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nico o mecánico, lo cual incluye fotocopiado, grabación o sistemas
informáticos— sin el consentimiento escrito del editor.

Edición para distribución masiva, agosto del 2003.

ISBN 0-7363-2222-1

Traducido del inglés


Título original: Basic Elements of the Christian Life, vol. 1
(Spanish Translation)

Véase la última página para obtener información


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Publicado por
Living Stream Ministry
2431 W. La Palma Ave., Anaheim, CA 92801 U.S.A.
P. O. Box 2121, Anaheim, CA 92814 U.S.A.
CONTENIDO

Título Página

Prefacio 5

1 El misterio de la vida humana 7

2 La certeza, seguridad y gozo de la salvación 11

3 La preciosa sangre de Cristo 21

4 Invocar el nombre del Señor 31

5 La clave para experimentar a Cristo:


nuestro espíritu humano 37

Dos siervos del Señor 47


PREFACIO

Este libro se compone de cinco capítulos, los cuales presen-


tan algunos de los aspectos más básicos y elementales de la
vida cristiana. En el primer capítulo se examina el misterio
de la vida humana y se nos revela cómo llegar a ser un
creyente de Cristo. Los cuatro capítulos siguientes nos pre-
sentan: 1) la certeza, seguridad y gozo de la salvación que
obtenemos en Cristo; 2) nuestra experiencia inicial y nuestra
experiencia actual de la preciosa sangre de Cristo, la cual nos
limpia de todo pecado; 3) el disfrute diario que tenemos de
Cristo al invocar Su nombre; y 4) la clave para experimentar
a Cristo, a saber, nuestro espíritu humano.
El contenido de estos capítulos ha sido extraído de los escri-
tos de Witness Lee y ya fueron publicados como folletos bajo
los siguientes títulos: El misterio de la vida humana; La cer-
teza, seguridad y gozo de la salvación; La preciosa sangre de
Cristo; Invocar el nombre del Señor; y La clave para experi-
mentar a Cristo: nuestro espíritu humano.
CAPITULO UNO

EL MISTERIO DE LA VIDA HUMANA

¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué vive en este


mundo y cuál es el propósito de su vida? Existen seis claves
que le ayudarán a descubrir este misterio.

1. El plan de Dios
Dios desea expresarse a Sí mismo por medio del hombre
(Ro. 8:29). Con este propósito, El creó al hombre a Su propia
imagen (Gn. 1:26). Así como un guante es hecho a la imagen
de una mano a f in de contener la mano, así también el
hombre fue hecho a la imagen de Dios a f in de contener a
Dios. Al recibir a Dios como su contenido, el hombre puede
expresar a Dios (2 Co. 4:7).

2. El hombre
A f in de lograr Su plan, Dios
hizo al hombre como un vaso (Ro.
9:21-24). Así, pues, el hombre es
D I OS
un vaso que consta de tres partes:
cuerpo, alma y espíritu (1 Ts. 5:23).
Con el cuerpo podemos tener con-
tacto con las cosas de la esfera
f ísica y recibirlas. Con el alma, la
espíritu
facultad mental, podemos percibir
las cosas de la esfera psicológica y alma
recibirlas. Y con el espíritu humano,
la parte más profunda de nuestro ser, cuerpo
podemos tener contacto con Dios
mismo y recibirle (Jn. 4:24). El
hombre no fue creado meramente para recibir comida en su
estómago ni para acumular conocimiento en su mente, sino
para contener a Dios en su espíritu (Ef. 5:18).
8 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

3. La caída del hombre


No obstante, antes de que el hombre recibiese a Dios como
vida en su espíritu, el pecado entró en él (Ro. 5:12). El pecado
sumió al espíritu del hombre en una condición de muerte (Ef.
2:1), hizo que el hombre
llegara a ser enemigo de pecado
Dios en su mente (Col. 1:21),
y trasmutó su cuerpo
convirtiéndolo en la carne
pecaminosa (Gn. 6:3; Ro. espíritu
6:12). Así que, el pecado
alma
arruinó las tres partes del
hombre y le alejó de Dios. cuerpo

En tal condición, el hombre


no podía recibir a Dios.

4. Cristo redime al hombre para que


Dios pueda impartirse en él

ascensión
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pa

Dios
nte

r ti
ció
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crucifixión
n
írit e c c i ó

n
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encarnación vivir
re s

humano hombre
Esp

sepulcro

A pesar de la caída del hombre, Dios no desistió de Su plan


original. Así que, a f in de realizar Su plan, Dios primero se
hizo hombre, el hombre llamado Jesucristo (Jn. 1:1, 14).
Luego, Cristo murió en la cruz para redimir a los hombres (Ef.
1:7), y así librarlos del pecado (Jn. 1:29) y traerlos de regreso
a Dios (Ef. 2:13). Finalmente, en resurrección, Cristo fue
hecho Espíritu vivif icante (1 Co. 15:45), a f in de impartir Su
vida, que es inescrutablemente rica, en el espíritu del hombre
(Jn. 20:22; 3:6).
EL MISTERIO DE LA VIDA HUMANA 9

5. La regeneración del hombre


Debido a que Cristo fue hecho
Espíritu vivificante, ahora el hombre
puede recibir la vida de Dios en su
espíritu. Esto es lo que la Biblia
llama la regeneración (1 P. 1:3; Jn. DIOS
3:3). Para recibir esta vida, el hombre
debe arrepentirse delante de Dios y
creer en el Señor Jesucristo (Hch.
20:21; 16:31).
Si usted desea ser regenerado,
simplemente acérquese al Señor con un corazón abierto y sin-
cero, y dígale:
Señor Jesús, soy un pecador. Te necesito. Gracias por
haber muerto por mí. Señor Jesús, perdóname y lím-
piame de todos mis pecados. Creo que Tú resucitaste de
los muertos, y te recibo ahora mismo como mi Salvador
y mi vida. ¡Entra en mí! ¡Lléname de Tu vida! Señor
Jesús, me entrego a Ti por causa de Tu propósito.

6. La salvación completa que Dios efectúa


Después que un creyente es regenerado, necesita ser bauti-
zado (Mr. 16:16). Luego, Dios empezará un largo proceso, que
dura toda la vida, en el que poco a poco El se irá extendiendo
como vida desde el espíritu del creyente a su alma (Ef. 3:17).
Este proceso, llamado transformación (Ro. 12:2), requiere de la
cooperación humana (Fil. 2:12). El creyente coopera al permitir
que el Señor se extienda a su alma hasta que todos sus deseos,
pensamientos y decisiones lleguen a ser uno con los de Cristo.
Finalmente, cuando Cristo regrese a la tierra, Dios saturará
por completo el cuerpo del creyente
ä

con Su vida. A esto se le llama la glori-


ä

ficación (Fil. 3:21). Así, el hombre que


ä
ä

anteriormente estaba vacío y dañado


en las tres partes de su ser, ahora se ä ä
DIOS ä ä
encuentra lleno y saturado de la vida
ä

de Dios. ¡Esta es la salvación completa


ä
ä
ä

que Dios efectúa! Dicho hombre


ä
ä

expresa a Dios, con lo cual se cumple


el plan de Dios.
CAPITULO DOS

LA CERTEZA, SEGURIDAD
Y GOZO DE LA SALVACION

LA CERTEZA DE LA SALVACION

Si usted recibió a Cristo recientemente, tal vez en algún


momento haya dudado de que su experiencia fuera verdadera;
quizás se haya preguntado si realmente es salvo. Si un nuevo
creyente no tiene la certeza de que es salvo, carecerá de un
cimiento sólido y dif ícilmente podrá crecer y experimentar las
profundas realidades de la vida cristiana. Sin embargo, la
Biblia af irma que podemos saber con certeza que somos
salvos. ¿Cómo obtenemos esta certeza? Leamos 1 Juan 5:13:
“Estas cosas os he escrito a vosotros los que creéis en el
nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna”.
Aquí no dice “para que penséis” ni “para que tengáis la
esperanza”, sino: “para que sepáis”. No tenemos que esperar
hasta el día de nuestra muerte para saber si somos salvos o
no; podemos gozar de esta certeza desde hoy.
¿Cómo podemos obtener la certeza de la salvación? Hay
tres maneras de obtenerla:

Dios lo dice en Su Palabra


Primeramente, podemos tener la certeza de que somos
salvos, basándonos en la Palabra de Dios. La palabra del
hombre no siempre es conf iable, pero la Palabra de Dios es
segura y permanente. Es imposible que Dios mienta (He. 6:18;
Nm. 23:19). Lo que El dice permanece para siempre (Sal.
119:89).
La palabra de Dios no puede ser objeto de conjeturas. Su
Palabra no es vaga ni abstracta, ya que nos fue dada de forma
escrita, a saber, la Biblia.
12 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

La Biblia es la Palabra de Dios, inspirada por El mismo


(2 Ti. 3:16). Por consiguiente, es una Palabra que podemos
aceptar y creer absolutamente.
Veamos pues lo que Dios dice acerca de la salvación. El
declara que el camino de salvación es una persona, Jesucristo
(Jn. 3:16; 14:6; Hch. 10:43; 16:31). Dios asegura: todo aquel
que crea que Jesucristo fue levantado de los muertos y con-
f iese con su boca que Jesús es el Señor, será salvo (Ro.
10:9-13).
¿Ha hecho usted esto? ¿Ha creído en Cristo y ha confesado
públicamente que El es el Señor? ¿Ha invocado Su nombre?
De ser así, usted es realmente salvo. Puesto que Dios lo
dice, es un hecho establecido.

El Espíritu Santo
da testimonio de ello
No sólo tenemos la Palabra de Dios externamente que nos
garantiza que somos salvos, sino que además, internamente
contamos con un testigo que nos dice lo mismo. Lo que la
Biblia af irma externamente, el Espíritu lo conf irma en nues-
tro interior. En 1 Juan 5:10 dice: “El que cree en el Hijo de
Dios, tiene el testimonio en sí mismo”.
Quizás en ocasiones, después de haber recibido a Cristo,
sintamos como que no somos salvos. Pero si examinamos en lo
más profundo de nuestro ser, en nuestro espíritu, percibire-
mos un testimonio interior que nos da la certeza de que somos
hijos de Dios. “El Espíritu mismo da testimonio juntamente
con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Ro. 8:16). Si
usted duda de que tiene el testimonio interno del Espíritu,
simplemente haga una prueba. Trate de declarar atrevida-
mente: “¡Yo no soy hijo de Dios!”. Descubrirá que le resulta
muy dif ícil aun susurrar semejante falsedad. ¿A qué se debe
esto? A que el Espíritu Santo en su interior le da testimonio:
“¡Tú eres hijo de Dios!”.

Nuestro amor
por los hermanos lo confirma
La tercera evidencia de que somos salvos es nuestro
amor por todos los hermanos en Cristo. En 1 Juan 3:14 dice:
LA CERTEZA, SEGURIDAD Y GOZO DE LA SALVACION 13

“Sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que


amamos a los hermanos”. Toda persona salva inevitable-
mente ama a aquellos que también son salvos. Las personas
salvas siempre desean tener comunión y disfrutar a Cristo
con otros creyentes. Este es un resultado espontáneo de la
salvación. Tal amor trasciende al “amor” egoísta y devaluado
de la era actual. El amor de los creyentes es un amor impar-
cial, pues ama sin importar las diferencias que puedan existir
entre ellos. Esta es la verdadera unidad y armonía que el
mundo anhela. Pero los que recibimos a Cristo somos los
únicos que poseemos tal unidad. “¡Mirad cuán bueno y cuán
delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!” (Sal.
133:1). Este es el testimonio de toda persona salva.
Mediante estos tres —el testimonio de la Palabra de Dios,
el testimonio interior del Espíritu y el testimonio de nuestro
amor por los hermanos— podemos saber con toda certeza y
seguridad que somos salvos.

LA SEGURIDAD DE LA SALVACION
Después de que el creyente obtiene la certeza de su salva-
ción, quizás piense: “Sé que soy salvo hoy, pero ¿cómo puedo
saber si lo seré en el futuro? Tal vez pierda mi salvación”.
Para dicha persona el problema ya no es cuestión de certeza,
sino de seguridad.
Por ejemplo, un hombre que deposita una gran suma de
dinero en el banco tiene la certeza de que toda esa fortuna es
suya. Pero si el banco insiste en dejar abierta su caja fuerte,
nuestro amigo millonario tendrá problemas con respecto a la
seguridad de sus riquezas. El sabe que es rico hoy, pero no
está seguro si lo será mañana.
¿Sucede lo mismo con nuestra salvación? ¿Podemos poseerla
hoy y perderla en cualquier momento? ¡De ninguna manera!
Debemos af irmar con toda conf ianza: “He entendido que todo
lo que Dios hace será perpetuo” (Ec. 3:14).
Un hecho maravilloso con respecto a nuestra salvación en
Cristo es que ésta es irreversible; es decir, jamás puede ser
anulada ni suprimida. Una vez que somos salvos, lo somos
para siempre, ya que el fundamento de nuestra salvación
es la Persona misma de Dios y Su naturaleza.
14 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

La salvación fue iniciada por Dios


Jesús dijo a Sus discípulos: “No me elegisteis vosotros a
Mí, sino que Yo os elegí a vosotros” (Jn. 15:16). En otras pala-
bras, la salvación fue idea de Dios, no nuestra. Desde
la eternidad pasada fuimos elegidos y predestinados (o seña-
lados) por El (Ef. 1:4-5). Aun más, fue El quien nos llamó (Ro.
8:29-30). Dado que fue el plan de Dios salvarnos, es también
Su plan guardarnos en la salvación. ¿Sería posible que Dios
nos hubiera elegido, señalado y llamado, para luego abando-
narnos? No, pues la salvación que Dios nos dio es eterna.

El amor y la gracia de Dios son eternos


Además, el amor de Dios y Su gracia para con nosotros
no son condicionales ni temporales. El amor que nos salvó no
provino de nosotros, sino de El (1 Jn. 4:10). Dios nos amó con
un amor eterno (Jer. 31:3). Su gracia nos fue dada desde la
eternidad, antes de que el mundo fuese (2 Ti. 1:9). Cuando
Cristo nos ama, nos ama hasta el f in (Jn. 13:1). Por consi-
guiente, ningún pecado, fracaso o debilidad nuestro podrá
separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús (Ro.
8:35-39).

Dios es justo
Nuestra salvación está fundada no sólo en el amor y
la gracia de Dios, sino también, y con mayor solidez, en
Su justicia. Nuestro Dios es justo; la justicia y la rectitud son
el cimiento de Su trono (Sal. 89:14). Si El fuera injusto,
Su trono carecería de fundamento. Por lo tanto, si nuestra
salvación se basa en la justicia de Dios, ciertamente es sólida
y estable.
Supongamos que usted se pasa un semáforo en rojo y le
imponen una multa. La multa es un castigo justo, y la ley
exige que usted pague. Si el juez pasa por alto la infracción
cometida y lo libera de la responsabilidad sin tener que pagar
la multa, tal juez sería injusto. No importa si usted le cae bien
al juez o no, él está obligado por la ley a exigirle el pago de la
multa.
LA CERTEZA, SEGURIDAD Y GOZO DE LA SALVACION 15

Del mismo modo, nuestro problema con Dios antes de ser


salvos era un problema legal. Habíamos quebrantado Su ley
por nuestro pecado, y por ello habíamos quedado sujetos al
justo juicio de la ley. Conforme a la ley de Dios, todo transgre-
sor debe morir (Ro. 6:23; Ez. 18:4). No depende de que Dios,
por amor, pase por alto nuestros pecados olvidándose del
juicio de la ley; si El hiciera esto, Su trono se derrumbaría. El
está obligado por Su propia ley a juzgar el pecado. ¿Qué otra
cosa podría hacer?
Ya que el deseo de Dios era salvarnos y nosotros no éramos
capaces de pagar la deuda por nuestro pecado, El en Su mise-
ricordia decidió pagarla por nosotros. Hace dos mil años
Jesucristo, Dios encarnado, vino a morir en la cruz para
saldar la deuda de nuestro pecado. Unicamente El era apto
para morir en nuestro lugar, ya que en El no existía pecado.
Por eso, Su muerte fue aceptable delante de Dios, y El
lo levantó de entre los muertos. Así que ahora, cuando cree-
mos en Cristo, Dios toma Su muerte como la nuestra. De esta
manera, nuestra deuda por el pecado es justamente pagada, y
por consiguiente somos salvos.
Sobre la base de todo lo anterior, ¿podría Dios quitarnos la
salvación que Cristo compró? ¡Por supuesto que no! Ya que
nuestra deuda fue saldada, Dios sería injusto si nos exigiera
el pago de nuevo. La misma justicia que anteriormente reque-
ría nuestra condena, ahora reclama nuestra justif icación.
¡Cuán segura es nuestra salvación! Ni siquiera un juez mun-
dano se atrevería a sugerir que una misma multa fuera
pagada dos veces. Mucho menos Dios, quien es la fuente de
toda justicia y rectitud. Tal como el hermano Watchman Nee
escribió en un himno:
El para mí obtuvo perdón,
Y completa remisión,
Toda deuda del pecado fue pagada;
Dios no exigirá doble pago,
Primero de Su Hijo, mi real Seguridad,
Y luego de mí, otra vez pagar.
Por lo tanto, la Biblia declara que cuando Dios nos salva,
manif iesta Su justicia (Ro. 1:16-17; 3:25-26).
16 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

Ahora somos hijos de Dios


Cuando fuimos salvos no sólo recibimos la salvación,
sino que también llegamos a ser hijos de Dios, al nacer de Su
vida eterna (Jn. 1:12-13). Tal vez un padre terrenal pueda
quitarle a su hijo algo que le hubiese regalado, pero jamás
le quitaría la vida que le impartió mediante el nacimiento.
Aunque su hijo se porte mal, seguirá siendo su hijo. De igual
manera, nosotros somos hijos de Dios, y aunque tenga-
mos muchas debilidades y requiramos de Su disciplina,
nuestros pecados y flaquezas no cambian el hecho de que
somos Sus hijos. La vida que recibimos en nuestro nuevo naci-
miento es la vida eterna, la vida indestructible, la propia vida
de Dios, la cual jamás muere. Una vez que nacemos de nuevo,
no podemos deshacer este hecho.

Dios es poderoso
Otro factor que garantiza nuestra salvación es el poder de
Dios. El no permitirá que nada ni nadie nos arrebate de Sus
manos. Jesús dijo: “Yo les doy vida eterna; y no perecerán
jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano. Mi Padre … es
mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de Mi
Padre” (Jn. 10:28-29). La mano del Padre y la mano del Señor
Jesús son dos manos poderosísimas que nos sostienen f irme-
mente. Aun si nosotros intentáramos escapar de esas manos,
no lo lograríamos. Dios es más fuerte que Satanás y que
nosotros.

Dios jamás cambia


Si la salvación se perdiera, muchos de nosotros ya la
habríamos perdido. Los seres humanos somos muy volubles.
Un día estamos eufóricos y al siguiente, deprimidos. Pero
nuestra salvación no se basa en nuestros sentimientos fluc-
tuantes, sino que está arraigada y cimentada en el amor y la
f idelidad inmutables de Dios (Mal. 3:6). Jacobo [Santiago]
1:17 dice: “Del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza,
ni oscurecimiento causado por rotación”. Y en Lamentaciones
3:22-23 leemos: “Nunca decayeron Sus misericordias. Nuevas
son cada mañana; grande es tu f idelidad”. Si El nos amó
LA CERTEZA, SEGURIDAD Y GOZO DE LA SALVACION 17

tanto como para salvarnos, con seguridad nos ama lo suf i-


ciente como para preservarnos en esa salvación. ¡Grande es
Su f idelidad!

Cristo lo prometió
Finalmente, Cristo mismo ha prometido guardarnos, sos-
tenernos y no abandonarnos jamás. Aunque los hombres son
inf ieles y no cumplen sus promesas, Cristo siempre cumplirá
lo que prometió. Leamos lo que El promete: “Al que a Mí
viene, por ningún motivo le echaré fuera” (Jn. 6:37); “No te
desampararé, ni te dejaré” (He. 13:5). Estas promesas del
Señor son incondicionales; vemos esto en la expresión “por
ningún motivo”, lo cual quiere decir que bajo ninguna circuns-
tancia El ha de desecharnos ni desampararnos. Esta es Su
f iel promesa.
¡Qué sólida es la seguridad de nuestra salvación! Dios nos
eligió, nos predestinó y nos llamó; además nos dio Su amor, Su
gracia, Su justicia, Su vida, Su fortaleza, Su f idelidad inmuta-
ble y Sus promesas. Todo esto es el fundamento, la garantía y
la seguridad de nuestra salvación. Así que, podemos declarar
juntamente con Pablo: “Yo sé a quién he creído, y estoy per-
suadido de que es poderoso para guardar mi depósito para
aquel día” (2 Ti. 1:12).

EL GOZO DE LA SALVACION

Ya hablamos de la certeza de nuestra salvación, esto es, de


cómo podemos saber que somos salvos. Además, conf irmamos
la seguridad de nuestra salvación, el hecho de que jamás la
perderemos. Pero, ¿es esto suf iciente? Desafortunadamente
muchos creyentes están satisfechos con llegar hasta aquí, con
tener la salvación y estar seguros de ello. No obstante, su gozo
o disfrute de la salvación es muy escaso.
Retomemos el ejemplo de la persona que guarda sus millo-
nes en el banco. El puede tener la certeza de ser rico, e incluso
la seguridad de que su depósito está a salvo, pero si nunca
gasta nada y se conforma con llevar una vida pobre y limi-
tada, podríamos decir que no disfruta de sus riquezas. En
teoría él es muy rico, pero en la práctica no posee nada.
18 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

Esta es la condición de muchos cristianos actualmente. Son


salvos, pero en su vida diaria experimentan muy poco de las
inescrutables riquezas de Cristo (Ef. 3:8). Sin embargo, Dios
no sólo desea que tengamos a Cristo, sino que además lo dis-
frutemos, y que lo hagamos al máximo (Jn. 10:10; Fil. 4:4). La
condición normal de los creyentes debe ser la siguiente: “Os
alegráis con gozo inefable y colmado de gloria” (1 P. 1:8).
Sin embargo, tenemos que admitir que muchas veces no
tenemos este gozo desbordante. ¿Signif ica esto que hemos per-
dido nuestra salvación? ¡No! Nuestra salvación está basada en
Dios, no en nosotros. No obstante, aunque jamás perderemos
nuestra salvación, sí podemos perder el gozo de la salvación.

La pérdida del gozo de la salvación


¿Cuáles son las causas de que en ocasiones perdamos nues-
tro gozo? La primera es el pecado. El gozo depende de nuestra
comunión continua con Dios, pero el pecado nos aparta de El y
hace que El esconda Su rostro de nosotros (Is. 59:1-2).
Otra razón por la que perdemos el gozo de la salvación es
que en ocasiones contristamos al Espíritu Santo (Ef. 4:30). Al
ser salvos, llegamos a ser templo de Dios, lo cual signif ica que
Su Espíritu mora en nosotros (1 Co. 6:17, 19; Ro. 8:9, 11, 16).
Tal Espíritu en nuestro interior no es una “fuerza” ni una
“cosa”, sino una Persona viva, a saber, Jesucristo mismo (1 Co.
15:45; 2 Co. 3:17; 13:5). Como cualquier persona, El tiene sen-
timientos y propósitos. Por lo tanto, cuando hablamos o
hacemos algo que no le agrada, El se contrista. Cuando con-
tristamos al Espíritu Santo, nuestro espíritu también se
contrista, ya que ambos espíritus están unidos (1 Co. 6:17), y
en consecuencia, perdemos nuestro gozo.

Mantener el gozo de la salvación


Nuestra salvación es f irme como una roca, pero el gozo de
la salvación es como una delicada flor, la cual puede ser per-
turbada incluso por la más ligera brisa. De aquí que, el gozo
es algo que necesitamos cultivar y sustentar. ¿Qué debemos
hacer para mantener este gozo?
En primer lugar, debemos confesar nuestros pecados (1 Jn.
1:7, 9). Cuando confesamos nuestras faltas al Señor, Su
LA CERTEZA, SEGURIDAD Y GOZO DE LA SALVACION 19

sangre nos limpia, y nuestra comunión con El es restaurada.


Después de que David pecó, oró de la siguiente manera: “Vuél-
veme el gozo de tu salvación” (Sal. 51:12). No es necesario
esperar para obtener el perdón, pues la sangre preciosa de
Cristo nos limpia instantáneamente de todo pecado.
En segundo lugar, debemos tomar la Palabra de Dios como
nuestro alimento. Jeremías dijo: “Fueron halladas tus pala-
bras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría
de mi corazón” (Jer. 15:16). Muchas veces al leer y orar
la Palabra de Dios, nuestro corazón rebosa de alegría. Una
persona con hambre no puede ser feliz. Del mismo modo, no
debemos ser creyentes mal nutridos; por el contrario, debe-
mos alimentarnos constantemente con la Palabra del Señor,
la cual es como un banquete continuo (Mt. 4:4).
En tercer lugar, debemos orar. En muchas ocasiones, después
de abrir nuestro corazón al Señor y expresarle abiertamente
nuestro sentir, experimentamos un gozo profundo y somos
refrescados. En Isaías 56:7 dice que El nos llenará de gozo en
Su casa de oración. La verdadera oración no es una repetición
de palabras y frases habituales; más bien, es derramar nues-
tro corazón y nuestro espíritu ante el Señor. Jesús dijo:
“Pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido”
(Jn. 16:24). La verdadera oración nos hace libres y nos llena
de disfrute.
Finalmente, debemos tener comunión con otros. El mayor
gozo de un creyente es estar con otros que aman y disfrutan
a Cristo. No existen palabras humanas que puedan describir
la dulzura que experimentamos al reunirnos con otros creyen-
tes, alabar juntos al Señor y compartir acerca de El. En
1 Juan 1:3-4 dice: “Para que también vosotros tengáis comu-
nión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con
el Padre, y con Su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos,
para que nuestro gozo sea cumplido”. La verdadera comunión
no es algo que tengamos que hacer por obligación, sino un dis-
frute; es el gozo más grande que hay sobre la tierra.
Así pues, ahora tenemos la certeza, la seguridad y el gozo
de haber recibido la salvación. ¡Alabamos al Señor por una
salvación tan completa!
CAPITULO TRES

LA PRECIOSA SANGRE DE CRISTO

Para sobrevivir, todos necesitamos ciertos elementos bási-


cos, como por ejemplo: agua, oxígeno, alimento, vestido y
vivienda. Además, nuestro cuerpo requiere de cierta cantidad
de proteínas, vitaminas y minerales. Sin éstos, moriríamos, o
cuando menos, sufriríamos mucho.
Lo mismo ocurre en nuestra vida espiritual. La vida espiri-
tual, al igual que la vida f ísica, requiere de ciertos elementos
básicos, los cuales son indispensables. Sin éstos, nos sería dif í-
cil sobrevivir como cristianos en un mundo que no conoce a
Cristo. Uno de estos elementos básicos es la sangre de Cristo.
¿Por qué necesitamos la sangre de Cristo? Porque esencial-
mente, como seres caídos que somos, tenemos tres problemas
fundamentales. De hecho, a pesar de que somos cristianos,
todavía tenemos una vida humana caída. Por tanto, es posible
que cada día nos asedien estos problemas.
Estos tres problemas están relacionados con tres personas:
Dios, nosotros y Satanás. Con respecto a Dios, con frecuencia
nos sentimos separados de El; con respecto a nosotros
mismos, a menudo nos sentimos culpables; y con respecto a
Satanás, a menudo nos sentimos acusados. Estos tres —estar
separados de Dios, los sentimientos de culpa y las acusaciones
que provienen de Satanás— pueden constituir tres enormes
problemas en nuestra vida cristiana. ¿Cómo podemos vencer-
los? Solamente por medio de la sangre de Cristo.

