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LECTURA PARA ESTA NOCHE POR PAULO COHELO.

El arco, la flecha y el blanco

Todos somos arqueros de la voluntad Divina. Por lo tanto, es indispensable conocer los
instrumentos que tenemos a nuestra disposición.

El arco
El arco es la vida: de él viene toda la energía.
La flecha un día partirá. El blanco está lejos.
Pero tu vida siempre permanecerá junto a ti, y hay que saber cuidarla.
Necesitas periodos de inacción; un arco que está siempre armado, en estado de tensión,
pierde su potencia. Por lo tanto, acepta el reposo para recuperar tu firmeza. Así, cuando
estires la cuerda, tu fuerza estará intacta.
El arco no tiene conciencia: es una prolongación de la mano y el deseo del arquero. Sirve
para matar o para meditar. Por ello, debes ser siempre claro en tus intenciones.
Un arco tiene flexibilidad, pero también tiene un límite. Un esfuerzo más allá de su
capacidad lo romperá, o dejará exhausta la mano que lo sostiene. Del mismo modo, no
exijas de tu cuerpo más de lo que te pueda dar. Y recuerda que un día llegará la vejez, y
eso es una bendición, no una maldición.
Para mantener el arco abierto con elegancia, haz que cada parte dé de sí sólo lo
necesario, y no disperses tus energías. Así podrás disparar muchas flechas sin cansarte.

La flecha
La flecha es tu intención. Es lo que une la fuerza del arco con el centro del blanco.
La intención del ser humano tiene que ser cristalina, recta, bien equilibrada.
Una vez que la flecha parta, no volverá. Por lo que, si los movimientos que te han llevado a
través del proceso no han sido precisos y correctos, es mejor interrumpirlo y no actuar
precipitadamente sólo porque el arco ya está tenso y el blanco espera.
Pero nunca dejes de manifestar tu intención si lo único que te detiene es el miedo a errar.
Si hiciste los movimientos correctos, da los pasos necesarios y acepta el reto, abre la
mano y suelta la cuerda. Aunque no des en el blanco, sabrás afinar la puntería la próxima
vez.
Si no te arriesgas, nunca sabrás qué cambios eran necesarios.

El blanco
El blanco es el objetivo que hay que alcanzar.
Lo escogiste tú. En eso reside la belleza del camino: no puedes nunca disculparte diciendo
que el adversario era más fuerte, pues fuiste tú quien escogió el blanco, y tuya es la
responsabilidad.
Si ves en el blanco a un enemigo, puede que aciertes el tiro, pero no te mejorarás en nada
a ti mismo. Te pasarás la vida simplemente intentando colocar una flecha en el centro de
una cosa de papel o madera, algo completamente inútil. Y cuando estés con otras
personas, te quejarás de que nunca hiciste nada interesante.
Por eso, tienes que escoger tu objetivo, dar lo mejor de ti para alcanzarlo, tratándolo con
respeto y dignidad: tienes que saber qué significa y cuánto esfuerzo, entrenamiento e
intuición te ha exigido.
Al mirar al blanco, no te concentres en él; mira todo lo que sucede a tu alrededor, porque
la flecha, al ser disparada, se encontrará con factores con los que no has contado, como el
viento, el peso, la distancia.
El objetivo sólo existe en la medida en que un hombre es capaz de soñar con alcanzarlo.
Lo que justifica su existencia es el deseo, sin el cual sería una cosa muerta, un sueño
distante, una fantasía.
Así, del mismo modo que la intención busca su objetivo, el objetivo también busca la
intención del hombre, pues es él quien da sentido a su existencia: ya no es sólo una idea,
sino el centro del mundo de un arquero.

Historias de la madre Naturaleza

El león y los gatos

Un león encontró a un grupo de gatos conversando. "Voy a devorarlos", pensó.


Pero comenzó a sentir una extraña calma. Y decidió sentarse con ellos para escuchar lo
que decían.
-¡Mi buen Dios - dijo uno de los gatos, sin notar la presencia del león. - ¡Hemos rezado
toda la tarde, pidiendo que lloviesen ratones del cielo!
-¡Y hasta ahora no ha pasado nada! - dijo otro.- ¿Será que Dios no existe?
El cielo permaneció mudo. Y los gatos perdieron la fe.
El león se levantó y siguió su camino, pensando "Hay que ver como son las cosas: yo iba a
matar a esos animales, pero Dios me lo impidió. Aun así, ellos dejaron de creer en las
gracias divinas: estaban tan preocupados con lo que les faltaba que ni se dieron cuenta de
la protección que recibieron."

