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PROTAGONISTA: LA MUERTE
Qué podría empeorar, ¿otra tragedia? Así es, una más grande. Malena vive de
desdicha en desdicha, en principio. Siendo tan joven es alejada de su amado, el
príncipe Hailmer y, tiempo después, es encerrada con su fiel nodriza en una torre
para luego más tarde conformarse con el doloroso mirar de un pequeño orificio,
mediante el cual es testigo de que todo ha sido quemado, convertido en un montón
de ladrillos negros. No obstante, el tiempo pasa, cruento y lento, y logra escapar de
aquella torre y como si esto no fuese suficiente, se entera de que su madre y su
padre han muerto. Sin embargo, este no es el tema principal, no en esencia. Contar
la historia de la Princesa Malena en su superficie, sería poco y una traición a la
escuela bajo la que se inscribe, mi objetivo en este ensayo es otro: hacer notar como
desde tiempos tan remotos, la muerte ha sido tratada de una manera frívola y
degradada.
En la princesa Malena, los personajes toman la muerte de una manera tan fría que
pareciera que estos no tienen “corazón”, y quizás no lo tengan realmente.
Alumna: Salma Danae Murillo González
Actualmente paso lo mismo dentro y fuera del mundo, es decir, dentro y fuera de
nosotros. Miles y miles de noticias circulan en las redes sociales tan cotidianamente,
que la violencia se ha normalizado, nos hemos desensibilizado hasta el punto de
pasarlas como “borrón y cuenta nueva”, como lo cotidiano, aquello que sucede
porque tiene que suceder: la instauración del eterno sufrimiento. Entonces
olvidamos lo que la muerte conlleva cuando permanece como muerte inerte: más
muerte. Cuando la muerte pierde su sentido, anula toda continuación de vida. Me
aterra el punto al que estamos llegando y no es algo que se allá implantado así
porque sí, es lo que ha traído consigo un pasado trágico y desgarrador. En palabras
de Jack Kerouac: Finalmente veo cómo todo el mundo muere sin importarle el
hecho, y siento lo horrible de vivir con el único fin de morir como un toro entrampado
en una delirante plaza humana.
¿Cómo los reyes llevan a cabo la desgracia, la burguesía?, se podrían decir tantas
cosas, pero la realidad es que estas personas rodeadas de lujos se preocupan más
por el cómo a ellos les recae esa muerte a lo que realmente significa, su absurda e
insignificante insistencia en querer vivir por siempre. Un ejemplo claro es el Rey
Hialmar perteneciente de Holanda, que manda a quemar vilmente el castillo del Rey
Marcelo, todo esto sin importar a quien pueda arrastrar en el camino, y todo por un
motivo insignificante, como si la muerte tuviese justificación alguna.
Son tanta las tragedias en esta obra de Maurice Maeterlinck, catástrofes que son
delineadas con la delicadeza metafórica que tanto caracterizó al simbolismo.
Maeterlinck, por su parte, indica al respecto que «el símbolo debe ser indeciso, su
voz debe ser profunda, misteriosa, oscura». Lejos de emprender un gradual proceso
de conocimiento, la mayor parte de sus personajes van a experimentar súbitos
destellos de iluminación surgidos desde lo más profundo del alma, los cuales
originarán momentos de plenitud y belleza prontamente diluidos en las turbias aguas
de las pasiones y los deseos. Será necesario que aquéllos que lo leen se adentren
por completo en sí mismos para hallar lo que, en palabras del autor, corresponde
con «nuestro yo verdadero, nuestro yo recién nacido, ilimitado, universal y
probablemente inmortal» (Maeterlinck 2000: 61).
