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DERECHO CIVIL
OBLIGACIONES
14ª EDICIÓN
GUILLERMO A. BORDA
(1914-2002)
Ex Ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Doctor en Jurisprudencia en la Universidad de Buenos Aires. Ex Profesor Titular
de las Facultades de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, de la Facultad
de Derecho de la Universidad Católica Argentina y de la Universidad del Salvador.
Miembro de Número de la Academia Nacional de Derecho
y Ciencias Sociales de Buenos Aires y de la International Law Association.
Miembro de Número Correspondiente de la Academia Nacional de Derecho del
Perú.
Doctor Honoris Causa de la Universidad del Salvador, Profesor Honoris Causa
de la Universidad de Mendoza, Profesor Honorario de la Universidad Católica de
La Plata,
de la Universidad Mayor de San Marcos (Perú), de la Universidad de Lima (Perú),
de la Universidad San Agustín (Arequipa, Perú), de la Universidad Católica Santa
María
(Arequipa, Perú) y de la Universidad San Antonio Abad (Cuzco, Perú).
ACTUALIZADO POR
ALEJANDRO BORDA
Doctor de la Universidad de Buenos Aires en Derecho, Profesor Titular de
Contratos de la Universidad Católica Argentina, Ex Profesor Titular de Contratos
de la Universidad Católica de Salta y de la Universidad de Ciencias Empresariales
y Sociales. Profesor Adjunto por Concurso de Contratos Civiles y Comerciales de
la Universidad de Buenos Aires. "Accesit" — Premio Academia Nacional de
Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires", otorgado por esa Academia
Nacional, Premio "Jorge Joaquín Llambías" otorgado por la Facultad de Ciencias
Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional del Litoral. Honor al Mérito
otorgado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima-Perú). Profesor
Honorario de la Universidad Católica de Santa María (Arequipa - Perú), de la
Universidad Privada San Pedro (Chimbote - Perú) y de la Universidad Inca
Garcilaso de Vega (Lima -Perú). Director de la Revista "Doctrina Judicial"
LA LEY
©Guillermo Antonio Borda, 2012
© de esta edición, La Ley S.A.E. e I., 2012
Tucumán 1471 (C1050AAC) Buenos Aires
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723
Impreso en la Argentina
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Printed in Argentina
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I.S.B.N. 978-987-03-2199-6
41213112 (SAP)
ARGENTINA
Borda, Guillermo Antonio
Manual de Derecho Civil: Obligaciones/Guillermo Antonio
Borda; con colaboración de Alejandro Borda. - 14a ed. -
Buenos Aires: La Ley, 2012.
688 p.; 24x17 cm.
ISBN978-987-03-2199-6
1. Derecho Civil. I. Borda, Alejandro, colab. II. Título
CDD 346
Indice General
CAPÍTULO I
Teoría General de las Obligaciones
§ 1.— Conceptos generales
1. Origen y evolución histórica de las obligaciones.— 2. Definición; diversas
acepciones.— 3. Distinción entre deuda y responsabilidad.— 4. Naturaleza y
caracteres.— 5. Distinción con los derechos reales.— 6. Tentativas de asimilación;
concepciones unitarias.— 7. Distinción con los derechos de familia.— 8. Tendencias
actuales en el derecho de las obligaciones: permanencia formal y transformaciones
sustanciales.— 9.— 10. Tendencia a la unificación internacional.— 11. Tendencia hacia
la unificación interna
§ 2.— El método
12. Ubicación de las obligaciones en el derecho civil.— 13. Metodología "interna".
§ 3.— Elementos de la obligación
14. Enumeración
A.— Sujetos activo y pasivo
15. Los sujetos.— 16. Obligaciones ambulatorias o propter rem .
B.— El objeto
17. Noción.— 18. Caracteres que debe reunir.— 19. ¿El objeto debe tener contenido
patrimonial? — 20. Concepto de moral y buenas costumbres en su aplicación a las
obligaciones.— 21.— 22. Actos contrarios a la moral.— 23.
C.— La causa
24. Diversos significados de la palabra causa.— 25. La doctrina clásica.— 26. La tesis
anticausalista.— 27. La doctrina moderna.— 28. Distinción con los motivos.— 29. La
cuestión en nuestro derecho.— 30.— 31. Nuestra opinión.— 32. Presunción de la
existencia de la causa.— 33. Falta de causa y falsa causa.— 34. Actos abstractos
D.— Fuerza compulsoria del vínculo
35. La protección del derecho del acreedor
§ 4.— Fuentes de las obligaciones
A.— Conceptos generales
36. Concepto.— 37. Clasificación: distintos criterios.— 38. Breve noción de cada fuente
B.— La voluntad unilateral
39. Antecedentes históricos.— 40. Apreciación crítica.— 41.— 42.— 43. Legislación
comparada.— 44. Los Proyectos de 1993 y 1998.— 45. Relaciones contractuales de
hecho
§ 5.— Interdependencia de las obligaciones principales y accesorias
46. Concepto.— 47. Especies.— 48.— 49. Interdependencia y relaciones recíprocas.—
50. Casos especiales
CAPÍTULO II
Efectos de las Obligaciones
51. Efectos de los contratos y efectos de las obligaciones; método del Código.— 52. El
principio del efecto relativo de los contratos; noción general y remisión.— 53.— 54.
Efectos normales y anormales o subsidiarios de las obligaciones.— 55. Efectos
indirectos o auxiliares.— 56. Efectos respecto del deudor
§ 1.— Efectos normales (cumplimiento de la prestación)
57. Cumplimiento específico.— 58. a) Cumplimiento voluntario.— 59. b)
Cumplimiento forzado.— 60. c) Ejecución por otro
A.— Cumplimiento voluntario
61. Cómo debe cumplirse la obligación: el principio de la buena fe
B.— Cumplimiento forzado
62. Cuándo procede la compulsión
C.— Medios de compulsión
1.— Recursos legales y convencionales
63. Enunciación.— 64. Supresión de la prisión por deudas
2.— Las astreintes
65. Origen y desarrollo en la jurisprudencia francesa.— 66.— 67. Naturaleza jurídica.—
68. Las astreintes en nuestro derecho.— 69-70. El art. 666 bis.— 71.— 71-1.
Caracteres.— 71-2. Sujeto pasivo.— 72. Multas legales y convencionales.— 73.
Fundamento de la responsabilidad contractual
§ 2.— Efectos anormales o subsidiarios (indemnización de los daños)
74. Cuándo procede la indemnización de daños.— 75.— 76.
§ 3.— Elementos que configuran el incumplimiento
77. Enumeración
A.— Mora
1.— Mora del deudor
78. Concepto y elementos.— 79. La mora en el Código Civil.— 80. El art. 509.— 80-
1.— 80-2. Efectos subsidiarios de la interpelación.— 81. Interpelación judicial.— 82.
Interpelación extrajudicial.— 83. Casos en que no es necesaria la interpelación.— 84.
Mora en las obligaciones recíprocas.— 85. Efectos de la mora.— 86. Extinción de la
mora
2.— Mora del acreedor
87. La cuestión en nuestro derecho.— 88. Requisitos.— 89. Efectos
B.— Dolo
90. Distintas acepciones de dolo.— 91. Efectos.— 92. Dispensa del dolo.— 93.— 94.—
95. Prueba
C.— La culpa contractual
1.— Concepto y clasificación
96. Concepto y diferencia con la culpa aquiliana.— 97. Concepción unitaria de la
culpa.— 98-99.— 100. Clasificación y gradación de la culpa: antecedentes históricos y
derecho moderno.— 101. Sistema del Código Civil.— 102. Juicio crítico.— 103. Culpa
del acreedor.— 104. Culpa concurrente.— 105. Culpa de los representantes o
dependientes.— 106. Culpa precontractual y culpa in contrahendo .— 107.— 108.
Naturaleza de la culpa precontractual.— 109. Dispensa de la culpa: cláusula de
irresponsabilidad.— 110. Cláusulas de dispensa de la culpa del subordinado,
representante o mensajero
2.— Prueba de la culpa
111. Qué es lo que debe probar el acreedor.— 112. Teoría de Demogue ; obligaciones
de medio y de resultado
D.— Caso fortuito o fuerza mayor
113. Concepto.— 114. Caracteres.— 115. Efectos jurídicos del caso fortuito: principio y
excepciones.— 116.— 117. Imposibilidad parcial.— 118. Pacto de garantía.— 119.
Cláusulas de irresponsabilidad.— 120. Prueba
E.— Teoría de la imprevisión
121. Concepto y origen histórico.— 122. Valoración crítica.— 123. El art. 1198.— 124.
Condiciones de aplicación.— 125. Efectos.— 126. Diferencias con el caso fortuito
§ 4.— La indemnización
A.— Conceptos generales
127. Daños e intereses.— 128.— 129. Método del Código.— 130. La indemnización:
fundamento, finalidad, carácter y requisitos
B.— Extensión del resarcimiento
131. Relación de causalidad entre el incumplimiento y el daño; el problema de la
causación.— 132. Clasificación de los perjuicios posibles.— 133. Sistema del Código;
los arts. 520 y 521.— 134.— 135-136. El sistema alemán
C.— Valuación del daño
137. Existencia y prueba.— 138. Valuación convencional, legal y judicial.— 139.
Daños comprendidos; daño insignificante.— 140. Daño futuro.— 141. Daño eventual;
indemnización de la chance.— 142. La vida humana como valor económico.— 143.
Culpa concurrente del damnificado.— 144. Momento de la apreciación del daño.—
144-1. a) Incumplimiento contractual.— 145. b) Hechos ilícitos.— 146. El problema de
la desvalorización de la moneda; la ley 23.928.— 147. ¿La suma reclamada en la
demanda es el límite máximo a que puede llegar la condena?— 148. Intereses.— 149.
D.— Indemnización del daño moral
150. Concepto.— 151.— 152. Fundamento; discusión doctrinaria.— 153. La cuestión
en el Código Civil.— 154. La indemnización del daño moral en la ley 17.711.— 155.
Quiénes tienen la acción.— 155.1.— 156. El daño moral en las personas jurídicas.—
156-1. La prueba del daño moral
§ 5.— Cláusula penal
A.— Conceptos generales
157. Concepto; relación con los daños e intereses.— 158. Método del Código; crítica.—
159. Origen histórico y finalidad.— 160. Caracteres.— 161. Diferencias con las
obligaciones alternativas, facultativas y condicionales y con las arras.— 162. Objeto.—
163. Tiempo, forma y modalidades.— 164. Condiciones de aplicación.— 165. Derecho
de opción del acreedor; su carácter irrevocable.— 166. Beneficiario de la pena
B.— Inmutabilidad de la cláusula penal
167. El problema: evolución histórica.— 168. Sistema del Código.— 169. Caso de
cumplimiento irregular de la obligación
C.— Efectos
170. Distintos casos.— 171. Pluralidad de acreedores o deudores.— 172. Cláusula penal
asumida por un tercero
§ 6. Daños punitivos
172-1. Noción y propósito
CAPÍTULO III
Derechos del Acreedor sobre el Patrimonio del Deudor (Efectos Auxiliares de las
Obligaciones)
I — Teoría general
173. El patrimonio del deudor concebido como garantía común o colectiva: fundamento
legal.— 174. Distintas clases de acreedores.— 175. Bienes excluidos de la garantía
común.— 176. Derechos del acreedor a su conservación y ejecución
§ 1.— Medidas y acciones conservatorias
177. Medidas precautorias.— 178. Intervención procesal en los juicios en que el deudor
es parte: carácter, finalidad y condiciones.— 179. Acción de separación de
patrimonios.— 180. Derecho de retención.— 181. Acciones reparadoras
§ 2.— Vías de ejecución
182. Concepto y enumeración
II — Acción subrogatoria u oblicua
§ 1.— Conceptos generales
183. Concepto.— 184. Método del Código; crítica.— 185. Origen, evolución y derecho
comparado.— 186. Naturaleza jurídica.— 187. Fundamento.— 188. Carácter:
conservatorio, ejecutivo o mixto
§ 2.— Acciones y derechos que puedendar lugar a la acción subrogatoria
189. El principio.— 190. Derechos y acciones excluidos
§ 3.— Condiciones para su ejercicio
A.— Condiciones sustanciales o de fondo
191. Enumeración y análisis.— 192. Requisitos inútiles o superfluos
B.— Condiciones formales
193. Cuestiones controvertidas.— 194.
§ 4.— Efectos
195. Distintos efectos
§ 5.— Acciones directas
196. Concepto y casos.— 197. Diferencias con la subrogatoria
III — Acción revocatoria
198. Concepto y terminología.— 199. Origen y fuentes legales.— 200. Método del
Código.— 201. Fundamento.— 202. Naturaleza
§ 1.— Condiciones para su procedencia
203. Requisitos generales.— 204.— 205.— 206. Casos de actos onerosos; requisitos
especiales.— 207.— 208. Casos de actos gratuitos.— 209. Acción dirigida contra un
subadquirente.— 210. Quiénes pueden intentarla.— 211. Prueba.— 212. Actos
susceptibles de ser revocados
§ 2.— Efectos de la acción pauliana
213. Inoponibilidad del acto.— 214. Relaciones entre el deudor y el adquirente.— 215.
Relaciones entre los distintos acreedores.— 216. Cómo puede paralizarse la acción.—
217. Relaciones con la acción revocatoria del derecho comercial
IV — Acción de simulación
§ 1.— Concepto y caracteres
218. Concepto.— 219. Caracteres del acto simulado.— 220. Simulación absoluta y
relativa.— 221.— 222.— 223. Simulación lícita e ilícita.— 224. Actos simulables.—
225. Actos fiduciarios
§ 2.— La acción
A.— A quiénes y contra quiénes se acuerda
226. A quiénes se acuerda.— 227. Contra quién debe dirigirse
B.— Prueba entre las partes
228. Cuándo procede la acción entre las partes.— 229. Contradocumento: concepto.—
230. Exigencia del contradocumento.— 231. Casos en que no es exigido.— 232.
Situación de los sucesores universales y de los representantes o mandantes
C.— Prueba por terceros
233. Principio de la amplitud de la prueba; las presunciones.— 234.— 235. Caracteres y
requisitos
D.— Prescripción
235 bis. Plazo de prescripción
§ 3.— Efectos de la simulación
A.— Entre las partes
236. Carácter de la nulidad; efectos
B.— Respecto de terceros
237. Enajenación a un subadquirente de buena fe.— 238. Revocación de sentencias en
juicios simulados
§ 4.— Comparación entre las acciones conservatorias
239. Entre la de simulación y la revocatoria.— 240. Son acumulables.— 241.
Comparación de las acciones subrogatoria y de simulación.— 242. Comparación de las
acciones subrogatoria y pauliana
CAPÍTULO IV
Clasificación de las Obligaciones
243. Clasificación y nomenclatura de las obligaciones
I — Obligaciones naturales
§ 1.— Conceptos generales
244. Concepto; diferencias con las civiles o perfectas.— 245. Antecedentes históricos y
legislación comparada.— 246. Naturaleza jurídica; las teorías explicativas.— 247.—
248. Los deberes de conciencia; orientaciones modernas.— 249-250.
§ 2.— Régimen del Código Civil
A.— Caracteres y enumeración
251. Caracteres.— 252. Enumeración y clasificación.— 253.
B.— Efectos
254. Enumeración y análisis.— 255. a) Pago voluntario.— 256. b) Pago parcial.— 257.
c) Conversión en obligación civil.— 258. d) Garantía de terceros
II — De las obligaciones en cuanto a su objeto
§ 1.— Naturaleza del objeto
259. Concepto.— 260. Clasificación
A.— Obligaciones de dar cosas ciertas
261. Concepto.— 262. Extensión.— 263. Deberes del deudor; el sistema de la
tradición.— 264. Antecedentes y derecho comparado.— 265. Crítica del sistema de la
tradición
1.— Efectos entre las partes
266. Pérdidas o deterioros.— 267. a) Obligación de dar cosa cierta para constituir o
transferir derechos reales.— 268. b) Obligaciones de dar cosas ciertas para restituirlas a
su dueño.— 269. Aumentos y mejoras.— 270. a) Obligaciones de dar cosas ciertas para
transferir o constituir derechos reales.— 271. b) Obligaciones de dar cosas ciertas para
restituirlas a su dueño.— 272. Frutos
2.— Efectos respecto de terceros
273. Distintos casos; muebles e inmuebles.— 274. a) Obligación de dar cosas ciertas
para constituir o transferir derechos reales.— 275. b) Obligaciones de dar cosas ciertas
para restituirlas a su dueño
3.— Transferencia del uso o la tenencia
276. Remisión legal
B.— Obligaciones de dar cosas inciertas no fungibles
277. Concepto y caracteres.— 278. Principios legales sobre la determinación del
objeto.— 279. Cuándo se tiene por hecha la elección; distintas teorías.— 280. Efectos;
caso de pérdida de la cosa.— 281.— 282. Caso del art. 893
C.— Obligaciones de dar cosas fungibles o cantidades de cosas
283. Concepto y caracteres.— 284. Individualización de la cosa.— 285. Efectos;
riesgos.— 286.
D.— Obligaciones de dar sumas de dinero
1.— Conceptos generales
287. Concepto jurídico del dinero.— 288. Diversas clases de moneda.— 289. El
nominalismo y la actualización de las deudas de dinero.— 290-291. Comparación con el
incumplimiento de otras obligaciones
2.— Régimen legal
292. Normas aplicables.— 293. Objeto de la obligación; deuda de moneda
determinada.— 294. Tiempo y lugar de pago.— 295. Incumplimientos: límites de la
responsabilidad del deudor.— 296-302. Obligaciones en moneda extranjera
E.— Intereses
303. Concepto y especies.— 304. Obligaciones ilíquidas de origen contractual y
extracontractual; jurisprudencia.— 305. Usura; antecedentes históricos; legislación
argentina.— 306-307. Anatocismo.— 308. Extinción de los réditos
F.— Obligaciones de hacer
309. Noción; diferencias con las de dar.— 310. Efectos.— 311. Ejecución por otro.—
312. Cumplimiento deficiente.— 313. Imposibilidad de cumplir
G.— Obligaciones de no hacer
314. Concepto.— 315. Modo de cumplir; ejecución forzada.— 316. Imposibilidad de la
abstención prometida
§ 2.— Obligaciones de objeto plural o compuesto
317. Obligaciones de objeto conjunto y disyunto
A.— Obligaciones alternativas
318. Concepto y caracteres.— 319. Diferencias con las obligaciones facultativas, las de
género y la cláusula penal.— 320. Elección: forma y efectos.— 321.— 322.
Prestaciones periódicas.— 323. Imposibilidad originaria de cumplir una prestación.—
324. Imposibilidad sobreviniente de una de las prestaciones.— 325. Deterioro de una de
las prestaciones.— 326. a) Se ha deteriorado sin culpa de las partes.— 327. Mejoras
experimentadas por las cosas
B.— Obligaciones facultativas
328. Concepto, naturaleza y caracteres.— 329. Fuentes.— 330. Opción.— 331. Efectos
III — De las obligaciones en cuanto al sujeto
332. Obligaciones de sujeto múltiple.— 333. Régimen legal de las obligaciones
disyuntas.— 334. Concepto de mancomunación.— 335. Método del Código
§ 1.— Divisibilidad o indivisibilidad del objeto
336. Antecedentes históricos y derecho comparado.— 337. Criterio del Código Civil
argentino.— 338. Aplicaciones: prestaciones divisibles e indivisibles.— 339.
Tendencias de la legislación moderna
§ 2.— Obligaciones simplemente mancomunadas
340. Concepto.— 341. Fraccionamiento: principio y excepciones.— 342. Proporción de
la división.— 343. Efectos de la simple mancomunación.— 344. Exceptio non adimpleti
contractus
§ 3.— Obligaciones de objeto indivisible
345. Efectos entre las partes.— 346.— 347. Relaciones de los coacreedores y
codeudores entre sí.— 348.
§ 4.— Obligaciones solidarias
A.— Principios generales
349. Concepto.— 350. Antecedentes históricos; teoría de la correalidad.— 351.
Obligaciones solidarias y obligaciones in solidum .— 352. Caracteres.— 353.
Fundamento y finalidad.— 354. Fuentes.— 355. Carácter expreso de la solidaridad.—
356. Prueba de la solidaridad.— 357. Extinción de la solidaridad
B.— Solidaridad pasiva
358. Noción e importancia
1.— Efectos entre las partes
359. Efectos principales y secundarios.— 360.— 361. Fundamentos de estos efectos y
naturaleza de la solidaridad.— 362. Defensas comunes y personales.— 363. Limitación
de los efectos de la solidaridad: sucesión mortis causa.— 364. Subrogación
2.— Efectos entre los codeudores
365. Relación de los codeudores entre sí.— 366.— 367.— 368. Supuesto de
obligaciones sujetas a modalidades
C.— Solidaridad activa
369. Noción e importancia.— 370. Efectos.— 371. Incapacidad de uno de los
acreedores.— 372. Relaciones de los coacreedores entre sí
D.— Paralelo entre las obligaciones solidarias y las indivisibles
373. Semejanza y diferencias
CAPÍTULO V
Modalidades de las Obligaciones
374. Concepto.— 375. Obligaciones puras y modales: distinción doctrinaria y legal.—
376. Método del Código: crítica.— 377. Principios y excepciones
§ 1.— Condición
378. Distintas acepciones jurídicas de la palabra condición.— 379. Caracteres de la
condición.— 380. Forma.—
A.— Clasificación de las condiciones
381. Distintos criterios.— 382. Condiciones suspensivas y resolutorias.— 383.
Condiciones potestativas, casuales y mixtas.— 384. Nulidad de las obligaciones
contraídas bajo condición puramente potestativa.— 385.— 386.— 387. Condiciones
positivas y negativas
B.— Condiciones imposibles, ilícitas o contrarias a las buenas costumbres
388. El principio.— 389. Condiciones imposibles.— 390. Condiciones ilícitas o
inmorales.— 391. Enumeración legal
C.— Cumplimiento de la condición
392. Principio general: tiempo y forma.— 393. Indivisibilidad de la condición.— 394.
Condiciones conjuntas y disyuntivas.— 395.— 396. Cumplimiento ficto.— 397.
Término de cumplimiento.— 398.— 399.
D.— Efectos
400. Principio de la retroactividad.— 401.— 402. Legislación comparada.— 403.
Proyectos de reformas.— 404. Excepciones al principio
1.— Efectos de la condición suspensiva
405.— 406. Pendiente la condición.— 407.— 408.— 409. Naturaleza del derecho
eventual.— 410. Cumplimiento de la condición.— 411. a) Actos de disposición.— 412.
b) Actos de administración .— 413. c) Pérdida o deterioro de la cosa debida .— 414.—
d) Aumentos y frutos .— 415. Fracaso de la condición.— 416.
2.— Efectos de la condición resolutoria
417. Pendiente la condición.— 418. Producida la condición.— 419. a) Actos de
disposición.— 420. b) Actos de administración.— 421. c) Pérdida o deterioro de la
cosa.— 422. d) Frutos y aumentos.— 423. Fracaso de la condición.— 424-425.
Efecto ipso jure
§ 2.— Plazo
A.— Concepto y caracteres
426. Concepto; diferencia con la condición.— 427. En beneficio de quién se supone
establecido.— 428. Cómputo
B.— Clasificación
429. Suspensivo y resolutorio.— 430. Cierto e incierto.— 431. Expreso y tácito.— 432.
Legal, judicial y voluntario
C.— Efectos
433. Antes del vencimiento.— 434. Pago anticipado.— 435. Después del vencimiento
D.— Caducidad
436. Distintas causales
§ 3.— Cargo
437. Concepto.— 438. Caracteres.— 439. Diferencia con la condición y los simples
consejos.— 440. Terminología legal.— 441. Incumplimiento del cargo: efectos.—
442.— 443. Casos en que el incumplimiento del cargo provoca la pérdida del
derecho.— 444. Límites de la responsabilidad del beneficiario.— 445. Cuándo y cómo
debe cumplirse el cargo.— 446. Quién debe cumplirlo.— 447. Cargos imposibles,
ilícitos o inmorales.— 448. Transmisión hereditaria
CAPÍTULO VI
Transmisión y Reconocimiento de las Obligaciones
I — Transmisión
§ 1.— Conceptos generales
449. Concepto y diversas formas.— 450. Principio general y limitaciones.— 451.
Transmisión hereditaria: evolución histórica.— 452. Reglas legales
§ 2.— Cesión de créditos
A.— Conceptos generales
453. Antecedentes romanos y extranjeros.— 454. Sistema del Código Civil argentino:
crítica.— 455. Concepto y caracteres.— 456. Forma.— 457. Capacidad.— 458. Objeto:
derechos cesibles e incesibles.— 459. a) Incesibilidad legal .— 460. b) Incesibilidad
convencional (pacto de non cedendo )
B.— La transferencia
461. Momento en que se opera.— 462. Qué comprende la cesión.— 463. La
notificación o aceptación del deudor cedido; forma.— 464. Efectos de la notificación o
aceptación.— 465.— 466. Casos en que no se requiere notificación o aceptación
C.— Efectos de la cesión
467. Efectos entre las partes.— 468. Efectos respecto del deudor cedido.—469. Cesión
parcial
D.— Paralelo con la novación subjetiva y la subrogación
470. Con la novación subjetiva.— 471. Con la subrogación
§ 3.— Traspaso de deudas
472. Historia y legislación comparada.— 473. Justificación y posibilidad dentro de
nuestro Código.— 474.— 475. Requisitos.— 476. Promesa de liberación.— 477.
Cesión de patrimonios separados; ley 11.867
II — Reconocimiento de las obligaciones
§ 1.— Breve noción sobre la prueba
478. Concepto.— 479. Carga de la prueba.— 480. Medios de prueba
§ 2.— Reconocimiento de deuda
481. Concepto y naturaleza jurídica.— 482. Caracteres.— 483. Formas y especies.—
484. Requisitos.— 485. Efectos.— 486. Diferencias entre el título anterior y el nuevo.—
487. Paralelo con otras figuras afines.— 488. Crítica de la metodología del Código.—
489-490. Legislación comparada
CAPÍTULO VII
Extinción de las Obligaciones
491. Enumeración de los modos de extinción.— 492. Clasificaciones.— 493. Efectos
§ 1.— Pago
A.— Conceptos generales
494. Diferentes acepciones.— 495. Naturaleza jurídica.— 496. Requisitos generales de
validez.— 497. Pago con cosa ajena
B.— Sujetos del pago
1.— Pagador o solvens
498. Personas que pueden pagar.— 499. Efectos del pago por terceros.— 500. Pago
hecho antes del vencimiento de la deuda.— 501. Capacidad para pagar.— 502. Pago por
insolvente
2.— Sujeto pasivo
503. Quiénes pueden recibir el pago.— 504. Representantes del acreedor que pueden
aceptarlo.— 505. Tercero portador de un recibo del acreedor.— 506. Pago hecho al
tercero indicado en la obligación.— 507. Pago hecho al poseedor del crédito.— 508.
Pago a un tercero no autorizado.— 509. Crédito embargado o pignorado.— 510.
Capacidad para recibir el pago.— 511. Incapacidad sobreviniente
C.— Objeto del pago
512. De lo que se debe dar en pago; principios de identidad e integridad.— 513. Casos
en que se autorizan pagos parciales
D.— Lugar de pago
514. Dónde debe pagarse la obligación.— 515.— 516. Efectos sobre la competencia
judicial.— 517. Domicilio especial
E.— Epoca del pago
518. Caso en que existe plazo fijado.— 519.— 520.— 521.— 522. Obligaciones sin
plazo determinado.— 523. Facultad de pagar cuando el deudor pueda
F.— Gastos del pago
524. Regla general
G.— Efectos del pago
525. Efectos necesarios y accidentales.—526.—527. Liberación forzad a
H.— Pago por consignación
528. Concepto.— 529. Casos en que procede.— 530. Requisito de validez.— 531.
Efectos: momento desde el cual se producen.— 532. Retiro de la consignación.— 533.
Riesgos de la cosa.— 534. Intereses.— 535. Gastos y costas judiciales.— 536. Reglas
especiales relativas a las obligaciones de dar cosas ciertas.— 537. Reglas relativas a las
obligaciones de dar cosas inciertas.— 538. Obligaciones de hacer y no hacer
I.— Imputación del pago
539. Concepto; distintos casos.— 540. Imputación por el deudor.— 541. Imputación
hecha por el acreedor.— 542. Imputación por la ley.— 543. Modificación de la
imputación
J.— Prueba del pago
544. Carga de la prueba.—545. Medios de prueba.—546. El recibo.—546.1 Límites al
valor probatorio del recibo
K.— Pago con subrogación
547. Concepto.—548.Naturaleza jurídica.—549. Diferencias con la cesión de créditos:
remisión.—550. Distintas especies.—551. Subrogación legal: distintos casos.—552.
Subrogación convencional.—553. Efectos de la subrogación: principio general y
limitaciones.—554. Caso de pago parcial
L.— Pago indebido
1.— Conceptos generales
555. Concepto y principios aplicables.—556. Diferentes casos.—557. Pago por error;
distintas hipótesis.—558.—559.—560.—561. Pago sin causa.—562. Pago por causa
ilícita.—563. Pago obtenido por medios ilícitos.—564. Repetición de impuestos ilegales
2.— Efectos
565. Efectos entre las partes.—566. Ejercicio de la acción.—567. Efectos respecto de
terceros adquirentes
3.— Obligaciones putativas
568. Concepto y disposiciones aplicables
4.— Liberación sin causa o putativa
569-574. Principios aplicables
M.— Pago con beneficio de competencia
575. Concepto y fundamento.—576. Casos en que procede.—577.—578. Condiciones
de ejercicio del derecho al beneficio.—579.—580. Alcance del beneficio.—581.
Obligación de restituir
§ 2.— Dación en pago
582. Concepto.—583. Requisitos.—584. Naturaleza jurídica.—585. Capacidad.—586.
Efectos.—587. Evicción de lo dado en pago
§ 3.— Novación
A.— Conceptos generales
588. Concepto y especies.—589. Elementos de la novación.—590. a)Obligación
anterior.—591. b)Creación de una nueva obligación.—592. c)Capacidad de las
partes.—593. d)Intención de novar.—594. Diferencia con el reconocimiento, la
confirmación y la renuncia.—595. La novación en la legislación moderna
B.— Novación objetiva
596. Concepto.—597. Cambios que provocan o no la novación
C.— Novación subjetiva
598. Concepto y casos.—599. Novación por cambio de deudor.—600. a) Delegación
perfecta.—601. b) Expromisión.—602. c) Novación contra la voluntad del deudor.—
603. Insolvencia del deudor sustitui do.— 604. Novación por cambio de acreedor;
diferencia con la cesión de créditos
D.— Efectos
605. Efectos de la novación.—606. a) Extinción de los accesorios de la obligación
originaria.—607.—608. b) Pluralidad de acreedores.—609. c) Pluralidad de
deudores.—610. d) Novación con el fiador.—611. e) Otros efectos
§ 4.— Transacción
612. Concepto.—613. Requisitos.—614. Naturaleza jurídica.—615. Caracteres.—616.
Capacidad.—617. Representación convencional
A.— Objeto de la transacción
618. Derechos que pueden ser objeto de transacción
B.— Forma y prueba
619. Reglas generales
C.— Efectos
620. Principios generales.—621. Fuerza obligatoria: ¿importa la transacción cosa
juzgada? —622. Limitaciones de los efectos de la transacción: entre quiénes se
producen.—623. Efecto declarativo; evicción.—624. Indivisibilidad
D.— Nulidad
625. En qué casos procede
§ 5.— Renuncia
626. Noción y derechos que pueden ser objeto de ella.—627. Especies.—628.
Caracteres.—629. Capacidad.—630. Forma y prueba.—631. Interpretación.—632.
Leyes que la rigen.—633. Efectos.—634. Retractación.—635. Diferencias con la
donación.—636.
§ 6.— Remisión de deuda
637. Concepto y naturaleza.—638. Formas.—639. Efectos; caso de fianza.—640.—
641-642. Devolución de la cosa dada en prenda
§ 7.— Compensación
643. Concepto.—644. Diversas clases de compensación
A.— Compensación legal
645. Requisitos.—646. Obligaciones no compensables.—647. Efectos de la
compensación: cómo se opera.—648.—649. Casos especiales.—650.—651.—652.
Imputación de la compensación.—653. Renuncia a la compensación
B.— Compensación judicial
654. Efectos: desde cuándo se producen
C.— Compensación facultativa
655. Efectos: desde cuándo se producen
§ 8.— Confusión
656. Concepto y naturaleza.— 657. Hechos de que puede derivarse la confusión.— 658.
Especies.— 659. Derechos que pueden constituir su objeto.— 660. Efectos de la
confusión.— 661.
§ 9.— Imposibilidad de pago
662-663 Concepto.— 664. Requisitos para que se opere la extinción.— 665. Efectos de
la imposibilidad de pago.— 666. Transformación de la obligación en daños y
perjuicios.— 667. Desaparición del interés de la obligación
CAPÍTULO VIII
Prescripción Liberatoria
§ 1.— Generalidades
668. Idea general de la prescripción: sus dos clases.—669. Concepto y elementos.—
670. Metodología del Código.—671. Naturaleza jurídica.—672.—673. Utilidad y
fundamento.—674. Caracteres.—675. Prohibición de deferir el juramento.—676.
Quiénes pueden prescribir y contra quiénes.—677. Derechos y acciones que
prescriben.—678. a)Acciones derivadas del estado de una persona.—679.—680.
b)Acciones patrimoniales personales.—681. c)Acciones patrimoniales reales
§ 2.—Iniciación, suspensión e interrupción del término de la prescripción
A.— Iniciación
682. Desde cuándo comienza a correr el término: regla general
B.— Suspensión
683. Concepto y efectos.—684. Causas legales.—685. Supresión de la suspensión en
favor de los incapaces.—686. Suspensión entre cónyuges.—687.—688. Suspensión
entre el incapaz y su representante necesario.—689. Suspensión en favor del heredero
beneficiario.—689-1. Querella de la víctima de un hecho ilícito.—689-2. Interpelación
al deudor.—689-3. La mediación.—690. Casos dudosos en que no hay suspensión.—
691. Quién puede invocar la suspensión y contra quiénes.—692. Dispensa de la
prescripción corrida: imposibilidad de obrar.—692 bis. Maniobras dolosas para evitar la
demanda
C.— Interrupción
693. Concepto
1.— Causales
694. Enumeración.—695. Demanda.—696. Reconocimiento.—697. Compromiso
arbitral
2.— Efectos
698. Desde cuándo comienza a correr nuevamente la prescripción.—699. Quién puede
invocarla y contra quién
§ 3.— Plazos de prescripción
700. Idea general del sistema del Código.—701.—702.—703. Plazo de veinte años.—
704-705.
A.— Prescripción ordinaria
706. El art. 4023.— 707. La prescripción ordinaria en la legislación comparada
B.— Plazo de cinco años
708. El art. 4027; fundamento.—709. Pensiones alimenticias.—710. Alquileres.—711.
Prestaciones periódicas en general.—711 bis. Lesión.— 711 ter. La prescripción de
cinco años en el derecho mercantil
C.— Plazo de cuatro años
712. El art. 4028.— 712-1. El art. 847 del Código de Comercio
D.— Plazo de tres años
712-2. El art. 848 del Código de Comercio.— 712-3. La ley de defensa del consumidor
E.— Plazo de dos años
713. Distintos supuestos legales
1.— Acción de nulidad
714. Principio general.— 715. Nulidad por error, dolo o violencia.— 716. Nulidad por
simulación.— 717. Nulidad de actos realizados por incapaces
2.— Honorarios profesionales
718. Principio general.— 719. Empleados en la administración de justicia.— 720.
Honorarios de abogados y procuradores.— 721. Honorarios de escribanos.— 722.
Honorarios de los agentes de negocios.— 723. Honorarios de médicos y profesionales
del arte de curar.— 724.— 725. Acción de indemnización por responsabilidad
extracontractual.— 726.— 727.— 727-1. Acción derivada de las relaciones laborales.—
727-2. Acciones previstas en el Código de Comercio
F.— Plazo de un año
728. Acción pauliana.— 729. Acción de revocación de legados o donaciones por
ingratitud.— 730.— 731. Acción por hospedaje, servicios, suministros.— 732.
Interversión de estos términos de prescripción.— 733. Acciones posesorias.— 733-1.
Acciones derivadas del contrato de transporte.— 733-2. Acciones cambiarias
G.— Plazo de seis meses
734. Acción derivada de la avulsión.— 735. Acción por cargos o servidumbres ocultas
H.— Plazo de tres meses
736. Acciones redhibitoria y quanti minoris .— 736-1. Promesa de mutuo oneroso
§ 4.— Efectos
737-740. Cómo se producen.— 741-742. Cuándo debe ser opuesta la prescripción.—
743. Quiénes pueden oponer la prescripción
§ 5.— Renuncia a la prescripción
744. Principio legal.— 745. Naturaleza jurídica.— 746. Capacidad; legitimación.—
747.— 748. Cláusulas que modifican el plazo de prescripción
§ 6.— Caducidad
749. Concepto y naturaleza
CAPÍTULO IX
Responsabilidad Extracontractual
750. Fundamento de la responsabilidad extracontractual
§ 1.— Hechos ilícitos
751. Clasificación: delitos y cuasidelitos.— 752-753. Delito civil y delito criminal.—
754. Culpa civil y culpa penal
§ 2.— Elementos de los actos ilícitos
755. Enumeración
A.— Hecho positivo o negativo del que resulte una transgresión a la ley
756. Concepto
B.— Daño causado
757. ¿Es el daño causado un elemento de los hechos ilícitos?— 758.— 759.
C.— Relación de causalidad entre el hecho y el daño
760. El problema de la causalidad.— 761. La solución del Código Civil.— 762.—
763.— 764. Pluralidad de causas.— 765.— 766. a) Existen varios culpables extraños a
la víctima.— 767. b) Culpa concurrente de la víctima.— 768. Diferencia entre
causalidad e imputabilidad
D.— Imputabilidad
769. Principios legales: fundamento de la responsabilidad.— 770. Causas de
inimputabilidad.— 771-774. Abuso del derecho: remisión
§ 3.— Delitos
775. Concepto y elementos.— 776. Obligación de reparar.— 777. Solidaridad de los
coautores.— 778. Delitos contra las personas.— 779. Delitos contra la propiedad
§ 4.— Cuasidelitos
781. Método a seguir
A.— Responsabilidad por hechos propios
782. Principio general.— 783. Reglas aplicables a la culpa cuasidelictual.— 784-785. El
problema de la solidaridad.— 786.— 787. Culpa de la víctima.— 788. Cláusulas
limitativas de la responsabilidad.— 789.
CAPÍTULO X
Responsabilidades Reflejas
§ 1.— Responsabilidad por el hecho de otro
A.— Responsabilidad por los dependientes
790. El art. 1113; quiénes son dependientes.— 791. Relación entre las tareas y el hecho
del dependiente.— 792. Condiciones de la responsabilidad.— 793. El problema de la
inexcusabilidad del principal.— 794. Fundamento de la responsabilidad del principal.—
795. Acciones que posee la víctima.— 796. Acción regresiva del principal contra el
dependiente
B.— Responsabilidad de los padres
797. Responsabilidad paterna: su fundamento.— 798-799. Condiciones para que exista
responsabilidad paterna.— 800. Responsabilidad de los hijos.— 801. Cesación de la
responsabilidad de los padres.— 802. Acción regresiva contra el menor
C.— Responsabilidad de los tutores y curadores
803. Regla legal.— 804. Condiciones de la responsabilidad de los tutores y curadores.—
805.— 806.— 807. Acción recursoria contra el incapaz
D.— Responsabilidad de los propietarios de institutos de enseñanza
808. La reforma del art. 1117.— 809-813.
E.— Responsabilidad de los dueños de hoteles, casas de hospedaje y establecimientos
análogos
814. Régimen legal.— 815. Establecimientos comprendidos en la norma.— 816.
Condiciones de la responsabilidad.— 817. Caso de que el hotel tenga varios dueños
F.— Responsabilidad de los capitanes de barcos y agentes de transportes
818. Régimen legal
G.— Responsabilidad por cosas arrojadas de una casa
819. Régimen legal.— 820. Quiénes responden.— 821. Daños por los que se responde
H.— Reglas comunes
822. Acciones que posee el damnificado.— 823. Acción regresiva contra el autor del
hecho
§ 2.— Responsabilidad por los daños causados por las cosas
A.— Daños causados por animales
824. Fundamento de la responsabilidad.— 825. Personas responsables.— 826.— 827.
¿La responsabilidad del propietario o guardián es conjunta o alternativa? — 828. Daños
por los que se responde.— 829. Acción de regreso del guardián contra el dueño.— 830.
Cesación de responsabilidad.— 831. Supuesto del animal feroz.— 832. Daño causado
por una animal a otro.— 833. Indemnización y abandono del animal
B.— Daños causados por cosas inanimadas
834. Textos implicados.— 835. Cosas por cuyo daño se responde.— 836.— 837-838.—
839. Accidentes en ascensores
1.— Personas responsables
840. Concepto de guardián.— 841. ¿La responsabilidad del propietario y del guardián
es conjunta o alternativa?— 842. Cosa utilizada contra la voluntad del dueño o
guardián.— 843. Supuesto de copropiedad o de guarda compartida.— 844.
Construcción arrendada o dada en usufructo.— 845. Propietario inimputable
2.— Daños por los que se responde
846. Daños causados con la cosa y por la cosa.— 847.— 848. Cosa movida por un
animal.— 849. Daños producidos entre cosas.— 850. Daño causado con ocasión de
prestar un servicio gratuito
3.— Cesación de la responsabilidad
851. Distintos casos.— 852-855. Derogación de los arts. 1133 y 1134.— 856. Abolición
de la caución damni infecti
C.— Accidentes ocurridos con ocasión del transporte
857. El art. 184 del Código de Comercio y su aplicación extensiva a todo medio de
transporte.— 858.— 859.— 860. Personas que pueden invocar el art. 184, Código de
Comercio.— 861. Ocasión del accidente.— 862. Extensión de la reparación.— 863.
Causas de exoneración
D.— Accidentes acaecidos con ocasión del transporte benévolo
864. Concepto de transporte benévolo.— 865-866. Naturaleza y extensión de la
responsabilidad del transportador.— 867. Transporte clandestino.— 868. Legislación
comparada
E.— Daños causados por productos elaborados
868-1. Importancia de la cuestión.— 868-2. Quiénes son responsables.— 868-3.
Acciones recursorias
CAPÍTULO XI
La Acción de Daños y Perjuicios
§ 1.— Sujetos de la acción
A.— Legitimación activa
869. Quiénes pueden ejercer la acción de daños.— 870. Damnificados indirectos.—
871. Personas que tienen acción en caso de muerte de la víctima.— 872.— 873.— 873
bis.— 874. Caso en que el accionante recibe bienes en la sucesión de la víctima.— 875.
Acciones con que cuentan los herederos con motivo de la muerte de una persona.—
876.— 877. Legitimación activa en caso de injurias.— 878. Hechos que obstan al
nacimiento de la acción.— 879. Extinción de la acción
B.— Legitimación pasiva
880. Contra quiénes puede intentarse la acción de daños.— 881.— 881-1.
Responsabilidad colectiva.— 881-2. Responsabilidad colectiva con motivo o en ocasión
de espectáculos deportivos
§ 2.— Relaciones entre la acción civil y la penal
A.— El principio de la independencia
882. El principio: sus consecuencias y limitaciones.— 883.— 884. Renuncia a la acción
civil.— 885. Jurisdicción competente para entender en la acción de daños.— 886.—
887.— 888. La acción civil pendiente del proceso penal.— 889.— 890.— 891.— 891
bis. Suspensión de la prescripción
B.— Cosa juzgada
1.— Influencia de la sentencia criminal sobre la civil
892. Condena criminal del procesado.— 893. Absolución del procesado.— 894.— 895.
Valor del sobreseimiento definitivo.— 896. El principio; las cuestiones prejudiciales.—
897.— 898.— 899.
3.— Caso de demencia
900. Principio de la independencia de los juzgamientos
§ 3.— La reparación de los daños
901. Remisión
A.— El principio de la reparación integral
902. Su significado y alcance.— 903.— 904.— 905-906. Influencia de la fortuna del
culpable y de la víctima sobre el monto de la indemnización.—907. Forma de la
reparación.— 908.
B.— Indemnización fijada legalmente
909. Supuesto de indemnización tarifada
CAPÍTULO XII
Responsabilidades Especiales
I
§ 1.— Responsabilidad de las personas jurídicas y del Estado
910. Responsabilidad de las personas jurídicas; el art. 43.— 911.— 911 bis. La reforma
de la ley 17.711.— 912. Responsabilidad del Estado; evolución de la jurisprudencia.—
912 bis. Prisión preventiva seguida de absolución
§ 2.— Responsabilidad de los funcionarios públicos
913. Diferentes responsabilidades que pesan sobre un funcionario público.— 914.
Responsabilidad civil de los funcionarios públicos.— 915.— 916.— 917.
Responsabilidad de los jueces
§ 3.— Responsabilidades profesionales
918. El problema de la responsabilidad profesional
A.— Responsabilidad de los médicos
919. Naturaleza de esta responsabilidad.— 919 bis.
B.— Responsabilidad de los abogados y procuradores
920. Naturaleza jurídica.—921. Culpa de la que responden
C.— Responsabilidad de los escribanos
922. Naturaleza jurídica
D.— Responsabilidad de los ingenieros, arquitectos y constructores
923. Naturaleza jurídica
§ 4.— Responsabilidad deportiva
924. Importancia del tema.—925. Distintos supuestos a considerar.—926. a)Relaciones
entre los deportistas participantes del juego.—927. b)Relaciones entre los deportistas y
los espectadores o terceros.—928. c)Relaciones entre la empresa organizadora y los
deportistas.—929. d)Relaciones entre la empresa y los espectadores
§ 5.— Responsabilidad por accidentes del trabajo
930. Doctrina del riesgo profesional.—931.
§ 6.— Responsabilidad derivada de la aeronavegación
932. Naturaleza de la responsabilidad
A.— Responsabilidad en el transporte oneroso
933. Principios que rigen la responsabilidad en el transporte aéreo.—934.
Responsabilidad por retraso.—935. Limitación de la responsabilidad.—936. Caso de
echazón.—937. Cláusulas de exoneración.—938. Caso de dolo.—939. Plazo de
caducidad para el reclamo
B.— Responsabilidad por daños ocasionados en la superficie
940. Naturaleza de la responsabilidad.—941. Personas responsables.—942. Limitación
de la responsabilidad.—943. Culpa concurrente.—944. Caso de dolo
C.— Responsabilidad en el transporte gratuito
945. Limitación de la responsabilidad.—946.
D.— Daños producidos en abordaje
947. Concepto de abordaje.—948. Responsables.—949-950. Solidaridad de la
responsabilidad.—951. Daños causados a terceros en la superficie en caso de
abordaje.—952.
§ 7.— Responsabilidad derivada de productos elaborados
952-1. Importancia de la cuestión.—952.2. Responsabilidad del fabricante;
fundamento.—952.3. Responsabilidad del importador y de quien le pone su marca al
producto.—952.4. Responsabilidad del proveedor o distribuidor.—952.5.