En silencio

El árbol estaba tan lleno de manzanas que sus ramas no conseguían balancearse con el
viento.
-¿Por qué no haces ruido? Al fin de cuentas, todos tenemos alguna vanidad y necesitamos
llamar la atención de los otros - comentó el bambú.
- No lo necesito. Mis frutos son mi mejor propaganda - respondió el árbol.

La margarita y el egoísmo

"Soy una margarita en un campo de margaritas" pensaba la flor. "En medio de las otras, es
imposible notar mi belleza"
Un ángel escuchó su pensamiento y comentó:
- ¡Pero si eres tan bonita!
- ¡Quiero ser única!
Para no oír más reclamaciones, el ángel la transportó hasta una plaza de una ciudad.
Días después el alcalde pasó por allí con un jardinero, para reformar el lugar.
- Aquí no hay nada interesante. Revuelvan la tierra y planten geranios.
- ¡Un momento! - gritó la margarita - ¡Si hacéis eso me mataréis!
- Si existieran otras como tú, podríamos hacer una bonita decoración - respondió el
alcalde. Pero es imposible encontrar margaritas por los alrededores y tú sola no haces un
jardín.
Y seguidamente arrancó la flor.
Los puercoespínes y la solidaridad

El lector Álvaro Conegundes cuenta que durante la era glacial muchos animales morían a
causa del frío. Los puercoespínes, percibiendo la situación, decidieron juntarse en grupo
para ayudarse y protegerse mutuamente.
Pero las espinas de cada uno herían a los compañeros más próximos y por esto tuvieron
que volver a separarse unos de otros.
Volvieron a morir congelados. Y tuvieron que hacer una elección: o desaparecían de la faz
de la Tierra o aceptaban las espinas de sus semejantes.
Sabiamente, decidieron volver a juntarse. Aprendieron a convivir con las pequeñas heridas
que una relación muy próxima podía causar, ya que lo más importante era el calor del otro.
Y terminaron sobreviviendo.

En el camino de Damasco

El hombre caminaba por el camino de Damasco. Recordaba su amor perdido y su alma


sollozaba. "¡Pobre del ser humano que conoce el amor" pensaba. "Jamás será feliz, por el
miedo a perder lo que ama".
En aquel momento escuchó a un ruiseñor cantando.
-¿Por qué actúas así? -le preguntó- ¿No ves que mi amada, que gustaba tanto de tu canto,
ya no está más aquí a mi lado?
-Canto porque estoy contento - respondió el ruiseñor.
-¿Tú nunca perdiste a nadie? - insistió el hombre
-¡Muchas veces! -respondió el ruiseñor- Pero mi amor continuó siendo el mismo.
Y el hombre sintió más esperanza en su camino.

Reflexiones del Guerrero de la Luz

Lo pasajero y lo definitivo

Todos los caminos del mundo conducen al corazón del guerrero; él se sumerge sin vacilar
en el río de pasiones que siempre corre por su vida.
El guerrero sabe que es libre para escoger lo que desee; sus decisiones son tomadas con
coraje, desprendimiento y - a veces - con una cierta dosis de locura.
Acepta sus pasiones y las disfruta intensamente. Sabe que no es preciso renunciar al
entusiasmo de las conquistas; ellas forman parte de la vida, y alegran a todos los que en
ellas participan.
Pero jamás pierde de vista las cosas duraderas y los lazos creados con solidez a través
del tiempo.
Un guerrero sabe distinguir lo que es pasajero y lo que es definitivo.

Un tipo de estrategia

Comenta un sabio chino sobre las estrategias del guerrero de la luz:


"Haz creer a tu enemigo que no conseguirá grandes recompensas si decide atacarte; así
disminuirás su entusiasmo".
"No te avergüences de retirarte provisionalmente del combate si percibes que tu enemigo
está más fuerte; lo importante no es la batalla aislada, sino el final de la guerra."
"Si estás lo bastante fuerte, tampoco tengas vergüenza de fingirte débil; esto hace que tu
enemigo pierda la prudencia y ataque antes de hora"
"En una guerra, la capacidad de sorprender al adversario es la base de la victoria".