Alumna: Salma Danae Murillo González
Los símbolos dentro de este drama son varios, así que solamente nombraré algunos
de manera sucinta: la luna, la lluvia de estrellas, los cometas, el cielo, las cejas
blancas de la princesa Malena, los pobres, el sauce llorón, los búhos, la noche, la
obscuridad, las puertas, las espantosas tormentas, Plutón el perro, el jardín, las
Beguinas y sus cantos; muchos de estos símbolos presagian los grandes males que
están por suceder o el ambiente en que se encontraran los personajes en cierto
momento. La mayoría traen consigo a la desgracia, como se puede ver al inicio de
la obra cuando Vanox el oficial del Rey Marcelo le comenta a Estéfano que las
estrellas de cabellera larga anuncian muerte de princesas, los mismos personajes
nos denotan los símbolos; estos se presentan como palabras, encrucijadas dentro
de la lectura que en algunos casos se pueden ver a simple vista, mientras que en
otros se debe poner la debida atención.
Otro ejemplo es el de las siete Beguinas que van deambulando por el castillo
cantando letanías, pasando delante del rey y la reina antes de que se cometiera el
asesinato de la joven princesa. Estas predicen una muerte inevitable, puesto que
después de este acontecimiento tendrán que volver a cantar como en aquel pasillo
que daba a la puerta, donde el perro Plutón arañaba apresuradamente, avisando
que nuestra protagonista Malena había sido asfixiada. Pequeños símbolos,
imágenes metafóricas que auguran la desdicha próxima, infortunio que
lamentablemente no puede ser evitado por ninguno de los otros personajes.
Es un inicio y un final triste el que tiene este drama, todo está rodeado de obscuridad
y tragedia, en ningún momento los personajes se sienten aliviados, todo es temblor
y desasosiego, enfermedad, miedo, sufrimiento y pesadez. No es algo fácil de leer,
deja un mal sabor de boca. En lo personal, la sensación que dejo dentro de mí no
es del todo mi agrado y esto quizá se deba a que es un espejo, pues pareciera
remontarnos a nuestra realidad, con el mismo drama: el dolor de la ausencia de
dolor ante el dolor. Son varias las comparaciones o analogías que podemos hacer
con la Princesa Malena y nuestro aquí-ahora. La atrocidad está en todas partes.
si lo son en los finales: el ya clásico “vivieron felices por siempre”. Malena es una
excepción. Nunca aparece el príncipe dándole un beso en la boca para así revivirla,
ni animalitos cantando a su alrededor alegremente, al contrario, la tragedia pasa
sobre ella como un gran remolino. A pesar de ser tan joven, ya estaba destinada a
ser maltratada por la vida. La idea de que nuestro mundo es en su esencia algo
trágico es tan antigua como ella misma (al menos en gran parte de occidente), por
eso se comprende que precisamente ésta se encuentre dominada de un modo
especial por ideas de esta clase. Sin embargo, si nos planteamos la cuestión
histórica de cuándo y en qué grado experimentó tal incremento dicho concepto, no
sabríamos qué contestar. Harían falta estudios aún más profundos para poder
obtener una idea segura de este desarrollo. (Lesky)
Si bien es cierto que lo trágico es algo que nos acompaña a diario, no podemos
considerarlo como el punto culmen del ser humano, y peor aún, como su único
destino. No se trata solamente de la desensibilización de la que hable primero, esta
solamente es un efecto de lo repetitivo, el verdadero problema está en la aceptación
de la fatalidad como voluntad irremplazable. Decirlo así es ya la ausencia de toda
voluntad. El sentimiento de lo trágico pareciera decir: como ya todo está perdido, no
hagas nada. Me parece que no es así. Y es aquí donde podemos poner de cabeza
el texto aparente de la obra. Y es aquí quizá en donde recae el aliento.
La vida sigue, incluso más allá de la muerte. La culminación del ser humano no es
la tragedia, sino su superación. De ahí que la vida siga, incluso más allá de la
muerte, pues seguir más allá de la muerte es recordar y recordar es permanecer y
permanecer es luchar. Recordar es no aceptar lo dado, es cuestionar lo sucedido y
más: es hablar con el que ya no está. En palabras de Silvia Rivera Cusicanqui, los
muertos viven, hablan y orientan a los vivos, y permiten identificar los límites éticos
que no puedes rebasar. Y ese límite ético es el olvido. Si no olvidamos la tragedia
es para no volver a caer en ella. Y a Malena, a Malena no la olvidaremos nunca.
Referencias: