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Publicado en:
Carlos Mendiola Mejía (editor) 2018: Apuntes sobre la experiencia histórica sublime de Frank
Ankersmit. México, Universidad Iberoamericana, 11-36.
El tema de discusión en el que se enmarca este ensayo se encuentra entre los siguientes
ejes: por una parte, la concepción saussureana del signo, al considerar únicamente al
significado y al significante como sus componentes, desliga al lenguaje de su
referencialidad1 pero, por otra parte, se establecen así las bases para incorporar a la
lengua dentro de un marco comunicativo.2 De acuerdo con Gutiérrez Ordóñez, la
concepción saussureana del signo fue mal interpretada por numerosos estudiosos, pues
si bien acepta que el signo tiene un carácter psicológico en la unión entre significado y
significante, no se trata de un olvido de la materialidad del signo, sino de un énfasis en
el carácter mental del proceso de significación, que deja atrás las concepciones
fisicalistas del lenguaje.
Ante las afirmaciones de Ankersmit y Gutiérrez Ordóñez cabe preguntarse si el signo
lingüístico, tal como lo entendió Saussure, está separado de su referencialidad, y en tal
caso, si es necesario seguir el camino que emprendió el pragmatismo a partir de Peirce
para otorgar nuevamente un carácter referencial al signo puesto que el camino iniciado
con el estructuralismo y hasta Derrida carece en efecto de un carácter referencial.
Estas preguntas se enmarcan en el contexto de las grandes discusiones del siglo XX, por
una parte en torno al estructuralismo y el postestructuralismo, tal como se observan
desde los postulados clásicos de la semiótica francesa hasta los trabajos de Derridá y la
concepción del discurso de Foucault, y por otra parte, la filosofía del lenguaje que surge
de la tradición del pragmatismo hasta Richard Rorty.
3 Cfr. Francisco Conesa y Jaime Nubiola, Filosofía del lenguaje, Barcelona, Herder, 1999.
se pase del ideolecto de la filosofía del lenguaje de los anglosajones al del
estructuralismo y postestructuralismo. En segundo lugar, debemos tener
presente que en la tradición estructuralista y postestructuralista, la dimensión
referencial del signo (o del lenguaje) es una cuestión que en parte aún está
abierta y cuya definición está pendiente.4
Y por otra parte, en la ruta de la filosofía del lenguaje que inicia en Frege y continúa
hasta el pragmatismo anglosajón tenemos una mejor explicación de la referencialidad,
pero se presenta la problemática de la explicación del aumento de complejidad en el
lenguaje, puesto que la referencialidad se analiza en términos oracionales o
predicativos. Parece necesario volver a los términos iniciales de la discusión en torno al
signo para seguir estas dos rutas y ver si existe alguna posibilidad de
complementariedad.
En este sentido, resulta de interés la interpretación que hace Gutiérrez Ordóñez de la
noción saussureana del signo: “El signo lingüístico une, no un nombre y una cosa, sino
un concepto y una imagen acústica. Esta última no es un sonido material, cosa
puramente física, sino la huella psicológica de este sonido”.5 Para este último autor, las
mejores aportaciones de Saussure son las siguientes:
Desde esta perspectiva, más que hablar de un triángulo semiótico como el que se ha
presentado en la tradición semiótica peirceana, donde el significado se presenta como
7 Cfr. Tomlin et al. “Semántica del discurso”, en Van Dijk (comp.), El discurso como estructura
y proceso, Barcelona, Gedisa, 2000.
sin un trasfondo común para lenguaje y realidad, no es posible otorgar un
contenido a la noción de la correspondencia.8
El significado nace sólo después de que un lector haya leído un texto o, mejor
dicho, que lo haya “experimentado”, y a continuación lo representa de acuerdo
con su experiencia lectora. Para ser preciso: un lector rinde un informe de su
representación del texto, pero no de su experiencia de él, aunque su descripción
será “guiada” por la experiencia.10
Pero en este proceso es fundamental el ámbito mental en que se desarrolla. Más que
hablar de un significado inherente al signo como una entidad externa e independiente,
no sólo a la persona que lee, sino al lenguaje mismo como sistema dinámico, es
necesario replantear el problema en el entendido de que cada texto, como conjunto,
tiene una dinámica propia de organización que, cuando se lee (o se escucha, pues no
debe dejarse de lado la comunicación oral), va produciendo significado también de
manera dinámica, con ajustes y empaquetamientos informativos que distan mucho de
constituir sólo la suma de un conjunto de signos con un significado denotativo dado de
antemano.