Responsabilidad del vendedor no fabricante.—952.6. Acciones recursorias
§ 8.— Responsabilidad por accidentes de tránsito
952.7. Responsabilidades derivadas de los accidentes de tránsito
A.— Accidentes de que son víctimas los peatones
952.8. La prueba de la culpa del conductor y el fundamento de la responsabilidad.—
952.9. Presunciones de culpa.— 952.10. Responsabilidad del propietario del vehículo
B.— Colisión entre un automóvil y una bicicleta
952.11. Criterio predominante.—
C.— Colisión entre dos automotores
952.12. Fundamento de la responsabilidad.— 952.13. Presunciones legales y
jurisprudenciales de culpa.— 952.14. Carácter de las presunciones legales
D.— Accidentes en pasos a nivel ferroviarios
952.15. Reglas jurisprudenciales
E.— Problemas peculiares de la indemnización de daños
952.16. Aplicación de los principios generales
§ 9.— Responsabilidad por explosiones atómicas
952.17. El desarrollo de la energía nuclear. Noción de daño nuclear.— 952.18.
Fundamento y extensión de la responsabilidad
§ 10.— Responsabilidad por daños al medio ambiente
952.19. Noción.— 952.20. Fundamento y extensión de la responsabilidad
§ 11.— Responsabilidad por publicaciones periodísticas
952.21. Cuestiones preliminares.— 952.22. La doctrina de la real malicia.— 952.23.
Otras cuestiones que deben valorarse
II — Enriquecimiento sin causa
953. Concepto.— 954. Antecedentes históricos y legislación comparada.— 955. La
cuestión en el Código Civil argentino.— 956. Naturaleza y fundamento de la acción.—
957. Condiciones para que proceda la acción de restitución.— 958.— 959. Efectos;
límites de la reparación.— 960. Prescripción
III — Abuso del derecho
961. Concepto.— 962. Cuándo debe reputarse que un derecho ha sido ejercido
abusivamente.— 963. La cuestión en nuestro derecho.— 964.— 965. Derechos que
pueden ejercerse discrecionalmente.— 966-967. Sanción del ejercicio abusivo
IV — Obligaciones ex lege
968. Concepto y caracteres.— 969. Diversos casos
CAPÍTULO XIII
Privilegios
§ 1.— Conceptos generales
970. Concepto.— 971. Caracteres.— 972. Antecedentes históricos.— 973. Naturaleza
jurídica.— 974. Fundamento.— 975. Clasificación de los privilegios.— 976. Fuentes
legales
§ 2.— Los privilegios en el Código Civil
977. Clasificación
A.— Privilegios generales
978. Enumeración
1.— Gastos de justicia
979. Alcance y fundamento
2.— Impuestos
980. Alcance y fundamento
B.— Privilegios especiales
1.— Privilegio del locador
981. Fundamento.—982. Personas que pueden invocarlo.—983. Créditos amparados.—
984. Cosas sobre las que recae.—985.—986. Caso de sublocación.—987.—988.
Derecho de embargo y persecución.—989.
2.— Privilegio del posadero
990. Alcance.—991.—992.
3.— Privilegio del acarreador
993. Alcance.—994.—994.1.
4.— Privilegio por gastos de semilla y de cosecha
995. Alcance.—996. Gastos comprendidos
5.— Privilegios por gastos de conservación
997. Alcance.—998. Gastos comprendidos.—999. Asiento del privilegio
6.— Privilegio del vendedor de cosas muebles
1000. Norma legal.—1001. Créditos protegidos.—1002. Asiento del privilegio
7.— Privilegio del depositante
1003. Alcance
8.— Privilegio del trabajador
1004. Alcance.—1005. Derecho de persecución.—1006. Subrogación
9.— Privilegio del vendedor de inmuebles
1007. Alcance
10.— Privilegio del prestamista de fondos para la adquisición de un inmueble
1008. Alcance
11.— Privilegio de los herederos o copartícipes
1009. Alcance
12.— Privilegio del donante
1010. Alcance
13.— Privilegio de los arquitectos, empresarios y suministradores de fondos
1011. Arquitectos, empresarios.— 1012. Suministrador de fondos para pagar a
trabajadores de la construcción.— 1013. Suministrador de materiales
14.— Privilegio del acreedor hipotecario
1014. Idea general.— 1015.— 1016. Orden del privilegio
15.— Privilegio del acreedor prendario
1017. Naturaleza
16.— Privilegio del crédito por expensas comunes, derivadas de la propiedad horizontal
1017-1. Norma legal
17.— Privilegios especiales ajenos al Código Civil
1018. Principales casos
C.— Orden de los privilegios
1019. Complejidad del problema.— 1020. Principios generales sobre el rango de los
privilegios
§ 3.— Los privilegios en la ley de concursos
1021. Distintas clases de privilegios.— 1022. Créditos nacidos en el concurso.— 1023-
1024. Créditos con privilegio especial.— 1025-1026. Créditos con privilegio general.—
1027. Créditos comunes o quirografarios y créditos subordinados
§ 4.— Extinción
1028. Distintas causas
§ 5.— Derecho de retención
1029. Concepto.— 1030. Condiciones del ejercicio.— 1031. Caracteres.— 1032.
Naturaleza jurídica
A.— Casos en que es ejercible
1033. Principio general.— 1034. Casos en que la ley lo confiere expresamente.— 1035.
Aplicaciones jurisprudenciales del principio general
B.— Efectos
1.— Derechos
1036. Situación en que se encuentra el retenedor.— 1037. Situación frente a los
acreedores privilegiados. — 1038. Situación frente a los restantes acreedores
2.— Obligaciones
1039. Cuidado de la cosa.— 1040. Restitución de la cosa
§ 6.— Extinción
1041. Medios indirectos.— 1042. Medios directos
Pág.
CAPÍTULO I
Teoría General de las Obligaciones
§ 2.— El método
13. Metodología "interna".— Más importante que la ubicación dentro del derecho civil
es el ordenamiento interno de la materia de las obligaciones. La gran novedad operada
en el derecho moderno fue legislar sobre una teoría general de las obligaciones,
consideradas en sí mismas y con independencia de sus fuentes. Veamos los
antecedentes históricos.
Las Institutas tratan de las cuatro fuentes que originan las obligaciones (contrato, cuasi
contrato, delito y cuasi delito) y luego sobre cada uno de los contratos (Libro 3º);
finalmente, legislan sobre las obligaciones que nacen de los delitos y cuasidelitos.
Domat trata en el Libro 1º de su obra sobre "Las leyes civiles en su orden natural" de las
obligaciones voluntarias y en el Libro 2º de las obligaciones que se forman sin
convención (delitos y cuasi delitos).
El Código Napoleón, no obstante antecedente tan importante, no trató
independientemente la teoría general de las obligaciones.
Los romanistas modernos (Thibaut , Zachariae , Savigny , Puchta , Winscheid ) adoptan
y perfeccionan la idea de Pothier , sistematizando la teoría general de las obligaciones,
con independencia de sus fuentes. Este método fue luego seguido por el Código de
Chile y por Freitas , de quienes lo tomó Vélez ; hoy es seguido por todos los códigos
modernos.
Nuestro Código trata de la teoría general de las obligaciones en la Sección 1ª, Libro 2;
la Sección 2ª del mismo libro legisla sobre "Los hechos y actos jurídicos que producen
la adquisición, modificación, transferencia o extinción de los derechos y obligaciones",
y la Sección 3ª está dedicada a los contratos.
Dijimos ya que el gran acierto de Vélez fue sistematizar la teoría general de las
obligaciones; pero su método no está exento de críticas: a) En primer término, trata de
los hechos y actos jurídicos a continuación de las obligaciones en general y antes de los
contratos, cuando en realidad es una materia con la que debió formarse una Parte
General o, por lo menos, legislarla antes que las obligaciones, dada su naturaleza más
amplia y comprensiva de éstas. b) Trata de la condición, el plazo y el cargo junto con
las obligaciones, cuando en realidad son modalidades de los actos jurídicos en general.
c) Lo mismo puede decirse de la renuncia, que debió tratarse junto con los actos
jurídicos.
15. Los sujetos.— Toda obligación tiene un sujeto activo o acreedor y uno pasivo
o deudor . Pueden ser sujetos únicos o múltiples; la pluralidad de acreedores o deudores
crea complejos problemas que se estudiarán en su momento.
Ordinariamente se piensa en las obligaciones como relaciones en las que cada uno de
los sujetos oficia exclusivamente como acreedor o como deudor, este esquema es
frecuentemente inexacto, sobre todo en el terreno de los contratos, en los que las partes
son simultáneamente acreedores y deudores recíprocos; así, por ejemplo, en la
compraventa, el comprador debe el precio y el vendedor la cosa. Es claro que aun en ese
caso pueden aislarse conceptualmente dos obligaciones distintas, en cada una de las
cuales una parte es acreedora y sólo acreedora, y otra es deudora y sólo deudora.
Los sujetos deben ser determinados o determinables . Una obligación en la cual no
pudiera determinarse quién es acreedor y quién debe, deja de ser obligación. Pero nada
se opone a una indeterminación provisoria del sujeto, tal como ocurre en las ofertas al
público, las promesas de recompensas, los títulos al portador, etcétera. Otro ejemplo
interesante de indeterminación relativa de sujeto lo presentan las llamadas
obligaciones ambulatorias o propter rem , de las que nos ocuparemos a continuación.
B.— El objeto
17. Noción.— El objeto es la cosa o hecho sobre el cual recae la obligación contraída.
En otras palabras, es la prestación prometida por el deudor. Este concepto resulta claro
cuando se trata de obligaciones de hacer o no hacer; aquí el objeto es exclusivamente
una conducta humana. Pero la idea se vuelve menos nítida en las obligaciones de dar.
¿Cuál es aquí el objeto? ¿La cosa misma prometida o la conducta del que promete
entregarla? Para la doctrina tradicional, cosa y objeto se confunden en este supuesto; en
otras palabras, en las obligaciones de dar, el objeto es la cosa prometida; en las
obligaciones de hacer o no hacer, es la conducta del deudor tenida en vista al obligarse.
Pero este punto de vista fue objetado por quienes, partiendo del principio de que las
relaciones jurídicas sólo se dan entre personas, sostienen que el objeto de tales
relaciones sólo puede ser conducta humana: en las obligaciones de dar, lo mismo que en
las de hacer o no hacer, el objeto es la actividad prometida por el deudor. En este
supuesto, entregar la cosa. La cosa será cuanto más el objeto del objeto.
Esta tesis ha sido objeto de críticas vivaces. Carneluttipropone el ejemplo de la venta de
un cuadro y afirma que el sentido común indica que el objeto de esa relación es el
cuadro; la acción del deudor por la cual lo entrega, no es el objeto de la relación sino el
medio en virtud del cual la relación se cumple y agota. De no ser así, agrega, cuando el
deudor no cumple y ha de acudirse a la ejecución forzosa, se tendría que aceptar que al
faltar el acto voluntario del deudor, habría desaparecido el objeto y que lo que recibiría
el acreedor sería un subrogado de aquél.
Por nuestra parte, adherimos a la concepción de Hernández Gil . Dice este autor que el
objeto de la obligación es la prestación, a cuya caracterización cooperan dos factores.
Uno de ellos constante, que es el comportamiento del deudor; otro variable, que puede o
no concurrir, la cosa. Cuando la obligación consiste en dar o entregar una cosa, ésta,
aunque no integre por sí sola el objeto, forma parte de él. En otras palabras, la
prestación, que siempre es conducta, puede o no estar referida a las cosas. Si va referida
a las cosas, como en las prestaciones de dar, aquéllas se incorporan al objeto. Si no va
referida a ellas, como en las prestaciones de hacer, es sólo conducta la que integra el
contenido de la obligación. Eliminar radicalmente las cosas del objeto no es posible; e
incluso ha de subrayarse que en las prestaciones de dar, las cosas son jurídicamente más
relevantes que el comportamiento desde el punto de vista del objeto, puesto que dicho
comportamiento no es sino un medio para lograr el resultado querido.
18. Caracteres que debe reunir.— El art. 953 del Código Civil establece que el objeto de
los actos jurídicos deben ser cosas que estén en el comercio, o que por un motivo
especial no se hubiese prohibido que sean objeto de algún acto jurídico, o hechos que
no sean imposibles, ilícitos, contrarios a las buenas costumbres o prohibidos por las
leyes o que se opongan a la libertad de las acciones o de la conciencia, o que
perjudiquen los derechos de un tercero. Los actos jurídicos que no sean conformes a
esta disposición, son nulos como si no tuviesen objeto .
De esta disposición se deduce que el objeto debe llenar las siguientes condiciones:
a) Debe ser determinado , puesto que no sería posible constreñir al deudor al pago de
una cosa o un hecho si no se puede precisar cuál es la cosa o hecho debido.
A veces, el objeto debe ser determinado en su individualidad ; en tal caso, la obligación
tiene por objeto uncuerpo cierto. En cambio, cuando se trata de cosas fungibles, basta la
determinación de lacantidadycalidad. Así, por ejemplo, no se concebiría un contrato de
compraventa que versare sobre "un inmueble", sin precisar de qué inmueble se trata. En
cambio, la venta de cereales, vinos, aceites, etcétera, se hace especificando el género, la
calidad y la cantidad.
b) Debe ser posible . En efecto, nadie puede ser obligado a pagar o hacer imposible.
Pero la imposibilidad que anula la obligación debe ser absoluta . No basta, por
consiguiente, que el objeto resulte imposible para un deudor determinado, ya sea por
falta de aptitudes o capacidad personales, o por otras razones circunstanciales. Es
necesaria una total imposibilidad, sea física o jurídica . Si una persona que carece de
condiciones artísticas se obliga a realizar un retrato o una escultura, no podrá alegar más
tarde la ineficacia de la obligación por su imposibilidad de cumplir con la tarea para la
cual se ha comprometido, puesto que, en términos absolutos, hacer una escultura o un
cuadro es perfectamente posible; en tal hipótesis, la obligación no es nula, sino que ante
el incumplimiento se resuelve en daños y perjuicios.
c) Debe ser lícito . Todo objeto contrario a la ley anula la obligación. Así, por ejemplo,
no se puede contratar respecto de cosas que estén fuera del comercio (art. 953, Cód.
Civil); no se puede hipotecar una cosa mueble (art. 3108); ni prendar un inmueble
(art. 3204), etcétera.
d) Debe estar en el comercio (art. 953, Cód. Civil).
e) Debe ser conforme a la moral y a las buenas costumbres (art. 953, Cód. Civil). La
importancia de estos últimos requisitos hace preciso tratarlos por separado.
19. ¿El objeto debe tener contenido patrimonial? — El art. 1169 establece que el objeto
de los contratos ha de consistir en la entrega de una cosa o el cumplimiento de un hecho
susceptible de apreciación pecuniaria. Esta disposición sigue la idea clásica, que
encuadraba estrictamente el concepto de obligaciones en el campo de los derechos
patrimoniales. Contra esta doctrina levantó su protesta Ihering en un famoso trabajo,
que tuvo gran repercusión. En la doctrina moderna no se duda ya de que las relaciones
obligacionales pueden tener en vista proteger otros intereses que no los puramente
económicos. La educación de los hijos, el sostenimiento de hospitales, escuelas,
bibliotecas, etcétera, constituyen el fundamento de contratos frecuentísimos. No se
exige, pues, que el acreedor tenga un interés pecuniario . Pero ello no quiere decir que
las obligaciones puedan ser ajenas al patrimonio. La cuestión se aclara distinguiendo
entre la prestación u objeto de la obligación, que siempre debe tener contenido
patrimonial y el interés protegido , que puede ser humano, cultural, científico, moral;
basta que sea digno de tutela. Pero la prestación en sí debe ser siempre susceptible de
valoración económica porque de lo contrario no sería posible la ejecución del
patrimonio del deudor.
La idea ha sido expresada con claridad en el Código italiano: "La prestación que forma
el objeto de una obligación debe ser susceptible de valoración económica y debe
corresponder a un interés del acreedor, aunque no sea patrimonial" (art. 1174).
Es necesario agregar, sin embargo, que este modo de enfocar el problema desbroza las
dificultades pero no las concluye. En verdad, estas dificultades quedan ahora trasladadas
a esta pregunta: ¿cuándo la prestación tiene o deja de tener carácter patrimonial? Es
clásico el ejemplo de la persona que se obliga a no tocar el violín durante las horas de
reposo de su vecino. Por lo pronto, se admite que la posibilidad de valoración
económica no existe solamente cuando la prestación tiene un contenido patrimonial
intrínseco, sino también cuando la recibe de la naturaleza de la contraprestación o de
una valoración hecha por las partes, como en el caso en que se conviene una cláusula
penal. En el ejemplo dado, no hay duda de que la obligación de no tocar el violín
recibiría contenido económico si el vecino se obligara a pagar una mensualidad al
violinista para que no toque o si éste admitiera el pago de una pena para el caso de
infringir su deber de abstención. Pero, de acuerdo con Giorgianni , pensamos que el
problema debe ser resuelto sobre bases más auténticas, vinculadas con el concepto
mismo de patrimonialidad de la prestación. Según este autor, la afirmación de que una
prestación es valorable pecuniariamente significa que, en un determinado ambiente
jurídico social, los sujetos están dispuestos a un sacrificio económico para gozar de los
beneficios de aquella prestación y que esto puede tener lugar sin ofender los principios
de la moral y de los usos sociales. Así, la energía física del hombre es un bien objeto de
valorabilidad pecuniaria y puede ser, por tanto, contenido de una prestación, mientras
que podría concebirse un ambiente jurídico-social en el que tal valorabilidad faltara,
reconociéndose así a la persona humana mayor nobleza. Algo de esto ocurría en el
derecho romano, en que las prestaciones relativas a las profesiones liberales no eran
pecuniariamente valorables. A la luz de estas consideraciones, la obligación de no tocar
el violín es claramente patrimonial.
20. Concepto de moral y buenas costumbres en su aplicación a las obligaciones.—
Puesto que todo el ordenamiento jurídico está dominado por la idea moral, era natural
que también el régimen de las obligaciones estuviera sujeto a ella. De ahí que no puedan
tener un objeto contrario a la moral (art. 953).
Ahora bien: ¿cuándo debe reputarse que un acto es contrario a las buenas costumbres?
Según una opinión muy generalizada, las buenas costumbres a que la ley se refiere son
la moral media de un pueblo en un momento dado.
Este criterio llamado sociológico, ha motivado agudas y certeras críticas. La moral no es
cuestión que deba resolverse según criterios mayoritarios o de masa. El resultado,
diceEsmein, sería la consagración de prácticas inmorales toleradas e inclusive
favorecidas por la gran mayoría. El juez, añade, no debe seguir a la masa cuando ella se
extravía, sino por el contrario, dirigirla, no haciendo prevalecer concepciones personales
aisladas, sino apoyándose en los elementos sanos de la población, guardianes de una
tradición ya probada. Expresando ideas concordantes, hace notarSioufique no cabe
concebir al cristianismo como producto del medio social, ya que éste era totalmente
hostil a los nuevos principios, al punto de que los que lo propagaron debieron pagarlo
con su sangre. En suma, la moral no se mide cuantitativamente.
Según Ripert , el criterio, llamado sociológico, es elástico, impreciso y no conduce a
ningún resultado positivo; para él, la medida de la moralidad de un acto está dada por la
moral cristiana.
Si se profundiza el análisis de esta divergencia, no es difícil advertir que ambos puntos
de vista no difieren esencialmente, en su incidencia práctica, por lo menos en los
pueblos de civilización occidental, cuyo espíritu ha sido moldeado bajo la influencia
bimilenaria de la moral cristiana; si bien es preciso reconocer que el criterio sociológico
tiene proclividad a un exceso de tolerancia y a que los jueces depongan su papel de
guardianes de la conducta moral de los individuos en sociedad. Mantener enérgicamente
la antorcha de la moral, cuidar del respeto de las buenas costumbres, es misión sagrada
de los jueces. Pero también el extremo contrario es malo. El juez no debe aplicar un
criterio muy riguroso para juzgar la moralidad de un acto; sólo cuando éste choca
abiertamente contra la moral cristiana, debe declararse su invalidez. De lo contrario se
entraría en un terreno resbaladizo y peligroso, pues, desgraciadamente, la perfección
moral no es patrimonio del ser humano. El juez debe apreciar el caso con el criterio de
un hombre honorable y prudente .
21.— Si lo que resulta contrario a la moral es un elemento esencial de los actos
jurídicos, como la causa o el objeto, el acto es nulo (art. 953); pero si lo inmoral es una
cláusula accesoria, el juez puede mantener la validez del acto y declarar sin efecto la
cláusula inmoral. Esta última solución es la que ha puesto en práctica nuestra
jurisprudencia para reducir los intereses usurarios, para declarar ineficaz el pacto
comisorio en las ventas de inmuebles por mensualidades cuando se ha satisfecho una
parte sustancial del precio, etcétera.
22. Actos contrarios a la moral.— Puesto que la noción de moral es imprecisa, fluida, el
legislador en muchos casos ha querido evitar dudas e, inspirado en razones morales, ha
establecido la nulidad de ciertos actos. Sin pretender formular una enumeración
completa, enunciaremos los principales casos: son nulos los pactos que versaren sobre
una herencia futura (art. 1175, Cód. Civil); los que se opongan a la libertad de acciones
o de conciencia (art. 953), como la obligación de habitar un lugar determinado o sujetar
la elección de domicilio a la voluntad de un tercero, la de mudar o no mudar de religión,
la de casarse con determinada persona, o con aprobación de un tercero, o en cierto
tiempo, o en cierto lugar, o no casarse, la de vivir célibe perpetua o temporalmente, o no
casarse con determinada persona o divorciarse (art. 531, Cód. Civil); los que tengan por
objeto el uso deshonesto de la casa alquilada (art. 1503), de lo cual es caso típico la
locación para establecer una casa de tolerancia; el préstamo de una cosa para un uso
contrario a las buenas costumbres (art. 2261, Cód. Civil).
23.— En todos estos casos coincide lo ilícito con lo inmoral; pero hay muchos otros en
que la jurisprudencia ha anulado ciertos actos, sin que medie disposición legal referida
específicamente a ellos, y sólo porque chocan contra la moral y buenas costumbres.
Casi siempre se ha recurrido a la teoría de la causa , juzgando que si ésta es inmoral, la
obligación es inválida.
Así, por ejemplo, se han declarado nulos los contratos de trabajo vinculados con las
casas de tolerancia, los convenios que implican el pago de un comercio sexual, el pago
de la influencia política (llamada venta de humo ), el corretaje matrimonial, los intereses
usurarios, los contratos en virtud de los cuales una persona se obliga a entregar una
parte de su cuerpo, etcétera.
C.— La causa
35. La protección del derecho del acreedor.— Quien se obliga, de acuerdo a derecho, a
cumplir con una prestación determinada, no contrae un compromiso vano ni escribe en
el agua. El Estado pone a disposición del acreedor la fuerza pública para obligar al
deudor a cumplir. Alguien ha pretendido ver en este poder de compulsión o coerción un
elemento más de las obligaciones (Lafaille ); pero en verdad no es éste un elemento
propio de las obligaciones, sino de todo derecho. Pues una de las notas características y
definitorias de la norma jurídica es, precisamente, la coactividad (véase Tratado de
Derecho Civil, Parte General, t. I, nº 2).
Hemos dicho anteriormente que, en sus orígenes, la obligación sometía el propio cuerpo
del deudor a la potestad o manus del acreedor; en nuestros días, el amparo jurídico del
derecho del acreedor no es tan duro. Inclusive ha desaparecido la prisión por deudas,
que se mantuvo en numerosos países hasta el siglo XIX. La compulsión sólo se dirige
hoy contra el patrimonio del deudor, no contra su persona. Y aun dentro del ámbito
puramente patrimonial, la acción del acreedor está bastante restringida; la ley ha
declarado inembargables (vale decir que no responden por las deudas de su titular)
numerosos bienes que se juzgan indispensables para asegurar la satisfacción de las
necesidades vitales del deudor, tales como los muebles de uso personal, los
instrumentos indispensables para el ejercicio de su trabajo o profesión, una determinada
proporción de los sueldos o jubilaciones, etcétera (véase Tratado de Derecho Civil,
Parte General , t. II, núms. 746 y sigs.).
Justamente porque no es posible una compulsión física para obligar al deudor a cumplir
sus obligaciones, es que las de hacer se traducen, en caso de incumplimiento, en la
reparación de los daños y perjuicios. Quien se ha comprometido a realizar un trabajo o
una obra, y no cumple, no puede ser obligado, por la fuerza del Estado, a realizarlo.
Normalmente, no queda otra vía que la reparación de los daños, que compensa las
pérdidas sufridas por el acreedor. Hay casos, sin embargo, en que puede obligarse al
deudor a cumplir con una obligación de hacer, siempre que ello fuera posible sin
compulsión física: tal es, por ejemplo, el caso de que el propietario de un inmueble se
haya comprometido, por boleto de compraventa, a escriturarlo en favor de un tercero. Si
luego se negara a otorgar la escritura, el juez puede hacerlo a su nombre.
36. Concepto.— Se llama fuente al hecho, acto o disposición legal en que se origina la
obligación. Un contrato de compraventa es la fuente de la obligación del vendedor de
entregar la cosa y del comprador de pagar el precio; un delito es la fuente de la
obligación del autor de pagar a la víctima la indemnización correspondiente. Estos
hechos son de muy variada naturaleza, lo que obliga a ensayar una clasificación para
facilitar su ordenamiento legal y su estudio.
40. Apreciación crítica.— La idea de que la voluntad unilateral pueda ser una fuente de
las obligaciones choca contra el pensamiento clásico, según el cual sólo el acuerdo de
voluntades podía engendrar tales efectos. Sin embargo, la observación de la realidad
jurídica demuestra que hay numerosas obligaciones que surgen solamente de la
expresión de voluntad del obligado. Como ejemplos típicos pueden citarse los
siguientes: a) Las ofertas públicas , que el declarante se obliga a mantener durante un
cierto tiempo; sin que haya todavía aceptante ni acuerdo de voluntades, han surgido
obligaciones para el ofertante. b) Las promesas de recompensas : concurso por premios
científicos o literarios, recompensas por devolución de objetos perdidos, etcétera. c)
La gestión de negocios : quien la inicia contrae la obligación de continuar la gestión, de
conducirse como un administrador diligente, etcétera, todo esto sin el consentimiento y
probablemente en la ignorancia del dueño del negocio. d) Los títulos al portador y los
billetes de banco (papel moneda), que obligan al librador desde el momento de su
emisión. e) Las disposiciones testamentarias hechas en favor de legatarios o
beneficiarios de cargos, obligan al heredero por voluntad unilateral del causante.
41.— Esta teoría se ha impuesto en el derecho moderno no sin vencer resistencias. Aún
hoy hay quienes sostienen que el acuerdo de voluntades es indispensable para el
nacimiento de derechos y obligaciones (entre nosotros, principalmente Busso); el
argumento principal que se hace valer es que no se concibe una obligación sin sujeto
activo y pasivo; mientras no haya sino una declaración unilateral no aceptada, no hay
sujeto activo o acreedor y, por tanto, tampoco hay obligación. La necesidad de defender
este punto de vista en el terreno práctico, ha obligado a sus sostenedores a analizar los
casos más importantes que se citan de obligaciones unilaterales, para demostrar que no
existen. En cuanto a las ofertas públicas y promesas de recompensas, mientras no haya
aceptante, sólo existe, se sostiene, un estado previo a la obligación, como es el
compromiso de mantener el ofrecimiento durante un cierto tiempo o en ciertas
condiciones; pero mientras no hay aceptación por un tercero, no hay obligación en
sentido propio. En los títulos al portador, tampoco habría obligación mientras no hay
aceptación por el aceptante o tenedor. En lo que atañe a la gestión de negocios, es
verdad que su iniciación implica obligaciones para el gestor, pero estas obligaciones
nacerían de la ley y no de la voluntad del gestor. Por último, las disposiciones
testamentarias entrañan un régimen objetivo de disposiciones de bienes, pero no
obligaciones.
Estas objeciones no resisten el análisis. No es exacto que en las ofertas públicas, en las
promesas de recompensas y en los títulos al portador la obligación surja sólo cuando
hay aceptación; ya antes de este momento, el promitente está obligado jurídicamente a
mantener la oferta, a realizar las pruebas del concurso, a pagar contra la presentación del
título, etcétera. Tampoco es verdad que falte el acreedor; pues cualquiera de las
personas que se encuentren en las condiciones de la oferta puede exigir el cumplimiento
de ella, o quien tenga el título puede exigir su pago.
En cuanto a la gestión de negocios , la situación es todavía más clara, pues el gestor
asume importantes obligaciones aun en la ignorancia del dueño del
negocio. Busso sostiene que tales obligaciones nacen no de la voluntad del gestor, sino
de la ley; y para demostrarlo, dice que aunque el gestor no quiera continuar con su
gestión ni asumir las responsabilidades legales, de cualquier modo debe hacerlo. El
argumento no es convincente. Lo mismo ocurre en cualquier contrato. Estos también
imponen a las partes diversas obligaciones (algunas expresadas en el contrato, otras
surgidas de su reglamentación legal) que aquéllas deben cumplir, aunque haya
cambiado su voluntad y no quieran hoy dar o hacer lo que ayer quisieron y prometieron.
Pues no es la voluntad actual la que obliga, sino la que se declaró en el momento de
contratar. Y aunque esa voluntad haya cambiado, la ley obliga a cumplir. De igual
modo, la voluntad declarada en el momento de iniciar la gestión de negocios (téngase
presente que el acto de iniciar la gestión importa una declaración expresa de voluntad ,
en el concepto del art. 917) obliga al gestor a realizar todos los actos propios de ella,
aunque luego encuentre pesada la tarea y quiera desistir de ella.
En cuanto al testamento, es obvio que las obligaciones que impone el causante al
heredero respecto de los legatarios u otros beneficiarios constituyen una típica
obligación, como que tienen todos los requisitos legales: contenido patrimonial, sujetos
acreedor y deudor, objeto y causa. El testamento podrá ser un régimen objetivo de
transmisión póstuma (como lo dice Busso con fórmula, a nuestro juicio, inexpresiva e
imprecisa), pero las obligaciones que surgen de él para los herederos o legatarios tienen
por fuente una voluntad unilateral, la del causante.
42.— Y si se examina la cuestión desde un ángulo filosófico y, por tanto, más profundo,
hay que admitir que la verdadera fuente de las obligaciones contractuales es la voluntad
del hombre. Al asegurarse la fuerza obligatoria de los contratos, no se hace sino
reconocer el poder creativo de la voluntad humana. No es lógico, pues, negarle iguales
efectos a la voluntad unilateral.
43. Legislación comparada.— La voluntad unilateral como fuente de derechos ha sido
expresamente admitida por el Código peruano (arts. 1956 y sigs.), mexicano (arts. 1860
y sigs.), italiano (art. 1987), de las obligaciones suizo (art. 8), portugués (arts. 457 y
sigs.), brasileño (arts. 854 y sigs.) y paraguayo (arts. 1800 y sigs.). Otros códigos no se
refieren expresamente a ella, pero reglamentan instituciones que sólo pueden explicarse
admitiéndola: promesas de recompensa, títulos al portador, obligatoriedad de la oferta
pública (códigos alemán, suizo, italiano).
44. Los Proyectos de 1993 y 1998.— Ambos Proyectos reconocen a la declaración
unilateral de voluntad como fuente de obligaciones en los casos previstos por la ley o
por los usos y costumbres (arts. 1470 y 1729 respectivamente).
45. Relaciones contractuales de hecho.— En una obra del año 1947 y que habría de
tener importante repercusión, Hauptllamó la atención sobre ciertas relaciones jurídicas
que tradicionalmente se han considerado como contratos y que, a su criterio, no encajan
dentro de este concepto sino forzando la realidad. Ilustra su idea con el ejemplo del
aviador deportivo que utiliza una pista pública de aterrizaje, por lo cual tiene que pagar
la correspondiente tarifa. Sostiene que no hay contrato; no hay oferta, ni aceptación, ni
mutuo consentimiento; el aviador se limita a aterrizar y por ese solo hecho está obligado
a pagar el servicio. Haupt las llama obligaciones contractuales fácticas ; contractuales,
porque tienen los mismos efectos que tendría un contrato celebrado con ese objeto;
fácticas porque se originan no en un contrato sino en una conducta de hecho. Enumera,
como ejemplo, la obligación que tiene el titular de un comercio de pagar los daños y
perjuicios sufridos por un cliente que todavía no ha comprado nada, es decir, que aún no
ha contratado; el transporte de favor; la situación jurídica resultante de un contrato de
sociedad que se declara nulo; la relación de trabajo; las relaciones resultantes de la
utilización de transportes colectivos u otros servicios públicos tarifados.
La doctrina no resulta convincente. Es obvio que las categorías y ejemplos
de Haupt parecen tener cómoda cabida dentro de la teoría de los hechos ilícitos (daños
ocasionados al cliente de un establecimiento comercial, o con ocasión del transporte
benévolo) o de los contratos (ejemplos restantes). Aun reducida a los supuestos de
conducta social típica, según la terminología de Larenz , la doctrina ofrece serias
debilidades. Es cierto que quien sube a un ómnibus no piensa en celebrar un contrato,
sino en ser llevado de un lugar a otro; tampoco piensa en contratar el espectador que va
a ver una película o la persona que adquiere un diario. Ellos se proponen gozar del
espectáculo o de la lectura; y no por ello ha de decirse que no han contratado. Aun en
los contratos más típicos y formales la situación es igual; cuando compro una casa, el
propósito que me guía no es firmar una escritura de compraventa, sino adquirir un bien
en el que he de vivir o me ha de producir una renta. El fin último del contrato es siempre
o casi siempre económico, lo que no excluye la voluntad jurídica de contratar para
lograrlo. Y cuando una persona sube a un ómnibus sabe que tiene la obligación de pagar
el boleto y que solamente ese pago le da derecho a ser llevado a su destino; es decir,
tiene conciencia clara de que celebra un contrato, de que acepta un servicio que se le
ofrece, adquiriendo derechos y contrayendo obligaciones, por más que la habitualidad y
frecuencia de tales viajes lo lleve a conducirse casi mecánicamente y sin pensar en cada
caso que está celebrando un contrato.
46. Concepto.— Según el concepto del art. 523, de dos obligaciones, una es principal y
otra accesoria, cuando la una es la razón de la existencia de la otra . No se concebiría
la existencia de estas últimas sino porque existen las primeras. Como consecuencia
lógica, deben seguir la suerte de la principal.
CAPÍTULO I
Teoría General de las Obligaciones
§ 2.— El método
13. Metodología "interna".— Más importante que la ubicación dentro del derecho civil
es el ordenamiento interno de la materia de las obligaciones. La gran novedad operada
en el derecho moderno fue legislar sobre una teoría general de las obligaciones,
consideradas en sí mismas y con independencia de sus fuentes. Veamos los
antecedentes históricos.
Las Institutas tratan de las cuatro fuentes que originan las obligaciones (contrato, cuasi
contrato, delito y cuasi delito) y luego sobre cada uno de los contratos (Libro 3º);
finalmente, legislan sobre las obligaciones que nacen de los delitos y cuasidelitos.
Domat trata en el Libro 1º de su obra sobre "Las leyes civiles en su orden natural" de las
obligaciones voluntarias y en el Libro 2º de las obligaciones que se forman sin
convención (delitos y cuasi delitos).
El Código Napoleón, no obstante antecedente tan importante, no trató
independientemente la teoría general de las obligaciones.
Los romanistas modernos (Thibaut , Zachariae , Savigny , Puchta , Winscheid ) adoptan
y perfeccionan la idea de Pothier , sistematizando la teoría general de las obligaciones,
con independencia de sus fuentes. Este método fue luego seguido por el Código de
Chile y por Freitas , de quienes lo tomó Vélez ; hoy es seguido por todos los códigos
modernos.
Nuestro Código trata de la teoría general de las obligaciones en la Sección 1ª, Libro 2;
la Sección 2ª del mismo libro legisla sobre "Los hechos y actos jurídicos que producen
la adquisición, modificación, transferencia o extinción de los derechos y obligaciones",
y la Sección 3ª está dedicada a los contratos.
Dijimos ya que el gran acierto de Vélez fue sistematizar la teoría general de las
obligaciones; pero su método no está exento de críticas: a) En primer término, trata de
los hechos y actos jurídicos a continuación de las obligaciones en general y antes de los
contratos, cuando en realidad es una materia con la que debió formarse una Parte
General o, por lo menos, legislarla antes que las obligaciones, dada su naturaleza más
amplia y comprensiva de éstas. b) Trata de la condición, el plazo y el cargo junto con
las obligaciones, cuando en realidad son modalidades de los actos jurídicos en general.
c) Lo mismo puede decirse de la renuncia, que debió tratarse junto con los actos
jurídicos.
15. Los sujetos.— Toda obligación tiene un sujeto activo o acreedor y uno pasivo
o deudor . Pueden ser sujetos únicos o múltiples; la pluralidad de acreedores o deudores
crea complejos problemas que se estudiarán en su momento.
Ordinariamente se piensa en las obligaciones como relaciones en las que cada uno de
los sujetos oficia exclusivamente como acreedor o como deudor, este esquema es
frecuentemente inexacto, sobre todo en el terreno de los contratos, en los que las partes
son simultáneamente acreedores y deudores recíprocos; así, por ejemplo, en la
compraventa, el comprador debe el precio y el vendedor la cosa. Es claro que aun en ese
caso pueden aislarse conceptualmente dos obligaciones distintas, en cada una de las
cuales una parte es acreedora y sólo acreedora, y otra es deudora y sólo deudora.
Los sujetos deben ser determinados o determinables . Una obligación en la cual no
pudiera determinarse quién es acreedor y quién debe, deja de ser obligación. Pero nada
se opone a una indeterminación provisoria del sujeto, tal como ocurre en las ofertas al
público, las promesas de recompensas, los títulos al portador, etcétera. Otro ejemplo
interesante de indeterminación relativa de sujeto lo presentan las llamadas
obligaciones ambulatorias o propter rem , de las que nos ocuparemos a continuación.
B.— El objeto
17. Noción.— El objeto es la cosa o hecho sobre el cual recae la obligación contraída.
En otras palabras, es la prestación prometida por el deudor. Este concepto resulta claro
cuando se trata de obligaciones de hacer o no hacer; aquí el objeto es exclusivamente
una conducta humana. Pero la idea se vuelve menos nítida en las obligaciones de dar.
¿Cuál es aquí el objeto? ¿La cosa misma prometida o la conducta del que promete
entregarla? Para la doctrina tradicional, cosa y objeto se confunden en este supuesto; en
otras palabras, en las obligaciones de dar, el objeto es la cosa prometida; en las
obligaciones de hacer o no hacer, es la conducta del deudor tenida en vista al obligarse.
Pero este punto de vista fue objetado por quienes, partiendo del principio de que las
relaciones jurídicas sólo se dan entre personas, sostienen que el objeto de tales
relaciones sólo puede ser conducta humana: en las obligaciones de dar, lo mismo que en
las de hacer o no hacer, el objeto es la actividad prometida por el deudor. En este
supuesto, entregar la cosa. La cosa será cuanto más el objeto del objeto.
Esta tesis ha sido objeto de críticas vivaces. Carneluttipropone el ejemplo de la venta de
un cuadro y afirma que el sentido común indica que el objeto de esa relación es el
cuadro; la acción del deudor por la cual lo entrega, no es el objeto de la relación sino el
medio en virtud del cual la relación se cumple y agota. De no ser así, agrega, cuando el
deudor no cumple y ha de acudirse a la ejecución forzosa, se tendría que aceptar que al
faltar el acto voluntario del deudor, habría desaparecido el objeto y que lo que recibiría
el acreedor sería un subrogado de aquél.
Por nuestra parte, adherimos a la concepción de Hernández Gil . Dice este autor que el
objeto de la obligación es la prestación, a cuya caracterización cooperan dos factores.
Uno de ellos constante, que es el comportamiento del deudor; otro variable, que puede o
no concurrir, la cosa. Cuando la obligación consiste en dar o entregar una cosa, ésta,
aunque no integre por sí sola el objeto, forma parte de él. En otras palabras, la
prestación, que siempre es conducta, puede o no estar referida a las cosas. Si va referida
a las cosas, como en las prestaciones de dar, aquéllas se incorporan al objeto. Si no va
referida a ellas, como en las prestaciones de hacer, es sólo conducta la que integra el
contenido de la obligación. Eliminar radicalmente las cosas del objeto no es posible; e
incluso ha de subrayarse que en las prestaciones de dar, las cosas son jurídicamente más
relevantes que el comportamiento desde el punto de vista del objeto, puesto que dicho
comportamiento no es sino un medio para lograr el resultado querido.
18. Caracteres que debe reunir.— El art. 953 del Código Civil establece que el objeto de
los actos jurídicos deben ser cosas que estén en el comercio, o que por un motivo
especial no se hubiese prohibido que sean objeto de algún acto jurídico, o hechos que
no sean imposibles, ilícitos, contrarios a las buenas costumbres o prohibidos por las
leyes o que se opongan a la libertad de las acciones o de la conciencia, o que
perjudiquen los derechos de un tercero. Los actos jurídicos que no sean conformes a
esta disposición, son nulos como si no tuviesen objeto .
De esta disposición se deduce que el objeto debe llenar las siguientes condiciones:
a) Debe ser determinado , puesto que no sería posible constreñir al deudor al pago de
una cosa o un hecho si no se puede precisar cuál es la cosa o hecho debido.
A veces, el objeto debe ser determinado en su individualidad ; en tal caso, la obligación
tiene por objeto uncuerpo cierto. En cambio, cuando se trata de cosas fungibles, basta la
determinación de lacantidadycalidad. Así, por ejemplo, no se concebiría un contrato de
compraventa que versare sobre "un inmueble", sin precisar de qué inmueble se trata. En
cambio, la venta de cereales, vinos, aceites, etcétera, se hace especificando el género, la
calidad y la cantidad.
b) Debe ser posible . En efecto, nadie puede ser obligado a pagar o hacer imposible.
Pero la imposibilidad que anula la obligación debe ser absoluta . No basta, por
consiguiente, que el objeto resulte imposible para un deudor determinado, ya sea por
falta de aptitudes o capacidad personales, o por otras razones circunstanciales. Es
necesaria una total imposibilidad, sea física o jurídica . Si una persona que carece de
condiciones artísticas se obliga a realizar un retrato o una escultura, no podrá alegar más
tarde la ineficacia de la obligación por su imposibilidad de cumplir con la tarea para la
cual se ha comprometido, puesto que, en términos absolutos, hacer una escultura o un
cuadro es perfectamente posible; en tal hipótesis, la obligación no es nula, sino que ante
el incumplimiento se resuelve en daños y perjuicios.
c) Debe ser lícito . Todo objeto contrario a la ley anula la obligación. Así, por ejemplo,
no se puede contratar respecto de cosas que estén fuera del comercio (art. 953, Cód.
Civil); no se puede hipotecar una cosa mueble (art. 3108); ni prendar un inmueble
(art. 3204), etcétera.
d) Debe estar en el comercio (art. 953, Cód. Civil).
e) Debe ser conforme a la moral y a las buenas costumbres (art. 953, Cód. Civil). La
importancia de estos últimos requisitos hace preciso tratarlos por separado.
19. ¿El objeto debe tener contenido patrimonial? — El art. 1169 establece que el objeto
de los contratos ha de consistir en la entrega de una cosa o el cumplimiento de un hecho
susceptible de apreciación pecuniaria. Esta disposición sigue la idea clásica, que
encuadraba estrictamente el concepto de obligaciones en el campo de los derechos
patrimoniales. Contra esta doctrina levantó su protesta Ihering en un famoso trabajo,
que tuvo gran repercusión. En la doctrina moderna no se duda ya de que las relaciones
obligacionales pueden tener en vista proteger otros intereses que no los puramente
económicos. La educación de los hijos, el sostenimiento de hospitales, escuelas,
bibliotecas, etcétera, constituyen el fundamento de contratos frecuentísimos. No se
exige, pues, que el acreedor tenga un interés pecuniario . Pero ello no quiere decir que
las obligaciones puedan ser ajenas al patrimonio. La cuestión se aclara distinguiendo
entre la prestación u objeto de la obligación, que siempre debe tener contenido
patrimonial y el interés protegido , que puede ser humano, cultural, científico, moral;
basta que sea digno de tutela. Pero la prestación en sí debe ser siempre susceptible de
valoración económica porque de lo contrario no sería posible la ejecución del
patrimonio del deudor.
La idea ha sido expresada con claridad en el Código italiano: "La prestación que forma
el objeto de una obligación debe ser susceptible de valoración económica y debe
corresponder a un interés del acreedor, aunque no sea patrimonial" (art. 1174).
Es necesario agregar, sin embargo, que este modo de enfocar el problema desbroza las
dificultades pero no las concluye. En verdad, estas dificultades quedan ahora trasladadas
a esta pregunta: ¿cuándo la prestación tiene o deja de tener carácter patrimonial? Es
clásico el ejemplo de la persona que se obliga a no tocar el violín durante las horas de
reposo de su vecino. Por lo pronto, se admite que la posibilidad de valoración
económica no existe solamente cuando la prestación tiene un contenido patrimonial
intrínseco, sino también cuando la recibe de la naturaleza de la contraprestación o de
una valoración hecha por las partes, como en el caso en que se conviene una cláusula
penal. En el ejemplo dado, no hay duda de que la obligación de no tocar el violín
recibiría contenido económico si el vecino se obligara a pagar una mensualidad al
violinista para que no toque o si éste admitiera el pago de una pena para el caso de
infringir su deber de abstención. Pero, de acuerdo con Giorgianni , pensamos que el
problema debe ser resuelto sobre bases más auténticas, vinculadas con el concepto
mismo de patrimonialidad de la prestación. Según este autor, la afirmación de que una
prestación es valorable pecuniariamente significa que, en un determinado ambiente
jurídico social, los sujetos están dispuestos a un sacrificio económico para gozar de los
beneficios de aquella prestación y que esto puede tener lugar sin ofender los principios
de la moral y de los usos sociales. Así, la energía física del hombre es un bien objeto de
valorabilidad pecuniaria y puede ser, por tanto, contenido de una prestación, mientras
que podría concebirse un ambiente jurídico-social en el que tal valorabilidad faltara,
reconociéndose así a la persona humana mayor nobleza. Algo de esto ocurría en el
derecho romano, en que las prestaciones relativas a las profesiones liberales no eran
pecuniariamente valorables. A la luz de estas consideraciones, la obligación de no tocar
el violín es claramente patrimonial.
20. Concepto de moral y buenas costumbres en su aplicación a las obligaciones.—
Puesto que todo el ordenamiento jurídico está dominado por la idea moral, era natural
que también el régimen de las obligaciones estuviera sujeto a ella. De ahí que no puedan
tener un objeto contrario a la moral (art. 953).
Ahora bien: ¿cuándo debe reputarse que un acto es contrario a las buenas costumbres?
Según una opinión muy generalizada, las buenas costumbres a que la ley se refiere son
la moral media de un pueblo en un momento dado.
Este criterio llamado sociológico, ha motivado agudas y certeras críticas. La moral no es
cuestión que deba resolverse según criterios mayoritarios o de masa. El resultado,
diceEsmein, sería la consagración de prácticas inmorales toleradas e inclusive
favorecidas por la gran mayoría. El juez, añade, no debe seguir a la masa cuando ella se
extravía, sino por el contrario, dirigirla, no haciendo prevalecer concepciones personales
aisladas, sino apoyándose en los elementos sanos de la población, guardianes de una
tradición ya probada. Expresando ideas concordantes, hace notarSioufique no cabe
concebir al cristianismo como producto del medio social, ya que éste era totalmente
hostil a los nuevos principios, al punto de que los que lo propagaron debieron pagarlo
con su sangre. En suma, la moral no se mide cuantitativamente.
Según Ripert , el criterio, llamado sociológico, es elástico, impreciso y no conduce a
ningún resultado positivo; para él, la medida de la moralidad de un acto está dada por la
moral cristiana.