Cuando arriesgar
Un guerrero de la luz, antes de entrar en un combate importante, se pregunta a sí mismo:
"¿hasta qué punto desarrollé mi habilidad?".
Él sabe que las batallas libradas en el pasado siempre terminaron por enseñarle alguna
cosa. Sin embargo, muchas de estas enseñanzas hicieron sufrir al guerrero más de lo
necesario. Más de una vez perdió su tiempo luchando por una mentira.
Pero los victoriosos no repiten el mismo error.
Un guerrero no puede rehusar la lucha; pero sabe también que no debe arriesgar
sentimientos importantes a cambio de recompensas que no están a la altura de su amor.
Por eso el guerrero solo arriesga su corazón por algo que vale la pena.

Perteneciendo al mundo

Los guerreros de la luz mantienen el brillo en los ojos.


Están en el mundo, forman parte de la vida de otras personas, y comenzaron su jornada
sin alforja y sin sandalias. Muchas veces son cobardes. No siempre actúan correctamente.
Los guerreros de la luz sufren por cosas inútiles, tienen actitudes mezquinas y a veces se
consideran incapaces de crecer. Frecuentemente se consideran indignos de cualquier
bendición o milagro.
Los guerreros de la luz no siempre tienen la certeza de qué están haciendo aquí. Muchas
veces pasan noches en vela, pensando que sus vidas no tienen sentido.
Por eso son guerreros de la luz. Porque se equivocan. Porque se preguntan. Porque
buscan una razón - y con seguridad terminarán encontrándola.

Lo mejor y lo peor

Dice un poeta: "el guerrero de la luz escoge a sus enemigos"


El guerrero sabe de lo que es capaz. No necesita ir por el mundo contando sus cualidades
y virtudes. Sin embargo - como en el viejo Oeste - a cada momento aparece alguien
queriendo probar que es mejor que él.
El guerrero sabe que no existe "mejor" o "peor", que cada uno tiene los dones necesarios
para su camino individual.
Pero ciertas personas insisten. Provocan, ofenden, hacen todo lo posible para irritarlo. En
este momento el corazón del guerrero le dice "no aceptes las ofensas, ellas no
aumentarán tu habilidad. Te cansarás en vano".
Un guerrero de la luz no pierde su tiempo escuchando provocaciones, él tiene un destino a
cumplir.

Usando la propia locura

Un guerrero de la luz estudia con mucho cuidado la posición que pretende conquistar.
Por más difícil que sea su objetivo, siempre existe una manera de superar obstáculos. Él
verifica los caminos alternativos, afila su espada y procura llenar su corazón de la
perseverancia necesaria para enfrentar el desafío.
Pero, a medida que avanza, el guerrero se da cuenta de que existen dificultades con las
que no contaba.
Si se queda esperando el momento ideal, nunca saldrá del lugar; ve que será preciso un
poco de locura para dar el próximo paso.
El guerrero usa un poco de locura. Porque, en la guerra y en el amor, no es posible prever
todo.
Siguiendo adelante

El guerrero de la luz no siempre tiene fe. Hay momentos en los que no cree absolutamente
en nada.
Y pregunta a su corazón: "¿Valdrá la pena tanto esfuerzo?"
Pero el corazón continúa callado, y el guerrero tiene que decidir por sí mismo.
Entonces busca un ejemplo. Y recuerda que Jesús pasó por algo semejante - para poder
vivir la condición humana en toda su plenitud.
"Aleja de mí este cáliz", dijo Jesús. También Él perdió el ánimo y el valor, pero no se
detuvo.
El guerrero de la luz continúa sin fe.
Pero, aún así, sigue adelante, y la fe termina volviendo.

Siempre saben qué es lo mejor para nosotros

Evita el reumatismo

El ciempiés quiso preguntarle al sabio del bosque -un mono-, cuál era la mejor
solución para el dolor que sentía en las piernas.

-Eso es reumatismo- le explicó el mono -. Lo que ocurre es que tienes demasiadas


piernas. Sería mejor que fueras como yo. Con sólo dos piernas, el reumatismo
raramente aparece.

-¿Y cómo hago para tener sólo dos piernas?

-No me fastidies con detalles –respondió el mono -. Un sabio se limita a dar el mejor
de los consejos. Arréglatelas tú solo.

Eso también servirá con nosotros

Una fábula del escritor libanés Mikail Naaimé puede ilustrar bien el peligro de seguir
los métodos de otros, por muy nobles que parezcan ser:

-Tenemos que romper las cadenas de la esclavitud a la que el hombre nos tiene
sometidos –le dijo un buey a sus compañeros -. A lo largo de muchos años les hemos
oído decir a los seres humanos que la puerta de la libertad está manchada con la
sangre de los mártires. Vamos a descubrirla y entraremos allí con la fuerza de
nuestros cuernos”.

