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«Quiero insistir inmediatamente en reservar la posibilidad de una justicia, es decir de

una ley que no solo excede o contradice el derecho, sino que quizá no tiene ninguna
relación con el derecho o que mantiene una relación tan extraña que lo mismo puede
exigir el derecho como excluirlo» (Derrida, Fuerza de ley, p. 16).

«Sin duda, este derecho se fundamenta en la conciencia de la obligación de cada uno


según la ley; pero, para determinar el arbitrio conforme a ella, ni le es lícito ni puede, si
es que debe ser puro, recurrir a esta conciencia como móvil, sino que se apoya por tanto
en el principio de la posibilidad de una coacción exterior, que puede coexistir con la
libertad de cada uno según leyes universales» (Kant, Metafísica de las costumbres, p. 41).

«De esta máxima se deduce que el derecho considera que la violencia en manos de
personas individuales constituye un peligro para el orden legal. ¿Se reduce acaso este
peligro a lo que pueda abortar los fines de derecho y las ejecutivas de derecho? De
ninguna manera. (…) En cambio, podría tal vez considerarse la sorprendente posibilidad
de que el interés del derecho, al monopolizar la violencia de manos de la persona
particular no exprese la intención de defender los fines de derecho sino, mucho más así,
al derecho mismo. Es decir, que la violencia, cuando no es aplicada por las
correspondientes instancias de derecho, lo pone en peligro, no tanto por los fines que
aspira alcanzar, sino por su mera existencia fuera del derecho» (Benjamin, Para una
crítica de la violencia, p. 24).

«[…] uno dice que la esencia de la justicia es la autoridad del legislador; otro, la
conveniencia del soberano; otro, la costumbre presente; y es esto lo más seguro: nada,
siguiendo la sola razón, es justo por sí mismo; todo vacila con el tiempo. La costumbre
realiza la equidad por el mero hecho de ser recibida; es el fundamento mísitica de su
autoridad. Quien la devuelve a su principio, la aniquila». (Pascal, Pensamientos, 294).

«Ahora bien, las leyes mantienen su crédito no porque sean justas sino porque son leyes.
Es el fundamento místico de su autoridad, no tienen otro […]. El que las obedece porque
son justas, no las obedece justamente por lo que debe obedecerlas» (Montaigne, Ensayos,
p. 346).

«Dado que en definitiva el origen de la autoridad, la fundación o el fundamento, la


posición de la ley, solo pueden, por definición, apoyarse en ellos mismos, estos
constituyen en sí mismos una violencia sin fundamento» (Derrida, Fuerza de ley, p. 34).

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