Si se profundiza el análisis de esta divergencia, no es difícil advertir que ambos puntos
de vista no difieren esencialmente, en su incidencia práctica, por lo menos en los
pueblos de civilización occidental, cuyo espíritu ha sido moldeado bajo la influencia
bimilenaria de la moral cristiana; si bien es preciso reconocer que el criterio sociológico
tiene proclividad a un exceso de tolerancia y a que los jueces depongan su papel de
guardianes de la conducta moral de los individuos en sociedad. Mantener enérgicamente
la antorcha de la moral, cuidar del respeto de las buenas costumbres, es misión sagrada
de los jueces. Pero también el extremo contrario es malo. El juez no debe aplicar un
criterio muy riguroso para juzgar la moralidad de un acto; sólo cuando éste choca
abiertamente contra la moral cristiana, debe declararse su invalidez. De lo contrario se
entraría en un terreno resbaladizo y peligroso, pues, desgraciadamente, la perfección
moral no es patrimonio del ser humano. El juez debe apreciar el caso con el criterio de
un hombre honorable y prudente .
21.— Si lo que resulta contrario a la moral es un elemento esencial de los actos
jurídicos, como la causa o el objeto, el acto es nulo (art. 953); pero si lo inmoral es una
cláusula accesoria, el juez puede mantener la validez del acto y declarar sin efecto la
cláusula inmoral. Esta última solución es la que ha puesto en práctica nuestra
jurisprudencia para reducir los intereses usurarios, para declarar ineficaz el pacto
comisorio en las ventas de inmuebles por mensualidades cuando se ha satisfecho una
parte sustancial del precio, etcétera.
22. Actos contrarios a la moral.— Puesto que la noción de moral es imprecisa, fluida, el
legislador en muchos casos ha querido evitar dudas e, inspirado en razones morales, ha
establecido la nulidad de ciertos actos. Sin pretender formular una enumeración
completa, enunciaremos los principales casos: son nulos los pactos que versaren sobre
una herencia futura (art. 1175, Cód. Civil); los que se opongan a la libertad de acciones
o de conciencia (art. 953), como la obligación de habitar un lugar determinado o sujetar
la elección de domicilio a la voluntad de un tercero, la de mudar o no mudar de religión,
la de casarse con determinada persona, o con aprobación de un tercero, o en cierto
tiempo, o en cierto lugar, o no casarse, la de vivir célibe perpetua o temporalmente, o no
casarse con determinada persona o divorciarse (art. 531, Cód. Civil); los que tengan por
objeto el uso deshonesto de la casa alquilada (art. 1503), de lo cual es caso típico la
locación para establecer una casa de tolerancia; el préstamo de una cosa para un uso
contrario a las buenas costumbres (art. 2261, Cód. Civil).
23.— En todos estos casos coincide lo ilícito con lo inmoral; pero hay muchos otros en
que la jurisprudencia ha anulado ciertos actos, sin que medie disposición legal referida
específicamente a ellos, y sólo porque chocan contra la moral y buenas costumbres.
Casi siempre se ha recurrido a la teoría de la causa , juzgando que si ésta es inmoral, la
obligación es inválida.
Así, por ejemplo, se han declarado nulos los contratos de trabajo vinculados con las
casas de tolerancia, los convenios que implican el pago de un comercio sexual, el pago
de la influencia política (llamada venta de humo ), el corretaje matrimonial, los intereses
usurarios, los contratos en virtud de los cuales una persona se obliga a entregar una
parte de su cuerpo, etcétera.
C.— La causa
36. Concepto.— Se llama fuente al hecho, acto o disposición legal en que se origina la
obligación. Un contrato de compraventa es la fuente de la obligación del vendedor de
entregar la cosa y del comprador de pagar el precio; un delito es la fuente de la
obligación del autor de pagar a la víctima la indemnización correspondiente. Estos
hechos son de muy variada naturaleza, lo que obliga a ensayar una clasificación para
facilitar su ordenamiento legal y su estudio.
46. Concepto.— Según el concepto del art. 523, de dos obligaciones, una es principal y
otra accesoria, cuando la una es la razón de la existencia de la otra . No se concebiría
la existencia de estas últimas sino porque existen las primeras. Como consecuencia
lógica, deben seguir la suerte de la principal.
51. Efectos de los contratos y efectos de las obligaciones; método del Código.— Tanto
del punto de vista conceptual como del metodológico, resulta necesario distinguir los
efectos de los contratos y los de las obligaciones.
El contrato tiene por efecto generar, modificar y extinguir obligaciones (o derechos
reales). El efecto de la obligación es colocar al deudor en la necesidad de cumplir su
promesa o, caso contrario, de pagar los daños y perjuicios correspondientes.
Nuestro Código ha formulado claramente esta distinción, legislando sobre los efectos de
las obligaciones en los arts. 503 y siguientes y sobre los de los contratos en los
arts. 1195 y siguientes. Empero, llevado a error indudablemente por el Código
Napoleón (que no formula la distinción entre unos y otros) incluyó entre los primeros a
los arts. 503 y 504, que se refieren a los contratos. El primero de ellos dice que: las
obligaciones no producen efecto sino entre acreedor y deudor, y sus sucesores a
quienes se transmitiesen , regla que, con distintos términos, se reproduce en el art. 1199,
ubicado con propiedad entre los efectos de los contratos.
El art. 504 expresa que: si en la obligación se hubiere estipulado alguna ventaja en favor
de un tercero, éste podrá exigir el cumplimiento de la obligación, si la hubiere aceptado
y hécholo saber al obligado antes de ser revocada. Se alude concretamente a la
estipulación por otro, que es un contrato.
52. El principio del efecto relativo de los contratos; noción general y remisión.—
Aunque, según se ha dicho, el principio de la relatividad de los actos jurídicos debe ser
estudiado en otro curso, la ubicación de los arts. 503 y 504 en este título hace
conveniente dar una noción general del principio.
La regla según la cual los efectos de los contratos no obligan sino a las partes y sus
sucesores universales, está fundada en una razón de estricta lógica, pues no es aceptable
que la declaración de voluntad de una persona genere obligaciones a cargo de terceros
extraños al acto. Nadie puede contratar por un tercero sin estar autorizado por él, o sin
tener por ley su representación (art. 1161); a menos que el tercero lo ratificara expresa o
tácitamente (la forma de ratificarlo tácitamente es cumpliéndolo), en cuyo caso
naturalmente el tercero ratificante quedará ligado por el contrato (art. 1161 in fine ), sólo
que la obligación no surge del acto de quien obró sin autorización, sino de la ratificación
por el interesado.
Pero los efectos de los contratos pasan a los sucesores universales, puesto que ellos
asumen todos los derechos y obligaciones de sus causantes. Se exceptúan, claro está, los
derechos inherentes a la persona, que son intransmisibles, sea porque así lo impone su
naturaleza (obligación asumida por un pintor célebre de pintar un retrato, que no podría
pasar a sus sucesores) o la ley (caso del usufructo o de los alimentos, que se extinguen
con el beneficiario), o el propio contrato (renta vitalicia).
53.— Pero el principio de la relatividad de los contratos tiene en la práctica numerosas
excepciones. La repercusión que los contratos pueden tener respecto de terceros son de
muy variada naturaleza. Veamos algunas hipótesis:
a) A veces, el objetivo principal del acto es precisamente producir efectos respecto de
terceros: tal es el caso de la estipulación por otro, a que alude el art. 504. El ejemplo
típico y más frecuente es el seguro de vida, en el cual se designa siempre a un
beneficiario que ha de recibir la indemnización en caso de fallecimiento.
b) Otras veces, los efectos son indirectos. Así, por ejemplo, si se vende una propiedad
alquilada, el inquilino está obligado en adelante a pagar el importe de la locación al
nuevo propietario y no a aquél con el cual concluyó el contrato. A su vez, el nuevo
propietario está obligado a respetar aquel contrato de locación, como si él mismo lo
hubiera celebrado. No obstante ser ajenos al contrato, están obligados por él.
c) Finalmente, hay casos en que los contratos tienen respecto de terceros una
repercusión primordialmente económica (aunque también jurídica). Tal es la hipótesis
de los acreedores quirografarios, que sin duda se ven afectados (beneficiados o
perjudicados) por todos los actos de su deudor que importen un ingreso o egreso de
bienes, ya que en el primer caso aumenta la garantía de su crédito y, por consiguiente,
las probabilidades de hacerlo efectivo, y en el segundo disminuye.
Para un estudio más prolijo del efecto relativo de los contratos nos remitimos a
nuestroTratado de Derecho Civil, Parte General, t. II, números 872 y siguientes.
54. Efectos normales y anormales o subsidiarios de las obligaciones.—Las obligaciones
tienen como efecto principal o normal darle derecho al acreedor para emplear los
medios legales a fin de que el deudor le procure aquello a que está obligado (art. 505,
inc. 1º) o para hacérselo procurar por un tercero a costa del deudor (art. 505, inc. 2º).
Caso de que ello no sea posible, el acreedor podrá exigir el pago de las indemnizaciones
correspondientes (art. 505, inc. 3º); es lo que se llamaefecto anormal o subsidiario,
puesto que se trata de un remedio sucedáneo, reconocido por la ley al acreedor en vista
de que no le ha sido posible lograr el cumplimiento de la prestación.
Losmedios legalesa que alude el art. 505 son la demanda judicial, y los consiguientes
recursos destinados a presionar sobre el deudor para que cumpla: embargos,
inhibiciones, intervención judicial,astreinteso condenaciones conminatorias, multas.
55. Efectos indirectos o auxiliares.— La ley pone en manos del acreedor diversas
acciones tendientes a asegurar su crédito y a evitar las maniobras del deudor destinadas
a burlarlo: tales son las medidas precautorias (embargos, inhibiciones, etc.) y las
acciones destinadas a conservar incólume esa garantía común de los acreedores que es
su patrimonio: la subrogatoria, la revocatoria y la de simulación. Estos son los efectos
llamados en doctrina indirectos o auxiliares .
56. Efectos respecto del deudor.— Según lo dispone el art. 505, el deudor que ha dado
cumplimiento exacto a su obligación tiene los siguientes derechos: a) el de obtener la
liberación correspondiente, y b) el de repeler las acciones del acreedor, si la obligación
se hallase extinguida o modificada por una causa legal.
64. Supresión de la prisión por deudas.— Hemos visto en otro lugar la dureza con que el
derecho romano primitivo trataba al deudor insolvente, y cómo esa situación fue
dulcificándose al punto de negarle al acreedor todo derecho sobre la persona del deudor.
Empero, durante muchos siglos y hasta la época contemporánea, subsistió la prisión por
deudas, que más que un recurso del acreedor contra la persona del deudor, era una
sanción penal contra el deudor irresponsable. En nuestro país fue reglamentada en el
orden nacional por la ley 50 (arts. 322 a 325) y suprimida en 1872, por la ley 514.
Subsiste, claro está, la prisión para el caso de quiebra o concurso fraudulento (arts. 176
y sigs., Cód. Penal), pero en este caso la pena se impone no en razón de las deudas sino
del delito cometido: la defraudación de los acreedores.
Esta es una solución hoy universal. La conciencia jurídica moderna se rebela ante la
idea de que un hombre honesto pueda ser arrastrado a la prisión por haber caído en
insolvencia; parece, además, un rigor excesivo que viene a pesar principalmente sobre
los pobres, lo que repugna a la sensibilidad social de nuestros días.
Sin embargo, ha de verse una forma de renacimiento, por cierto muy limitado y
circunscripto, de la prisión por deudas, en el delito de incumplimiento de los deberes
familiares, que permite encarcelar al deudor de alimentos. Para llegar a esta
consecuencia, ha tenido que erigirse en delito el incumplimiento de la obligación
alimentaria.
2.— Las astreintes
77. Enumeración.— Para que el incumplimiento del deudor haga surgir la acción por
indemnización de daños y perjuicios es preciso: a) que el deudor se encuentre en mora ;
b) que el incumplimiento le sea imputable , es decir que medie culpa o dolo de su parte.
Hay que agregar, sin embargo, que esta imputabilidad se presume ; basta el hecho de la
mora para admitir la responsabilidad del deudor, a menos que éste pruebe que su
incumplimiento se origina en un caso fortuito o fuerza mayor .
Nos ocuparemos de cada uno de estos temas en los parágrafos siguientes.
A.— Mora
79. La mora en el Código Civil.— El art. 509 sentaba el principio que para que el
deudor incurra en mora era necesario que hubiera requerimiento de pago, sea judicial o
extrajudicial.
Esta exigencia se justifica plenamente en las obligaciones que carecen de plazo
determinado; pero habiéndolo, lo natural es que el solo vencimiento del plazo provoque
la mora. Esa era la solución del derecho romano (Cód. VIII, tít. 38, ley 12), que recogió
la antigua legislación española (Partida V, tít. 2, leyes 15 y 17). Pero el Código
Napoleón se apartó de esa tradición, exigiendo la interpelación aun en el caso de
obligaciones de plazo determinado.Vélezsiguió la solución francesa, pues el art. 509
establece la regla general del requerimiento, estableciendo excepciones, dentro de las
cuales no se cuentan las obligaciones con plazo determinado.
En apoyo de esta exigencia se aduce que, en tanto el acreedor no requiere el pago, está
indicando con su pasividad que el retardo no le causa perjuicio y que autoriza
tácitamente al deudor a postergar el cumplimiento. Pero tales razones no resultan
convincentes, en el supuesto de obligaciones de plazo determinado. En éstas, el deudor
conoce exactamente el momento en que debe cumplir; si se ha fijado término, es porque
el acreedor quiere que se pague en ese momento y no en otro. Por lo tanto, resulta
superflua la exigencia de requisitos formales previos, que la mayor parte de los profanos
ignoran, perjudicándose indebidamente en sus intereses. Además, en las relaciones
corrientes entre acreedor y deudor, no resulta simpático un requerimiento formal:
cumplido el plazo, los malos pagadores suelen encontrar pretextos y excusas para su
demora, que el acreedor tolera para no llevar las cosas al extremo de una reclamación
legal. Es injusto que esa tolerancia y buena voluntad lo perjudique, privándolo de
percibir intereses o de beneficiarse con cualesquiera de las restantes consecuencias de la
mora.
80. El art. 509.— La ley 17.711 modificó fundamentalmente el régimen del Código,
eliminando la interpelación en las obligaciones a plazo. Dice el nuevo texto: En las
obligaciones a plazo, la mora se produce por su solo vencimiento .
Si el plazo no estuviere expresamente convenido, pero resultare tácitamente de la
naturaleza y circunstancias de la obligación, el acreedor deberá interpelar al deudor
para constituirlo en mora.
Si no hubiere plazo, el juez, a pedido de parte, lo fijará en procedimiento sumario, a
menos que el acreedor opte por acumular las acciones de fijación del plazo y de
cumplimiento, en cuyo caso el deudor quedará constituido en mora en la fecha indicada
por la sentencia para el cumplimiento de la obligación.
Para eximirse de las responsabilidades derivadas de la mora, el deudor debe probar
que no le es imputable.
Veamos cuáles son los casos contemplados en la norma:
a) Obligaciones a plazo .— Si la obligación tiene plazo, la mora se produce por el solo
vencimiento. No importa que el plazo sea cierto (el 31 de diciembre de 2006) o incierto
(la próxima lluvia, la muerte de una persona); la ley no distingue. En ambos casos la
mora se produce automáticamente el día del vencimiento del término.
Tampoco importa el lugar en el que debe cumplirse la obligación. Una fuerte corriente
doctrinaria y jurisprudencial sostuvo que si el lugar del cumplimiento de la obligación
es el domicilio del deudor (que es la hipótesis normal), éste no queda en mora mientras
el acreedor no pruebe haber concurrido a dicho domicilio a recibir el pago. Esta tesis,
que importaba agregar al cumplimiento del plazo un requisito que contraría el texto
expreso del art. 509 (según el cual la mora se produce por el solo vencimiento del
plazo), debe considerarse definitivamente desechada después de que un fallo plenario de
la Cámara Civil de la Capital resolvió que el acreedor no tenía obligación de probar que
había concurrido al domicilio del deudor a exigir el pago, operándose la mora por el
solo vencimiento del plazo.
b) Obligaciones de plazo tácito .— En este caso se exige interpelación; y es justo que
así sea, porque el plazo tácito suele ser indefinido y arrojar dudas sobre el momento en
que debe considerárselo cumplido. Inclusive, el silencio del acreedor puede inducir al
deudor a creer que aquél piensa que el plazo todavía no está vencido.
c) Obligaciones con plazo indeterminado .— En este caso no hay plazo expreso ni
tácito. La obligación no es exigible de inmediato, pero no hay forma de determinar el
plazo en que debía cumplirse de acuerdo a los términos de la obligación. En este
supuesto, el nuevo art. 509 ha mantenido el régimen del Código: debe fijarlo el juez a
pedido de parte. Pero esta solución, que según decimos estaba ya contenida en el
Código (arts. 618 y 751), ha sido complementada con algunas disposiciones destacables.
Por lo pronto, la fijación del plazo debe hacerse en juicio sumario, lo que es importante,
porque la jurisprudencia se inclinaba a exigir el procedimiento ordinario, evidentemente
excesivo cuando sólo se trataba de fijar el plazo. Además, se permite la acumulación de
la acción de fijación de plazo y de cumplimiento del contrato, en cuyo caso el deudor
quedará constituido en mora el día fijado por la sentencia para el cumplimiento de la
obligación. Esta acumulación es optativa para el acreedor, que puede tener interés en
colocar prontamente en mora al deudor, en cuya hipótesis demandará sólo por fijación
de plazo.
80-1.— No obstante lo previsto en el primer párrafo del art. 509, será necesaria la
interpelación en las obligaciones a plazo:
a) Si así se pactó en la obligación, pues esta disposición es supletoria y puede ser
modificada por convenio de partes.
b) Si la obligación contiene la cláusula "cuando el acreedor quiera" u otras similares,
que dejan librado a la expresión de la voluntad del acreedor el plazo de vencimiento de
la obligación (por ej., las obligaciones a la vista, la del depositario de devolver la cosa
cuando el depositante lo exija, si no hay plazo fijado, la del comodatario en el caso
análogo, etc.).
c) Si una ley especial, tomando en cuenta las características de la obligación, exige la
interpelación; como ocurre en el leasing inmobiliario, cuando el tomador ha pagado más
de un cuarto del canon total convenido (art. 20, incs. b y c, ley 25.248).
80-2. Efectos subsidiarios de la interpelación.— Aun en las obligaciones a plazo la
interpelación puede ser útil para producir los siguientes efectos:
a) Permite tener por resueltos los contratos, conforme al procedimiento indicado en el
art. 1204 del Código Civil.
b) Hecha en forma fehaciente, provoca la suspensión de la prescripción por un año o el
término menor de prescripción que pudiere corresponder a la acción (art. 3986).
81. Interpelación judicial.— La interpelación puede ser judicial o extrajudicial
(art. 509). La judicial resulta de la notificación de la demanda o reconvención y de la
intimación de pago en el procedimiento ejecutivo; asimismo, puede resultar de un
embargo preventivo o de otra intimación de pago hecha en un proceso.
La interpelación es eficaz aunque la demanda haya sido interpuesta ante juez
incompetente o presente defectos formales; pues cualquiera sea la suerte de la demanda
mal instaurada, es inequívoca la voluntad del acreedor de reclamar el pago, lo que basta
para la constitución en mora.
82. Interpelación extrajudicial.— a) Forma . El requerimiento no está sujeto a forma
alguna; puede ser escrito o verbal. Claro está que no es aconsejable utilizar esta última
forma por la dificultad de la prueba. La forma habitual es la carta documento o el
telegrama, colacionado o no. También se le ha reconocido virtualidad para colocar en
mora a la demandada al reclamo extrajudicial —instrumentado mediante nota en la que
consta el sello de recepción de la demandada— que contenga un requerimiento
categórico de pago, de cumplimiento factible y apropiado en cuanto al objeto, modo y
tiempo.
b) Cómo debe hacerse la interpelación . La interpelación no requiere términos formales,
precisos o solemnes, ni está sujeta a fórmulas estrictas; pero, eso sí, debe contener una
exigencia clara y concreta del pago; así, se ha decidido que no constituye interpelación
el telegrama que reza: "A fin de escriturar, ruégole indicarme día y hora para hacerlo",
pues no hay una exigencia concreta de cumplimiento; tampoco constituye interpelación
el simple envío de una cuenta vencida, ni el telegrama en el que se anuncia el propósito
de demandar la rescisión del contrato o declarándolo rescindido, ni la demanda por
resolución, porque en ninguno de estos casos hay reclamo de pago.
c) Interpelación bajo plazo o condición . Ninguna duda hay que la intimación puede
hacerse bajo plazo; esto no sólo es frecuente sino también, en algunos casos, necesario.
Así, por ejemplo, no podría intimarse el cumplimiento sin dar un plazo razonable para
que el deudor pueda cumplir. En cambio, se discute si puede ser hecho bajo la condición
suspensiva, aunque la opinión predominante, a la que adherimos, se manifiesta por la
afirmativa. Si el objeto del requerimiento es poner de manifiesto la voluntad de cobrar,
es obvio que a esos efectos basta con una declaración hecha bajo condición.
d) Sumas ilíquidas . No impide la constitución en mora la circunstancia de que la
obligación no tenga suma líquida.
e) Oportunidad . La interpelación debe hacerse una vez vencido el plazo de que goza el
deudor, pues no hay mora si la deuda no es exigible. Sin embargo, no hay inconveniente
en que la interpelación se haga antes del vencimiento si se requiere el pago para después
de operado dicho vencimiento. Así, por ejemplo, si la deuda vence el día 31 de
diciembre, sería válido el requerimiento hecho el 30 de diciembre para pagar el 2 de
enero.
Además, debe otorgarse al deudor el tiempo indispensable (calculado razonablemente)
para cumplir; una interpelación intempestiva o de mala fe, es ineficaz, pues deben
evitarse sorpresas o emboscadas contrarias a la lealtad.
f) Colaboración del acreedor . Si el cumplimiento de la obligación requiere la
colaboración del acreedor, no habrá mora mientras éste no la preste; así, por ejemplo, en
el contrato de locación de obra, el dueño no puede requerir la iniciación de los trabajos
mientras no ponga a disposición del empresario el inmueble en que ha de hacerse.
g) Capacidad y personería . El acreedor que haga la interpelación debe ser capaz; en
principio, la capacidad debe ser la misma que se requiere para celebrar el contrato cuyo
cumplimiento se reclama.
La interpelación puede hacerse por intermedio de mandatario; no se requieren poderes
especiales. La intimación hecha por quien no ostenta poder suficiente es ineficaz.
h)Gastos. Losgastos de la interpelación son a cargo delacreedor.
83. Casos en que no es necesaria la interpelación.— La interpelación no es necesaria a
los efectos de constituir en mora al deudor:
a) Cuando la obligación tiene plazo expreso .
b) Cuando la obligación es de tal naturaleza que sólo el deudor y no el acreedor está en
condiciones de saber cuándo debe hacerse efectivo el cumplimiento , como ocurre con
el administrador o mandatario, que serán responsables siempre que no hayan realizado
oportunamente la gestión o los actos que asumieron la obligación de realizar, aunque no
los intime el mandante.
c) Cuando se trata de obligaciones emergentes de hechos ilícitos . Anteriormente la
jurisprudencia hacía la distinción entre delitos y cuasidelitos, admitiendo la mora
automática para los primeros y no para los segundos. Pero ha terminado por prevalecer
en todo el país la doctrina de que la mora es automática en ambos casos; por
consiguiente, los intereses debidos sobre la indemnización se cuentan desde el momento
mismo del daño.
d) Cuando la obligación se ha hecho de cumplimiento imposible , pues en tal caso la
interpelación carecería de sentido.
e) En las obligaciones de no hacer, cuando el deudor ha hecho lo que no debía .
f) Cuando el deudor ha manifestado que no cumplirá , pues también aquí el
requerimiento se convertiría en un formalismo estéril.
g) Cuando el requerimiento se ha hecho imposible por culpa del deudor , por ejemplo,
si ha desaparecido de su domicilio.
h) Cuando el deudor reconoce que se encuentra en mora .
i)Cuando se trata de obligaciones derivadas de la posesión de mala fe.
84. Mora en las obligaciones recíprocas.— En las obligaciones recíprocas, uno de los
obligados no incurre en mora si el otro no cumple o no se allana a cumplir sus propias
obligaciones (art. 510). Es una consecuencia del mismo principio que informa
la exceptio non adimpleti contractus .
85. Efectos de la mora.— Desde el momento en que el deudor queda constituido en
mora y siempre que ella le sea imputable, se producen las siguientes consecuencias
jurídicas:
a) El deudor está obligado a indemnizar al acreedor todos los daños y perjuicios que la
mora le ocasione; desde ese momento correrán los intereses por las sumas que le
adeude.
b) El deudor es responsable por los daños y perjuicios que con posterioridad a ese
momento sufra la cosa debida, aunque ellos se hayan producido por caso fortuito
(art. 513); a menos que la cosa se hubiera dañado o hubiere perecido igualmente aunque
hubiese estado en poder del acreedor (art. 892).
c) El acreedor puede reclamar la resolución del contrato, siguiendo el procedimiento
fijado en el art. 1204.
86. Extinción de la mora.— La mora del deudor cesa por cumplimiento de la
obligación, por haberse hecho imposible el cumplimiento de la obligación y por
renuncia del acreedor a los beneficios y efectos de la mora. El principio general es que
la cesación de la mora no deja sin efecto las consecuencias que ella había ya producido
y que sólo impide que éstas se sigan produciendo en el futuro. Sin embargo, esto
requiere algunas precisiones.
a) El cumplimiento tardío no exime al deudor de la obligación de pagar los daños y
perjuicios consiguientes a la demora; más aún, el acreedor puede negarse a recibir la
prestación principal si no está acompañada del pago de los daños.
b) Si la obligación se ha hecho de cumplimiento imposible después de la mora, el
deudor debe los daños y perjuicios consiguientes, por más que la imposibilidad haya
derivado de una fuerza mayor, salvo que demuestre que la cosa se hubiere perdido
igualmente en poder del acreedor (art. 892). Pero ya no seguirán corriendo intereses
moratorios.
c) La extensión de los efectos de la renuncia depende de los términos en que haya sido
formulada. Naturalmente, no habrá problemas si la misma renuncia establece su
alcance; ellos se presentan generalmente acerca de ciertos actos que importan o pueden
importar una renuncia tácita.
La recepción del pago sin protesta alguna hace presumir la renuncia total a los restantes
efectos de la mora, en particular a los intereses moratorios, salvo que de las
circunstancias del caso se desprenda una intención distinta.
La recepción de intereses adelantados importa conceder un nuevo plazo por todo el
término cubierto por dichos intereses. La concesión de nuevo plazo importa renuncia
temporaria a exigir el pago de la prestación principal, pero no a reclamar los intereses
moratorios.
91. Efectos.— Según el art. 506, el deudor es responsable de los daños e intereses que
resultaren al acreedor por su dolo en el cumplimiento de la obligación. Se responde,
claro está, no sólo de la inejecución completa sino también de la parcial, de la ejecución
deficiente y del retardo. Es una regla que cae de su propio peso, pues de lo contrario no
habría obligación.
92. Dispensa del dolo.— El deudor no podrá ser dispensado de su dolo al contraer la
obligación (art. 507). La solución es obvia, pues si el deudor no fuere responsable ni
siquiera de su incumplimiento voluntario, no habría en verdad obligación; quedaría
librado a su arbitrio el cumplimiento o incumplimiento de lo prometido y no habría
medio legal de compulsarlo.
Pero si no es posible dispensar de las consecuencias del dolo futuro, en cambio ningún
inconveniente hay en hacerlo respecto del dolo ya cometido; se admite unánimemente
que el damnificado puede renunciar a hacer valer sus derechos respecto de ellos.
93.— ¿Puede pactarse la dispensa del dolo del subordinado o representante del deudor?
Según un primer criterio (Mazeaud , Kemelmajer de Carlucci , Alterini -López
Cabana ), el dolo del representante equivale al del representado y, por tanto, no sería
posible la dispensa. Conforme con un segundo criterio, tales cláusulas serían válidas
(Busso, Enneccerus , Cód. Civil alemán, art. 278; Cód. suizo, art. 101), pues no se ve
razón fundamental de orden moral que impida tales cláusulas. Bien entendido, por
cierto, que sólo puede dispensarse aquel dolo en que incurrió el representante en contra
de las instrucciones del deudor, pues si no ha hecho otra cosa que cumplir sus órdenes,
el acto debe reputarse como emanado del propio deudor.
Pero debemos agregar que este problema es más teórico que práctico, pues en la vida de
los negocios jamás se incluye esta cláusula de dispensa.
94.— ¿Cuáles son los efectos de la cláusula de dispensa? ¿Debe anularse todo el acto o
solamente la cláusula de dispensa?
Según la opinión de numerosos autores (Busso,Galli,Rezzónico , Mazeaud ), lo único
nulo es la cláusula, quedando subsistente la obligación. Creemos que este punto de vista
sólo ha podido sostenerse porque no se ha distinguido con claridad entre el dolo como
elemento del incumplimiento de las obligaciones y como elemento constitutivo de
ciertos actos ilícitos. En tanto elemento del incumplimiento de las obligaciones, es
obvio que la dispensa del dolo deja sin efecto la obligación. Un ejemplo aclara la idea.
Me comprometo a pagar una suma de dinero, si quiero y cuando quiera . Esta cláusula
implica dispensarme del dolo, puesto que puedo voluntariamente dejar de cumplir la
obligación, sin que ello me ocasione responsabilidad alguna. Es un caso típico de
condición puramente potestativa , que anula la obligación (art. 542).
Pero si el dolo no se limita ya al incumplimiento; si por la conducta dolosa (elemento
del delito civil) se ha causado perjuicio a la persona o los bienes del acreedor, entonces
es obvia la responsabilidad del culpable, cualquiera sea la cláusula de dispensa, que
nunca puede referirse a un delito, pues nadie puede ser autorizado a cometerlo.
Lo que, a nuestro juicio, ha provocado la confusión es que, en algunos contratos, ambos
dolos aparecen confundidos ante un examen superficial de los hechos. He aquí un
contrato de administración, en el cual el administrador ha sido dispensado de su dolo.
Ello significa que éste carece de responsabilidad por sus deliberadas omisiones en el
cumplimiento de las tareas que se le encomendaron, en otras palabras, que no pesa sobre
él obligación alguna. Pero al restituir los bienes, se advierte que éstos han sufrido daños
por efecto de actos realizados a designio por el administrador, sea para beneficiarse él,
sea para perjudicar al dueño. En virtud de la existencia de una cláusula de dispensa, el
dueño no podrá invocar la responsabilidad contractual del administrador, puesto que
éste no asumió en verdad obligación alguna; pero, en cambio, podrá reclamarle la
indemnización de los daños que el hecho ilícito del administrador le ha producido.
95. Prueba.— El dolo no se presume y debe siempre ser probado por quien lo invoca.
Debe decirse, sin embargo, que el acreedor no tendrá nunca interés en probar el dolo,
pues los efectos del incumplimiento de la obligación son los mismos, sea que haya
mediado dolo o simplemente culpa. Y como la culpa se presume, le bastará al acreedor
con probar la inejecución de la obligación para demandar la indemnización de los
daños.
114. Caracteres.— Para que dé lugar a la irresponsabilidad del deudor, la fuerza mayor
o caso fortuito deben reunir los siguientes caracteres:
a) Debe tratarse de un hecho imprevisible . No se trata de algo absolutamente
imprevisible, pues eso sería excesivo, sino simplemente de que no hay ninguna razón
valedera para pensar que ese acontecimiento se producirá.
b) Que sea irresistible o inevitable . En verdad, ésta es nota que caracteriza al caso
fortuito; puede ocurrir, en efecto, que el acontecimiento sea perfectamente previsible y
aun que el deudor lo haya previsto; nada de ello tiene relevancia si importa una fuerza
invencible (art. 514). Tal ocurre, por ejemplo, con el granizo que destruye una cosecha,
una inundación.
En suma, el acontecimiento debe ocasionar una imposibilidad de cumplir. Esa
imposibilidad puede serfísica(destrucción de la cosa prometida por el hecho de un
tercero o por el hecho de la naturaleza, tal como rayo, granizo, etc.) ojurídica. Ejemplo
de esta última es el llamado"hecho del príncipe", expresión con la cual se significa todo
acto legítimo o arbitrario de los poderes públicos, que pone al deudor en la
imposibilidad de cumplir. Así, por ejemplo, constituye un hecho del príncipe la
expropiación de un inmueble que le impide al propietario cumplir con la promesa de
venta que había suscripto con otra persona.
Debe tratarse de una imposibilidad y no de una mera dificultad para cumplir. Claro está
que la línea separativa entre imposibilidad y dificultad es muchas veces incierta, porque
no se trata de conceptos absolutos. El juez resolverá el problema según su prudente
criterio; por lo general se acepta que debe ser severo en la apreciación de las
dificultades para exonerar de responsabilidad al deudor.
En una obra que en su momento tuvo mucha notoriedad,Exnersostuvo que para que la
fuerza mayor fuera eximente de responsabilidad debía tener los siguientes caracteres: a)
debía serexterioral deudor y a sus negocios; b) debía serextraordinaria; c) debía
tenerpública notoriedad. Así, por ejemplo, no bastaba un incendio originado en la
fábrica del deudor, porque dicho acontecimiento carece de los caracteres de exterioridad
y de extraordinario. En cambio, un incendio que arrasara toda una manzana y se
originara fuera de la fábrica, sí lo es.
Esta teoría importa un esfuerzo por limitar las causales de irresponsabilidad y evitar que
los deudores puedan encontrar pretextos para no cumplir en hechos que de alguna
manera les son imputables (aunque no haya imputabilidad directa) o que no tienen
importancia tal como para reputarlos imprevisibles e invencibles. Pero la teoría
deExnerno ha trascendido. Parece preferible dejar librado al criterio de los jueces la
apreciación de cuándo el acontecimiento debe reputarse realmente irresistible, y no
limitar su poder discrecional con requisitos que muchas veces pueden resultar excesivos
o arbitrarios.
115. Efectos jurídicos del caso fortuito: principio y excepciones.— La consecuencia del
caso fortuito es que el deudor deja de ser responsable por su incumplimiento (art. 513).
La solución es lógica, puesto que la responsabilidad contractual está fundada en la
imputabilidad del acto, y es evidente que en este caso la inejecución no es imputable al
deudor. Este quedará, por tanto, eximido de cumplir con la prestación y de pagar daños
y perjuicios.
116.— Pero hay casos en que ni el mismo caso fortuito exime de responsabilidad al
deudor. Así ocurre en las siguientes hipótesis:
a) Cuando el caso fortuito se ha producido después de que el deudor estuviera
constituido en mora que no fuere provocada por caso fortuito o fuerza mayor (art. 513).
A partir de la mora, el deudor asume todos los riesgos de su incumplimiento, aun en el
caso fortuito. Sólo podría liberarse de la responsabilidad consiguiente, si media una
obligación de entregar cosas ciertas y el deudor demostrare que la cosa hubiera perecido
igualmente en poder del acreedor (art. 892).
b) Cuando el deudor hubiera tomado a su cargo el caso fortuito (art. 513), vale decir,
cuando en el contrato el deudor asumiera la responsabilidad aun en ese caso.
Cabe recordar que algunos contratos se hacen teniendo principalmente en mira la
eventualidad de un caso fortuito. Ejemplo típico es el seguro de una cosecha contra
granizo. El caso fortuito es precisamente el acontecimiento que hace nacer la
responsabilidad contractual de la compañía.
c) Que el caso fortuito haya sido provocado por culpa del deudor (art. 513); tal es la
expropiación que impide escriturar y que fue provocada por las gestiones del vendedor;
o de la sociedad anónima cuya personería le fue retirada en virtud de haber realizado
actos contrarios a los estatutos y que contrariaban el interés público. La jurisprudencia
declaró, con razón, que estos hechos no impedían la responsabilidad del deudor.
d) Que la ley ponga a cargo del deudor el caso fortuito ; así, por ejemplo, ocurre con el
poseedor de mala fe, que responde por la ruina o deterioro de la cosa, aunque hubiere
ocurrido por caso fortuito, si la cosa no hubiese perecido o deteriorado igualmente si
hubiera estado en poder del propietario (art. 2435).
117. Imposibilidad parcial.—A veces se da una imposibilidad parcial, como ocurre si el
evento hubiera originado una destrucción parcial de las cosas cuya entrega se prometió.
En tal caso el acreedor tiene la siguiente opción: o bien exigir la entrega de la cosa en
las condiciones que hubiera quedado, con disminución proporcional de la
contraprestación (arg. art. 580), o bien rechazar el pago parcial que se le ofrece,
quedando liberado de sus propias obligaciones (arg. arts. 580 y 742).
118. Pacto de garantía.—Hemos dicho ya que, aunque ordinariamente el caso fortuito
exime de responsabilidad al deudor, éste puede asumir el riesgo del caso fortuito. Sin
embargo, aun en este caso la mayor parte de los autores
(Machado,Lafaille,Salvat,Rezzónico) sostienen que estas cláusulas deben ser entendidas
en el sentido de que el deudor sólo asume los casos fortuitos ordinarios o comunes, tales
como la sequía, el granizo, las heladas, etcétera; pero no los extraordinarios, como una
guerra, un terremoto u otro cataclismo fuera del orden común. En la práctica, nunca los
contratantes asumen la responsabilidad de los casos fortuitos en general, sino de algunos
determinados expresamente, tales como robo, incendio, granizo, etcétera.
119. Cláusulas de irresponsabilidad.— Como existen dudas, tanto en la doctrina como
en la jurisprudencia, acerca de si ciertos acontecimientos deben o no ser considerados
como fuerza mayor eximente de responsabilidad, es frecuente que los contratos incluyan
cláusulas en que se establece la irresponsabilidad del deudor si tal acontecimiento se
produce. De esta manera queda zanjada toda dificultad futura sobre los derechos y
deberes recíprocos.
De más está decir que estas cláusulas de irresponsabilidad no solamente pueden
referirse a hechos sobre los que exista duda de si son o no caso fortuito (por ej., huelgas,
guerras, etc.), sino a cualquier hecho por más que no haya la menor duda de que no
importan una dificultad invencible. Así, por ejemplo, podría pactarse que el deudor
queda desobligado si el dólar sube más allá de cierta proporción con relación al peso, o
si el deudor no encuentra vagones para cargar la mercadería, o si los precios han subido
más allá de cierto margen en el momento del cumplimiento del contrato, etcétera. Aquí
no juega para nada el concepto de caso fortuito, sino la voluntad de las partes.
120. Prueba.— El caso fortuito debe ser probado por el deudor que lo invoca; al
acreedor le basta con demostrar el incumplimiento. Es claro que la prueba no será
necesaria cuando se trata de un hecho de pública notoriedad (una declaración de guerra,
la destrucción de Nagasaki por la bomba atómica, una inundación o un terremoto),
siempre que del hecho mismo surja la imposibilidad de cumplir. En cambio, si se
invoca, por ejemplo, la destrucción de la cosa por ese mismo hecho, estará obligado a
demostrar que la destrucción se produjo realmente.
Demostrado el caso fortuito por el deudor, el acreedor que sostenga que a pesar de ello
subsiste la responsabilidad debe probar a su turno cualquiera de los hechos que
provocan la subsistencia de aquélla: la culpa del deudor que provocó el caso fortuito, la
convención por la cual el deudor asumió los riesgos de él, la mora en que se encontraba
el deudor cuando ocurrió el acontecimiento.
§ 4.— La indemnización
128.— Los autores alemanes han puesto de moda otra distinción de los daños; lo que
ellos llaman el interés positivo y el interés negativo . El interés positivo es aquel
perseguido por el contratante al celebrar el acto; y puede consistir en un daño emergente
(por ej., el interés de evitar el derrumbe, en nuestro ejemplo) o en un lucro cesante (el
interés de la ganancia perseguida con la compra de la mercadería). El
interés negativo consiste en aquellos daños que resultan de un contrato frustrado; en
otras palabras, se trata de los daños que no hubiera sufrido el acreedor de no haber
celebrado el contrato y de no haber confiado en él; tal, por ejemplo, los gastos del
contrato o los hechos para recibir la cosa prometida, o los perjuicios sufridos por confiar
en la validez del contrato y haber perdido por ello la posibilidad favorable de contratar
que no se le vuelva a ofrecer. Esta terminología y distinción ha tenido escasa
repercusión en nuestra doctrina, que sólo la usa excepcionalmente.
129. Método del Código.— El Código ha tratado independientemente de los daños y
perjuicios con relación al incumplimiento de las obligaciones contractuales (arts. 519-
522); al incumplimiento de las obligaciones de dar sumas de dinero (arts. 619 y sigs.) y
con relación a los hechos ilícitos (arts. 901 y sigs.).
En el Derecho moderno se postula tratar con igual criterio las obligaciones surgidas
como consecuencia de un incumplimiento contractual o de un hecho ilícito. Es la
solución que se propone en los últimos proyectos de reformas al Código Civil.
130. La indemnización: fundamento, finalidad, carácter y requisitos.—Quien ha
asumido una obligación debe cumplirla; de lo contrario no estaríamos en presencia de
un crédito y de la correlativa deuda, sino de una promesa no obligatoria, no jurídica.
Ahora bien: como muchas veces no puede exigirse el cumplimiento en especie (sea
porque ese cumplimiento se ha hecho imposible, sea porque se trata de una obligación
de hacer y el deudor se niega a cumplir), no queda otra solución que demandar el pago
de una suma de dinero, puesto que éste es la medida de todos los valores económicos.
La finalidad que se propone la indemnización es colocar al acreedor, dentro de lo que
humanamente es posible, en la misma situación que tendría si el deudor hubiera
cumplido.
La indemnización tiene carácter subsidiario , es decir, sólo puede demandarse en caso
de que no haya sido posible obtener el cumplimiento de la obligación en especie.
Para que pueda ser demandada deben probarse los siguientes requisitos : 1º) la
existencia de la obligación; 2º) que el deudor no la ha cumplido; 3º) que el
incumplimiento ha ocasionado un perjuicio. Pero como el incumplimiento no da lugar a
reparación si no es imputable al obligado, éste puede eximirse de la obligación de
indemnizar probando que ha mediado caso fortuito o fuerza mayor.
138. Valuación convencional, legal y judicial.— La valuación de los daños puede ser:
a) Convencional .— La forma más frecuente de la valuación convencional es la cláusula
penal; al fijarla de común acuerdo, las partes reconocen que ése es el perjuicio que
sufrirá el acreedor en caso de incumplimiento. Sin asumir la forma de cláusula penal,
nada se opone a que las partes estimen en sus contratos la suma que deberá pagarse al
acreedor en tal caso.
b) Legal .— A veces la propia ley fija el monto del daño. Ejemplo típico es el Código
Aeronáutico, que fija el monto máximo de la indemnización por muerte.
c) Judicial .— A falta de convención de las partes o de ley, los daños y perjuicios son
avaluados por el juez. El magistrado debe ajustarse a las pruebas producidas por las
partes y fijar conforme a ellas el monto. En caso de que resulten probados los daños,
pero no su monto, el juez puede fijarlo prudencialmente.
Frecuentemente los jueces se valen del dictamen de peritos para una mejor evaluación
de los daños.
139. Daños comprendidos; daño insignificante.— La indemnización debe comprender
tanto el daño emergente como el lucro cesante. Se deben indemnizar no sólo los daños
materiales o patrimoniales, sino también los morales; sobre este espinoso problema
trataremos más adelante.
¿Debe indemnizarse el daño insignificante? La opinión dominante es negativa: de
minimis non curat praetor . Nos parece razonable castigar de esta manera el afán
pleitista de ciertas personas, que ponen en movimiento todo el aparato judicial por
motivos insignificantes. Pero, naturalmente, se trata de una solución que hay que aplicar
con el máximo de prudencia, porque la regla es que todo perjuicio que resulte del
incumplimiento o del hecho ilícito debe ser resarcido.
140. Daño futuro.—La indemnización debe cubrir no sólo los daños presentes, sino
también los futuros, siempre que sea indudable que éstos han de producirse. Ejemplo
típico de daño futuro es el caso de los gastos terapéuticos futuros cuando, por la índole
de la lesión, sea previsible la necesidad de realizar o continuar un tratamiento
determinado. Otro supuesto invariablemente acogido por los tribunales es la
incapacidad parcial y permanente sobrevenida como consecuencia de un accidente; la
indemnización prevé el lucro cesante que resultará en lo sucesivo al damnificado como
consecuencia de la disminución de su capacidad laborativa.
141. Daño eventual; indemnización de la chance.— Parecido, aunque distinto, es el
daño eventual. Como consecuencia de un incumplimiento contractual o de un hecho
ilícito, puede eventualmente ocasionarse un daño, pero es imposible saber a ciencia
cierta si realmente se hubiera producido o no. Ejemplos: un abogado deja perimir la
instancia: ¿es indemnizable lo que hubiera podido obtener de su patrocinado en el caso
hipotético de que, seguida la acción, ganara el juicio? Un transportador se compromete
a llevar un caballo de carrera al hipódromo; se demora culpablemente y llega cuando ya
la carrera en que debía intervenir se ha corrido: ¿responde por el premio que pudo ganar
el caballo?
La cuestión es extremadamente delicada y parece muy difícil sentar reglas de carácter
general. Como principio, el daño puramente eventual no es indemnizable; pero el juez
debe examinar las circunstancias del caso, la probabilidad del evento, la gravedad de la
culpa. Así, en los ejemplos propuestos, parece indudable que si el abogado ha dejado
perimir un juicio queprima facieaparecía como serio y fundado, debe indemnizar a su
cliente las consecuencias de su negligencia; la seriedad de la profesión de abogado, la
índole de los intereses que se confían a los letrados, el rigor con que es bueno juzgar su
actividad profesional, aconsejan responsabilizarlo por el perjuicio eventual. En cambio,
en el supuesto del transporte del caballo de carrera, parece preferible, como solución
general, no tomar en cuenta el perjuicio eventual del valor del premio, pues éste es casi
un puro juego de azar. Pero si el caballo fuera el ejemplar sobresaliente de su
generación y según todos los cálculos razonables debía ganar el premio, nos parece de
toda justicia reconocer al dueño el derecho a reclamar ya sea la totalidad, ya sea una
indemnización algo menor como compensación de lo que podría llamarse elvalor de la
posibilidado de lachance. La decisión del juez deberá fundarse, en suma, en razones
muy circunstanciales; la materia no se presta a soluciones claras y precisas, sino sólo a
las directivas generales que dejamos señaladas.
142. La vida humana como valor económico.—Nuestros tribunales han sentado
firmemente el principio de que la vida humana es un valor resarcible por sí mismo,
aunque no se produzca la prueba del daño y aunque no haya un daño actual.
Al fijar el monto de la indemnización, los tribunales tienen casi siempre en cuenta la
posición económica de la víctima, pues mientras mayores son los ingresos perdidos,
mayor es el daño. Es una solución de justicia muy discutible. Otorgar una
indemnización distinta a los hijos de un industrial muerto que a los de un obrero,
implica juzgar el problema a través de un crudo criterio capitalista. Si los tribunales han
admitido que la vida humana vale por sí y que no es indispensable la prueba de los
daños, es incoherente e inaceptable entrar en consideraciones acerca de lo que perdieron
económicamente los hijos del industrial o del obrero. Tanto más cuanto que esas
indemnizaciones son casi siempre insuficientes para cubrir todo lo que un industrial (e
inclusive un obrero) hu biera podido ganar hasta el momento en que los hijos llegaran a
la mayoría, durante cuyo transcurso pueden legítimamente estar esperanzados en su
ayuda; a lo que debe agregarse que, por lo común, la muerte de un padre obrero suele
significar el hambre y el desamparo, que habitualmente no lleva consigo el
fallecimiento de un industrial, cuyo capital pone casi siempre a sus hijos a cubierto por
lo menos de las necesidades más apremiantes. Por todo ello, parece más humano y
razonable apartarse de estimaciones fundadas en las ganancias de la víctima y establecer
indemnizaciones equivalentes para situaciones humanas equivalentes.
