a la coherencia del discurso como suficiente
por sí misma, lo que da lugar a numerosas críticas que ven en este tipo de explicaciones
una preocupación central por el nivel de la verosimilitud, y no por el de la verdad. Este
planteamiento aparece en autores tan diferentes como Habermas13 o Ricoeur14 y atañe
directamente a una premisa básica de la narratología, según la cual el texto se basta a sí
mismo y constituye un universo del discurso con su dinámica interna, es decir, con su
propia verosimilitud, la cual no se mide por su correspondencia con la realidad.
Esta problemática podría explicarse si se distingue entre el nivel material y cognitivo
como dos ámbitos distintos: el de la verosimilitud y el de la verdad:

Nivel cognitivo Significado Significante Ámbito de la


(Concepto) (Imagen acústica) verosimilitud

Nivel material Referente Sonido Ámbito del valor


(Cosa) (Nombre) de verdad

13 Habermas, Jürgen, Pensamiento postmetafísico, Madrid, Taurus, 1990.


14Ricoeur, Paul, Tiempo y narración II. Configuración del tiempo en el relato de ficción.
México, Siglo XXI, 1995.
Ahora bien, en el eje vertical de este diagrama podemos encontrar otra relación
importante: en el eje izquierdo aparece el nivel universal del lenguaje, es decir, el
proceso de categorización del mundo, mientras que en el eje derecho se encuentra la
expresión de esa categorización por el lenguaje. Se puede así distinguir un nivel
universal del signo de un nivel particular de una lengua histórica, dicho de otra manera,
en el ejemplo clásico de Saussure se distingue entre la categorización del animal caballo
como concepto de la diversidad de expresiones en las lenguas históricas para ese
concepto: caballo, horse, Pferd, cheval etc.
Además, es posible también incorporar la comprensión dinámica del signo al reconocer
el recorrido onomasiológico del semasiológico, como rutas del proceso de significación,
tal como lo explica Pottier en su teoría semántica, donde se va de la realidad al discurso
y del discurso a la realidad15:

Nivel universal Nivel de la lengua


Nivel cognitivo Significado Significante Ámbito de la
(Concepto) (Imagen acústica) verosimilitud

Nivel material Referente Sonido Ámbito del valor


(Cosa) (Nombre) de verdad

Recorrido Recorrido
onomasiológico semasiológico

Figura 1. Diagrama dinámico del signo

Así llegamos a un diagrama dinámico del signo: En el recuadro del centro con líneas
continuas se incluyen los cuatro componentes básicos: significado, significante,
referente y sonido, o en todo caso su materialización, en un sentido semiótico amplio16.
Los tres primeros componentes han sido tratados extensamente en la tradición

