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Adquiere sabiduría

Se dice que en el reino del sabio Suleimán había una joven viuda que era tan pero tan
pobre que casi no tenía dinero ni para comprar alimentos. Un día, la joven decidió pararse
frente a una panadería donde acababan de hornear unos riquísimos pasteles.

Al principio, tuvo la intención de entrar y comprar alguno para saciar su hambre. Pero
después recordó a sus dos preciosos hijos y la necesidad de gastar las pocas monedas que
tenía en comida para ellos. Decidió quedarse en la puerta junto a los panecillos, pues se
dijo a sí misma:

— Si no tengo dinero para comprarlos, por lo menos puedo disfrutar del aroma que
tienen… ¡y es casi lo mismo!
Transcurridos apenas un par de minutos disfrutando el aroma riquísimo de los panes
recién horneados, el dueño del negocio salió a regañarla enfurecido:
—¿Qué es lo que está haciendo en la puerta de mi negocio?

— Estoy disfrutando del aroma de sus panecillos — dijo la viuda. — Usted no puede
hacer eso. Si quiere oler el aroma de los panes, debe pagar

— dijo, y trató de arrancar de las manos de la clienta un pequeño saco donde guardaba
sus monedas.
—¿Cómo? ¿Pagar por oler los panes? Si no me he comido ninguno
— protestó la joven, confundida.
—¡Claro! ¡Debe pagarme!

— dijo el mercader. Con el alboroto que los dos estaban haciendo, comenzó a juntarse la
gente del pueblo a su alrededor. Algunos estaban de parte de la joven viuda, otros, de
parte del panadero. La discusión continuó por un rato, hasta que a alguien se le ocurrió
una idea:

—¡Preguntémosle al sabio Suleimán! ¡Él sabrá la respuesta! Así que se dirigieron


inmediatamente al castillo del sabio rey para consultarle sobre el problema. Cuando
llegaron, Suleimán estaba en su trono y le pidió a cada uno que presentara su caso.
— Oh gran Suleimán
— dijo el panadero

—, esta mañana me levanté antes del amanecer para hornear estos panecillos. Trabajé
muy duro para hacerlos y, cuando los coloqué en mi negocio, esta mujer se paró en la
puerta de la panadería para oler el aroma de las cosas que había horneado. Ahora no quiere
pagar por ello.
—¡Pero no me comí ningún pan! — interrumpió la joven viuda
—. ¡Solamente disfruté del aroma que ya estaba en el aire! ¿Es que debo pagar por el
aire que respiro?
— Eso no es cierto
— argumentó el panadero

—. Nuestras leyes son bien claras: si tomas algo que alguna persona ha hecho, debes
pagar por ello. Yo horneé los panecillos y ella tomó el aroma que salió de esos panes y
no pagó por ello. Suleimán se quedó un tanto pensativo. Luego miro a los litigantes y les
dijo:

— Es cierto, nuestra ley dice exactamente eso y debemos obedecerla. ¡Ella debe pagar
por haber disfrutado el aroma de los panes! Todos los participantes de la audiencia se
miraron sorprendidos de la decisión que había tomado el sabio rey. Fue entonces cuando
Suleimán miró a la joven viuda y le dijo:
— Joven, toma tu saco de dinero. La joven obedeció de inmediato.

— Ahora sacude las monedas. La viuda sacudió las monedas dos y tres veces. Al hacerlo,
todas las monedas comenzaron a hacer ruido dentro del saco.
—¿Has oído eso?
— preguntó el sabio Suleimán al mercader
— Ya te ha pagado.
—¿Cómo que me ha pagado?

—¡Claro que sí! ¡Ha pagado por el aroma de tus pasteles con el ruido de sus monedas! Y,
habiendo dicho eso Suleimán, todos los súbditos en la audiencia comenzaron a reír y a
celebrar la sabiduría de su amado rey.

Sabiduría no es lo mismo que inteligencia. La Real Academia Española define la palabra


sabiduría como la «conducta prudente en la vida o en los negocios».2 Conducirse
prudentemente no solo requiere de inteligencia, hace falta juntar la experiencia con el
conocimiento y el buen juicio. Una persona puede no tener muchos años de estudio
escolar, pero ser una persona sabia.

Cuántas personas conocemos que, a pesar de ser muy inteligentes, hacen cosas muy
necias. No todos los inteligentes son también sabios. Salomón era sabio; y esa sabiduría
le permitió acumular una cantidad de riquezas como la que el mundo no ha podido volver
a ver jamás. Si quieres que te vaya bien en la vida, debes adquirir sabiduría. Salomón
dice:

Adquiere sabiduría y buen juicio; no eches mis palabras al olvido. Ama a la sabiduría, no
la abandones y ella te dará su protección. Antes que cualquier otra cosa, adquiere
sabiduría y buen juicio. Ámala, y te enaltecerá; abrázala, y te honrará; ¡te obsequiará con
la más bella guirnalda y te coronará con ella!3
El domingo de Pascua del año 2013, un sector de la conocida autopista interestatal 77, en
la frontera entre los estados de Carolina del Norte y Virginia, tuvo que cerrarse por
completo al tránsito. El corte inesperado de la autopistaen el momento en que todo el
mundo iba a servicios religiosos causó retrasos y colas increíblemente largas. ¿La razón?
Unos diecisiete accidentes de tránsito, uno detrás de otro, que dejaron tres personas
muertas y decenas de heridos.

El problema de fondo estaba en una niebla muy espesa que cayó sobre una determinada
parte de la carretera y dejó casi sin visibilidad a los automovilistas que entraban en esa
zona. Para cuando se daban cuenta de los accidentes que había en el camino, no tenían
tiempo de maniobrar y terminaban chocando con todo tipo de vehículos esparcidos por la
carretera.

En la vida, muchas veces nos pasa lo mismo. Es fácil tomar decisiones cuando el día está
soleado y podemos ver a larga distancia. El problema ocurre cuando las tormentas llegan
a nuestro negocio o a nuestra vida económica y no vemos cuál es el rumbo que debemos
seguir. Para eso no necesitamos información ni educación. Necesitamos sabiduría. Ella
nos ayuda a entender que, por ejemplo, debemos bajar significativamente la velocidad
para poder entender el mundo que nos rodea y no acabar estampados contra los restos de
algún auto en el camino.

Por eso, quisiera desafiarte a que hagas algo inusual. Algo que, quizás, nunca se te haya
ocurrido en la vida. Es un ejercicio que yo hice por años. Me ha servido a mí y también
les ha servido a algunos amigos que manejan empresas y organizaciones multimillonarias.
Si estás en disposición de seguir mis consejos, este ejercicio te cambiará la vida. Aquí va
la idea.

El libro de los Proverbios de Salomón tiene treinta y un capítulos. Casi la misma cantidad
de días que hay en un mes. Mi desafío es que te consigas una copia de ese libro en una
traducción actual, como la Nueva Traducción Viviente o la Versión Popular (Dios Habla
Hoy) y comiences a leer un capítulo por día. Si el mes solamente tiene treinta días, lee
dos el último día. Lee esos proverbios. Piénsalos. Medítalos. Márcalos. Ten contigo algo
con que escribir y una libreta en la que anotar tus ideas.

Esta es una experiencia sin igual. Va a ayudarte a pensar de una manera diferente y te
darás cuenta de por qué Salomón fue un líder tan capaz como emprendedor y
administrador. Asimilarás ideas. Aprenderás a discernir situaciones. Comenzarás a tomar
sabias decisiones. Evitarás accidentes en la vida.
¡Hazlo! ¡Empieza hoy mismo!

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