143. Culpa concurrente del damnificado.— La culpa concurrente del damnificado puede
referirse:
a) A la producción del hecho dañoso . En tal supuesto, es jurisprudencia invariable que
el tribunal debe fijar la proporción de las culpas en la producción del hecho y aplicar esa
proporción al monto de la indemnización. Así, por ejemplo, una persona ha sido
embestida por un automóvil, ocasionándole lesiones cuya curación importó $ 100.000.
El tribunal considera que hubo culpa concurrente y la fija en un 75% para el demandado
y en un 25% para la víctima. El demandado debe pagar $ 75.000.
b) A la producción o prolongación del daño en sí mismo . Si el damnificado pudo evitar
mayores daños adoptando oportunamente las medidas adecuadas, el autor del hecho
deja de ser responsable de la agravación. Así ocurre, por ejemplo, si el propietario dejó
su automóvil en el taller más tiempo de lo que era preciso y lo hizo por simple
negligencia o incuria, o si lo dejó largo tiempo a la intemperie, sin tomar el cuidado de
hacerlo llevar a un taller de reparaciones o a un depósito donde estuviera resguardado
contra las inclemencias del tiempo y la acción de terceros.
144. Momento de la apreciación del daño.— El problema del momento en que debe ser
apreciado el daño exige un tratamiento distinto, según se trate del incumplimiento
contractual o de un hecho ilícito.
144-1.— a) Incumplimiento contractual .— El problema es, en este caso, muy delicado.
La mayor parte de los autores opinan que debe tomarse en cuenta el perjuicio en el
momento en que el contrato debía cumplirse.
Adoptada como regla general, la solución es arbitraria. Su injusticia queda revelada
palmariamente cuando el damnificado demanda por cumplimiento y daños y perjuicios.
Como los contratos son generalmente bilaterales y como, de acuerdo a derecho, se
reclama el cumplimiento, el actor debe estar preparado para hacer efectiva su
contraprestación en el momento en que el otro cumpla; es decir, no deberá comprometer
el dinero que está obligado a entregar; no comprometerá su tiempo, si ha prometido una
obligación de hacer. No se ve motivo, por consiguiente, para apreciar el daño en el
momento del cumplimiento del contrato, cuando hay daños ulteriores, seguramente
agravados. Más lógico parece adoptar la siguiente directiva general: si se ha demandado
la resolución del contrato fundado en el incumplimiento, el daño debe fijarse en el
momento en que éste debía cumplirse; pero si, de acuerdo a derecho, se ha demandado
el cumplimiento y los subsiguientes daños y perjuicios, la valuación de los daños debe
hacerse en el momento en que el demandado resistió la sentencia que le ordenaba
cumplir; con la salvedad de que si en el curso del proceso quedó demostrada la
imposibilidad física o jurídica de que el contrato se cumpliera, el daño debe valuarse en
ese momento, en el que cesó la razonable expectativa del actor de obtener el
cumplimiento, y lo autorizó a no seguir haciendo reserva de su tiempo o su dinero en
miras al cumplimiento de una prestación devenida imposible.
145.—b)Hechos ilícitos .— Durante algún tiempo se discutió entre nosotros si el daño
debía valuarse en el momento del hecho ilícito o en el de la sentencia; pero la inflación
fue presionando sobre los tribunales y demostrando la injusticia de valorar los daños
cuando el hecho se produjo. Por consiguiente, se admite que la valuación debe hacerse
al momento de la sentencia.
146. El problema de la desvalorización de la moneda; la ley 23.928.—El agudo
problema inflacionario que vivió durante décadas nuestro país, obligó a los jueces a
tener en cuenta la desvalorización de la moneda, tratárase de deudas de valor o de
dinero. Así, por ejemplo, si una persona se obligaba a pagar una determinada suma de
dinero en cierta fecha y no lo hacía, obligando al acreedor a seguir un largo pleito para
obtener el pago de su crédito, resultaba de toda evidencia que condenar al deudor a
pagar la misma suma de dinero que había prometido, se transformaba en una verdadera
burla. Mil australes debidos en 1988, por ejemplo, no tenían ninguna relación con la
misma suma pagada dos años después. La jurisprudencia resolvió entonces que la suma
originaria debía reaju starse teniendo en cuenta la inflación producida en ese lapso,
tomando en consideración para ello, los índices de inflación suministrados por el
Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC).
Pero en marzo de 1991 se dictó una revolucionaria ley, llamada de convertibilidad del
austral (ley 23.928) cuyo propósito fue poner fin al proceso inflacionario. Por el art. 7º
se dispuso textualmente:El deudor de una obligación de dar una suma determinada de
australes, cumple su obligación dando al día del vencimiento la cantidad nominalmente
expresada. Y agrega la misma disposición:En ningún caso se admitirá la actualización
monetaria, indexación por precios, variación de costos o repotenciación de deudas,
cualquiera fuere su causa, haya o no mora del deudor, con posterioridad al 1º del mes
de abril de 1991, en que entra en vigencia la convertibilidad del austral .
La ley 25.561, en enero de 2002, si bien modificó parcialmente esta disposición, no
alteró su espíritu prohibitivo de las cláusulas indexatorias.
De esta manera quedan sin valor alguno las cláusulas contractuales (que eran de rigor en
los contratos de larga duración, por ejemplo, el contrato de locación) que establecían o
establezcan en el futuro cualquier reajuste de la suma pactada originariamente teniendo
en cuenta los índices de inflación. La cuestión, de todos modos, sigue en discusión. Es
que si se mantiene la situación inflacionaria que vive nuestro país desde hace algunos
años, será necesario evitar que el acreedor reciba una suma de dinero depreciada, lo que
obligaría a permitir la actualización de su crédito, con fundamento en los arts. 14 y 17
de la Constitución Nacional.
147. ¿La suma reclamada en la demanda es el límite máximo a que puede llegar la
condena?— Antiguamente los tribunales aplicaban rigurosamente el principio de que la
cantidad reclamada en la demanda importaba un tope máximo que no podía ser elevado
por el juez sin violar los términos de la litis contestatio . Pero también en este caso la
inflación fue presionando sobre los jueces y demostrando la injusticia de la solución. Y
se empezó por admitir que cuando a la suma fijada como reclamación inicial se añadía
la salvedad "o lo que en más o menos resulte de la prueba", podía la sentencia fijar una
cantidad mayor.
Esta jurisprudencia parecía pacífica cuando la Corte Suprema de la Nación anuló
algunos fallos, por vía de recurso de arbitrariedad, sosteniendo que la condena no puede
exceder los términos de la litis contestatio y que ni siquiera la salvedad de "lo que en
más o menos resulte de la prueba" puede autorizar a los tribunales a superar la suma
reclamada oportunamente en la demanda. Era una jurisprudencia sorprendente, que no
tenía sustento racional ni legal. El problema suele presentarse generalmente en los
hechos ilícitos. Ahora bien: con gran frecuencia la víctima del hecho se encuentra con
que en el breve plazo en que debe iniciar la demanda (dos años) no tiene todavía un
panorama completo de los daños sufridos. Hay lesiones que exigen dos o tres
operaciones quirúrgicas, que se prolongan más de dos años, particularmente difícil
resulta en ese lapso saber a ciencia cierta a cuánto alcanza la incapacidad parcial o
permanente, pues el proceso de curación, de desaparición de dolores, etcétera, es a
veces muy prolongado; o puede ocurrir que el damnificado no tenga dinero para
sustituir o reparar la cosa destruida y presente una estimación de daños que luego el
aumento de precio de los productos revela insuficiente. Lo serio y razonable es estimar
el daño en la demanda, en lo que en ese momento presuntivamente vale. Eso es lo que
se ajusta a la buena fe y a la lealtad en el proceso. Si luego las pruebas o el cambio de
las circunstancias demuestran que el daño ha sido mayor de lo estimado, aquella
estimación no puede ser obstáculo para reconocer a la víctima el derecho a que se le
indemnice los daños que pruebe efectivamente haber sufrido. Porque no se trata de
probar otros daños que los invocados en la sentencia; eso sí sería contrario al principio
de que la sentencia debe ajustarse a la litis contestatio (por ej., si se demanda la
indemnización por la fractura de una pierna y luego se pretende probar también la
fractura de un brazo). Pero aquí no se trata de probar un daño distinto, sino solamente de
la significación cabal del daño invocado en la demanda. Tanto no es esencial la cantidad
provisoriamente estimada en la demanda, que bien podría demandarse la reparación de
los daños sin estimar cantidad alguna. Esta jurisprudencia resulta todavía más rigurosa e
injusta en épocas de inflación, en las que la equidad de reconocer valores superiores a
los estimados al iniciarse el proceso, está fuera de toda duda posible.
Afortunadamente, fallos posteriores del Alto Tribunal han vuelto las cosas a su quicio.
Actualmente se admite que la salvedad "o lo que en más o menos resulte de la prueba"
permite reajustar lo reclamado en la demanda.
148. Intereses.— También los intereses de las sumas reclamadas forman parte de la
indemnización. ¿Desde cuándo corren?
En las condenas derivadas del incumplimiento contractualel principio es que los
intereses corren desde que el deudor fue puesto en mora. Pero no en todos los contratos
es así. Cuando se trata de aquellos en que media una obligación de seguridad para una
de las partes, como por ejemplo ocurre en el contrato de transporte, las reglas de
solución se aproximan casi hasta identificarse con los principios que presiden la
solución del problema en materia de actos ilícitos.
149.— En lo que atañe a la responsabilidad extracontractual , nuestra jurisprudencia ha
sufrido una interesante evolución:
a) En una primera etapa, se admitía que los intereses corrían sólo a partir de la fecha de
la sentencia, porque hasta entonces no hay cantidad líquida.
b) Posteriormente se admitió que había deuda cierta (aunque no existiera cantidad
líquida) y, por consiguiente, los intereses debían correr desde la fecha de la demanda.
c) Sin embargo, como este criterio no era pacífico, se convocó un Plenario de las
Cámaras de la Capital, que sentó la siguiente doctrina: tratándose de delitos, los
intereses corren desde el día del hecho; tratándose de cuasidelitos, corren desde la
notificación de la demanda, a menos que hubiera recaído condena en sede criminal
como delito culposo, en cuyo caso debía tenerse en cuenta la fecha del hecho. La
minoría sostuvo que en ambos casos debían correr desde el día del hecho.
d) Estas soluciones son evidentemente insatisfactorias y conducen a resultados
arbitrarios. Supongamos un accidente en el que hay daños físicos y materiales: la
incapacidad física parcial y permanente origina una responsabilidad cuya indemnización
parece justo debe devengar intereses desde el día del hecho ilícito, ya que en este
supuesto no se exige la interpelación para la constitución en mora del deudor; más tarde
(pero antes de demandar), el damnificado hace reparar su automóvil y paga la
reparación; no es justo que esta suma devengue intereses desde el momento del hecho
ilícito, porque el desembolso (es decir, el daño sufrido por la víctima) se produjo
después, de tal modo que hacer correr los intereses desde el momento del hecho
importaría un enriquecimiento sin causa, y hacerlos correr desde la demanda significaría
una postergación irrazonable. Finalmente, puede ocurrir que el accidentado haya pagado
los honorarios del médico que lo atendió después de iniciada la demanda. Todo esto
demuestra que es injusto tomar en cuenta ya sea la fecha del hecho ilícito, ya la de la
demanda. El principio debe ser que los intereses corran desde el momento del daño: así
lo declaró un nuevo Plenario de la Cámara Civil de la Capital (en autos "Gómez v.
Empresa Nacional de Transportes") en el año 1958. Por consiguiente, si se trata de las
consecuencias directas del hecho ilícito (incapacidad resultante, muerte, etc.), ellos
deben correr desde el momento del hecho; si se trata de pagos realizados por el
damnificado como consecuencia del hecho, deben correr desde que estos pagos fueron
hechos. Y si el damnificado no ha pagado todavía las reparaciones o los honorarios
médicos o la restitución de la cosa destruida, no hay intereses.
Para concluir, es necesario recordar que la Cámara Nacional en lo Civil ha dictado un
nuevo fallo plenario (el día 20/4/09, en autos "Samudio de Martínez c. Transportes
Doscientos Setenta S.A."), que ha resuelto aplicar como tasa de interés moratorio, la
tasa activa cartera general (préstamos) nominal anual vencida a treinta días del Banco
de la Nación Argentina, la cual habrá de computarse desde el inicio de la mora hasta el
cumplimiento de la sentencia, salvo que su aplicación en el período transcurrido hasta el
dictado de dicha sentencia implique una alteración del significado económico del capital
de condena que configure un enriquecimiento indebido. Esta tasa es aplicable a los
créditos indemnizatorios nacidos de delitos y cuasidelitos, a los derivados de relaciones
contractuales en donde las partes no hayan previsto la medida del daño moratorio, a las
acciones por alimentos o de reembolso derivadas de relaciones jurídicas que no tengan
indicado el tipo de tasa aplicable y a las condenas de dar sumas de dinero emanadas de
rendiciones de cuentas.
150. Concepto.— Hasta aquí nos hemos venido ocupando de los daños materiales o
económicos . Pero el incumplimiento de una obligación, y particularmente los actos
ilícitos, bien pueden ocasionar perjuicios extrapatrimoniales . En nuestro régimen
jurídico, por lo tanto, si un daño no es patrimonial, necesariamente es extrapatrimonial.
He aquí una persona que ha sufrido heridas graves ocasionadas por el hecho de un
tercero. Sufre perjuicios patrimoniales (gastos de médicos, sanatorio, pérdida de sueldos
o jornales durante el tiempo del tratamiento, disminución de su capacidad laborativa —
y por consiguiente, reducción de sus eventuales entradas— como consecuencia de una
lesión permanente) y otros que no tienen ese carácter (dolor físico, depresión sufrida
con motivo de la amputación de una pierna o de la desfiguración del rostro, pérdida de
la posibilidad de gozar de los bienes espirituales de la vida, como consecuencia de una
ceguera, una invalidez; dolor moral por la pérdida del esposo, del padre, del hijo,
víctimas del accidente). Más aún, la Corte Suprema nacional ha resuelto que dentro del
concepto de daño moral debe comprenderse toda frustración del desarrollo pleno de la
vida como, por ejemplo, la imposibilidad de asistir a conciertos o conferencias, practicar
deportes, asistir a diversiones, etcétera. El daño moral será, por lo tanto, todo daño
extrapatrimonial, comprensivo de los daños estético, psíquico y biológico.
¿Debe indemnizarse el daño moral? No son pocos los autores que lo niegan
(Llambías , Bibiloni , Baudry -Lacantinerie y Barde ). Los argumentos principales son
los siguientes: a) Es inmoral poner un precio al dolor , especular con los sentimientos,
exigir el pago en dinero contante y sonante de sufrimientos o agravios que están más
allá de toda consideración económica; la vida de los tribunales muestra casos
repugnantes de personas que pretenden lucrar con la muerte de la madre o de un hijo. b)
Implica un enriquecimiento sin causa en favor del agraviado, que no ha sufrido perjuicio
alguno en su patrimonio. c) El perjuicio moral no es mensurable desde el punto de vista
económico. ¿Cuánto vale el dolor que sufre un padre ante la muerte del hijo, cuánto el
dolor físico que ocasiona una herida?
Pero en el derecho moderno, esta posición negativa puede considerarse superada. Con
mayor o menor extensión, con diferencias de que luego nos ocuparemos, se acepta hoy
la procedencia de la indemnización del daño moral. Las objeciones formuladas en su
contra, aunque importantes, no parecen decisivas: a) Es verdad que, a veces, la
especulación de ciertos litigantes con su dolor resulta repugnante al sano criterio
jurídico; pero también es verdad que en la mayor parte de los casos no hay sino una
legítima pretensión de que se repare a la víctima de todos los daños sufridos. b) No hay
tal enriquecimiento sin causa, pues la causa de la indemnización está en el perjuicio
moral sufrido y en la obligación impuesta por la ley. c) Tampoco es enteramente exacto
que el daño moral no sea mensurableeconómicamente; por lo menos, la víctima podrá
procurarse con el dinero otros bienes o placeres que de alguna manera compensen los
perdidos; sin contar con que la indemnización puede tener carácter de pena para quien
ha producido un daño en virtud de una conducta antijurídica. El principio de
la reparación integral , cada vez más extendido en el derecho moderno, ha hecho
triunfar definitivamente la teoría de que el daño moral debe indemnizarse.
151.— Conviene precisar el concepto de daño moral. Debe considerarse tal el que es de
naturaleza puramente extrapatrimonial, pero no las incidencias o consecuencias
económicas del agravio moral . Supongamos que, con motivo de un accidente, una
mujer ha sufrido la desfiguración de su rostro; la depresión nerviosa consiguiente le
provoca timidez, una retracción en sus relaciones con los semejantes, de donde deriva
una mayor dificultad para ganarse la vida y, por tanto, un daño económico. Hay aquí
dos daños: el moral (sufrimiento, depresión, timidez) y el patrimonial (disminución de
su aptitud de trabajo). Otro ejemplo: muere el padre de familia por culpa de un tercero:
una cosa es el dolor de los hijos y otra el perjuicio patrimonial que sufren al faltarles su
sostén. La distinción es muy importante, pues revela que no se trata de un solo daño,
sino de dos perjuicios diferentes, cada uno de los cuales debe ser indemnizado
independientemente.
152. Fundamento; discusión doctrinaria.— ¿Por qué debe indemnizarse el daño moral?
La opinión de los autores se polariza principalmente en torno de estas dos doctrinas:
a) Para algunos (Llambías , Legón, Ripert , Demogue , Savatier ), la reparación del daño
moral no tiene carácter resarcitorio, sino que es una sanción aplicada al autor de un
hecho ilícito, y que tiene por tanto un carácter ejemplar o ejemplarizador . Se parte de la
base de que el daño moral no es mensurable y de que, por tanto, no puede hablarse de
resarcimiento.
b) Pero la gran mayoría de los autores sostienen que la indemnización tiene
carácter resarcitorio . Como decía Ihering , el dinero tiene un valor compensatorio,
permite a la víctima algunas satisfacciones que son un equivalente o sucedáneo del daño
sufrido. Este punto de vista ha triunfado en la doctrina, sobre todo porque es más amplio
y se adapta mejor al principio de la reparación integral. En cambio, la teoría de la
sanción ejemplar o punitiva es más restrictiva: como que se trata de una sanción , no
interesa tanto la consideración del daño sufrido como la gravedad de la falta cometida.
c) Entre ambas posiciones, se viene abriendo paso una tercera: La indemnización por
daño moral debe ser concebida en una doble función, como reparación a quien padeció
las consecuencias aflictivas y como sanción ejemplar al proceder reprochable de quien
las hubo causado. Ello, además, no sólo propendrá a desalentar conductas contrarias al
interés general, sino que de alguna manera la gravedad de la conducta del condenado
influirá sobre el juez al momento de la fijación del monto de la condena.
153. La cuestión en el Código Civil.— El art. 1078 disponía que si el delito era de
derecho criminal la indemnización no sólo debía comprender la indemnización de
pérdidas e intereses, sino también el daño moral.
La interpretación tradicional, que los tribunales de la Capital mantuvieron siempre, fue
que sólo cuando existía condena criminal podía indemnizarse ese daño. Sin embargo, la
doctrina predominante, que postulaba una amplia indemnización del daño moral, fue
presionando sobre los tribunales; así fue como algunos tribunales de provincias
admitieron la indemnización del daño moral en todo hecho ilícito, fuera delito o
cuasidelito, hubiera o no condena criminal (Buenos Aires, Santa Fe, Rosario,
Corrientes, Santiago del Estero); algunos, inclusive, llegaron a admitirla como
consecuencia del incumplimiento contractual (Buenos Aires, Córdoba, Río Negro).
La jurisprudencia era, pues, confusa y muy variable según los tribunales que
entendieran en la causa. Se hacía necesario una reforma que unificara el régimen legal y
al propio tiempo contemplara la tendencia del derecho moderno a indemnizar todos los
perjuicios injustamente sufridos por una persona. Es lo que hizo la ley 17.711 al
reformar los arts. 522 y 1078.
154. La indemnización del daño moral en la ley 17.711.— El nuevo artículo 1078
establece que la obligación de resarcir el daño causado por los actos ilícitos
comprende, además de la indemnización de pérdidas e intereses, la reparación del
agravio moral ocasionado ala víctima.
La nueva disposición es amplia; ya no se exige la condena criminal; el daño moral debe
indemnizarse en todo hecho ilícito, sea delito o cuasidelito.
Pero la reforma ha ido más allá: en el art. 522 se dispone que en los casos de
indemnización por responsabilidad contractual el juez podrá condenar al responsable a
la reparación del agravio moral que hubiere causado, de acuerdo con la índole del hecho
generador de la responsabilidad y circunstancias del caso.
Adviértase la diferencia con el caso anterior: mientras en los hechos ilícitos el daño
moral debe ser indemnizado (siempre, claro está, que la víctima lo pida), en el
incumplimiento contractual el juez puede condenar al demandado a repararlo de
acuerdo con la índole del hecho generador de la responsabilidad y circunstancias del
caso.
Esto no significa, sin embargo, que los jueces puedan a su libre arbitrio, conceder o
negar la reparación del daño moral, sino que el que lo pretende debe probar que el
incumplimiento del deudor, por su gravedad y las implicancias que tuvo para él, le
produjo realmente ese daño.
155. Quiénes tienen la acción.—La acción por indemnización del daño moral sólo
competerá al damnificado directo; si del hecho hubiere resultado la muerte de la
víctima, únicamente tendrán acción los herederos forzosos(art. 1078in fine, ref. por
ley 17.711). Con esta norma quedó resuelto un delicado problema qu e el Código no
contemplaba.
La acción por indemnización del daño moral tiene carácter personalísimo y no puede ser
ejercida por subrogación, ni los herederos pueden ejercerla como sucesores del
damnificado, a menos que éste hubiera promovido la demanda. Al decir esto, aludimos,
claro está, al supuesto de que el hecho no hubiera causado la muerte de la víctima,
porque si hubiera fallecido, la acción la tienen sus herederos forzosos.
La Corte Suprema nacional ha decidido que la acción la tienen no sólo los herederos
forzosos de grado preferente, sino también cualquier otro que tenga eventualmente ese
carácter. Así, por ejemplo, en caso de muerte del abuelo, la acción la tienen no sólo sus
hijos, sino también sus nietos, quienes, debido a que son postergados por sus padres,
carecen de derecho a suceder al abuelo pero conservan la acción por daño moral.
155.1.— Una cuestión delicada es determinar si la persona que se encuentra en estado
vegetativo tienen legitimación para reclamar por daño moral. Se ha sostenido que la
persona que está imposibilitada de sentir de manera absoluta, que no puede sentir dolor,
no puede reclamar por daño moral. Por nuestra parte, no compartimos esta posición.
La ausencia de discernimiento no excluye la posibilidad del daño moral pues aquél es
condición personal que se valora cuando se considera a una persona como agente de
actos lícitos o ilícitos, pero no como víctima de un obrar ajeno. Que no pueda
comprender el dolor no significa que ese dolor no exista ni que sea valorado en forma
negativa. El disvalor subjetivo que padece la persona está más allá de lo que siente,
quebranta su espiritualidad y cercena sus posibilidades intelectuales. Por ello, este
disvalor que se determina de comparar la situación de la víctima entre antes y después
del hecho, alcanza para configurar el daño moral.
156. El daño moral en las personas jurídicas.— ¿Pueden las personas jurídicas sufrir un
daño moral resarcible? Algunos tribunales han declarado que no se concibe que una
persona de existencia jurídica pueda sufrirlo. Nos parece una conclusión demasiado
terminante. Si bien es difícil que tales personas puedan sufrir un daño moral, no es
inconcebible que lo sufran. Así, por ejemplo, puede lesionarse el prestigio, el buen
nombre de una persona jurídica, con imputaciones calumniosas. Entendemos que en
tales casos hay un daño moral indemnizable. Hay que considerar, además, que muchas
personas jurídicas no son sino un recurso que las personas físicas utilizan por razones de
utilidad práctica para moverse en el mundo de los negocios, pero los verdaderos
propietarios son públicamente conocidos y una acusación contra aquélla, hiere y
desprestigia a sus dueños.
156-1. La prueba del daño moral.— Es insuficiente acreditar la existencia de un hecho
para inferir no sólo las consecuencias, sino, sobre todo, la verdadera entidad del daño
sufrido, sin que esto implique dejar de tener en cuenta lo que, en general, puede
reconocerse como reacciones humanas normales y naturales, ante la existencia de un
hecho lesivo determinado. La evaluación de tales reacciones deberá sustentarse en la
equidad, la buena fe y las buenas costumbres.
Pero es claro, por otro lado, que no es posible tener prueba directa del daño moral
sufrido. La afectación que se sufre (a la que nos hemos referido en el nº 150) es
intransferible. Por ello, debe destacarse la importancia que tiene la prueba de indicios y
de presunciones a la hora de determinar la existencia del daño moral.
157. Concepto; relación con los daños e intereses.— Según el art. 652, cláusula penal es
aquella en que una persona, para asegurar el cumplimiento de una obligación, se
sujeta a una pena o multa en caso de retardar o de no ejecutar la obligación .
En su esencia, la cláusula penal es un recurso compulsivo ideado para obligar al deudor
a cumplir con lo convenido, ante el peligro de tener que satisfacer esta pena, por lo
común más gravosa que la obligación contraída. Es también un modo de fijar, por
anticipado, los daños e intereses que deberán pagarse al acreedor en caso de
incumplimiento total o de retardo. Se evitan así todas las cuestiones relativas a la
existencia del daño y a su monto. Pero sería un error considerarla como una
indemnización propiamente dicha: la indemnización debe tener una adecuación lo más
perfecta posible a los daños realmente sufridos por el acreedor a raíz del
incumplimiento, en tanto que la cláusula penal se fija arbitrariamente, es casi siempre
mayor que esos daños y, finalmente, se debe aunque del incumplimiento no resulte daño
efectivo alguno para el acreedor.
158. Método del Código; crítica.— El Código trata de la cláusula penal en los arts. 652
y siguientes, en uno de los títulos en que se estudian las diversas obligaciones con
relación a su objeto (arts. 574 y sigs.). Es una ubicación inadecuada, pues la cláusula
penal no es una categoría especial de las obligaciones, sino una cláusula accesoria;
debió, pues, tratarse en algunos de los títulos referentes a las obligaciones en general
(sea como medio de asegurar el cumplimiento o como un aspecto de la indemnización
de daños) o bien junto con los contratos en general.
159. Origen histórico y finalidad.— La cláusula penal tuvo su origen en la stipulatio
penae del derecho romano, que se ideó como medio de obligar a los deudores a cumplir
con sus obligaciones.
En el derecho moderno, la cláusula penal tiene una doble finalidad: a) compulsar al
deudor a cumplir con sus obligaciones ante el peligro de tener que pagar una suma más
gravosa que el cumplimiento mismo; b) fijar por anticipado el monto de los daños y
perjuicios, evitándose después las dificultades de la prueba del daño.
160.Caracteres.—La cláusula penal tiene los siguientes caracteres:
a) Esaccesoriade una obligación principal, puesto que es acordada para asegurar su
cumplimiento (art. 524). De donde se desprenden las siguientes consecuencias: 1º) La
nulidad o extinción de la obligación principal causa la nulidad o extinción de la cláusula
penal (arts. 663 y 665). 2º) En cambio, la nulidad o extinción de la cláusula penal deja
subsistente la obligación principal (arts. 525 y 663).
Sin embargo, la cláusula penal subsiste aunque la obligación principal no tenga efecto si
ella se ha contraído por otra persona, para el caso de no cumplirse por ésta lo prometido
(art. 664). Es el caso de la obligación contraída por un menor y afianzada por un tercero.
Este permanece obligado por la cláusula penal, no obstante la nulidad de la obligación
principal (art. 1994).
b) Essubsidiaria, pues el objeto principal del contrato sigue siendo siempre la
obligación principal. De este carácter surgen las siguientes consecuencias: 1º) El deudor
no puede eximirse de cumplir la obligación pagando la pena (art. 658): el acreedor tiene
siempre el derecho a pedir el cumplimiento en especie, a menos que el contrato
reconociese expresamente al deudor la facultad de no pagar la obligación principal o
que se tratare de una obligaciónde hacer: en estas dos hipótesis excepcionales el deudor
puede liberarse pagando la pena. 2º) El acreedor no puede pedir el cumplimiento de la
obligación y al mismo tiempo la pena, sino una de las dos cosas a su arbitrio (art. 659),
a menos, claro está, que la pena se hubiese impuesto a la mora o que se haya estipulado
expresamente que el pago de la pena no extingue la obligación principal (art. 659).
c) Es condicional pues no funciona sino en caso de mora o inejecución del deudor.
d) Es inmutable . Dada su importancia, tratamos detenidamente esta cuestión más
adelante.
161. Diferencias con las obligaciones alternativas, facultativas y condicionales y con las
arras.— Para precisar con mayor rigor técnico el concepto de cláusula penal, conviene
trazar su paralelo y distinguirla de otras figuras análogas:
a) Con las obligaciones alternativas .— En las obligaciones alternativas, el deudor
puede optar por el cumplimiento de una u otra (por ejemplo, me comprometo a entregar,
por cierto precio, 100 novillos ó 120 vaquillonas) y con cualquiera queda liberado; en
cambio, el deudor no queda desobligado pagando la cláusula penal, a menos que el
contrato se lo permitiera expresamente o se tratara de una obligación de hacer. En las
obligaciones alternativas, si una de las prestaciones se pierde sin culpa del deudor, se
debe la otra (art. 639); pero si se extingue la obligación principal por pérdida de la cosa
debida sin culpa del deudor, se extingue la cláusula penal.
Es que en las obligaciones alternativas no hay una obligación principal y otra accesoria,
sino dos prestaciones del mismo rango.
b) Con las obligaciones facultativas .— La diferencia es más sutil en este caso, porque
también aquí hay una obligación principal y otra accesoria, de tal modo que si se
extingue la principal, sin culpa del deudor, se extingue también la accesoria (art. 647),
como ocurre con la cláusula penal. Pero en las obligaciones facultativas el deudor tiene
derecho a desobligarse cumpliendo con la prestación subsidiaria (art. 643), lo que no
ocurre con la cláusula penal.
c) Con la obligación condicional .— El funcionamiento de la cláusula penal está sujeto
a una condición: que el deudor no cumpla o incurra en mora. No obstante ello, hay una
diferencia esencial con las obligaciones condicionales: en éstas, los derechos del
acreedor son inciertos ; dependen de un acontecimiento que puede o no ocurrir; en las
obligaciones con cláusula penal, los derechos del acreedor son perfectamente ciertos
desde el comienzo; la obligación del deudor ha nacido pura y simple; la única
incertidumbre consiste en la forma que será cumplida (si pagando la prestación principal
o la pena), pero no respecto del derecho mismo.
d) Con las arras .— Se llama arras o seña la cosa (generalmente una suma de dinero)
que se entrega a una de las partes en garantía del cumplimiento de la obligación y,
subsidiariamente, como indemnización para el caso de incumplimiento. Son
frecuentísimas en los boletos de compraventa de inmuebles, en los cuales el comprador
entrega al vendedor una suma en concepto de seña . Si luego desiste la compra, pierde
la seña; si es el vendedor quien se arrepiente, debe devolver la seña doblada.
La diferencia con la cláusula penal es, pues, muy clara: 1º) Las arras sonalgo que se
daen garantía del cumplimiento; sólo subsidiariamente sirven como indemnización de
daños, si una de las partes decide no cumplir; la cláusula penal es algo que
seprometepara el caso de no cumplir la obligación principal. 2º) Las arras se dan para
que las dos partes del contrato puedan arrepentirse, mientras que la cláusula penal no
autoriza al deudor a arrepentirse: se establece sólo en beneficio del acreedor. 3º) Las
arras son una parte, generalmente pequeña, del importe total de las obligaciones del
deudor, la cláusula penal equivale a las obligaciones contraídas por el deudor, y más
aún, por lo común tienen un valor patrimonial superior a las prestaciones ofrecidas.
162. Objeto.— Según el art. 653, la cláusula penal sólo puede tener por objeto el pago
de una suma de dinero, o cualquiera otra prestación que pueda ser objeto de las
obligaciones, bien sea en beneficio del acreedor o de un tercero .
Comúnmente, la pena consiste en una suma de dinero; pero nada se opone a que sea
cualquier otro objeto lícito ; así por ejemplo, la pérdida o caducidad de algún derecho
que el contrato reconocía al deudor. En los préstamos hipotecarios es usual la cláusula
según la cual si el deudor no paga puntualmente los intereses, caduca el plazo concedido
para el pago del capital, que se hace exigible inmediatamente.
El objeto debe ser lícito; la más frecuente causa de ilicitud es la desproporción
intolerable entre el daño sufrido por el acreedor y la pena. Los tribunales han reducido
en muchos casos las cláusulas excesivas o desproporcionadas; y luego esta solución ha
recibido consagración legislativa (art. 656, párr. 2º, agregado por ley 17.711).
Volveremos más adelante sobre este punto.
163. Tiempo, forma y modalidades.— La cláusula penal puede pactarse
simultáneamente con la obligación principal o posteriormente, por cláusula o convenio
separado. Lo usual es lo primero.
Tampoco hay ninguna exigencia formal ; puede pactarse por escrito o verbalmente; la
mayor parte de los autores admite la cláusula penal tácita . Por nuestra parte, pensamos
que, como se trata de una estipulación que agrava la situación del deudor, sólo podría
admitirse la forma tácita cuando resulta de toda evidencia del contexto del contrato.
La cláusula penal admite estas dos modalidades : a) puede ser puesta
como compensación de la obligación principal no cumplida, en cuyo caso tiene carácter
sustitutivo de ésta; el pago de la pena extingue la obligación principal; b) como
resarcimiento de la demora en cumplir las obligaciones, en cuyo caso el acreedor puede
exigir el pago de la pena y, además, el cumplimiento de la obligación.
164. Condiciones de aplicación.— Para que la cláusula penal sea aplicable deben
reunirse las siguientes condiciones:
a) La inejecución o retardo debe ser imputable al deudor. No se trata, desde luego, de
que el acreedor deba probar la culpa o dolo del deudor, sino de que éste puede eximirse
de la pena si demuestra que su incumplimiento se ha debido a un caso fortuito o fuerza
mayor. Así lo ha decidido con razón nuestra jurisprudencia, pese al texto oscuro del
art. 654, según el cual la pena se debe aunque el deudor no hubiera cumplido en tiempo
por justas causas . Lo que esta disposición significa es que no bastan las dificultades
para cumplir, aunque sean serias; sólo cuando el retardo es inimputable al deudor (caso
fortuito o fuerza mayor) será inaplicable la pena.
b) La pena debe ser lícita . Hemos dicho ya que el problema práctico más importante
que se presenta en este punto es el de las penas desproporcionadas o excesivas, que los
tribunales deben reducir a límites razonables.
165. Derecho de opción del acreedor; su carácter irrevocable.—Cuando la pena se ha
impuesto como castigo por la demoraen cumplir, el acreedor puede exigir el
cumplimiento de la obligación y, además, el pago de la pena, que generalmente consiste
en un fuerte interés, llamado moratorio. Pero cuando se ha impuesto en carácter de
compensación al incumplimiento, el acreedor puede demandar, bien sea el
cumplimiento de la obligación, bien sea el pago de la pena. Se admite generalmente que
este derecho de opción tiene, en principio, carácter irrevocable. Pero el significado de
este principio de la irrevocabilidad ha dado lugar a divergencias: a) para algunos
autores, la irrevocabilidad de la opción es definitiva desde que la elección ha sido
notificada debidamente al deudor; desde ese momento, el que ha optado por el
cumplimiento de la obligación pierde su derecho a exigir la pena y viceversa
(Demogue , Giorgi ); b) para otros, la opción es irrevocable sólo cuando el acreedor ha
elegido la pena; en adelante, no puede ya pretender el cumplimiento de la obligación en
especie; pero si ha demandado ésta y el deudor no cumple, conserva el derecho de exigir
la pena (Galli , von Tuhr ). Nos inclinamos decididamente por este sistema que nos
parece el que más se compagina con la naturaleza subsidiaria de la cláusula penal; el
camino normal que sigue un acreedor de buena fe es reclamar el cumplimiento; y sólo
en caso de que el deudor siga resistiéndose hace valer el derecho, siempre excepcional,
de exigir el pago de la pena. No se ve motivo para negar la legitimidad de esta conducta.
El derecho lo tiene solamente el acreedor; el deudor no puede eximirse de cumplir la
obligación principal pagando la pena, a menos que se hubiere reservado expresamente
este derecho en el contrato (art. 658). Pero en este último caso, no estaríamos
propiamente ante una cláusula penal, sino ante una obligación facultativa. Sin embargo,
las penas impuestas a las obligaciones de hacer funcionan como obligación alternativa,
si para obtener su cumplimiento es necesario hacer fuerza sobre la persona del deudor,
porque como al acreedor le está vedado este recurso, en la práctica el deudor viene a
tener una opción entre pagar la prestación principal o la pena.
166. Beneficiario de la pena.— El beneficiario de la pena puede ser la propia parte
contratante que la ha pactado o bien un tercero (art. 653). Este último caso, que es
excepcional, plantea algunos problemas delicados.
Supóngase el caso normal de que el acreedor principal reclame el pago de la obligación
poniendo en mora al deudor; ¿nace ipso jure una acción en favor del tercero para exigir
la pena? La respuesta no puede ser sino negativa; es siempre el acreedor principal el
dueño de la opción. Es decir, el tercero no podría actuar directamente en caso de que el
acreedor principal hubiera optado por insistir en el cumplimiento, a pesar de la mora del
deudor, ni tampoco en el supuesto de simple inacción del acreedor después de haber
puesto en mora al deudor. Para que surgiera el derecho del tercero será necesario una
declaración expresa de voluntad del acreedor en el sentido de que no exigirá el pago de
la obligación o de que autoriza al tercero a reclamar la pena. Claro está que no se ve
inconveniente en que el contrato reconozca ese derecho expresamente al tercero para la
hipótesis de incumplimiento y sin necesidad de declaración alguna del acreedor; sólo
que entonces vendría a asumir el carácter de una estipulación en favor de tercero,
perdiendo el de simple cláusula penal.
168. Sistema del Código.— Nuestro Código consagró de modo expreso el principio de
la inmutabilidad (arts. 522 y 656). Esto significaba: a) el deudor no podía pedir que se
redujera la pena, aunque demostrara que ella excedía los perjuicios sufridos por el
acreedor; b) el acreedor no podía pedir una suma mayor, aunque demostrara que los
perjuicios sufridos por el incumplimiento excedían el importe de la pena.
Sin embargo, la jurisprudencia había decidido, con toda razón, que los jueces pueden
reducir las penas cuando éstas sean a todas luces abusivas y desproporcionadas con el
perjuicio ocasionado con el incumplimiento. Esta jurisprudencia ha sido consagrada por
la ley 17.711, que agregó al art. 656 un párrafo según el cual los jueces podrán, sin
embargo, reducir las penas cuando su monto desproporcionado con la gravedad de la
falta que sancionan, habida cuenta del valor de las prestaciones y demás circunstancias
del caso, configuren un abusivo aprovechamiento de la situación del deudor .
169. Caso de cumplimiento irregular de la obligación.— Si el deudor sólo cumple una
parte de la obligación o la cumple de modo irregular o fuera del lugar o del tiempo a
que se obligó, y el acreedor ha aceptado el pago, la pena debe disminuirse
proporcionalmente (art. 660).
A falta de acuerdo de las partes sobre la proporción de la reducción, el problema debe
ser resuelto equitativamente por el juez (art. 660).
Cabe agregar que el art. 660 no es de orden público y que las partes podrían convenir
que el cumplimiento parcial o irregular no priva al acreedor del derecho de exigir el
pago íntegro de la pena (de acuerdo: Kemelmajer de Carlucci , Busso , Salvat , Baudry -
Lacantinerie y Barde , Demogue , Demolombe ).
C.— Efectos
170. Distintos casos.— El problema de los efectos de la cláusula penal debe ser
considerado con relación a dos hipótesis posibles:
a) Cuando ha sido puesta como obligación subsidiaria .— Es el caso normal: la pena
sustituye a la indemnización de daños resultante del incumplimiento. Los efectos son
los siguientes:
1º)Respecto del deudor: a) Su obligación principal sigue siendo la pactada, de tal modo
que no puede eximirse de su cumplimiento ofreciendo pagar la pena, a menos que se
hubiera reservado expresamente ese derecho en el contrato (art. 658). b) Si el acreedor
acepta el pago de la pena, queda liberado del cumplimiento de la obligación principal
(art. 659). c) No puede pretender se reduzca la pena so color de que ella excede el
monto de los daños sufridos por el acreedor, a menos que haya desproporción abusiva e
intolerable.
2º) Respecto del acreedor : a) Ocurrido el incumplimiento, el acreedor puede optar entre
exigir el cumplimiento de la obligación principal o el pago de la pena, pero no puede
exigir ambas a la vez (art. 659). b) No puede reclamar otra indemnización mayor
aunque pruebe que la pena es insuficiente para compensar los daños y perjuicios
derivados del incumplimiento (art. 655).
b) Cuando ha sido puesta como obligación accesoria .— En este caso la pena no
sustituye a la indemnización; es una pena accesoria que se acumula a ella. El acreedor
puede exigir ambas a la vez y el deudor no se libera de la obligación de cumplir la
obligación pagando la pena, ni de la obligación de pagar la pena cumpliendo
(extemporáneamente) la obligación. Para que tenga carácter accesorio y acumulable, es
indispensable que así se hubiera pactado expresamente por las partes o que el contrato
estableciera que la pena se impone por el simple retardo (art. 659).
171. Pluralidad de acreedores o deudores.— Hasta aquí hemos tratado de los efectos de
la cláusula penal suponiendo que hay un solo acreedor y un solo deudor. El problema se
hace más complejo cuando los sujetos activos y pasivos son varios.
Veamos en primer término lo que ocurre cuando hay pluralidad de deudores : a) Si la
obligación que resulta de la cláusula penal es divisible (generalmente lo es porque por lo
común se estipula una suma de dinero), cada uno de los deudores sólo incurre en la pena
en proporción de su parte, sea divisible o indivisible la obligación principal (art. 661). b)
Si la pena fuere indivisible o si siendo indivisible hubiera sido pactada con carácter
solidario, cada uno de los codeudores (o de los coherederos del deudor) estarán
obligados a pagar la pena entera (art. 662).
Si hay pluralidad de acreedores , los efectos son los siguientes: a) Si la pena es
divisible, cada acreedor sólo tiene derecho a cobrar su parte, sea divisible o indivisible
la obligación principal. b) Si es indivisible o solidaria, puede reclamar íntegramente de
cualquiera de los deudores, pero naturalmente los coacreedores tendrán derecho a
repetir de él la parte que a cada uno le corresponde.
Si hubiera pluralidad de deudores y de acreedores se aplicarán iguales principios.
Siendo solidaria o indivisible la pena, cualquier acreedor podrá reclamar de cualquier
deudor el pago total de ella; siendo divisible, cada acreedor podrá reclamar de cada
deudor la parte que a éste le corresponde en el derecho de ese acreedor. El concepto
queda aclarado con un ejemplo. La cláusula penal es de $ 90.000 y hay tres acreedores y
tres deudores. Cada uno de los acreedores sólo podrá reclamar de cada uno de los
deudores la suma de $ 10.000 (1/3 de 1/3).
172. Cláusula penal asumida por un tercero.— Aunque lo normal es que la cláusula
penal sea impuesta al deudor, nada obsta a que la asuma un tercero, para el caso de
incumplimiento del deudor principal (art. 664). Particular importancia tendrá esta
cláusula cuando el acreedor no pueda exigir judicialmente del deudor el cumplimiento
por tratarse de una obligación natural. Ejemplo: un menor de edad contrae una
obligación: el acreedor, sabiendo que se trata de un menor y que la obligación asumida
por él tiene sólo carácter natural, exige que un tercero se haga cargo de la garantía,
estipulada en forma de cláusula penal. Si más tarde el menor no cumple, el tercero
estará obligado a pagar la pena (art. 666).
§ 6. Daños punitivos
172-1. Noción y propósito.—La ley 26.361, que reformó la ley 24.240, incorporó a
nuestro derecho una novedad: el daño punitivo.
El art. 52 bis dispone que si el proveedor no cumple sus obligaciones legales o
contractuales con el consumidor, el juez podrá aplicar —a instancia del damnificado—
una multa civil a favor del consumidor, la que se graduará en función de la gravedad del
hecho y las circunstancias del caso, independientemente de otras indemnizaciones que
correspondan. Esta multa civil que recaerá solidariamente si hay más de un proveedor
—y sin perjuicio de las acciones de regreso que correspondan— no podrá exceder la
suma de cinco millones de pesos.
No se trata de una indemnización por el daño que puede haber padecido el consumidor,
sino, más bien, de una reparación económica, de causa legal, que tiene como objetivo
disuadir al proveedor de realizar el tipo de conductas o comportamientos sancionado.
De allí que se trate de una suma elevada.
La figura ha sido creada con un carácter restrictivo, acotado al marco de la defensa de
los derechos de los consumidores.
El objetivo de los daños punitivos es el de sancionar a quien comete graves inconductas
u obtiene beneficios a través de una actividad dañosa, y provocar en el ánimo de los
deudores una mayor intención de cumplimiento. Vinculado con lo expuesto, las XXII
Jornadas Nacionales de Derecho Civil establecieron que: "Los daños punitivos proceden
únicamente en casos de particular gravedad, que trasunten menosprecio por derechos
individuales o de incidencia colectiva, abuso de posición dominante y también en los
supuestos de ilícitos lucrativos, con la finalidad de desmantelar plenamente sus
efectos ".
Claro está, que habrá que extremar los cuidados para (i) evitar que quien aplica la multa
civil, el juez, no la fije de manera arbitraria, (ii) que no se violen las garantías
constitucionales de defensa en juicio y del debido proceso, (iii) que se contemplen las
distintas realidades empresariales, y (iv) que se tenga en cuenta que su aplicación
responde a la actuación dolosa o con culpa grave del dañador.
CAPÍTULO III
Derechos del Acreedor sobre el Patrimonio del Deudor (Efectos Auxiliares
de las Obligaciones)
I — Teoría general
173. El patrimonio del deudor concebido como garantía común o colectiva: fundamento
legal.— El patrimonio del deudor constituye la garantía común de los acreedores; es, en
efecto, la masa de bienes que responde por las deudas del titular. Los acreedores tienen
el derecho a hacer ejecución de esos bienes y a cobrarse de ellos. Este principio se funda
en la circunstancia de que el acreedor ha tenido en cuenta al contratar la solvencia
económica del deudor, es decir, la cuantía y solidez de su patrimonio. Se dice
comúnmente que es la prenda común de los acreedores. La palabra prenda no está
tomada aquí en el sentido de derecho real, que supone un cosa concreta sobre la cual
recae dicho derecho, mientras que el patrimonio es cambiante. Lo que ocurre es que los
bienes del deudor, cualquiera sea la fecha de su adquisición, responden por todas las
deudas; pero el deudor mantiene la libertad para disponer de ellos en tanto no se inicie
el proceso de ejecución y no se trabe embargo o inhibición.