15 Cfr. Pottier, Bernard, Semántica general, Madrid, Gredos, 1993.


16 En el diagrama se anota sonido debido a la primacía de la lengua oral sobre la escritura, sin
embargo, entre paréntesis se agrega nombre para recuperar de la tradición filosófica este
término, que además se puede adaptar tanto a la oralidad como a la escritura, pero con el
problema de referir a los sustantivos dentro de la tradición gramatical.
semiótica, en cambio, el cuarto de ellos ha sido dejado de lado, bien porque no se
considera, bien porque se le fusiona con el significante. Sin embargo, en el Curso de
Lingüística General Saussure distingue claramente al significante como una imagen
mental, no como la materialización física del sonido. Esta distinción, de cualquier
manera, tiene completa aceptación en la diferencia que suele hacerse entre fonética y
fonología, y que ha servido para distinguir en términos teóricos posteriormente entre lo
-émico y lo -ético en el análisis estructural. Curiosamente esta distinción nunca se
incorporó a los diagramas del signo, que bien se representan como en Saussure, con dos
partes, o bien se retoma el triángulo semiótico propuesto por Odgen y Richards.
En el recuadro externo con líneas punteadas se presentan ocho categorías, que si bien no
son parte constituyente del signo, sí explican el nivel dinámico en el que se presenta la
vida de los signos. En la parte izquierda se señala la distinción básica entre la parte
material y la parte mental o cognitiva del signo, que permite comprender mejor las
dimensiones en las que se ha centrado la discusión en torno a las posibilidades del
lenguaje, que bien se pueden ubicar entre el nombre y la cosa, como en la tradición
filosófica que remite incluso al título famoso de Las palabras y las cosas, de Foucault,
o como en el estructuralismo, en el nivel mental entre significado y significante.
En la parte superior se puede distinguir un nivel universal, en la medida en que se
establece una relación de categorización y conceptualización propia de los seres
humanos, y un nivel de las lenguas históricas17. Esta distinción resulta de interés cuando
se piensa por ejemplo en las hipótesis de trabajo planteadas en la lingüística cognitiva,
donde se asume que existe un nivel de categorización prelingüístico18 , y a su vez es
posible entender cómo el análisis lingüístico estructural se centró en el nivel de las
lenguas históricas, con la finalidad de describir su estructura y niveles de organización,
dentro de un ámbito formal que dejó en suspenso la reflexión sobre el significado, es
decir, en el nivel semántico. Las afirmaciones de Geckeler 19 sobre la aparición tardía de

17 Cfr. Coseriu, Eugenio, Competencia lingüística, Madrid, Gredos, 1992.


18Cfr. Langacker, Ronald W., Foundations of Cognitive Grammar. Volume I, Theoretical
Prerequisites, Stanford, Stanford University Press, 1987.
19 Cfr. Geckeler, Horst, Semántica estructural y teoría del campo léxico, Madrid, Gredos, 1984.
la semántica en el ámbito de la lingüística moderna, debido al desconocimiento previo
sobre el funcionamiento de la mente humana, cobran relevancia para entender este
“olvido” del nivel del significado en la primera mitad del siglo XX.
En la columna de la derecha se distinguen dos aspectos también centrales en las
discusiones sobre el lenguaje a lo largo del siglo XX, y que dan sentido a una extensa
obra como Tiempo y Narración, de Paul Ricoeur. La relación entre significado y
significante corresponde al ámbito de la verosimilitud, mientras que la relación en el
ámbito material entre el nombre y la cosa corresponde con la noción tradicional de la
verdad.
En la parte inferior del recuadro se presentan dos categorías que dotan de un sentido
dinámico a esta representación tetraédrica del signo. El recorrido que lleva de la
materialidad de la cosa a la materialidad del signo, y que pasa por el nivel mental del
significado y el significante corresponde al recorrido onomasiológico o de producción
del lenguaje, mientras que el recorrido inverso, que lleva de la materialidad del signo a
la materialidad de la cosa, corresponde al recorrido semasiológico o de interpretación de
los signos20.
Esta representación del signo permite incorporar algunas hipótesis relevantes que han
sido postuladas y fundamentadas en los estudios del lenguaje después del
estructuralismo:
1) El carácter dinámico del proceso de comunicación y significación
2) La necesidad de describir al lenguaje como una red compleja de significados, y no
como una suma de palabras, o bien de oraciones.
3) La explicación del significado como un proceso dinámico de comprensión del
discurso como lengua en uso.

3. Referencialidad directa e indirecta


De esta manera, puedo volver a otra idea relevante planteada por Ankersmit a partir de
la noción de ascenso semántico de Quine: el aumento de complejidad semántica en el
uso del lenguaje. Si bien Quine caracteriza al ascenso semántico como propio del

20 V. ob. cit. Pottier, Semántica General.


discurso filosófico, sus reflexiones nos pueden llevar a otros terrenos de reflexión
metalingüística. “La estrategia consiste en ascender hasta la parte común de dos
esquemas conceptuales fundamentalmente dispares, para discutir mejor los dispares
fundamentos.”21
Un punto central en esta discusión es la posibilidad de añadir a la noción de significado
no únicamente la relación entre concepto y cosa en la relación establecida por un signo,
sino que, al relacionar a unos signos con otros es posible delimitar conjuntos
conceptuales (o de significado) hasta llegar a estados de cosas. En esta perspectiva se
vuelve relevante señalar que los estados de cosas no son descritos en el uso del lenguaje
de manera exhaustiva, sino en una determinación ligada al hablante y al oyente. En este
sentido, es importante poner en relación tanto el conjunto de signos en relación como el
ámbito comunicativo donde hablante y oyente calculan la relación entre información
explícita e implícita, o entre lo dicho y lo no dicho, pues un discurso es siempre apenas
una esquematización de un estado de cosas que es completado en un proceso de
significación por parte del oyente.
Así, debemos pasar de la idea muy difundida del lenguaje como un espejo de la
realidad, y la referencialidad del lenguaje como válida en la medida que refleja la
realidad, a una noción del lenguaje como esquematizador de la realidad, y a la
referencialidad como una posibilidad de compaginar esquemas mentales de hablante y
oyente en un proceso de comunicación dinámico y en proceso continuo de control en
relación con la realidad. De esta manera puede entenderse mejor cómo la interpretación
de textos, tanto en la tradición religiosa como literaria, siempre está sujeta a nuevos
ajustes y reinterpretaciones, otorgados por el oyente (o mejor dicho, lector) que bajo
nuevas nociones del mundo en el que vive actualiza los esquemas dados por el texto
original. En síntesis, es necesario tomar en cuenta la experiencia de lectura como un
proceso no únicamente de actualización del texto escrito, como se ha descrito en la
teoría literaria reciente, sino como una experiencia de producción de sentido, de
activación de un proceso de significación. De esta manera se puede entender mejor la
propuesta de Ankersmit para distinguir entre interpretación y experiencia lectora:

21 Quine, Willard van Orman, Palabra y objeto, Barcelona, Herder, 2001, p. 341.
Los hermeneutas suelen hablar de su interpretación sin distinguir con claridad
entre el acto de interpretar propiamente dicho y el resultado del mismo, esto es,
el artículo o el libro que el historiador escribe sobre un texto o una serie de
textos. El concepto de interpretación se utiliza indistintamente para ambos,
algo que yo quisiera evitar por lo siguiente: en primer lugar está el texto que
leemos; en segundo lugar, la experiencia lectora y en tercero, la representación
que refleja cómo el historiador ha leído (o experimentado) el texto y cuál es,
según él, su significado. […]
Obtenemos ahora una imagen distinta de lo que es la lectura de textos. Para
empezar, la incorporación de la lectura de textos al modelo de la representación
artística nos hará observar que -también- el acto de leer nos conduce del ámbito
donde el texto aún no posee significado a aquel donde sí lo posee, es decir, del
propio texto a la interpretación que el historiador elabora a partir del mismo. El
significado existe gracias a la representación.22

Si se distingue entre la experiencia lectora (como un procesamiento mental, en el nivel


de la relación entre conceptos e imágenes acústicas, tal como se explicó en la sección
anterior) y la interpretación como la emisión lingüística que informa sobre la
representación del texto por parte del lector, se logran separar dos partes de un proceso
complejo:

El significado nace sólo después de que un lector haya leído un texto o, mejor
dicho, que lo haya “experimentado”, y a continuación lo representa de acuerdo
con su experiencia lectora. Para ser preciso: un lector rinde un informe de su
representación del texto, pero no de su experiencia de él, aunque su descripción
será “guiada” por la experiencia.23

Es necesario resaltar el papel que se puede otorgar al lector como procesador de sentido
en el acto de la lectura. Los textos no tienen un significado inmanente y denotativo
fijado de antemano, sino sólo una estructura formal del texto que permite diferentes
procesamientos significativos. De tal manera que los planteamientos de Davidson al