Caminaron durante días y noches por la carretera hasta que vieron una puerta toda
manchada de sangre.

-He aquí la puerta de la libertad –dijeron -. Sabemos que nuestros hermanos fueron
sacrificados ahí.

Uno tras otro, los bueyes fueron entrando. Y sólo una vez dentro, cuando ya era
demasiado tarde, acabaron dándose cuenta: aquella era la puerta del matadero.
Decidiendo el destino ajeno

Malba Tahan cuenta la historia de un hombre que encontró un ángel en el desierto, y


le dio agua.

-Soy el ángel de la muerte y he venido a buscarte- dijo el ángel -. Pero como has sido
bondadoso, voy a dejarte prestado el Libro del Destino durante cinco minutos. Puedes
alterar lo que quieras en él.

El ángel le entregó el libro. Al hojear sus páginas, el hombre fue leyendo la vida de sus
vecinos. No le gustó lo que vio: “Estas personas no se merecen cosas tan buenas”,
pensó. Pluma en mano, se dedicó a empeorar la vida de cada uno de ellos.

Por último, llegó a la página de su destino. Leyó su trágico final y, cuando se disponía
a cambiarlo, el libro desapareció. Los cinco minutos ya habían concluido.

En ese mismo instante, el ángel se llevó el alma de aquel hombre.

Dos historias sobre montañas

Aquí donde estoy

Después de haber ganado muchos concursos de arco y flecha, el joven campeón de la


ciudad fue a buscar al maestro zen.

- Soy el mejor de todos – dijo. – No aprendí religión, no busqué ayuda de los monjes y
conseguí llegar a ser considerado el mejor arquero de toda la región. He sabido que
durante una época, usted también fue considerado el mejor arquero de la región, y le
pregunto: ¿había necesidad de hacerse monje para aprender a tirar?

- No – respondió el maestro zen.

Pero el campeón no se dio por satisfecho: sacó una flecha, la colocó en su arco,
disparó, y atravesó una cereza que se encontraba muy distante. Sonrió, como quien
dice “podía haber ahorrado su tiempo, dedicándose solamente a la técnica”, y dijo:

- Dudo que pueda usted hacer lo mismo

Sin demostrar la menor preocupación, el maestro entró, cogió su arco y comenzó a


caminar en dirección a una montaña próxima. En el camino existía un abismo que sólo
podía ser cruzado por un viejo puente de cuerda en proceso de podredumbre, a punto
de romperse. Con toda la calma, el maestro zen llegó hasta la mitad del puente, sacó
su arco, colocó la flecha, apuntó a un árbol al otro lado del despeñadero y acertó el
blanco.

- Ahora es tu turno – dijo gentilmente al joven, mientras regresaba a terreno seguro.


Aterrorizado, mirando el abismo a sus pies, el arquero fue hasta el lugar indicado y
disparó, pero su flecha aterrizó muy distante del blanco.

- Para eso me sirvieron la disciplina y la práctica de la meditación – concluyó el


maestro, cuando el joven volvió a su lado. – Tú puedes tener mucha habilidad con el
instrumento que elegiste para ganarte la vida, pero todo esto es inútil si no consigues
dominar la mente que utiliza este instrumento.

Contemplando el desierto

Tres personas que pasaban en una pequeña caravana vieron a un hombre que
contemplaba el atardecer en el desierto del Sahara, desde lo alto de una montaña.

- Debe de ser un pastor que perdió una oveja y procura saber donde está – dijo el
primero.

- No creo que esté buscando nada, y mucho menos a la hora de ponerse el sol,
cuando la visión se hace confusa. Creo que espera a algún amigo.

- Estoy seguro de que es un hombre santo, en busca de la iluminación – comentó el


tercero.

Comenzaron a comentar lo que el tal hombre estaría haciendo y tanto se empeñaron


en la discusión que casi terminan peleándose. Finalmente, para decidir quien tenía
razón, decidieron subir a la montaña e ir a hablar con él.

- ¿Está usted buscando su oveja?- preguntó el primero.

- No, no tengo rebaño.

- Entonces seguramente espera a alguien – afirmó el segundo.

- Soy un hombre solitario, que vive en el desierto – fue la respuesta.

- Por vivir en el desierto y en la soledad, debemos creer que es usted un santo en


busca de Dios, y está meditando – dijo, contento, el tercer hombre.