Es necesario, empero, hacer dos salvedades: en primer lugar, no todos los acreedores
están en un pie de igualdad para el cobro de sus créditos; en segundo término, no todos
los bienes son ejecutables. Nos ocuparemos de estos temas en los párrafos siguientes.
174. Distintas clases de acreedores.— Puede ocurrir que los bienes del deudor no
alcancen a cubrir sus obligaciones. En tal caso, no sería justo que todos los acreedores,
cualquiera sea el origen o naturaleza del crédito y las necesidades que está dispuesto a
llenar, se satisfagan en un pie de igualdad. Ha sido preciso establecer un orden de
preferencias, que contemple aquel problema. De ahí que existan distintas clases de
acreedores: privilegiados, con derecho real de garantía y comunes o quirografarios.
a) Llámanse privilegiados los acreedores que tienen un derecho dado por la ley para ser
pagados con preferencia a otros (art. 3875, Cód. Civil). El privilegio nace siempre de la
ley; la voluntad de las partes es impotente para crearlo (art. 3876).
Los privilegios pueden sergeneralesyespeciales. Los primeros recaen sobre la
generalidad de los bienes muebles e inmuebles del deudor (art. 3879, Cód. Civil: gastos
de justicia, impuestos) o bien solamente sobre todos los muebles (art. 3880: gastos
funerarios, de última enfermedad, salarios de la gente de servicio, etc.). Los privilegios
especiales inciden sobre cosas determinadas, sean muebles o inmuebles (v. arts. 3883 y
sigs., Cód. Civil). Ejemplo, el privilegio del posadero sobre las cosas del pasajero que se
encuentran en la posada, hasta cubrir el importe del hospedaje; del transportador sobre
las cosas transportadas; del vendedor sobre las cosas muebles no pagadas, etcétera.
Volveremos más adelante con detenimiento sobre este tema.
b) Los acreedores que tienen a su favor un derecho real de garantía gozan también de un
preferencia en el pago de sus créditos, nacida en este caso de la voluntad de las partes,
no de la ley. Tal ocurre con los acreedores hipotecarios, prendarios y anticresistas. En el
derecho comercial, están la prenda con registro, el warrant y los debentures. En estos
casos, la preferencia se refiere solamente a la cosa dada en garantía; si ésta no bastara
para cubrir la deuda, el saldo tiene carácter de crédito común. Cabe exceptuar los
debentures, que gravan la generalidad de los bienes muebles e inmuebles.
c) Finalmente los acreedores comunes o quirografarios son los que carecen de toda
preferencia; deben cobrar después de los privilegiados y de los que tienen a su favor un
derecho real de garantía y lo hacen a prorrata de sus respectivos créditos, si los bienes
del deudor no alcanzaran a satisfacerlos en su totalidad.
175. Bienes excluidos de la garantía común.— No todos los bienes están sujetos a la
ejecución por los acreedores. Es importante destacar la evolución experimentada por el
derecho en este punto, evolución inspirada en un sentimiento de caridad cristiana. De la
prisión por deudas se ha pasado al reconocimiento de que algunos bienes son
inembargables, siendo visible la tendencia de los últimos años a aumentarlos en número
y proporción. El motivo que inspira estas excepciones es siempre el mismo: que no debe
privarse a los hombres de lo que es indispensable para cubrir sus necesidades más
imprescindibles. Pero lo que se ha modificado últimamente es el concepto de cuáles son
esas necesidades más imperiosas, que hoy se juzgan con espíritu amplio y generoso,
incluyendo lo que es menester para una vida decorosa y para poder trabajar.
Es necesario cuidar, sin embargo, que en este camino no se avance más allá de los justos
límites, porque ello sería favorecer la mala fe, el incumplimiento de la palabra
empeñada y burlar las legítimas esperanzas de los acreedores.
En nuestra legislación son inembargables la pensión de alimentos (art. 374, Cód. Civil),
el lecho cotidiano del deudor y su familia, las ropas y muebles de su indispensable uso y
los instrumentos necesarios para su profesión o industria (art. 3878, Cód. Civil), el
inmueble constituido como bien de familia por deudas posteriores a su inscripción en el
registro de la propiedad (art. 38, ley 14.394), las remuneraciones y aguinaldo, si fueren
inferiores al doble del salario mínimo vital hasta un 10% del importe que excediere este
último, y si fueren superiores, hasta el 20% del importe que lo excediere (art. 1, decreto
484/87, reglamentario de la ley 20.744 —y sus posteriores reformas—), las jubilaciones
y pensiones (art. 14, ley 24.241), la indemnización por accidentes de trabajo (art. 11,
inc. 1, ley 24.557), las asignaciones familiares, tales como la que corresponde —entre
otras— a maternidad, ayuda escolar y prenatal (art. 23, ley 24.714), la indemnización
por despido y falta de preaviso, en una escala igual a la fijada para las remuneraciones
laborales (art. 3, decreto 484/87, reglamentario de la ley 20.744, ref. por ley 21.297),
etcétera.
176. Derechos del acreedor a su conservación y ejecución.— Los derechos del acreedor
sobre el patrimonio del deudor son de dos órdenes: los destinados a la conservación de
la garantía colectiva y los dirigidos a su ejecución .
Las medidasconservatoriasestán destinadas a mantener la integridad del patrimonio del
deudor; con ellas se procura impedir el egreso de bienes de su patrimonio (embargo,
inhibición) o hacer ingresar a él ciertos bienes que habían salido del patrimonio del
deudor ilegalmente (acción revocatoria) o aparentemente (acción de simulación).
Las medidas de ejecución tienden a hacer efectivo el crédito.
178. Intervención procesal en los juicios en que el deudor es parte: carácter, finalidad y
condiciones.— La doctrina moderna tiende a reconocer al acreedor el derecho a
intervenir en los juicios en que el deudor es parte, siempre que esa intervención se
justificara atento el desinterés o inercia procesal del deudor. Su finalidad es defender la
garantía colectiva e impedir que el deudor pierda algún derecho por falta de interés o
negligencia. Su fundamento es, por tanto, muy similar al de la acción subrogatoria y las
condiciones para que proceda la intervención del acreedor son las mismas de esta
acción: a) pasividad, inercia o desinterés del deudor; b) interés legítimo del acreedor en
actuar.
El Código Procesal Civil y Comercial de la Nación prevé la posibilidad de que cualquier
tercero, lo que incluye al acreedor, intervenga en un proceso, si acredita sumariamente
que la sentencia puede afectar su interés propio (art. 90); asimismo, podrá iniciar una
tercería si tuviere derecho a cobrar con preferencia a otro que hubiera trabado embargo
(art. 97 y sigs.).
179. Acción de separación de patrimonios.— Cuando el heredero insolvente recibe una
herencia, los acreedores del causante tienen un interés evidente en evitar una confusión
plena de ambos patrimonios, puesto que el acervo sucesorio (que constituye el activo
que se transmite al heredero) puede verse comprometido frente a las deudas del
insolvente heredero. La ley reconoce a esos acreedores del causante, por ello, el derecho
a pedir la separación de patrimonios . En virtud de dicho pedido se reconoce una
preferencia a los acreedores del causante a ser pagados con los bienes del
acervo sucesorio transmitido con prelación a los acreedores del heredero (arts. 3433 y
sigs.).
180. Derecho de retención.—El derecho deretenciónno es propiamente una medida
conservatoria, sino un privilegio concedido a ciertos acreedores, en virtud del cual
pueden retener ciertos bienes del deudor hasta que éste les pague sus deudas. Este
derecho sólo juega cuando la deuda tiene conexidad con la cosa retenida (art. 3940); por
ejemplo, el posadero tiene derecho a retener las valijas y efectos personales del pasajero
que se encuentren en el hotel, hasta tanto sea pagado el alojamiento; el constructor tiene
derecho a retener el inmueble edificado; el acreedor prendario, la cosa dada en prenda.
El derecho de retención se extingue: a) por la entrega o abandono voluntario de la cosa
sobre la que podría ejercerse (art. 3943), pero si el que retiene la cosa ha sido
desposeído de ella contra su voluntad por el deudor o por un tercero, puede reclamar su
restitución (art. 3944); b) por pérdida total de la cosa retenida; c) por haber adquirido el
retenedor el dominio de la cosa; d) por uso abusivo de la cosa.
181. Acciones reparadoras.—Se llama así a las acciones destinadas a mantener
incólume el patrimonio del deudor: son la subrogatoria, la pauliana o revocatoria y la de
simulación. Nos ocuparemos de ellas en los números 183 y siguientes.
183. Concepto.— Ocurre con frecuencia que una persona no hace valer los derechos
contra un tercero, sea por espíritu liberal, por generosidad, por negligencia o porque en
verdad no tiene interés. Detengámonos en esta última hipótesis, que es la que ahora nos
interesa más. Supongamos una persona cargada de deudas y que, a su vez, tiene un
crédito contra un tercero. Carece de interés en gestionar su cobro, porque ese bien que
ingresará a su patrimonio será inmediatamente aprehendido por sus propios acreedores.
Mientras el deudor es solvente, sus acreedores no tienen interés en que ejecute los
derechos que tiene contra terceros; pero cuando no lo es, su interés es evidente. La ley
les reconoce el derecho de subrogarse en los derechos del deudor y de intentar a nombre
de éste las acciones que posee contra terceros. Esta es la acción llamada subrogatoria,
oblicua o indirecta .
189. El principio.— En principio, todos los derechos patrimoniales del deudor pueden
ser objeto de la acción subrogatoria (art. 1196). Se exceptúan únicamente los que sean
inherentes a la persona (véase número siguiente). En consecuencia, el acreedor podrá
cobrar créditos que tenga su deudor, reivindicar bienes muebles o inmuebles, pedir la
división de condominio, solicitar medidas conservatorias (embargos, inhibiciones, etc.),
pedir la nulidad de actos jurídicos que perjudiquen a su deudor, demandar la reparación
de un daño ocasionado por un delito o cuasidelito, ejercer las acciones tendientes al
cumplimiento o resolución de un contrato y a reclamar la indemnización consiguiente,
oponer la prescripción, aceptar legados a nombre del deudor, pedir la revocación de la
aceptación o bien de la renuncia de la herencia, iniciar el juicio sucesorio, promover la
partición de herencia, demandar la nulidad de la partición, pedir la colación, etcétera.
190. Derechos y acciones excluidos.— Según el art. 1196, no pueden ser objeto de la
acción subrogatoria los derechos y acciones que sean inherentes a la persona del
deudor.
Están por tanto excluidos:
a) Todos los derechos extrapatrimoniales ; como no tienen contenido económico, es
natural que no se reconozca al acreedor el derecho de ejercerlos por su deudor, desde
que no tendría ningún interés en hacerlo.
b) Los derechos patrimoniales inherentes a la persona . Aquí el problema es más
delicado. No se puede negar el interés que tendría el acreedor en ejercer tales derechos,
que vendrán a engrosar la garantía colectiva pero la ley reputa que hay ciertas facultades
legales sobre cuyo ejercicio sólo puede ser árbitro el propio titular: por encima del
interés económico del acreedor, hay otro interés de orden superior que se opone al
ejercicio de la acción. Por tanto, no puede ser ejercida por el acreedor a nombre de su
deudor: la acción para obtener la revo cación de una donación por inejecución de los
cargos (art. 1852) o por causa de ingratitud del donatario (art. 1864), a menos que el
deudor hubiere iniciado ya la demanda; la acción para excluir de la herencia al indigno
(art. 3304), aunque tal exclusión viniera a acrecentar la herencia del deudor; la acción
tendiente a la reparación de los agravios morales derivados de un hecho ilícito; las
acciones tendientes a obtener el reconocimiento de la filiación o la paternidad, por más
que ella pudiera dar origen a una petición de herencia o a beneficiarse con el usufructo
de los bienes de los hijos; la acción tendiente a obtener la fijación de una pensión de
alimentos o su aumento, su cese o disminución; sin embargo podrá el acreedor del
alimento pedir la disminución o cese de la pensión, si demostrare la existencia de una
colusión entre el alimentante y el alimentado para defraudarlo; sólo que ya no se trataría
de una acción subrogatoria sino pauliana o revocatoria; tampoco pueden los acreedores
demandar la nulidad de la renuncia del padre al usufructo que le corresponde sobre
los bienes de los hijos.
§ 3.— Condiciones para su ejercicio
193. Cuestiones controvertidas.— La brevedad con que el art. 1196 trata esta acción, sin
reglamentarla debidamente, ha originado algunas controversias también en este punto.
Las cuestiones en discusión más importantes son las siguientes:
a) ¿Es indispensable la subrogación judicial ? — La cuestión consiste en saber si el
subrogante puede ejercer directamente la acción o si, por el contrario, necesita una
autorización judicial previa, que importa subrogarlo en los derechos de su deudor. La
segunda tesis se funda principalmente en que nadie puede asumir los derechos de su
deudor por su propia cuenta, porque ello significaría una usurpación ilícita e importaría
hacerse justicia por su propia mano; además, la intervención judicial permitirá apreciar
si el accionante tiene interés legítimo en intentarla. A lo cual se ha contestado que no
hay tal usurpación ilícita porque el acreedor ejerce un derecho que la ley le reconoce; y
si luego se demuestra que no tiene interés en la acción, lo que corresponde es
rechazarla. Sobre todo, hay una razón práctica, que es la que ha inclinado a la
jurisprudencia a no exigir este recaudo: la posibilidad de actuar del acreedor en defensa
de su derecho se hace más ágil y eficaz si se la despoja de requisitos previos que la
entorpecen y que no están establecidos en ninguna disposición legal. Esta es la solución
aceptada hoy por nuestros tribunales.
b) ¿Es necesario que el deudor subrogado sea citado para que intervenga en el juicio ?
— La conveniencia de la intervención del deudor en el juicio es a todas luces evidente:
1º) porque de esa manera se escucha a quien es parte interesada y que tal vez pueda
aportar al pleito elementos de juicio indispensables; 2º) porque él podría demostrar su
solvencia y, por tanto, la falta de interés del acreedor; 3º) porque si él no interviene, la
sentencia que allí se dicte no tendrá valor de cosa juzgada respecto suyo; y si, por
ejemplo, la demanda fuere rechazada, él tendría derecho a intentarla nuevamente, con lo
que volvería a promoverse otro pleito por una misma causa. No obstante ello, nuestro
tribunales se han inclinado en el sentido de que no es un requisito indispensable, puesto
que no hay disposición legal que lo exija; sin embargo, dada su notoria utilidad, el juez
debe ordenar la citación, si la parte lo pide, y aun es aconsejable que lo haga de
oficio (Lafaille , Salvat , Acuña Anzorena , Rezzónico ). Por ello, dice Lafaille que ésta
no es una condición necesaria pero sí útil para el ejercicio de la acción.
c) ¿Es necesario que el acreedor actúe en nombre del deudor ?— Se acepta hoy que no
es indispensable que lo haga así porque, en verdad, el acreedor ejerce un derecho que le
es propio. Puede, pues, accionar a nombre propio, siempre que surja claramente de su
demanda que intenta valerse de los derechos y acciones que correspondan a su deudor
con la extensión y límites que ellos tienen.
§ 4.— Efectos
195. Distintos efectos.— Para poner en claro los efectos jurídicos de la acción
subrogatoria, conviene partir de la idea central que la inspira: el acreedor se propone
ejercer por su deudor un derecho que éste había abandonado; si la acción prospera, el
bien queda incorporado al patrimonio del deudor, quedando expedita ento nces la
posibilidad del subrogante de ejecutarlo para cobrarse su crédito.
Esto sentado, precisemos los distintos efectos:
a)Entre el actor y el deudor.— Si la acción prospera, el acreedor podrá ulteriormente
embargar el bien e inclusive ejecutarlo, siempre, claro está, que su crédito fuere exigible
y no condicional o a plazo. Cabe agregar que como el efecto fundamental de la acción
no es otro que hacer ingresar el bien al patrimonio del deudor, nada impide que luego
éste disponga de él, lo venda, grave, etcétera, mientras no le haya sido embargado. Es
claro que si la enajenación fuere fraudulenta, el acreedor podrá impugnarla por vía de la
acción pauliana.
b)Entre el actor y los otros acreedores.— Como la acción subrogatoria no tiene otro
objeto que hacer ingresar un derecho al patrimonio del deudor, beneficia a todos los
acreedores por igual, hayan o no intentado la subrogatoria. Queda desde luego al
subrogante el derecho de embargar el bien tan pronto haya prosperado su acción. En
este punto, la situación es análoga a la que deriva de la acción de simulación.
c)Entre el actor y el demandado.— El demandado se encuentra frente al actor en las
mismas condiciones que se encontraría frente al subrogado (acreedor del demandado);
puede oponerle las mismas defensas y excepciones, inclusive la de compensación. En
cambio, no puede invocar la compensación respecto de un crédito que tenga contra el
actor subrogante, pues éste no ejerce la acción en beneficio propio sino en beneficio del
deudor y, eventualmente, de todos los acreedores de éste.
d)Entre el deudor y el demandado.— La acción seguida entre el subrogante y el
demandado no hace cosa juzgada respecto del subrogado, a menos que éste hubiera sido
citado al pleito. Por consiguiente, y no habiendo sido citado, el deudor subrogado podría
intentar luego nuevamente la acción, si el subrogante hubiera sido vencido en el pleito;
si, por el contrario, hubiera resultado vencedor, la cuestión queda concluida y el
demandado no podría replantear ante el subrogado el pleito, porque respecto de él, que
sí ha intervenido en el juicio, la sentencia hace cosa juzgada.
e) Entre el demandado y los demás acreedores .— Aquí se plantea una situación similar
a la examinada en el número anterior. Si el deudor ha sido citado al juicio, la sentencia
hace cosa juzgada no sólo respecto de él, sino de todos sus restantes acreedores, que no
podrían más tarde volver a intentar la acción, desde que su propio deudor ha sido
vencido; la acción subrogatoria se brinda en caso de inacción, pero no cuando el
subrogado ha sido activo, pero vencido. Pero si el deudor no fue citado y el
subrogante fue vencido y rechazada la demanda, los otros acreedores pueden, a su vez,
intentarla nuevamente, desde que ellos no fueron parte en el juicio y, por tanto, la
sentencia no hace cosa juzgada respecto de ellos.
203. Requisitos generales.— En el art. 962 del Cód. Civil se establecen las condiciones
generales para la procedencia de la acción pauliana:
a) En primer término, es necesario que el deudor se halle en estado de insolvencia . De
lo contrario, el actor no podría alegar perjuicio, pues los bienes de aquél alcanzarían
para satisfacer el pago de sus obligaciones.
La insolvencia debe existir en el momento de la iniciación de la demanda.
El estado de insolvencia se presume desde que el deudor se encuentra fallido (art. 962,
inc. 1º, in fine ). Porfallidodebe entenderse tanto la quiebra del comerciante como de la
persona que no ejerce una actividad mercantil. Pero aun no mediando falencia, el
interesado puede probar que el activo no alcanza a cubrir el pasivo.
b) En segundo lugar, es necesario que el perjuicio de los acreedores resulte del acto
mismo del deudor o que ya antes se hallase insolvente (art. 962, inc. 2º); en otras
palabras, que el acto hubiere provocado o agravado la insolvencia del deudor.
c) Finalmente, el crédito en virtud del cual se intenta la acción, debe ser de fecha
anterior al acto impugnado(art. 962, inc. 3º). La razón que inspira este requisito es que
los acreedores cuyo crédito tiene un origen posterior al acto del deudor, no podrían
invocar fraude en su perjuicio; cuando ellos llegaron a constituirse en acreedores, sea
por contrato, sea por disposición de la ley, los bienes habían ya salido del patrimonio
del deudor y mal podrían sostener que el acto estaba encaminado a perjudicarlos.
204.— Pero este requisito, aceptado como regla general, no es de aplicación al caso de
que el acto impugnado, aunque posterior al origen del crédito, haya sido realizado en
previsión de la obligación que nacería más tarde. El propio Código, en el art. 963,
exceptúa de la condición del inc. 3º, del artículo anterior, al caso de las enajenaciones
hechas por el que ha cometido un crimen, aunque consumadas antes del delito, si
fuesen ejecutadas para salvar la responsabilidad del acto, las cuales pueden ser
revocadas por los que tengan derecho a ser indemnizados de los daños y perjuicios que
les irrogue el crimen . Ejemplo: una persona, movida por sentimientos de venganza, se
propone matar a otra; pero antes de consumar el crimen, y en previsión de que será
obligado a pagar los daños y perjuicios, vende sus bienes y oculta el dinero. Realizado
el hecho, la víctima o sus herederos, si aquella ha fallecido, tienen abierta la acción
pauliana, siempre, claro está, que se cumplan las restantes exigencias legales.
Salvat ha sostenido que sólo en el caso expresamente legislado en el art. 963 podría
dejarse sin efecto la exigencia relativa a la fecha del crédito; pero esta opinión es, en
verdad, insostenible. Siempre que la previsión fraudulentasea evidente; siempre que
resulte patente que los actos se han realizado en vista de las obligaciones que más tarde
contraería el deudor, es necesario reconocer a los acreedores la acción pauliana, pues lo
contrario significaría proteger la conducta dolosa del deudor. Esta es la solución
definitivamente predominante en nuestro derecho y en el extranjero. En los Proyectos
de Reforma de 1936, 1993 y 1998 se la adopta expresamente (arts. 588, inc. 3º, 647,
inc. 1º, y 334, respectivamente).
205.— Tampoco se aplica la exigencia relativa a la fecha del crédito, cuando se trata de
reconocimientos de deudas posteriores al acto impugnado, pero cuyo origen es anterior
a éste. Ejemplo: una persona embiste y hiere gravemente a otra con su automóvil;
posteriormente enajena sus bienes y luego suscribe un documento con la víctima
reconociendo adeudarle tantos pesos en concepto de daños y perjuicios. Si luego no le
pagara a la víctima la suma prometida, ésta podría impugnar la enajenación, porque
aunque el título que exhibe para su reclamo (el reco nocimiento de la deuda) es
posterior al impugnado (la enajenación), el origen de la deuda es anterior.
206. Casos de actos onerosos; requisitos especiales.— Los requisitos estudiados en el
párrafo precedente no son suficientes para revocar los actos onerosos. En ese caso en
necesario, además, que el tercero sea cómplice en el fraude (art. 968, Cód. Civil). La
complicidad se presume si el tercero conocía la insolvencia del deudor (art. 969, Cód.
Civil).
Esta disposición se explica por sí sola; la connivencia del tercero, como requisito para
hacer lugar a la revocación de actos onerosos, es una exigencia inevitable de la
seguridad de las transacciones; si bastara la sola mala fe del enajenante, nadie podría
estar seguro de los derechos que adquiere, por más que haya pagado por ellos su justo
precio y haya actuado de perfecta buena fe.
El conocimiento por parte del tercero del estado de insolvencia del deudor, hace
presumir su complicidad (art. 969, Cód. Civil).
La presunción establecida en el art. 969 del Código Civil, admite prueba en contrario; es
decir que aunque se demostrase que el tercero conocía la insolvencia del deudor, aquél
podría acreditar su buena fe y la falta de propósito de defraudar a los acreedores; tal es
el caso del pago de una deuda vencida o del préstamo otorgado al deudor, que aumenta
su pasivo, pero que se ha celebrado para salvar dificultades y atender obligaciones
apremiantes. Estos casos son, sin embargo, raros.
207.— En la práctica, la complicidad del tercero resulta muy difícil de probar; de ahí
que sean poco frecuentes los casos de jurisprudencia en que se haga lugar a la acción
pauliana. Pero no por ello es menos importante en la vida del Derecho, ya que
desempeña, sobre todo, un papel preventivo; ante el temor de una eventual revocación,
los terceros suelen abstenerse d e realizar actos fraudulentos.
208. Casos de actos gratuitos.— En esta hipótesis, la situación es distinta. La revocación
del acto no supone ya la pérdida de un derecho adquirido por el tercero a cambio de una
prestación equivalente, sino simplemente la extinción de un beneficio. Es lógico, pues,
que no sea la ley tan severa como en el caso anterior; para que proceda la acción
bastan las condiciones generales del art. 962 , sin que sea necesaria la complicidad del
tercero adquirente. Y aunque éste probase su buena fe y que ignoraba la insolvencia del
deudor, el acto debe ser revocado (art. 967, Cód. Civil).
La determinación de si el acto es oneroso o gratuito, supone muchas veces dificultades
que suelen no ser simples y cuya solución queda librada al arbitrio judicial.
209. Acción dirigida contra un subadquirente.— Puede ocurrir que el adquirente de un
derecho en virtud de un acto sujeto a la acción revocatoria lo haya transmitido, a su vez,
a un tercero.
Para que proceda la acción contra el subadquirente es necesario, ante todo, que proceda
contra el primer adquirente; si la segunda transmisión fuera a título gratuito, bastaría
con aquel requisito para que procediese la revocación; pero si fuera a título oneroso,
será necesario, además, que el subadquirente sea cómplice en el fraude (art. 970, Cód.
Civil).
Lo que significa que se aplican al tercer adquirente los mismos principios generales
establecidos en los arts. 962, 967 y 968 del Código Civil.
210. Quiénes pueden intentarla.— El art. 961 expresa que todo acreedor
quirografario puede intentar la acción revocatoria. Haciendo aplicación del
argumento a contrario sensu , se ha sostenido que sólo los acreedores comunes tienen a
su disposición la acción pauliana; no así los privilegiados ni los hipotecarios o
prendarios, salvo por los saldos personales. De acuerdo con Lafaille , Llambías y López
Olaciregui , pensamos que esta interpretación es insostenible. No se ve, en efecto, por
qué razón precisamente los acreedores que tienen una preferencia legal han de ser
excluidos de este remedio, sobre todo si su privilegio no es suficiente para cobrar el
total de la obligación porque han desaparecido los bienes del deudor a causa del acto
fraudulento.
Puede ser intentada individualmente por cada uno de los acreedores, o bien
colectivamente, en caso de concurso o quiebra, por intermedio del síndico.
211. Prueba.— La prueba de que se hayan reunido los requisitos de la acción
corresponde al que la entabla; pero no hay que olvidar que en materia de actos onerosos,
el actor no está obligado a probar la mala fe o complicidad del tercero adquirente, y que
le basta demostrar que éste tenía conocimiento de la insolvencia del deudor.
212. Actos susceptibles de ser revocados.— En principio, todos los actos que
signifiquen un perjuicio para los acreedores pueden ser revocados, sin que quepa
formular ninguna distinción entre aquellos que producen un empobrecimiento del
deudor y los que impiden un enriquecimiento (art. 964, Cód. Civil).
En el derecho romano, en cambio, sólo se admitía la revocación de los actos que
hubieran empobrecido al deudor, criterio ya superado en las legislaciones modernas. Lo
que tiene verdadera relevancia jurídica es el perjuicio de los acreedores; la distinción
entre actos que han ocasionado un empobrecimiento o evitado un enriquecimiento,
muchas veces sutil y difícil de formular, no tiene, en verdad, importancia.
Por tanto, pueden ser revocadas: las ventas y donaciones, los contratos de locación, que
disminuyen substancialmente el valor de los inmuebles; la renuncia o aceptación de una
herencia, la renuncia de derechos, etcétera. Por excepción no podría pedirse la
revocación de actos que importan la renuncia expresa o tácita de ejercer ciertos
derechos personales, como, por ejemplo, el perdón del donatario o heredero ingrato.
§ 2.— Efectos de la acción pauliana
213. Inoponibilidad del acto.— El acto realizado en fraude de acreedores debe dejarse
sin efecto en la medida del perjuicio que se les ha ocasionado. La revocación no
importa, en rigor, una nulidad; simplemente, el acto impugnado es inoponible a los
acreedores. De ahí que la ley limite los efectos de la acción al importe del crédito del
que la hubiere intentado (art. 965, Cód. Civil); pero una vez satisfechas las deudas,
mantiene sus efectos entre las partes que lo han celebrado. De tal modo, si se tratara de
un acto que por su naturaleza propia es susceptible de anulación parcial, como sería la
donación de una suma de dinero, la revocación se referirá a aquella porción necesaria
para pagar el crédito. Si no fuera posible la anulación parcial (como en el caso de venta
de un inmueble), y revocado el acto, ejecutado el bien y pagados todos los créditos
quedara todavía algún sobrante, éste pertenecerá al que adquirió aquél mediante el acto
fraudulento.
El efecto de la acción pauliana no es, por consiguiente, hacer reingresar el bien al
patrimonio del deudor, sino dejar expedita la vía para que los acreedores puedan
cobrarse sus créditos.
De estos principios generales, que presiden la acción revocatoria, se desprenden los
efectos que hemos de estudiar en los números siguientes.
IV — Acción de simulación
§ 2.— La acción
227. Contra quién debe dirigirse.— Si es ejercida por una de las partes, debe dirigirse
contra la otra o sus sucesores universales.
Si es ejercida por un tercero, debe dirigirse contra los dos responsables del acto
simulado: tanto contra el enajenante como contra el adquirente del derecho.
228. Cuándo procede la acción entre las partes.— Si la simulación fuese lícita, la acción
entre las partes es procedente. Si esta solución era clara, en cambio no lo era cuando la
simulación es ilícita. El art. 959 establecía que en tal caso las partes carecían de acción.
Si tal solución se justificaba plenamente como principio, resultaba injusta cuando una
de las partes, arrepentida y queriendo reparar los perjuicios que para terceros habían
resultado de la simulación, pretendía dejarla sin efecto. Una fuerte corriente doctrinaria
sostuvo que en esa hipótesis, la acción de simulación debía ser admitida. Este punto de
vista ha sido consagrado por la reforma de 1968, que ha dado una nueva redacción al
art. 959: Los que hubieren simulado un acto con el fin de violar las leyes o de
perjudicar a un tercero, no pueden ejercer acción alguna el uno contra el otro, sobre la
simulación, salvo que la acción tenga por objeto dejar sin efecto el acto y las partes no
puedan obtener ningún beneficio de la anulación .
229. Contradocumento: concepto.— El contradocumento es una declaración de
voluntad formulada por escrito por las partes, de carácter generalmente secreto, y
destinada a probar que el acto ha sido simulado.
Por lo común, se otorga al mismo tiempo que el acto aparente; pero esta simultaneidad
no es un requisito esencial, puesto que puede haberse otorgado antes o después del acto.
Lo necesario no es una simultaneidad material, sino intelectual, según la expresión muy
citada de Demolombe ; en otras palabras, lo que importa es que el contradocumento
exprese la verdadera voluntad de las partes en el momento de otorgarse el acto aparente;
pero si la nueva declaración de voluntad significa en realidad una modificación de la
anterior, ya no se estaría en presencia de un contradocumento, sino de un acto nuevo.
El contradocumento debe emanar de la parte a quien se opone, o de su representante; no
es necesario el doble ejemplar.
230. Exigencia del contradocumento.— A pesar de que ningún texto lo exigía
expresamente, durante muchos años predominó en nuestra doctrina y jurisprudencia la
opinión de que el contradocumento era una exigencia ineludible. Esta solución se
resentía de una notoria rigidez. Como principio, la exigencia del contradocumento es
propio de una sana política legislativa, pues es necesario garantizar la seguridad de las
transacciones y evitar que un contratante de mala fe pueda impugnarlas sobre la base de
una pretendida simulación, demostrada por pruebas fraguadas. Los contratantes tienen a
su disposición, en el momento de celebrar el acto, un medio cómodo y cierto de
asegurarse la prueba de la simulación, que es el contradocumento; si no han tenido la
precaución de munirse de él, deben sufrir las consecuencias de su propia imprevisión.
Estos argumentos son buenos para rechazar, en principio, toda otra prueba que no sea el
contradocumento; pero esto no puede ser una regla absoluta, pues si en el juicio se ha
producido una prueba inequívoca, cierta, indubitable de la simulación, no es posible
rechazar la acción por un prurito puramente formal. En ese sentido empezó a inclinarse
la jurisprudencia en los últimos años que precedieron a la sanción de la ley 17.711, que
consagró la siguiente solución: Sólo podrá prescindirse del contradocumento para
admitir la acción, si mediaran circunstancias que hagan inequívoca la existencia de la
simulación (art. 960, párr. 2º).
Esta disposición implica: a) establecer la exigencia del contradocumento como regla; b)
admitir que puede prescindirse de él cuando haya pruebas y circunstancias que hagan
inequívoca la simulación.
231. Casos en que no es exigido.— Se ha decidido que el contradocumento no es
necesario:
a) Cuando existe principio de prueba por escrito. Este concepto es muy amplio: debe
entenderse por tal la manifestación que resulte de un testamento, una carta, un apunte,
aunque no esté firmado por la parte; las manifestaciones hechas en expedientes
judiciales; la carta de quien actuó como agente o intermediario de la operación, etcétera.
b) Cuando haya confesión judicial del demandado.
c) Si existe imposibilidad de procurarse el contradocumento, como ocurriría en el caso
de que los contratantes fueran analfabetos.
d) Si aquél se ha extraviado por caso fortuito o fuerza mayor, como podría ser un
incendio, un naufragio.
e) Si el contradocumento fue sustraído al interesado o si fue privado de él con dolo o
violencia.
f) Si una de las partes ha cumplido con la prestación a que se obligó según el acto real y
la otra se niega a cumplir la prestación recíproca.
g) Cuando la simulación ha sido hecha en fraude de la ley. En este caso, en efecto, el
otorgamiento de un contradocumento es prácticamente imposible. Supongamos que,
para burlar la prohibición legal de los intereses usurarios, se otorgue recibo por una
cantidad mayor a la prestada, incluyendo en esa suma los intereses que exceden de
aquella tasa. El prestamista nunca otorgará al deudor un contradocumento en el que
conste esa circunstancia, porque ello importaría entregarle un arma que le permitiría no
pagar los intereses excesivos.
232. Situación de los sucesores universales y de los representantes o mandantes.— Los
sucesores universales de la parte que ha otorgado un acto simulado, ocupan su lugar;
por tanto, se les aplican los mismos principios estudiados en los párrafos anteriores.
Pero hay que formular una excepción importante: si la simulación es en perjuicio de
ellos, deben considerarse terceros respecto de ese acto; por lo tanto, no se les aplica la
regla del art. 959, ni están obligados a presentar contradocumentos, sino que pueden
valerse de toda clase de pruebas, incluso las presunciones. Tal sería el caso de que se
hubiera simulado una venta, con el propósito de eludir las prescripciones relativas a la
legítima; el heredero forzoso, perjudicado con ese acto, puede usar cualquier medio de
prueba para impugnarlo. Sería, en efecto, un contrasentido exigir contradocumento a
quien no puede tenerlo.
Idéntica conclusión debe adoptarse cuando se trate de un acto simulado en perjuicio de
una persona y celebrado por su propio representante. Si, por ejemplo, el marido finge
otorgar un acto a nombre de su esposa con el fin evidente de perjudicarla, no es posible
exigirle a ella la prueba del contradocumento.
D.— Prescripción
236. Carácter de la nulidad; efectos.— Los actos simulados son anulables (art. 1045,
Cód. Civil), salvo que la simulación fuere presumida por la ley, en cuyo caso son nulos
(art. 1044). Esta última hipótesis es excepcional; pueden citarse como ejemplos los
arts. 1297 y 3741 del Código Civil.
El que posee una cosa en virtud de un título aparente, debe restituirla al verdadero
dueño, con todos sus frutos y productos; pero, en cambio, tiene derecho a que se le
paguen los gastos de conservación, y a que se le reconozca el importe de las mejoras.
Desde luego, si se tratase de una simulación relativa queda en pie el acto querido en la
convención oculta. Así, por ejemplo, si se disimula una donación bajo la apariencia de
una venta, quedará en pie la donación.
Declarada la simulación, el vencedor en el juicio tiene derecho a exigir de la contraparte
la indemnización de los daños y perjuicios derivados de la actitud de ésta al pretender
hacer valer su derecho aparente.
B.— Respecto de terceros
CAPÍTULO III
Derechos del Acreedor sobre el Patrimonio del Deudor (Efectos Auxiliares de las
Obligaciones)
I — Teoría general
173. El patrimonio del deudor concebido como garantía común o colectiva: fundamento
legal.— El patrimonio del deudor constituye la garantía común de los acreedores; es, en
efecto, la masa de bienes que responde por las deudas del titular. Los acreedores tienen
el derecho a hacer ejecución de esos bienes y a cobrarse de ellos. Este principio se funda
en la circunstancia de que el acreedor ha tenido en cuenta al contratar la solvencia
económica del deudor, es decir, la cuantía y solidez de su patrimonio. Se dice
comúnmente que es la prenda común de los acreedores. La palabra prenda no está
tomada aquí en el sentido de derecho real, que supone un cosa concreta sobre la cual
recae dicho derecho, mientras que el patrimonio es cambiante. Lo que ocurre es que los
bienes del deudor, cualquiera sea la fecha de su adquisición, responden por todas las
deudas; pero el deudor mantiene la libertad para disponer de ellos en tanto no se inicie
el proceso de ejecución y no se trabe embargo o inhibición.
Es necesario, empero, hacer dos salvedades: en primer lugar, no todos los acreedores
están en un pie de igualdad para el cobro de sus créditos; en segundo término, no todos
los bienes son ejecutables. Nos ocuparemos de estos temas en los párrafos siguientes.
174. Distintas clases de acreedores.— Puede ocurrir que los bienes del deudor no
alcancen a cubrir sus obligaciones. En tal caso, no sería justo que todos los acreedores,
cualquiera sea el origen o naturaleza del crédito y las necesidades que está dispuesto a
llenar, se satisfagan en un pie de igualdad. Ha sido preciso establecer un orden de
preferencias, que contemple aquel problema. De ahí que existan distintas clases de
acreedores: privilegiados, con derecho real de garantía y comunes o quirografarios.
a) Llámanse privilegiados los acreedores que tienen un derecho dado por la ley para ser
pagados con preferencia a otros (art. 3875, Cód. Civil). El privilegio nace siempre de la
ley; la voluntad de las partes es impotente para crearlo (art. 3876).
Los privilegios pueden sergeneralesyespeciales. Los primeros recaen sobre la
generalidad de los bienes muebles e inmuebles del deudor (art. 3879, Cód. Civil: gastos
de justicia, impuestos) o bien solamente sobre todos los muebles (art. 3880: gastos
funerarios, de última enfermedad, salarios de la gente de servicio, etc.). Los privilegios
especiales inciden sobre cosas determinadas, sean muebles o inmuebles (v. arts. 3883 y
sigs., Cód. Civil). Ejemplo, el privilegio del posadero sobre las cosas del pasajero que se
encuentran en la posada, hasta cubrir el importe del hospedaje; del transportador sobre
las cosas transportadas; del vendedor sobre las cosas muebles no pagadas, etcétera.
Volveremos más adelante con detenimiento sobre este tema.
b) Los acreedores que tienen a su favor un derecho real de garantía gozan también de un
preferencia en el pago de sus créditos, nacida en este caso de la voluntad de las partes,
no de la ley. Tal ocurre con los acreedores hipotecarios, prendarios y anticresistas. En el
derecho comercial, están la prenda con registro, el warrant y los debentures. En estos
casos, la preferencia se refiere solamente a la cosa dada en garantía; si ésta no bastara
para cubrir la deuda, el saldo tiene carácter de crédito común. Cabe exceptuar los
debentures, que gravan la generalidad de los bienes muebles e inmuebles.
c) Finalmente los acreedores comunes o quirografarios son los que carecen de toda
preferencia; deben cobrar después de los privilegiados y de los que tienen a su favor un
derecho real de garantía y lo hacen a prorrata de sus respectivos créditos, si los bienes
del deudor no alcanzaran a satisfacerlos en su totalidad.
175. Bienes excluidos de la garantía común.— No todos los bienes están sujetos a la
ejecución por los acreedores. Es importante destacar la evolución experimentada por el
derecho en este punto, evolución inspirada en un sentimiento de caridad cristiana. De la
prisión por deudas se ha pasado al reconocimiento de que algunos bienes son
inembargables, siendo visible la tendencia de los últimos años a aumentarlos en número
y proporción. El motivo que inspira estas excepciones es siempre el mismo: que no debe
privarse a los hombres de lo que es indispensable para cubrir sus necesidades más
imprescindibles. Pero lo que se ha modificado últimamente es el concepto de cuáles son
esas necesidades más imperiosas, que hoy se juzgan con espíritu amplio y generoso,
incluyendo lo que es menester para una vida decorosa y para poder trabajar.
Es necesario cuidar, sin embargo, que en este camino no se avance más allá de los justos
límites, porque ello sería favorecer la mala fe, el incumplimiento de la palabra
empeñada y burlar las legítimas esperanzas de los acreedores.
En nuestra legislación son inembargables la pensión de alimentos (art. 374, Cód. Civil),
el lecho cotidiano del deudor y su familia, las ropas y muebles de su indispensable uso y
los instrumentos necesarios para su profesión o industria (art. 3878, Cód. Civil), el
inmueble constituido como bien de familia por deudas posteriores a su inscripción en el
registro de la propiedad (art. 38, ley 14.394), las remuneraciones y aguinaldo, si fueren
inferiores al doble del salario mínimo vital hasta un 10% del importe que excediere este
último, y si fueren superiores, hasta el 20% del importe que lo excediere (art. 1, decreto
484/87, reglamentario de la ley 20.744 —y sus posteriores reformas—), las jubilaciones
y pensiones (art. 14, ley 24.241), la indemnización por accidentes de trabajo (art. 11,
inc. 1, ley 24.557), las asignaciones familiares, tales como la que corresponde —entre
otras— a maternidad, ayuda escolar y prenatal (art. 23, ley 24.714), la indemnización
por despido y falta de preaviso, en una escala igual a la fijada para las remuneraciones
laborales (art. 3, decreto 484/87, reglamentario de la ley 20.744, ref. por ley 21.297),
etcétera.
176. Derechos del acreedor a su conservación y ejecución.— Los derechos del acreedor
sobre el patrimonio del deudor son de dos órdenes: los destinados a la conservación de
la garantía colectiva y los dirigidos a su ejecución .
Las medidasconservatoriasestán destinadas a mantener la integridad del patrimonio del
deudor; con ellas se procura impedir el egreso de bienes de su patrimonio (embargo,
inhibición) o hacer ingresar a él ciertos bienes que habían salido del patrimonio del
deudor ilegalmente (acción revocatoria) o aparentemente (acción de simulación).
Las medidas de ejecución tienden a hacer efectivo el crédito.
178. Intervención procesal en los juicios en que el deudor es parte: carácter, finalidad y
condiciones.— La doctrina moderna tiende a reconocer al acreedor el derecho a
intervenir en los juicios en que el deudor es parte, siempre que esa intervención se
justificara atento el desinterés o inercia procesal del deudor. Su finalidad es defender la
garantía colectiva e impedir que el deudor pierda algún derecho por falta de interés o
negligencia. Su fundamento es, por tanto, muy similar al de la acción subrogatoria y las
condiciones para que proceda la intervención del acreedor son las mismas de esta
acción: a) pasividad, inercia o desinterés del deudor; b) interés legítimo del acreedor en
actuar.
El Código Procesal Civil y Comercial de la Nación prevé la posibilidad de que cualquier
tercero, lo que incluye al acreedor, intervenga en un proceso, si acredita sumariamente
que la sentencia puede afectar su interés propio (art. 90); asimismo, podrá iniciar una
tercería si tuviere derecho a cobrar con preferencia a otro que hubiera trabado embargo
(art. 97 y sigs.).
179. Acción de separación de patrimonios.— Cuando el heredero insolvente recibe una
herencia, los acreedores del causante tienen un interés evidente en evitar una confusión
plena de ambos patrimonios, puesto que el acervo sucesorio (que constituye el activo
que se transmite al heredero) puede verse comprometido frente a las deudas del
insolvente heredero. La ley reconoce a esos acreedores del causante, por ello, el derecho
a pedir la separación de patrimonios . En virtud de dicho pedido se reconoce una
preferencia a los acreedores del causante a ser pagados con los bienes del
acervo sucesorio transmitido con prelación a los acreedores del heredero (arts. 3433 y
sigs.).
180. Derecho de retención.—El derecho deretenciónno es propiamente una medida
conservatoria, sino un privilegio concedido a ciertos acreedores, en virtud del cual
pueden retener ciertos bienes del deudor hasta que éste les pague sus deudas. Este
derecho sólo juega cuando la deuda tiene conexidad con la cosa retenida (art. 3940); por
ejemplo, el posadero tiene derecho a retener las valijas y efectos personales del pasajero
que se encuentren en el hotel, hasta tanto sea pagado el alojamiento; el constructor tiene
derecho a retener el inmueble edificado; el acreedor prendario, la cosa dada en prenda.
El derecho de retención se extingue: a) por la entrega o abandono voluntario de la cosa
sobre la que podría ejercerse (art. 3943), pero si el que retiene la cosa ha sido
desposeído de ella contra su voluntad por el deudor o por un tercero, puede reclamar su
restitución (art. 3944); b) por pérdida total de la cosa retenida; c) por haber adquirido el
retenedor el dominio de la cosa; d) por uso abusivo de la cosa.
181. Acciones reparadoras.—Se llama así a las acciones destinadas a mantener
incólume el patrimonio del deudor: son la subrogatoria, la pauliana o revocatoria y la de
simulación. Nos ocuparemos de ellas en los números 183 y siguientes.
183. Concepto.— Ocurre con frecuencia que una persona no hace valer los derechos
contra un tercero, sea por espíritu liberal, por generosidad, por negligencia o porque en
verdad no tiene interés. Detengámonos en esta última hipótesis, que es la que ahora nos
interesa más. Supongamos una persona cargada de deudas y que, a su vez, tiene un
crédito contra un tercero. Carece de interés en gestionar su cobro, porque ese bien que
ingresará a su patrimonio será inmediatamente aprehendido por sus propios acreedores.
Mientras el deudor es solvente, sus acreedores no tienen interés en que ejecute los
derechos que tiene contra terceros; pero cuando no lo es, su interés es evidente. La ley
les reconoce el derecho de subrogarse en los derechos del deudor y de intentar a nombre
de éste las acciones que posee contra terceros. Esta es la acción llamada subrogatoria,
oblicua o indirecta .
189. El principio.— En principio, todos los derechos patrimoniales del deudor pueden
ser objeto de la acción subrogatoria (art. 1196). Se exceptúan únicamente los que sean
inherentes a la persona (véase número siguiente). En consecuencia, el acreedor podrá
cobrar créditos que tenga su deudor, reivindicar bienes muebles o inmuebles, pedir la
división de condominio, solicitar medidas conservatorias (embargos, inhibiciones, etc.),
pedir la nulidad de actos jurídicos que perjudiquen a su deudor, demandar la reparación
de un daño ocasionado por un delito o cuasidelito, ejercer las acciones tendientes al
cumplimiento o resolución de un contrato y a reclamar la indemnización consiguiente,
oponer la prescripción, aceptar legados a nombre del deudor, pedir la revocación de la
aceptación o bien de la renuncia de la herencia, iniciar el juicio sucesorio, promover la
partición de herencia, demandar la nulidad de la partición, pedir la colación, etcétera.
190. Derechos y acciones excluidos.— Según el art. 1196, no pueden ser objeto de la
acción subrogatoria los derechos y acciones que sean inherentes a la persona del
deudor.