22 Ob. cit. Ankersmit, pp. 92-93


23 Ibidem, p. 94
afirmar una teoría de la correspondencia tendrían que revisarse, tal como el mismo
Ankersmit señala en La experiencia histórica sublime. Si bien:

Dos intérpretes, tan disimilares en cuanto a cultura, lengua y punto de vista


como se quiera, pueden estar en desacuerdo acerca de si una proferencia es
verdadera, pero sólo si difieren en cómo son las cosas en el mundo que
comparten o en qué es lo que significa esa proferencia.24

Debe resaltarse el hecho mismo de que, al aceptar que se puede diferir en el significado
de una proferencia, se debe a su vez aceptar que una misma proferencia no significa
necesariamente lo mismo para todas las personas. No estoy afirmando que los
significados sean completamente diferentes, o independientes del texto, pero sí que el
resultado del proceso de lectura como proceso de significación de una proferencia
nunca será completamente equivalente o sinónimo entre dos lectores. Por lo que no se
entiende completamente cómo: “En consecuencia, si es aceptable una teoría
coherentista de la verdad, ésta debe ser consistente con una teoría de la
correspondencia”.25 El problema radica, como ya lo señalé en la primera parte de esta
exposición, en la falta de reconocimiento del nivel mental en el que operan los signos,
que no provienen de una existencia denotativa previa, sino que se producen en el
proceso de socialización al que se ve incorporado todo individuo en la adquisición de la
lengua durante su infancia.
Por otra parte, también es necesario analizar el papel que desempeña el ámbito social de
los procesos cognitivos, pues no se trata de pensar en un relativismo mentalista radical
que dejaría sin conexiones posibles a los individuos cuando se comunican. Existe un
proceso de socialización del conocimiento. Ankersmit presenta un ejemplo ilustrador de
este procedimiento: la manera en que se interpretaban los textos religiosos en la Edad
Media:

24 Davidson, Donald, Subjetivo, intersubjetivo, objetivo, Madrid, Cátedra, 2003, p. 196.


25 Ibidem, p. 197
[D]e mayor interés para nosotros es una variante más antigua del comentario; a
saber, la tradición medieval de la quaestio, que se generalizó en las escuelas
catedralicias de los siglos XII y XIII. En esa tradición se discutía el significado
de las palabras y las oraciones mediante la comparación entre autoridades
consagradas y el uso de la lógica y la semántica […]
En primer lugar, la elaboración de éstos era, en el fondo, y deliberadamente,
ante todo un proceso social: con preocupación se había comprobado que la
mente individual se descaminaba fácilmente, lo mismo que le había ocurrido a
las interpretaciones estrafalarias e idiosincrásicas de las Sagradas Escrituras
por parte de los ermitaños egipcios y los padres del desierto de los siglos IV y
V.26

Llegamos así a un punto que ha sido estudiado desde las ciencias del lenguaje de
manera sistemática en los últimos cuarenta años aproximadamente. Cómo se da el
proceso de socialización de determinadas interpretaciones especificas puede entenderse
desde los procesos de cognición social, estudiados desde rutas diversas como el Análisis
Conversacional o la Lingüística Cognitiva.
El procesamiento individual del significado de un texto en la mente de un individuo
específico no se debe entender necesariamente como un mentalismo relativista y
subjetivo. Existen suficientes evidencias en los estudios lingüísticos recientes que llevan
a plantear la necesidad de una semántica del discurso desde procesos de cognición
social, es decir, que un texto no se procesa de manera aislada ni en la suma de los signos
ni en su aislamiento del contexto, sino a partir de la construcción de representaciones
semánticas complejas basadas tanto en el conocimiento de una lengua como en el
conocimiento (social) del mundo. Incluso es posible plantear que, cuando menos en la
conversación cara a cara, el texto mismo es resultado del proceso de interacción social,
donde hablante y oyente ajustan sus emisiones e interpretaciones al desarrollo de la
conversación, por lo que el texto mismo se considera que está diseñado para el receptor,

