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¿Y si vivimos en un multiverso?

Un importante reto para la física del siglo XXI, afirma el astrónomo Martin Rees, es determinar si hubo un
solo Big Bang o muchas grandes explosiones regidas por las mismas leyes.

Lo que tradicionalmente hemos denominado “el universo” (el resultado de “nuestra” gran explosión) puede
que solo sea una isla, solo un pedazo de espacio y tiempo, en un archipiélago quizás infinito. Pudo haber
habido muchas grandes explosiones, no solo una. Cada constituyente de este “multiverso” podría haberse
enfriado de manera diferente, y quizá terminar siendo regido por leyes distintas. De la misma manera que la
Tierra es un planeta muy especial entre tropecientos millones de otros, así (en una escala mucho más
grandiosa) nuestro Big Bang podría haber sido muy especial. En esta perspectiva cósmica enormemente
expandida, las leyes de Einstein y del cuanto podrían ser meros reglamentos provincianos que rigieran nuestro
pedazo cósmico. Así, no solo el espacio y el tiempo podrían ser intrincadamente “granulados” a una escala
submicroscópica, sino que también, en el otro extremo (a escalas mucho mayores de las que los astrónomos
pueden examinar), podrían tener una estructura tan intrincada como la fauna de un ecosistema rico. Nuestro
concepto actual de la realidad física podría ser tan restringido, en relación con el todo, como la perspectiva
de la Tierra de la que dispone un organismo del plancton, cuyo “universo” es una cucharada de agua.

¿Podría ser verdad esto? Un reto para la física del siglo XXI es dar respuesta a dos preguntas. Primera: ¿existen
muchas “grandes explosiones” en lugar de solo una? Segunda (y esta es todavía más interesante): si hay
muchas, ¿están todas regidas por la misma física?

Si nos hallamos en un multiverso, esto implicaría una cuarta revolución copernicana, y la mayor de todas;
hemos tenido la propia revolución copernicana, después el darnos cuenta de que existen miles de millones de
sistemas planetarios en nuestra galaxia; después, que existen miles de millones de galaxias en nuestro
universo observable. Pero, ahora, eso no es todo. El panorama entero que los astrónomos pueden observar
podría ser una parte minúscula del resultado de “nuestro” Big Bang, que es solo una explosión de entre quizá
un conjunto infinito.

(A primera vista, el concepto de universos paralelos podría parecer demasiado esotérico para tener algún
impacto práctico. Pero puede ofrecer realmente [en una de sus variantes] la perspectiva de un tipo
completamente nuevo de ordenador: el ordenador cuántico, que puede trascender los límites incluso del
procesador digital más rápido al compartir efectivamente la carga computacional entre una casi infinitud de
universos paralelos).

Hace 50 años, no estábamos seguros de si había habido una gran explosión. Mi tutor en Cambridge, Fred
Hoyle, por ejemplo, rechazaba el concepto, y prefería un cosmos en “estado estacionario” que era eterno e
invariable. (Nunca se convirtió del todo; en sus últimos años defendía una idea de compromiso que podía
calificarse de “explosión estacionaria”). Ahora tenemos suficientes pruebas para delinear la historia cósmica
y remontarnos al primer nanosegundo ultradenso, con tanta confianza como un geólogo que infiere la historia
primitiva de la Tierra. De modo que, en 50 años más, no es excesivamente optimista esperar que tengamos
una teoría física “unificada”, corroborada por el experimento y la observación en el mundo cotidiano, que sea
lo bastante amplia para describir lo que ocurrió en la primera cuatrillonésima de segundo, en que las
densidades y las energías eran muy superiores a la gama en la que son de aplicación las teorías actuales. Si
esta teoría futura hubiera de predecir múltiples grandes explosiones, deberíamos tomarnos muy en serio
dicha predicción, aunque no pueda verificarse directamente (de la misma manera que damos crédito a lo que
la teoría de Einstein nos dice acerca de las entrañas inobservables de los agujeros negros, porque la teoría ha
sobrevivido a muchas pruebas en ámbitos que podemos observar).

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