Están por tanto excluidos:
a) Todos los derechos extrapatrimoniales ; como no tienen contenido económico, es
natural que no se reconozca al acreedor el derecho de ejercerlos por su deudor, desde
que no tendría ningún interés en hacerlo.
b) Los derechos patrimoniales inherentes a la persona . Aquí el problema es más
delicado. No se puede negar el interés que tendría el acreedor en ejercer tales derechos,
que vendrán a engrosar la garantía colectiva pero la ley reputa que hay ciertas facultades
legales sobre cuyo ejercicio sólo puede ser árbitro el propio titular: por encima del
interés económico del acreedor, hay otro interés de orden superior que se opone al
ejercicio de la acción. Por tanto, no puede ser ejercida por el acreedor a nombre de su
deudor: la acción para obtener la revo cación de una donación por inejecución de los
cargos (art. 1852) o por causa de ingratitud del donatario (art. 1864), a menos que el
deudor hubiere iniciado ya la demanda; la acción para excluir de la herencia al indigno
(art. 3304), aunque tal exclusión viniera a acrecentar la herencia del deudor; la acción
tendiente a la reparación de los agravios morales derivados de un hecho ilícito; las
acciones tendientes a obtener el reconocimiento de la filiación o la paternidad, por más
que ella pudiera dar origen a una petición de herencia o a beneficiarse con el usufructo
de los bienes de los hijos; la acción tendiente a obtener la fijación de una pensión de
alimentos o su aumento, su cese o disminución; sin embargo podrá el acreedor del
alimento pedir la disminución o cese de la pensión, si demostrare la existencia de una
colusión entre el alimentante y el alimentado para defraudarlo; sólo que ya no se trataría
de una acción subrogatoria sino pauliana o revocatoria; tampoco pueden los acreedores
demandar la nulidad de la renuncia del padre al usufructo que le corresponde sobre
los bienes de los hijos.
193. Cuestiones controvertidas.— La brevedad con que el art. 1196 trata esta acción, sin
reglamentarla debidamente, ha originado algunas controversias también en este punto.
Las cuestiones en discusión más importantes son las siguientes:
a) ¿Es indispensable la subrogación judicial ? — La cuestión consiste en saber si el
subrogante puede ejercer directamente la acción o si, por el contrario, necesita una
autorización judicial previa, que importa subrogarlo en los derechos de su deudor. La
segunda tesis se funda principalmente en que nadie puede asumir los derechos de su
deudor por su propia cuenta, porque ello significaría una usurpación ilícita e importaría
hacerse justicia por su propia mano; además, la intervención judicial permitirá apreciar
si el accionante tiene interés legítimo en intentarla. A lo cual se ha contestado que no
hay tal usurpación ilícita porque el acreedor ejerce un derecho que la ley le reconoce; y
si luego se demuestra que no tiene interés en la acción, lo que corresponde es
rechazarla. Sobre todo, hay una razón práctica, que es la que ha inclinado a la
jurisprudencia a no exigir este recaudo: la posibilidad de actuar del acreedor en defensa
de su derecho se hace más ágil y eficaz si se la despoja de requisitos previos que la
entorpecen y que no están establecidos en ninguna disposición legal. Esta es la solución
aceptada hoy por nuestros tribunales.
b) ¿Es necesario que el deudor subrogado sea citado para que intervenga en el juicio ?
— La conveniencia de la intervención del deudor en el juicio es a todas luces evidente:
1º) porque de esa manera se escucha a quien es parte interesada y que tal vez pueda
aportar al pleito elementos de juicio indispensables; 2º) porque él podría demostrar su
solvencia y, por tanto, la falta de interés del acreedor; 3º) porque si él no interviene, la
sentencia que allí se dicte no tendrá valor de cosa juzgada respecto suyo; y si, por
ejemplo, la demanda fuere rechazada, él tendría derecho a intentarla nuevamente, con lo
que volvería a promoverse otro pleito por una misma causa. No obstante ello, nuestro
tribunales se han inclinado en el sentido de que no es un requisito indispensable, puesto
que no hay disposición legal que lo exija; sin embargo, dada su notoria utilidad, el juez
debe ordenar la citación, si la parte lo pide, y aun es aconsejable que lo haga de
oficio (Lafaille , Salvat , Acuña Anzorena , Rezzónico ). Por ello, dice Lafaille que ésta
no es una condición necesaria pero sí útil para el ejercicio de la acción.
c) ¿Es necesario que el acreedor actúe en nombre del deudor ?— Se acepta hoy que no
es indispensable que lo haga así porque, en verdad, el acreedor ejerce un derecho que le
es propio. Puede, pues, accionar a nombre propio, siempre que surja claramente de su
demanda que intenta valerse de los derechos y acciones que correspondan a su deudor
con la extensión y límites que ellos tienen.
§ 4.— Efectos
195. Distintos efectos.— Para poner en claro los efectos jurídicos de la acción
subrogatoria, conviene partir de la idea central que la inspira: el acreedor se propone
ejercer por su deudor un derecho que éste había abandonado; si la acción prospera, el
bien queda incorporado al patrimonio del deudor, quedando expedita ento nces la
posibilidad del subrogante de ejecutarlo para cobrarse su crédito.
Esto sentado, precisemos los distintos efectos:
a)Entre el actor y el deudor.— Si la acción prospera, el acreedor podrá ulteriormente
embargar el bien e inclusive ejecutarlo, siempre, claro está, que su crédito fuere exigible
y no condicional o a plazo. Cabe agregar que como el efecto fundamental de la acción
no es otro que hacer ingresar el bien al patrimonio del deudor, nada impide que luego
éste disponga de él, lo venda, grave, etcétera, mientras no le haya sido embargado. Es
claro que si la enajenación fuere fraudulenta, el acreedor podrá impugnarla por vía de la
acción pauliana.
b)Entre el actor y los otros acreedores.— Como la acción subrogatoria no tiene otro
objeto que hacer ingresar un derecho al patrimonio del deudor, beneficia a todos los
acreedores por igual, hayan o no intentado la subrogatoria. Queda desde luego al
subrogante el derecho de embargar el bien tan pronto haya prosperado su acción. En
este punto, la situación es análoga a la que deriva de la acción de simulación.
c)Entre el actor y el demandado.— El demandado se encuentra frente al actor en las
mismas condiciones que se encontraría frente al subrogado (acreedor del demandado);
puede oponerle las mismas defensas y excepciones, inclusive la de compensación. En
cambio, no puede invocar la compensación respecto de un crédito que tenga contra el
actor subrogante, pues éste no ejerce la acción en beneficio propio sino en beneficio del
deudor y, eventualmente, de todos los acreedores de éste.
d)Entre el deudor y el demandado.— La acción seguida entre el subrogante y el
demandado no hace cosa juzgada respecto del subrogado, a menos que éste hubiera sido
citado al pleito. Por consiguiente, y no habiendo sido citado, el deudor subrogado podría
intentar luego nuevamente la acción, si el subrogante hubiera sido vencido en el pleito;
si, por el contrario, hubiera resultado vencedor, la cuestión queda concluida y el
demandado no podría replantear ante el subrogado el pleito, porque respecto de él, que
sí ha intervenido en el juicio, la sentencia hace cosa juzgada.
e) Entre el demandado y los demás acreedores .— Aquí se plantea una situación similar
a la examinada en el número anterior. Si el deudor ha sido citado al juicio, la sentencia
hace cosa juzgada no sólo respecto de él, sino de todos sus restantes acreedores, que no
podrían más tarde volver a intentar la acción, desde que su propio deudor ha sido
vencido; la acción subrogatoria se brinda en caso de inacción, pero no cuando el
subrogado ha sido activo, pero vencido. Pero si el deudor no fue citado y el
subrogante fue vencido y rechazada la demanda, los otros acreedores pueden, a su vez,
intentarla nuevamente, desde que ellos no fueron parte en el juicio y, por tanto, la
sentencia no hace cosa juzgada respecto de ellos.
203. Requisitos generales.— En el art. 962 del Cód. Civil se establecen las condiciones
generales para la procedencia de la acción pauliana:
a) En primer término, es necesario que el deudor se halle en estado de insolvencia . De
lo contrario, el actor no podría alegar perjuicio, pues los bienes de aquél alcanzarían
para satisfacer el pago de sus obligaciones.
La insolvencia debe existir en el momento de la iniciación de la demanda.
El estado de insolvencia se presume desde que el deudor se encuentra fallido (art. 962,
inc. 1º, in fine ). Porfallidodebe entenderse tanto la quiebra del comerciante como de la
persona que no ejerce una actividad mercantil. Pero aun no mediando falencia, el
interesado puede probar que el activo no alcanza a cubrir el pasivo.
b) En segundo lugar, es necesario que el perjuicio de los acreedores resulte del acto
mismo del deudor o que ya antes se hallase insolvente (art. 962, inc. 2º); en otras
palabras, que el acto hubiere provocado o agravado la insolvencia del deudor.
c) Finalmente, el crédito en virtud del cual se intenta la acción, debe ser de fecha
anterior al acto impugnado(art. 962, inc. 3º). La razón que inspira este requisito es que
los acreedores cuyo crédito tiene un origen posterior al acto del deudor, no podrían
invocar fraude en su perjuicio; cuando ellos llegaron a constituirse en acreedores, sea
por contrato, sea por disposición de la ley, los bienes habían ya salido del patrimonio
del deudor y mal podrían sostener que el acto estaba encaminado a perjudicarlos.
204.— Pero este requisito, aceptado como regla general, no es de aplicación al caso de
que el acto impugnado, aunque posterior al origen del crédito, haya sido realizado en
previsión de la obligación que nacería más tarde. El propio Código, en el art. 963,
exceptúa de la condición del inc. 3º, del artículo anterior, al caso de las enajenaciones
hechas por el que ha cometido un crimen, aunque consumadas antes del delito, si
fuesen ejecutadas para salvar la responsabilidad del acto, las cuales pueden ser
revocadas por los que tengan derecho a ser indemnizados de los daños y perjuicios que
les irrogue el crimen . Ejemplo: una persona, movida por sentimientos de venganza, se
propone matar a otra; pero antes de consumar el crimen, y en previsión de que será
obligado a pagar los daños y perjuicios, vende sus bienes y oculta el dinero. Realizado
el hecho, la víctima o sus herederos, si aquella ha fallecido, tienen abierta la acción
pauliana, siempre, claro está, que se cumplan las restantes exigencias legales.
Salvat ha sostenido que sólo en el caso expresamente legislado en el art. 963 podría
dejarse sin efecto la exigencia relativa a la fecha del crédito; pero esta opinión es, en
verdad, insostenible. Siempre que la previsión fraudulentasea evidente; siempre que
resulte patente que los actos se han realizado en vista de las obligaciones que más tarde
contraería el deudor, es necesario reconocer a los acreedores la acción pauliana, pues lo
contrario significaría proteger la conducta dolosa del deudor. Esta es la solución
definitivamente predominante en nuestro derecho y en el extranjero. En los Proyectos
de Reforma de 1936, 1993 y 1998 se la adopta expresamente (arts. 588, inc. 3º, 647,
inc. 1º, y 334, respectivamente).
205.— Tampoco se aplica la exigencia relativa a la fecha del crédito, cuando se trata de
reconocimientos de deudas posteriores al acto impugnado, pero cuyo origen es anterior
a éste. Ejemplo: una persona embiste y hiere gravemente a otra con su automóvil;
posteriormente enajena sus bienes y luego suscribe un documento con la víctima
reconociendo adeudarle tantos pesos en concepto de daños y perjuicios. Si luego no le
pagara a la víctima la suma prometida, ésta podría impugnar la enajenación, porque
aunque el título que exhibe para su reclamo (el reco nocimiento de la deuda) es
posterior al impugnado (la enajenación), el origen de la deuda es anterior.
206. Casos de actos onerosos; requisitos especiales.— Los requisitos estudiados en el
párrafo precedente no son suficientes para revocar los actos onerosos. En ese caso en
necesario, además, que el tercero sea cómplice en el fraude (art. 968, Cód. Civil). La
complicidad se presume si el tercero conocía la insolvencia del deudor (art. 969, Cód.
Civil).
Esta disposición se explica por sí sola; la connivencia del tercero, como requisito para
hacer lugar a la revocación de actos onerosos, es una exigencia inevitable de la
seguridad de las transacciones; si bastara la sola mala fe del enajenante, nadie podría
estar seguro de los derechos que adquiere, por más que haya pagado por ellos su justo
precio y haya actuado de perfecta buena fe.
El conocimiento por parte del tercero del estado de insolvencia del deudor, hace
presumir su complicidad (art. 969, Cód. Civil).
La presunción establecida en el art. 969 del Código Civil, admite prueba en contrario; es
decir que aunque se demostrase que el tercero conocía la insolvencia del deudor, aquél
podría acreditar su buena fe y la falta de propósito de defraudar a los acreedores; tal es
el caso del pago de una deuda vencida o del préstamo otorgado al deudor, que aumenta
su pasivo, pero que se ha celebrado para salvar dificultades y atender obligaciones
apremiantes. Estos casos son, sin embargo, raros.
207.— En la práctica, la complicidad del tercero resulta muy difícil de probar; de ahí
que sean poco frecuentes los casos de jurisprudencia en que se haga lugar a la acción
pauliana. Pero no por ello es menos importante en la vida del Derecho, ya que
desempeña, sobre todo, un papel preventivo; ante el temor de una eventual revocación,
los terceros suelen abstenerse d e realizar actos fraudulentos.
208. Casos de actos gratuitos.— En esta hipótesis, la situación es distinta. La revocación
del acto no supone ya la pérdida de un derecho adquirido por el tercero a cambio de una
prestación equivalente, sino simplemente la extinción de un beneficio. Es lógico, pues,
que no sea la ley tan severa como en el caso anterior; para que proceda la acción
bastan las condiciones generales del art. 962 , sin que sea necesaria la complicidad del
tercero adquirente. Y aunque éste probase su buena fe y que ignoraba la insolvencia del
deudor, el acto debe ser revocado (art. 967, Cód. Civil).
La determinación de si el acto es oneroso o gratuito, supone muchas veces dificultades
que suelen no ser simples y cuya solución queda librada al arbitrio judicial.
209. Acción dirigida contra un subadquirente.— Puede ocurrir que el adquirente de un
derecho en virtud de un acto sujeto a la acción revocatoria lo haya transmitido, a su vez,
a un tercero.
Para que proceda la acción contra el subadquirente es necesario, ante todo, que proceda
contra el primer adquirente; si la segunda transmisión fuera a título gratuito, bastaría
con aquel requisito para que procediese la revocación; pero si fuera a título oneroso,
será necesario, además, que el subadquirente sea cómplice en el fraude (art. 970, Cód.
Civil).
Lo que significa que se aplican al tercer adquirente los mismos principios generales
establecidos en los arts. 962, 967 y 968 del Código Civil.
210. Quiénes pueden intentarla.— El art. 961 expresa que todo acreedor
quirografario puede intentar la acción revocatoria. Haciendo aplicación del
argumento a contrario sensu , se ha sostenido que sólo los acreedores comunes tienen a
su disposición la acción pauliana; no así los privilegiados ni los hipotecarios o
prendarios, salvo por los saldos personales. De acuerdo con Lafaille , Llambías y López
Olaciregui , pensamos que esta interpretación es insostenible. No se ve, en efecto, por
qué razón precisamente los acreedores que tienen una preferencia legal han de ser
excluidos de este remedio, sobre todo si su privilegio no es suficiente para cobrar el
total de la obligación porque han desaparecido los bienes del deudor a causa del acto
fraudulento.
Puede ser intentada individualmente por cada uno de los acreedores, o bien
colectivamente, en caso de concurso o quiebra, por intermedio del síndico.
211. Prueba.— La prueba de que se hayan reunido los requisitos de la acción
corresponde al que la entabla; pero no hay que olvidar que en materia de actos onerosos,
el actor no está obligado a probar la mala fe o complicidad del tercero adquirente, y que
le basta demostrar que éste tenía conocimiento de la insolvencia del deudor.
212. Actos susceptibles de ser revocados.— En principio, todos los actos que
signifiquen un perjuicio para los acreedores pueden ser revocados, sin que quepa
formular ninguna distinción entre aquellos que producen un empobrecimiento del
deudor y los que impiden un enriquecimiento (art. 964, Cód. Civil).
En el derecho romano, en cambio, sólo se admitía la revocación de los actos que
hubieran empobrecido al deudor, criterio ya superado en las legislaciones modernas. Lo
que tiene verdadera relevancia jurídica es el perjuicio de los acreedores; la distinción
entre actos que han ocasionado un empobrecimiento o evitado un enriquecimiento,
muchas veces sutil y difícil de formular, no tiene, en verdad, importancia.
Por tanto, pueden ser revocadas: las ventas y donaciones, los contratos de locación, que
disminuyen substancialmente el valor de los inmuebles; la renuncia o aceptación de una
herencia, la renuncia de derechos, etcétera. Por excepción no podría pedirse la
revocación de actos que importan la renuncia expresa o tácita de ejercer ciertos
derechos personales, como, por ejemplo, el perdón del donatario o heredero ingrato.
213. Inoponibilidad del acto.— El acto realizado en fraude de acreedores debe dejarse
sin efecto en la medida del perjuicio que se les ha ocasionado. La revocación no
importa, en rigor, una nulidad; simplemente, el acto impugnado es inoponible a los
acreedores. De ahí que la ley limite los efectos de la acción al importe del crédito del
que la hubiere intentado (art. 965, Cód. Civil); pero una vez satisfechas las deudas,
mantiene sus efectos entre las partes que lo han celebrado. De tal modo, si se tratara de
un acto que por su naturaleza propia es susceptible de anulación parcial, como sería la
donación de una suma de dinero, la revocación se referirá a aquella porción necesaria
para pagar el crédito. Si no fuera posible la anulación parcial (como en el caso de venta
de un inmueble), y revocado el acto, ejecutado el bien y pagados todos los créditos
quedara todavía algún sobrante, éste pertenecerá al que adquirió aquél mediante el acto
fraudulento.
El efecto de la acción pauliana no es, por consiguiente, hacer reingresar el bien al
patrimonio del deudor, sino dejar expedita la vía para que los acreedores puedan
cobrarse sus créditos.
De estos principios generales, que presiden la acción revocatoria, se desprenden los
efectos que hemos de estudiar en los números siguientes.
IV — Acción de simulación
§ 2.— La acción
227. Contra quién debe dirigirse.— Si es ejercida por una de las partes, debe dirigirse
contra la otra o sus sucesores universales.
Si es ejercida por un tercero, debe dirigirse contra los dos responsables del acto
simulado: tanto contra el enajenante como contra el adquirente del derecho.
B.— Prueba entre las partes
228. Cuándo procede la acción entre las partes.— Si la simulación fuese lícita, la acción
entre las partes es procedente. Si esta solución era clara, en cambio no lo era cuando la
simulación es ilícita. El art. 959 establecía que en tal caso las partes carecían de acción.
Si tal solución se justificaba plenamente como principio, resultaba injusta cuando una
de las partes, arrepentida y queriendo reparar los perjuicios que para terceros habían
resultado de la simulación, pretendía dejarla sin efecto. Una fuerte corriente doctrinaria
sostuvo que en esa hipótesis, la acción de simulación debía ser admitida. Este punto de
vista ha sido consagrado por la reforma de 1968, que ha dado una nueva redacción al
art. 959: Los que hubieren simulado un acto con el fin de violar las leyes o de
perjudicar a un tercero, no pueden ejercer acción alguna el uno contra el otro, sobre la
simulación, salvo que la acción tenga por objeto dejar sin efecto el acto y las partes no
puedan obtener ningún beneficio de la anulación .
234.— Las presunciones generalmente admitidas como prueba de la simulación son las
siguientes:
a) Debe existir, ante todo, una causa simulandi , es decir, una razón o motivo que la
explique; por ejemplo, eludir el pago de las deudas, escapar a las prescripciones legales
sobre la legítima, etcétera. No queremos significar con ello que sea necesario probar la
existencia de una causa simulandi ; pero si evidentemente no la hay, si no se alega un
motivo valedero que la explique, será muy difícil que el juez admita la acción, pues
entonces la simulación no tendría sentido. La causa simulandi , una vez puesta de
manifiesto, arroja una luz esclarecedora sobre la conducta de las partes y facilita la labor
del juez.
b) El vínculo del parentesco muy estrecho o la amistad íntima entre las partes suele ser
un indicio importante, ya que la gravedad que reviste el acto cuando se perjudica a
terceros exige una gran confianza recíproca. Es claro que esta circunstancia, por sí sola,
no es suficiente para hacer lugar a la acción, desde que los contratos entre parientes no
sólo son posibles, sino también frecuentes.
c) La imposibilidad económica del comprador para adquirir los bienes que aparecen
vendidos; en estos juicios, tiene una gran importancia la averiguación de la fortuna del
adquirente. No menos revelador es este otro indicio: si el precio que se dice pagado es
muy considerable y se demuestra que en las cuentas bancarias del vendedor no ha
ingresado suma alguna y que éste no ha realizado otras inversiones que justifiquen el
destino de ese dinero, cabe presumir que no lo ha recibido.
d) También debe repararse en la naturaleza y cuantía de los bienes que aparecen
enajenados; es sospechoso, en efecto, que el vendedor transfiera precisamente aquellos
bienes que, por razones económicas, por ser su principal fuente de recursos o por
motivos sentimentales, son los que más hubiera debido procurar que quedaran en su
poder.
e) La falta de ejecución material del contrato; por ejemplo, si el que aparece vendiendo
una propiedad continúa en posesión de ella y administrándola, aunque a veces se
disimule esa anomalía bajo la apariencia de un contrato de locación o dándole el
comprador aparente al vendedor un mandato de administración sobre la propiedad. Lo
mismo ocurre si el que vende un comercio sigue al frente de él, administrándolo,
conservando el teléfono a su nombre, etcétera.
f) Las circunstancias y el momento en que se realizó el acto. Así, por ejemplo, la venta
de un bien ganancial realizada por el esposo pocos días antes o después de iniciada la
demanda de divorcio, resulta sin duda sospechosa; la declaración de haber recibido el
precio con anterioridad, etcétera.
g) Gran importancia tienen también los antecedentes de las partes; pues así como una
conducta intachable aleja la sospecha de que se haya cometido un fraude en perjuicio de
terceros, la vida inmoral o deshonesta favorece esa hipótesis.
h) En la simulación por interposición de personas es muy ilustrativo el modo de
comportarse del prestanombre, que no se conduce como verdadero adquirente de los
bienes; tiene también relevancia la índole de las relaciones entre el enajenante y el
verdadero destinatario de los derechos o bienes. Por lo general, estas relaciones son
íntimas y se procura mantenerlas ocultas; tal como ocurre entre un hombre casado y su
amante.
235. Caracteres y requisitos.— La acción de simulación, cuando es ejercida por los
acreedores, tiene carácter conservatorio , es decir, se propone conservar íntegro el
patrimonio que constituye la garantía de sus créditos, poniendo de manifiesto la
situación real del bien, que en verdad no ha salido de ese patrimonio, y removiendo así
los obstáculos legales para una futura ejecución de sus créditos.
Los requisitos para su procedencia son: a) que el acto sea simulado; b) que el actor
tenga interés en la declaración de simulación, porque el acto aparentemente lo perjudica.
D.— Prescripción
244. Concepto; diferencias con las civiles o perfectas.— Según el art. 515, obligaciones
naturales son las que, fundadas sólo en el derecho natural y en la equidad, no confieren
acción para exigir su cumplimiento, pero que cumplidas por el deudor, autorizan para
retener lo que se ha dado por razón de ellas .
Se trata de obligaciones anormales , pues no parece jurídico hablar de obligación o
de derecho sin acción para obligar al deudor a cumplir. Pues precisamente lo que define
la obligación desde el punto de vista jurídico es la posibilidad del acreedor de compulsar
al deudor a darle cumplimiento o, en su defecto, a pagar la indemnización
correspondiente. Pero no están desprovistas de toda protección jurídica, ya que si el
deudor ha pagado voluntariamente (única vía concebible, desde que el acreedor no
puede compulsarlo) el acreedor tiene derecho a retener lo pagado.
Su diferencia con las obligaciones civiles o perfectasradica precisamente en que éstas
confieren al acreedor una acción para obligar al deudor a cumplir.
251. Caracteres.— Según el art. 515, son obligaciones naturales las que, fundadas sólo
en el derecho natural y en la equidad, no confieren acción para exigir su cumplimiento,
pero que cumplidas por el deudor, autorizan para retener lo que se ha dado por razón
de ellas .
Según este texto, los caracteres de tales obligaciones son: a) están fundadas en el
derecho natural y en la equidad, no en el derecho civil; concepto harto discutible, pues
es el derecho civil el que confiere la excepción para retener el pago y porque si
realmente fueran de derecho natural, debería tener fuerza obligatoria; b) no dan acción
para reclamar el pago; c) cumplida la obligación, el acreedor está autorizado a retener el
pago.
254. Enumeración y análisis.— Los efectos de las obligaciones naturales son los
siguientes:
259. Concepto.— Según el art. 574, obligación de dar es la que tiene por objeto la
entrega de una cosa, mueble o inmueble, con el fin de constituir sobre ella derechos
reales, o de transferir solamente el uso o la tenencia, o de restituirla a su dueño .
De acuerdo a este texto, la entrega de la cosa puede tener una de las siguientes
finalidades: a) constituir sobre ella derechos reales ; en nuestro derecho positivo, antes
de la tradición de la cosa el acreedor no adquiere sobre ella ningún derecho real
(art. 577); con excepción de la hipoteca y la prenda sin desplazamiento, que no exigen
la tradición; b) transferir solamente su uso ; por ejemplo, la obligación del propietario
que ha alquilado una cosa, de transferir al locatario; c) transferir su tenencia , como, por
ejemplo, la entrega de una cosa en prenda o depósito; d) restituir la cosa a su dueño ,
como la obligación del locatario o depositario de devolver la cosa a su dueño al término
del contrato.
262. Extensión.— Según el art. 575, la obligación de dar cosas ciertas comprende todos
los accesorios de éstas, aunque en los títulos o contratos no se los mencione o aunque se
hallen momentáneamente separados de ellas. Así, por ejemplo, en la venta de una
estancia quedan comprendidos la casa habitación, los alambrados, aguadas, las cosechas
en pie, etcétera; en la venta de una fábrica, las maquinarias incorporadas al inmueble; en
la venta de un cuadro famoso, el marco. De una manera general, se llaman accesorias
las que tienen su existencia y naturaleza determinada por otra de la cual dependen o a la
cual están adheridas (art. 2328). Para un desarrollo más detenido del concepto de cosas
principales y accesorias, véase nuestro Tratado de Derecho Civil, Parte General , t. II,
números 790 y siguientes.
263. Deberes del deudor; el sistema de la tradición.— La obligación de dar cosas ciertas
impone al deudor estos dos deberes fundamentales: a) conservar la cosa para cumplir lo
que ha prometido; b) entregar la cosa en el tiempo y lugar estipulados.
En cuanto a la conservación de la cosa, es obligación del deudor emplear
las diligencias necesarias (art. 576); en otras palabras, debe obrar con un cuidado
diligente de la cosa, para encontrarse luego en la posibilidad de cumplir con la entrega,
tal como lo prometió.
La entrega o tradición de la cosa tiene en nuestro derecho positivo una importancia
fundamental, porque sin ella no es posible constituir sobre la cosa derechos reales
(arts. 577 y 3265). Mientras la tradición no se ha hecho efectiva, el comprador, acreedor
prendario, etcétera, sólo tiene un derecho personal contra el deudor para obligarlo a
cumplir con la entrega, pero no tiene sobre la cosa ningún derecho real; en otras
palabras, tiene un derecho a la cosa (ad rem)y no un derecho sobre la cosa (in rem) .
Esta regla es de aplicación rigurosa en lo que atañe a la transmisión del dominio (con
excepción de la transmisión del dominio mortis causa , en cuyo caso los herederos son
propietarios ipso jure desde el momento de la muerte del causante, con total
independencia de la tradición), a la constitución de un usufructo, de un derecho de uso y
habitación, de un derecho de prenda o anticresis. En cambio, no es necesaria la
tradición para constituir una hipoteca, una prenda agraria, una servidumbre.
Esta exigencia de la tradición se aplica tanto a los bienes muebles como a los
inmuebles; pero respecto de éstos, y a los efectos de transmitir el dominio, es necesaria,
además, la escritura pública y su inscripción en el Registro de la Propiedad. Este último
requisito fue incorporado por la ley 17.711 (art. 2505), que no hizo sino dar fuerza legal
a la exigencia del Registro, que ya todas las leyes locales habían adoptado.
Es claro que la tradición no será necesaria si el adquirente tiene ya su posesión por otro
título; por ejemplo, si el locatario compra la casa que alquila.
264. Antecedentes y derecho comparado.— El sistema de nuestro Código tiene su
antecedente en el derecho romano y en la antigua legislación española, que había
seguido la tradición romana. Aunque importa una publicidad muy rudimentaria e
insuficiente en las sociedades modernas, implica sin duda un adelanto sobre otras
legislaciones imperantes en la época en que nuestro Código se sancionó, según las
cuales bastaba el simple consentimiento de las partes para operar la transmisión de
derechos reales (Código Civil francés; italiano de 1865). Aún en nuestros días, algunas
leyes han mantenido el principio de que la transmisión se opera consensualmente entre
las partes; pero tratándose de inmuebles, esa transmisión no puede oponerse a terceros ,
respecto de los cuales no produce ningún efecto hasta su inscripción en el Registro
Público respectivo (ley francesa del 23 de mayo de 1855, Código italiano de 1942,
Código venezolano).
En Alemania, Suiza, Brasil, Chile, España, es indispensable la inscripción en el
Registro, tratándose de inmuebles; en lo que atañe a los muebles, basta el
consentimiento y la tradición.
265. Crítica del sistema de la tradición.— La tradición es, en esencia, un medio de
publicidad de la transmisión de derechos reales. Actualmente, nadie duda de la
conveniencia de organizar sobre bases claras la publicidad de dichas transmisiones, para
evitar maniobras dolosas en perjuicio de terceros. Si, por ejemplo, bastare el simple
consentimiento para transmitir la propiedad (como antes ocurría en Francia), el dueño
podría vender dolosamente la misma cosa a varias personas, sin que los compradores
posteriores tuvieran ningún medio de averiguar que el bien había ya salido de propiedad
del vendedor por efecto de la primera venta. Es claro que el vendedor que así procedía
incurría en delito de defraudación, lo cual era un freno para evitar tales maniobras; pero
un freno no siempre eficaz, pues es bien sabido que hay muchas personas que viven al
margen de la ley.
En sociedades pequeñas, en la que los vecinos se conocen entre sí, el sistema de la
tradición constituía un medio de publicidad bastante eficaz, pues el hecho de que la cosa
hubiese ya sido entregada a alguien, advertía a los terceros que era muy probable que el
enajenante se hubiera desprendido con anterioridad del dominio y era fácil indagar al
nuevo poseedor sobre la situación del dominio de la cosa.
Pero en las sociedades modernas, tan densas y multitudinarias, la tradición es a todas
luces insuficiente; por lo demás, una cosa puede tenerse a título de dueño, de locatario,
de depositario, etcétera, de modo que la posesión no es una prueba de que se tiene sobre
ella un derecho real. Se ha generalizado, por ello, en el mundo entero el sistema de la
inscripción en Registros Públicos, ya sea como medio de hacer posible, aun entre las
partes, la transmisión de derechos reales sobre inmuebles, ya sea como medio de que
esa transmisión produzca efectos respecto de terceros. Insuficiente pero no inútil. La
tradición es, ya lo dijimos, un medio de publicidad elemental, pero muchas veces
importante. Por ello es aconsejable mantenerla como requisito de la adquisición del
dominio, completándola y perfeccionándola con el registro inmobiliario. Es el sistema
vigente en nuestro país.
Es necesario, para concluir, diferenciar los sistemas de transmisión del dominio en
nuestro derecho:
a) Si se trata debienes inmuebles, bastará con el consentimiento y la tradición de la cosa
para que el dominio quede transmitido entre las partes. Sin embargo, esto es insuficiente
respecto de terceros. En otras palabras, para que la transmisión del dominio sea
oponible a estos últimos será necesario inscribir el título en el registro inmobiliario de la
jurisdicción que corresponda. Hasta que no ocurra esta registración, la transmisión del
dominio será inoponible a los terceros (art. 2505).
b) Si se trata debienes muebles, basta el consentimiento y la tradición para que se
considere operada la transmisión del dominio entre las partes y respecto de terceros.
c) Finalmente, si se trata deautomotores y equinos de pura sangre de
carrera(respectivamente regulados por el decreto 6582/1958 —ratificado por
ley 14.467— y por la ley 20.378), la transmisión del dominio sólo se perfeccionará
entre las partes y respecto de terceros si se formaliza por instrumento público o privado
e inscribe en el Registro de la Propiedad Automotor y en los registros genealógicos
reconocidos por el Ministerio de Agricultura y Ganadería. En otras palabras, la
inscripción registral es constitutiva del dominio.
273. Distintos casos; muebles e inmuebles.— Ocurre a veces que varios acreedores
pretenden sobre la misma cosa derechos de igual o distinta naturaleza. Por ejemplo, el
dueño de un bien lo compromete en venta o en locación a varias personas; o a una lo
entrega en prenda y a otra lo promete en venta. ¿En qué situación se encuentran esos
terceros? ¿Cuáles son sus derechos respecto de la cosa o de la indemnización de daños?
Trataremos por separado las distintas hipótesis posibles.
278. Principios legales sobre la determinación del objeto.— Las obligaciones de género,
ya lo sabemos, no contienen una determinación precisa de la cosa debida. Pero cuando
llegue el momento de cumplir, habrá que determinarla. ¿Cómo se hace la elección de la
cosa?
a) Si las partes hubieran atribuido al acreedor o al deudor esa facultad en el contrato, no
hay problema, pues debe respetarse la voluntad de las partes. b) Si nada se hubiera
previsto en el contrato, la facultad de la elección pertenece al deudor (art. 601).
Pero esta facultad de elección no es arbitraria; por tanto, el deudor no podrá escoger la
cosa de peor calidad, ni el acreedor la de mejor calidad (art. 602). Es esta una aplicación
del principio de que las obligaciones deben cumplirse de buena fe; es evidente que
cuando se ha convenido genéricamente la entrega de una cosa, se ha entendido contratar
sobre una cosa de calidad mediana.
279. Cuándo se tiene por hecha la elección; distintas teorías.—Hemos dicho ya quién
tiene la facultad de elección; ahora importa establecer el momento en que esa elección
se considera hecha. La cuestión es muy importante porque, a partir de ese instante, la
obligación de género se transforma en obligación de dar cosas ciertas , con toda la
trascendencia que esto tiene respecto de la responsabilidad del deudor.
Sobre este punto se han sostenido distintas teorías:
a) Para algunos (Salvat , Machado ), la elección queda consumada con la declaración de
voluntad de la parte que elige y con la aceptación de la otra.
b) Para otros, queda hecha con la tradición o entrega de la cosa , o con
su envío (Alsina Atienza, Ihering ).
c) La teoría que predomina en nuestro Derecho
(Colmo , Lafaille , Busso , Galli , Llambías ) y a la que nosotros adherimos, sostiene
que la elección se opera con la declaración de voluntad formulada por quien tiene
derecho a elegir, siempre que la haya puesto en conocimiento de la otra parte. Bien
entendido que esta declaración puede ser expresa o tácita; así, por ejemplo, el envío o la
entrega material de la cosa supone una declaración de voluntad tan inequívoca como la
formulada verbalmente o por escrito.
La elección se puede retractar hasta que la declaración haya sido puesta en
conocimiento de la otra parte; conocida por ésta, adquiere carácter definitivo e
inmodificable por la sola voluntad de una de las partes.
280. Efectos; caso de pérdida de la cosa.— El efecto fundamental de las obligaciones de
género es reconocer al acreedor el derecho a exigir la entrega de una de las cosas
pertenecientes a dicho género; el deudor que no pagare será pasible de los daños e
intereses; igualmente, deberá responder por los daños que su mora ocasione al acreedor
(art. 605). Es una simple aplicación de los principios relativos a los efectos de las
obligaciones en general.
281.— Interesa detenerse en el problema que plantea la pérdida de la cosa. Sobre este
punto, hay que distinguir si la pérdida es anterior o posterior a la elección. En el primer
caso, el deudor no puede alegar la pérdida (ni siquiera por caso fortuito) para eludir su
responsabilidad, porque el género nunca perec e (genus nuncuam perit ). Si yo prometo
un caballo, pensando en pagar con algunos de los que son de mi propiedad, no puedo
luego alegar como excusa que todos los míos han perecido (por ej., a causa de una
peste), porque siempre quedan caballos que puedo procurarme y entregar al comprador.
Esta regla tiene una sola excepción: el caso del art. 893, a que aludiremos más adelante.
Pero si la elección ya se ha producido, la obligación de género se transforma en
obligación de dar cosas ciertas(art. 603). Por consiguiente, habrá que distinguir si la
pérdida se ha producido con culpa o sin culpa del deudor, y según ello habrá o no
responsabilidad frente al acreedor (sobre este punto, remitimos al nº 267).
282. Caso del art. 893.— A veces se trata de una obligación de dar cosas inciertas, pero
determinadas o limitadas entre un número de cosas ciertas de la misma especie . Por
ejemplo, me comprometo a vender uno de mis toros de pedigree . El género toro está
limitado en este caso a cualquiera de los animales de esa especie que son de mi
propiedad. Si todas las cosas comprendidas en ese número, o limitación convencional,
se pierden por caso fortuito o fuerza mayor, el deudor queda exento de responsabilidad
(art. 893).
283. Concepto y caracteres.— Conviene repetir que cosas fungibles son aquellas en
que todo individuo de la especie equivale a otro individuo de la misma especie y que
pueden sustituirse las unas por las otras de la misma calidad y en igual
cantidad (art. 2324). Se venden siempre por cantidad, peso o medida: 10 ejemplares de
un libro de tal edición; 200 quintales de trigo; 1.000 toneladas de carbón, 100 hectolitros
de vino.
La obligación de dar cosas fungibles (o cantidades de cosas) tiene, por tanto, los
siguientes caracteres: a) Hay una indeterminación relativa del objeto; decimos relativa ,
porque están indicados la especie y la cantidad, peso o medida. b) Las cosas son
fungibles, carácter este último que permite distinguir estas obligaciones de las de
género.
292. Normas aplicables.— Según el art. 616, es aplicable a las obligaciones de dar
sumas de dinero, lo que se ha dispuesto sobre las obligaciones de dar cosas inciertas
no fungibles, sólo determinadas por su especie, y sobre las obligaciones de dar
cantidades de cosas no individualizadas. Obviamente, esta remisión tiene carácter
subsidiario, pues en primer término son aplicables las reglas especiales contenidas en
los arts. 617 a 624.
La aplicación subsidiaria de las reglas relativas a las obligaciones de género y de
cantidades de cosas, debe hacerse con cuidado; así, por ejemplo, en las obligaciones de
dinero no se plantea el problema característico de las de género, en las que debe elegirse
una cosa de calidad media; en nuestro caso, la calidad es por esencia homogénea.
293. Objeto de la obligación; deuda de moneda determinada.— El objeto de la
obligación es el dinero. En rigor, no puede hablarse con propiedad de obligación de
dinero, sino con referencia a aquél que tiene curso forzoso. Pero cabe preguntarse qué
ocurre cuando la obligación se ha contraído en una determinada especie o calidad de
moneda. Hay que distinguir dos situaciones:
a) Si la calidad o especie de moneda ha sido esencial en el contrato, no se cumple sino
entregando ese tipo de moneda; así ocurre cuando un comerciante ha convenido el pago
de una suma de dinero en cierto tipo de unidades o fracciones (por ej., en monedas de
un peso, de diez pesos, etc.), porque lo necesita para dar cambio a su clientela o para
una colección.
b) Pero el caso anterior es un supuesto excepcional; lo ordinario es que el dinero
interese por el valor que representa. Para esta hipótesis normal estatuye el art. 619 (ref.
por ley 23.928) que si la obligación fuese entregar una suma de determinada especie o
calidad de moneda, el deudor cumple con ella dando la especie designada, el día del
vencimiento de la obligación.
294. Tiempo y lugar de pago.— En cuanto al tiempo y lugar del pago debe respetarse lo
pactado por las partes al contratar (art. 618). Pero si el contrato nada dijera, se aplicarán
las siguientes soluciones:
a) En cuanto al tiempo : si no hubiere día de pago señalado, lo fijará el juez (art. 618),
pues se trata de un plazo indeterminado. No hay que olvidar, empero, que la fijación
contractual del plazo puede ser expresa o tácita y que sólo en defecto de ella procede la
determinación judicial.
b) En cuanto al lugar : el pago debe hacerse en el lugar en que se hubiese pactado; si no
estuviese fijado, el pago deberá efectuarse en el lugar en que se ha contraído la
obligación; en cualquier otro caso deberá hacerse en el domicilio del deudor (art. 618).
De esta disposición resulta que en las obligaciones de dar sumas de dinero contraídas
contractualmente, el pago debe hacerse en el lugar que se contrató; en las que tienen su
origen en un delito o cuasidelito o en cualquier disposición legal, en el lugar del
domicilio del deudor.
295. Incumplimientos: límites de la responsabilidad del deudor.— En materia de
obligaciones de dar sumas de dinero, la indemnización por la mora consiste en el pago
de intereses, legales o convencionales.
Se discute en nuestro derecho, si, además de los intereses, el acreedor podría reclamar el
pago de otros perjuicios que le ha ocasionado la inejecución. Sobre este punto, se
sostienen dos opiniones distintas:
1) Según la primera, sostenida con particular énfasis por Bibiloni , la indemnización
está rigurosamente limitada a los intereses, de tal modo que el acreedor no podría
retener la indemnización de mayores daños ni aunque los probara. Dice el autor del
Anteproyecto, que en las obligaciones de dinero no hay distinción posible entre los
daños derivados de la mora (que se satisfacen con los intereses) y los daños de
inejecución por otras causas; al decir daños de la mora se ha dicho todo. De lo contrario,
las repercusiones de la mora podrían llegar al infinito; y se abandonaría así el principio
general según el cual, en materia de obligaciones contractuales, sólo se deben respetar
las consecuencias directas e inmediatas del incumplimiento. Agrega Bibilonique la
convención que fija los intereses, sean compensatorios o moratorios, es una cláusula
penal que fija la indemnización definitiva. Este es el criterio seguido en el Anteproyecto
(art. 1093) y en el Proyecto de Reformas de 1936 (art. 598).
2) De acuerdo con otra opinión (Busso , Lafaille , Mosset Iturraspe , Zannoni , Proyecto
de 1998 —arts. 714 y sigtes.—), nada obsta a que si el acreedor demuestra la existencia
de otros perjuicios, pueda reclamarlos además de los intereses, conforme con las reglas
generales de los arts. 519 y siguientes. Con relación específica a las deudas de dinero,
esta solución ha sido expresamente consagrada por nuestro Código en algunos casos
particulares, tales como el de la sociedad (art. 1722) y el de la fianza (art. 2030).
En tiempos de estabilidad como los vividos durante la vigencia plena de la ley 23.928,
prevalecía el criterio sostenido porBibiloni; pero a partir de la sanción de la ley 25.561 y
de las normaspesificadorasdictadas con posterioridad, es necesario admitir la
posibilidad de reclamar no solamente los intereses, sino también la indemnización de
los perjuicios sufridos, máxime si se considera la inflación padecida durante los meses
siguientes a enero de 2002, la que parece haberse desatado a partir de octubre de 2005 y
las negativas tasas de interés aplicables.
296-302. Obligaciones en moneda extranjera.— Es lícito contraer obligaciones en
moneda extranjera; en tal caso, la obligación debe considerarse como de dar sumas de
dinero (art. 617, ref. por ley 23.928).
Si la obligación del deudor fuere entregar una suma de determinada especie o calidad de
moneda, cumple con la obligación dando la especie designada el día de su vencimiento
(art. 619, ref. por ley 23.928). Esto quiere decir que si se prometen dólares o libras o
yens, etcétera, no se cumple entregando el equivalente en pesos.
Sin embargo, debe señalarse que existe un grupo de obligaciones que ha
quedado excluido de esta normativa. Se trata de las obligaciones pactadas en moneda
extranjera existentes al día 2 de enero de 2002. La ley 25.561 distingue tres tipos de
obligaciones: vinculadas al sistema financiero, originadas en los contratos de la
administración pública regidos por normas de derecho público y originadas en los
contratos entre part iculares no vinculadas al sistema financiero. Básicamente el sistema
establecido es el siguiente:
a) Obligaciones vinculadas al sistema financiero : si la entidad financiera era acreedora,
la deuda se convirtió a la paridad de un dólar igual un peso (arts. 6 y 7, ley 25.561); si,
en cambio, era deudora, la obligación se convirtió a la paridad de un dólar igual un peso
con cuarenta centavos y a la suma resultante se adicionó otra suma dineraria que resultó
de aplicar al monto obtenido un índice de actualización, que se lo llamó coeficiente de
actualización de referencia —C.E.R.— (arts. 2 y 4, decreto 214/2002).
b) Obligaciones originadas en los contratos de la administración pública regidos por
normas de derecho público: estas obligaciones fueron convertidas a la paridad de un
dólar igual un peso (art. 8, ley 25.561).
c) Obligaciones originadas en los contratos entre particulares no vinculadas al sistema
financiero : estas obligaciones fueron convertidas a la paridad de un dólar igual un peso
y a ello se adicionó otra suma dineraria que resultó de aplicar al monto obtenido el ya
mencionado índice C.E.R. o, en algunos casos, el llamado coeficiente de variación de
salarios -C.V.S.—(art. 11, ley 25.561 ref. por ley 25.820).
E.— Intereses
303. Concepto y especies.— Los intereses pueden ser clasificados desde dos puntos de
vista distintos:
a) Según el papel o función económica que desempeñan, pueden
ser compensatorios (o retributivos) y moratorios (o punitivos) . Son compensatorios los
que se pagan por el uso de un capital ajeno; son moratorios cuando se pagan en
concepto del perjuicio sufrido por el acreedor por el retardo en cumplir la obligación. A
veces, ambos intereses se superponen. Es frecuente en las obligaciones hipotecarias
estipular un cierto interés compensatorio (por ej., el 10%) y, además, estipular un interés
adicional, en carácter de punitorio, para el caso de que el deudor no pague en tiempo. Es
decir que el deudor que cumple en término sólo está obligado a pagar el compensatorio.
El interés punitorio importa una verdadera cláusula penal; por tanto, fija los perjuicios
sufridos por el acreedor de modo definitivo y ni el deudor podrá impugnarlo por
excesivo, ni el acreedor por insuficiente.
b) Por su fuente, pueden ser convencionales o legales . En el primer caso, la tasa es
fijada por el acuerdo de partes; en el segundo, es la ley la que determina el curso de los
intereses. Cuando hay obligación legal de pagar intereses, los jueces han seguido
criterios distintos, o bien fijan como tasa la que cobra el Banco de la Nación en sus
operaciones de descuento, o bien establecen la tasa pasiva que fija el nombrado banco.
310. Efectos.—El obligado a hacer, o a prestar algún servicio, debe ejecutar el hecho
en tiempo propio, y del modo en que fue la intención de las partes que el hecho se
ejecutara(art. 625). Es una simple aplicación de los principios generales relativos a las
obligaciones. El deudor está obligado a cumplir en especie . Y si no quisiere cumplir, el
acreedor puede exigirle la ejecución forzada, a no ser que sea necesario hacer violencia
contra la persona del deudor (art. 629).