-¿Es que todo en la Tierra necesita tener una explicación? Pues entonces me explico:
estoy aquí solamente mirando la puesta del sol, ¿es que eso no basta para dar sentido
a nuestras vidas?
La siguiente historia es contada por el Sheik Kalandar Shah en su libro "Asrar-i-
Khilwatia" (Secretos de los solitarios).

La ciudad y las dos calles

En la región oriental de Armenia existía un pequeño villorrio con dos calles paralelas,
llamadas respectivamente Vía del Sur y Vía del Norte. Un viajero, llegado de muy
lejos, paseó por la Vía del Sur y pronto decidió visitar la otra calle. Sin embargo, no
bien llegó allí, los comerciantes notaron que sus ojos estaban llenos de lágrimas.
"Se debe de haber muerto alguien en la Vía del Sur" comentó el carnicero al vendedor
de telas. "Mira como este pobre extranjero que acaba de venir de allí, está llorando"
Un niño escuchó el comentario, y como sabía que la muerte era algo muy triste,
comenzó a llorar histéricamente. Al poco rato, todos los niños de aquella calle estaban
llorando.
El viajero, asustado, decidió partir inmediatamente. Tiró las cebollas que estaba
pelando para comer - que eran la razón de sus lágrimas - y desapareció.
Las madres, entretanto, preocupadas por el llanto de las criaturas enseguida fueron a
tratar de saber lo que pasaba, y descubrieron que el carnicero, el vendedor de telas y -
a esta altura - varios comerciantes estaban preocupadísimos por una tragedia que
había ocurrido en la vía del Sur.
Pronto comenzaron los rumores, y como la ciudad no tenía muchos habitantes en
breve todos los que habitaban en ambas calles sabían que algo horrible había
sucedido. Los adultos comenzaron a temer lo peor pero, preocupados por la
dimensión de la tragedia, decidieron no preguntar nada a fin de no empeorar la
situación.
Un hombre ciego, que habitaba en la Vía del Sur y no entendía lo que estaba
sucediendo, resolvió indagar:
"¿Por qué tanta tristeza en esta ciudad que siempre fue un lugar tan feliz?"
"Algo muy grave ha sucedido en la Vía del Norte" respondió uno de los habitantes.
"Los niños lloran, los hombres están con el ceño fruncido, las madres han pedido a
sus hijos que regresen a la casa, y el único viajero que visitó esta ciudad en muchos
años, partió con los ojos llenos de lágrimas. Quizás la peste haya llegado a la otra
calle".
No fue necesario mucho tiempo para que corriera el rumor de que una enfermedad
mortal, de origen desconocido, había llegado a la ciudad. Como, no obstante, el llanto
había empezado con la visita del viajero a la Vía del Sur quedó claro para los
habitantes de la Vía del Norte que la peste había comenzado allí. Antes del anochecer,
los habitantes de ambas calles ya habían abandonado sus domicilios y partían en
dirección a las montañas del Este.
Hoy, siglos después, el antiguo lugar por donde pasó un viajero pelando cebollas aún
continúa desierto. No muy lejos de allí surgieron dos aldeas llamadas Vía del Este y
Vía del Oeste. Sus habitantes, descendientes de los antiguos moradores de la villa,
aún no se hablan, ya que el tiempo y las leyendas se encargaron de colocar una gran
barrera de miedo entre ellos.

Comenta el Sheik Kalandar Shah: "Todo en la vida es cuestión de la actitud que


tenemos ante las cosas, y no de las propias cosas en sí mismas. Yo tengo siempre la
posibilidad de descubrir el origen de un problema o escoger aumentarlo de tal manera
que termino sin saber donde comenzó, cuál es su dimensión, cómo puede afectar a mi
existencia y cómo es capaz de alejarme de las personas que antes amaba". Nasrudin
y el huevo

Cierta mañana Nasrudin - el gran místico sufí que siempre fingía ser loco - envolvió un
huevo en un pañuelo, se fue al medio de la plaza de su ciudad y llamó a los que
pasaban por allí.

- ¡Hoy tendremos un importante concurso! - dijo - ¡Quien descubra lo que está


envuelto en este pañuelo, recibirá de regalo el huevo que está dentro!

Las personas se miraron, intrigadas, y respondieron:

-¿Cómo podemos saberlo? ¡Ninguno de nosotros es adivino!

Nasrudin insistió:

- Lo que está en este pañuelo tiene un centro que es amarillo como una yema,
rodeado de un líquido del color de la clara, que a su vez está contenido dentro de una
cáscara que se rompe fácilmente. Es un símbolo de fertilidad, y nos recuerda a los
pájaros que vuelan hacia sus nidos, Entonces, ¿quién puede decirme lo que está
escondido?