Significado Significante
Referente Sonido
Recorrido Recorrido
onomasiológico semasiológico
Así llegamos a un diagrama dinámico del signo: En el recuadro del centro con líneas
continuas se incluyen los cuatro componentes básicos: significado, significante,
referente y sonido, o en todo caso su materialización, en un sentido semiótico amplio16.
Los tres primeros componentes han sido tratados extensamente en la tradición
21 Quine, Willard van Orman, Palabra y objeto, Barcelona, Herder, 2001, p. 341.
Los hermeneutas suelen hablar de su interpretación sin distinguir con claridad
entre el acto de interpretar propiamente dicho y el resultado del mismo, esto es,
el artículo o el libro que el historiador escribe sobre un texto o una serie de
textos. El concepto de interpretación se utiliza indistintamente para ambos,
algo que yo quisiera evitar por lo siguiente: en primer lugar está el texto que
leemos; en segundo lugar, la experiencia lectora y en tercero, la representación
que refleja cómo el historiador ha leído (o experimentado) el texto y cuál es,
según él, su significado. […]
Obtenemos ahora una imagen distinta de lo que es la lectura de textos. Para
empezar, la incorporación de la lectura de textos al modelo de la representación
artística nos hará observar que -también- el acto de leer nos conduce del ámbito
donde el texto aún no posee significado a aquel donde sí lo posee, es decir, del
propio texto a la interpretación que el historiador elabora a partir del mismo. El
significado existe gracias a la representación.22
El significado nace sólo después de que un lector haya leído un texto o, mejor
dicho, que lo haya “experimentado”, y a continuación lo representa de acuerdo
con su experiencia lectora. Para ser preciso: un lector rinde un informe de su
representación del texto, pero no de su experiencia de él, aunque su descripción
será “guiada” por la experiencia.23
Es necesario resaltar el papel que se puede otorgar al lector como procesador de sentido
en el acto de la lectura. Los textos no tienen un significado inmanente y denotativo
fijado de antemano, sino sólo una estructura formal del texto que permite diferentes
procesamientos significativos. De tal manera que los planteamientos de Davidson al
Debe resaltarse el hecho mismo de que, al aceptar que se puede diferir en el significado
de una proferencia, se debe a su vez aceptar que una misma proferencia no significa
necesariamente lo mismo para todas las personas. No estoy afirmando que los
significados sean completamente diferentes, o independientes del texto, pero sí que el
resultado del proceso de lectura como proceso de significación de una proferencia
nunca será completamente equivalente o sinónimo entre dos lectores. Por lo que no se
entiende completamente cómo: “En consecuencia, si es aceptable una teoría
coherentista de la verdad, ésta debe ser consistente con una teoría de la
correspondencia”.25 El problema radica, como ya lo señalé en la primera parte de esta
exposición, en la falta de reconocimiento del nivel mental en el que operan los signos,
que no provienen de una existencia denotativa previa, sino que se producen en el
proceso de socialización al que se ve incorporado todo individuo en la adquisición de la
lengua durante su infancia.
Por otra parte, también es necesario analizar el papel que desempeña el ámbito social de
los procesos cognitivos, pues no se trata de pensar en un relativismo mentalista radical
que dejaría sin conexiones posibles a los individuos cuando se comunican. Existe un
proceso de socialización del conocimiento. Ankersmit presenta un ejemplo ilustrador de
este procedimiento: la manera en que se interpretaban los textos religiosos en la Edad
Media:
Llegamos así a un punto que ha sido estudiado desde las ciencias del lenguaje de
manera sistemática en los últimos cuarenta años aproximadamente. Cómo se da el
proceso de socialización de determinadas interpretaciones especificas puede entenderse
desde los procesos de cognición social, estudiados desde rutas diversas como el Análisis
Conversacional o la Lingüística Cognitiva.