En resumen, el sistema de nuestra ley es el siguiente:
a) Caso de que pueda obtenerse la ejecución forzada sin compulsar físicamente al
deudor : no hay inconveniente en exigir dicha ejecución. En este principio se ha
inspirado la jurisprudencia según la cual la obligación de escriturar contraída por quien
ha forzado un boleto de compraventa, puede ser cumplida por el juez a nombre del
deudor que se niega a hacerlo (sobre este punto, véase Tratado de Derecho Civil,
Contratos , t. I, nº 461).
b) Caso de que no pueda obtenerse la ejecución forzada sin hacer violencia sobre la
persona del deudor : no es viable la ejecución forzada. Pero ello no significa que el
deudor carezca de recursos para obtener el cumplimiento en especie: 1) por lo pronto,
tiene derecho a oponer la exceptio non adimpleti contractus y a negarse, por
consiguiente, a cumplir con sus propias obligaciones; 2) en numerosos contratos, podrá
pedir la resolución por incumplimiento de la otra parte; 3) según una jurisprudencia que
se está afianzando cada vez más firmemente, el acreedor podrá pedir la aplicación
de astreintes al deudor moroso. Finalmente, si ninguno de estos recursos fuera eficaz, el
acreedor podrá hacerlo por sí mismo o por otro a costa del deudor (art. 630) o reclamar
los daños y perjuicios consiguientes (art. 629).
311. Ejecución por otro.— Cuando el hecho que ha prometido el deudor sea fungible , el
acreedor podrá hacerlo por sí mismo o podrá hacerlo hacer por otro, a costa del deudor
(art. 630). En doctrina se llama hecho fungible a aquel que puede ser realizado por otra
persona, porque al contratar no se ha tenido en mira el arte o la habilidad propios del
contratante. Así, por ejemplo, el blanqueo de una pared, una excavación, un contrato de
trabajo común, pueden ser realizados tanto por una persona como por otra. En cambio,
si la tarea se ha encargado intuitae personae , es decir, teniendo en mira principalmente
la persona del deudor, el hecho será no fungible ; tal, por ejemplo, el compromiso de un
artista de fama de realizar un retrato. En este caso no se concibe que nadie pueda hacer
por el deudor lo que éste se comprometió.
El Código dice que el acreedor podrá ser autorizado a ejecutarlo por sí o por un tercero;
la doctrina nacional ha entendido que este texto implica la exigencia previa de la
autorización judicial. En la práctica, sin embargo, esa autorización no se solicita jamás.
Como el acreedor tiene siempre el derecho de hacerse pagar los daños y perjuicios
derivados del incumplimiento y uno de esos daños es precisamente lo que ha debido
pagarle al tercero, podrá por esta vía indirecta llegar al mismo resultado, es decir, a
hacerse reembolsar lo que ha costado el trabajo del tercero.
En suma, siendo el hecho fungible, el acreedor, ante el incumplimiento del deudor,
tendrá esta opción: 1º) hacer la prestación por sí o por un tercero a costa del deudor; 2º)
hacerse pagar los daños y perjuicios.
312. Cumplimiento deficiente.—Si el deudor no hiciera lo que se obligó en el tiempo
que fue la intención de las partes, se tendrá por no hecho o podrá destruirse lo que fue
mal hecho(art. 625). El principio es bueno, porque una ejecución tardía o deficiente no
es lo convenido y da derecho al acreedor a rechazar la obra. Pero la regla no debe
exagerarse ni permitir al acreedor que, aplicando rigurosamente el art. 625, incurra en
un verdadero abuso del derecho. Así, por ejemplo, no sería tolerable que si se tratara de
la construcción de una casa y una vez terminada resultara que se excedió el tiempo
previsto en el contrato o que no se han respetado ciertas estipulaciones de detalle, pueda
el acreedor mandar demoler la obra y hacer cargar al deudor con todos los daños. El
conflicto debe resolverse con una disminución del precio proporcional a las deficiencias
o perjuicios por la demora, o bien con la reparación de las deficiencias por cuenta del
deudor.
313. Imposibilidad de cumplir.— Puede ocurrir que la imposibilidad de cumplir una
obligación de hacer derive de culpa del deudor o, por el contrario, que no le sea
imputable.
a) En el primer caso, deberá pagar el deudor los daños y perjuicios consiguientes.
b) En el segundo, la obligación queda extinguida para ambas partes, y el deudor debe
devolver al acreedor lo que en razón de ella hubiera recibido (art. 627). Ejemplo: se
firma un contrato de construcción de un hotel a levantarse en un inmueble determinado;
firmado el contrato, la Municipalidad dicta una ordenanza prohibiendo la construcción
de hoteles en esa zona. La obligación queda resuelta; y si el constructor hubiera recibido
algo como adelanto de honorarios, debe devolverlo al propietario.
332. Obligaciones de sujeto múltiple.— En los párrafos precedentes nos hemos ocupado
de las obligaciones de objeto múltiple o compuesto; en los que siguen trataremos de las
que tienen sujeto plural. Es frecuentísimo, en efecto, que las obligaciones tengan varios
acreedores o deudores; las relaciones entre las partes suelen a veces adquirir una gran
complejidad. Antes de entrar al estudio de ellas conviene precisar algunos conceptos
previos.
En primer término, la pluralidad de los sujetos puede ser conjunta o disyunta .
a) Hay pluralidad conjunta , cuando todos los acreedores y deudores lo son
simultáneamente y todos tienen su parte en el crédito o la deuda.
b) Hay pluralidad disyunta , cuando la obligación se cumple pagando a uno de los
acreedores o por uno de los deudores. Así, por ejemplo, pagaré a Pedro o Juan la suma
de $ 10.000; o bien: Pedro o Juan me pagarán la suma de $ 10.000. Este tipo de
obligaciones es poco frecuente. Un ejemplo importante es el de los depósitos bancarios
hechos a la orden recíproca de dos depositantes: el banco tiene obligación de pagarlos
contra cheque librado por cualquiera de los titulares de la cuenta.
333. Régimen legal de las obligaciones disyuntas.— Las obligaciones disyuntas están
sujetas al régimen legal de las obligaciones solidarias. Como en éstas, el deudor se
libera pagando a cualquiera de los acreedores; y, por su parte, cualquiera de los
acreedores tiene derecho a reclamar de cualquiera de los deudores la totalidad de la
deuda. Remitimos, pues, a los parágrafos en que tratamos de la solidaridad.
334. Concepto de mancomunación.— En nuestro Código, se llaman obligaciones
mancomunadas las que tienen más de un acreedor o deudor y cuyo objeto es una sola
prestación (art. 690). Es lo que en los párrafos anteriores hemos llamado obligaciones
de sujeto plural.
Puede ser simple , de objeto indivisible o solidaria . En la primera, la prestación se
divide en tal forma que cada uno de los deudores no está obligado sino por su parte y
cada uno de los acreedores no tiene derecho sino a la suya. En las restantes, cualquiera
de los acreedores puede reclamar de cualquiera de los d eudores la totalidad de la deuda.
Ya volveremos más adelante sobre estos conceptos.
335. Método del Código.— El método seguido por el Código en esta materia se hace
pasible de las siguientes críticas: a) Trata de las obligaciones divisibles e indivisibles en
el Título referente al objeto de las obligaciones; hubiera sido preferible tratarlas con
relación al sujeto , porque es con relación a la pluralidad del sujeto que tiene interés la
divisibilidad. b) Repite en los arts. 690 y siguientes (referentes a las obligaciones
mancomunadas) disposiciones ya contenidas en los arts. 674 y siguientes (relativas a la
divisibilidad del objeto). c) Contiene disposiciones superfluas, tales como los arts. 681 y
683.
345. Efectos entre las partes.— Cuando la obligación tiene un objeto indivisible, la
situación de las partes varía radicalmente. La misma naturaleza de la prestación impide
el cumplimiento parcial; la división de la deuda se ha hecho imposible. Esta situación de
hecho tiene las siguientes consecuencias jurídicas:
a) Exigibilidad .— Cualquiera de los acreedores puede exigir de cualquiera de los
deudores la totalidad de la deuda (art. 686). No podría ser de otra manera, puesto que
estas obligaciones no son susceptibles de pago parcial. Así, por ejemplo, si dos
anticuarios venden a un cliente un cuadro del Greco, éste puede exigir la obra a
cualquiera de ellos.
Esta regla admite, sin embargo, una excepción: cuando, tratándose de obligaciones
de no hacer , uno de los codeudores no cumple, sólo él soporta los efectos de los daños
y perjuicios (art. 685).
b) Pago .— El pago hecho por cualquiera de los deudores a cualquiera de los acreedores
libera a los demás. Así, por ejemplo, si A y B venden a C y D un cuadro del Greco, y A
lo entrega a D, B queda liberado de su obligación y C nada podría reclamar a ninguno
de los deudores.
c) Insolvencia .— La insolvencia de uno de los codeudores no impide al acreedor exigir
del codeudor el cumplimiento íntegro de la obligación. Mientras en las obligaciones
simplemente mancomunadas dicha insolvencia perjudica al acreedor, en este caso
perjudica a los codeudores, que luego de hacer el pago habrán perdido la posibilidad de
obtener del insolvente el pago de su contribución en la deuda.
d) Prescripción .— Los efectos de la prescripción alcanzan a todos los codeudores y va
de suyo que lo mismo ocurre con la suspensión y la interrupción de aquélla (art. 688).
Esto significa que si la prescripción ha sido interrumpida o suspendida con relación a
uno de los deudores, debe considerarse interrumpida o suspendida respecto de todos los
demás.
365. Relación de los codeudores entre sí.— Frente a los acreedores, cada uno de los
deudores solidarios está obligado por el todo. Pero todos los codeudores están obligados
a contribuir al pago de esa deuda en proporción a su parte en la obligación; de tal modo
que si cualquiera de ellos hubiera pagado el total o un monto que excede su parte en la
deuda, podrá exigir de los codeudores el reintegro. En el número anterior hemos dicho
que el que paga se subroga en los derechos del acreedor, no obstante lo cual la
solidaridad se extingue, razón por la cual el que ha pagado sólo puede reclamar de sus
codeudores la parte que a cada uno le correspondía. Puede ocurrir, empero, que uno de
ellos sea insolvente. Sería injusto que el que ha pagado cargue con esa insolvencia; por
ello, el art. 717 dispone que la pérdida ocasionada por tal evento se repartirá a prorrata
entre el que hubiera hecho el pago y los restantes codeudores solventes.
Puede ocurrir que uno de los codeudores haya sido liberado por el acreedor de la
solidaridad y que otro de ellos resulte insolvente: ¿quién carga con la pérdida?
Aclaremos el problema: A, B, C y D deben solidariamente a E $ 40.000, quien libera de
la solidaridad a A; más tarde, B cae en insolvencia. Si A no hubiera sido liberado de la
solidaridad, habría tenido que cargar con el tercio de la parte de B, soportando C y D
otro tercio cada uno. Pero como A ya no es deudor solidario, cabe preguntarse quien
carga con el tercio que hubiera debido soportar. Teóricamente son posibles tres
soluciones: a) cargan con dicho tercio los restantes codeudores (en nuestro ejemplo, C y
D), de acuerdo a la regla general del art. 717; esta solución debe descartarse sin mayor
análisis, porque los codeudores no tienen por qué ser perjudicados por un acto de
liberalidad del acreedor; b) carga con él el acreedor; c) carga con él el codeudor
liberado. En torno a estas dos últimas soluciones ha girado una interesante controversia
doctrinaria; en nuestro país predomina la opinión de que el acreedor no debe
perjudicarse con su liberalidad más allá de lo que fue su intención; la liberación de la
solidaridad no significa otra cosa sino que el deudor no tendrá que temer una demanda
por el total; pero si uno de los deudores cae en insolvencia le corresponde soportar su
parte . Es la opinión seguida entre nosotros por Salvat , Busso , Lafaille , Rezzónico .
366.— ¿Cómo se divide la obligación entre los codeudores solidarios? El art. 717
remite a las reglas generales del art. 689, o sea: a) En primer término, se estará a lo
acordado en los contratos. b) En segundo lugar, la proporción podrá resultar
implícitamente del interés que cada deudor tenga en el negocio. c) Por último, si nada se
hubiere establecido expresa o implícitamente en el contrato, se reputa que todos los
codeudores participan de la deuda por partes iguales.
367.— Hay, sin embargo, una hipótesis en que el codeudor solidario que ha pagado no
tiene acción de repetición contra sus codeudores: es el caso de la obligación resultante
de un delito. El coautor que ha pagado los daños y perjuicios no podría demandar a sus
cómplices (art. 1082), porque ello implicaría autorizarlo a invocar su propia torpeza
para accionar judicialmente.
368. Supuesto de obligaciones sujetas a modalidades.— En nuestro derecho, la
obligación puede ser pura y simple para uno de los deudores o acreedores y sujeta a
plazo o condición para los otros o pagadera en un lugar para unos y en otro para los
restantes (art. 702).
Las principales consecuencias de esta regla, en orden a la solidaridad pasiva, son las
siguientes:
a) El acreedor no puede, antes de cumplir el plazo o la condición suspensiva, reclamar
el pago del deudor que tuviere ese beneficio; en cambio, puede reclamar la totalidad de
la deuda (inclusive la parte del deudor condicional o a plazo) de los restantes deudores.
b) Pagada la deuda por un codeudor, éste no puede reclamar la contribución del deudor
a plazo o condición, mientras éstos no se hayan cumplido; en cambio, no cabe duda que
puede exigir de los otros codeudores simples y llanos la parte que corresponde al
beneficiado con plazo o condición.
c) Pagada la deuda por un deudor bajo condición resolutoria y cumplida la condición,
podrá repetir el pago del acreedor.
d) La quita, novación o remisión de deuda hecha en favor de uno de los deudores
simples y llanos favorece al deudor, bajo plazo o condición, y viceversa.
369. Noción e importancia.— Hay solidaridad activa cuando cada uno de los acreedores
puede reclamar del deudor la totalidad de la deuda. Su importancia práctica es escasa,
porque no tiene otra utilidad que servir como mandato para percibir el pago de un
crédito común, efecto jurídico que se puede lograr mediante el otorgamiento de un
poder.
Nunca tiene su origen en la ley; su única fuente es la voluntad de las partes, sea que esté
contenida en un contrato o en un testamento.
370. Efectos.— Los efectos de la solidaridad activa se vinculan directamente con los de
la pasiva, como que no se trata sino del anverso y reverso de la misma medalla. Los
principales son los siguientes:
a) Cada acreedor puede reclamar de cualquiera de los deudores la totalidad del crédito.
b) El pago hecho a uno de los acreedores (art. 706), la compensación, novación o
remisión de deuda hecha por uno de ellos y respecto de cualquiera de los deudores,
extingue la obligación (art. 707).
Pero el derecho del deudor de pagar a cualquiera de los acreedores tiene una limitación:
si uno de ellos hubiere demandado, sólo se le podrá pagar a él (art. 706 in fine ). Es el
llamado principio de la prevención.
c) La constitución en mora hecha por uno de los coacreedores favorece a todos los
restantes.
d) La interrupción de la prescripción por uno de los acreedores beneficia a los restantes
(art. 713); pero, en cambio, la suspensión en favor de uno de ellos no los beneficia
(art. 3981).
e) Cosa juzgada . La cosa juzgada es invocable por cualquiera de los acreedores, aunque
no fuera parte en el juicio, contra el deudor condenado por efecto de la acción de alguno
de los coacreedores. Pero los codeudores sólo pueden invocar la cosa juzgada contra el
acreedor que fue parte en el juicio (art. 715, ref. por ley 17.711).
Es lógico que los coacreedores puedan hacer valer la cosa juzgada aunque ellos no
fueron parte en el pleito, porque sí lo fue el deudor, que tuvo la oportunidad de hacer
valer todas sus defensas; a menos que el deudor tuviera una defensa personal contra otro
de los coacreedores, no tiene de qué quejarse si éstos invocan una sentencia dictada en
un juicio en que se ventilaron idénticas cuestiones y en el que el deudor tuvo amplia
oportunidad de defenderse. Muy diferente es la situación si el deudor vencedor pretende
hacer valer la sentencia que lo favorece contra un coacreedor que no fue parte en el
juicio; esta pretensión no podría admitirse sin lesionar el principio constitucional de la
inviolabilidad de la defensa en juicio.
371. Incapacidad de uno de los acreedores.— La incapacidad de uno de los acreedores,
no obsta para que la obligación mantenga su carácter solidario respecto de los demás
(art. 703). Esta regla, clara en lo que se refiere a la solidaridad pasiva, es
extremadamente confusa en lo que atañe a la activa. Parecería que lo que la ley quiere
significar es que el deudor no puede oponer la incapacidad de uno de los acreedores
para negarle derecho al coacreedor capaz para reclamar la totalidad del crédito, incluso
la parte del incapaz. Pero esta interpretación nos parece inadmisible. Supongamos que
un incapaz ha prestado una suma de dinero conjuntamente con otra persona capaz a un
tercero; en la obligación se establece que el crédito es solidario. ¿Significa esto que el
acreedor capaz puede reclamar el todo y que el deudor debe pagárselo? No lo creemos
así. Esto sería tanto como conferirle validez a un mandato otorgado por un incapaz y
permitir que actúen por él otras personas que los representantes legales y necesarios.
Pensamos, por consiguiente, que la norma debe ser interpretada de la siguiente manera:
existiendo varios acreedores solidarios y siendo uno de ellos incapaz, la obligación
mantiene su carácter solidario entre los restantes acreedores, deducción hecha de la
parte del incapaz.
372. Relaciones de los coacreedores entre sí.— Cobrado el crédito, su monto debe ser
distribuido entre todos los coacreedores en proporción a su parte. A tal efecto, cada uno
de los que no han cobrado tiene acción contra el que percibió. Es claro que si la
solidaridad activa no ha sido otra cosa que un poder para actuar a nombre de uno solo
de los coacreedores, único interesado en el negocio, él tiene derecho a la totalidad.
CAPÍTULO V
Modalidades de las Obligaciones
374. Concepto.— Es difícil hallar el rasgo común que permita unir sistemáticamente la
condición, el plazo y el cargo, bajo el concepto de modalidades de las obligaciones. De
una manera general se podría definirlas como aquellas estipulaciones accesorias que
restan algo de su plenitud a la obligación principal, sea haciendo insegura su existencia
o limitando su exigibilidad en el tiempo u obligando a quien resulta titular del derecho
al cumplimiento de una obligación accesoria. Pero como lo hace notar con razón Busso ,
dentro de este concepto caben también otras estipulaciones accesorias y si, en definitiva,
la condición, el plazo y el cargo se tratan conjuntamente, es sobre todo por razones de
tradición jurídica.
§ 1.— Condición
388. El principio.— El art. 530 del Código Civil establece que la condición de una cosa
imposible, contraria a las buenas costumbres o prohibida por las leyes, deja sin efecto la
obligación. Esta regla se justifica por sí sola. En el caso de condiciones imposibles, es
evidente que el promitente no ha tenido intención de obligarse. En el caso de
condiciones ilícitas o contrarias a las buenas costumbres, la ley no puede convalidarlas
porque ello importaría afectar el orden jurídico y la moral.
D.— Efectos
§ 2.— Plazo
B.— Clasificación
C.— Efectos
433. Antes del vencimiento.— El acreedor a plazo no tiene todavía un derecho exigible ;
por consiguiente, no puede accionar, por vía ordinaria o ejecutiva, para obtener el cobro
de su crédito.
En cambio, dispone de todas las medidas conservatorias reconocidas al acreedor
condicional. La ley no lo dice expresamente; pero si se reconocen esas medidas a quien
es titular de un crédito incierto, con tanta mayor razón deben otorgarse a quien posee
uno cierto, aunque diferido en su exigibilidad.
Antes del vencimiento, los derechos son transmisibles mortis causa (art. 573).
434. Pago anticipado.— El deudor que haya pagado antes del vencimiento, no tiene
derecho a repetir lo pagado. La cuestión daba lugar a dudas en el Código Civil pues
había dos disposiciones contradictorias: según el art. 571, si el deudor hubiere pagado
con ignorancia del plazo, puede repetir lo pagado. El art. 791, inc. 1º, establecía
precisamente lo contrario. La contradicción fue eliminada por la ley 17.711, que, con
razón, hizo prevalecer la solución del art. 791, al modificar el art. 571 de la siguiente
forma: El deudor de la obligación que ha pagado antes del plazo, no puede repetir lo
pagado .
435. Después del vencimiento.— Después del vencimiento, la obligación se convierte
en pura y simple y, por consiguiente, es exigible, y judicialmente ejecutable.
D.— Caducidad
436. Distintas causales.— Por motivos diversos, la ley suele disponer la caducidad del
plazo establecido en los actos jurídicos, reconociendo al acreedor el derecho a ejecutar
su crédito, no obstante que el término no esté vencido. Las hipótesis más importantes
son las siguientes: a) si el deudor ha caído en insolvencia, el acreedor puede exigir
inmediatamente su crédito, sin necesidad de esperar el vencimiento del plazo (art. 572,
Cód. Civil; b) también puede exigirlo cuando los bienes hipotecados o dados en prenda
fueren judicialmente subastados para satisfacer otro crédito análogo que pesare sobre la
misma cosa (art. 754, Cód. Civil); c) caduca también el plazo cuando el deudor
hipotecario deteriora el inmueble o enajena los muebles accesorios de él (art. 3161, Cód.
Civil); d) cuando el acreedor ha recibido en prenda una cosa ajena que creía del deudor
y la restituye al dueño que la reclame, podrá exigir que se le entregue otra prenda de
igual valor; y si el deudor no lo hiciere, podrá pedir el cumplimiento de la obligación
principal, aunque haya plazo pendiente para el pago (art. 3215, Cód. Civil); e) el
acreedor anticresista que abusare de sus facultades en detrimento del inmueble, puede
ser condenado a restituirlo, aun antes de ser pagado de su crédito (art. 3258, Cód. Civil).
La disminución notable de la solvencia del deudor, posterior al acto y anterior al
vencimiento del término, no justifica la caducidad del plazo, pero sí el embargo
preventivo (art. 209, inc. 5º, Cód. Proc. Civ. y Com. de la Nación).
§ 3.— Cargo
437. Concepto.— El modo o cargo es una obligación accesoria que se impone al que
recibe una liberalidad. Tal es, por ejemplo, la que se impone al legatario de hacer decir
misas por el alma del causante.
En nuestra doctrina (Busso , Salvat , Lafaille , Machado ) se ha sostenido que, si bien lo
normal y corriente es que los cargos sólo se impongan en los actos que importan una
liberalidad, esto no hace a la esencia del modo, que bien podría imponerse en un
contrato oneroso. En apoyo de esta teoría se cita la opinión de Mackeldey , recordada
por VélezSarsfield en la nota al art. 558. Creemos que este argumento es muy débil para
apoyar un punto de vista tan evidentemente erróneo. No sólo las notas de Vélez no son
obligatorias para el intérprete, sino que, en este caso, el codificador se ha limitado a
recordar la opinión de un autor, la que resulta contradictoria con su propia definición de
modo, transcripta también en la citada nota. Según ésta, el modo supone un acto por el
cual "una persona quiere beneficiar a otra" . Y en los contratos onerosos no se da este
supuesto; cada una de las partes procura, no beneficiar a la otra, sino por el contrario,
cuidar de su propio interés y sacar del acto la mayor ventaja posible. Las obligaciones
impuestas en tal caso a la otra parte, no son un cargo, sino simplemente la
contraprestación.
La doctrina extranjera es unánime en el sentido de que el cargo sólo puede concebirse
en los actos que importan una liberalidad.
I — Transmisión
449. Concepto y diversas formas.— Hay transmisión de un derecho cuando una persona
sucede a otra como titular de él. El acreedor o deudor ha cambiado, pero el derecho en
sí mismo permanece idéntico. Esa transmisión puede ocurrir por actos entre vivos o
por muerte del titular del derecho u obligación.
a) La transmisión por actos entre vivos puede originarse en un contrato (compraventa,
donación, permuta, cesión onerosa o gratuita) o en una disposición de la ley (quiebra o
concurso). En nuestro derecho, la transmisión por contrato siempre tiene carácter
singular (nota al art. 3280), y aun en el caso del desapoderamiento del deudor por
concurso o quiebra, no pasan a los acreedores todos sus bienes, ya que muchos de ellos
tienen carácte r de inembargables.
b) En cambio, la transmisión mortis causa puede ser a título universitario o singular.
Será lo primero siempre que el sucesor sea heredero del causante, pero el legatario o
el beneficiario de un cargo son sucesores singulares, pues sólo suceden al causante en
determinados bienes o derechos.
450. Principio general y limitaciones.— El principio general es que todos los derechos
pueden ser cedidos. Esta regla, sin embargo, no es absoluta y está sujeta a distintas
limitaciones. La imposibilidad de transmitir un derecho puede derivar:
a) De la naturaleza misma del derecho; así, por ejemplo, no se concibe la transmisión
de derechos extrapatrimoniales, tales como son los llamados derechos de la
personalidad (derecho a la vida, al honor, a la libertad, etc.) o los de familia (por ej., los
derechos y obligaciones que surgen del matrimonio, de la patria potestad, etc.).
b) De una prohibición de la ley; como ocurre con el derecho a alimentos futuros y con
la mayor parte de los beneficios de carácter social (jubilaciones y pensiones,
indemnización por accidentes del trabajo, por maternidad, etc.); el derecho de uso y
habitación, etcétera.
c) De la voluntad de las partes expresada en el título de la obligación (art. 1444); así,
por ejemplo, el locatario no puede transferir la locación si el contrato se lo prohibiera.
451. Transmisión hereditaria: evolución histórica.— En el derecho romano primitivo,
derechos y obligaciones eran intransmisibles; la obligación se concebía como un
vínculo de persona a persona, de tal modo que su cumplimiento sólo era exigible al
deudor originario.
El aumento de la riqueza y de la circulación de bienes, la prosperidad del comercio,
demostraron pronto la estrechez de tal concepción. La primera brecha contra el sistema
de la intransmisibilidad se abrió en materia de sucesión mortis causa ; se adoptó la idea
de que el heredero continuaba la persona del causante y, por tanto, era acreedor o
deudor de todos los deudores o acreedores de aquél; en otras palabras, ocupaba
exactamente su lugar. Esta ficción tenía un fundamento religioso: muerta una persona,
era indispensable que alguien ocupara inmediatamente su lugar para que no se
interrumpiese el culto familiar; posteriormente, desaparecido ya el fundamento
religioso, la ficción de la continuación de la persona del causante importaba una
explicación que parecía satisfactoria, de por qué se trasmitían derechos y obligaciones a
los herederos. La idea pasó a través del Código Napoleón a muchas legislaciones
contemporáneas, entre ellas la nuestra (art. 3417). Pero en el Derecho moderno, la
transmisión mortis causa tiene un fundamento más real: no se trata ya de la sucesión en
la persona del causante (inútil y falsa ficción) sino simplemente de la sucesión en los
bienes: por razones económicas que nadie puede razonablemente impugnar, la ley ha
dispuesto que los derechos no se extinguen con las personas, sino que se transmiten a su
muerte a sus herederos o sucesores, sin que para ello sea menester acudir a la falsa idea
de que el heredero continúa la persona del causante.
452. Reglas legales.— Nuestro Código ha adoptado, según lo hemos dicho, la idea de la
continuación de la persona y dispone que el heredero es propietario, acreedor o deudor
de todo lo que el difunto era propietario, acreedor o deudor, con excepción de los
derechos intransmisibles por sucesión (art. 3417).
En caso de que haya varios herederos, los créditos y las deudas se dividen entre ellos en
proporción a sus respectivas porciones hereditarias (arts. 3485 y 3490).
En principio, la responsabilidad por las deudas del causante, se limita al monto de los
bienes recibidos, ya que después de la sanción de la ley 17.711, la herencia se presume
aceptada bajo beneficio de inventario; sólo en caso de renuncia o pérdida de ese
beneficio su responsabilidad se extiende a su patrimonio personal.
Son, éstas, materias cuyo estudio debe hacerse en el curso de Sucesiones.
454. Sistema del Código Civil argentino: crítica.— Nuestro Código trata de la
transmisión de derechos en dos títulos: uno ubicado entre los contratos y dedicado
específicamente a la cesión de créditos y otro al comienzo del Libro IV, inmediatamente
antes de las sucesiones por causa de muerte, y que se titula "De la transmisión de
derechos en general".
Son éstas materias que debieron tratarse bajo un mismo rubro: la cesión o transmisión
de derechos (y no solamente de créditos , pues también pueden transmitirse derechos
reales e intelectuales), ubicado en la parte general y no entre los contratos, ya que la
transmisión puede ser mortis causa .
455. Concepto y caracteres.— Según el art. 1434, habrá cesión de crédito cuando una de
las partes se obligue a transferir a la otra el derecho que le compete contra su deudor,
entregándole el título de su crédito, si existiese.
El contrato tiene los siguientes caracteres:
a) Es consensual ; se perfecciona con el simple acuerdo de voluntades y no requiere
como condición ineludible la entrega del título del crédito. La última frase del art. 1434
parecería indicar lo contrario; pero el carácter consensual ha sido expresamente
establecido en los arts. 1454 y 1467.
b) Es formal .
c) Puede ser oneroso o gratuito : en el primer caso (venta, permuta) será bilateral ; en el
segundo (donación), unilateral.
Cabe agregar que cuando la cesión se ha hecho por un precio en dinero, se aplicarán las
reglas de la compraventa (art. 1435); si se la hace a cambio de otro derecho o cosa, se
regirá por las disposiciones sobre permuta (art. 1436), y finalmente, si ha sido gratuita,
por las de la donación (art. 1437).
456. Forma.— La cesión de créditos es un contrato formal ; cualquiera sea su monto
debe hacerse por escrito , bajo pena de nulidad (art. 1454). No se requiere instrumento
público: basta que se lo haga en forma privada.
Sólo por excepción es insuficiente el instrumento privado y se exige escritura pública .
Esta será indispensable en los siguientes casos: a) cuando se trata de acciones
litigiosas(en cuyo caso es sustituible la escritura pública por un acta librada en el mismo
expediente: art. 1455); b) cuando la cesión se refiere a bienes inmuebles (art. 1184,
inc. 1º); c) o se trata de una cesión de derechos hereditarios (art. 1184, inc. 6º); d)
cuando versa sobre acciones o derechos procedentes de otros actos consignados en
escritura pública (art. 1184, inc. 9º).
En cambio, desaparece toda formalidad, no siendo necesaria ni siquiera la forma escrita,
cuando se trata de títulos al portador , cuya cesión se opera por la mera tradición del
título (art. 1455).
457. Capacidad.— En principio, toda persona capaz puede ser cedente o cesionario.
Pero si la cesión fuere onerosa, serán incapaces los que lo son para celebrar el contrato
de compraventa (véanse arts. 1358 y sigs.), y si fuere gratuita, los que lo son para donar
o ser donatarios (véanse arts. 1807 y sigs.).
Además de estas remisiones a las reglas de la compraventa y de la donación, el Código
trae algunas disposiciones específicas para la cesión de derechos. Según el art. 1442, no
puede hacerse cesión a los administradores de establecimientos públicos, de
corporaciones civiles o religiosas, de créditos contra esos establecimientos; ni a los
administradores particulares o comisionados, de créditos de sus mandantes o
comitentes; ni se puede hacer cesión a los abogados o procuradores judiciales, de
acciones de cualquier naturaleza, deducidas en los procesos en que ejerciesen o
hubiesen ejercido sus oficios; ni a los demás funcionarios de la administración de
justicia, de acciones judiciales de cualquier naturaleza, que fuesen de competencia del
juzgado o tribunal en que sirviesen. El artículo siguiente agrega que es prohibida la
cesión a los ministros de Estado, gobernadores de provincia, empleados de la
Municipalidad, de créditos contra la Nación o contra cualquier establecimiento público,
corporación civil o religiosa; o de créditos contra la provincia en que los gobernadores
funcionaren o de créditos contra las municipalidades o los empleados de ellas.
458. Objeto: derechos cesibles e incesibles.— En principio, todo objeto incorporal ,
todo derecho y toda acción sobre una cosa puede ser cedido (art. 1444). Debe tratarse,
pues, de un derecho , no de una cosa: en este caso, no se trataría ya de una cesión de
crédito, sino de una venta, permuta o donación.
Cualquier crédito puede ser cedido, inclusive los que tienen simple carácter condicional
o aleatorio, los de plazo no vencido, los litigiosos (art. 1446). Igualmente puede cederse
el crédito que podría resultar de convenciones aún no concluidas (art. 1448) y los
derechos sobre cosas futuras (art. 1447). Por incierto, aleatorio y frágil que sea el
derecho, puede ser objeto de cesión. En este punto, la ley es amplísima.
Empero, hay acciones o derechos que no pueden cederse, bien sea porque así lo dispone
la ley, bien sea porque así lo han acordado las partes en el título originario.
459.— a) Incesibilidad legal.— Por distintas razones (naturaleza personalísima del
derecho, conveniencia de proteger al titular del derecho contra toda posible enajenación,
fundamentos de orden moral) la ley prohíbe la cesión de ciertos derechos. Así, por
ejemplo, no puede cederse el derecho de uso y habitación, los eventuales derechos a una
sucesión futura aún no abierta, las pensiones o jubilaciones (art. 1449), el derecho a
alimentos futuros (art. 1453), algunos beneficios de las leyes sociales, tales como la
indemnización por accidentes del trabajo, el derecho adquirido por pacto de preferencia
en la compraventa (art. 1453).
460.— b) Incesibilidad convencional (pacto de non cedendo ).—Las partes pueden
convenir en sus contratos originales que los derechos emergentes del mismo no podrán
ser cedidos a terceros. Estas cláusulas suelen ser frecuentes en los contratos
celebrados intuitae personae , es decir, en los cuales tiene una importancia relevante la
persona del deudor o acreedor: así, por ejemplo, la prohibición de ceder el contrato de
locación o la calidad de socio.
B.— La transferencia
461. Momento en que se opera.— La transferencia del crédito se opera entre las partes
desde el momento mismo de la cesión (art. 1457); está definitivamente superada en
nuestra doctrina y jurisprudencia la opinión de que era necesaria la notificación al
deudor cedido.
Pero respecto del deudor cedido o de terceros que tengan interés en oponerse a la
cesión , la propiedad del crédito sólo se transmite por la notificación del traspaso al
deudor cedido o por la aceptación de la transferencia por parte de éste (art. 1459).
Entre los terceros con interés de oponerse a la cesión están: a) las personas a quienes el
cedente haya cedido antes o después el mismo crédito; b) los acreedores del cedente que
hayan obtenido el embargo del crédito.
467. Efectos entre las partes.— Entre las partes, la cesión produce los siguientes efectos:
a) Se opera la transferencia del crédito , con todos sus accesorios (fuerza ejecutiva, si la
tuviere el título originario, hipotecas, prendas, privilegios, etc.).
b) El cedente responde por la existencia y legitimidad del crédito, a no ser que lo haya
cedido como dudoso (art. 1476); en este último caso, en efecto, el cesionario toma sobre
sí el riesgo.
Bien entendido, sin embargo, que responder por la existencia y legitimidad del crédito
no significa responder de la solvencia del deudor (art. 1476). El cedente sólo responderá
por esa insolvencia en los siguientes casos: 1º) si la insolvencia del deudor fuere
anterior a la cesión y pública (art. 1476), porque en tal caso se presume que hay mala fe
de su parte; 2º) si ha garantizado la solvencia del deudor; y aun en este caso no
responderá si el cesionario no ha adoptado las medidas conservatorias del caso o si
elcrédito o las seguridades que lo garantizaban se hubieran perdido por su culpa
(art. 1482).
c) A partir del momento de la cesión misma y antes de la notificación, tanto el cedente
como el cesionario tienen derecho a ejercer todas las medidas conservatorias de su
crédito (arts. 1472 y 1473). Estrictamente, como la cesión no produce efectos respecto
de terceros sino desde la notificación, estas medidas sólo deberían ser tomadas por el
cedente y no por el cesionario; empero, la ley le atribuye también a éste ese derecho,
considerando que, en realidad, es el principal interesado en adoptarlas.
471. Con la subrogación.— También tiene semejanzas nuestra institución con el pago
con subrogación; también en este caso, el que realiza el pago sustituye al acreedor
originario en todos sus derechos; la analogía es tal que el art. 769 dispone que la
subrogación consentida por el acreedor será regida por las disposiciones relativas a la
cesión de derechos.
Pero las diferencias son netas:
a) El pago con subrogación es un acto que no produce beneficio o utilidad a la persona
que lo hace, puesto que ella sólo puede pretender ulteriormente la restitución de lo que
ha pagado y no más. En cambio, en la cesión de derechos hay frecuentemente una
especulación: los derechos se ceden por un precio que muchas veces difiere
considerablemente del valor del crédito cedido.
b) La cesión de créditos exige el consentimiento del acreedor cedente; el pago con
subrogación puede tener lugar sin intervención del acreedor y aun contra su voluntad
(arts. 767 y 768).
c) El cedente garantiza la existencia y legitimidad del crédito, lo que no ocurre en la
subrogación.
d) La cesión de créditos es siempre convencional; la subrogación puede ser
convencional o legal.
e) El cesionario sólo puede demandar el pago del crédito cedido mediante la acción que
competía a su cedente; en cambio el subrogado tiene dos acciones: una personal, nacida
de su pago, sea éste hecho a título de gestión de negocios, préstamo, etcétera (arts. 727 y
2298); otra derivada de la subrogación, que es la que correspondía al antiguo acreedor
pagado (arts. 768 y 771).
f) La subrogación opera todos sus efectos por el solo hecho del pago; en cambio la
cesión no produce efectos respecto de terceros sino desde el momento en que se ha
notificado al deudor cedido.
479. Carga de la prueba.— La carga de la prueba (onus probandi) recae sobre quien
invoca el hecho; así, el actor debe acreditar por cualquiera de los medios legales los
hechos en que funda su acción; a su vez, el demandado debe probar sus excepciones o
defensas. La falta de prueba lleva implícito el rechazo de la acción instaurada o de las
defensas opuestas, en su caso.
480. Medios de prueba.— Los medios de prueba de que pueden valerse las partes son
los siguientes:
a) La confesión del demandado (o del actor, si se tratara de una defensa opuesta por el
demandado), que puede ser judicial , vale decir, prestada en el juicio mismo, o
extrajudicial; este último tipo de confesión se llama también reconocimiento y será
estudiado en los números siguientes.
b) La prueba instrumental , sea que se trate de instrumentos públicos o privados.
c) Los peritos , que dictaminan acerca de las cuestiones propuestas por las partes. Así,
por ejemplo, en un juicio por reparación de daños y perjuicios originados en un
accidente de tránsito, los peritos médicos dictaminarán acerca de la importancia de las
lesiones, término que demandó la curación, etcétera; los peritos mecánicos valuarán el
monto de los daños sufridos por el automóvil, etcétera.
d) Los testigos , prueba importantísima de la que en muy contados juicios se prescinde.
Sin embargo, la imprecisión tan frecuente de las declaraciones, sus contradicciones, y
las no menos frecuentes falsedades, han obligado al legislador a dictar ciertas reglas
restrictivas. Así, por ejemplo, los contratos de más de cierta cifra no pueden probarse
solamente por testigos, la persona que ha firmado un documento en blanco tiene
derecho a probar que las declaraciones contenidas en él, no son las pactadas
originariamente; pero esa prueba no puede hacerse por testigos (art. 1017).
e) Las presunciones ; para que se las admita como prueba suficiente, deben ser graves,
precisas y concordantes .
f) La inspección ocular realizada por el juez en el lugar de los hechos y que le permite
comprobar personalmente ciertas circunstancias a veces decisivas en la dilucidación del
pleito.
Capítulo VII
Extinción de las Obligaciones
491. Enumeración de los modos de extinción.— El art. 724 dice que las obligaciones se
extinguen: a) por el pago ; b) por la novación ; c) por la compensación ; d) por la
transacción ; e) por la confusión ; f) por la renuncia de los derechos del acreedor ; g) por
la remisión de la deuda ; h) por la imposibilidad del pago . A estos modos enumerados
por el artículo citado pueden agregarse: a) el cumplimiento de la condición y del plazo
resolutorios ; b) la muerte o incapacidad del deudor , cuando se trata de obligaciones
intuitae personae , vale decir que no se transmiten a los herederos como, por ejemplo, la
contraída por un pintor de hacer un retrato; c) la quiebra del deudor .
En este último caso, el acuerdo alcanzado entre el deudor y sus acreedores, una vez
homologado judicialmente, acarreará la novación de todas las obligaciones con origen o
causa anterior al concurso (art. 55, ley 24.522), lo que implica la extinción de las
anteriores obligaciones y el nacimiento de otras nuevas con fuente en el acuerdo
alcanzado.
Suele también enumerarse entre los modos de extinción la prescripción ; pero, en
verdad, éste no es un modo de extinción de la obligación en sí misma, sino de la acción
del acreedor para reclamar su pago ante la Justicia.
Algo análogo puede decirse de la nulidad . No es un medio de extinción de las
obligaciones, sino una sanción en virtud de la cual se priva de sus efectos jurídicos a un
acto en razón de una causa originaria, es decir, contemporánea con la época de la
celebración.
§ 1.— Pago
494. Diferentes acepciones.— La palabra pago puede ser empleada en tres distintas
acepciones: a) Significa el cumplimiento por el deudor de la prestación debida, trátese
de una obligación de dar o de hacer. Así, por ejemplo, la entrega de un inmueble
prometida en un contrato de compraventa, la realización y entrega de un retrato, el pago
de una suma de dinero. b) Según una acepción más restringida, la palabra pago debería
limitarse al cumplimiento de las obligaciones de dar, no a las de hacer. c) Finalmente,
en la acepción vulgar (adoptada también por el Código Civil alemán, arts. 241 y sigs.),
pago designaría únicamente la entrega de una suma de dinero; en los demás casos,
trátese de obligaciones de dar o de hacer, habría cumplimiento de la obligación.
En nuestro Código, la palabra pago se emplea en el primero de los tres significados
indicados (art. 725).
495. Naturaleza jurídica.— La naturaleza jurídica del pago está muy controvertida en la
doctrina.
497. Pago con cosa ajena.— Si el deudor ha pagado su deuda con una cosa ajena, en
principio el pago es nulo. Sin embargo, la hipótesis plantea interesantes cuestiones que
conviene dilucidar por separado:
a) Respecto del solvens o pagador, el pago queda firme y no tiene derecho a repetir la
cosa del acreedor. Esta es la opinión predominante en nuestro derecho (Lafaille ,
Machado , Wayar ). En la doctrina francesa prevalece la opinión contraria, a la que
adhiere Salvat .
b) Respecto del acreedor pagado, no cabe duda que tiene derecho a demandar la
nulidad, puesto que tal pago no le permite gozar con confianza y con carácter definitivo
de la cosa pagada, desde el momento que está expuesto a la acción de reivindicación del
propietario.
c) En cuanto al propietario, tiene derecho a reivindicar la cosa, salvo que se trate de una
cosa mueble no robada ni perdida, en cuyo caso la acción de reivindicación queda
paralizada por lo dispuesto por el art. 2412. Pero, claro está, en cualquier caso tiene
contra el pagador la acción por indemnización de los daños y perjuicios.
499. Efectos del pago por terceros.— Hecho el pago por un tercero, ¿qué acciones tiene
contra el deudor primitivo? Hay que distinguir distintas hipótesis:
a) Pago hecho con el asentimiento del deudor : en tal caso, el que paga tiene contra él
las siguientes acciones: 1º) la de subrogación (art. 768, inc. 3º), por la cual se sustituye
al acreedor originario y tiene todas las acciones que éste tenía contra el deudor; 2º) la de
mandato , porque la conformidad del deudor implica una situación similar a la del
mandato (nota al art. 727).
b) Pago hecho en la ignorancia del deudor : tiene las siguientes acciones: la de
subrogación (art. 768, inc. 3º) y la que surge de la gestión de negocios (nota al art. 727).
c) Pago hecho contra la voluntad del deudor : en este caso hay que distinguir si se trata
de un tercero interesado o no en el pago. En el último caso, el pagador sólo tiene una
acción de empleo útil , vale decir, sólo podrá reclamar del deudor aquello en que le
hubiera sido útil el pago (art. 728).
Pero si el tercero fuere interesado en el pago, tendrá también la acción subrogatoria.
500. Pago hecho antes del vencimiento de la deuda.— Si el tercero hubiera hecho el
pago antes del vencimiento de la deuda, sólo tendrá derecho a ser reembolsado el día del
vencimiento (art. 727).
501. Capacidad para pagar.— Son capaces para pagar todas las personas que no estén
afectadas por alguna de las incapacidades establecidas en los arts. 54 y 55 del Código
Civil (art. 726 y su nota).
La aplicación rigurosa de esta regla significaría la nulidad del pago hecho por un
incapaz. Pero el pago es un hecho jurídico peculiar; consiste en el cumplimiento de lo
que se debe. Por lo tanto, no parece lógico autorizar al incapaz (o a su representante) a
repetir lo pagado, si acto seguido debe volver a pagarlo. Si es verdad que la medida es el
interés de las acciones, en nuestro caso el incapaz no podría invocar ningún interés en
apoyo de su acción de repetición. En consecuencia, el incapaz que ha pagado lo que
debe y en las condiciones debidas no puede repetir, a menos que demuestre tener un
interés legítimo en hacerlo.
Este interés existirá siempre que del pago, tal como ha sido hecho, pueda resultar un
perjuicio para el menor. Así ocurrirá si tratándose de una obligación alternativa o
genérica, el incapaz eligió la de mayor valor y con ella hizo el pago; o si pagó una
obligación de plazo no vencido.
502. Pago por insolvente.— El pago hecho por un insolvente es en principio válido.
Desde luego, no puede impugnarlo el propio solvens ; en cuanto a los terceros
interesados (los otros acreedores del pagador que ven disminuirse la posibilidad de
cobrar sus propios créditos), sólo podrán impugnarlo si demuestran que están reunidas
las condiciones legales de la acción revocatoria o pauliana.
503. Quiénes pueden recibir el pago.— Según el art. 731, el pago debe hacerse:
1º) A la persona a cuyo favor estuviere constituida la obligación si no hubiese cedido el
crédito, o a su legítimo representante, cuando lo hubiese constituido para recibir el pago,
o cuando el acreedor no tuviese la libre administración de sus bienes. El acreedor
originario es normalmente la persona que debe recibir el pago, a menos que haya cedido
el crédito, en cuyo caso el deudor que ha sido notificado de la cesión no podría pagarle
válidamente al cedente sino al cesionario. En cuanto al pago hecho al representante,
véase el nú mero siguiente.
2º) A cualquiera de los acreedores, si la obligación fuese indivisible o solidaria, si el
deudor no estuviese demandado por alguno de ellos . Es una simple consecuencia de la
indivisibilidad o solidaridad. Pero desde el momento en que uno de los acreedores ha
iniciado demanda y embargado el crédito, el pago debe hacerse a él.
3º) A cada uno de los coacreedores si la obligación fuese divisible y no solidaria . Va de
suyo que a cada uno habrá que pagarle en proporción a su parte en el crédito.
4º) Si el acreedor o coacreedor hubiere fallecido, a sus legítimos sucesores por título
universal, o a los herederos, según la cuota que les perteneciese, no siendo la obligación
indivisible . Si fuese indivisible, el pago debe hacerse a cualquiera de los herederos.
5º) A los cesionarios o subrogados, legal o convencionalmente .
6º) Al que presentase el título del crédito, si éste fuese de pagarés al portador, salvo el
caso de hurto o de graves sospechas de no pertenecer el título al portador . En este
último caso, la negativa a pagar al tenedor sólo podrá fundarse en haber recibido del
librador la notificación de la pérdida o que ésta sea de pública notoriedad, por ejemplo,
por haber tenido difusión periodística.