26 Ob. cit. Ankersmit, p. 81. El resaltado es mío


y no únicamente como un almacén de información que puede ser decodificada sin
contexto y sin participación de un individuo integrante de un grupo social.
Cómo se procesa un texto, es decir, cuál es la manera en que experimentamos la lectura
de un texto, no puede desligarse de un procesamiento mental subjetivo, pero este
proceso de significación está marcado por un nivel intersubjetivo en el uso del lenguaje,
dicho de otro modo, no existen los lectores individuales aislados del mundo, sino
personas que generan marcos de referencia sociales para representar el mundo. Espacios
mentales, marcos o guiones son algunos de los términos utilizados para referirse a este
tipo de modelos mentales.
Así, la idea tradicional de la semiótica y la semántica, que buscan definir primero el
significado denotativo de un signo para luego, en unión con otros signos, explicar el
significado de una proposición, como la suma del conjunto, resulta limitada para
explicar la experiencia lectora.
Los modelos mentales ayudan a organizar el conjunto de signos en una serie de
posibilidades de vinculación connotativa con el propio espacio y tiempo, y no
únicamente por el uso de deícticos indexicales, sino porque también los otros signos
constituyen categorías adaptables al entorno en el que se utilizan.

4. La referencialidad del lenguaje: entre la verdad y la verosimilitud


La última pregunta a la que quiero referirme aquí es a la posibilidad de evaluar al
discurso desde criterios de verdad. Con las afirmaciones realizadas hasta el momento, el
carácter referencial del discurso debe matizarse desde la posición inicial aquí señalada.
Por una parte, debe considerarse que la relación nombre - cosa es en realidad la relación
que forzosamente pasa por la unión entre concepto e imagen acústica en un nivel mental
individual, pero que esta correlación se obtiene en el ámbito social a partir de los usos
en los discursos en situaciones comunicativas específicas. En segundo lugar, la relación
referencial no se da aisladamente entre un signo y un objeto, sino entre discursos y
estados generales de cosas.
Existe una dimensión comunicativa del lenguaje, tal como lo señala Gutiérrez Ordóñez
que a menudo es olvidada en el análisis triangular del fenómeno de la semiosis: la
obligatoriedad de una relación social que permita la práctica comunicativa. Esta práctica
comunicativa está generada en comunidades de comunicación, que no necesariamente
se corresponden con la comunidad lingüística (se trata regularmente de comunidades de
menor alcance). Dentro de esta dimensión, el uso de signos abstractos que adquieren
una significación dentro de la comunidad está cargado de un marco social de
interpretación.
El despliegue discursivo, tanto en su estructura sintagmática como en la creación de un
universo del discurso, no puede ser evaluado únicamente desde una teoría coherentista o
desde una autosuficiencia del texto como un universo cerrado cuando se reincorpora la
experiencia de lectura como el momento específico de producción de sentido. Este
proceso específico de significación que se genera en la escucha o en la lectura
constituye un momento peculiar de contacto entre un universo discursivo y un modelo
mental de anclaje referencial. Cómo se da este anclaje referencial más allá de la relación
referencial entre signo y cosa es un aspecto complejo que tiene diversas aristas. Veamos
a partir de un ejemplo cómo se puede entender este anclaje referencial.
En algunas ciudades mexicanas se ha optado por obtener recursos públicos adicionales a
partir de la renta de edificios históricos, que de ordinario se utilizan para el servicio
público y se rentan para la realización de fiestas privadas.
Una de las justificaciones esgrimidas en alguna ocasión para rentar estos espacios
públicos a particulares es que así lo hacen en Europa. Aquí aparece el problema de la
referencialidad en las dos vertientes que hemos señalado: al decir que así se hace en
Europa, se puede tener un referente concreto donde se relaciona un nombre con un
