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NOMENCLATURA Y PRESENCIA DEL MINISTERIO SACERDOTAL EN

LAS COMUNIDADES PRIMITIVAS HASTA NICEA.


A. FERNÁNDEZ, Teología dogmática II, BAC, Madrid, 2015, pp. 596-600
H. DENZINGER-P. HÜNERMANN, El magisterio de la Iglesia, HERDER,
Barcelona.

I. EN LOS PRIMEROS SIGLOS.


La nomenclatura orden es tardía. Al principio las comunidades cristianas se movieron
en una terminología mucho más variada y menos fija. Fuera de los términos Apóstol o los
Doce, a aquellos otros que los Apóstoles elegían para colaborar en su misión se les
denominaba de un modo muy flexible. Se les llamaba obispos, presbíteros, directores, guías,
pastores o, simplemente cooperadores. También colaboraron íntimamente con los Apóstoles
los diáconos.
En el NT los términos obispo y presbítero tampoco están diferenciados, sino que
aparecen como sinónimos. Pero, iniciando el siglo II, San Ignacio de Antioquía ya distingue
la trilogía: “obispos-presbíteros-diáconos”, que más tarde el concilio de Trento definirá como
los tres grados del sacramento del Orden (DzH 1776). Cómo se llegó a desdoblar el único
ministerio y sobre todo cómo se rompió la sinonimia obispo-presbítero que aparece en los
primeros escritos, no es tarea fácil de precisar, a pesar de que hay hechos históricos que
marcan algunas pistas.
La tradición posterior, a partir del siglo III, aplicó a aquellos que recibían el
sacramento del Orden el título genérico de sacerdote (hiereús). Ahora bien, este término es
equívoco, por cuanto todos los bautizados participan del mismo sacerdocio de Cristo, del
cual gozan también los que reciben el sacramento del Orden. Y, si bien es cierto que entre
ambos se da una diferencia esencial entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial,
participando ambos del mismo sacerdocio.
El término jerarquía y el sintagma sacerdocio jerárquico tienen otro origen: es
preciso situarlo en la obra del Pseudo Dionisio Aeropagita, De hierarchia ecclesiastica, en
la que, al tiempo en que distingue tres sacramentos (Bautismo, Eucaristía, Unción), también
hace distinción entre tres estados (obispo, presbítero, diácono) y tres estados subordinados
(monjes, cristianos y catecúmenos).
Los primeros escritos cristianos, de inmediato, acentúan la importancia de los obispos
y de los presbíteros en medio de las comunidades. Los Padres Apostólicos muestran ya la
preeminencia de los que presiden y dan normas sobre las cualidades que han de tener. La
Didaché afirma que deben ser dignos del Señor, pues también ellos os administran el
ministerio de los profetas y de los maestros.
Por su parte, San Clemente de Roma escribe a la Iglesia de Corinto reivindicando la
potestad de algunos presbíteros, que ha sido atacada por ciertos fieles entre los más jóvenes,
lo que califica de execrable e impía sedición, extraña y ajena a los elegidos de Dios. Por ello,
añade: Respetemos a nuestros dirigentes (proégoumenoi). Y san Clemente califica de
vergonzoso sublevarse contra los ancianos (presbytérous).
Pero es san Ignacio de Antioquía quien resalta en todo momento y en múltiples textos
la importancia del obispo, hasta quedar fijada en la expresión nihil sine episcopo. La figura
del obispo es central en todos sus juicios; de hecho, el término obispo se repite 60 veces en
sus cartas.
En el siglo III, Hipólito de Roma, en la Traditio apostolica, da noticias acerca de la
solemnidad litúrgica en la ordenación de los obispos y presbíteros. Aquellos son ordenados
por los obispos de las iglesias cercanas, mientras que los presbíteros son ordenados por sus
propios obispos, junto con los demás miembros del presbiterio. Sus funciones ministeriales
se mencionan en las oraciones que se recitan en el rito de la ordenación, con la imposición