ESTAR SEPARADOS DE DIOS

Cuando Adán pecó en el huerto de Edén, inmediatamente


se escondió de Dios. Antes que Adán pecara, él disfrutaba a
Dios y estaba en Su presencia continuamente. Pero después
22 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

que Adán pecó, se escondió de Dios. El pecado siempre nos


separa de Dios.
Aunque seamos cristianos, es posible que tengamos una
experiencia semejante. Después de haber cometido un pecado
pequeño, sentimos que ha surgido una gran separación entre
nosotros y Dios. Dios es justo y no puede tolerar ninguna
clase de pecado. A esto se ref irió el profeta Isaías cuando dijo:
“He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para
salvar, ni se ha agravado Su oído para oír; pero vuestras ini-
quidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y
vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros Su rostro
para no oír” (Is. 59:1-2).
Después que Adán pecó, Dios no le dijo: “Adán, ¿qué has
hecho?”; más bien, Dios dijo: “Adán, ¿dónde estás?”. En otras
palabras, Dios no se preocupa tanto por los pecados que come-
temos, como por el hecho de que éstos nos separan de El. Dios
nos ama, pero aborrece nuestros pecados. Mientras perma-
nezcan nuestros pecados, Dios tiene que mantenerse alejado
de nosotros. En tal condición, nos sentimos lejos de Dios.
Nuestros pecados deben desaparecer para que Dios pueda
venir a nosotros.
En todo el universo sólo existe un elemento capaz de
quitar nuestros pecados: la preciosa sangre de Cristo. Nuestras
oraciones, lágrimas, ritos, penitencias, promesas, remordi-
miento o el tiempo mismo, no pueden quitar nuestros pecados.
Solamente la preciosa sangre de Cristo puede quitar nuestros
pecados. Hebreos 9:22 dice que “sin derramamiento de sangre
no hay perdón”.
En el libro de Exodo encontramos un buen ejemplo de esto.
Es posible que algunos de los hijos de Israel hubieran sido tan
pecaminosos como los egipcios. No obstante, cuando Dios
envió a Su ángel para matar a todos los primogénitos de la
tierra de Egipto, no dijo: “Cuando vea Yo vuestro buen com-
portamiento, pasaré de vosotros”. Tampoco les exigió a los
hijos de Israel que oraran, que hicieran alguna penitencia o
que prometieran comportarse bien. En lugar de ello, Dios les
mandó que inmolaran un cordero pascual y que untaran su
sangre en los dinteles de las casas. Luego les dijo: “Y veré
la sangre y pasaré de vosotros” (Ex. 12:13). Dios en ningún
LA PRECIOSA SANGRE DE CRISTO 23

momento se f ijó en qué tipo de personas eran las que estaban


reunidas en cada casa, sino que simplemente, al ver la sangre,
pasó de ellos.
Aquel cordero pascual es un cuadro de Cristo. Cuando
Juan el Bautista vio al Señor por primera vez, proclamó: “¡He
aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Jn.
1:29). Jesús es el Cordero de Dios, y por Su preciosa sangre,
todos nuestros pecados han sido quitados.
¿Qué debemos hacer, entonces, cuando hemos pecado y nos
sentimos alejados de Dios? Simplemente, debemos confesar
ese pecado a Dios y creer que la sangre de Jesús lo ha quitado.
En 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, El es f iel
y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de
toda injusticia”. Una vez que hayamos confesado nuestros
pecados, inmediatamente se desvanecerá toda distancia que
haya entre nosotros y Dios.
En tal momento, no nos debe preocupar si sentimos o no
que hemos sido perdonados. La sangre de Cristo es derra-
mada primeramente para la satisfacción de Dios, y no para
la satisfacción nuestra. Recordemos que Dios dijo: “Veré la
sangre” (no dijo veréis la sangre). En la noche de la Pascua,
los hijos de Israel se encontraban reunidos dentro de sus
casas y la sangre del cordero estaba afuera. Dentro de la casa,
ninguno de ellos podía ver la sangre; no obstante, tenían paz
al saber que Dios estaba satisfecho con aquella sangre.
Una vez al año, en el día de la expiación, el sumo sacerdote
entraba solo al Lugar Santísimo para rociar la sangre sobre el
propiciatorio, la cubierta del arca (Lv. 16:11-17). A nadie se
le permitía observar. Esto es una sombra de Cristo quien, des-
pués de Su resurrección, entró en el tabernáculo celestial y
roció Su propia sangre delante de Dios como propiciación por
nuestros pecados (He. 9:12). Hoy nadie puede ir a inspeccio-
nar los cielos y ver la sangre; pero ciertamente está allí. La
sangre está allí hablando a favor nuestro (He. 12:24) y satis-
faciendo a Dios por nosotros. Aunque no veamos la sangre,
sí podemos creer en su ef icacia. Esta sangre resuelve el
problema que tenemos con Dios.
Si Dios considera que la sangre de Cristo es suf iciente
para quitar nuestros pecados, ¿por qué no considerarla igual
24 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

nosotros? ¿Acaso además de esto se requiere que nos sinta-


mos bien? ¿Pueden ser nuestros requisitos más elevados que
los de Dios? ¡No! Lo único que nos toca hacer es confesar: “Oh,
Dios, te doy gracias porque la sangre de Cristo ha quitado
todos mis pecados. Si Tú estás conforme con esta sangre,
yo también”.

LOS SENTIMIENTOS DE CULPA


EN NUESTRA CONCIENCIA

El segundo problema crucial del hombre, tiene que ver


consigo mismo. Interiormente, en su conciencia, el senti-
miento de culpa es muy intenso. ¡Cuántos jóvenes hoy en día
están agobiados por sentimientos de culpa! Esta culpa es un
gran problema para el hombre.
Nuestros pecados, por una parte, ofenden a Dios, y por
otra, nos contaminan. ¿Qué es el sentimiento de culpa? Es la
mancha que dejan los pecados en nuestra conciencia. La con-
ciencia de un niño no está muy manchada. Pero a medida
que crece, las manchas se acumulan. La conciencia es como
una ventana que si nunca se lava, se oscurece cada vez más
hasta que f inalmente muy poca luz puede penetrar.
No existe ningún detergente, componente químico ni ácido
que pueda quitar las manchas, los sentimientos de culpa, pre-
sentes en nuestra conciencia. Ni siquiera una bomba nuclear
podría hacer desaparecer estas manchas; no, nuestra concien-
cia requiere de algo aún más poderoso. Lo que necesita
nuestra conciencia es la preciosa sangre de Cristo.
Hebreos 9:14 dice: “¿Cuánto más la sangre de Cristo ... puri-
ficará nuestra conciencia de obras muertas para que sirvamos
al Dios vivo?”. La sangre de Cristo es lo suficiente poderosa
para purificar y limpiar nuestra conciencia de toda mancha de
culpabilidad.
¿Cómo puede la sangre purif icar nuestra conciencia?
Supongamos que usted recibe una multa por estacionarse
indebidamente. En ese momento usted tiene tres problemas:
primero, ha quebrantado la ley; segundo, debe al gobierno
una multa; y tercero, tiene una nota que le recuerda de la
multa. Supongamos además que usted no tiene dinero y que
se le hace dif ícil pagar la multa. No puede tirar la nota en la
LA PRECIOSA SANGRE DE CRISTO 25

basura, porque la policía tiene copia de ella y entablarán una


acción judicial contra usted si no paga. Así que tiene un ver-
dadero problema.
Esto es un cuadro de lo que sucede cada vez que pecamos.
Primero, hemos quebrantado la ley de Dios, es decir, hemos
hecho algo que ofende a Dios. En segundo lugar, debemos algo
a la ley de Dios. Romanos 6:23 dice que la paga del pecado es
muerte. Esta es una multa muy cuantiosa, imposible de
pagar. Y en tercer lugar, tenemos un sentimiento de culpa en
nuestra conciencia, semejante a la nota que guardamos en el
bolsillo, la cual persistentemente nos recuerda del delito.
Ahora anunciaremos las buenas nuevas. Cuando Jesu-
cristo murió en la cruz, Su muerte satisf izo plenamente todos
los requisitos de la ley de Dios. En otras palabras, la deuda
que teníamos a causa de nuestros pecados ya fue pagada.
¡Alabado sea el Señor! ¡Jesucristo pagó todo por medio de Su
muerte en la cruz!
Los primeros dos problemas han quedado resueltos: Dios
ya no tiene nada contra nosotros, y la deuda del pecado ha
sido pagada. ¿Y qué de nuestra conciencia? La mancha de cul-
pabilidad, igual que la nota, aún permanece con nosotros
como una constancia de nuestro pecado.
Es aquí donde la sangre de Cristo opera, limpiando nues-
tra conciencia. Debido a que la muerte de Cristo pagó la deuda
por el pecado, Su sangre puede ahora borrar la constancia de
esa deuda. Al igual que una multa —después que la pagamos,
podemos romper la nota y echarla en la basura—, así también
nosotros podemos ser limpios en nuestra conciencia de cual-
quier culpa.
Es muy fácil experimentar esto. Cada vez que usted peque
y sienta culpa, simplemente abra su ser a Dios y ore así: “Oh
Dios, perdóname por lo que hice hoy. Te doy gracias, Señor,
por haber muerto en la cruz por mí y por haber pagado la
deuda de este pecado que acabo de cometer. Señor, creo f irme-
mente que Tú me has perdonado este pecado. Ahora mismo
reclamo Tu preciosa sangre, para que me limpie de toda
mancha de culpa que haya en mi conciencia”.
Recordemos 1 Juan 1:9, que dice: “Si confesamos nuestros
pecados, El es f iel y justo para perdonarnos nuestros pecados,
26 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

y limpiarnos de toda injusticia”. También en Salmos 103:12


dice: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de
nosotros nuestras transgresiones”. ¿Quién puede decir cuán
lejos está el oriente del occidente? Asimismo, cuando confesa-
mos nuestros pecados, Dios pone una distancia inf inita entre
ellos y nosotros. Ya no tienen nada que ver con nosotros. Por
consiguiente, podemos obtener reposo en nuestra conciencia.
Cuando Dios nos perdona, El olvida la falta cometida. No
piense que después de que Dios perdona nuestros pecados,
algún día vendrá a recordárnoslos. ¡No! Con respecto a nues-
tros pecados perdonados, Dios tiene muy mala memoria; en
cuanto a esto, algunas veces usted quizás tenga mejor memo-
ria que Dios. ¿Puede Dios verdaderamente olvidar? Esto es
precisamente lo que dice Jeremías 31:34: “Perdonaré la ini-
quidad de ellos, y no me acordaré más de su pecado”. Si Dios
olvida nuestros pecados, entonces nosotros podemos olvidar-
los también. No le recordemos a Dios algo que El ya ha
olvidado.
Cristo murió hace casi dos mil años. Su sangre ya fue
derramada y ahora está disponible a nosotros las veinticuatro
horas del día para limpiar nuestra conciencia. Cuando peque-
mos, no tenemos que dejar pasar cierto tiempo. Esto no
mejorará el poder de la sangre. La sangre de Cristo es todo-
poderosa. Dondequiera que estemos y a cualquier hora del
día, en cuanto tengamos la menor sensación de culpa en nues-
tra conciencia, simplemente debemos reclamar la preciosa
sangre de Cristo. En Salmos 32:1-2 dice: “Bienaventurado
aquel cuya transgresión ha sido perdonada ... Bienaventu-
rado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad”. Por
medio de la preciosa sangre de Cristo, el problema de la culpa
queda resuelto.

LAS ACUSACIONES QUE PROVIENEN DE SATANAS


No obstante, a veces sucede que después de haber confe-
sado nuestros pecados y haber aplicado la sangre, seguimos
sintiéndonos mal interiormente. ¿Sería esto un indicio de que
nuestro pecado no ha sido perdonado? ¿Será que la sangre
de Cristo no ha sido ef icaz? ¿Será que necesitamos de algo
más? A todo esto tenemos que contestar: “¡No!”.
LA PRECIOSA SANGRE DE CRISTO 27

Entonces, ¿de dónde provienen todos estos sentimientos


después que hemos confesado nuestras transgresiones y apli-
cado la sangre? El origen de tales sentimientos es Satanás, el
enemigo de Dios. Para entender esto debemos ver quién es
Satanás y qué es lo que él hace.
Satanás es el “diablo”, que signif ica acusador según el
idioma original de la Biblia. Por eso Apocalipsis 12:10 lo
llama “el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa
delante de nuestro Dios día y noche”. Satanás, el enemigo de
Dios, dedica la mayor parte de su tiempo a acusar al pueblo
de Dios día y noche. Esa es su ocupación. Por supuesto, Dios
no le ha pedido hacer esto. Más bien, Satanás, de su propia
cuenta, ha decidido acusar al pueblo de Dios sin cesar.
Esto se revela en la historia de Job, quien era un hombre
recto y temeroso de Dios (Job 1:1). No obstante, leemos que
Satanás se presentó ante Dios para acusar a Job, diciendo:
“¿Acaso teme Job a Dios de balde? … Al trabajo de sus manos
has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado
sobre la tierra. Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que
tiene, y verás si no te maldice en tu cara” (Job 1:9-11). En
otras palabras, Satanás acusó a Job de temer a Dios sola-
mente porque Dios le había bendecido. Satanás le dijo a Dios
que había sobornado a Job y que si El le quitaba a Job todas
sus riquezas, éste le maldeciría. Esto es un ejemplo de la
manera en que Satanás nos acusa en la esfera espiritual.
En el libro de Zacarías, el sumo sacerdote, Josué, estaba
delante de Dios y Satanás estaba a su mano derecha “para
acusarle” (3:1). Josué estaba “vestido de vestiduras viles”
(v. 3), lo cual se ref iere a su condición pobre y pecaminosa.
¡Cuán frecuentemente nuestra deplorable condición le da
ocasión a Satanás para acusarnos! Esto implica que Satanás
no solamente es el enemigo de Dios, sino que también
es nuestro enemigo. Cuando nos acercamos a Dios, Satanás
nos resiste acusándonos.
Nada paraliza tanto espiritualmente a un cristiano como
la acusación. Cuando escuchamos las acusaciones de Satanás,
quedamos completamente impotentes. Es como si perdiéra-
mos toda la fuerza de nuestro espíritu. Cuando un cristiano
está bajo acusación, le es dif ícil tener comunión con otros, y
28 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

más que eso, se le dif iculta orar. Siente como si no pudiera


acercarse a Dios.
Esta es la sutileza del enemigo. El nunca se nos aparece
vestido de rojo y con un tridente, diciéndonos: “¡Yo soy el
diablo! ¡He venido a condenarte!”. El es mucho más astuto. Lo
que él hace es acusarnos interiormente y nos engaña hacién-
donos pensar que es Dios mismo quien nos habla.
¿Cómo podemos distinguir entre la verdadera iluminación
que Dios trae a nuestra conciencia y la acusación de Satanás?
A veces es dif ícil distinguir entre ambas, pero hay tres mane-
ras de saberlo:
En primer lugar, la luz de Dios nos abastece, mientras que
la acusación de Satanás nos agota. Cuando Dios nos muestra
nuestros pecados, quizás nos sintamos descubiertos y heridos;
sin embargo, al mismo tiempo nos sentimos abastecidos y
motivados a acercarnos a Dios y aplicar la preciosa sangre de
Cristo. Las acusaciones de Satanás, por el contrario, son total-
mente negativas. Cuanto más uno las escucha, más dif ícil le
es orar. Nos sentimos vacíos y desanimados.
En segundo lugar, cuando Dios nos habla, siempre lo hace
de una manera muy específ ica, mientras que la condenación
que proviene de Satanás es frecuentemente (aunque no siem-
pre) ambigua. A veces nos hace pensar que estamos cansados,
o que hemos tenido un día dif ícil. Otras veces, tenemos la
vaga impresión de no estar bien con Dios. Pero al examinar
nuestra conciencia, no encontramos ningún pecado en parti-
cular que pudiera crear una separación entre Dios y nosotros.
Incluso es posible que otras veces nos despertemos con senti-
mientos de depresión o de desasosiego con respecto a Dios.
Todos estos sentimientos inciertos de condenación que no
parecen ser causados por el pecado, provienen de Satanás y
tenemos que rechazarlos. Cuando Dios nos habla, El lo hace
de manera específ ica y positiva. Pero cuando es Satanás
quien nos habla, frecuentemente lo hace de una manera
ambigua y negativa.
En tercer lugar, cualquier sensación de intranquilidad que
persista en nosotros después de haber confesado y reclamado
la sangre, proviene de Satanás. No es necesario confesar
y reclamar la sangre más de una vez. Los requisitos de Dios
LA PRECIOSA SANGRE DE CRISTO 29

son satisfechos de inmediato por la sangre. Quien nunca está


satisfecho es Satanás. El quiere vernos confesar una y otra
vez. Proverbios 27:15 dice: “Gotera continua en día de lluvia y
la mujer rencillosa, son semejantes”. Así son las acusaciones
de Satanás —como una gotera continua o como una mujer
rencillosa—, y no nos dejan descansar. Pero la manera en que
Dios nos habla es diferente. Cuando confesamos nuestros
pecados y declaramos que la sangre nos limpia, Dios inmedia-
tamente queda satisfecho. Cualquier otra voz que escuchemos
es la de Satanás.
Si a pesar de haber confesado nuestros pecados y haber
reclamado la preciosa sangre de Cristo, todavía nos sigue per-
turbando alguna inquietud interior, inmediatamente debemos
dejar de orar y de confesar nuestros pecados. En lugar de ello,
debemos volvernos a Satanás, la fuente de las acusaciones,
y decirle: “Satanás, yo ya confesé mi pecado a Dios”. El me
perdonó y la sangre de Jesucristo me limpió. Esta intranquili-
dad que siento no proviene de Dios sino de ti, ¡y la rechazo!
Satanás, mira la sangre de Cristo. Esta sangre responde a
cada una de tus acusaciones”. Trate de hablarle a Satanás de
esta manera. Cuando usted aplica la sangre de este modo,
Satanás es derrotado y él lo sabe. Apocalipsis 12:10-11 dice:
“Ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos … y ellos
le han vencido por causa de la sangre del Cordero y de la
palabra del testimonio de ellos”. La palabra de nuestro testi-
monio es nuestra declaración de que la sangre de Jesucristo
nos ha limpiado de todo pecado y que esa sangre ha derrotado
a Satanás. Cuando hablamos con esta clase de denuedo, obte-
nemos victoria sobre las acusaciones de Satanás.
La vida cristiana es como una batalla. Satanás, “vuestro
adversario ... como león rugiente, anda alrededor buscando a
quien devorar” (1 P. 5:8). Para pelear esta batalla, requerimos
de armas apropiadas. Un arma importante que nosotros debe-
mos utilizar, es la sangre de Cristo.

Una vida diaria llena de la presencia de Dios


Por el poder de la preciosa sangre de Cristo, los cristianos
podemos vivir continuamente en la presencia de Dios. Cada
vez que algún pecado, por insignif icante que sea, estorbe
30 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

nuestra comunión con Dios, podemos de inmediato confesarlo


y reclamar la sangre prevaleciente del Señor, y al instante,
nuestra comunión será restaurada. ¿Para qué perder tiempo?
La sangre de Cristo está disponible para nosotros cada
momento y cada día. Nunca podemos agotar el poder limpia-
dor de la sangre de Cristo. Su sangre no solamente es capaz
de limpiarnos de todo pecado que hayamos cometido en el
pasado, sino también de todos aquellos pecados que podamos
llegar a cometer.
Por el poder de la preciosa sangre de Cristo, podemos
gozar de una conciencia libre de toda mancha de culpa y,
por ende, podemos acercarnos conf iadamente a Dios. “Acer-
quémonos al Lugar Santísimo con corazón sincero, en plena
certidumbre de fe, purif icados los corazones de mala concien-
cia” (He. 10:22). Por la sangre de Cristo, nuestra conciencia
puede ser liberada de toda culpa y, al igual que una ventana
recién lavada, puede quedar transparente, resplandeciente y
llena de luz.
Finalmente, por el poder de la preciosa sangre de Cristo,
podemos vencer todas las acusaciones de Satanás. Aunque
Satanás nos acuse con vehemencia, la sangre de Cristo siem-
pre prevalece y responde a cada una de dichas acusaciones.
La sangre es nuestra arma. Con esta arma jamás seremos
derrotados por Satanás; por el contrario, nosotros le derrota-
remos.
¡Cuánto amamos y apreciamos la sangre de Cristo! Por
esta sangre podemos vivir en la presencia de Dios día tras
día.
“Si andamos en luz, como El está en luz, tenemos
comunión unos con otros, y la sangre de Jesús Su
Hijo nos limpia de todo pecado.”
1 Juan 1:7
CAPITULO CUATRO

INVOCAR EL NOMBRE DEL SEÑOR

¿Qué signif ica invocar el nombre del Señor? Algunos cris-


tianos piensan que invocar el nombre del Señor es lo mismo
que orar a El. Ciertamente, invocar es una especie de oración,
pero no es simplemente orar. La palabra hebrea traducida
invocar signif ica llamar, clamar, exclamar; en griego, esta
palabra signif ica invocar a una persona, llamarla por su
nombre. En otras palabras, invocar signif ica llamar audible-
mente a una persona por su nombre. Aunque la oración puede
hacerse en silencio, uno invoca audiblemente.
Hay dos profetas del Antiguo Testamento que nos ayudan
a entender lo que signif ica invocar al Señor. Jeremías nos
muestra que invocar el nombre del Señor equivale a clamar al
Señor y experimentar la respiración espiritual: “Invoqué Tu
nombre, oh Jehová, desde el hoyo profundo; oíste mi voz; no
escondas Tu oído a mis suspiros, a mi clamor” (Lm. 3:55-56).
Isaías también af irma que cuando invocamos al Señor, esta-
mos clamando a El: “He aquí, Dios es salvación mía; me
aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es
JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí. Sacaréis con
gozo aguas de las fuentes de la salvación. Y diréis en aquel
día: ¡Alabad a Jehová, invocad Su nombre! … Cantad salmos
a Jehová … clama y grita de júbilo, oh moradora de Sion;
porque grande es en medio de ti el Santo de Israel” (Is.
12:2-6). ¿De qué manera puede ser Dios nuestra salvación,
nuestra fortaleza y nuestra canción? ¿Cómo podemos sacar
con gozo aguas de las fuentes de la salvación? La manera con-
siste en invocar el nombre del Señor, alabarle, cantarle un
himno, clamar y gritar de júbilo. ¡Todo esto equivale al invocar
que se menciona en el versículo 4!
32 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

LA PRACTICA DE INVOCAR EL NOMBRE DEL SEÑOR


SEGÚN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Invocar el nombre del Señor tuvo su comienzo con Enós, el


hijo de Set, en la tercera generación del linaje human (Gn.
4:26). La historia de esta práctica prosiguió a lo largo de la
Biblia con Abraham (12:8), Isaac (26:25), Moisés (Dt. 4:7), Job
(Job 12:4), Jabes (1 Cr. 4:10), Sansón (Jue. 16:28), Samuel
(1 S. 12:18), David (2 S. 22:4), Jonás (Jon. 1:6), Elías (1 R.
18:24) y Jeremías (Lm. 3:55). Los santos del Antiguo Testa-
mento no sólo invocaron al Señor, sino que profetizaron que
otros también invocarían Su nombre (Jl. 2:32; Sof. 3:9; Zac.
13:9). Aunque muchas personas están familiarizadas con la
profecía de Joel respecto al Espíritu Santo, son pocas las
que han prestado atención al hecho de que para recibir el
derramamiento del Espíritu Santo se requiere que invoque-
mos el nombre del Señor. Por una parte, Joel profetizó que
Dios derramaría Su Espíritu; por otra, profetizó que las per-
sonas invocarían el nombre del Señor. Esta profecía fue
cumplida el día de Pentecostés (Hch. 2:17a, 21). Para que Dios
derrame Su Espíritu sobre nosotros, se requiere de nuestra
cooperación, esto es, invocarle a El.

UNA PRACTICA QUE TENÍAN


LOS CREYENTES DEL NUEVO TESTAMENTO

Los creyentes del Nuevo Testamento comenzaron a invo-


car el nombre del Señor a partir del día de Pentecostés (Hch.
2:21). Mientras Esteban era apedreado, él invocaba el nombre
del Señor (Hch. 7:59). Los creyentes neotestamentarios acos-
tumbraban invocar al Señor (Hch. 9:14; 22:16; 1 Co. 1:2; 2 Ti.
2:22). Saulo de Tarso tenía autoridad de los principales sacer-
dotes para prender a todos los que invocaban el nombre del
Señor (Hch. 9:14). Esto indica que todos los primeros santos
tenían por costumbre invocar a Jesús. El hecho de que invoca-
ban al Señor era una señal, una característica, de que eran
cristianos. Si somos los que invocan el nombre del Señor,
nuestra práctica de invocar Su nombre nos identif icará como
cristianos.
El apóstol Pablo puso énfasis en el asunto de invocar
cuando escribió el libro de Romanos. El dijo: “Porque no hay
INVOCAR EL NOMBRE DEL SEÑOR 33

distinción entre judío y griego, pues el mismo Señor es Señor


de todos y es rico para con todos los que le invocan; porque:
‘Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo’” (Ro.
10:12-13). En 1 Corintios Pablo también habló de invocar al
Señor cuando escribió las palabras: “Con todos los que en
cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesu-
cristo, Señor de ellos y nuestro” (1 Co. 1:2). Aún más, en
2 Timoteo él le dijo a Timoteo que siguiese las cosas espiritua-
les con los que de corazón puro invocan al Señor (2:22).
Mediante estos versículos podemos ver que en el primer siglo
los cristianos tenían la práctica de invocar continuamente el
nombre del Señor. Así que, tanto en la era del Antiguo Testa-
mento como en los primeros días de la era cristiana, los
santos invocaban el nombre del Señor. Cuán lamentable es
que la mayoría de los cristianos haya descuidado esto por
tanto tiempo. Creemos f irmemente que hoy el Señor desea
recobrar el que invoquemos Su nombre y que esto llegue a ser
nuestra práctica, a f in de que disfrutemos las riquezas de Su
vida.

EL PROPOSITO DE INVOCAR
¿Por qué necesitamos invocar el nombre del Señor? Los
hombres necesitan invocar el nombre del Señor para ser
salvos (Ro. 10:13). Cuando las personas oran en silencio, sin
duda son salvas, aunque no de una manera tan rica. Invocar
en voz alta nos ayuda a ser salvos de una manera más rica y
completa. Es por eso que tenemos que animar a las personas
a que abran su ser e invoquen el nombre del Señor Jesús. El
salmo 116 nos dice que podemos participar de la salvación
que el Señor efectúa al invocarle a El: “Tomaré la copa de la
salvación, e invocaré el nombre del Señor” (v. 13). Este salmo
habla cuatro veces acerca de invocar al Señor (vs. 2, 4, 13, 17).
Como vimos antes, invocar el nombre del Señor es la manera
en que podemos sacar aguas de las fuentes de la salvación (Is.
12:2-4). Muchos cristianos nunca han invocado al Señor. Si
usted nunca ha invocado el nombre del Señor, aun al grado de
haber gritado delante de El, es dudoso que le haya disfrutado
plenamente. “Invocad Su nombre … clama y grita de júbilo”
(Is. 12:4, 6). Pruebe gritar en la presencia del Señor. Si usted
34 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

nunca ha declarado a gritos lo que El es para usted, inténtelo.


Cuanto más grite: “¡Oh Señor Jesús, eres tan bueno para mí!”,
más liberado será de su yo y más lleno será del Señor. Miles
de santos han sido liberados y enriquecidos al invocar el
nombre del Señor.
También invocamos al Señor para ser rescatados de la
angustia (Sal. 18:6; 118:5), de la tribulación (Sal. 50:15; 86:7;
81:7) y de la tristeza y el dolor (Sal. 116:3-4). Los que han
argumentado en contra de la práctica de invocar el nombre
del Señor, se han hallado ellos mismos invocándole mientras
pasaban por ciertos problemas o enfermedades. Si estamos
exentos de problemas, quizás podamos argumentar en contra
de invocar el nombre del Señor; pero siempre que hayan tri-
bulaciones, no necesitaremos que nadie nos diga que le
invoquemos, ya que invocaremos espontáneamente.
Asimismo, participamos de la misericordia abundante del
Señor cuando le invocamos. Cuanto más le invocamos, más
disfrutamos de Su misericordia (Sal. 86:5). Además, invoca-
mos al Señor para recibir el Espíritu (Hch. 2:17a, 21). La
mejor manera de ser llenos del Espíritu —y también la más
sencilla— es invocar el nombre del Señor Jesús. El Espíritu
ya fue derramado, y ahora lo que necesitamos hacer es reci-
birle al invocar el nombre del Señor.
Isaías 55:1 dice: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y
los que no tienen dinero, Venid, comprad y comed. Venid, com-
prad sin dinero y sin precio, vino y leche”. ¿Cómo podemos
comer y beber al Señor? En el versículo 6 del mismo capítulo,
Isaías nos presenta la manera: “Buscad a Jehová mientras
puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano”. Así
que, si queremos comer del alimento espiritual que nos satis-
face, debemos buscar al Señor e invocar Su nombre.
Romanos 10:12 dice que el Señor de todos es rico para con
todos los que le invocan. Invocar al Señor es la forma de dis-
frutar Sus riquezas. El Señor no sólo es rico, sino que también
está cerca y disponible a nosotros, ya que El es el Espíritu
vivif icante (1 Co. 15:45). Como el Espíritu, El es omnipre-
sente. Podemos invocar Su nombre en cualquier momento y
en cualquier lugar. Cuando le invocamos, El viene a nosotros
como el Espíritu y disfrutamos de Sus riquezas.
INVOCAR EL NOMBRE DEL SEÑOR 35

El libro de 1 Corintios habla sobre el disfrute que tene-


mos de Cristo. En el capítulo doce, Pablo nos muestra la
manera de disfrutar al Señor; dicha manera consiste en invo-
car Su nombre (12:3; 1:2). Cada vez que clamamos: “Señor
Jesús”, El viene como Espíritu y bebemos de El (12:13), el
Espíritu vivif icante. Si invoco el nombre de una persona, y si
ella es real y viviente y está presente, dicha persona vendrá a
mí. ¡El Señor Jesús es real y viviente y está presente! El siem-
pre está disponible. Cada vez que invocamos su nombre, El
viene. ¿Quiere usted disfrutar de la presencia del Señor junto
con todas Sus riquezas? La mejor forma de experimentar Su
presencia junto con todas Sus riquezas, es invocar Su nombre.
Invóquele mientras conduce o mientras trabaja. Puede invo-
carle en cualquier lugar o en cualquier momento. El Señor
está cercano y es rico para con todos los que le invocan.
Asimismo, al invocar el nombre del Señor, somos avivados
y nos despertamos. Isaías 64:7 dice: “Nadie hay que invoque
Tu nombre, que se despierte para apoyarse en Ti”. Cuando
nos sentimos abatidos o desanimados, podemos cobrar aliento
y despertarnos invocando el nombre del Señor Jesús.