Todos los habitantes pensaban que Nasrudin tenía en sus manos un huevo, pero la
respuesta era tan obvia que nadie quiso pasar vergüenza delante de los otros.

¿Y si no fuese un huevo, sino algo muy importante, producto de la fértil imaginación


mística de los sufís? Un centro amarillo podía significar algo del sol, el líquido a su
alrededor tal vez fuese algún preparado de alquimia. No, aquel loco estaba queriendo
que alguien hiciera el ridículo.

Nasrudin preguntó dos veces más y nadie se arriesgó a decir algo impropio.

Entonces él abrió el pañuelo y mostró a todos el huevo.

- Todos vosotros sabíais la respuesta - afirmó - y nadie osó traducirla en palabras.

Así es la vida de aquellos que no tienen el valor de arriesgarse: las soluciones nos son
dadas generosamente por Dios, pero estas personas siempre buscan explicaciones
más complicadas, y terminan no haciendo nada

Sobre la importancia de decir NO

“Hitler pudo perder la guerra en el campo de batalla, pero terminó ganando algo”, dice
M. Halter. “Porque el hombre del siglo XX creó el campo de concentración y resucitó la
tortura, mostrando a sus semejantes que es posible cerrar los ojos a las desgracias de
los demás hombres”.

Tal vez tenga razón: hay niños abandonados, civiles masacrados, inocentes en las
cárceles, ancianos solitarios, alcohólicos en el fango, locos en el poder.

Pero tal vez no tenga tanta razón: existen los guerreros de la luz, nunca toleran lo
inaceptable.
Las palabras más importantes en todas las lenguas son palabras pequeñas. “Sí”, por
ejemplo. “Amor”, “Dios”. Son palabras que salen con facilidad, y que llenan espacios
vacíos de nuestro mundo.

No obstante, hay una palabra, también pequeña, que nos cuesta decir.

“No”.

Y nos sentimos generosos, comprensivos, educados. Porque el no tiene fama de


maldito, de egoísta, de poco espiritual.

Cuidado con esto. Hay momentos en los que, al decir “sí” a los otros, uno se está
diciendo “no” a sí mismo.

Todos los grandes hombres y mujeres del mundo fueron personas que, en lugar de
decir “sí”, dijeron un NO rotundo a todo lo que no era acorde con un determinado ideal
de bondad y crecimiento.

Los guerreros de la luz se reconocen por la mirada. Están en el mundo, forman parte
del mundo, y al mundo fueron enviados sin alforja y sin sandalias. Muchas veces son
cobardes. No siempre actúan correctamente.

Los guerreros de la luz sufren por tonterías, se preocupan por cuestiones mezquinas,
se consideran incapaces de crecer. Los guerreros de la luz de vez en cuando se creen
indignos de cualquier bendición o milagro.

Los guerreros de la luz se preguntan con frecuencia qué están haciendo aquí. Muchas
veces encuentran que su vida no tiene ningún sentido.

Por eso son guerreros de la luz.Porque se equivocan. Porque preguntan. Porque


continúan buscando un sentido. Pero, sobre todo, porque son capaces de decir que no
frente a lo que resulta inaceptable.

A menudo nos pueden tildar de intolerantes, pero es importante abrirse y luchar contra
todo y contra todas las circunstancias, si estamos frente a una injusticia o una
crueldad. Nadie puede permitir que, a fin de cuentas, Hitler haya establecido un
modelo que pueda reproducirse porque la gente sea incapaz de protestar. Y para
reforzar esta lucha, es bueno no olvidar las palabras de John Bunyan, autor del clásico
Pilgrim´s Progress:

“Aunque haya pasado por todo lo que he pasado, no me arrepiento de los problemas
en los que me metí, porque fueron éstos justamente los que me trajeron adonde
quería llegar. Ahora, ya cerca de la muerte, todo lo que tengo es esta espada, y se la
cedo a todo aquel que quiera proseguir su peregrinaje”.

“Llevo conmigo las marcas y cicatrices de los combates, que son testigos de lo que
viví, y recompensas de lo que conquisté. Son estas queridas marcas y cicatrices las
que van a abrirme las puertas del Paraíso”.
“Hubo una época en la que viví escuchando historias de bravura. Hubo una época en
la que viví apenas porque tenía que vivir. Pero ahora vivo porque soy un guerrero, y
porque quiero estar un día en la compañía de Aquél por quien tanto luché”.