El procesamiento individual del significado de un texto en la mente de un individuo
específico no se debe entender necesariamente como un mentalismo relativista y
subjetivo. Existen suficientes evidencias en los estudios lingüísticos recientes que llevan
a plantear la necesidad de una semántica del discurso desde procesos de cognición
social, es decir, que un texto no se procesa de manera aislada ni en la suma de los signos
ni en su aislamiento del contexto, sino a partir de la construcción de representaciones
semánticas complejas basadas tanto en el conocimiento de una lengua como en el
conocimiento (social) del mundo. Incluso es posible plantear que, cuando menos en la
conversación cara a cara, el texto mismo es resultado del proceso de interacción social,
donde hablante y oyente ajustan sus emisiones e interpretaciones al desarrollo de la
conversación, por lo que el texto mismo se considera que está diseñado para el receptor,
5. Conclusiones
La concepción del signo como una relación tetraédrica y no únicamente triádica permite
entender mejor dos aspectos centrales en la teoría actual del lenguaje: por una parte es
posible dimensionar de una mejor manera el carácter dinámico de los signos dentro de
la comunicación humana, puesto que se expresa con mayor claridad la relación entre
lenguaje y realidad como una relación establecida por los humanos en su capacidad
simbólica y de comunicación. Por otra parte, esta dimensión dinámica permite entender
mejor procesos de incorporación de información contextual o no lingüística a los
procesos de comunicación basados en textos concretos, es decir, es posible dar cuenta
con mayor claridad del procesos de producción de sentido, o dicho de otra manera, de la
experiencia de lectura o interpretación.
Este segundo aspecto también es relevante para explicar la vida de los signos no como
una suma de unidades sígnicas que se unen con su propio significado decorativo y que
posteriormente pueden ser ajotadas de acuerdo a la connotación en la que se encuentran,
es decir, en la relación con otros signos, sino como un conjunto textual con relaciones
intratextuales y contextuales que se llenan de significación a partir de un proceso mental
de lectura (o escucha) en el que se incorpora tanto conocimiento semántico previo de la
propia lengua, pero que está a su vez vinculado con experiencias humanas universales
de categorización del mundo.
6. Referencias bibliográficas
Ankersmit, Frank, La experiencia histórica sublime (tr. de Nathalie Schwan), México,
Universidad Iberoamericana, 2010.
Conesa, Francisco y Nubiola, Jaime, Filosofía del lenguaje, Barcelona, Herder, 1999.
Coseriu, Eugenio, Competencia lingüística, Madrid, Gredos, 1992.
Davidson, Donald, Subjetivo, intersubjetivo, objetivo (tr. de Olga Fernández Prat),
Madrid, Cátedra, 2003.
Foucault, Michel (1997). Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias
humanas (tr. de Elsa Cecilia Frost), México, Siglo XXI, 1997.
Geckeler, Horst, Semántica estructural y teoría del campo léxico, Madrid, Gredos,
1984.
Gutiérrez Ordóñez, Salvador, Introducción a la semántica funcional, Madrid, Síntesis,
1992.
Habermas, Jürgen, Pensamiento postmetafísico (tr. de Manuel Jiménez Redondo),
Madrid, Taurus, 1990.
Langacker, Ronald W., Foundations of Cognitive Grammar. Volume I, Theoretical
Prerequisites, Stanford, Stanford University Press, 1987.
Pottier, Bernard, Semántica General, Madrid, Gredos, 1993.
Quine, Willard van Orman, Palabra y objeto (tr. de Manuel Sacristán), Barcelona,
Herder, 2001.
Ricoeur, Paul, Tiempo y narración II. Configuración del tiempo en el relato de ficción
(tr. de Agustín Neira), México, Siglo XXI, 1995.
Tomlin, Russell et al, “Semántica del discurso” (tr. de José Ángel Álvarez), en Teun van
Dijk (comp.), El discurso como estructura y proceso, Barcelona, Gedisa, 2000.