COMO INVOCAR
¿Cómo debemos invocar el nombre del Señor? Debemos
invocarle con un corazón puro (2 Ti. 2:22). Nuestro corazón,
donde se origina nuestro invocar, debe ser puro, es decir, debe
ser un corazón que sólo busca al Señor. También debemos
invocar con labios puros (Sof. 3:9). Debemos estar atentos a la
forma en que nos expresamos, pues nada contamina tanto
nuestros labios como hablar descuidadamente. Si nuestros
labios son impuros, debido a que hablamos descuidadamente,
nos será dif ícil invocar al Señor. Además de un corazón puro y
pureza de labios, necesitamos abrir nuestra boca (Sal. 81:10).
Para invocar al Señor, tenemos que abrir bien nuestra boca.
Debemos también invocar al Señor corporativamente. En
2 Timoteo 2:22 dice: “Huye también de las pasiones juveniles,
y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de cora-
zón puro invocan al Señor”. Debemos reunirnos con el
propósito de invocar el nombre del Señor. En Salmos 88:9
dice: “Te he llamado, oh Jehová, cada día”. Esto nos muestra
36 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

que debemos invocar diariamente Su nombre. Por último, en


Salmos 116:2 dice: “Por tanto, le invocaré en todos mis días”.
En tanto que vivamos, debemos invocar el nombre del Señor.

LA NECESIDAD DE PONER ESTO EN PRACTICA


Invocar el nombre del Señor no es simplemente una doc-
trina, sino algo muy práctico. Debemos invocar diariamente y
a cada hora. Nunca debemos dejar de respirar espiritual-
mente. Esperamos que muchos más de entre el pueblo del
Señor, y especialmente los creyentes nuevos, implementen la
práctica de invocar el nombre del Señor. Hoy día muchos cris-
tianos han descubierto que le pueden conocer a El, que
pueden participar del poder de Su resurrección, que pueden
experimentar Su salvación de una manera espontánea y que
pueden andar en unión con El al invocar Su nombre. En cual-
quier circunstancia y en cualquier momento, invóquele así:
“¡Señor Jesús, oh Señor Jesús!”. Si usted pone en práctica
invocar el nombre del Señor, comprobará que ésta es una
manera maravillosa de disfrutar de las riquezas del Señor.
CAPITULO CINCO

LA CLAVE PARA EXPERIMENTAR A CRISTO:


NUESTRO ESPIRITU HUMANO

“Por tanto, de la manera que habéis recibido al Cristo, a


Jesús el Señor, andad en El” (Col. 2:6). Recibir a Cristo es sin
duda una experiencia maravillosa; no obstante, es sólo el dis-
frute inicial de Sus riquezas. Muchos cristianos desean
experimentar a Cristo y aplicarlo en todos los aspectos de su
vida. Esperamos que en este folleto encuentren la ayuda nece-
saria para experimentar diariamente a Cristo, quien es
nuestra vida (Col. 3:4).
Pongamos el siguiente ejemplo: para entrar a un cuarto
cerrado necesitamos saber cuál es la llave y cómo usarla. De
la misma manera, si deseamos abrir la puerta que nos con-
duce a experimentar la plenitud de Cristo, necesitamos
poseer la llave y saber cómo usarla. El propósito de este
folleto es mostrarles la llave. Si obtenemos esta llave y sabe-
mos cómo usarla, tendremos el secreto para experimentar
a Cristo, quien es nuestra vida. Así que, la llave es de suma
importancia.
Un versículo crucial del Nuevo Testamento es 1 Tesaloni-
censes 5:23, que dice: “Y el mismo Dios de paz os santif ique
por completo; y vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro
cuerpo sean guardados perfectos e irreprensibles para la
venida de nuestro Señor Jesucristo”. El hombre consta de tres
partes distintas y delimitadas: el espíritu, el alma y el cuerpo.
Es fácil establecer la diferencia entre el cuerpo y el alma;
todos sabemos que estas dos partes son distintas, pero no
es tan fácil distinguir la diferencia entre el alma y el espíritu.
De hecho, la mayoría piensa que el espíritu y el alma son lo
mismo, pero como vimos en el versículo antes mencionado, el
38 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

Espíritu de Dios establece claramente en la Palabra que el


hombre está formado de tres partes. En esta cláusula, las tres
partes aparecen unidas gramaticalmente por dos conjuncio-
nes: “vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo”.
Otro versículo que muestra la diferencia entre el espíritu
y el alma es Hebreos 4:12, que dice: “Porque la palabra de
Dios es viva y ef icaz, y más cortante que toda espada de dos
f ilos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu”. El alma y el
espíritu no son lo mismo, ya que este versículo nos dice que
pueden ser divididos. El alma es diferente del espíritu, y
debemos hacer una separación entre ambos.
En el universo existen tres mundos o esferas diferentes: el
mundo f ísico, el mundo psicológico y el mundo espiritual.
Debido a que el hombre tiene tres partes, puede tener con-
tacto con estas tres esferas distintas. La primera de ellas
corresponde al mundo f ísico, el cual está lleno de cosas mate-
riales. Los humanos tenemos contacto con el mundo f ísico por
medio de los cinco sentidos del cuerpo: el oído, la vista, el
olfato, el gusto y el tacto. Otra esfera es el mundo espiritual.
¿Acaso podemos percibir el mundo espiritual por medio de
estos cinco sentidos? Por supuesto que no. La única manera
de percibir el mundo espiritual es por medio de nuestro espí-
ritu. Nuestro espíritu posee el sentido espiritual con el cual
podemos percibir a Dios.
Además, existe el mundo psicológico, el cual no es ni f ísico
ni espiritual. Supongamos que alguien le regala mucho dinero
y usted se pone muy feliz. ¿A qué esfera pertenece esta felici-
dad, al mundo f ísico o al espiritual? No pertenece a ninguno
de los dos. Tanto la felicidad como el gozo y la tristeza, son
sentimientos que pertenecen al mundo psicológico. La pala-
bra psicología proviene del término griego psujé, que en
el Nuevo Testamento se traduce alma. La psicología es “el
estudio del alma”. Así que, existe el mundo psicológico o aní-
mico, en el cual experimentamos gozo o tristeza. El hombre
fue creado con tres partes —el espíritu (Zac. 12:1), el alma
(Jer. 38:16) y el cuerpo (Gn. 2:7)— a f in de que pudiera tener
contacto con los tres mundos o esferas diferentes: el mundo
espiritual, el mundo psicológico y el mundo f ísico.
LA CLAVE PARA EXPERIMENTAR A CRISTO 39

El alma a su vez consta de tres partes. Una de ellas es la


parte emotiva (Dt. 14:26; Cnt. 1:7; Mt. 26:38); es en ella que
amamos, deseamos, odiamos, y sentimos gozo o tristeza. Otra
parte del alma es la mente (Jos. 23:14; Sal. 139:14; Pr. 19:2).
En la mente se hallan los pensamientos, razonamientos, ideas
y conceptos. La tercera parte del alma es la voluntad
(Job 7:15; 6:7; 1 Cr. 22:19), con la cual tomamos decisiones.
El gozo y la tristeza pertenecen a nuestra parte emotiva; los
razonamientos y pensamientos se producen en nuestra
mente; y en la toma de decisiones, la voluntad es la que opera.
Por consiguiente, la mente, la voluntad y la parte emotiva son
las tres partes que conforman el alma. Con la mente pensa-
mos, con la voluntad decidimos y con la parte emotiva
expresamos nuestros gustos, disgustos, amor u odio.
Para tener contacto con el mundo psicológico utilizamos
nuestra alma, que es la parte psicológica de nuestro ser. El
principio es el mismo con respecto al mundo espiritual. Para
tener contacto con el mundo espiritual debemos usar nuestro
espíritu. Permítame ejemplif icar esto de la siguiente manera.
Supongamos que alguien habla con usted. El sonido de la voz
es real, pero si usted se tapa los oídos y trata de usar los ojos
para ver la voz, no percibirá nada porque está usando el
órgano equivocado. Si queremos escuchar el sonido de la voz,
debemos usar el órgano del oído. Podemos aplicar el mismo
principio con respecto a distinguir colores. Supongamos que
frente a usted tiene el color azul, el verde, el morado, el rojo y
muchos otros colores hermosos. No obstante, si ejercita su
oído tratando de escuchar los colores, no podrá apreciar la
belleza de ellos. Aunque las sustancias estén presentes, usted
no podrá verlas, pues está usando el órgano equivocado.
¿Cómo podemos entonces tener contacto con Dios? ¿Cuál de
nuestros órganos debemos usar? Primero debemos ver cuál es
la sustancia de Dios. En 1 Corintios 15:45, 2 Corintios 3:17,
Juan 14:16-20 y 4:24 se nos dice que Dios es Espíritu. ¿Pode-
mos acaso tener contacto con Dios usando nuestro cuerpo
f ísico? ¡No! Ese no es el órgano correcto. ¿Podemos entonces
tener contacto con Dios usando el órgano psicológico de nuestra
alma? ¡No! Ese tampoco es el órgano apropiado. Unicamente
por medio de nuestro espíritu podemos tener contacto con
40 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

Dios, puesto que Dios es Espíritu. En Juan 4:24 dice: “Dios es


Espíritu; y los que le adoran, en espíritu … es necesario que
adoren”. Este es un versículo sumamente importante. El
primer Espíritu mencionado en este versículo aparece con
mayúscula y se ref iere al Espíritu divino, a Dios mismo. El
segundo espíritu está escrito con minúscula, porque se ref iere
a nuestro espíritu humano. Dios es Espíritu, así que debemos
adorarle en nuestro espíritu. No podemos adorarlo ni tener
contacto con El mediante el cuerpo o el alma. Puesto que Dios
es Espíritu, la única manera en que podemos adorarlo y tener
contacto y comunión con El, es en nuestro espíritu y con nues-
tro espíritu.
Veamos otro versículo en el cual se mencionan estos
dos espíritus. En Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido del Espíritu,
espíritu es”. Los creyentes sabemos que hemos sido regenera-
dos, que hemos nacido de nuevo. Pero, ¿sabemos qué signif ica
esto? Simplemente quiere decir que nuestro espíritu fue rege-
nerado por el Espíritu de Dios. La Palabra dice que lo que es
nacido del Espíritu (del Espíritu de Dios) es espíritu (espíritu
humano). Este versículo revela en qué parte de nuestro ser
nacemos de nuevo; no es en el cuerpo ni en el alma, sino en el
espíritu. Cuando creímos en el Señor Jesús como nuestro Sal-
vador, el Espíritu de Dios entró a nuestro espíritu. El Espíritu
Santo nos vivif icó y nos impartió vida a f in de regenerar
nuestro espíritu. En el momento en que creímos en el Señor
Jesús, el Espíritu Santo vino a nosotros juntamente con
Cristo como vida, para vivificar y regenerar nuestro espíritu. A
partir de ese momento, El mora en nuestro espíritu humano
(Jn. 4:24; Ro. 8:16; 2 Ti. 4:22; 1 Co. 6:17).
Jesucristo vino a esta tierra y vivió como hombre por
treinta y tres años y medio. Luego, fue crucificado por nuestros
pecados; El murió, resucitó y llegó a ser Espíritu vivif icante
(1 Co. 15:45). En 2 Corintios 3:17 vemos que “el Señor (Cristo)
es el Espíritu”. Debemos rebozar de alabanzas por el hecho de
que Cristo como Espíritu vivif icante ha entrado en nosotros.
Fuimos creados como vasos o recipientes compuestos de
cuerpo, alma y espíritu. Nuestro espíritu humano es el órgano
en el cual Cristo, en calidad de Espíritu vivif icante, ha
entrado en nuestro ser. Los versículos anteriores muestran
LA CLAVE PARA EXPERIMENTAR A CRISTO 41

claramente que ahora Dios mora en nuestro espíritu. Sin


embargo, debemos recordar que el Dios que está en nosotros
no es sólo Dios, sino además Jesucristo. Todo lo que Cristo
es, y todo lo que El realizó, logró y obtuvo, está incluido en
este Espíritu vivif icante. Ahora este Espíritu ha entrado a
nuestro espíritu y se ha mezclado con él, de modo que somos
un solo espíritu con el Señor (1 Co. 6:17). Alabamos al Señor,
pues hemos llegado a ser uno con El en nuestro espíritu. Si
aprendemos a volvernos a nuestro espíritu, podemos estable-
cer contacto con la Persona de Cristo. ¡Este es el secreto, y ésta
es la llave!
Los incrédulos sólo tienen la vida f ísica en su cuerpo y la
vida humana o psicológica en su alma, pero no tienen la vida
eterna de Dios en su interior, pues aún no han recibido en su
espíritu a Cristo como vida eterna. Por esta razón ellos única-
mente pueden vivir en el alma y en el cuerpo. Antes de
ser salvos nosotros también vivíamos y andábamos con nues-
tro ser completamente inmerso en el alma. Pero al obtener la
salvación recibimos otra vida dentro de nosotros, la vida de
Cristo, y ahora debemos aprender a vivir por esta vida. Lo que
necesitamos hoy es dar un giro y movernos en otra dirección,
es decir, volvernos de nuestra alma a nuestro espíritu. Antes
de ser salvos vivíamos por la vida humana, en el alma, pero
ahora que hemos sido salvos, debemos empezar a vivir por la
vida divina en nuestro espíritu.
¿Se dan cuenta por qué es tan necesario volvernos siempre
a nuestro espíritu? Ya que Cristo mora en nuestro espíritu, si
queremos establecer contacto con El, tenemos que volvernos a
nuestro espíritu. Antes de hacer o decir algo, o de ir a cual-
quier parte, debemos primero volvernos a nuestro espíritu. Si
aprendemos esta lección, veremos un gran cambio en nuestra
vida.
Cristo es el Espíritu divino, nosotros tenemos un espíritu
humano, y ambos se unen como un solo espíritu. ¡Esto es
en verdad maravilloso! Por consiguiente, al volvernos a
nuestro espíritu y ejercitarlo, podemos experimentar todo lo
que Cristo es para nosotros. En 1 Timoteo 4:7-8 el apóstol
Pablo nos insta a que nos ejercitemos para la piedad. Algunos
hermanos acostumbran hacer ejercicio diariamente para
42 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

mantener su cuerpo saludable. Esto es recomendable; aun el


apóstol Pablo dijo que el ejercicio corporal es provechoso, pero
sólo hasta cierto grado. Sin embargo, Pablo describe aquí otra
clase de ejercicio, el cual aprovecha para siempre, ¡no sólo
para esta vida sino por la eternidad! Por lo tanto, debemos
prestar atención a esta clase de ejercicio, a saber, al ejercicio
de nuestro espíritu.
¿Por qué decimos que ejercitarnos para la piedad equivale
a ejercitar nuestro espíritu? Consideremos esto primero
desde el punto de vista lógico. Pablo aquí está hablando de
dos clases de ejercicio: uno es el ejercicio de nuestro cuerpo,
y ¿cuál es el otro? ¿Se ref iere acaso al ejercicio de nuestra
mente, a una gimnasia psicológica que realizamos en nues-
tra alma? Creo que ya hemos tenido suf iciente de esta clase
de ejercicio en la escuela primaria, en la secundaria y en la
universidad. Desde nuestra niñez aprendimos a ejercitar
nuestra mente. Sabemos ejercitar bastante bien esta parte
de nuestro ser. Así que, además del ejercicio de nuestro
cuerpo y de nuestra mente, ¿qué otra clase de ejercicio necesi-
tamos? Debemos responder espontáneamente: el ejercicio de
nuestro espíritu.
Lo importante como cristianos no es que seamos muy
activos, sino qué es lo que nos mueve a actuar. Debemos pre-
guntarnos: ¿estoy actuando dirigido por el cuerpo, el alma o el
espíritu? Muchos hermanos y hermanas jamás ejercitan
su espíritu, sino que sólo usan su mente, emoción, voluntad
o su cuerpo f ísico. Muchas veces oramos, hablamos, discuti-
mos, leemos la Biblia, razonamos y debatimos, ejercitando
principalmente nuestra alma. ¡Incluso podemos citar las
Escrituras guiados por el alma! ¡Ya es hora de volvernos a
nuestro espíritu! ¡Debemos regresar a él!
Por ejemplo, cuando acudimos al Señor en oración o
leemos la Palabra de Dios a f in de tener contacto con El, debe-
mos rechazar nuestra vida anímica —nuestros pensamientos,
sentimientos y resoluciones— y volvernos a nuestro espíritu
donde podemos tener contacto y comunión con el Señor. No
podemos acercarnos a Cristo mediante el ejercicio de nuestra
alma, pues El está en nuestro espíritu, no en nuestra alma.
Sólo cuando usamos nuestro espíritu podemos tener contacto
LA CLAVE PARA EXPERIMENTAR A CRISTO 43

con El. Por supuesto, el Señor no nos pide que renunciemos


def initivamente a las facultades propias de nuestra mente,
parte emotiva y voluntad. Ciertamente Dios mismo creó nues-
tra mente, parte emotiva y voluntad a f in de que las usemos
para Su gloria. Pero el Señor exige que desechemos el aspecto
adámico y corrupto de dichas facultades humanas, y que per-
mitamos que la vida de Cristo en nuestro espíritu controle
absolutamente nuestro ser. Nuestra mente, parte emotiva y
voluntad fueron dañadas a tal grado que el hombre natural
no puede tener contacto ni comunión con Dios. En 1 Corintios
2:14 dice: “Pero el hombre anímico no acepta las cosas que son
del Espíritu de Dios”. Esta es la razón por la que necesitamos
experimentar el nuevo nacimiento en nuestro espíritu (Jn.
3:6-7).
Antes de que fuéramos salvos nos encontrábamos total-
mente caídos. Vivíamos y nos movíamos por la vida anímica
caída, la cual se oponía por completo a Dios. No debemos per-
mitir que esta vida caída nos controle, sino que debemos vivir
dirigidos absolutamente por la vida divina que está en nuestro
espíritu. A partir del momento en que somos salvos, ya
no debemos depender más de nuestra vida anímica caída, sino
de la vida divina en nuestro espíritu, la cual debe ser la única
fuente de nuestro diario vivir. Por lo tanto, no es nuestra
mente, emoción y voluntad lo que debemos rechazar y anular;
sino más bien, debemos negar la vida del alma. Debemos
entender que esta vida natural y anímica ya fue puesta en
la cruz (Gá. 2:20; Ro. 6:6) y que ahora debemos tomar a Cristo
como nuestra vida. No obstante, las facultades de nuestra
alma seguirán siendo el instrumento que el Espíritu usa
para expresar al Señor.
También debemos entender claramente que debemos ejer-
citar nuestro espíritu en todo aspecto de nuestro diario vivir,
y no sólo cuando oramos o leemos la Palabra de Dios. Si usted
no tiene la conf irmación y el sentir de paz en su espíritu,
entonces debe detenerse en eso que está por hacer o decir, sin
ponerse a razonar si es bueno o malo. En lugar de preguntarse
si lo que va a hacer es bueno o malo, debe considerar si usted
está en el espíritu o en el alma. Debería preguntarse: “¿Estoy
haciendo esto dirigido por mí mismo o por el Señor?”. Cuando
44 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

usamos la expresión por el Señor no nos referimos al Señor de


una manera objetiva, sino subjetiva, pues El es el Espíritu
vivif icante mezclado con nuestro espíritu. De manera que,
debemos ejercitar nuestro espíritu en todo lugar y en todo
momento.
Es fácil distinguir la diferencia entre el cuerpo y el alma,
pero no es tan sencillo ver la diferencia entre el alma y el
espíritu. Creo que nos ayudaría mucho considerar el siguiente
ejemplo. Supongamos que uno ve algo que quiere comprar.
Cuanto más examina el artículo, más siente deseos de obte-
nerlo. Finalmente, se decide y lo compra. Su parte emotiva ha
sido ejercitada puesto que le gusta lo que ha comprado. Por
otra parte, también ha ejercitado su mente al examinar el
producto, y f inalmente ha ejercitado su voluntad al adqui-
rirlo. Por lo tanto, toda su alma se ha ejercitado. Sin embargo,
cuando va a comprarlo, algo en lo más profundo de su ser
protesta y se lo prohíbe. Este es el espíritu. El espíritu es la
parte más profunda del hombre. En todos los aspectos de
nuestro vivir debemos seguir dicho sentir interior.
¿No es verdad que la mayoría de los cristianos nos olvida-
mos de este indicador? Siempre estamos razonando en lo que
está bien y lo que está mal. Pensamos que si algo está mal, no
debemos hacerlo, y si algo está bien, entonces debemos
hacerlo. Este no es el camino que debemos seguir. El bien y el
mal forman parte de la enseñanza de la religión, y si nos
conducimos de acuerdo con la religión, entonces Cristo no
tiene ningún valor. Experimentar a Cristo y disfrutar la sal-
vación que Dios ha efectuado, es algo completamente distinto
de la religión; no es cuestión de hacer el bien o el mal, sino de
vivir en el alma o en el espíritu. El cristianismo entero ha
descuidado este indicador. Pero el Señor quiere recobrarlo
hoy, pues ésta es la “llave”, la clave o secreto del vivir del
creyente.
Por consiguiente, en todo lo que hagamos o digamos tene-
mos que discernir si estamos en el espíritu o en el alma. No es
un asunto de que algo sea correcto o incorrecto, bueno o malo,
sino de que provenga de Cristo o del yo, del espíritu o del
alma. Debemos discernir si toda nuestra vida y diario andar
se conduce o no en nuestro espíritu.
LA CLAVE PARA EXPERIMENTAR A CRISTO 45

En los cuatro evangelios —Mateo, Marcos, Lucas y Juan—


el Señor Jesús repetidas veces nos dice que debemos negar
nuestro yo y perder la vida del alma, esto es, la vida anímica
(Mt. 16:24-26; Mr. 8:35; Lc. 9:23-25; Jn. 12:25). Luego, en las
epístolas, de nuevo nos dice que andemos, vivamos, oremos y
hagamos todas las cosas en el espíritu (Hch. 17:16; Ro. 1:9;
Ro. 12:11; 1 Co. 16:18; 1 P. 3:4; Ef. 6:18; Ap. 1:10). Por lo tanto,
debemos permanecer siempre en nuestro espíritu.
Cuando una persona ejercita su espíritu, el Espíritu de
Dios puede moverse y fluir libremente en él. Pero esto consti-
tuye una verdadera batalla, ya que Satanás sabe que si todos
los creyentes liberamos nuestro espíritu, él será derrotado.
Por consiguiente, el enemigo procura sutilmente oprimir el
espíritu de los santos. Mientras él tenga éxito en esto, no
podremos avanzar. Así que, tenemos que pelear esta batalla.
Es preciso que aprendamos a ejercitar y liberar nuestro espí-
ritu en todo momento y en todo lugar. Ya sea en privado o en
público, debemos siempre ejercitar nuestro espíritu.
En conclusión, debemos estar conscientes de que Cristo es
el Espíritu que mora en nuestro espíritu. Además, debemos
conocer la diferencia entre el espíritu y el alma, al punto que
neguemos nuestro yo anímico y sigamos al Señor en nuestro
espíritu. Cuando cooperamos con nuestro espíritu de esta
manera, Cristo ocupará el primer lugar en nuestra vida. De
esta forma, experimentaremos a Cristo en nuestro espíritu y
aprenderemos a aplicarlo en todo nuestro vivir.
DOS SIERVOS DEL SEÑOR

Agradecemos al Señor que el ministerio que Watchman


Nee y su colaborador Witness Lee rindieron al Cuerpo de
Cristo ha sido de bendición por más de ochenta años para los
hijos del Señor en todos los continentes de la tierra. Sus escri-
tos han sido traducidos a muchos idiomas. Y, puesto que
nuestros lectores nos han hecho muchas preguntas con res-
pecto a Watchman Nee y Witness Lee, a manera de respuesta
hemos querido presentarles esta breve reseña biográf ica
sobre la vida y la obra de estos dos hermanos.

Watchman Nee
Watchman Nee recibió a Cristo a los diecisiete años de
edad. Su ministerio es muy conocido entre los creyentes
de todo el mundo que buscan más del Señor. Sus escritos han
sido de gran ayuda para muchos de ellos, especialmente en lo
concerniente a la vida espiritual y a la relación que existe
entre Cristo y Sus creyentes. No obstante, no muchos conocen
otro aspecto de igual importancia en su ministerio, en el cual
se enfatiza la práctica de la vida de iglesia y la edif icación del
Cuerpo de Cristo. De hecho, el hermano Nee es autor de
muchos libros, tanto acerca de la vida cristiana como acerca
de la vida de iglesia. Hasta el f inal de sus días, Watchman
Nee fue un don dado por el Señor para mostrarnos la revela-
ción hallada en la Palabra de Dios. Después de padecer
sufrimientos durante veinte años en una prisión en China, a la
que estuvo conf inado a causa de su fe en el Señor, nuestro
hermano murió en 1972 como un f iel testigo de Jesucristo.

Witness Lee
Witness Lee fue el colaborador más cercano que tuvo
Watchman Nee y el que le mereció mayor conf ianza. En 1925,
a los diecinueve años de edad, Witness Lee experimentó una
48 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

dinámica regeneración espiritual y se consagró al Dios vivo


a f in de servirle. A partir de entonces, se dedicó a estudiar la
Biblia intensivamente. En los primeros siete años de su vida
cristiana fue grandemente influenciado por la Asamblea de
los hermanos de Plymouth. Después, conoció a Watchman
Nee y durante los siguientes diecisiete años, hasta 1949, fue
colaborador del hermano Nee en China. Durante la segunda
guerra mundial, cuando Japón invadió a China, Witness Lee
fue encarcelado por los japoneses y sufrió por causa de su f iel
servicio al Señor. El ministerio y la obra de estos dos siervos
del Señor trajo un gran avivamiento entre los cristianos de
China, resultando en la propagación del evangelio por todo
el país, así como en la edif icación de cientos de iglesias.
En 1949 Watchman Nee congregó a todos los colaborado-
res que servían con él en China y, en tal ocasión, encargó a
Witness Lee la continuación del ministerio mas allá de las
fronteras de China continental, en la isla de Taiwan. En los
años que siguieron, la bendición de Dios sobre la obra en
Taiwan y el sudeste de Asia hizo que se establecieran más de
cien iglesias en esa región.
A comienzos de 1960, Witness Lee fue dirigido por el Señor
a radicarse en los Estados Unidos, donde ministró y laboró
para el benef icio de los hijos del Señor durante más de treinta
y cinco años. Vivió en la ciudad de Anaheim, en Califor-
nia, desde 1974 hasta que partió para estar con el Señor
en junio de 1997. A lo largo de sus años de servicio en los
Estados Unidos, el hermano Lee escribió más de 300 libros.
El ministerio de Witness Lee es particularmente benef i-
cioso para aquellos cristianos que buscan más del Señor y
anhelan conocer y experimentar más profundamente las ines-
crutables riquezas de Cristo. Al darnos acceso a la revelación
divina contenida en las Escrituras, el ministerio del hermano
Lee nos revela la manera de conocer a Cristo con miras a la
edif icación de la iglesia, la cual es Su Cuerpo, la plenitud de
Aquel que todo lo llena en todo. Todos los creyentes deben
participar en el ministerio de edif icar el Cuerpo de Cristo, a
f in de que el Cuerpo se edif ique a sí mismo en amor. Sólo si se
lleva a cabo dicha edif icación se podrá cumplir el propósito
del Señor, y así podremos satisfacer el anhelo de Su corazón.
DOS SIERVOS DEL SEÑOR 49

La característica principal del ministerio de ambos herma-


nos yace en que ellos enseñaron la verdad basados en la
palabra pura de la Biblia.
A continuación, detallamos brevemente las principales
creencias que profesaron Watchman Nee y Witness Lee:
1. La Santa Biblia es la revelación divina, completa e infa-
lible, dada por el aliento de Dios y cuyas palabras fueron
inspiradas por el Espíritu Santo.
2. Hay un único Dios, a saber, el Dios Triuno: el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo coexisten simultáneamente y moran
el Uno en el Otro desde la eternidad hasta la eternidad.
3. El Hijo de Dios, quien es Dios mismo, a f in de ser nues-
tro Redentor y Salvador, se encarnó al hacerse un hombre
llamado Jesús, el cual nació de la virgen María.
4. Jesús, quien es un auténtico ser humano, vivió en la
tierra por treinta y tres años y medio con el f in de dar a cono-
cer a Dios el Padre a los hombres.
5. Jesús, el Cristo ungido por Dios con Su Espíritu Santo,
murió en la cruz por nuestros pecados y derramó Su sangre
para efectuar nuestra redención.
6. Jesucristo, después de permanecer tres días en el sepul-
cro, fue levantado de entre los muertos y cuarenta días
después El ascendió al cielo, donde Dios le hizo Señor de todos.
7. Cristo, después de Su ascensión, derramó el Espíritu de
Dios sobre Sus escogidos, Sus miembros, bautizándolos en un
solo Cuerpo. Dicho Espíritu se mueve en la tierra hoy con el
propósito de convencer a los pecadores de sus pecados, rege-
nerar al pueblo escogido de Dios impartiéndoles la vida
divina, morar en los que creen en Cristo para que ellos crez-
can en la vida divina y edif icar el Cuerpo de Cristo, con miras
a que Cristo obtenga Su plena expresión.
8. Cristo, al f inal de la era presente, regresará para arre-
batar a Sus creyentes, juzgar al mundo, tomar posesión de la
tierra y establecer Su reino eterno.
9. Los santos vencedores reinarán con Cristo durante el
reino milenario, y todos los que creen en Cristo participarán
de las bendiciones divinas en la Nueva Jerusalén, en el cielo
nuevo y la tierra nueva por toda la eternidad.
Política de distribución
Living Stream Ministry se complace en hacer
disponibles gratuitamente las versiones electrónicas de
estos siete libros. Esperamos que muchos lean estos
libros en su totalidad y se sientan en libertad de
referírselos a otros. Les rogamos que a fin de conservar
el orden limite a su uso personal la impresión de estos
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alguna a otro lugar. Si desea hacer copias adicionales de
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se respeten todos los avisos de derechos de autor
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ser reproducida o trasmitida por ningún medio —gráf ico, electró-
nico o mecánico, lo cual incluye fotocopiado, grabación o sistemas
informáticos— sin el consentimiento escrito del editor.

Edición para distribución masiva, agosto del 2003.

ISBN 0-7363-2223-X

Traducido del inglés


Título original: Basic Elements of the Christian Life, vol. 2
(Spanish Translation)

Véase la última página para obtener información


acerca de la distribución de esta literatura en su región.

Publicado por
Living Stream Ministry
2431 W. La Palma Ave., Anaheim, CA 92801 U.S.A.
P. O. Box 2121, Anaheim, CA 92814 U.S.A.
CONTENIDO

Título Página

Prefacio 5

1 Un tiempo con el Señor 7

2 Una manera sencilla de tocar al Señor 15

3 Un abismo llama a otro abismo 21

Dos siervos del Señor 29


PREFACIO

Este libro se compone de tres capítulos, los cuales presen-


tan algunos elementos básicos de la vida cristiana.
Este material ha sido publicado anteriormente como tres
folletos separados: Un tiempo con el Señor y Una manera sen-
cilla de tocar al Señor, por Witness Lee, y Un abismo llama a
otro abismo, por Watchman Nee.
CAPITULO UNO

UN TIEMPO CON EL SEÑOR

En su libro sobre la oración, Andrew Murray habla de una


pregunta formulada por el presidente de una conferencia de
ministros: “Todos los que oren treinta minutos cada día, levan-
ten la mano”. De toda aquella congregación, ¡sólo uno levantó
la mano! Luego el presidente pidió que levantaran la mano
todos los que oraban quince minutos diariamente. La mitad
levantó la mano. Cuando preguntó quién oraba cinco minutos
diariamente, el resto levantó la mano. ¿No es ésta la situación
entre nosotros hoy? Todos debemos hacernos personalmente
esta pregunta: “¿Cuánto tiempo paso diariamente con el
Señor?”. La necesidad más prevaleciente entre los cristianos
hoy es pasar cierta cantidad de tiempo cada día leyendo y
orando en la presencia del Señor.
En la esfera f ísica diariamente necesitamos emplear
tiempo para obtener la nutrición f ísica al comer el alimento
f ísico. ¡Cuánto más tiempo necesitamos emplear para obte-
ner la nutrición espiritual al comer el alimento espiritual!
Conforme a la situación actual casi todos los cristianos saben
cómo estudiar, memorizar, meditar y escudriñar las Escri-
turas para recibir conocimiento, pero muy pocos saben cómo
ir a la Palabra de Dios para disfrutar al Señor y nutrirse
espiritualmente.
Dios vive en nosotros; por tanto, necesitamos reservar
algún tiempo cada día con el f in de ir a la Palabra de Dios
para disfrutarle a El, alimentarnos de El y recibir la nutrición
espiritual. Por las experiencias y los testimonios de otros, es
claro que necesitamos pasar por lo menos treinta minutos con
el Señor cada día para tener contacto con El y ser fortalecidos
por El. Durante este tiempo necesitamos leer y orar, y esto no
8 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

se puede hacer adecuadamente en diez minutos. Se necesita


un tiempo más largo para leer y orar adecuadamente. Aun
media hora para leer y orar es muy poco tiempo, pero con segu-
ridad podemos emplear media hora cada día con el Señor para
orar-leer Su Palabra, y el mejor tiempo para hacer esto es en
la mañana.
Durante estos treinta minutos debemos olvidarnos de todo:
conocimiento, mensajes, actividades, obra, etc. Debemos olvi-
dar todo esto y poner toda nuestra atención en pasar un
tiempo apropiado y adecuado en la presencia del Señor. Como
hijos de Dios, ésta es la primera y principal experiencia diaria
en la cual todos los cristianos deben introducirse. Por lo menos
durante treinta minutos cada día, debemos aprender a no
ejercitar demasiado nuestra mente, sino simplemente ejerci-
tar nuestro espíritu en orar-leer. Es imposible que algún
cristiano que emplee diariamente menos de treinta minutos
en la presencia del Señor sea adecuadamente espiritual y
sano. Este es un principio f ijo. ¿Puede alguien estar saluda-
ble si no come diariamente?
Si hacemos esto por un período de tiempo, el Señor efec-
tuará un gran cambio en nosotros. Nuestra experiencia de
Cristo se profundizará y con el tiempo podremos influir más
en otros. Toda la situación entre nosotros cambiará radical-
mente, no por enseñanza, estudio ni exhortación, sino al tener
contacto con el Señor.
Debemos pagar el precio y emplear este tiempo con el
Señor por el bien de nuestro crecimiento espiritual. En las
mañanas no debemos quedarnos soñolientamente en nues-
tras camas tanto tiempo. Watchman Nee una vez nos dijo que
si amamos nuestra cama, no podemos amar al Señor. Hay una
verdadera batalla en todos nosotros entre escoger al Señor o
escoger nuestra cama.
Si por la misericordia y la gracia del Señor determinamos
emplear diariamente más tiempo en la presencia del Señor,
¿qué haremos? ¿Con qué medios podemos tocar la Palabra
de Dios para disfrutarla y ser nutridos? Debemos aprender
a hacer solamente una cosa: debemos mezclar nuestra lectura
de la Biblia con oración. Debemos tener contacto con el Señor
mezclando nuestra lectura de la Biblia con la oración, y
UN TIEMPO CON EL SEÑOR 9

mezclando nuestra oración con la lectura. Es por esto que


hemos usado una nueva palabra: orar-leer. Debemos orar-leer
la Palabra.
Primero comience ofreciendo espontáneamente una ora-
ción corta al Señor. Luego abra su Biblia y empiece a leer.
Mientras usted lee, responda espontáneamente al Señor con
lo que lea. No lea muchos versículos, tal como un párrafo largo
o una sección larga, antes de orar. Mientras lee, responda al
Señor con oración.
No trate de hacer oraciones largas, ni ore por muchas
cosas, pidiendo al Señor que haga algo por usted. Simple-
mente aprenda a orar con las palabras que lea. La oración
valiosa, la oración que hace contacto con el Señor, es decir o
expresar lo que está respondiendo dentro de usted mientras
lee la Palabra.
Estos treinta minutos diarios no deben ser empleados
en pedir al Señor que haga muchas cosas, sino simplemente en
permanecer en comunión con El disfrutándole. Cuanto más le
disfrutemos, más El será complacido. Si le pedimos que haga
esto y aquello, El dirá: “Hijo necio, es innecesario que me
pidas que haga todas estas cosas. Yo puedo cuidar de eso; tú
solamente debes disfrutarme”.
En el Nuevo Testamento, el Señor Jesús habla de la Pala-
bra de Dios como el alimento espiritual: “Mas El respondió y
dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4). Toda pala-
bra que procede de la boca de Dios es el alimento espiritual
que nos nutre. Las Escrituras revelan por lo menos tres casos
de aquellos que comieron la Palabra de Dios. Uno es Jere-
mías, que dijo: “Fueron halladas tus palabra, y yo las comí…”
(Jer. 15:16). Esta declaración no es conforme a nuestro con-
cepto humano. Si no estuviera escrita en la Biblia, nunca
habríamos pensado que debemos comer la Palabra de Dios.
Puede ser que digamos que debemos aprender con respecto a
la Palabra y estudiar la Palabra. Cuando mucho diríamos que
debemos recibir la Palabra de Dios. ¡Pero nunca usaríamos la
palabra “comer”! Jeremías comió la Palabra de Dios. Esto
quiere decir que recibió la Palabra dentro de sí, la asimiló y la
hizo parte de sí mismo.
10 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

En el mismo versículo Jeremías también dijo: “…Tu pala-


bra me fue por gozo y por alegría de mi corazón”. Esto es una
especie de disfrute. La Palabra, después de ser comida, se con-
virtió en gozo y también en alegría. El gozo se experimenta
adentro, y la alegría se expresa afuera. La Palabra de Dios es
un disfrute; después que la ingerimos y la asimilamos dentro
de nuestro propio ser, se convierte en gozo por dentro y en ale-
gría por fuera.
Hay también algunos otros versículos que nos revelan
este mismo pensamiento. David dijo: “¡Cuán dulces son a mi
paladar tus palabras! Más dulces que la miel a mi boca”
(Sal. 119:103). La Palabra es un disfrute, y aun es más dulce y
más agradable que la miel a nuestro paladar. En todos estos
versículos nos damos cuenta de que la Palabra de Dios no sólo
sirve para que la aprendamos, sino, aún más, para que la sabo-
reemos, comamos, disfrutemos y digiramos.
Luego en 1 Pedro 2:2-3 vemos que comer la Palabra es
gustar del Señor. “Desead como niños recién nacidos, la leche
de la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcáis
para salvación, si es que habéis gustado lo bueno que es el
Señor”. En el versículo dos está el comer de la Palabra, y en
el versículo tres, gustar del Señor. Cuando comemos la Pala-
bra de Dios como nuestra alimentación espiritual, gustamos
del Señor. Por lo tanto, como Jeremías, debemos comer la
Palabra; entonces disfrutaremos al Señor y seremos nutridos
espiritualmente.
Otro versículo importante es 1 Timoteo 4:6b: “…Serás
buen ministro de Cristo Jesús, nutrido con las palabras de
la fe”. Quizás usted ha estado por muchos años en el cristia-
nismo. ¿Ha pensado alguna vez que debe ser nutrido con la
Palabra de Dios? Generalmente, siempre pensamos que debe-
mos ser “enseñados” en la Palabra, por la Palabra y con la
Palabra. ¿Pero cuántos cristianos se han f ijado en la palabra
“nutrido”? ¿Y cuántos alguna vez han oído un mensaje que dé
énfasis a la importancia de ser nutridos con la Palabra?
Pero el concepto del apóstol Pablo era que la Palabra de
Dios es alimento para nutrir a los hijos de Dios. Debemos ser
nutridos con la Palabra, y no simplemente enseñados. ¡Ala-
bado sea el Señor, nutridos! ¡Aleluya, debemos ser nutridos
UN TIEMPO CON EL SEÑOR 11

con la Palabra, y no sólo enseñados con las letras! El énfasis


de Pablo no es que se nos debe enseñar conocimiento, sino que
debemos ser nutridos con las riquezas de la Palabra.
¿Cuál es nuestra intención cuando leemos las Escrituras?
¿No ha sido nuestra intención por muchos años saber, apren-
der o entender algo? Nuestro concepto ha sido que la Biblia es
un libro de enseñanzas, un libro lleno de doctrinas. Así vini-
mos a la Palabra con la intención de comprender y saber algo.
Sin embargo, no solamente debemos ejercitar nuestra mente
maravillosa con nuestro entendimiento misterioso, para enten-
der la Palabra de Dios. Debemos olvidarnos de esto. No debemos
valorar nuestra mente ni apreciar tanto nuestro entendimiento.
Necesitamos considerarnos ciegos y aun necios, yendo con sen-
cillez a la Palabra ejercitando nuestro espíritu para orar-leer.
¡Olvidémonos de la manera vieja y tradicional!
Si no sabemos cómo orar-leer, oraremos de la siguiente
manera: Primero nos levantaremos temprano por la mañana,
sintiendo que debemos orar. Entonces trataremos de orar así:
“Señor, te agradezco que eres tan bueno … que me has dado paz
… que me has protegido de toda clase de peligros…”. Luego
repentinamente recordamos que estamos a punto de viajar a
alguna parte: “Oh, estoy a punto de viajar … Señor, concédeme
misericordias en mi viaje … protégeme de un accidente en auto-
móvil…”. Después de más vacilación, continuamos: “Tengo un
amigo en Vietnam … Señor, acuérdate de él … recuerda a San-
tiago en Vietnam … también a Juan en Alemania Occidental …
Señor, Juan está allí … él necesita Tu protección…”.
Debemos responder honradamente. ¿Qué hace esta clase
de oración por nosotros? De esta manera ora la mayoría de los
cristianos. ¿Pero reciben alguna alimentación? ¿Ganan algo
que los haga estar llenos de gozo por dentro y regocijo por
fuera? ¡No!
Esta es la forma correcta: Primero, vaya a la Biblia para
orar-leer. No hay necesidad de que cierre los ojos. Mantenga
los ojos en la Palabra mientras ore. En los sesenta y seis
libros de la Biblia no podemos encontrar ni un versículo que
nos diga que debemos orar con nuestros ojos cerrados. Pero
hay un versículo que dice que Jesús levantó los ojos a los
cielos, diciendo: “Padre…” (Jn. 17:1). ¡El estaba mirando al
12 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

cielo mientras oraba! No quisiéramos discutir de manera doc-


trinal, pero debemos darnos cuenta de que no es necesario
cerrar nuestros ojos para orar. Simplemente mire la página
impresa que dice: “En el principio…”. Entonces con sus ojos
sobre la Palabra y orando desde lo más profundo de su ser
diga: “Oh Señor, ‘En el principio…’ Señor, te alabo que ‘en el
principio era la Palabra’. Aunque no sé qué es la Palabra, allí
estaba la Palabra. ¡Te alabo, Señor! ‘¡En el principio!’ ¡Ale-
luya! ‘¡En el Principio!’ Oh Señor, ‘En el principio era la
Palabra, y la Palabra era con Dios, y la Palabra era Dios’”.
Simplemente trate de orar de esta manera. Quizás se dirija a
otro versículo: “Ahora, pues, ninguna condenación hay”. “Oh
Señor, ‘Ahora ninguna condenación hay’. Oh Señor, ‘Ahora
ninguna condenación’. Amén. ‘Ahora’. Oh Señor. ‘Ahora’.
¡Amén! ‘Ahora, ninguna condenación’. ¡Alabado sea el Señor!
¡Aleluya! Ninguna condenación’”, etc.
Mientras estamos orando-leyendo, no es necesario que com-
pongamos frases ni creemos una oración. Simplemente ore-lea
la Palabra. Ore las palabras de la Biblia exactamente como
aparecen. ¡Con el tiempo, verá que toda la Biblia es un libro de
oración! No sólo el “padrenuestro” es una oración, sino que
toda la Biblia es una oración. Abra en cualquier página,
cualquier línea o cualquier palabra de la Biblia, y empiece
a orar con esa porción de la Palabra. Si usted continúa
orando-leyendo de esta manera en la presencia del Señor por
treinta minutos, verá qué clase de iluminación, riego, alimen-
tación, refrigerio, fortalecimiento y satisfacción obtendrá.
¡De estos treinta minutos, obtendrá un desayuno espiritual que
durará todo el día!
Aunque puede ser que usted no entienda cierto pasaje,
aún así, se nutre, porque realmente hay algo de Dios en Su
Palabra. La Palabra de Dios es Su propio aliento (2 Ti. 3:16:
“Toda la Escritura es dada por el aliento de Dios”).
No trate sólo de aprender la Biblia. Tenemos que darnos
cuenta de que éste es un libro de vida y no un libro de conoci-
miento. Este libro es la corporif icación divina del Espíritu
viviente, y El es vida. La forma correcta no es sólo estudiar o
aprender, sino tocar la Palabra ejercitando nuestro espíritu
para orar-leer. Miles han comprobado que ésta es la manera
UN TIEMPO CON EL SEÑOR 13

correcta. Esta manera de ir a la Biblia ha revolucionado


sus vidas. Si usted lo prueba durante cinco mañanas, usted
también será cambiado. Todo su concepto acerca de la Biblia
cambiará radicalmente. Puede ser que al principio no fun-
cione muy bien, pero con la práctica, tocará al Espíritu
viviente.
Lo que la iglesia necesita hoy no es más conocimiento ni
enseñanzas, sino alimentación, y la forma en que el Señor nutre
a Su Cuerpo es por Su Palabra. El Señor anhela tener una
manera de nutrirnos y de convertirse en nuestro disfrute. El
orar-leer le da esa manera. Por esta clase de oración, todas
las riquezas de Cristo serán introducidas en nosotros y serán
forjadas dentro de nosotros. Ninguna enseñanza, o doctrina o
conocimiento puede forjar a Cristo dentro de nosotros hasta ese
punto; sólo esta forma de orar puede hacerlo. Por lo tanto, todos
nosotros debemos aprender a orar de esta manera. Con el
tiempo, seremos sacados de nosotros mismos, y estaremos satu-
rados de Cristo e impregnados del Espíritu.
CAPITULO DOS

UNA MANERA SENCILLA DE TOCAR AL SEÑOR

Pablo en sus Epístolas nos revela clara y enfáticamente la


meta u objetivo máximo del andar cristiano: “A f in de cono-
cerle” (Fil. 3:10); “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21);
“Cristo, nuestra vida” (Col. 3:4). Por medio de estos versículos
podemos ver que la realidad y el punto central de la vida cris-
tiana es simplemente Cristo mismo.
Todos los cristianos, como personas que han nacido de Dios
y en quienes Cristo vive, deben ser llevados por la misericor-
dia del Señor, al punto que ya no estén totalmente empeñados
en estudiar acerca de Cristo, en hacer algo para Cristo o aun en
servir a Cristo, sino que estén en la realidad que se obtiene
al contactarle y experimentarle de manera viva día a día.
Romanos 5:10 testif ica: “Porque si siendo enemigos, fuimos
reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más,
estando reconciliados, seremos salvos en Su vida”. Este
“mucho más” debe ser más de Cristo. La experiencia de la sal-
vación inicial de un cristiano es en verdad maravillosa. El es
ahora uno que ha nacido de Dios, pero “mucho más” él ha de
ser salvo en la vida de Cristo. Cada persona que conoce a Cristo
como su Salvador puede y debe ser llevada a esta experiencia
de “mucho más”, la cual es entrar en la plenitud y la realidad de
una vida enteramente centrada en Cristo: experimentándole,
tocándole y disfrutándole momento a momento.

EFECTUO LA REDENCION

Hoy día el Señor se ha hecho disponible a todos los cristia-


nos para que ellos tengan contacto con El y le experimenten
de una manera plena y viviente. La Biblia nos revela que en
el principio Jesucristo era Dios (Jn. 1:1). Luego un día este
16 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

mismo Dios se hizo hombre para morar en la tierra (Jn. 1:14)


y efectuar la redención por todos. El estuvo entre nosotros
como el Cordero de Dios para que, por medio del derrama-
miento de Su sangre, participáramos de la redención (Ef. 1:7)
y fuéramos reconciliados con Dios. ¡Esto es verdaderamente
glorioso! Cristo se hizo hombre, vivió en la tierra treinta y tres
años y medio, y efectuó la redención de todos. Sin embargo, si
Cristo se hubiese detenido allí, ésta sería la suma de nuestra
experiencia cristiana. Todos podrían disfrutar del perdón de
los pecados, pero nadie podría ser salvo en Su vida. Nadie
podría tocarle ni experimentarle de una manera diaria y prác-
tica. ¿Entonces qué hizo Cristo para que cada cristiano entrara
en esta experiencia de “mucho más”? ¿Fue solamente crucif i-
cado y luego sepultado? ¿Ese fue el fin? ¡Tenemos que alabarle
porque hay mucho más!

EL ESPIRITU VIVIFICANTE

Poco antes de Su crucif ixión El dijo a Sus discípulos que


estaba con ellos, pero que iba a estar en ellos (Jn. 14:16-20).
¿Cómo podría efectuarse esto? Si Jesús sólo hubiera muerto y
hubiera sido sepultado y eso fuera el f inal, El nunca podría
haber entrado en Sus discípulos, ni entrar hoy en Su pueblo.
Pero, alabado sea el Señor, que tres días después de ser sepul-
tado, rompió las cadenas de la muerte y fue levantado de los
muertos. Así que hagamos la pregunta: ¿En qué forma está El
hoy? ¡El es el Espíritu! “Fue hecho . . . el postrer Adán [Cristo],
Espíritu vivif icante (1 Co. 15:45).
Jesús había dicho a Sus discípulos que El entraría en ellos;
por lo tanto, poco después de Su resurrección apareció delante
de ellos en un cuarto cuyas puertas estaban cerradas. El nunca
podría haber hecho esto si no fuera el Espíritu. Allí “sopló en
ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). En ese
momento Jesús, quien había estado con ellos y estaba fuera
de ellos, entró en ellos. Cristo nunca podría haber entrado en
Sus discípulos si no hubiera sido el Espíritu. “El Señor es el
Espíritu” (2 Co. 3:17), y todos los que han sido reconciliados con
Dios tienen a este Espíritu que da vida morando dentro de
ellos para ser su suministro abundante y todo lo que necesiten.
Ya que Cristo fue hecho el Espíritu y ha entrado en cada
UNA MANERA SENCILLA DE TOCAR AL SEÑOR 17

cristiano, ahora está muy disponible para ellos; es muy fácil


que tengan contacto con El, que le experimenten y le disfru-
ten. “Mucho más seremos … salvos en Su vida”.

INVOCAR AL SEÑOR

Todo esto es verdaderamente maravilloso, la maravilla de


las maravillas, que Cristo se hiciera hombre, efectuara la reden-
ción por nosotros, se hiciera el Espíritu y ahora haya entrado
en nosotros para ser nuestra vida y todo para nosotros; pero la
pregunta que debemos hacer ahora es ésta: ¿Cómo podemos
nosotros tocar y experimentar a Cristo de manera práctica
como nuestra propia vida momento a momento? El Señor nos
ha dado una manera sencilla. Todo lo que tenemos que hacer
es invocarle, y tocaremos a Aquél que es el suministro de vida.
En Romanos 10:12b-13 la Biblia dice: “Pues el mismo Señor es
Señor de todos y es rico para con todos los que le invocan;
porque: ‘Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será
salvo’”. Puede ser que en el pasado hayamos tenido el concepto
de que estos versículos eran solamente aplicables a una expe-
riencia inicial de la salvación; sin embargo, cada cristiano
también necesita experimentar una salvación diaria del
pecado, del yo, de la debilidad humana y de otras cosas negati-
vas. Por el lado positivo, también necesita un suministro
abundante del Señor para que le nutra y le fortalezca a f in de
que crezca en Cristo en todas las cosas. La manera de experi-
mentar esto es simplemente invocar al Señor. El es rico para
con todos los que le invocan. En 2 Timoteo 2:22 vemos que
Pablo insta a Timoteo a vivir la vida cristiana con los que de
corazón puro invocan al Señor.
Como lo dispuso Dios, Cristo debería ser real en la expe-
riencia del cristiano. También, esta experiencia debería ser un
testimonio para los que están en el mundo. ¿Cuál era el testi-
monio de los primeros cristianos? Ellos eran personas que
invocaban el nombre del Señor. Esto se nos muestra en Hechos
9:14, que declara que Pablo, antes de su conversión, perse-
guía a todos los que invocaban el nombre del Señor. A él le fue
dada autoridad de los principales sacerdotes para atar a todos
los que invocan Su nombre. En 1 Corintios 1:2 se reaf irma
18 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

esto, mostrándonos que los primeros cristianos invocaban el


nombre del Señor en todo lugar.
Muchos cristianos hoy en día han empezado a invocar
el nombre del Señor diariamente, a cada hora y momento a
momento de una manera práctica y sencilla. Han encontrado
con regocijo que el Señor es todo lo que necesitan y que pue-
den contactarle y tener comunión con El en cualquier momento
y en cualquier circunstancia, simplemente al invocarle desde
lo más profundo de su ser. Al invocar al Señor no deberíamos
hacerlo de manera objetiva, invocando al Cristo que mora en
los cielos, sino invocando al Cristo que es el Espíritu y que
mora en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22). Invocándole desde lo más
profundo de nuestro ser, sentiremos el fluir y la comunión de
Cristo dentro de nosotros.

LA VERDADERA ADORACION

“Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos ado-


radores adorarán al Padre en espíritu y con veracidad; porque
también el Padre tales adoradores busca que le adoren.
Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veraci-
dad es necesario que adoren” (Jn. 4:23-24). Se busca que para
cada cristiano esta adoración o comunión verdadera sea cons-
tante y viviente. En estos versículos, la verdadera adoración
no consiste en participar de ciertas reglas, formas, ritos o regla-
mentos y guardarlos, sino en invocar al Señor desde lo más
profundo de nuestro ser, teniendo contacto y comunión con
Jesucristo, quien es la verdad y la realidad. El deseo del Padre
para nosotros es que disfrutemos y participemos en esta
adoración verdadera al contactar y tener comunión con Su
Hijo todo el día y cada día. Ya sea en el trabajo, en la sala de
clases, al conducir el automóvil, al hablar con un amigo o en
reuniones con otros cristianos, Su deseo es que tengamos con-
tacto y comunión con nuestro Señor.
De nuevo tenemos que alabar y agradecer al Señor que no
solamente nos ha dicho que debemos invocarle, adorándole en
espíritu y con veracidad, sino que también nos ha dado una
manera muy práctica y sencilla de contactarlo para adorarlo
con veracidad. La Biblia nos da ejemplos claros para mostrar
que podemos adorar al Señor, tocándole y experimentándole,
UNA MANERA SENCILLA DE TOCAR AL SEÑOR 19

simplemente al invocar Su nombre. En Mateo 8:2 leemos: “Y


he aquí, se le acercó un leproso y le adoró, diciendo: Señor…”.
Luego en Mateo 15:25 leemos: “Pero ella vino y le adoró,
diciendo: ¡Señor…!”.
Estos versículos nos ayudan a ver que podemos adorar con
veracidad en cualquier lugar, en cualquier momento y en cual-
quier situación. Cualquiera que sea nuestra circunstancia
inmediata, podemos adorarle simplemente orando: “Oh Señor,
oh Señor”. Muchos cristianos están descubriendo que simple-
mente respirar Su nombre diciendo: “Oh Señor”, cuando son
tentados, están angustiados o simplemente desanimados, les
introduce en un contacto y comunión real con el Señor y les da
una liberación completa del yo, del pecado y del mundo.
Cuando clamamos al Señor desde lo más recóndito de nues-
tro ser, tenemos un profundo sentir interior de Cristo y de Su
vida fluyendo y moviéndose dentro de nosotros. En Salmos
encontramos que cuando los salmistas oraron al Señor clama-
ron: “Oh Señor”, más de 180 veces. En una ocasión un salmista
dijo: “Clamé con todo mi corazón; respóndeme, Jehová” (Sal.
119:145). En otra ocasión uno dijo: “Entonces invoqué el
nombre de Jehová, diciendo: Oh Jehová” (Sal. 116:4). Verdade-
ramente no es algo insignificante invocar al Señor; no obstante,
es muy sencillo y práctico. De esta manera podemos diaria-
mente, momento a momento, tocar y experimentar a Cristo
como nuestra satisfacción y gozo interiores.
La Biblia da otro ejemplo de verdadera adoración en Apo-
calipsis 19:4: “Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres
vivientes se postraron y adoraron a Dios, que ésta sentado en
el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya!”. En 2 Corintios 1:20 dice:
“Porque para cuantas promesas hay de Dios, en El está el Sí,
por lo cual también a través de El damos el Amén a Dios, para
la gloria de Dios, por medio de nosotros”. Y en Apocalipsis 3:14
encontramos que “Amén” es otro nombre dado a Cristo. Cuando
clamamos Amén desde lo más profundo de nuestro ser, sen-
timos que hemos tocado a Cristo precisamente como cuando
invocamos: “Oh Señor, oh Señor”, porque así como Su nombre
es Señor, así también Su nombre es Amén. Luego en 1 Cróni-
cas 16:36 vemos que al clamar “Amén”, verdaderamente
alabamos al Señor: “Bendito sea Jehová Dios de Israel, de
20 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

eternidad a eternidad. Y dijo todo el pueblo, Amén, y alabó a


Jehová”. Que nosotros clamemos “Amén” desde lo más pro-
fundo de nuestro ser, es invocar al Señor y tocarle.
“Aleluya” quiere decir “alabad al Señor”, es decir, “alabad
a Jehová”, y una y otra vez el salmista usó aleluya en su ado-
ración y su alabanza a Dios. Los últimos cinco salmos empiezan
y terminan con esta palabra celestial de adoración. También
encontramos esta palabra ofrecida en adoración a Dios en Apo-
calipsis 19:1, 3, 4, 6. Hoy todavía es igual. Podemos adorar y
tener comunión con nuestro Señor de la misma manera senci-
lla. Todo el día podemos clamar: “¡Oh Señor! ¡Amén! ¡Aleluya!”,
desde lo más profundo de nuestro ser.
En resumen, Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a esta tierra,
vivió como hombre, fue crucif icado por nuestros pecados, fue
sepultado, resucitó y se hizo el Espíritu que da vida. Cuando
creímos en El, El entró como el Espíritu en nuestro espíritu, la
parte más profunda de nuestro ser, para ser nuestra vida y
nuestro todo. Hoy, por ser el Espíritu, Cristo es como el aire
para nosotros: fresco y disponible. Cuando clamamos “¡Oh
Señor!” o “¡Amén!” o “¡Aleluya!”, le inhalamos como el aliento
que da vida, que nos suministra todas las riquezas de Sí
mismo. Hoy necesitamos respirar estas cuatro palabras como
nuestra oración y alabanza a Dios. Desde lo más profundo de
su ser simplemente respire: “Oh Señor”, “Amén”, “Aleluya”, y
probará la dulzura y la realidad de Cristo mismo. Empezará a
darse cuenta más y más de que Su vida es verdaderamente
una vida que nos salva. Hoy muchos cristianos han encon-
trado que le pueden conocer, que pueden ser introducidos en el
poder de Su resurrección, que pueden experimentar Su salva-
ción espontánea y que pueden andar en unidad con El,
invocando momento a momento: “¡Oh Señor, Amén, Aleluya!”.
CAPITULO TRES

UN ABISMO LLAMA A OTRO ABISMO

Lectura bíblica: Sal. 42:7; Mr. 4:5-6; Is. 39:1-6; 2 Co. 12:1-4;
Hch. 5:1-5
En Salmos 42:7 dice: “Un abismo llama a otro”. Solamente
el llamado de un abismo puede lograr que otro abismo res-
ponda. Lo superf icial no puede descender a los abismos ni
penetrar jamás a las partes más hondas, ya que lo profundo
sólo responde a lo profundo. Sólo lo que procede de lo más
íntimo de nuestro ser puede lograr una respuesta íntima.
Cuando escuchamos un mensaje, lo único que conmueve nues-
tro interior es lo que proviene del interior del que habla; si no
sale nada de lo profundo de su ser, la ayuda que recibimos es
superf icial. Debemos ver que la profundidad espiritual es cru-
cial, pues sólo lo que brote de allí podrá tocar lo profundo
del ser de otros. Si nuestro ser interior no recibe ayuda ni
benef icio, nunca brotará nada de él. Si queremos ayudar espi-
ritualmente a alguien, algo debe brotar de lo profundo de
nuestro ser. Si no cavamos profundo en nuestro interior, nunca
podremos llegar a nadie. A menos que nuestras palabras
salgan de lo más recóndito de nuestro ser, no tocaremos lo
profundo de otros. Podemos estimular sus emociones y pensa-
mientos; podemos hacer que lloren, se alegren o se conmuevan,
pero sólo “un abismo llama a otro”. Las expresiones superf i-
ciales nunca tocarán lo profundo de los demás.

TENER RAICES PROFUNDAS


En la parábola del sembrador encontramos el principio
que debemos seguir cuando predicamos el evangelio o recibi-
mos la palabra de Dios. Cuando el sembrador salió a sembrar,
parte de la semilla cayó junto al camino, otra en pedregales y
22 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

otra entre los espinos, pero otra cayó en buena tierra. Vemos
aquí las cuatro maneras en que el hombre recibe la palabra.
El Señor Jesús nos dice que uno de esos lugares es los pedre-
gales. Allí se ve la tierra en la superf icie, pero por debajo hay
muchas piedras. La semilla que cae en esta clase de terreno,
brota pronto, pero en cuanto sale el sol, se seca porque no tie-
ne raíz.
¿Qué es la raíz? Es la parte de la planta que crece bajo
la tierra. ¿Qué son las hojas? Es la parte que crece sobre la
tierra. Podemos decir que la raíz es la parte escondida de
la vida, mientras que las hojas son la vida manifestada. El
problema de muchos cristianos es que aunque tienen mucha
vida, muy poca se mantiene en secreto. En otras palabras, les
falta esa vida escondida. Ustedes han sido cristianos por años,
pero ¿cuánto de esa vida se mantiene en secreto y cuánto de ella
es evidente? Ustedes dan mucho énfasis al trabajo. Por supuesto,
las buenas acciones son importantes, pero aparte de esa expre-
sión de su vida, ¿cuánto de esa vida se mantiene escondida? Si
toda la vida espiritual de uno está expuesta, entonces uno no
tiene raíces. ¿Están sus virtudes manifestadas ante los hom-
bres, o hay algo que ellos no conocen? Si todas sus experiencias
son manif iestas, esto indica que su crecimiento es externo
y que carece de crecimiento interno. Si éste es el caso, usted es
una persona que tiene hojas, pero no tiene raíces, así que se
encuentra en la superf icie.
Como creyentes necesitamos aprender lo que signif ica el
Cuerpo de Cristo, y debemos practicar la vida del Cuerpo.
Además, debemos saber que la vida que el Señor le da a cada
miembro de Su Cuerpo, es individual. Por ello, usted debe
guardar en secreto esa porción personal que El le dio; de no ser
así, esa porción perderá su carácter específ ico, y no podrá
ser útil para el Señor. Si usted pone al descubierto aquello
que se le ha dado específ icamente, se marchitará.
El mensaje que el Señor Jesús dio en el monte fue extraor-
dinario. El dijo allí: “Vosotros sois la luz del mundo. Una
ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder” (Mt.
5:14). Es algo totalmente al descubierto. Pero en otro lado dijo:
“Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace
tu derecha, para que sea tu limosna en secreto ... cuando ores,
UN ABISMO LLAMA A OTRO ABISMO 23

entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que


está en secreto...” (Mt. 6:3-4, 6). Esto indica que, por un lado, si
usted es cristiano, debe confesar su fe de forma pública; y
por otro, ciertas virtudes cristianas se deben guardar de la
vista pública. El creyente que exhibe todas sus virtudes y
no reserva nada en lo profundo de su ser, no tiene raíces; y no
podrá permanecer f irme cuando lleguen las pruebas y las
tentaciones.
Hace muchos años que somos hijos de Dios; quiera el
Señor abrir nuestros ojos y mostrarnos hasta qué punto nues-
tras experiencias han estado escondidas de la vista pública.
¿Cuántas de esas experiencias quedarían si se eliminara lo
que ya se ha hecho público? Que el Señor se forje en nosotros,
de modo que podamos tener raíces.

EXPERIENCIAS PROFUNDAS

Pablo dijo en su carta a los corintios: “Es necesario glo-


riarse, aunque ciertamente no conviene...” (2 Co. 12:1). El
admitió que escribir lo que nos presenta en 2 Corintios 12
“no conviene”. Pero por causa de otros, se vio obligado a hablar
de las visiones y revelaciones que el Señor le había dado. Her-
manos, ésta debe ser nuestra actitud. Muchos de nosotros
no podemos pasar la prueba al recibir visiones y revelacio-
nes, porque tan pronto tenemos una pequeña experiencia,
tocamos trompeta y todos se enteran. Si Pablo sabía que no le
era de provecho mencionar sus visiones y revelaciones, ¿por
qué lo hizo? Porque se vio forzado a hacerlo ya que algunos
dudaban de su apostolado, y por los problemas que existían
acerca del fundamento de la fe cristiana.
¿Dio Pablo a conocer todas las revelaciones que recibió? De
ninguna manera. El escribió: “Conozco a un hombre [ref irién-
dose a sí mismo] en Cristo, que hace catorce años (si en el
cuerpo, no lo sé; o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue
arrebatado hasta el tercer cielo” (2 Co. 12:2). Por catorce años
él no habló de esta experiencia. ¡Qué profundidad había en
Pablo! Sería asombroso si nosotros ocultáramos por lo menos
siete años alguna revelación dada por Dios. Sin embargo,
Pablo por catorce años no divulgó su experiencia; en catorce
años la iglesia de Dios no supo nada al respecto; ni siquiera
24 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

los apóstoles habían oído de ello. Pablo tenía raíces muy


profundas.
Algunas personas le dirían: “Pablo, háblanos de esa expe-
riencia que tuviste hace catorce años en el tercer cielo. Nos
ayudaría mucho conocer los detalles”. Pero Pablo solamente
dijo: “Conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo,
no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al Paraíso, donde oyó
palabras inefables que no le es dado al hombre expresar”
(vs. 3-4). Hasta hoy esta experiencia de Pablo no ha salido a la
luz y sigue siendo un misterio.
Hermanos, este asunto de tener raíces es de suma impor-
tancia. Si desean que su obra sea como la de Pablo, deben
tener raíces como las de Pablo; si desean tener la conducta de
Pablo, necesitan tener la vida interior de Pablo; y si anhelan
tener el poder que se manifestó en él, entonces necesitan tener
las experiencias secretas de Pablo. El problema de los cristia-
nos de hoy es que no pueden tener alguna experiencia espiritual
o especial, sin revelarla de inmediato. Tan pronto como obtie-
nen una pequeña experiencia, corren a contarla. Viven una vida
pública; no hay nada guardado en su interior; no tienen raíces.
Quiera Dios mostrarnos la experiencia de Pablo y guiarnos a
tener tal profundidad.

UNA VIDA SUPERFICIAL

Isaías 39 narra la ocasión cuando el rey de Babilonia reci-


bió la noticia de que Ezequías había estado enfermo y que ya
se había recuperado; envió mensajeros con cartas y presentes
para él. Ezequías, quien había recibido mucha gracia de Dios,
no pasó la prueba de la gracia. La palabra de Dios dice: “Y se
regocijó con ellos Ezequías, y les mostró la casa de su tesoro,
plata y oro, especias, ungüentos preciosos, toda su casa de
armas, y todo lo que se hallaba en sus tesoros...” (v. 2). Eze-
quías no pudo resistir la tentación de mostrar todo lo que
poseía. Apenas fue sanado milagrosamente de su enfermedad
y se sintió autosuf iciente, actuó con arrogancia. Después de
todo, a ninguna otra persona que fue sanada se le dio la asom-
brosa señal de hacer retroceder diez grados la sombra del sol
(Is. 38:8). En su gozo, Ezequías mostró todos sus tesoros, lo
cual revela que no había sido quebrantado por la cruz. Su vida
UN ABISMO LLAMA A OTRO ABISMO 25

natural no fue eliminada y, como consecuencia, todas sus raíces


quedaron al descubierto. Todo su conocimiento y todas las
riquezas que acumuló, se lo mostró a los babilonios. Debido al
despliegue que hizo, Isaías le dijo: “Oye palabra de Jehová de
los ejércitos: He aquí vienen días en que será llevado a Babilo-
nia todo lo que hay en tu casa, y lo que tus padres han
atesorado hasta hoy; ninguna cosa quedará, dice Jehová”
(39:5-6). Aquello que mostremos a los demás, lo perderemos. La
medida de vida que exhibamos, será la medida de vida que se
nos escapará. Este es un asunto muy solemne y requiere toda
nuestra atención.
Lamentablemente, muchas personas no pueden abstenerse
de revelar sus experiencias, dándolas a conocer para deleitar
su corazón, que fue lo que hizo Ezequías al mostrar sus tesoros.
En una ocasión un hermano dijo: “Cuando algunos herma-
nos dieron sus testimonios acerca de la manera en que Dios
los sanó, yo también quise enfermarme, aunque no de algo
serio, para poder testif icar en la siguiente reunión que Dios
me sanó”. El único motivo de este hermano era tener algo
qué testif icar. Quería tener esa experiencia únicamente para
tener algo de qué hablar. Vivir de modo superf icial impide que
progresemos espiritualmente.

TESTIFICAR SIN EXHIBIRSE

¿Signif ica esto que no debemos testif icar? Por supuesto


que debemos hacerlo. Pablo lo hizo, y los hijos de Dios lo han
hecho por generaciones. Pero testif icar es una cosa, y compla-
cerse en exhibir nuestras experiencias es otra. ¿Cuál es nuestro
verdadero motivo al testif icar? ¿Es que otros sean ayudados
o simplemente nos gusta ser vistos? Deleitarnos en oír nuestra
propia voz y desear ayudar a otros son dos cosas totalmente
diferentes. ¿Testif icamos sólo porque tenemos algún problema
del cual hablar? Un testimonio no es algo que contamos en la
conversación de sobremesa. Cuando hablamos vanamente,
perdemos riquezas espirituales. Cuando el Señor en verdad
nos lo indique, debemos testif icar, procurando ayudar a los
demás. Pablo testif icó en 2 Corintios 12 lo que había experi-
mentado catorce años antes. El ocultó su experiencia durante
catorce años, y nadie supo nada al respecto. Aun cuando habló
26 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

de ello, no lo reveló todo. El mencionó el hecho, pero no dio


ningún detalle. Unicamente habló del hecho de que había
tenido una revelación en la que oyó palabras inefables que no
le era dado al hombre expresar, y no dijo las palabras que oyó.
Hasta el día de hoy, el tercer cielo es un misterio y todavía
no sabemos cómo es.
Hermanos, ¿cuáles son nuestros tesoros? ¿Cuál es el oro, la
plata, las especias, los ungüentos y las cosas preciosas que
tenemos? ¿Cuál es nuestro arsenal? Debemos recordar que el
oro representa todo lo que es de Dios y que la plata se rela-
ciona con la redención efectuada en la cruz; las especias son el
resultado de nuestras heridas; las cosas preciosas son todo lo
que se relaciona con el reino; y el arsenal es la obra del Señor,
la cual recibimos de Dios y del Señor Jesús. Esto no es doc-
trina, enseñanzas bíblicas ni teología; es lo que hemos adquirido
en nuestra comunión con el Señor. Cuando tenemos comunión
con Dios y nos comunicamos con El, adquirimos muchas cosas.
No está bien hablar libremente de estos tesoros. Esto no signi-
fica que no debamos testificar, sino que muchas de estas
experiencias deben permanecer escondidas. Hermanos, éste
es un asunto crucial en la vida cristiana. Muchas de nuestras
experiencias espirituales deben guardarse en secreto.
El Señor Jesús en algunas ocasiones dio Su testimonio,
pero nunca habló más de lo necesario. Una cosa es dar testi-
monio, y otra muy distinta ser locuaz. En muchas ocasiones el
Señor pedía a quienes sanaba que no lo dijeran a nadie. Esta
orden se repite constantemente en el evangelio de Marcos. En
una ocasión el Señor le dijo a cierta persona: “Vete a tu casa, a
los tuyos, y cuéntales cuánto el Señor ha hecho por ti, y cómo
ha tenido misericordia de ti” (Mr. 5:19). Es apropiado hablar
de las grandes cosas que el Señor ha hecho por nosotros, pero
no debemos publicarlas, como si se tratara de noticias; lo único
que esto hace es poner en evidencia el hecho de que no tene-
mos raíces. No tener raíces es no tener ningún tesoro; es no
tener vida ni experiencias secretas. Es esencial que algunas
de nuestras experiencias permanezcan guardadas en secreto;
revelarlo todo, equivale a perderlo todo.
Recordemos además que si mostramos todos nuestros
tesoros, no podremos evitar ser llevados en cautiverio. La
UN ABISMO LLAMA A OTRO ABISMO 27

muerte y la exhibición van juntas. Cuando testif icamos, debe-


mos ser como Pablo, el cual aunque se vio obligado a gloriarse,
dijo: “Ciertamente no conviene” (2 Co. 12:1). Con frecuencia el
ataque de Satanás se presenta cuando el hombre se exhibe.
Cualquier clase de exhibición acarrea pérdida. Muchos cre-
yentes, cuando son sanados, testif ican para la gloria de Dios,
pero la mayoría de estos testimonios no glorif ican a Dios, sino
que exaltan la fe del que testif ica. Como resultado, la enfer-
medad regresa. Después de que estas personas dan sus
testimonios, son atacadas de nuevo por la misma enfermedad.
Esto nos muestra que Dios abriga a aquellos que mantienen
sus raíces ocultas, mas no a los que las exhiben; éstos quedan
expuestos a ser atacados. Si Dios nos guía a testif icar, debe-
mos hacerlo, teniendo en cuenta que hay muchas cosas que
debemos guardar. Dios protege lo que guardamos ante El y lo
que sólo nosotros disfrutamos personalmente.
Este mismo principio se aplica a nuestra labor. Por la
gracia y la misericordia de Dios, El ha realizado algunas
obras por medio de nosotros, pero debemos recordar que
Sus obras no son noticias, ni propaganda. Si uno divulga lo
que Dios hace en uno, inmediatamente sentirá que la muerte
viene sobre lo que uno ha experimentado, y se va desvane-
ciendo a medida que uno lo exhibe. En 2 Samuel 24
encontramos que cuando David censó a los hijos de Israel,
la muerte vino sobre ellos. Dios nos libre de exhibir lo que
tenemos.
Cualquier secreto que tengamos con el Señor, debemos
reservarlo. Sólo debemos actuar según las instrucciones que
Dios nos da. Debemos revelar algo sólo si interiormente somos
guiados a hacerlo. Si Dios quiere que compartamos alguna
experiencia con un hermano, debemos hacerlo, pues de lo con-
trario violaríamos una ley de los miembros del Cuerpo de
Cristo, que es la comunión. Si reprimimos esta ley, el fluir se
detendrá. Debemos tener una actitud positiva y ministrar vida
a los demás. Pero si constantemente acaparamos la atención,
entonces la locuacidad y la exhibición nos harán vulnerables a
los ataques del enemigo. Espero que conozcamos el Cuerpo de
Cristo y el fluir de vida entre sus miembros; pero también qui-
siera que aprendiéramos a guardar nuestra porción secreta
28 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

delante del Señor, es decir, esas experiencias que nadie conoce.


No debemos sacar a la luz ninguna raíz.
A medida que ganamos profundidad y extendemos nues-
tras raíces, descubriremos que “un abismo llama a otro”.
Cuando extraemos riquezas de lo más profundo de nuestro
ser, vemos que otras vidas son profundamente afectadas. En
el momento que toquemos nuestro ser interior, otros creyen-
tes recibirán ayuda y serán iluminados. Se darán cuenta de
que hay algo más profundo de lo que pueden entender. Cuan-
do lo profundo que hay en nosotros de uno toca lo profundo de
otra persona, ella responde. Si nuestra vida no tiene profun-
didad, nuestra obra será superf icial y el efecto que tenga en
los demás también será superf icial. Repitamos esto de nuevo:
sólo “un abismo llama a otro abismo”.
DOS SIERVOS DEL SEÑOR

Agradecemos al Señor que el ministerio que Watchman


Nee y su colaborador Witness Lee rindieron al Cuerpo de
Cristo ha sido de bendición por más de ochenta años para los
hijos del Señor en todos los continentes de la tierra. Sus escri-
tos han sido traducidos a muchos idiomas. Y, puesto que
nuestros lectores nos han hecho muchas preguntas con res-
pecto a Watchman Nee y Witness Lee, a manera de respuesta
hemos querido presentarles esta breve reseña biográf ica
sobre la vida y la obra de estos dos hermanos.

Watchman Nee
Watchman Nee recibió a Cristo a los diecisiete años de
edad. Su ministerio es muy conocido entre los creyentes
de todo el mundo que buscan más del Señor. Sus escritos han
sido de gran ayuda para muchos de ellos, especialmente en lo
concerniente a la vida espiritual y a la relación que existe
entre Cristo y Sus creyentes. No obstante, no muchos conocen
otro aspecto de igual importancia en su ministerio, en el cual
se enfatiza la práctica de la vida de iglesia y la edif icación del
Cuerpo de Cristo. De hecho, el hermano Nee es autor de
muchos libros, tanto acerca de la vida cristiana como acerca
de la vida de iglesia. Hasta el f inal de sus días, Watchman
Nee fue un don dado por el Señor para mostrarnos la revela-
ción hallada en la Palabra de Dios. Después de padecer
sufrimientos durante veinte años en una prisión en China, a la
que estuvo conf inado a causa de su fe en el Señor, nuestro
hermano murió en 1972 como un f iel testigo de Jesucristo.

Witness Lee
Witness Lee fue el colaborador más cercano que tuvo
Watchman Nee y el que le mereció mayor conf ianza. En 1925,
a los diecinueve años de edad, Witness Lee experimentó una
30 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

dinámica regeneración espiritual y se consagró al Dios vivo


a f in de servirle. A partir de entonces, se dedicó a estudiar la
Biblia intensivamente. En los primeros siete años de su vida
cristiana fue grandemente influenciado por la Asamblea de
los hermanos de Plymouth. Después, conoció a Watchman
Nee y durante los siguientes diecisiete años, hasta 1949, fue
colaborador del hermano Nee en China. Durante la segunda
guerra mundial, cuando Japón invadió a China, Witness Lee
fue encarcelado por los japoneses y sufrió por causa de su f iel
servicio al Señor. El ministerio y la obra de estos dos siervos
del Señor trajo un gran avivamiento entre los cristianos de
China, resultando en la propagación del evangelio por todo
el país, así como en la edif icación de cientos de iglesias.
En 1949 Watchman Nee congregó a todos los colaborado-
res que servían con él en China y, en tal ocasión, encargó a
Witness Lee la continuación del ministerio mas allá de las
fronteras de China continental, en la isla de Taiwan. En los
años que siguieron, la bendición de Dios sobre la obra en
Taiwan y el sudeste de Asia hizo que se establecieran más de
cien iglesias en esa región.
A comienzos de 1960, Witness Lee fue dirigido por el Señor
a radicarse en los Estados Unidos, donde ministró y laboró
para el benef icio de los hijos del Señor durante más de treinta
y cinco años. Vivió en la ciudad de Anaheim, en Califor-
nia, desde 1974 hasta que partió para estar con el Señor
en junio de 1997. A lo largo de sus años de servicio en los
Estados Unidos, el hermano Lee escribió más de 300 libros.
El ministerio de Witness Lee es particularmente benef i-
cioso para aquellos cristianos que buscan más del Señor y
anhelan conocer y experimentar más profundamente las ines-
crutables riquezas de Cristo. Al darnos acceso a la revelación
divina contenida en las Escrituras, el ministerio del hermano
Lee nos revela la manera de conocer a Cristo con miras a la
edif icación de la iglesia, la cual es Su Cuerpo, la plenitud de
Aquel que todo lo llena en todo. Todos los creyentes deben
participar en el ministerio de edif icar el Cuerpo de Cristo, a
f in de que el Cuerpo se edif ique a sí mismo en amor. Sólo si se
lleva a cabo dicha edif icación se podrá cumplir el propósito
del Señor, y así podremos satisfacer el anhelo de Su corazón.
DOS SIERVOS DEL SEÑOR 31

La característica principal del ministerio de ambos herma-


nos yace en que ellos enseñaron la verdad basados en la
palabra pura de la Biblia.
A continuación, detallamos brevemente las principales
creencias que profesaron Watchman Nee y Witness Lee:
1. La Santa Biblia es la revelación divina, completa e infa-
lible, dada por el aliento de Dios y cuyas palabras fueron
inspiradas por el Espíritu Santo.
2. Hay un único Dios, a saber, el Dios Triuno: el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo coexisten simultáneamente y moran
el Uno en el Otro desde la eternidad hasta la eternidad.
3. El Hijo de Dios, quien es Dios mismo, a f in de ser nues-
tro Redentor y Salvador, se encarnó al hacerse un hombre
llamado Jesús, el cual nació de la virgen María.
4. Jesús, quien es un auténtico ser humano, vivió en la
tierra por treinta y tres años y medio con el f in de dar a cono-
cer a Dios el Padre a los hombres.
5. Jesús, el Cristo ungido por Dios con Su Espíritu Santo,
murió en la cruz por nuestros pecados y derramó Su sangre
para efectuar nuestra redención.
6. Jesucristo, después de permanecer tres días en el sepul-
cro, fue levantado de entre los muertos y cuarenta días
después El ascendió al cielo, donde Dios le hizo Señor de todos.
7. Cristo, después de Su ascensión, derramó el Espíritu de
Dios sobre Sus escogidos, Sus miembros, bautizándolos en un
solo Cuerpo. Dicho Espíritu se mueve en la tierra hoy con el
propósito de convencer a los pecadores de sus pecados, rege-
nerar al pueblo escogido de Dios impartiéndoles la vida
divina, morar en los que creen en Cristo para que ellos crez-
can en la vida divina y edif icar el Cuerpo de Cristo, con miras
a que Cristo obtenga Su plena expresión.
8. Cristo, al f inal de la era presente, regresará para arre-
batar a Sus creyentes, juzgar al mundo, tomar posesión de la
tierra y establecer Su reino eterno.
9. Los santos vencedores reinarán con Cristo durante el
reino milenario, y todos los que creen en Cristo participarán
de las bendiciones divinas en la Nueva Jerusalén, en el cielo
nuevo y la tierra nueva por toda la eternidad.
Política de distribución
Living Stream Ministry se complace en hacer
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libros en su totalidad y se sientan en libertad de
referírselos a otros. Les rogamos que a fin de conservar
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ser reproducida o trasmitida por ningún medio —gráf ico, electró-
nico o mecánico, lo cual incluye fotocopiado, grabación o sistemas
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Edición para distribución masiva, agosto del 2003.

ISBN 0-7363-2224-8

Traducido del inglés


Título original: Basic Elements of the Christian Life, vol. 3
(Spanish Translation)

Véase la última página para obtener información


acerca de la distribución de esta literatura en su región.

Publicado por
Living Stream Ministry
2431 W. La Palma Ave., Anaheim, CA 92801 U.S.A.
P. O. Box 2121, Anaheim, CA 92814 U.S.A.
CONTENIDO

Título Página

Prefacio 5

1 Dos principios relacionados con el modo de vivir:


vivir según la vida o según el bien y el mal 7

2 La manera en que se edif ica la iglesia 25

3 Orar-leer la Palabra 37

Dos siervos del Señor 45


PREFACIO

Este libro se compone de tres capítulos, los cuales presen-


tan algunos elementos básicos de la vida cristiana.
Este material ha sido publicado anteriormente como tres
folletos separados: Dos principios relacionados con el modo de
vivir, por Watchman Nee y La manera en que se edifica la
iglesia y Orar-leer la Palabra, por Witness Lee.
CAPITULO UNO

DOS PRINCIPIOS
RELACIONADOS CON EL MODO DE VIVIR:
VIVIR SEGUN LA VIDA
O SEGUN EL BIEN Y EL MAL

“Porque por fe andamos, no por vista” (2 Co. 5:7).


“Y he aquí se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con
El” (Mt. 17:3).
“Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo”
(v. 8).
“A El oíd” (v. 5b).
“Yo en muy poco tengo el ser examinado por vosotros, o por
tribunal humano; y ni aun yo me examino a mí mismo. Porque
no estoy consciente de nada en contra mía, pero no por eso soy
justif icado; pero el que me examina es el Señor” (1 Co. 4:3-4).
“El árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la cien-
cia del bien y del mal” (Gn. 2:9b).
“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol
del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del
bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres,
ciertamente morirás” (vs. 16-17). (La expresión del bien y del
mal conlleva el signif icado de lo que es correcto o incorrecto,
bueno o malo, con respecto a la conducta.)
Cuando Dios creó al hombre, tuvo en cuenta que éste necesi-
taría alimentarse. Darle vida fue sólo el comienzo; ahora, debía
sustentar esa vida a base de alimentos. Puesto que el hombre
era un ser vivo, Dios tenía que proveerle algún medio para su
subsistencia. El hombre no sólo necesita vida, sino también
un modo de sustentar esa vida. Dios deseaba que el hombre
llegase a depender de El para su subsistencia, de la misma
manera en que dependería de los alimentos. “Porque en El
8 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

vivimos, y nos movemos, y somos” (Hch. 17:28). Por esta


razón, Dios nos habla usando una parábola, la de los dos árbo-
les: el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y
del mal. Estos dos árboles nos muestran en f igura que el
hombre puede vivir por dos tipos de alimento: o por la vida, o
por el conocimiento del bien y el mal. Muchas personas han
leído acerca de los dos árboles en Génesis 2, pero quisiéramos
recalcar que estos dos árboles fueron colocados allí para mos-
trarnos que los hombres, y en particular los cristianos,
pueden vivir regidos por dos principios diferentes, a saber: el
principio del bien y del mal, o el principio de la vida divina.
Algunos cristianos toman el conocimiento de lo bueno y lo
malo como la norma de su vida, mientras que otros toman
como su norma la vida divina.
Quisiéramos examinar delante de Dios estos dos princi-
pios que rigen la vida del hombre. ¿Qué signif ica que una
persona viva según el principio del bien y del mal? ¿En qué
consiste vivir conforme a la vida divina? Muchas personas
sólo son gobernadas por el principio del árbol del conoci-
miento del bien y el mal, otras se guían por el principio del
árbol de la vida, y aun otras viven regidas por ambos princi-
pios. La Palabra de Dios nos dice que el que coma del árbol del
conocimiento del bien y del mal ciertamente morirá, y que
el que coma del árbol de la vida vivirá. Dios también nos
muestra que todo el que viva por el conocimiento del bien y
del mal, no podrá vivir delante de El. Si alguien quiere vivir
siempre delante de Dios, entonces necesita saber lo que signi-
f ica comer del fruto del árbol de la vida.

DOS PRINCIPIOS
RELACIONADOS CON LA VIDA CRISTIANA

Quisiera añadir otro principio relacionado con el modo de


vivir: el principio del pecado. Podemos decir que todos los
seres humanos viven conforme a cualquiera de estos tres
principios: viven gobernados por el pecado, o viven goberna-
dos por el conocimiento de lo bueno y lo malo, o viven guiados
por la vida divina.
¿Qué signif ica esto? Es muy sencillo. Muchas personas
viven en la tierra siguiendo la concupiscencia de su carne.
DOS PRINCIPIOS 9

Son hijos de ira, llevados por la corriente de este mundo, y


viven y se conducen según los espíritus malignos que operan
en su corazón. Por lo tanto, el principio por el cual viven es el
principio del pecado (Ef. 2:1-3). En esta ocasión no hablare-
mos de este principio, porque creo que ya muchos entre
nosotros lo hemos dejado. Lo que estudiaremos hoy no está
relacionado con el principio del pecado. Los dos árboles repre-
sentan dos principios que rigen la manera en que vivimos.
Hay algunas personas que, después de llegar a ser cristianas,
se rigen por el principio de escoger entre lo bueno y lo malo,
mientras que otras son gobernadas por el principio de la vida.
Al hablar de este asunto, doy por sentado que ya
hemos dejado atrás el principio del pecado y que ahora anda-
mos delante de Dios. Si examinamos un poco este asunto, nos
daremos cuenta de que hay personas que viven según el prin-
cipio del bien y del mal, es decir, según lo que es bueno o malo
con respecto a la conducta. Recordemos que la vida cristiana
no consiste en saber escoger entre el bien y el mal, ni en con-
ducirse según ciertas normas de conducta, sino en ser guiados
por la vida divina. El cristianismo se relaciona con la vida de
Dios, no con el bien y el mal; y se centra en dicha vida, no en
discernir entre lo bueno y lo malo. Tenemos muchos hermanos
y hermanas jóvenes entre nosotros. Cuando ustedes acepta-
ron al Señor Jesús y recibieron una vida nueva, obtuvieron
algo maravilloso en su interior. Recibieron otro principio que
gobernaría el modo en que ustedes vivirían. Sin embargo, si
ustedes ignoran este principio, en lugar de ser regidos por la
vida divina, vivirán según el principio del bien y del mal.

LO QUE SIGNIFICA SEGUIR EL PRINCIPIO


DEL BIEN Y DEL MAL

¿En qué consiste el principio del bien y del mal? Si nuestra


conducta es gobernada por el principio del bien y del mal,
entonces, cada vez que vayamos a tomar una decisión, nos
preguntaremos si lo que vamos a hacer es bueno o malo. Por
ejemplo, podríamos preguntarnos: “¿Está bien o mal que haga
esto?”. Cuando nos hacemos esta pregunta, en efecto nos pre-
guntamos si tenemos razón o no al hacerlo. Muchas personas
entran en razonamientos tratando de determinar si algo es
10 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

bueno o malo. Examinan meticulosamente lo que van a hacer


para saber si les está permitido hacerlo. Se preguntan: “¿Es
correcto que haga esto?”. Como cristianos que son, ellos exa-
minan cuidadosamente sus acciones tratando de determinar
si lo que van a hacer es bueno y justo; por conducirse de esta
manera, se consideran a sí mismos como buenos cristianos.
La Palabra de Dios dice: “Mas del árbol de la ciencia del
bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres,
ciertamente morirás” (Gn. 2:17). La práctica que mencionamos
anteriormente no es otra cosa que discernir entre el bien y
el mal; no es nada más que decidir hacer o no hacer cier-
tas cosas: decidimos hacer lo bueno y rechazamos hacer lo
malo. No obstante, esto es ajeno a la vida cristiana. El cristia-
nismo no tiene preceptos externos de lo que es bueno y malo;
no tiene normas establecidas. Aunque usted escoja lo bueno y
rechace lo malo, esto no tiene nada que ver con el cristia-
nismo. Este tipo de práctica pertenece al Antiguo Testamento,
a la ley, a las religiones del mundo, a las normas morales y a
la ética humana, pero no al cristianismo.

EL CRISTIANISMO SE BASA EN LA VIDA DIVINA

¿En qué consiste el cristianismo? Primeramente tiene que


ver con la vida de Dios, y no con el hecho de preguntarnos si
algo es bueno o malo. La vida cristiana consiste en consultar
con la vida divina que está en nosotros cada vez que vayamos
a hacer algo. ¿Qué nos dice la nueva vida que Dios nos ha
dado? Es muy extraño que muchos sólo presten atención a una
norma externa, la norma de lo que es bueno y malo. Pero Dios
no nos ha dado una norma externa. El cristianismo no cuenta
con otros Diez Mandamientos; no nos conduce a un nuevo
Sinaí ni nos da una nueva serie de reglas o preceptos de
“harás esto” o “no harás aquello”. La vida cristiana no nos
exige que determinemos si lo que vamos a hacer es bueno o
malo. Antes bien, se trata de que en cualquier cosa que vaya-
mos a emprender, estemos atentos a la vida divina que está
en nosotros, la cual reacciona y nos habla interiormente.
Si nos sentimos tranquilos en nuestro interior, si sentimos
que la vida de Dios está fluyendo internamente, si nos senti-
mos f irmes interiormente y percibimos la unción, entonces
DOS PRINCIPIOS 11

sabemos que tenemos la aprobación de la vida divina. Muchas


veces, cierta acción puede parecer buena y loable ante los
hombres, pero, contrario a lo que esperamos, la vida en nues-
tro interior comienza a enfriarse y a retraerse.
Debemos recordar que la Palabra de Dios dice que la vida
cristiana se basa en la vida que reside en nuestro interior, y
no en una norma externa que def ine lo que es bueno o malo.
Muchas personas mundanas, que aún no han sido salvas,
viven según la norma de vida más elevada que pueden alcan-
zar: el principio de escoger entre lo bueno y lo malo. No
obstante, si nosotros como cristianos vivimos según este
mismo principio, en nada nos diferenciamos de la gente
del mundo. Los cristianos y los incrédulos dif ieren en el sen-
tido de que los cristianos no se rigen por una norma ética ni
por una ley externa. Lo que nos preocupa no es la moralidad
ni los conceptos del hombre. No tratamos de determinar si
algo es bueno o malo según el criterio y las opiniones huma-
nas; en lugar de ello, nos hacemos esta pregunta: “¿Qué dice
al respecto la vida que mora en mi interior?”. Si sentimos que
la vida divina en nuestro interior se fortalece y se activa,
entonces podemos proceder; pero si percibimos que ésta
se enfría y se retrae, debemos detenernos. El principio por el
cual nos regimos opera dentro de nosotros, y no afuera. Éste
es el único y verdadero principio por el que debemos guiarnos;
todo otro principio es falso. Quizás otros digan que es correcto
hacer ciertas cosas y tal vez yo también tenga el mismo pare-
cer, pero ¿qué nos dice al respecto la vida en nuestro interior?
Es posible que la vida divina en nuestro interior no esté de
acuerdo. Si aun así llevamos a cabo dicho asunto, no recibire-
mos recompensa alguna, y si no lo hacemos, no debemos
sentirnos avergonzados, pues simplemente hemos dejado de
acatar normas externas a nosotros. Sólo podemos determinar
que algo es correcto cuando el Espíritu de Dios nos lo con-
f irma en nuestro interior. Si sentimos que la vida divina fluye
en nuestro interior, sabemos que lo que vamos a hacer es
correcto; pero, si no tenemos este sentir, se trata de algo inco-
rrecto. Lo que determina si algo es bueno o malo, correcto o
incorrecto, no es una norma externa a nosotros, sino la vida
que está en nuestro interior.
12 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

LA NORMA DE LA VIDA DIVINA ES MAS ELEVADA


QUE LA NORMA DE PROCURAR HACER EL BIEN

Una vez que tengamos claro este asunto, nos daremos


cuenta de que no sólo debemos repudiar todo lo malo, sino
también todo aquello que aparentemente sea bueno; los cris-
tianos sólo deben hacer lo que provenga de la vida divina. Así
que, podemos ver que existen cosas malas, cosas buenas y
también cosas que provienen de la vida divina. No estamos
diciendo que los cristianos sólo deban hacer lo bueno y todo lo
que provenga de la vida divina, sino que ellos no deben hacer
cosas buenas ni malas. Dios dijo: “Mas del árbol de la ciencia
del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comie-
res, ciertamente morirás”. Observemos que el bien y el mal se
presentan aquí como un solo camino, mientras que la vida
se presenta como otro camino. Por consiguiente, los cristianos
no sólo deben rechazar el mal, sino que también deben recha-
zar el bien, ya que existe una norma que está muy por encima
de la norma del bien, a saber: la norma de la vida divina.
Aunque ya he contado esta experiencia a muchos herma-
nos jóvenes, quisiera contarla de nuevo. Cuando empecé a
servir al Señor, procuraba diligentemente evitar todo lo malo
y hacer todo lo que fuera bueno. A los ojos de los hombres,
parecía gozar de un progreso espléndido en lo tocante a evitar
el mal y hacer el bien. Sin embargo, surgió un problema.
Puesto que yo me había propuesto hacer lo bueno y evitar lo
malo, quería tener claro si algo era correcto o incorrecto antes
de actuar. En ese entonces servía con otro hermano que era
dos años mayor que yo, con quien siempre estaba en desa-
cuerdo. Las diferencias que había entre nosotros no tenían
que ver con asuntos personales, sino con asuntos relacionados
con la obra, y nuestras discusiones eran públicas. Con fre-
cuencia me decía a mí mismo: “Lo que propone hacer ese
hermano está mal; si él insiste en hacerlo así, protestaré”. Sin
embargo, no importa cuánto protestara yo, él nunca accedía.
Su único argumento consistía en que él era dos años mayor
que yo. Este era un hecho que no podía refutar; si bien no
podía refutar este argumento, interiormente seguía en desa-
cuerdo. Le presenté mi caso a una hermana anciana que tenía
mucha experiencia en asuntos espirituales, y le pedí que
DOS PRINCIPIOS 13

juzgara la situación. Le pregunté: “¿Quién tiene la razón, él o


yo?”. En lugar de contestar si era él o era yo quien tenía la
razón, me respondió mirándome f ijamente a los ojos: “Debes
hacer lo que él te diga”. Yo quedé bastante insatisfecho con su
respuesta y pensé: “Si yo tengo razón, ¿por qué no puede reco-
nocer ella que es así? Y si estoy equivocado, ¿por qué no me
lo dice? ¿Por qué me dice que haga lo que él dice?”. Así que le
pedí que me diera una explicación. Ella respondió: “Porque en
el Señor, el menor debe someterse al mayor”. Le dije: “Pero
en el Señor, si el menor tiene la razón y el mayor está equivo-
cado, ¿debe el menor aún someterse al mayor?”. En aquel
entonces yo era estudiante de secundaria y, como no había
aprendido nada en cuanto a la disciplina, di rienda suelta a
mi enojo. Ella simplemente sonrió y me dijo nuevamente:
“Es mejor que hagas lo que él dice”.
En otra ocasión, algunas personas querían ser bautizadas,
y tres hermanos estuvimos encargados de este servicio. Yo era
el menor de los tres, luego seguía el hermano que era dos
años mayor que yo, y por último, el hermano Wu, que era
siete años mayor que el segundo. Entonces pensé: “Tú eres
dos años mayor que yo, y por eso siempre me ha tocado some-
terme a ti. Ahora quiero ver si te someterás al hermano Wu,
quien es mayor que tú”. Consideramos lo que íbamos a hacer,
pero él rehusó aceptar cualquier sugerencia que hiciera el
hermano Wu. En cada actividad que planeábamos, él insistía
en que se hicieran las cosas como él quería. Finalmente, nos
dijo: “Ustedes dos déjenme las cosas a mí; yo haré todo solo”.
Así que pensé: “¿Qué clase de lógica es ésta? El insiste en que
siempre le obedezca por ser mayor que yo, pero no está dis-
puesto a obedecer al que es mayor que él”. Inmediatamente
acudí a aquella hermana y le expliqué lo sucedido. Como no
prestó atención a quién tenía razón y quién no, me molesté,
y entonces ella, poniéndose en pie, me preguntó: “¿Acaso no
te has dado cuenta en qué consiste la vida de Cristo? Estos
últimos meses me has dicho que tú tienes la razón y que
tu hermano está equivocado. ¿Acaso no conoces el signif icado
de la cruz? A ti sólo te interesa saber quién está en lo correcto,
pero yo debo insistir en la vida de la cruz”. Yo había
estado insistiendo solamente en lo que era correcto o errado,
14 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

pero no había visto lo que era la vida divina ni la cruz. Así


que ella me preguntó: “¿Crees tú que estás obrando correcta-
mente al hacer esto? ¿Piensas que has tenido la razón al
hablar como lo has estado haciendo? ¿Te parece bien venir a
contarme todo esto? Conforme a la razón, estás en lo correcto,
pero quisiera saber cómo te sientes interiormente. ¿Cuál es tu
sentir interior?”. Tuve que admitir que aunque yo tenía la
razón desde el punto de vista humano, estaba equivoado
desde la perspectiva de la vida interior.
La norma de la vida cristiana emite su veredicto no sólo
sobre lo malo, sino también sobre lo que es bueno y correcto.
Muchas cosas son buenas según el criterio humano, pero la
norma divina las declara incorrectas porque carecen de
la vida divina. En aquella ocasión, recibí esta luz por primera
vez. Desde entonces comencé a preguntarme si la vida que lle-
vaba delante de Dios estaba regida por el principio de la vida
o por el principio de elegir entre lo bueno y lo malo. Comencé
a preguntarme: “¿Estoy haciendo esto simplemente porque es
correcto?”. La clave de todo lo que hemos venido diciendo es la
siguiente: aunque los demás digan que algo está bien y
aunque nosotros mismos pensemos que es correcto, debemos
preguntarnos, ¿se hace más fuerte el sentir de la vida del
Señor en nosotros o se desvanece? Al comenzar a llevar a cabo
dicha acción, ¿sentimos la unción o nos sentimos oprimidos?
Mientras realizamos tal acción, ¿tenemos un sentir cada
vez más def inido de que estamos avanzando en la debida
dirección o hay algo que nos dice que nos estamos desviando?
Recuerden que la vida divina no actúa basándose en normas
externas de lo que es bueno o malo. Debemos tomar nuestras
decisiones basándonos en el sentir de vida o muerte que ten-
gamos. Debemos prestar atención a si la vida divina dentro de
nosotros aumenta o disminuye. Ningún cristiano debe hacer
algo simplemente porque sea bueno y correcto. Debemos
consultar con el Señor, quien mora en nosotros. ¿Cuál es el
sentir que El nos da? ¿Nos sentimos gozosos interiormente
al hacer aquello? ¿Tenemos el gozo y la paz que provienen del
Espíritu? Esto es lo que ha de determinar el rumbo que
hemos de seguir en nuestra senda espiritual.
Mientras estuve de visita en Honor Oak, un hermano que
DOS PRINCIPIOS 15

se hospedaba allí conmigo criticaba constantemente todo lo


que se hacía en ese lugar. El había sido pastor y era un buen
predicador, y sabía que Honor Oak tenía mucho que ofrecer
espiritualmente; sin embargo, estaba en desacuerdo con
muchas cosas. Cada vez que nos encontrábamos, me decía que
el lugar de donde él venía era mucho mejor que Honor Oak.
Durante los dos o tres meses que estuvimos allí, sus criticas
sobrepasaron las de todos los demás. Un día se excedió y
entonces le pregunté: “Si le parece que Honor Oak no es un
buen lugar, ¿no sería mejor que se fuera? ¿Por qué sigue
aquí?”. El, entonces, señalando su corazón, dijo: “La razón
yace aquí; mi corazón no quiere irse. Cada vez que me dis-
pongo a marcharme, pierdo la paz en mi corazón. En cierta
ocasión me ausenté por dos semanas, pero tuve que pedir que
me permitieran regresar”. Le dije: “Hermano, ¿ha visto
que hay dos líneas de conducta, una determinada por la vida
y la otra por lo que considera bueno o malo?”. El respondió:
“He tratado de abandonar este lugar ya tres veces, pero cada
vez que intento irme, algo me lo impide interiormente. Siento
en mi interior que las cosas no se hacen bien aquí, pero tam-
bién siento que no es correcto que me vaya”. Dios le había
mostrado que si él había de recibir ayuda espiritual, tenía que
quedarse en ese lugar para tener un encuentro con Dios. Este
caso nos permite ver que no se trata de lo que nosotros poda-
mos concebir como bueno o malo. Al contrario, Dios usa Su
vida para dirigir a Sus hijos.

LOS FACTORES EXTERNOS


NO DEBEN REGIR NUESTRAS DECISIONES

El más grave error que cometen los hijos de Dios es el


de determinar si algo es bueno o malo basándose en lo que
ven. Muchas personas juzgan algo como bueno o malo según
la manera en que fueron criados o basándose en la experien-
cia que han acumulado con los años y, por eso, no saben lo que
es verdaderamente bueno o malo. Recordemos que la vida
cristiana se basa en la vida divina que reside en nuestro inte-
rior. Muchas personas, al relacionarse con Dios, solamente se
guían por factores externos y, basándose en ellos, determinan
si algo está bien o mal. Sin embargo, ser guiados por la vida es
16 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

algo totalmente distinto. Sólo aquellos que viven por la vida


divina saben lo que ésta es.
Espero que todos podamos ver este asunto delante de Dios:
ningún cristiano debe intentar determinar si algo es bueno o
malo independientemente de la vida divina. Todo aquello que
incremente la vida interior es correcto, y todo lo que la haga
disminuir es incorrecto. No debemos determinar si algo es
bueno o malo basándonos en normas externas.
Recuerdo haber ido a cierto lugar donde había un grupo de
hermanos que laboraba muy ef icazmente. Dios verdadera-
mente los estaba usando. Si ustedes me preguntaran si la
obra que ellos realizaban era perfecta o no, yo respondería
que había muchas cosas que se podían mejorar. Un día,
ellos me pidieron con mucha humildad que les hiciera notar
cualquier cosa que yo considerara incorrecta, y entonces les
hice algunas observaciones. En varias ocasiones me pidieron
que les ayudara de esta manera, pero no cambiaron nada.
¿Me molestó esto? En absoluto. Sólo una persona insensata se
molestaría, pero no alguien que conoce a Dios. Yo sólo podía
hacerles notar algunas cosas externas que necesitaban mejo-
rar, pero no podía ver lo que Dios estaba haciendo en su
interior. Yo no me atrevería a aconsejarle a Dios qué hacer en
las vidas de ellos.
En otro lugar que visité, los hermanos no predicaban el
evangelio. Ellos comentaron este asunto conmigo y me pre-
guntaron si yo pensaba que debían hacerlo. Les respondí:
“En términos doctrinales, ciertamente deberíamos predicar el
evangelio”. Ellos me informaron que estaban de acuerdo, pero
que lo sorprendente era que Dios no les había suministrado la
vida para hacerlo. Aquellos que conocen a Dios saben que
lo único que pueden hacer es ponerse a un lado y guardar
silencio, ya que la senda que deben seguir es Su misma vida, y
no la senda de escoger entre lo bueno y lo malo. La diferencia
entre estos dos principios es enorme. Hermanos y hermanas,
el contraste que vemos aquí es muy marcado. A muchas per-
sonas sólo les interesa saber si lo que van a hacer es bueno o
malo. Pero nosotros no debemos actuar basándonos en si algo
está bien o mal. Lo único que debemos preguntarnos es si la
vida divina que está en nosotros crece o mengua. Esto es
DOS PRINCIPIOS 17

lo que debe llevarnos a determinar el camino que debemos


seguir. Todas nuestras decisiones debemos tomarlas según lo
que nos muestre nuestro corazón.

“A EL OID”

En el monte de la transf iguración estaban presentes


Moisés, quien representaba la norma moral externa, y Elías,
quien representaba la norma humana externa (Mt. 17:3).
Todos sabemos que Moisés representa la ley y que Elías
representa a los profetas. Así que la norma de la ley estaba
allí, y también la norma de los profetas. En el Antiguo Testa-
mento, la ley y los profetas fueron el medio que Dios usó para
hablar, pero aquí fueron silenciados por Dios. Dios le dijo
a Pedro: “Este es Mi Hijo, el Amado … a El oíd” (v. 5).
La norma que hoy rige la vida cristiana ya no es la ley ni los
profetas, sino Cristo mismo, el Cristo que mora en nuestro
interior. Por tanto, lo que importa no es si tenemos la razón o
no, sino que la vida divina nos dé o no su aprobación. A
menudo, para nuestra sorpresa, percibimos que la vida inte-
rior desaprueba lo que nosotros aprobábamos. Cuando esto
ocurre, no podemos seguir insistiendo en lo que a nosotros nos
parece bien.

LA VIDA DIVINA DEBE SER SATISFECHA

Recuerdo el caso de dos hermanos, ambos cristianos, que


tenían un arrozal. Los arrozales requieren mucha agua. El
terreno de ellos estaba en una colina, y había otros cultivos en
un nivel más bajo. En el calor del día ellos acarreaban agua
para regar sus cultivos, y en la noche se iban a descansar.
Una noche mientras dormían, el vecino que tenía su campo
contiguo al de ellos en la parte baja, cavó una hoyo en el canal
de irrigación de estos hermanos para que el agua drenara
a su campo. A la mañana siguiente, los hermanos vieron
lo sucedido, pero no dijeron nada. Nuevamente llenaron de
agua sus canales de riego, y a la mañana siguiente vieron
que se había drenado otra vez el agua de su campo. Aun así,
no hubo ninguna protesta. Como eran cristianos, ellos pensa-
ban que debían sufrir el agravio en silencio. El ardid de los
vecinos se repitió siete noches consecutivas. Algunos les
18 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

sugirieron que vigilaran su campo por la noche para prender


al ladrón y golpearlo. Ellos no respondieron una palabra al
respecto y simplemente siguieron soportando el agravio
debido a que eran cristianos.
Uno pensaría que un cristiano que permita ser ultrajado
así sin pronunciar queja alguna, debería estar rebosando de
gozo, sintiéndose muy alegre y victorioso, incluso después
de haber acarreado el agua cada día para que más tarde se la
robaran. Lo extraño es que a pesar de haber acarreado el
agua durante el día y de haber guardado silencio mientras
otros la robaban, estos dos hermanos no tenían paz en su
corazón. Así que fueron a presentar el caso a un hermano que
tenía experiencia en la obra del Señor, y le dijeron: “No enten-
demos por qué no tenemos paz, aun después de haber estado
sufriendo este agravio durante siete u ocho días. Se supone
que los cristianos deben soportar el maltrato y permitir que
otros les roben. Sin embargo, aún no tenemos paz en nuestro
corazón”. Este hermano, que tenía mucha experiencia, les res-
pondió: “La razón es que no han hecho todo lo que deben hacer,
ni han soportado todo lo que deben soportar. Deben regar
primero los campos de la persona que les ha hurtado el agua
y después regar el de ustedes. Vayan a casa y hagan esto,
luego miren si su corazón halla reposo”. Ellos estuvieron de
acuerdo y se marcharon. Al día siguiente madrugaron más
que de costumbre y, antes de regar sus propios cultivos, abas-
tecieron de agua el campo del vecino que les quitaba el agua.
Lo extraño fue que mientras acarreaban el agua para su
vecino, comenzaron a experimentar cada vez más gozo.
Cuando comenzaron a traer el agua para su propio campo,
sus corazones estaban en perfecta paz. Ni siquiera la posibili-
dad de que sus vecinos les siguieran robando el agua les
quitaba la paz. Después de ver esto por dos o tres días,
el vecino que les había hurtado el agua vino a ofrecer discul-
pas, y después añadió: “Si en esto consiste el cristianismo,
quiero saber más al respecto”.
Si solamente nos guiáramos por lo bueno y lo malo, lo
correcto en este caso sería perseverar. ¿Qué más se le podía
pedir a alguien en semejantes circunstancias? Estos herma-
nos habían pasado todo el día acarreando agua, y no en un
DOS PRINCIPIOS 19

clima agradable sino bajo un intenso calor. No eran personas


educadas, sino simples campesinos. Habían hecho lo correcto
al sufrir el agravio. ¿Qué más podía uno pedirles que hicieran?
Sin embargo, no tenían paz en su interior. Este ejemplo nos
muestra qué es el camino de la vida. Este es el camino que
debemos tomar. El camino de discernir entre lo bueno y lo
malo es un camino diferente. El hombre considera que basta
con hacer lo bueno, pero Dios nos dice que solamente la vida
divina alcanza Su norma. Por lo tanto, no debemos detener-
nos hasta que sintamos paz y gozo en nuestro interior. En
esto radica la diferencia entre ser guiados por la vida y ser
guiados por lo que nos parece bueno o malo. Pareciera que
basta con hacer el bien y rechazar el mal, pero Dios no está
satisfecho si simplemente hacemos el bien. El exige que satis-
fagamos la norma de la vida divina.
¿Qué nos enseña el sermón del monte en Mateo 5—7? Nos
enseña que no es suf iciente hacer el bien. Debemos proceder
de tal manera que satisfagamos las exigencias de la vida que
Dios nos ha dado. Este es el contenido de Mateo 5—7, el
sermón del monte. Este sermón no nos dice que todo estará
bien siempre y cuando hagamos lo que es correcto. Las perso-
nas se preguntan por qué tienen que poner la otra mejilla
cuando alguien los golpea. Se preguntan: “¿Acaso no es suf i-
ciente quedarse callado cuando alguien lo golpea a uno? ¿No
es maravilloso que no reprendamos a quien nos abofetea y
que contengamos nuestro enojo? No obstante, Dios dice que
no es suf iciente agachar la cabeza y retirarnos cuando
alguien nos golpea, pues esto no satisface los requisitos de la
vida que mora en nuestro interior. Es preciso que también
pongamos la otra mejilla al que nos abofetea. Al hacer esto,
demostramos que no guardamos ningún resentimiento en
nuestro corazón. Es debido a que no estamos enojados que
podemos sufrir el mismo agravio por segunda vez. La vida
divina es humilde y perfectamente capaz de poner la otra
mejilla. Este es el camino que corresponde a la vida.
Muchos dicen que lo que Mateo 5—7 presenta es muy difícil
de practicar. Reconozco que es cierto. De hecho, es imposible
cumplir lo que dice Mateo 5—7. Si tratamos de hacerlo, mori-
remos en el intento, pues somos absolutamente incapaces de
20 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

cumplir esta palabra. Sin embargo, tenemos otra vida en


nosotros que nos dice que no estaremos satisfechos hasta que
hagamos todo lo que dice dicho pasaje. No importa cuánto
nos haya ofendido cierto hermano o hermana, a menos
que nos arrodillemos y oremos por dicha persona, no tendre-
mos gozo interiormente. Es muy loable sufrir el agravio en
silencio, pero si no practicamos lo que enseña el sermón del
monte, no tendremos gozo en nuestro interior. El sermón
del monte enseña que tenemos que satisfacer las exigencias
de la vida de Dios que está en nuestro interior. Cuando cum-
plimos dichas exigencias, la vida divina queda satisfecha,
liberada, en paz y llena de gozo. En esto se resume todo el
asunto: ¿andamos por el camino que corresponde a la vida o
por el camino que corresponde a lo correcto y lo incorrecto? Si
leemos la Palabra de Dios, veremos claramente que es erró-
neo tomar decisiones según el principio del bien y del mal, o
vivir y comportarnos según nuestra propia vida.

DEBE HABER PLENITUD DE VIDA


EN NUESTRO INTERIOR

A veces algún hermano actúa de manera insensata. Lo


correcto, en dado caso, sería exhortarlo o reprenderle severa-
mente. Tal vez nos digamos a nosotros mismos que él necesita
una buena reprimenda, y luego nos preparemos para confron-
tarlo. Después vamos a su casa y llamamos a la puerta, pero
justo en ese momento surge en nosotros la pregunta de si
lo que vamos a hacer está bien o mal. Es obvio que él actuó
neciamente, ¿qué más podríamos hacer, si no exhortarlo? Sin
embargo, mientras nos disponemos a tocar a la puerta, algo
interiormente nos detiene. Aunque estamos seguros de tener
la razón en lo que habíamos pensado hacer, nos damos cuenta
de que no se trata de lo que es bueno o malo, sino de lo que
la vida de Dios nos permite hacer. Es posible que al exhortar a
un hermano, él reciba nuestra exhortación cortésmente y pro-
meta hacer lo que Dios dice. Sin embargo, cuanto más
hablamos con él y le predicamos, más secos nos sentimos
interiormente. Finalmente, al volver a casa, ¡tenemos que
admitir que nos equivocamos al exhortar a ese hermano! Por
DOS PRINCIPIOS 21

consiguiente, no se trata del bien o del mal, sino de ser llenos


interiormente de la vida divina.
Quisiera darles otro ejemplo. Hace unos días, me encontré
con un hermano que estaba pasando por dif icultades econó-
micas y necesitaba ayuda. Pensé que debía ayudarlo, ya que
él no tenía posibilidad de recibir ayuda de ninguna parte. En
ese momento el dinero no me sobraba, así que me era un gran
sacrif icio ayudarlo. De hecho, esto estaba muy por encima de
mis limitaciones. Lo más apropiado en este caso era ayudarle,
así que debería sentirme gozoso de poder darle algún dinero.
Sin embargo, por alguna razón que no lograba explicar, me
sentí seco interiormente cuando le di el dinero. Una voz
interna me dijo: “Lo que acabas de hacer fue simplemente una
obra de caridad. No has actuado conforme a la vida divina,
sino según tu caballerosidad humana y bondad natural. No
obraste basándote en la vida divina, sino en tu yo”. Dios
no me había dicho que hiciera aquello. Este asunto me turbó
por dos o tres semanas. Así, pues, aunque le di el dinero al
hermano, al regresar a casa tuve que humillarme delante del
Señor, confesarle mi pecado y pedirle perdón.

NUESTRO VIVIR Y NUESTRAS ACCIONES


DEBEN SER DETERMINADAS POR LA VIDA DIVINA

Hermanos y hermanas, mientras vivimos delante de Dios,


nuestras acciones no deben ser determinadas por el bien o el
mal, sino por la vida que reside en nuestro interior. Vale la
pena hacer todo lo que esta vida nos pide que hagamos. Cual-
quier acción que realicemos independientemente de la vida
divina, por buena que sea, nos traerá condenación. El cris-
tiano no sólo debe arrepentirse delante de Dios por los
pecados que ha cometido; en muchas ocasiones deberá tam-
bién arrepentirse delante de Dios por sus buenas obras. El
principio que debe regir nuestro vivir no es el de discernir
entre el bien y el mal. Tenemos que acudir a Dios para poder
discernir lo que proviene de la vida y lo que proviene de la
muerte. Si sentimos que la vida divina se activa dentro de
nosotros y fluye, entonces sabemos que estamos haciendo lo
debido. Pero si ésta no se activa ni sentimos la unción en
nuestro interior, no nos debe importar lo correcto ni lo
22 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

incorrecto; más bien, debemos confesar nuestro pecado


delante de Dios y pedirle que nos perdone.
Pablo dijo que ni él mismo se examinaba a sí mismo, sino
que Dios era su juez (1 Co. 4:3-4). Muchas personas no entien-
den este pasaje de 1 Corintios. En realidad, la idea presentada
aquí es muy sencilla, pero si no conocemos la vida divina, es
muy dif ícil entender estos versículos. Si nos regimos por la
norma externa del bien y del mal, es muy fácil juzgar si lo que
vamos a hacer está bien o mal. Puesto que Pablo no actuaba
según dicha norma externa, lo único que podía decir era: “Ni
aun yo me examino a mí mismo. Porque no estoy consciente de
nada en contra mía, pero no por eso soy justif icado; pero el que
me examina es el Señor”. El que nos examina ante el tribunal
es el Señor, pero, además de esto, tenemos la vida divina que
nos guía interiormente. Por esta razón, Pablo dijo en 2 Corin-
tios 5:7: “Porque por fe andamos, no por vista”. Nosotros no
tomamos decisiones basándonos en una norma externa y visi-
ble, sino según la dirección que el Señor nos da en nuestro
interior.
Tenemos que aprender delante de Dios a no regirnos por
la norma de lo bueno y lo malo. No se trata de que esta norma
sea mala; de hecho es buena, pero no es lo suf icientemente
buena para un cristiano. La norma que rige a los cristianos
está muy por encima de la norma del bien y el mal. Por
supuesto, es incorrecto hacer lo malo, pero no siempre es
correcto hacer lo bueno. Si actuamos según la vida de Dios, El
nos mostrará que Sus exigencias sobrepasan las de las leyes
humanas. Visto desde esta perspectiva, es más fácil vivir la
vida cristiana. Cada vez que busquemos a Dios y le pidamos
que nos hable, la luz espontáneamente resplandecerá en
nuestro interior. Tengamos presente que nuestra regenera-
ción es un hecho. También es un hecho que Dios vive en
nosotros por medio de nuestro Señor Jesús. El Señor está
expresándose continuamente desde nuestro interior. Por con-
siguiente, esperamos que cada uno de nosotros pueda decirle
a Dios: “Concédeme Tu gracia para vivir según el árbol de
vida, y no según el árbol del conocimiento del bien y del mal.
Quiero estar siempre atento a la vida divina. En cada situa-
ción deseo preguntarme: ¿Cuál es el sentir que me comunica
DOS PRINCIPIOS 23

Tu vida?”. Si éste es el principio que rige nuestro vivir, notare-


mos un gran cambio en nuestra vida cristiana.
Muchos problemas surgen debido a que solamente nos
guiamos por la norma del bien y del mal. Muchos errores se
cometen debido a que no somos gobernados por la vida. Si pro-
cedemos según la norma de la vida divina, se resolverán
muchos problemas.

ORACION
Señor, estamos delante de Ti, suplicándote que nos
hables una vez más. Estamos vacíos interiormente y no pode-
mos hacer nada. Sólo podemos pedirte que Tu gracia abra
nuestros ojos. Señor, cada vez que vayamos a decir algo o
estemos por tomar alguna decisión, haz que acudamos a Ti y
consultemos contigo si lo que vamos a hacer se basa en el bien
y el mal o en el sentir que nos da Tu vida. Señor, permítenos
ver la diferencia entre lo espiritual y lo carnal. Muéstranos la
diferencia entre la luz que brilla interiormente y los manda-
mientos externos. Señor, sálvanos de seguir el camino de la
muerte. Reconocemos que no debemos vivir regidos por lo que
consideramos bueno o malo. Haznos ver que discernir entre el
bien y el mal no es otra cosa que pecado y muerte, pues sólo
los que viven en muerte actúan de esta manera. Los que vivi-
mos según la vida divina debemos ser guiados por esta vida.
Permite que sea la vida la que tome la iniciativa. Señor, te
pedimos que nos muestres esto claramente. Una vez más
te suplicamos que Tu Palabra no sea hablada en vano. Mués-
tranos la diferencia entre la vida y la ley. Bendice estas
palabras. Ten misericordia de nosotros y concédenos Tu
gracia. Guíanos en este camino que nos has mostrado. En el
nombre del Señor Jesús. Amén.
CAPITULO DOS

LA MANERA EN QUE SE EDIFICA LA IGLESIA

Lectura bíblica: Ef. 3:14-19


En el plan eterno de Dios con respecto a la iglesia hay tres
aspectos sobresalientes. Primero, la iglesia debe tener la f ilia-
ción a f in de expresar a Dios; segundo, es por medio de la
iglesia que Satanás será derrotado y avergonzado; y f inal-
mente, es por medio de la iglesia que Cristo reunirá todas las
cosas bajo El mismo como Cabeza. ¡El plan de Dios consiste en
que la iglesia obtenga Su vida en plenitud! La f iliación no con-
siste solamente en nacer, sino en crecer en la vida divina hasta
llegar a la madurez. Para ello, es preciso que Dios se forje en
nosotros y nos haga no sólo Sus hijos, sino Sus herederos,
aquellos que heredan todo lo que El es y todo lo que El tiene, a
f in de que lo expresemos. Entonces, por medio de esta vida,
todas las cosas serán reunidas en Cristo como Cabeza.
Primero vemos el aspecto de la vida, y luego, la edif icación.
El propósito de la edif icación es ponernos a todos en el debido
orden orgánico, de modo que estemos bajo Cristo como Cabeza.
Es a medida que somos edif icados en vida que Dios puede
avergonzar a Su enemigo. Sólo entonces puede Dios dar a cono-
cer Su multiforme sabiduría a los principados y potestades en
los lugares celestiales.
Fue con este propósito que Dios creó el universo, el cual
incluye los cielos y la tierra. El objeto central en Su creación es
el hombre, a quien El creó como un vaso para que lo contu-
viera. La intención de Dios era depositarse en este hombre
como su vida y su todo, a f in de tener muchos hijos. Todos
sabemos que el hijo es quien hereda todo lo que el padre tiene.
Todo lo que el Padre es y tiene será impartido en Sus hijos. Pri-
mero, Dios nos creó, y luego, nos engendró por medio de la
26 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

regeneración. Al crearnos, Dios nos dio la existencia, y al engen-


drarnos, El mismo se impartió en nosotros como nuestra vida.
Con este propósito, Dios nos creó de modo que tuviéramos
un espíritu humano. El espíritu humano funciona como el f ila-
mento de una bombilla. Sin el f ilamento, la bombilla no puede
recibir la electricidad. La bombilla debe tener el f ilamento
adentro a f in de recibir la electricidad, y es este mismo f ila-
mento el que hace posible que la bombilla pueda “expresar” la
electricidad. Además, la bombilla tiene una forma externa, así
como nuestro cuerpo también es nuestra forma externa.
Dentro de nuestro cuerpo está el espíritu, así como dentro de
la bombilla se encuentra el f ilamento, el cual tiene la capaci-
dad de recibir, contener y expresar la electricidad.
Nosotros somos recipientes que Dios hizo; por tanto, Dios a
propósito creó un espíritu en nosotros para que pudiéramos
recibirlo a El, contenerlo y expresarlo. Dios en Cristo como Espí-
ritu Santo se extiende desde nuestro espíritu hacia todas las
partes de nuestro ser. Dios no lleva a cabo Su obra de afuera
hacia adentro, sino que a partir del espíritu del hombre, El
mismo se extiende hacia afuera, a fin de empapar y saturar
todas las partes internas del hombre. El saturará la concien-
cia, la mente, la parte emotiva, la voluntad y, finalmente, todo
nuestro ser. Cuando Dios entró en nuestro espíritu, experi-
mentamos un nacimiento en la vida divina; y a medida que El
se extienda de nuestro espíritu a todo nuestro ser, lograremos
crecer en la vida divina hasta la plena madurez. Incluso nues-
tro cuerpo será transfigurado cuando alcancemos la plena
filiación. Es por medio de esto que todos seremos puestos en
orden como un hombre corporativo que está sometido a Cristo
mismo, quien es la Cabeza. En este hombre corporativo, Dios en
Cristo es la Cabeza, y nosotros los hijos somos el Cuerpo que ha
sido puesto en orden bajo Su autoridad. Entonces, por medio de
este Cuerpo, Cristo reunirá todas las cosas bajo El mismo como
Cabeza.
No obstante, debemos ver la astucia del enemigo al distraer
al hombre y alejarlo del propósito eterno de Dios. Sobre la tierra
hoy existen tres clases de pueblos: los gentiles, que son los incré-
dulos; los judíos, que son el pueblo escogido de Dios; y los
cristianos, que son los miembros de la iglesia. El enemigo,
LA MANERA EN QUE SE EDIFICA LA IGLESIA 27

Satanás, ha logrado distraer a estos tres pueblos y alejarlos de


la economía de Dios.
Para que el hombre pudiera existir, Dios preparó muchas
cosas materiales, incluyendo la comida, el agua, el vestido, la
vivienda y muchas otras cosas. Pero hoy, todos los incrédu-
los se encuentran distraídos con estas cosas materiales. Ellos
están totalmente ocupados prestándole atención a la comida,
al albergue y a la ropa, así como a las demás cosas materia-
les que corresponden a su estilo de vida. Todos los gentiles
se encuentran distraídos de la meta de Dios a causa de las
cosas materiales; ellos sienten una inmensa atracción por
estas cosas. Todos ellos, sean grandes o pequeños, sean pobres
o ricos, se han distraído completamente con las cosas materia-
les que Dios preparó para que subsistieran con miras a que
pudieran cumplir Su propósito. Todas estas cosas materiales
simplemente debían ser usadas por el hombre para cumplir el
propósito de Dios, pero Satanás las utilizó para distraer a los
incrédulos de dicho propósito.
En el Antiguo Testamento, Dios le dio al pueblo judío
cierto conocimiento espiritual, revelándoles Su ley y volun-
tad, con el deseo de que las Escrituras pudieran ayudarles a
conocer el plan que Dios hizo en Cristo. Sin embargo, Sata-
nás incluso utilizó el Antiguo Testamento para distraer al
pueblo judío y alejarlos de Cristo. Si leemos cuidadosamente
los cuatro evangelios, encontramos un ejemplo muy claro
de cómo los escribas y fariseos fueron distraídos de Cristo con
las mismas Escrituras. En Juan 5:39-40, el Señor les dijo:
“Escudriñáis las Escrituras, porque a vosotros os parece que
en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimo-
nio de Mí. Pero no queréis venir a Mí para que tengáis vida”.
El enemigo, en su astucia, los distrajo con las Escrituras e
hizo que se apartaran de Cristo. Así que, no solamente los
gentiles fueron distraídos del propósito eterno de Dios, sino
también los judíos, el pueblo escogido de Dios.
Cuando leemos el Nuevo Testamento, observamos algo
más. Satanás también usó las doctrinas del Nuevo Testamento
y todos los dones que Dios dio, para hacer que las personas
quitaran su mirada de Cristo y se centraran en los así llama-
dos dones y enseñanzas. Si observamos la situación, nos
28 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

daremos cuenta de que todo lo que Dios preparó y dio para el


cumplimiento de Su economía, fue utilizado por el enemigo
para distraer completamente a las personas de la economía
de Dios.
Las así llamadas iglesias cristianas de hoy tienen el Anti-
guo y Nuevo Testamentos, y dicen poseer muchos dones, pero
si tuviéramos la visión celestial del propósito eterno de Dios
con respecto a la iglesia, lloraríamos por la situación actual.
No sólo los gentiles y los judíos, sino también el pueblo cris-
tiano, todos se han apartado de Cristo y de Su Cuerpo para ir
en pos de algo diferente. Aun el cristianismo fundamentalista,
que se apega más a las Escrituras, lo único que nos dice es que
Dios nos amó y envió a Su Hijo para que muriera en la cruz
y nos salvara del inf ierno; si creemos en El, seremos salvos,
nuestros pecados serán perdonados y un día iremos al cielo.
En cierto sentido, esto es correcto, pero, ¿alguna vez escuchó
un mensaje que le dijera que Dios desea forjarse en usted
mediante Cristo como el Espíritu, a f in de que Cristo sea
expresado por medio de Su Cuerpo y así El pueda reunir todo
el universo bajo Cristo como Cabeza? Este concepto ni siquiera
se escucha en el cristianismo fundamentalista, que se apega
más a las Escrituras. Lo único que la mayoría de los cristianos
saben es que Dios nos ama; y que si creemos en El, algún día,
después que muramos, moraremos con El en los cielos. ¡Esto ver-
daderamente es deplorable! Algunos cristianos que no están
satisfechos con esto, procuran las manifestaciones de los dones
para demostrar que Dios es poderoso. Aun así, ellos desatien-
den al pensamiento central de Dios. No pienso ellos jamás
hayan recibido la visión de la economía de Dios.
Estoy consciente de que necesitamos comida, agua, vivienda,
trabajo y un medio de transporte, pero nuestra vida no debe
centrarse en torno a estas cosas. Al contrario, ¡estas cosas
existen por causa de nosotros! Si buscamos el reino de Dios y
Su justicia, Dios nos proveerá todo lo necesario (Mt. 6:31-33).
Todas estas cosas deben servirnos a nosotros, y nosotros debe-
mos servir al propósito de Dios. Después de muchos años de
experiencia, podemos testif icar que si nos ocupamos del pro-
pósito de Dios, Dios suplirá nuestras necesidades. El es muy
fiel con respecto a este asunto. Si nos ocupamos de Sus
LA MANERA EN QUE SE EDIFICA LA IGLESIA 29

intereses, El se ocupará de nosotros. Asimismo, las Escrituras


y los dones nos han sido dados para el cumplimiento de la eco-
nomía de Dios. Todas las enseñanzas y los ministerios deben
servir al propósito de Dios.
En Efesios, la epístola que más nos habla de la iglesia,
no se mencionan las cosas materiales, ni el conocimiento ni
los dones. En el cuarto capítulo, los dones mencionados son las
personas dotadas, tal como los apóstoles, profetas, evangelis-
tas, y los pastores y maestros. Aquí no se mencionan las
lenguas, las sanidades ni ninguno de los así llamados dones
espirituales. Este libro no habla de cosas materiales, ni del
conocimiento ni de los dones, sino de las riquezas inescruta-
bles de Cristo, quien es el Espíritu. Este no es un Cristo
externo a nosotros, sino un Cristo que experimentamos subje-
tivamente, ya que El hace Su hogar en nosotros.
Efesios 3:17 dice: “Para que Cristo haga Su hogar en vues-
tros corazones por medio de la fe”. El debe ser nuestra vida, y
nosotros debemos ser Su hogar. No es nuestro cuerpo el que
ha de ser Su hogar, sino nuestro corazón. El corazón se com-
pone de todas las partes del alma y de una parte del espíritu, a
saber, la conciencia. Por tanto, el corazón incluye la mente,
la parte emotiva y la voluntad, más la conciencia. Cristo ahora
está en nuestro espíritu, pero lo que El busca es hacer Su
hogar en nuestro corazón. Entonces, corporativamente sere-
mos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Lo más
importante no son las cosas materiales, ni el conocimiento, ni
los dones ni las manifestaciones externas, sino ¡la plenitud de
Dios!
En el capítulo uno de Efesios se menciona el sellar del
Espíritu Santo (v. 13). El Espíritu Santo fue puesto en noso-
tros como un sello. Esto no es algo externo, sino interno. Luego,
en el capítulo dos, vemos que el nuevo hombre fue creado por
Cristo y en Cristo (v. 15). Cristo creó en Sí mismo, de los
judíos y gentiles, un solo y nuevo hombre. La iglesia es una
entidad que procede totalmente de Cristo, así como Eva pro-
vino de Adán. Ella era parte de Adán y fue tomada de Adán.
El nuevo hombre, que es la iglesia, es parte de Cristo y es
tomado de El. El capítulo tres nos habla de las riquezas de
Cristo, quien hará Su hogar en nuestro corazón. Luego, el
30 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

capítulo cuatro nos muestra cómo crecer al experimentar las


riquezas inescrutables de Cristo, mencionadas en el capítulo
tres. Por medio de estas experiencias llegaremos hasta la
medida de la estatura de la plenitud de Cristo. De esta forma
no seremos zarandeados por todo viento de doctrina o ense-
ñanza. Observen que Pablo no dijo “por todo viento de herejía”,
sino “por todo viento de enseñanza”. Nosotros no seremos
zarandeados por vientos de diferentes enseñanzas, sino que
creceremos en todo en Cristo. Entonces recibiremos algo de
Cristo como la Cabeza para compartir con otros, y la iglesia
será edif icada.
Después que fui salvo, al igual que muchos otros cristianos,
tenía gran apetito por conocimiento bíblico. En aquel tiempo
conocí un grupo de creyentes que hacía énfasis en el conoci-
miento de la Biblia, y pasé mucho tiempo con ellos procurando
el conocimiento de las Escrituras. Seis o siete años después,
hubo un movimiento en el norte de China llamado “El movi-
miento de la gracia espiritual”. Este movimiento fue tan
prevaleciente que en pocos años conmocionó todo el norte de
China. Miles de personas fueron salvas, y hubo muchas mani-
festaciones de lenguas, milagros y señales. Yo estuve con ellos
y estudié la situación, pero al f inal, el Señor me hizo ver clara-
mente que ellos jamás edif icarían el Cuerpo de Cristo de esa
manera. El Cuerpo de Cristo no puede ser edif icado con el
conocimiento; tampoco puede ser edif icado con los dones,
ni con las así llamadas manifestaciones sobrenaturales. En
aquel tiempo yo no entendía claramente el libro de Efesios,
pero a través de la experiencia el Señor me dejó ver clara-
mente que la iglesia solamente puede ser edif icada con Cristo
como nuestra vida. Lo único que puede edif icar la iglesia
es que experimentemos a Cristo, y no el conocimiento ni los
dones. El conocimiento y los dones en cierto modo son útiles,
pero la iglesia jamás podrá ser edif icada con estas cosas. La
iglesia tiene que ser edif icada con Cristo mismo.
En este libro que trata sobre la iglesia no se mencionan
los dones ni el conocimiento, sino únicamente las inescruta-
bles riquezas de Cristo, quien desea hacer Su hogar en nuestro
corazón. En el Nuevo Testamento encontramos cierta base con
respecto a los dones y el conocimiento, y con respecto a los
LA MANERA EN QUE SE EDIFICA LA IGLESIA 31

milagros y señales, pero el Cuerpo de Cristo es edif icado prin-


cipalmente con Cristo mismo como nuestra vida. En cierto
sentido, reconozco que requerimos del conocimiento y de los
dones; sin embargo, muchos cristianos nunca admitirían que
necesitan experimentar a Cristo subjetivamente. Este es el
problema. Yo entiendo que ellos necesitan un poco de medi-
cina, pero ellos jamás reconocerían su necesidad de alimento
sólido. Desde que usted se hizo cristiano, ¿cuántos mensajes
ha oído acerca de experimentar a Cristo subjetivamente? No
obstante, casi todos los capítulos del libro de Efesios trata de
este asunto.
Hoy, muchos cristianos dicen que el libro de Efesios es el
libro que más se concentra en el tema de la iglesia; sin
embargo, no prestan atención a la clave, que consiste en expe-
rimentar a Cristo de forma subjetiva. Sin esto, no podemos
tener la realidad de la iglesia.
El libro de Efesios es el corazón de las Escrituras, y a
su vez, el corazón de este libro es el capítulo tres, a saber, los
versículos del 16 al 19. Examinemos nuevamente estos ver-
sículos, comenzando con el versículo 14, para que obtengamos
una visión más clara. El apóstol comienza diciendo: “Por
esta causa…”. ¿A cuál “causa” se ref iere? Por supuesto, a la
misma causa que él ya mencionó en los capítulos y versículos
previos, esto es: que Dios planeó y predestinó que la iglesia
obtuviera la f iliación a f in de que Dios sea expresado, que El
dé a conocer Su sabiduría al enemigo, y que El reúna todas
las cosas bajo una sola Cabeza en Cristo. Así que, después de
esto, Pablo dice: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el
Padre, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la
tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de Su gloria,
el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su
Espíritu”. Pablo doblaba sus rodillas por causa del propósito
eterno de Dios, para que Dios diera a los santos el ser fortale-
cidos en el hombre interior. El hombre interior, nuestro
espíritu humano que fue regenerado y en el cual mora Cristo,
necesita ser fortalecido.
Sabemos que Dios creó al hombre de tres partes: espíritu,
alma y cuerpo. Si les pregunto: “Según su entendimiento, ¿cuál
parte es la más fuerte?”. Pienso que si son sinceros dirían que el
32 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

alma es la parte más fuerte, ya que ella representa lo que


somos, nuestro yo. El alma a su vez se compone de tres partes:
mente, parte emotiva y voluntad. Ahora les pregunto, de las
tres partes del alma, ¿cuál es la más fuerte? Pienso que todos
estaríamos de acuerdo en que la mente es la parte más domi-
nante. Nuestra mente es muy fuerte, y nuestro espíritu es
extremadamente débil. Esto es fácil de demostrar. Si dedicára-
mos un tiempo para hablar sobre algún asunto, todo el mundo
hablaría, debido a que nuestra mente es muy fuerte y activa.
Pero si alguien dijera: “Oremos”, todo el mundo quedaría
callado. Inmediatamente el salón quedaría tan silencioso como
un cementerio. La razón por la que callamos es que somos débi-
les en nuestro hombre interior, es decir, somos débiles en nuestro
espíritu.
Por esta razón, el apóstol Pablo no oró de forma superf icial.
Por causa del propósito eterno de Dios y por causa de la igle-
sia, él dobló sus rodillas ante el Padre para que nos diera el ser
fortalecidos en el hombre interior. Nuestro espíritu necesita
ser fortalecido. No es necesario que discutamos. Cuanto más
hablamos y argüimos, más ejercitamos nuestra mente. Nues-
tra mente se ha desarrollado demasiado, y nosotros seguimos
cultivándola. Cuando las células de nuestro cuerpo se desa-
rrollan más de lo normal, se convierten en un cáncer que nos
lleva a la muerte. ¡Sería de mucho provecho si cambiára-
mos nuestras conversaciones y discusiones en oraciones!
Debemos desechar nuestros pensamientos, imaginaciones,
juicios y conceptos, y doblar nuestras rodillas ante el Padre y
ejercitar nuestro espíritu para orar. ¡Y esto no sólo una vez,
sino constantemente!
A f in de ejercitar nuestro espíritu para orar, debemos arre-
pentirnos. La palabra arrepentimiento, en griego, signif ica “un
cambio en la manera de pensar”. Cuando nos arrepentimos
volviendo nuestra mente al Señor de todo lo demás, nuestra
conciencia será activada para dar testimonio sobre lo que
hemos hecho mal, y nos dirá específ icamente qué debemos
confesar. Al arrepentirnos, nosotros tornamos nuestra mente
al Señor y, al confesar nuestras faltas, ejercitamos nuestra
conciencia. La mente y la conciencia son las dos partes princi-
pales del corazón. Ya que el corazón es lo que envuelve al
LA MANERA EN QUE SE EDIFICA LA IGLESIA 33

espíritu, podemos decir que el corazón es la puerta del espíritu.


Es por medio del arrepentimiento y de la confesión que las dos
partes principales del corazón —la mente y la conciencia—, se
abren. De este modo, la puerta que conduce al espíritu es abierta
para que más del Señor pueda entrar en nosotros, a f in de
llenar y fortalecer nuestro espíritu. Cuando nos arrepentimos
y confesamos nuestras faltas de esta manera, nuestra parte
emotiva sentirá más amor por el Señor y nuestra voluntad
decidirá buscar más del Señor. Esto signif ica que todo el cora-
zón está ejercitado y abierto al Señor, de tal manera, que el
espíritu queda liberado para recibir más de Cristo. Entonces
el Señor, quien es el Espíritu viviente, llenará y fortalecerá
nuestro espíritu y, espontáneamente, Cristo hará Su hogar
en nuestro corazón.
Cuando nuestro espíritu sea fortalecido, Cristo podrá hacer
Su hogar cada vez más en todas las partes de nuestro corazón.
Cristo está ahora en nuestro espíritu, pero El se encuentra
encarcelado allí debido a que ponemos nuestra mente en
otras cosas y no ejercitamos nuestra conciencia. Debido a que
Cristo está encarcelado en nuestro espíritu, debemos arrepen-
tirnos volviendo nuestra mente a El. Luego, debemos confesar
nuestros pecados y decirle al Señor que le amamos y que
hemos decidido buscarlo a El. Cuando hacemos esto, todo nues-
tro corazón se abre para que Cristo llene y fortalezca nuestro
espíritu. Así, a partir de nuestro espíritu, El se extenderá y
hará Su hogar en nuestro corazón. Esto signif ica que todo
nuestro ser vendrá a ser Su morada y Su hogar.
El apóstol entonces añade: “Para que Cristo haga Su hogar
en vuestros corazones por medio de la fe, a f in de que, arraiga-
dos y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de
comprender con todos los santos la profundidad, y de conocer
el amor de Cristo, cuál sea la anchura, la longitud, la altura y
que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos hasta
la medida de toda la plenitud de Dios” (vs. 17-19). En el ver-
sículo 17, las palabras arraigados y cimentados son muy
signif icativas. Ser arraigados signif ica crecer en vida, y ser
cimentados signif ica ser edif icados. Así que, estas dos pala-
bras indican que nosotros debemos crecer y ser edif icados.
Tenemos que ser arraigados y cimentados en amor a f in de ser
34 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

plenamente capaces de comprender, no solos sino con todos los


santos, corporativamente, cuál sea la anchura, la longitud, la
altura y la profundidad. Esto quiere decir que cuando Cristo
esté haciendo Su hogar en nuestros corazones, nosotros esta-
remos unidos a todos los santos. Nosotros jamás podremos ser
edificados mediante el conocimiento. Cuanto más conocimiento
acumulemos, más discusiones y divisiones tendremos. Pero
cuando Cristo esté haciendo Su hogar en nosotros, no nos inte-
resará el conocimiento, ni las divisiones ni ninguna otra cosa.
Lo único que diremos será: “Oh Señor, ten misericordia de mí;
estoy escaso de Ti. Estoy lleno de conocimiento y tengo muy
poco de Ti. Incluso, es posible que tenga muchos dones, pero
carezco de Ti”.
Cuando Cristo logre hacer Su hogar en nuestros corazones,
esto es, cuando El logre ocupar cada una de las partes inter-
nas de nuestro ser, nosotros podremos ser edificados con todos
los santos. Entonces ya no seremos meros individuos, sino que
habremos sido edificados corporativamente con todos los
santos para comprender cuán inconmensurable es Cristo. ¿Qué
tan ancha es la anchura? ¿Cuán larga es la longitud? ¿Cuán
alta es la altura? ¿Cuán profunda es la profundidad? ¡Estas
son las dimensiones de Cristo! Cristo es la anchura, la longitud,
la altura y la profundidad; El es inconmensurable e ilimitado.
Debemos percatarnos de las inescrutables riquezas de Cristo
y ser llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios.
Nosotros no debemos llenarnos de cosas materiales, de conoci-
miento bíblico ni de los así llamados dones espirituales, sino
que debemos ser llenos de Dios mismo. El es el único que
puede hacer del Cuerpo de Cristo una realidad. De lo contra-
rio, aunque hablemos de la vida del Cuerpo, no tendremos la
realidad del mismo. La realidad de la vida del Cuerpo es
la experiencia subjetiva que tenemos del Cristo que mora en
nosotros.
Todos deberíamos arrodillarnos y orar-leer estos versícu-
los hasta que la visión celestial nos sea revelada. Repito que
no se trata de cosas externas, como lo son el conocimiento, los
dones y las señales; se trata absolutamente de experimentar
subjetivamente al Cristo que mora en nosotros. El hombre
interior necesita ser fortalecido para que Cristo pueda hacer
LA MANERA EN QUE SE EDIFICA LA IGLESIA 35

Su hogar en nuestros corazones, a f in de que seamos llenos


interiormente hasta la medida de toda la plenitud de Dios. A
medida que tengamos estas experiencias internas del Cristo
que mora en nosotros, podremos ser edif icados con todos los
santos.
Al llegar al capítulo cuatro, vemos que el primer versículo
usa la palabra pues, lo cual indica que lo que el escritor va a
decir, se basa en lo que ya dijo. Todos sabemos que el capítulo
cuatro trata sobre la vida del Cuerpo y la edif icación del
mismo. Allí se nos dice claramente que Cristo como Cabeza no
edif ica Su Cuerpo directamente, sino por medio de personas
dotadas, tales como los apóstoles, profetas, evangelistas, y
pastores y maestros. Y ni siquiera ellos mismos edif ican la
iglesia directamente, sino que perfeccionan a todos los santos
al ministrarles a Cristo, a f in de que estos puedan crecer
y experimentar subjetivamente al Cristo que mora en ellos, y
así crecer en El en todas las cosas. Por un lado, Cristo hará
Su hogar en los corazones de ellos al ocupar todo su ser; por
otro, ellos crecerán en Cristo en todas las cosas. De este modo,
ellos recibirán algo de Cristo y lo compartirán unos con otros,
y así causarán el crecimiento del Cuerpo para la edif icación de
sí mismo en amor. Es al experimentar a Cristo de esta forma
que ellos serán edif icados hasta formar el Cuerpo.
Por consiguiente, el factor crucial que determina cómo la
iglesia será edif icada es la experiencia subjetiva que tenga-
mos del Cristo que mora en nosotros. Las personas dotadas
no ministran dones a los santos; más bien, ministran las
inescrutables riquezas de Cristo que ellos mismos han experi-
mentado, a f in de que los santos puedan ser perfeccionados en
Cristo y crecer en El. Si leemos estos dos capítulos cuidadosa-
mente y los oramos-leemos delante el Señor, tengo la certeza
de que El nos dará la visión de que ésta es la única manera en
que se edif ica la iglesia.
Repito una vez más que la iglesia no se edif ica con conoci-
miento ni con dones. Cuanto más conocimiento acumulemos,
más divisiones habrá; y cuanto más dones tengamos, más
problemas tendremos. Es solamente al experimentar subjeti-
vamente a Cristo como vida, que podremos tener la vida de
iglesia en realidad. Es imprescindible que el hombre interior
36 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

sea fortalecido a f in de que Cristo haga Su hogar en nuestros


corazones y nosotros crezcamos en El en todas las cosas.
Entonces seremos llenos hasta la medida de toda la plenitud
de Dios, y por medio de El seremos edif icados hasta convertir-
nos en la morada de Dios en el espíritu.
CAPITULO TRES

ORAR-LEER LA PALABRA

Al nacer un bebé, su necesidad urgente es ingerir algo de


leche para ser nutrido. Si carece de nutrimento, el bebé recién
nacido no sólo crecerá inadecuadamente, sino que pronto se debi-
litará y, finalmente, morirá. Asimismo nosotros, después de ser
salvos y nacer de nuevo, inmediatamente necesitamos apren-
der a ingerir al Señor como nuestra leche y nutrimento
espiritual. Si no somos nutridos espiritualmente, no podremos
crecer adecuadamente y en poco tiempo estaremos espiritual-
mente muertos.
En los Evangelios, el Señor Jesús se presenta a nosotros
como un banquete que podemos beber y comer. En Juan 4, el
Señor dice que El es el agua viva que nosotros hemos de beber.
En el sexto capítulo del mismo libro, El dice que es el pan de
vida que hemos de comer. Luego la Biblia dice en 1 Corintios 12
que “a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Noso-
tros bebemos al Señor, le comemos y así le disfrutamos y le
recibimos como nuestro nutrimento espiritual. Tenemos que
alabar al Señor porque Jesucristo vino a nosotros como un
banquete y, como tal, El satisface todas nuestras necesidades
y nos provee todo lo que necesitamos. Sabemos que Su nombre
es el gran YO SOY, lo cual significa: YO SOY todo lo que Mi
pueblo necesita.

LA PALABRA DE DIOS ES NUESTRO ALIMENTO

En 1 Pedro 2:2-3 se halla un pasaje muy importante:


“Desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra dada
sin engaño, para que por ella crezcáis para salvación, si es
que habéis gustado lo bueno que es el Señor”. Estos versículos
son importantes para nosotros porque nos dicen claramente
38 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

cómo saborear al Señor, a saber, al beber “la leche de la pala-


bra dada sin engaño”. Si queremos saborear a Cristo, debemos
ingerir la leche de la Palabra. Entonces seremos nutridos para
crecer espiritualmente. ¡Alabado sea el Señor, la Biblia dice
que hemos gustado! No dice que conocemos este aspecto o aquel
aspecto acerca del Señor, sino que hemos gustado al Señor.
Cuando bebemos la leche de la Palabra, en realidad saborea-
mos al Señor. Así que, la manera de saborear al Señor es
simplemente beber la leche de la Palabra. La Palabra se nos
ha dado no solamente para que la estudiemos o la aprenda-
mos, sino para que la saboreemos. El Señor nutre a Su Cuerpo
por medio de Su Palabra. Si deseamos disfrutar al Señor y ser
nutridos por El, tenemos que acudir a la Palabra para sabo-
rear al Señor.
Sin embargo, la mayoría de nosotros tiene el concepto de
que la Biblia es un libro de enseñanzas, un libro lleno de doc-
trinas. Por eso, acudimos a la Palabra con la intención de
entender y saber algo. En toda nuestra vida cristiana, ¿cuánto
de la Palabra hemos ingerido como alimento para nutrir nues-
tro espíritu? Debemos contestar francamente que la mayoría
de nosotros ha ingerido muy poco. No debemos leer la Biblia
sólo para aprenderla y entenderla. La Biblia no es el árbol del
conocimiento; ¡es el árbol de la vida! Si tomamos la Palabra de
Dios como el árbol del conocimiento, empleamos mal la Biblia,
porque 2 Corintios 3:6 nos dice que la letra mata. Nunca debe-
mos tomar la Biblia como un mero texto, sino como un libro de
vida.
Todos los cristianos saben que la Palabra de Dios cumple
la función de revelarnos a Dios. Aunque tal declaración es
cierta, ésta no es su función principal. La principal función
que la Biblia cumple es impartir en nosotros a Dios como vida y
nutrimento de vida. La Biblia no sólo nos da conocimiento
acerca de Dios y de Su amor, sino que nos imparte a Dios
mismo. Cuando leamos la Biblia, no deberíamos limitarnos a
procurar conocerla ni entenderla, sino que debemos ingerir la
esencia de Dios, así como ingerimos nuestros alimentos. Enton-
ces, como alimento, esta sustancia será asimilada en nuestro
propio ser.
En 1 Timoteo 4:6 dice que somos “nutridos con las palabras
ORAR-LEER LA PALABRA 39

de la fe”. Sin duda hemos leído este versículo muchas veces,


¿pero hemos notado la palabra “nutridos”? ¡Alabado sea el
Señor! El concepto del apóstol Pablo era que la Palabra de
Dios es alimento para nutrir a los hijos de Dios. Nosotros tam-
bién debemos tener el mismo entendimiento con respecto a la
Palabra de Dios. No debemos considerarla sólo como conoci-
miento, sino como alimento para nutrirnos y abastecernos
siempre.
En 1 Timoteo 1:10 se habla de las cosas que son contrarias
a la “sana enseñanza”. La Palabra de Dios no solamente con-
siste de sólidas doctrinas que nuestras mentes entienden,
sino de sanas enseñanzas que traen vida. La palabra griega
traducida “sana” equivale a la palabra castellana “higiénica”.
La higiene está relacionada con la salud. Debemos obtener
más que palabras ortodoxas; debemos recibir las palabras
sanas que nos nutren y nos abastecen.
Las Escrituras contienen por lo menos tres ejemplos de
personas que comían la Palabra de Dios. El primero es Jere-
mías, quien dijo: “Fueron halladas tus palabras, y yo las
comí...” (Jer. 15:16a). Comer algo no es simplemente recibirlo,
sino asimilarlo. Asimilar algo es recibirlo en nuestro interior,
digerirlo y hacer que forme parte de nuestro ser. El segundo
ejemplo de uno que comía la Palabra de Dios se halla en el
libro de Ezequiel, donde el profeta Ezequiel comió la Palabra
de Dios (3:1-3). Luego en Apocalipsis 10 leemos que el apóstol
Juan también comió la Palabra de Dios.
Jeremías dijo: “Tu palabra me fue por gozo y por alegría de
mi corazón” (Jer. 15:16b). Esto es una especie de disfrute o
deleite. La Palabra, después que la comemos, se convierte en
gozo y también en regocijo. La Palabra de Dios es un disfrute;
después que la ingerimos y la asimilamos en nuestro propio
ser, se convierte en nuestro gozo interno y en el regocijo que
manifestamos. David dijo: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus
palabras! Más que la miel a mi boca” (Sal. 119:103). Verdade-
ramente la Palabra es un disfrute; es aun más dulce y más
agradable que la miel a nuestro paladar.
Por estos versículos nos damos cuenta de que la Palabra
de Dios no es algo que nosotros debemos solamente aprender,
sino aún más, algo que debemos saborear, comer, disfrutar y
40 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

digerir. Aun el Señor Jesús indica que la Palabra de Dios es


alimento espiritual: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt.
4:4). Toda palabra que procede de la boca de Dios es alimento
espiritual cuyo f in es nutrirnos. Este es el alimento por el
cual debemos vivir.

LA ESENCIA DE LA PALABRA DE DIOS

¿Cuál es la sustancia, la esencia, de la Palabra de Dios?


La respuesta se encuentra en 2 Timoteo 3:16: “Toda la Escri-
tura es dada por el aliento de Dios…”. Algunas versiones
dicen que es “inspirada por Dios”, pero el signif icado del
idioma original es que la Escritura es exhalada por Dios. Toda
la Escritura es el aliento de Dios. Sabemos que Dios es Espí-
ritu (Jn. 4:24); el Espíritu es la esencia y la naturaleza de
Dios. Dios es Espíritu (así como una mesa es madera). Puesto
que la Palabra es el aliento de Dios, y Dios es Espíritu, ¡todo
lo que es exhalado por Dios debe de ser Espíritu! Por ende, la
esencia o naturaleza de la Palabra de Dios es Espíritu; no es
solamente un pensamiento, una revelación, una enseñanza o
una doctrina, sino Espíritu. El Espíritu es la sustancia misma
de la Palabra de Dios. Ahora vemos por qué el Señor Jesús
nos dijo que Sus palabras “son espíritu y vida” (Jn. 6:63). Nin-
guna revelación, idea o enseñanza podría ser vida, pero debido
a que la Palabra es Espíritu, ella es vida. La naturaleza de
este libro es la esencia misma de Dios. Cada vez que lea-
mos este libro, ¡debemos darnos cuenta de que estamos tocando
a Dios y relacionándonos con El!

INGERIR LA PALABRA POR MEDIO DE LA ORACIÓN

Habiendo visto que la Palabra de Dios es la esencia misma


de Dios y que fue dada para ser nuestro disfrute y nutrimento
espiritual, ahora debemos ver la forma apropiada de venir a
la Palabra. ¿Cuál es? Debemos considerar la Palabra de Dios
presentada en Efesios 6:17-18: “Recibid … la espada del Espí-
ritu, el cual es la palabra de Dios”. El Espíritu es la Palabra
de Dios. Enseguida el versículo 18 dice: “…Con toda oración y
petición”. Entonces leemos los versículos juntos: “Recibid … la
espada del Espíritu, el cual es la palabra de Dios, con toda
ORAR-LEER LA PALABRA 41

oración y petición”. Según este pasaje, ¿en qué forma debemos


recibir la Palabra de Dios? Con toda oración y petición. ¡A esto lo
llamamos orar-leer! Nuevamente, es menester repetirlo: Debe-
mos ingerir la Palabra de Dios por medio de toda oración.

COMO ORAR-LEER

Sencillamente abra la Biblia y ore-lea unos pocos versícu-


los en la mañana y en la noche. No es necesario que usted
ejercite la mente esforzándose por utilizar las palabras ade-
cuadas al orar, ni tampoco es necesario que reflexione mucho
sobre lo que lee. Sólo ore con las mismas palabras que lee; en
cada página y en cada versículo se halla una oración viviente.
No es necesario que cierre sus ojos cuando esté orando-
leyendo. Mantenga su mirada f ija en la Palabra mientras ore.
En los sesenta y seis libros de la Biblia, no podemos encontrar
ni un solo versículo que diga que debemos cerrar nuestros
ojos para orar, pero sí hay un versículo que nos dice que
Jesús levantó los ojos al cielo, diciendo: “Padre…” (Jn. 17:1). El
estaba mirando al cielo mientras oraba. No queremos discutir
de una manera doctrinal, pero debemos darnos cuenta de que
no es necesario cerrar nuestros ojos cuando oramos. ¡es mejor
que cerremos nuestra mente! Por ejemplo, al orar-leer Gálatas
2:20 simplemente mire usted la página impresa, donde dice:
“Con Cristo estoy juntamente crucif icado”. Luego teniendo su
mirada f ija en la Palabra y orando desde lo más profundo de
su ser, diga: “Alabado sea el Señor, ‘Con Cristo estoy junta-
mente crucif icado’. ¡Aleluya! ‘Con Cristo crucif icado’. ¡Amén!
‘Estoy’. Oh Señor, ‘estoy crucif icado’. ¡Alabado sea el Señor!
‘Con Cristo crucif icado’. ¡Amén! ‘Con Cristo estoy juntamente
crucif icado’. ¡Aleluya! ¡Amén! ‘Y ya’. Amén. ‘Y ya’. Amén. ‘No
vivo yo’. Oh, Señor, ‘¡No vivo yo!’ ¡Aleluya! ¡Amén! ‘Mas vive
Cristo en mí ’” etc. Después usted quizás lea Juan 10:10: “Yo he
venido para que tengan vida”. Luego, con su mirada puesta en
la Biblia, puede orar: “‘Yo he venido’. ¡Amén! ‘Yo he venido’.
¡Aleluya! ‘Yo he venido para que tengan vida’. ¡Alabado sea el
Señor! ‘Para que tengan vida’. ¡Aleluya! ‘Vida’. ¡Amén! ‘Vida’.
Oh, Señor, ‘vida’”.
No es preciso que usted redacte unas frases o componga
una oración. Sólo ore-lea la Palabra. Ore las palabras de
42 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

la Biblia tal como se hallan escritas. Finalmente, ¡usted verá


que toda la Biblia es un libro de oración! Puede abrir la Biblia
en cualquier página y empezar a orar con cualquier pasaje
de la Palabra. La Biblia es el Libro, el Libro Sagrado. Toda
palabra que procede de la boca de Dios es sin par; ni lo mejor
que hay en el mundo puede comparársele. El mundo sólo posee
palabras proferidas por seres humanos, ¡pero la Biblia con-
tiene la Palabra de Dios! Cada palabra de este libro es la
Palabra de Dios. Aunque usted no entienda cierto pasaje, toda-
vía será nutrido al orar-leerlo, porque realmente Dios mismo
está en Su Palabra, es decir, la Palabra de Dios es Su propio
aliento. No es necesario explicar la Palabra ni exponer sobre
ella; simplemente ore valiéndose de la Palabra. Olvídese de leer,
de escudriñar, de entender y de aprender la Palabra; usted
debe orar-leer la Palabra. Entonces con el tiempo realmente la
entenderá. Si pone esto en práctica, ingerirá algo tan nutritivo
y fortif icante que siempre le fortalecerá y vivif icará.
Quizás usted conozca bien todo el libro de Romanos. Pero
aun hoy, necesita orar-leer uno o dos versículos de él. Aunque
sepamos todo acerca del alimento, aún así debemos tomar algún
alimento diariamente. A pesar de lo que sepamos acerca del ali-
mento, ¡de todos modos debemos comerlo! Saber es una cosa,
pero comer es otra. No sólo debemos conocer el alimento, sino
que debemos comerlo. ¿Cuántas veces ha leído el Evangelio de
Juan? Quizás lo haya leído más de cincuenta veces. ¿Pero
cuánto de ese libro ha sido ingerido como su alimento y su dis-
frute? Saber, entender y aun recitar el Evangelio de Juan
es una cosa; pero ingerirlo, comerlo o disfrutarlo poco a poco, es
otra cosa. Usted puede haber sido cristiano por muchos años,
pero no importa cuánto tiempo haya sido cristiano o cuántas
veces haya leído este libro, no sólo debe leerlo, ¡sino que debe
orar-leerlo! Debe comerlo, participar de él y disfrutarlo día a día.

ORAR-LEER CON OTROS

Para experimentar más disfrute y alimentación, y para


orar-leer la Palabra apropiada y adecuadamente, necesita-
mos al Cuerpo, la iglesia. Podemos disfrutar la Palabra al
orar-leerla en privado, pero si lo hacemos con un grupo de
cristianos, ¡estaremos en el tercer cielo! Esto se debe a que los
ORAR-LEER LA PALABRA 43

alimentos son dados para todo el Cuerpo, y no sólo para uno


de los miembros. No ingerimos alimentos solamente por el
bien de nuestro brazo; ni debemos pensar que la mano puede
comer por sí misma. No, el alimento debe ser comido por el
Cuerpo, y el alimento es dado para el Cuerpo. El principio
gobernante es que comemos para todo el Cuerpo, y no sólo
para los miembros. Por lo tanto, la mejor manera de orar-leer
es hacerlo con otros miembros del Cuerpo. Usted se benef i-
ciará al orar-leer solo, pero verá la diferencia cuando se junte
con otros hermanos y hermanas.
Cuando nos reunimos para orar-leer con otros hermanos y
hermanas, hay cuatro palabras que debemos recordar: rápido,
breve, genuino y fresco. Primero necesitamos orar rápida y
espontáneamente, sin vacilar. Si somos rápidos para orar, no
tendremos tiempo para pensar o reflexionar mucho. Además,
nuestras oraciones deben ser breves, porque para hacer ora-
ciones largas tendríamos que componerlas. Desechemos toda
intención de componer oraciones largas, y simplemente expre-
semos una frase u oración cada vez. Hagámoslo rápida y
brevemente. También debemos ser auténticos, sin fingir. Diga-
mos algo de una manera genuina. Finalmente, nuestras
oraciones deben ser frescas, y no viejas. La mejor manera de
hacer oraciones frescas es no orar con nuestras propias pala-
bras, sino con las palabras de la Biblia. Cada porción y cada
línea de este libro pueden ser usadas como una oración, ¡y
será la oración más fresca!
Miles de personas han comprobado que ésta es la manera
correcta de venir a la Palabra de Dios. Esto ha cambiado por
completo las vidas de muchos. Al principio probablemente se
sentirán incómodos, pero al practicar con un corazón sincero,
tocarán al Espíritu viviente. Si ponen esto en práctica tanto
en privado como corporativamente, podrán testif icar de las
riquezas de Cristo que les hayan sido impartidas al orar-leer
la Palabra de Dios; verán bendición y crecimiento en sus
vidas espirituales; y habrá un gran cambio. Al tener contacto
con la Palabra de esta manera para disfrutar a Cristo y ser
nutridos por El, ustedes serán personas que crecen hacia la
madurez, personas llenas de vida y saturadas de Aquel que es
viviente.
DOS SIERVOS DEL SEÑOR

Agradecemos al Señor que el ministerio que Watchman


Nee y su colaborador Witness Lee rindieron al Cuerpo de
Cristo ha sido de bendición por más de ochenta años para los
hijos del Señor en todos los continentes de la tierra. Sus escri-
tos han sido traducidos a muchos idiomas. Y, puesto que
nuestros lectores nos han hecho muchas preguntas con res-
pecto a Watchman Nee y Witness Lee, a manera de respuesta
hemos querido presentarles esta breve reseña biográf ica
sobre la vida y la obra de estos dos hermanos.

Watchman Nee
Watchman Nee recibió a Cristo a los diecisiete años de
edad. Su ministerio es muy conocido entre los creyentes
de todo el mundo que buscan más del Señor. Sus escritos han
sido de gran ayuda para muchos de ellos, especialmente en lo
concerniente a la vida espiritual y a la relación que existe
entre Cristo y Sus creyentes. No obstante, no muchos conocen
otro aspecto de igual importancia en su ministerio, en el cual
se enfatiza la práctica de la vida de iglesia y la edif icación del
Cuerpo de Cristo. De hecho, el hermano Nee es autor de
muchos libros, tanto acerca de la vida cristiana como acerca
de la vida de iglesia. Hasta el f inal de sus días, Watchman
Nee fue un don dado por el Señor para mostrarnos la revela-
ción hallada en la Palabra de Dios. Después de padecer
sufrimientos durante veinte años en una prisión en China, a la
que estuvo conf inado a causa de su fe en el Señor, nuestro
hermano murió en 1972 como un f iel testigo de Jesucristo.

Witness Lee
Witness Lee fue el colaborador más cercano que tuvo
Watchman Nee y el que le mereció mayor conf ianza. En 1925,
a los diecinueve años de edad, Witness Lee experimentó una
46 LOS ELEMENTOS BASICOS DE LA VIDA CRISTIANA

dinámica regeneración espiritual y se consagró al Dios vivo


a f in de servirle. A partir de entonces, se dedicó a estudiar la
Biblia intensivamente. En los primeros siete años de su vida
cristiana fue grandemente influenciado por la Asamblea de
los hermanos de Plymouth. Después, conoció a Watchman
Nee y durante los siguientes diecisiete años, hasta 1949, fue
colaborador del hermano Nee en China. Durante la segunda
guerra mundial, cuando Japón invadió a China, Witness Lee
fue encarcelado por los japoneses y sufrió por causa de su f iel
servicio al Señor. El ministerio y la obra de estos dos siervos
del Señor trajo un gran avivamiento entre los cristianos de
China, resultando en la propagación del evangelio por todo
el país, así como en la edif icación de cientos de iglesias.
En 1949 Watchman Nee congregó a todos los colaborado-
res que servían con él en China y, en tal ocasión, encargó a
Witness Lee la continuación del ministerio mas allá de las
fronteras de China continental, en la isla de Taiwan. En los
años que siguieron, la bendición de Dios sobre la obra en
Taiwan y el sudeste de Asia hizo que se establecieran más de
cien iglesias en esa región.
A comienzos de 1960, Witness Lee fue dirigido por el Señor
a radicarse en los Estados Unidos, donde ministró y laboró
para el benef icio de los hijos del Señor durante más de treinta
y cinco años. Vivió en la ciudad de Anaheim, en Califor-
nia, desde 1974 hasta que partió para estar con el Señor
en junio de 1997. A lo largo de sus años de servicio en los
Estados Unidos, el hermano Lee escribió más de 300 libros.
El ministerio de Witness Lee es particularmente benef i-
cioso para aquellos cristianos que buscan más del Señor y
anhelan conocer y experimentar más profundamente las ines-
crutables riquezas de Cristo. Al darnos acceso a la revelación
divina contenida en las Escrituras, el ministerio del hermano
Lee nos revela la manera de conocer a Cristo con miras a la
edif icación de la iglesia, la cual es Su Cuerpo, la plenitud de
Aquel que todo lo llena en todo. Todos los creyentes deben
participar en el ministerio de edif icar el Cuerpo de Cristo, a
f in de que el Cuerpo se edif ique a sí mismo en amor. Sólo si se
lleva a cabo dicha edif icación se podrá cumplir el propósito
del Señor, y así podremos satisfacer el anhelo de Su corazón.
DOS SIERVOS DEL SEÑOR 47

La característica principal del ministerio de ambos herma-


nos yace en que ellos enseñaron la verdad basados en la
palabra pura de la Biblia.
A continuación, detallamos brevemente las principales
creencias que profesaron Watchman Nee y Witness Lee:
1. La Santa Biblia es la revelación divina, completa e infa-
lible, dada por el aliento de Dios y cuyas palabras fueron
inspiradas por el Espíritu Santo.
2. Hay un único Dios, a saber, el Dios Triuno: el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo coexisten simultáneamente y moran
el Uno en el Otro desde la eternidad hasta la eternidad.
3. El Hijo de Dios, quien es Dios mismo, a f in de ser nues-
tro Redentor y Salvador, se encarnó al hacerse un hombre
llamado Jesús, el cual nació de la virgen María.
4. Jesús, quien es un auténtico ser humano, vivió en la
tierra por treinta y tres años y medio con el f in de dar a cono-
cer a Dios el Padre a los hombres.
5. Jesús, el Cristo ungido por Dios con Su Espíritu Santo,
murió en la cruz por nuestros pecados y derramó Su sangre
para efectuar nuestra redención.
6. Jesucristo, después de permanecer tres días en el sepul-
cro, fue levantado de entre los muertos y cuarenta días
después El ascendió al cielo, donde Dios le hizo Señor de todos.
7. Cristo, después de Su ascensión, derramó el Espíritu de
Dios sobre Sus escogidos, Sus miembros, bautizándolos en un
solo Cuerpo. Dicho Espíritu se mueve en la tierra hoy con el
propósito de convencer a los pecadores de sus pecados, rege-
nerar al pueblo escogido de Dios impartiéndoles la vida
divina, morar en los que creen en Cristo para que ellos crez-
can en la vida divina y edif icar el Cuerpo de Cristo, con miras
a que Cristo obtenga Su plena expresión.
8. Cristo, al f inal de la era presente, regresará para arre-
batar a Sus creyentes, juzgar al mundo, tomar posesión de la
tierra y establecer Su reino eterno.
9. Los santos vencedores reinarán con Cristo durante el
reino milenario, y todos los que creen en Cristo participarán
de las bendiciones divinas en la Nueva Jerusalén, en el cielo
nuevo y la tierra nueva por toda la eternidad.
Política de distribución
Living Stream Ministry se complace en hacer
disponibles gratuitamente las versiones electrónicas de
estos siete libros. Esperamos que muchos lean estos
libros en su totalidad y se sientan en libertad de
referírselos a otros. Les rogamos que a fin de conservar
el orden limite a su uso personal la impresión de estos
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