En definitiva, las cicatrices son necesarias cuando luchamos contra el Mal Absoluto, o
cuando debemos decir que no a todos aquellos que, a veces con la mejor de las
intenciones, intentan estorbar el camino que conduce a nuestros sueños.

Entre el Cielo y el infierno

El lugar de los pecadores

El rabino Wolf entró por casualidad en un bar; algunas personas bebían, otras jugaban
a las cartas, y el ambiente parecía cargado.

El rabino salió sin hacer ningún comentario. Un joven lo siguió.

-Sé que no le ha gustado lo que ha visto –dijo el muchacho. –Ahí sólo hay pecadores.

-Me ha gustado lo que he visto – dijo Wolf. –Son hombres que están aprendiendo a
perderlo todo. Cuando ya no les quede nada material en este mundo, no les restará
más opción que volverse hacia Dios. ¡Y a partir de entonces serán excelentes siervos!

Buda y el demonio

El demonio le dijo a Buda:

-Ser el diablo no es fácil. Cuando hablo, tengo que valerme de enigmas para que las
personas no sean conscientes de la tentación. Tengo que parecer siempre astuto e
inteligente, para que me admiren. Gasto mucha energía en convencer a unos pocos
de que el infierno es más interesante. Estoy viejo, y quiero que pases a encargarte de
mis alumnos.

Buda sabía que eso era una trampa: si aceptase la propuesta, él se transformaría en
demonio, y el demonio se convertiría en Buda.

-¿Crees que es divertido ser Buda? – respondió. –¡Además de tener que hacer todo lo
que haces tú, tengo que aguantar también lo que me hacen mis discípulos! ¡Ponen en
mi boca cosas que no dije, cobran por mis enseñanzas, y me exigen que sea sabio
siempre! ¡Tú no conseguirías aguantar una vida como ésta!

El diablo se convenció de que intercambiar los papeles era realmente un mal negocio,
y Buda escapó a la tentación.

El cielo y el infierno

Un samurai violento, con fama de provocar pelea sin motivo, llegó a las puertas del
monasterio zen y pidió hablar con el maestro.
Sin titubear, Ryokan acudió a su encuentro.

-Dicen que la inteligencia es más poderosa que la fuerza –comentó el samurai. -


¿Acaso usted puede explicarme lo que son el cielo y el infierno?

Ryokan permaneció en silencio.

-¿Ve? –exclamó el samurai. –Yo podría explicar eso mismo muy fácilmente: para
mostrar qué es el infierno, basta con darle a alguien una paliza. Para mostrar lo que es
el cielo, basta con dejar que alguien huya, después de haberlo amenazado mucho.

-No discuto con personas estúpidas como tú –comentó el maestro zen.

Al samurai le subió la sangre a la cabeza. Su mente se puso turbia de odio.

-Esto es el infierno –dijo Ryokan, sonriendo. –Dejarse provocar por tonterías.

El guerrero se quedó desconcertado con la valentía del monje, y se relajó.


-Eso es el cielo –terminó Ryokan, invitándolo a entrar. –Rechazar las provocaciones
estúpidas.

Manual para subir montañas


August 12, 2010 by Paulo Coelho

Aosta Valley, Montblanc, 15 setembro 2010


1. Escoge la montaña que deseas subir: no te dejes llevar por los comentarios de los demás,
que dicen “esa es más bonita”, o “aquella es más fácil”. Vas a gastar mucha energía y
entusiasmo en alcanzar tu objetivo, y por lo tanto eres tú el único responsable y debes estar
seguro de lo que estás haciendo.
2. Sabe como llegar frente a ella: muchas veces, vemos la montaña de lejos, hermosa,
interesante, llena de desafíos. Pero cuando intentamos acercarnos, ¿qué ocurre? Que está
rodeada de carreteras, que entre tú y tu meta se interponen bosques, que lo que parece claro
en el mapa es difícil en la vida real. Por ello, intenta todos los caminos, todas las sendas, hasta
que por fin un día te encuentres frente a la cima que pretendes alcanzar.
3. Aprende de quien ya caminó por allí: por más que te consideres único, siempre habrá
alguien que tuvo el mismo sueño antes que tú, y dejó marcas que te pueden facilitar el
recorrido; lugares donde colocar la cuerda, picadas, ramas quebradas para facilitar la marcha.
La caminata es tuya, la responsabilidad también, pero no olvides que la experiencia ajena
ayuda mucho.
4. Los peligros, vistos de cerca, se pueden controlar: cuando empieces a subir la montaña
de tus sueños, presta atención a lo que te rodea. Hay despeñaderos, claro. Hay hendiduras
casi imperceptibles. Hay piedras tan pulidas por las tormentas que se vuelven resbaladizas
como el hielo. Pero si sabes dónde pones el pie, te darás cuenta de los peligros y sabrás
evitarlos.
5. El paisaje cambia, así que aprovéchalo: claro que hay que tener un objetivo en mente:
llegar a lo alto. Pero a medida que se va subiendo, se pueden ver más cosas, y no cuesta nada
detenerse de vez en cuando y disfrutar un poco del panorama de alrededor. A cada metro
conquistado, puedes ver un poco más lejos; aprovecha eso para descubrir cosas de las que
hasta ahora no te habías dado cuenta.