de manos. Se invocan las tres divinas personas a favor de aquellos que van a desempeñar la
misión de pastorear, de dirigir la comunidad, de celebrar la Eucaristía, de perdonar los
pecados, de liberar a los fieles de todas sus cadenas… y sobre todo de glorificar y alabar al
Dios creador de todo.
II. EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA HASTA NICEA
Clemente I de Roma
DzH 101 El orden entre los miembros de la Iglesia
Carta “Dia tas aiphnidous” a los Corintios, hacia el 96
…Como nos hayamos asomado a las profundidades del conocimiento divino, deber
nuestro es cumplir cuanto el Señor nos ha mandado en sus tiempos establecidos. Porque Él
mandó las ofrendas y ministerios se cumplieran no al acaso y sin orden no concierto, sino en
determinados tiempos y sazón. Y dónde y por quiénes quiere que se ejecutan, Él mismo o
determinó con su querer soberano, a fin de que, haciéndose todo santamente, sea acepto en
beneplácito a su voluntad. Consiguientemente, los que en sus tiempos establecidos hacen sus
ofrendas, esos son aceptos y bienaventurados; pues siguiendo las ordenaciones del Señor, no
pecan. Y en efecto, al sumo sacerdote le estaban encomendadas sus propias funciones; su
propio lugar tenía señalado los sacerdotes ordinarios, y propios ministerios incumben a los
levitas; el hombre laico, en fin, por preceptos laicos está ligado. Que cada uno de nosotros,
hermanos, cada uno en su propio orden procure complacer a Dios, conservándose en buena
conciencia, sin transgredir la regla del propio ministerio.
Los Apóstoles nos predicaron el Evangelio de parte del Señor Jesucristo; Jesucristo
fue enviado de Dios. En resumen, Cristo de parte de Dios, y los Apóstoles de parte de Cristo:
una y otra cosa, por ende, sucedieron ordenadamente por voluntad de Dios. Así, pues,
habiendo los apóstoles recibido los mandatos y plenamente asegurados por la resurrección
del Señor Jesucristo y confirmados en la fe por la Palabra de Dios, salieron, llenos de la
certidumbre que les infundió el Espíritu Santo, a dar la alegre noticia de que el Reino de Dios
estaba para llegar. Y así, según pregonaron por lugares y ciudades la buena nueva y
bautizaban a los que obedecían al designio de Dios, iban estableciendo a los que eran
primicias de ellos- después de probarlos por el espíritu- por obispos y diáconos de los que
habían de creer.
Carta “Hina de gnos” al obispo Fabio de Antioquía (a. 251)
DzH 109 Los ministerios y los estados en la Iglesia
El vindicador del Evangelio [Novaciano] ¿no sabía que en una iglesia católica sólo
debe haber un obispo? Y sin embargo no ignoraba que en ella hay cuarenta y seis presbíteros,
siete diáconos, siete subdiáconos, cuarenta y dos acólitos, cincuenta y dos exorcistas, lectores
y ostiarios, y entre viudas y pobres más de mil quinientos, a todos los cuales la gracia y la
benevolencia del Señor nutre.
Sínodo de Elvira (España 300-303?)
DzH 118-119 El celibato de los clérigos
Can. 33 Un obispo o cualquier otro clérigo tenga consigo solamente o una hermana
o una hija virgen consagrada a Dios; se ha establecido que en modo alguno tenga a una
extraña.
Se ha decidido por completo la siguiente prohibición a los obispos, presbíteros y
diáconos o a todos los clérigos puestos en ministerio: que se abstengan de sus mujeres y no
engendren hijos; y quien quiera lo hiciere sea apartado del honor de la clerecía
Nicea 325
DzH 128. Sobre la castración
1. Si alguien ha sido mutilado por los médicos por una enfermedad o maltrato de los
bárbaros, puede permanecer en el clero. Pero si alguien, siendo sano, se ha castrado, si
pertenece al clero, conviene que sea excluido de él y en adelante nadie que haya obrado así
sea ordenado.

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