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Los más pequeños necesitan los

maestros más ‘grandes’


Los adultos que están con los niños en sus primeros años, deben tener la
disposición para educarlos.
Por: Ángela Constanza Jerez / Especial para EL TIEMPO

La ciencia ya lo demostró, la mitad de las conexiones en el cerebro – y a una velocidad


que jamás volverá a repetirse–, se realizan durante los primeros años de vida. Un
‘cableado’ que garantiza el desarrollo de la persona al preparar el terreno donde se
cultivará todo tipo de aprendizaje.

La neurociencia lo llama plasticidad cerebral, un concepto que ha mostrado la


imperiosa necesidad de dar a los niños entre cero y 5 años estímulos, educación y
cuidados para que puedan sacar todo su potencial el resto de su vida. Algo rentable
para ellos y para las naciones, como lo han señalado James Heckman, premio nobel de
Economía, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) e innumerables investigaciones.

Esa es la razón por la cual cada vez más se ha vuelto la atención a los maestros y
cuidadores de los infantes, pues en ellos recae gran parte de la responsabilidad de
que esa oportunidad de oro no se pierda. “En algún momento pensamos que la
atención a la primera infancia era un oficio menor, que los niños más pequeños
necesitaban menos formación (…) Hoy sabemos que es mejor entregar un avión a
un piloto ‘chifloreto’ que dar un grupo de niños pequeños a maestros que no
tengan capacidades para cuidarlos y educarlos”, dijo hace un tiempo sobre el tema
Jorge Eslava, director del Instituto Colombiano de Neurociencias.

Las capacidades de los profesores y cuidadores van desde tener las habilidades
para hacer una ronda, preparar una obra de teatro, leer un cuento, bailar, cantar,
hasta ayudarlos a comer el refrigerio e ir al baño. “Los maestros en esta etapa
son los que deben tener la mayor disposición afectiva para poder
relacionarse con los niños. Su pedagogía debe ser de escucha y sensibilidad
para poder comunicarse. Por eso necesitamos que haya una reflexión en la
pedagogía de la educación inicial”, explica Alexandra Mancera, de la Escuela de
Pedagogía de la Fundación Universitaria Cafam (Unicafam).

Precisamente esta institución, junto con la Secretaría de Educación Distrital


y el Instituto para la Investigación Educativa y el Desarrollo Pedagógico
(IDEP), realizó una investigación sobre las capacidades que requieren
desarrollar los maestros de primera infancia para atender los retos que les
imponen sus estudiantes. Para ello los investigadores visitaron colegios,
enviaron formularios y hablaron con profesores y directivas. Así encontraron que la
práctica pedagógica debe dar un giro, pues desborda la idea de enseñar el
alfabeto, los números y las vocales, revaluada para esta etapa de la vida. “La
reflexión sobre la pedagogía debe llevar a que los maestros reconozcan en los
niños capacidades y lenguajes, que se les enseñe lo que les interesa teniendo
claro cómo aprenden”, explica Mancera.

Uno de esos lenguajes, el rector a esa edad, es el juego, como también lo han
señalado varias investigaciones. “Es la forma de estar de los niños y las niñas en
el mundo. Pisan rayas, saltan, miran la hormiga, conversan con el otro porque
jugar es la manera de estar y si no lo comprendemos y no lo comprenden los
maestros estamos desperdiciando un momento valiosísimo”, explica Irma Salazar,
de la Corporación Juego y Niñez, organización que lleva 18 años promoviendo el
juego como el lenguaje de la educación.
Centrados en la realidad

Además de tener la capacidad de interactuar con los niños a través del


juego, los docentes de los más pequeños también deben contar con la
habilidad para responder a las necesidades de sus niños en sus respectivos
contextos y territorios.

Néstor Sánchez, gerente del Proyecto Innovación de Corporación Juego y Niñez,


explica que esas necesidades van desde el cuidado físico (comer solos, ir al baño,
sonarse) hasta las propias de su cultura o su condición, pues cada vez es más
común que en un mismo lugar compartan niños de diferentes etnias, regiones (e
incluso países) y limitaciones (físicas o sensoriales).

La escritora y pedagoga Yolanda Reyes resume las situaciones de hoy con una
frase contundente: “debemos responder a los padres que salen del clóset, a la
tía que se hace cargo del niño porque los padres están en un programa de
drogadicción y, en general, a las distintas familias. Los maestros de
educación inicial deben estar preparados para eso y no para esa obsesión
por la precocidad de los niños”.

En su concepto, los desafíos que impone la educación de la primera infancia


obligan a contar con maestros que de verdad les gusten los niños, conozcan de
desarrollo infantil y sean sensibles. “Suena a lugar común, pero no lo es, eso
significa que vean a los niños como personas que los pueden interpelar, que les
pueden hacer preguntas.

Que tengan una formación sólida o la posibilidad de adquirirla, que les


interesen los padres, sean abiertos a las relaciones que hay y tengan actitud
creativa y sensibilidad estética. En primera infancia es mucho lo que está en
juego”, asegura.
Creadores de sueños

“Un docente para la primera infancia debe partir del reconocimiento de los niños y
niñas como sujetos de derechos. Debe permitirles, a través de la ternura, que
descubran y creen el mundo. Que reconozcan sus propias vivencias y
potencialidades. En este proceso el docente debe tener en cuenta que cada niño y
niña es diferente, lo que le implica adaptar sus aproximaciones pedagógicas a
estas particularidades”, Adriana Espinosa, secretaria ejecutiva de la Alianza por la
Niñez Colombiana.

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