6. Respeta tu cuerpo: sólo consigue subir una montaña aquél que presta a su cuerpo la
atención que merece. Tú tienes todo el tiempo que te da la vida, así que, al caminar, no te
exijas más de lo que puedas dar. Si vas demasiado deprisa, te cansarás y abandonarás a la
mitad. Si lo haces demasiado despacio, caerá la noche y estarás perdido. Aprovecha el
paisaje, disfruta del agua fresca de los manantiales y de los frutos que la naturaleza
generosamente te ofrece, pero sigue caminando.
7. Respeta tu alma: no te repitas todo el rato “voy a conseguirlo”. Tu alma ya lo sabe. Lo que
ella necesita es usar la larga caminata para poder crecer, extenderse por el horizonte, alcanzar
el cielo. De nada sirve una obsesión para la búsqueda de un objetivo, y además termina por
echar a perder la escalada. Pero atención, tampoco te repitas “es más difícil de lo que
pensaba”, pues eso te hará perder la fuerza interior.
8. Prepárate para caminar un kilómetro más: el recorrido hasta la cima de la montaña es
siempre mayor de lo que pensabas. No te engañes, ha de llegar el momento en que aquello
que parecía cercano está aún muy lejos. Pero como estás dispuesto a llegar hasta allí, eso no
ha de ser un problema.
9. Alégrate cuando llegues a la cumbre: llora, bate palmas, grita a los cuatro vientos que lo
has conseguido, deja que el viento allá en lo alto (porque allá en la cima siempre hace viento)
purifique tu mente, refresca tus pies sudados y cansados, abre los ojos, limpia el polvo de tu
corazón. Piensa que lo que antes era apenas un sueño, una visión lejana, es ahora parte de tu
vida. Lo conseguiste.
10. Haz una promesa: aprovechas que has descubierto una fuerza que ni siquiera conocías, y
dite a ti mismo que a partir de ahora, y durante el resto de tus días, la vas utilizar. Y, si es
posible, promete también descubrir otra montaña, y parte en una nueva aventura.
11. Cuenta tu historia: sí, cuenta tu historia. Ofrece tu ejemplo. Di a todos que es posible, y
así otras personas sentirán el valor para enfrentarse a sus propias montañas.

Pagando tres veces por lo mismo


Cuenta una leyenda de la región del Punjab que un ladrón entró en una hacienda y
robó doscientas cebollas. Antes de que pudiera huir, el dueño del lugar lo capturó y lo
llevó ante el juez.
El magistrado pronunció la sentencia: pagar diez monedas de oro. Pero el hombre
alegó que era una multa demasiado alta y el juez, entonces, resolvió ofrecerle otras
dos alternativas: recibir veinte latigazos o comerse las doscientas cebollas.
El ladrón eligió comerse las doscientas cebollas. Pero cuando llegó a la vigésimo
quinta, sus ojos estaban hinchados de tanto llorar y el estómago le quemaba como el
fuego del infierno. Como aún le faltaban 175 y se dio cuenta de que no aguantaría el
castigo, pidió para recibir los veinte latigazos.
El juez aceptó. Cuando el látigo golpeó su espalda por décima vez, él imploró que
parasen de castigarlo, porque no soportaba el dolor. El pedido fue obedecido, pero el
ladrón tuvo que pagar las diez monedas de oro.
- Si hubieras aceptado la multa, te habrías evitado comer las cebollas y no habrías
sufrido con el látigo - le dijo el juez. - Pero preferiste el camino más difícil sin entender
que, cuando se hace algo mal, es mejor pagar enseguida y olvidar el asunto.

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