objeto, en este caso un continente, pero en realidad este objeto concreto no deja de ser
una categorización abstracta: ¿se trata verdaderamente de una tendencia generalizada en
todos los países europeos, desde Portugal hasta Rusia?, ¿basta que se rente un edificio
en Andorra para que entonces sea “verdad” la afirmación?, ¿es siempre necesario
recurrir entonces a cifras estadísticas para ver si las tendencias son mayoritarias y
entonces sea verdad?, ¿o deben hacerlo todos los espacios en Europa? Estamos ante la
paradoja de Russell cuando plantea el momento en que una persona comenzará a ser
calva si lo hacemos desde una noción aritmética de resta de cabellos, ¿cuántos cabellos
debe perder una persona para comenzar a ser calva? si se analiza esta perspectiva desde
una noción de continuos con centros prototípicos pero no excluyentes sino traslapados,
el problema se orienta entonces hacia otro horizonte enunciativo, y no únicamente
semántico.
En esta segunda vertiente, en el discurso en el que se pronuncia, la afirmación de que
así se haga en Europa adquiere carácter de argumento de autoridad, que sólo puede
explicarse desde un marco conceptual donde se critique el europeocentrismo y la
tendencia a justificar decisiones políticas por imitación, algo que no aparece en los
diccionarios cuando buscan dar la definición denotativa de Europa, pues este
conocimiento pertenece a una categorízación obtenida por experiencia comunicativa, es
decir, es producto de discusiones y concepciones globales del mundo.
Problemas más complejos se presentan cuando hablamos de “democracia en los
medios” o “participación ciudadana”, que constituyen categorizaciones de estados de
cosas estructurados desde marcos conceptuales complejos, y por tanto no pueden tener
una referencialidad inmediata en objetos físicos de la realidad, sino en estructuraciones
mentales complejas.
De esta manera, es posible entender cómo se relaciona la complejidad semántica y las
representaciones mentales con dimensión social que se realizan en la experiencia de la
lectura o de la escucha. Las categorías que organizan los conceptos o significados de un
signo no son únicamente sustantivos que nombren objetos físicos como caballo o árbol,
sino también acciones y estados de cosas que, estructurados en un discurso, requieren de
un proceso de producción de sentido por parte de un interpretante. Reflexionar más
sobre esta experiencia de producción de sentido, que además se enmarca en una
dimensión social, podrá ayudarnos a comprender mejor la complejidad del proceso
comunicativo del lenguaje.

5. Conclusiones
La concepción del signo como una relación tetraédrica y no únicamente triádica permite
entender mejor dos aspectos centrales en la teoría actual del lenguaje: por una parte es
posible dimensionar de una mejor manera el carácter dinámico de los signos dentro de
la comunicación humana, puesto que se expresa con mayor claridad la relación entre
lenguaje y realidad como una relación establecida por los humanos en su capacidad
simbólica y de comunicación. Por otra parte, esta dimensión dinámica permite entender
mejor procesos de incorporación de información contextual o no lingüística a los
procesos de comunicación basados en textos concretos, es decir, es posible dar cuenta
con mayor claridad del procesos de producción de sentido, o dicho de otra manera, de la
experiencia de lectura o interpretación.
Este segundo aspecto también es relevante para explicar la vida de los signos no como
una suma de unidades sígnicas que se unen con su propio significado decorativo y que
posteriormente pueden ser ajotadas de acuerdo a la connotación en la que se encuentran,
es decir, en la relación con otros signos, sino como un conjunto textual con relaciones
intratextuales y contextuales que se llenan de significación a partir de un proceso mental
de lectura (o escucha) en el que se incorpora tanto conocimiento semántico previo de la
propia lengua, pero que está a su vez vinculado con experiencias humanas universales
de categorización del mundo.

6. Referencias bibliográficas
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