7º) Al tercero indicado para poder hacerse el pago, aunque lo resista el acreedor y
aunque a éste se le hubiese pagado una parte de la deuda . Es un caso de mandato
irrevocable, pues la persona indicada para recibir el pago, ha sido elegida por común
acuerdo de las partes. Nada obsta, empero, a que la deuda se pague directamente al
acreedor si ambas partes están de acuerdo en hacerlo así.
506. Pago hecho al tercero indicado en la obligación.— Según el art. 731, inc. 7º,
cuando en el título de la obligación se ha indicado un tercero para hacerse el pago, es en
la persona de éste que debe pagarse, aunque lo resista el acreedor . Esta estipulación era
conocida en el derecho romano como adjectus solutionis gratia . No se trata aquí del
mandatario común para recibir el pago; éste puede ser cambiado en cualquier momento
por el acreedor. Se trata del tercero que ostenta un mandato irrevocable, bien sea porque
fuera designado en interés común de acreedor y deudor, bien porque lo fuera en interés
común de acreedor y tercero, bien en interés exclusivo de éste.
En estos casos, el pago sólo podrá hacerse en el tercero designado, aunque lo resista el
acreedor.
¿Qué ocurre si muere el tercero designado para recibir el pago? El problema no es
susceptible de una solución general; es necesario tener en cuenta las circunstancias del
caso. Si el tercero ha sido designado en interés común de acreedor y deudor, es obvio
que ellos pueden ponerse de acuerdo en otra persona o en hacer directamente el pago al
acreedor. Si el tercero ha sido designado en el solo interés del acreedor, es éste quien
puede decidir quién ha de recibir el pago. Finalmente, si el tercero ha sido designado en
su interés personal, el pago ha de hacerse a sus herederos.
507. Pago hecho al poseedor del crédito.— El pago al que está en posesión del crédito,
es válido aunque después sea vencido en el juicio sobre la propiedad de la deuda (art.
732).
Aunque la ley habla de posesión del crédito, no ha de creerse que esta palabra está
tomada en su significado estricto; no se trata aquí de la posesión —derecho real—, sino
de la sustitución de quien ostenta un crédito o un derecho con verosimilitud de ser su
legítimo titular. Es el concepto de apariencia, no el de posesión, el que nutre el art. 732.
La solución legal viene impuesta sobre todo por razones de seguridad jurídica; en la
vida del derecho es menester muchas veces reconocer las situaciones aparentes y
hacerles producir efectos. De lo contrario, no habría confianza en el tráfico jurídico. Si
apreciadas las circunstancias de buena fe, y con la diligencia normal que debe ponerse
en los negocios, una persona aparece como titular del crédito, es lógico que el deudor
pueda desobligarse pagándole a ella, aunque más tarde resulte que no era el verdadero
titular. Ejemplos típicos de aplicación de esta norma son los siguientes: el pago de una
deuda hecho al legatario de un crédito, aunque después se anule el legado, o se lo
revoque por un testamento ulteriormente aparecido, al cesionario de un crédito aunque
luego la cesión resulte anulada, al detentador de un título al portador, salvo el caso de
hurto o de graves sospechas de no pertenecer el título al portador (art. 731, inc. 6º),
etcétera.
Para que el pago sea válido, deben reunirse estos requisitos:
a) Debe ser hecho de buena fe , vale decir, el deudor debe creer que el poseedor es el
verdadero acreedor. Si, por el contrario, pagara al poseedor sabiendo que no es el titular
del crédito, el pago no lo libera.
La buena fe del tercero poseedor del crédito es indiferente, porque el problema debe
juzgarse del ángulo del que paga y no del que recibe: lo que está en juego es, ya lo
hemos dicho, una cuestión de seguridad jurídica y la protección del pagador de buena
fe.
b) Que el accipiens se encuentre en la posesión del crédito; en este caso, la palabra
posesión equivale a tener un título aparente. Este derecho aparente es precisamente el
que justifica la solución excepcional de reconocer efectos liberatorios a un pago hecho
en la persona de quien realmente no es el acreedor; cuando el deudor, usando la
diligencia que se pone normalmente en el tráfico jurídico, ha podido razonablemente
pagar a quien lo hizo, es justo que el pago lo desobligue.
508. Pago a un tercero no autorizado.— En principio, el pago hecho a un tercero no
autorizado carece de todo valor. Empero, puede tener eficacia: a) si se hubiera
convertido en utilidad del acreedor, en cuyo caso es válido en la medida de la utilidad
(art. 733); de lo contrario, el acreedor vendría a enriquecerse a expensas de su deudor;
b) si el acreedor lo ratificase (art. 733), pues la ratificación equivale al mandato: el pago
será válido en su totalidad (art. 2304); c) si el que lo recibió adquiere posteriormente el
crédito, por ejemplo, si hereda al acreedor o éste le cede el crédito, o si el acreedor
hereda al que recibió la prestación.
Aunque el Código habla en esta disposición de nulidad del pago, no hay propiamente
tal, sino inoponibilidad . El pago, en efecto, conserva todo su valor respecto del
acreedor mismo y de sus otros acreedores no embargantes o no prendarios. Solamente
es inválido respecto de los embargantes o prendarios y ellos tienen derecho a reclamar
del solvens un nuevo pago hasta satisfacer sus créditos, porque el pago hecho
anteriormente les es inoponible. Y si se diera esta hipótesis, es decir, si el deudor se
viera en la necesidad de pagar dos veces, tiene derecho a reclamar del acreedor la
restitución de lo que le pagó a él (art. 736).
510. Capacidad para recibir el pago.— Para poder recibir válidamente el pago es preciso
tener capacidad para administrar los bienes (art. 734). Se trata de una medida tuitiva; se
procura evitar que el pago vaya a dar a manos de quien no tiene discernimiento
(dementes, menores impúberes, sordomudos que no saben darse a entender por escrito)
o desarrollo mental suficiente (menores adultos, emancipados) o que por otros motivos
se encuentre en inferioridad de condiciones para administrar sus bienes (penados), con
el consiguiente peligro de que lo dado en pago sea invertido desatinadamente.
Los inhabilitados no son incapaces y, por lo tanto, tienen aptitud para recibir el pago.
Los pagos hechos a un incapaz no son totalmente ineficaces; ellos serán válidos en la
medida en que se hubieran convertido en su utilidad (art. 734).
511. Incapacidad sobreviniente.— Dispone el art. 735 que si el acreedor capaz de
contraer la obligación se hubiese hecho incapaz de recibir el pago, el deudor que
sabiendo la incapacidad sobreviniente se lo hubiese hecho, no extingue la obligación .
Esta disposición contempla una hipótesis singular: la de una persona capaz de contraer
la obligación y que luego, entre ese momento y el del pago, deviene incapaz. El Código
se aparta de la solución general según la cual el pago hecho a un incapaz es nulo; por el
contrario, en esta situación lo considera válido, a menos que el pagador supiera que el
acreedor había caído en incapacidad.
Es una solución fundada en una razón de seguridad jurídica y de protección del pagador
de buena fe. Cuando se ha contratado con una persona capaz y no se tiene noticias de
que haya caído en interdicción, la buena fe y la confianza en los negocios exige
atribuirle carácter definitivo al pago.
El que pretende la nulidad del pago debe probar la mala fe del pagador.
514. Dónde debe pagarse la obligación.— Para precisar el lugar donde debe ser pagada
la obligación es necesario atenerse, ante todo, a la voluntad de las partes. Si éstas
hubieran designado el lugar , la obligación deberá cumplirse allí. Esa designación puede
hacerse en forma expresa o tácita ; ejemplo de esta última sería un contrato por el cual
una persona asume la administración de una estancia, de un establecimiento comercial,
etcétera. Es evidente que deberá cumplir sus obligaciones en el lugar en que está situado
el establecimiento.
El lugar de pago puede ser designado en el contrato o posteriormente. Por último,
aunque se hubiera designado un lugar determinado, el acreedor puede aceptarlo en
cualquier otro, si el deudor quisiera hacerlo allí.
515.— Para el caso de que no hubiera lugar designado en el contrato, la ley fija el lugar
de pago, distinguiendo diversas hipótesis:
518. Caso en que existe plazo fijado.— Si el plazo está fijado en la obligación (que es,
desde luego, la hipótesis normal), el pago debe ser hecho el día del vencimiento (art.
750).
Como en nuestro derecho el plazo se reputa establecido tanto en favor del acreedor
como del deudor, el primero puede rechazar un pago que quisiera hacerse antes del
vencimiento (art. 570). En la legislación comparada prevalece el sistema de considerar
el plazo como un beneficio otorgado al deudor y autorizar a éste a liberarse de su
obligación tan pronto como le sea posible, aunque todavía no haya vencido el término, a
menos que el contrato resulte expresa o tácitamente que éste fue convenido en beneficio
de ambas partes (Código francés, art. 1187; italiano, art. 1184; alemán, art. 271; de las
obligaciones suizo, art. 81; portugués, art. 779; venezolano, art. 1214).
Es claro que en ningún caso sería admisible la pretensión del deudor de que se le hiciera
una quita en razón de ofrecer el pago adelantado, sin perjuicio de que el acreedor acepte
tal propuesta si conviene a sus intereses.
519.— Pero si el deudor hubiera pagado antes del vencimiento, no tiene derecho a
repetir lo pagado (art. 791, inc. 1º) a menos que el pagador sea incapaz (véase nº 501).
La ley 17.711 suprimió la contradicción que antes existía entre el art. 791, inc. 1º y el
art. 571, 2º ap., que disponía que el pago hecho antes del plazo fijado permitía repetir lo
pagado si el deudor ignoraba la existencia del plazo. Esta disposición fue derogada.
520.— Es preciso agregar que existen algunas hipótesis de caducidad del plazo, en las
cuales la obligación se hace exigible antes del término fijado. Sobre el punto remitimos
a lo dicho en el número 436.
523. Facultad de pagar cuando el deudor pueda.— Suele ocurrir con alguna relativa
frecuencia que el acreedor deje supeditado el cumplimiento de las obligaciones del
deudor para cuando éste pueda, o mejore de fortuna . Se discute en doctrina si se trata
de una obligación condicional o plazo. Hemos tratado el problema en el número 430, al
que remitimos. El art. 620 dispone que en tal caso los jueces fijarán el término en que
debe cumplir el deudor; pero, naturalmente, primero será preciso demostrar que su
fortuna ha mejorado o que ha caído en quiebra, o que ha fallecido.
524. Regla general.— Los gastos del pago deben ser soportados por el deudor, puesto
que el acreedor debe recibir íntegramente lo debido, sin disminución alguna.
En los contratos bilaterales en que ambas partes tienen obligaciones a su cargo, el
principio general es que cada parte debe cargar con los gastos inherentes al
cumplimiento de sus propias obligaciones. Hay contratos, sin embargo, en que una de
las partes asume obligaciones exclusivas o principalmente en interés de la otra parte.
Así ocurre, por ejemplo, en el mandato o en el depósito. Es justo que en estos casos los
gastos ocasionados al mandatario o depositario por el cumplimiento de sus obligaciones
corran por cuenta del mandante o depositante. Así lo disponen los ar ts. 1948 y 2224.
De más está decir que las partes podrían acordar otra cosa en sus contratos. Estas reglas
son simplemente supletorias.
526.— Pero a veces, el pago tiene otros efectos accidentales muy importantes:
528. Concepto.— Puede ocurrir que el acreedor no quiera (por ej., por pretender que el
deudor le debe más de lo que le pretende pagar) o no pueda (por estar ausente o ser
incapaz) recibir el pago que el deudor quiere hacer. En tal caso, la ley ha establecido un
procedimiento especial que le permite al deudor liberarse: es el depósito judicial de lo
que se debe.
Toda consignación importa un juicio en el que debe darse intervención al acreedor
demandado; si éste acepta el pago, el pleito queda allí concluido; pero si lo rechaza, el
juez debe decidir si el pago está bien o mal hecho. Estos pleitos son frecuentes y suelen
esconder otro conflicto de intereses mucho más importante que el pago en sí mismo; así,
por ejemplo, la persona que sin haber firmado con el propietario un contrato de
locación, consigna alquileres, está interesada en que se acepte dicha consignación, pues
con ello quedará reconocido su derecho de inquilino.
529. Casos en que procede.— Según el art. 757, la consignación puede tener lugar: 1º)
cuando el acreedor no quisiera recibir el pago ofrecido por el deudor ; 2º) cuando el
acreedor fuese incapaz de recibir el pago al tiempo en que el deudor quisiere hacerlo ;
esta disposición debe entenderse aplicable al caso en que el incapaz carezca de
representantes legales conocidos, pues si los tuviere, el pago debe hacerse a ellos; 3º)
cuando el acreedor estuviese ausente ; como en el caso anterior, la ley supone que no
hubiera dejado representante o no se le hubiere designado curador; 4º) cuando fuese
dudoso el derecho del acreedor a recibir el pago y concurrieren otras personas a exigirlo
del deudor, o cuando el acreedor fuese desconocido . Es posible, en efecto, que varias
personas pretendan tener derecho a cobrar el crédito. Para el deudor que quiere pagar,
éste es un problema que no le interesa y que debe dilucidarse entre los distintos
pretendidos acreedores, pero no con el deudor que quiere pagar. El se libera haciendo la
consignación; 5º) cuando la deuda fuese embargada o retenida en poder del deudor y
éste quisiere exonerarse del depósito ; 6º) cuando se hubiese perdido el título de la
deuda : el deudor no sabe quién reclamará o quién tendrá derecho al crédito; él se
desobliga consignando; 7º) cuando el deudor del precio de inmuebles adquiridos por él,
quisiera redimir las hipotecas con que se hallasen gravados . La ley le reconoce el
derecho de liberar su propiedad de todo gravamen y el medio natural para hacerlo es la
consignación.
Naturalmente, aun después del consentimiento del acreedor el retiro sería posible si
mediare conformidad de ambos; sin embargo, si el retiro resultare en perjuicio de sus
codeudores o fiadores, ni aun con la conformidad del acreedor demandado puede
retirarse (art. 762). En otras palabras, aceptado el pago o declarado judicialmente válido,
los acreedores pueden oponerse a que el deudor lo retire; en cuanto a los fiadores, ellos
quedan liberados desde el momento en que el acreedor da su conformidad para que el
deudor retire lo consignado (art. 763).
533. Riesgos de la cosa.— Supongamos ahora que la cosa se haya perdido antes de la
aceptación del acreedor o la aprobación judicial. Como hasta este momento no hay
transmisión de la propiedad, parecería que los riesgos deben pesar sobre el consignante.
Sin embargo, por razón del efecto retroactivo de la sentencia que se dicta en el juicio de
consignación, habrá que esperar el resultado del juicio: si de él resulta el rechazo de la
consignación, la cosa se pierde para el consignatario; si la demanda es acogida, la cosa
se perderá para el acreedor demandado.
534. Intereses.— La consignación hace cesar el curso de los intereses desde el momento
de la notificación de la demanda.
535.Gastos y costas judiciales.—Según el art. 760, los gastos y costas judiciales son a
cargo delacreedor: a) si no impugnase la consignación; b) si habiéndola impugnado,
fuere declarada procedente. Por el contrario, serán a cargo deldeudor: a) cuando retirase
el depósito; b) cuando la consignación fuere declarada improcedente.
Esta disposición coincide sustancialmente con la norma de los códigos procesales que
imponen las costas al vencido; pero a diferencia del Código Civil, los códigos
procesales autorizan al magistrado a eximirlo de ellas cuando así lo aconsejaren razones
de equidad. Se presenta así la cuestión de si el juez está o no autorizado en los juicios de
consignación a eximir de costas al vencido. La jurisprudencia está dividida. Según
algunos fallos, debe predominar siempre el Código Civil en su carácter de legislación de
fondo, común a todo el país, que no puede ser derogada por las leyes locales. Según otra
corriente jurisprudencial, el juez está autorizado a aplicar las normas procesales que
permiten eximir de las costas al vencido: a) porque la materia es de orden procesal, en
cuyo ámbito la Constitución ha reservado potestades legislativas a las legislaturas
locales; las normas de fondo que invaden esa materia deben ceder ante las leyes
provinciales; b) porque independientemente de este problema de supremacía de unas
leyes sobre otras, hay que admitir que, en todo caso, el art. 760 no hace sino sentar un
principio general, cuya reglamentación compete a las leyes locales; y éstas han podido,
sin contrariar la regla, establecer una excepción para el caso de que razones de equidad
lo impongan. Adherimos sin vacilaciones a esta última tendencia.
536. Reglas especiales relativas a las obligaciones de dar cosas ciertas.— Hasta aquí
hemos supuesto el caso común de las obligaciones de dar sumas de dinero; el depósito
se hará en el banco oficial, ya sea nacional o provincial, a la orden del juez y como
perteneciente al juicio de consignación que se sigue.
Pero supongamos ahora que se trata de una cosa cierta : un caballo, un automóvil, un
cargamento de hierro, trigo, etcétera. El art. 764, previendo el caso, dispone que si la
deuda fuere de dar cuerpo cierto que debe ser entregado en el lugar en que se encuentra,
el deudor debe hacer intimación judicial al acreedor para que lo reciba; y desde entonces
la intimación surte todos los efectos de la consignación.
Si el acreedor no lo recibe, el deudor podrá: o bien conservarlo en su poder como
depositario, o bien depositarlo en otro lugar. En cualquier caso, los gastos del depósito,
así como los riesgos de la cosa, corren por cuenta del acreedor.
Si la cosa se hallare en otro lugar que aquel en que debe ser pagada, los gastos del
traslado son a cargo del deudor; recién entonces podrá hacer la intimación al acreedor
para que la reciba (art. 765).
537. Reglas relativas a las obligaciones de dar cosas inciertas.— Si la cosa debida fuese
indeterminada y a elección del acreedor, el deudor debe hacerle intimación judicial para
que haga la elección. Si rehusare hacerla, el deudor podrá ser autorizado por el juez para
verificarla. Hecha ésta, el deudor debe hacer la intimación al acreedor para que la
reciba, como en el caso de la deuda de cuerpo cierto (art. 766).
Naturalmente, si la elección estaba a cargo del deudor, ningún problema hay, pues él la
hace y la obligación queda convertida en una de dar cuerpo cierto.
538. Obligaciones de hacer y no hacer.— La consignación no se concibe sino cuando la
obligación consiste en la entrega de una cosa. Cuando el deudor ha prometido su trabajo
y el acreedor se niega a recibirlo (por ej., el administrador de una estancia a quien el
dueño le impide la entrada al establecimiento, el abogado que es sustituido por otro en
el patrocinio de un juicio, etc.), el deudor no tiene otro medio de liberarse de su
responsabilidad eventual que demandando al acreedor por cumplimiento de contrato,
ofreciendo cumplir por su parte sus obligaciones.
539. Concepto; distintos casos.— Puede ocurrir que entre acreedor y deudor existan
varias obligaciones y que el segundo entregue una suma que no las cubre totalmente: ¿a
qué deuda se imputará ese pago?
La ley admite tres soluciones, según los casos: a) que la elección corresponda al deudor;
b) que corresponda al acreedor; c) que sea hecha por disposición de la misma ley.
544. Carga de la prueba.— La prueba del pago corresponde a quien lo invoca; no es ésta
sino la aplicación del principio general en materia de prueba. En consecuencia, será el
deudor quien deberá acreditarlo.
a) Según una primera teoría, el art. 1193 rige también con relación al pago, lo que
significa que no puede probarse por testigos ni por presunciones si excediera de diez mil
pesos (a la época de la legislación) a menos que se tratara de alguna de las situaciones
previstas en el art. 1191.
b) Pero ha terminado por prevalecer un criterio amplio. La limitación del art. 1193 no es
aplicable al pago: 1) porque no se trata de un contrato (y el art. 1193 se refiere
específicamente a éstos), sino de un acto jurídico; 2) porque el art. 1191 permite que se
prueben por cualquier medio aquellos contratos en los que ha habido principio de
cumplimiento; y es obvio que ese principio de cumplimiento debe poder probarse por
cualquier medio (incluso testigos y presunciones), porque de lo contrario la disposición
carecería de sentido. En suma, el pago puede probarse sin restricción legal alguna.
Pero una cosa es la amplitud con que debe admitirse todo género de pruebas sin
sujeción a las limitaciones del art. 1193, y otra el criterio con que esa prueba debe ser
valorada por el juez. No hay que olvidar que el deudor tiene siempre a su disposición un
medio excelente de prueba que es el recibo; que el otorgamiento del recibo está en la
práctica de los negocios; que, por lo tanto, el deudor que podía haber exigido el recibo y
no lo ha hecho, debe cargar con el peso de su propia incuria o negligencia. Pensamos,
por tanto, que el juez debe examinar la prueba del pago que no conste en el recibo con
un criterio severo y restrictivo.
La misma razón de seguridad jurídica que nos mueve a sostener la severidad en la
apreciación de la prueba del pago, ha inducido al legislador a exigir que dicha prueba
sea documentada para hacer viable la excepción del pago en el juicio ejecutivo (art. 544,
inc. 6º, Cód. Proc. Civ. y Com. de la Nación).
546. El recibo.— Este es el medio normal de prueba del pago; el deudor tiene, por tanto,
derecho a exigirlo para munirse de la prueba de que ha cumplido con sus obligaciones.
Y si el acreedor no lo quisiere dar, el deudor deberá consignar el pago.
a) Forma y contenido .— Carece de toda exigencia formal, como no sea la firma del
acreedor o su representante. Pero conviene que especifique con la mayor claridad
posible no sólo la suma o cosa pagada, sino también la deuda que se paga, la fecha,
etcétera.
b) Valor probatorio.— Entre las partes, el recibo tiene pleno valor, sea hecho por
instrumento público o privado. La circunstancia de encontrarse el recibo en poder del
deudor, de su mandatario o nuncio o de un tercero a quien aquél lo entregó, hace
presumir la realización del pago. El acreedor que sostenga que, no obstante ello, el pago
no se ha hecho efectivo (por ej., porque el recibo le fue sustraído o arrancado con
violencia o fraude), debe probarlo .
¿El recibo prueba la verdad de la fecha respecto de terceros?
Como principio pensamos que debe hacerse la siguiente distinción: si los terceros
actúan en ejercicio de la acción de su deudor (por ej., acreedores que ejercen la acción
subrogatoria), la fecha cierta no es necesaria para que el deudor pueda oponerles la
validez del pago. En cambio, si actúan en ejercicio de un derecho propio, ella sería
necesaria. Pero no creemos que esta regla pueda aplicarse rígidamente. Como dice Galli
, ella puede resultar excesivamente rigurosa y hasta injusta aplicada respecto de ciertos
deudores que con toda normalidad han satisfecho su deuda y tienen documentado el
pago en instrumento sin fecha cierta, por tratarse de deudas en las que es costumbre
unánime extender un comprobante simple, que no siempre se protocoliza ni registra.
Así, por ejemplo, los obreros contratados por el empresario y los proveedores de
materiales tienen acción directa contra el dueño de la obra por cobro de sus créditos,
pero sólo hasta la concurrencia de la suma debida por el dueño al empresario (art.
1645); según la solución predominante, que por nuestra parte compartimos, los recibos
sin fecha cierta suscriptos por el empresario pueden ser opuestos a los obreros y
contratistas.
En suma, la exigencia de fecha cierta como condición de validez del recibo respecto de
terceros debe apreciarse con criterio eminentemente circunstancial.
c) Recibo por saldo .— Cuando se extiende recibo por saldo, se entiende que han
quedado pagadas todas las obligaciones pendientes a la fecha en que se otorgó el recibo.
d) Recibos en caso de prestaciones periódicas .— Tratándose de prestaciones
periódicas, el recibo de un período hace presumir el pago de todos los anteriores, salvo
prueba en contrario (art. 746). Así ocurre con el pago de alquileres, de intereses con
vencimientos periódicos, sueldos, etcétera.
Esta regla, sin embargo, no rige respecto del pago de impuestos o tasas fiscales, en cuyo
caso el recibo de un período no hace presumir el pago de los anteriores. Son, sobre todo,
razones prácticas las que han impuesto esa solución; si el recibo del pago del último
período supusiera la presunción de pago de los anteriores, el error de cualquier
empleado de las oficinas perceptoras, explicable por la extraordinaria acumulación de
trabajo que suelen padecer en las épocas de vencimiento, podría traducirse en enormes
pérdidas para el Fisco. Sin perjuicio de lo expresado, es importante señalar que las
empresas prestatarias de servicios públicos domiciliarios deben consignar en cada
factura si existen deudas pendientes, considerándose su omisión como presunción de
que no las hay (art. 30 bis, ley 24.240, ref. por ley 24.787).
546.1 Límites al valor probatorio del recibo.— En el número anterior hemos hecho
referencia al valor probatorio del recibo, tanto entre las partes como respecto de
terceros. La cuestión no generaba más controversia que la vinculada con la prueba de la
verdad de la fecha, como ya se ha dicho.
Ahora bien, en el año 2000, en los orígenes de la severa crisis que estalló en nuestro
país en diciembre de 2001, se dictó la ley 25.345 (luego reformada por la ley 25.413 y el
decreto 363/02) que dispuso que no surtirán efectos entre partes ni frente a terceros los
pagos totales o parciales de sumas de dinero superiores a pesos mil, o su equivalente en
moneda extranjera ... que no fueran realizados mediante: 1. Depósitos en cuentas de
entidades financieras. 2. Giros o transferencias bancarias. 3. Cheques o cheques
cancelatorios. 4. Tarjetas de crédito, compra o débito. 5. Factura de crédito. 6. Otros
procedimientos que expresamente autorice el Poder Ejecutivo Nacional. Quedan
exceptuados los pagos efectuados a entidades financieras o aquellos que fueren
realizados por ante un juez nacional o provincial en expedientes que por ante ellos
tramitan (art. 1).
En síntesis, la ley dispuso que los pagos, superiores a mil pesos, hechos a través de
medios no financieros o bancarios, carecerían de valor tanto entre las partes como
respecto de terceros.
El objetivo perseguido era fiscal; esto es, se obligaba a bancarizar la economía y,
paralelamente, se disponía que todos los depósitos y extracciones bancarias debían
tributar un impuesto equivalente al 0,6% del valor en juego (art. 1º, ley 25.413, ref. por
ley 25.453).
Sin embargo, ¿es posible predicar, en términos jurídicos, que el pago de una suma
superior a mil pesos, en efectivo, carece de valor, a pesar de haberse otorgado el recibo
correspondiente? La respuesta es necesariamente negativa. El pago, en estas
condiciones, es válido y cancela la obligación existente; de lo contrario, se ampararía un
claro supuesto de enriquecimiento ilícito del acreedor, reconociéndole el derecho a
exigir nuevamente el pago, a pesar del recibo ya otorgado y desconociendo, por tanto,
su propio acto anterior. El pago realizado mediante una vía no autorizada por la ley
25.345 sólo faculta al Estado Nacional a promover la acción por cobro del impuesto no
pagado; pero de ninguna manera, podrá afirmarse que el pago de la obligación principal
carece de valor entre las partes y respecto de terceros por el hecho de no haberse usado
la vía financiera o bancaria.
550. Distintas especies.— La subrogación puede ser legal , es decir, dispuesta por la
misma ley, o convencional , esto es, derivada del acuerdo de las partes. A su vez, esta
última puede derivar de un acto del acreedor o del deudor. Nos ocuparemos de ellas en
los párrafos siguientes.
551. Subrogación legal: distintos casos.— Hay subrogación legal cuando el pagador
sustituye al acreedor pagado en todos sus derechos y acciones, por la sola disposición de
la ley y sin necesidad de conformidad del acreedor o del deudor.
555. Concepto y principios aplicables.— Cuando se paga algo que no se debe, la ley
concede a quien pagó el derecho de repetir lo pagado. Es una solución de elemental
equidad, fundada en el principio más general de que nadie puede enriquecerse sin causa
a costa de otro.
El pago sin causa se rige por los principios generales relativos al enriquecimiento sin
causa.
Esta distinción ha pasado sin mayor análisis a algunas legislaciones modernas, entre
ellas nuestro propio Código. Es, en verdad, enteramente inútil. En el fondo, no es sino
una clasificación de los distintos motivos por los cuales una persona puede pagar algo
que no debe. Pero en todas el problema es idéntico: el pago realizado sin una causa
jurídica válida. Y, naturalmente, los efectos son iguales en todos los casos.
557. Pago por error; distintas hipótesis.— El que por un error de hecho o de derecho se
creyere deudor y entregase alguna cosa o cantidad en pago, tiene derecho a repetirla del
que la recibió (art. 784).
Según la opinión corriente debe tratarse de un error excusable , pues éste es el único
error que puede dar lugar a la nulidad de un acto, según el art. 923. A nuestro juicio,
ésta no es sino una expresión más de la confusión que impera en torno a la teoría del
error. Se parte de la creencia de que el fundamento de la nulidad del pago es el error.
Pero no es así: el único fundamento de la repetición es el principio de que nadie puede
enriquecerse sin causa a costa de otro. Es por ello que no importa que el error sea
dehechoo dederecho, excusable o no. Lo que interesa es que se pagó lo que no se debe.
Si la ley alude al error, es porque se propone puntualizar que no es repetible el pago
realizado a designio por quien sabe que no es deudor; en tal caso, en efecto, habría una
liberalidad, un acto realizado conanimus donandi.La palabrapagodisimularía una
donación. Es lógico, pues, que tal cosa o cantid ad no pueda repetirse del que la recibió.
Pero si no hay tal animus donandi , si el pago se hizo porque el solvens se creía deudor,
entonces la repetición procede.
Un ejemplo demuestra palmariamente nuestro aserto. Supongamos que una persona
tiene dos acreedores: Juan y Pedro, a cada uno de los cuales debe $ 20.000. Pero Juan
tiene título ejecutivo, es un acreedor intolerante que amenaza con la ejecución o con el
pedido de quiebra; Pedro, en cambio, es más comprensivo y no urge el pago. Ante las
exigencias de Juan, el deudor reúne penosamente la cantidad debida y se la envía con un
empleado; pero éste, por error, le paga a Pedro en vez de a Juan. El pago ha sido hecho
por error; pero si luego el deudor quisiera repetirlo de Pedro para pagarle a Juan (que es
el acreedor exigente y peligroso), no podría hacerlo porque el pago tiene causa.
Esto explica también por qué el pago de una obligación natural, hecho por una persona
en la creencia errónea de que le era exigible, no puede ser repetido. Se ha pagado por
error, pero se ha pagado una obligación que tiene causa. Basta con ello para hacerlo
irrepetible.
No es, por tanto, este artículo, como generalmente se piensa, una excepción al principio
del art. 923, según el cual el error de derecho no es una causal de nulidad de los actos
jurídicos. Pues, repetimos, no es el error de derecho el fundamento de la nulidad del
pago o, para hablar con mayor precisión, de la repetición de lo pagado, sino la falta de
causa.
558.— El art. 790 enumera distintas hipótesis en que procede la repetición del pago
realizado por error: 1º) si la obligación fuese condicional y el deudor pagase antes del
cumplimiento de la condición; 2º) si la obligación fuese de dar cosa cierta y el deudor
pagase al acreedor entregándole una cosa por otra; en tal caso tendría derecho a repetir
lo pagado, sin perjuicio de que subsista su obligación de cumplir lo prometido; 3º) si la
obligación fuese de dar una cosa incierta y sólo determinada en su especie o si la
obligación fuese alternativa y el deudor pagase en la suposición de estar sujeto a una
obligación de dar una cosa cierta o entregando al acreedor todas las cosas comprendidas
en la alternativa; 4º) si la obligación fuese alternativa compitiendo al deudor la elección
y él hiciese el pago en la suposición de corresponder la elección al acreedor; 5º) si la
obligación fuese de hacer o no hacer y el deudor pagase prestando un hecho por otro, o
absteniéndose de un hecho por otro; 6º) si la obligación fuese divisible o simplemente
mancomunada y el deudor la pagase en su totalidad como si fuese solidaria.
Esta enumeración no es limitativa; pueden citarse como ejemplos típicos de pago por
error el realizado a una persona que no es el verdadero acreedor o a quien se cree tiene
poderes suficientes del acreedor para recibir el pago, cuando no es así; o el pago
realizado por quien se cree deudor y no lo es.
559.— En cambio, no hay lugar a repetición del pago en los siguientes casos de error:
1º) cuando la obligación fuere a plazo y el deudor pagase antes de su vencimiento; 2º)
cuando se hubiere pagado una deuda que ya estaba prescripta; 3º) cuando se hubiere
pagado una deuda cuyo título era nulo, o anulable por falta de forma, o vicio en la
forma; 4º) cuando se pagare una deuda que no hubiese sido reconocida en juicio por
falta de prueba; 5º) cuando se pagare una deuda cuyo pago no tuviese derecho el
acreedor a demandar en juicio, vale decir, una obligación natural; 6º) cuando con pleno
conocimiento se hubiere pagado la deuda de otro (art. 791).
En los cinco primeros casos la deuda existe, aunque todavía no fuera exigible (caso del
plazo no vencido) o ya hubiere dejado de serlo (incs. 2º a 5º). En el inc. 6º se trata o
bien de una liberalidad o bien de un pago con subrogación: en ambos casos lo pagado
tiene una causa jurídica y deja de ser repetible.
560.— El art. 785 prevé la siguiente hipótesis: una persona creyéndose deudora de una
obligación ajena la paga, obtiene del acreedor el título de la deuda (contrato, pagaré,
etc.) y lo destruye . En tal caso no puede ya repetir lo pagado, porque entonces el
acreedor se quedaría sin el documento que le permitiría reclamar el pago del verdadero
deudor. Al pagador sólo le queda una acción contra este deudor originario para
reclamarle el importe de lo pagado, por efecto de la subrogación. La dificultad de probar
la deuda pesará entonces sobre él, que imprudentemente destruyó el título que la
documentaba.
561. Pago sin causa.— La hipótesis pura de pago sin causa, es decir, de pago realizado
sin ninguna motivación, es poco menos que imposible de concebir. Sería, dice con razón
Colmer de Santerre , un acto de locura. En la práctica, la falta de causa obedece siempre
a dos razones: o que el que pagó se creía deudor y no lo era (falta de causa por error) o
que la causa era ilícita o contraria a las buenas costumbres.
562. Pago por causa ilícita.— Se reputa sin causa el pago hecho en virtud de una
obligación cuya causa fuere ilícita o contraria a las buenas costumbres (arts. 794 y 795).
Aquí el derecho de repetición se funda en la nulidad de tales obligaciones inmorales o
ilícitas; el pago vendría a quedar sin causa.
Sin embargo, si hubiera torpeza por ambas partes, no habrá lugar a la repetición (art.
795). Es una consecuencia del principio de que nadie puede invocar su propia torpeza o
inmoralidad para accionar en derecho.
En lo que atañe al concepto de actos o contratos inmorales, remitimos a nuestro Tratado
de Derecho Civil. Parte General , t. II, números 859 y siguientes.
563. Pago obtenido por medios ilícitos.— También será repetible el pago obtenido por
medios ilícitos (art. 792). Ya no se trata aquí de un pago sin causa, pues, en verdad, el
pagador debía lo que pagó; sino que es necesario evitar que las personas se hagan
justicia por su propia mano. Así, el acreedor no puede, mediante violencia, obligar a su
deudor a que le pague; para ello tiene las vías legales. Si no las utiliza, si prefiere echar
mano de la violencia o del engaño, procede ilícitamente y debe devolver lo que se le
pagó. Sin perjuicio, naturalmente, de su derecho de accionar posteriormente contra el
deudor para reclamar el cumplimiento de la obligación contraída.
2.— Efectos
565. Efectos entre las partes.— El efecto fundamental del pago indebido es el derecho
del solvens de repetir lo que pagó. Empero, hay que distinguir dos situaciones: que el
que recibió el pago sea de buena o mala fe.
a) Buena fe .— El que recibió el pago de buena fe está obligado a restituir igual
cantidad que la recibida o la cosa que se le entregó y debe ser ejecutado como poseedor
de buena fe (art. 786). En consecuencia: no deberá intereses sobre las sumas de dinero;
debe los frutos pendientes, pero no los consumidos o percibidos; no es responsable de la
destrucción o deterioro de la cosa por caso fortuito, ni tampoco de los causados por un
hecho suyo; debe únicamente el provecho que hubiere obtenido, por ejemplo, el
producido de la venta de los restos o ruinas, y sólo está obligado a entregar la cosa en el
estado en que se encuentra (art. 2431).
La buena fe consiste en la creencia razonable de ser acreedor del que pagó.
b) Mala fe .— El que recibió el pago sabiendo que no era acreedor del que pagó es
reputado como poseedor de mala fe (arts. 788 y 789). En consecuencia, debe restituir la
cosa pagada y además sus intereses y los frutos que hubiera percibido o que hubiera
podido percibir desde el momento en que se realizó el pago; es responsable por el
deterioro o pérdida de la cosa aunque se hubieran producido por caso fortuito o fuerza
mayor, a no ser que el daño se hubiera producido igualmente estando la cosa en poder
del que realizó el pago (art. 789).
567. Efectos respecto de terceros adquirentes.— Puede ocurrir que el que recibió una
cosa en pago la haya enajenado a un tercero. Si la cosa es mueble no hay problema,
pues el tercero queda protegido contra toda acción reivindicatoria por el art. 2412. Si
fuera inmueble, el art. 787 dispone que el que realizó el pago puede reivindicarla del
tercero subadquirente, sea éste a título oneroso o gratuito. Pero esta disposición ha
quedado modificada por el nuevo art. 1051 (ley 17.711), según el cual los terceros
subadquirentes de buena fe y por título oneroso quedan a cubierto de cualquier acción
del propietario originario, sea el acto nulo o anulable. En consecuencia, la nulidad del
pago de lo que no se debe no afecta a los subadquirentes de buena fe y por título
oneroso.
3.— Obligaciones putativas
569-574. Principios aplicables.— Así como puede pagarse sin causa, así también puede
liberarse sin causa. Es el caso del acreedor no pagado, que creyendo hecho el pago,
libera al deudor.
Es obvio que, demostrado que la deuda no se ha pagado, el acreedor conserva todos sus
derechos. Por consiguiente, si la deuda estuviere vencida, podrá demandar el pago; si no
estuviere vencida, podrá demandarlo al deudor para que le otorgue un nuevo título de la
deuda; y si el deudor se negase, servirá de nuevo título la sentencia que se pronuncie en
su favor (art. 798).
576. Casos en que procede.— Según el art. 800, el acreedor está obligado a conceder
este beneficio:
578. Condiciones de ejercicio del derecho al beneficio.— Para que proceda la acción
para reclamar este beneficio, es necesario que se llenen las siguientes condiciones:
a) Es necesario que el deudor sea de buena fe . Este requisito sólo es exigido en forma
expresa en el supuesto del inc. 6º, pero a nuestro juicio debe generalizarse a todos los
acreedores que lo pretenden. Quien ha procedido con malicia no puede merecer la
protección de los jueces.
b) Que el deudor carezca de bienes suficientes para una modesta subsistencia. Si los
tiene, el beneficio es improcedente (arg., art. 799).
c) Que el acreedor no se encuentre en igual situación de indigencia. Si ambos se
encuentran en igual estado de necesidad, el beneficio no se justificaría.
579.— El beneficio de competencia es un derecho del deudor que, dados los
presupuestos legales, no puede ser negado por los acreedores. Por ello se ha decidido,
con razón, que el juez puede concederlo aun contra la voluntad de la junta de acreedores
y del síndico.
583. Requisitos.— Para que haya dación en pago deben estar reunidos los siguientes
requisitos:
a) Una obligación preexistente que se extinga por efecto de la dación en pago, requisito
sin el cual éste sería un pago indebido.
b) La entrega efectiva y actual de una cosa distinta de la debida. No basta la simple
promesa de pagar otra cosa, aunque esa promesa sea aceptada como modo de extinción
anterior. Eso sería novación.
El art. 779 agrega que la cosa entregada no debe consistir en una suma de dinero. Es un
requisito insólito, no exigido en la legislación comparada. Porque no hay duda que
ningún inconveniente existe en liberarse de una obligación dando una suma de dinero,
cuando se ha prometido una cosa o una prestación de servicios.
c) El consentimiento del acreedor ; en tanto el pago puede hacerse aun contra la
voluntad del acreedor que está obligado a recibirlo, la dación en pago requiere
indispensablemente su conformidad.
584. Naturaleza jurídica.— Se ha discutido la naturaleza jurídica de la dación en pago:
a) Para algunos, no es sino una forma peculiar del pago, un modo supletorio de
cumplimiento. Pero este punto de vista se hace pasible de serias objeciones: el pago
supone entregar exactamente lo que se prometió, en tanto que en la dación se entrega
una cosa distinta; el pago puede hacerse contra la voluntad del acreedor, mediante la
consignación, mientras que la dación requiere inevitablemente la conformidad de aquél.
b) Para otros lo que hay es una novación seguida de cumplimiento inmediato. Se admite
que hay pago, pero de la nueva obligación. La circunstancia de que la novación y el
cumplimiento de la nueva obligación se produzcan en el mismo instante, no elimina la
realidad del proceso jurídico.
c) Por nuestra parte, creemos que esta última teoría, si bien no ofrece inconvenientes
prácticos, los tiene en el plano teórico. Resulta excesivamente complicado y, a nuestro
juicio, falso, ver en la esencia de la dación en pago una novación. La voluntad de las
partes no está dirigida a novar (es decir, a sustituir una obligación por otra) sino a
extinguir una obligación preexistente. Nos parece más simple y exacto hablar de una
convención liberatoria de caracteres propios, que no puede ser identificada ni con el
pago propiamente dicho ni con la novación.
585. Capacidad.— La dación en pago puede ser aceptada por todas las personas capaces
de administrar sus bienes. Pero los representantes legales no pueden aceptar pago por
entrega de bienes (art. 782), regla prudente, destinada a evitar que el representado pueda
verse perjudicado por una dación de menor valor económico que la prestación
prometida (sin embargo, se admite que el representante legal pueda aceptar la dación
hecha en pago si ha sido autorizado judicialmente de manera expresa). Tampoco pueden
aceptarla los representantes convencionales que sólo tengan poderes generales de
administración o disposición de bienes; para poder aceptarla se hace necesario un poder
especial . Es también una garantía establecida en favor del mandante.
586. Efectos.— La dación en pago produce los efectos ordinarios del pago: extinción de
la obligación y consiguiente liberación del deudor con facultad para éste de exigir la
cancelación de los gravámenes y garantías: liberación, asimismo, de los fiadores o
codeudores solidarios.
Pero el pago extingue definitivamente la deuda anterior y, por lo tanto, sus accesorios
quedan también definitivamente extinguidos; esta conclusión se aplica especialmente a
las fianzas y a las hipotecas o prendas . Por consiguiente, aunque el que recibió la cosa
haya sido vencido por un tercero en el juicio de reivindicación, no podrá ya pretender
que reviva la fianza o la hipoteca. Así se desprende de los arts. 783 y 2050, no obstante
que la nota al art. 3198 indica la solución precisamente contraria respecto de la hipoteca.
§ 3.— Novación
589. Elementos de la novación.— Para que haya novación es necesario que estén
reunidos los siguientes elementos: una obligación anterior, una nueva obligación que
extingue la anterior, capacidad de novar e intención de hacerlo (animus novandi ). Nos
ocuparemos de ellos a continuación.
En cuanto al caso de que se sustituya una obligación pura y simple por una condicional,
hay que hacer la siguiente distinción: si las partes han tenido en cuenta el carácter
condicional de la nueva obligación y han querido tomar sobre sí el alea, la convención
es válida y la anterior obligación queda extinguida; pero si tal eventualidad no se tomó
en cuenta, el cumplimiento de la condición resolutoria de la segunda obligación hace
revivir la anterior (art. 807).
592.— c) Capacidad de las partes.— Para novar se requiere la capacidad para pagar y
para contratar (art. 805). En cuanto al representante legal , no puede novar, a menos que
el juez lo autorizase expresamente para ello; el representante convencional necesita
poderes especiales de su mandante, no bastando con los generales de administración o
disposición de bienes (art. 806).
599. Novación por cambio de deudor.— La novación por cambio de deudor puede ser
hecha con la conformidad del deudor primitivo (lo que se llama delegación perfecta ),
en su ignorancia (expromisión ) y aun contra su voluntad.
600.— a) Delegación perfecta.— Para que ella tenga lugar es necesario el
consentimiento del acreedor, del deudor primitivo y del nuevo deudor. El acreedor debe
manifestar expresamente su consentimiento (art. 814); bien entendido que declaración
expresa no significa formal . En consecuencia, puede ser hecha por escrito, verbalmente
o por signos inequívocos (art. 917), tal como resultaría de la conducta del acreedor que
demanda el pago del crédito al nuevo acreedor y no al anterior.
602.— c) Novación contra la voluntad del deudor.— Puede ocurrir que el pacto entre el
acreedor y el nuevo deudor se realice aun en contra de la voluntad del deudor originario.
Ello no impide la validez del pacto así celebrado, ni la extinción de la obligación
anterior, siempre, claro está, que esa extinción no haya sido expresamente pactada. Pero
la oposición del deudor primitivo tiene esta importante consecuencia: que la persona
que asumió la deuda no tendrá ya contra él una acción de mandato, que le permitiría
recobrar todo lo que pagó, sino solamente una acción de empleo útil: el nuevo deudor
sólo podrá reclamar del originario la restitución de los gastos hechos por él, en tanto
esos gastos hayan resultado útiles.
603. Insolvencia del deudor sustituido.— Establece el art. 816 que la insolvencia del
deudor sustituido no da derecho al acreedor para reclamar la deuda al deudor originario,
a no ser que el deudor sustituido fuese incapaz de contratar por hallarse fallido. La
expresión fallido alude a la quiebra.
El principio es, por tanto, que el acreedor no tiene derecho a reclamar nada del deudor
originario, cuya deuda quedó extinguida por la novación, a menos que pruebe que, en el
momento de hacer la novación, estaba ya el nuevo deudor en estado de falencia. Pero
cabe preguntarse qué ocurre si no habiendo caído todavía en quiebra, estaba, no
obstante ello, en estado de insolvencia al celebrarse la novación. Pensamos que el nuevo
deudor que ocultó su estado patrimonial incurrió en dolo y, por tanto, que el acto es
igualmente impugnable aunque no mediara declaración de falencia. En otras palabras,
también en esta hipótesis el acreedor podría dirigirse contra el deudor primitivo.
604. Novación por cambio de acreedor; diferencia con la cesión de créditos.— Hay
novación cuando el acreedor originario es sustituido por otro con el consentimiento del
deudor . Este consentimiento es esencial para que el acto se repute novación: si faltare,
estaríamos en presencia de una cesión de créditos (art. 817). La diferencia es
importante: es verdad que en ambos casos un acreedor es sustituido por otro y que para
que este resultado se produzca es indiferente que medie o no el consentimiento del
deudor. Pero entre la novación por cambio de acreedor y la cesión de créditos hay estas
diferencias: a) en la primera, la obligación primitiva se extingue y da nacimiento a una
nueva; en la segunda, es la misma obligación que cambia de titular; b) de allí se
desprende una consecuencia fundamental: en el primer caso se extinguen todos los
accesorios, garantías y privilegios de la obligación primitiva; en el segundo, se
mantienen todos ellos; c) la cesión de créditos es un acto formal : debe hacerse por
escrito y en algunos casos es necesario el instrumento público o el acta judicial; la
novación no está sujeta a ninguna formalidad; d) en la cesión de créditos hay garantía de
evicción , lo que no ocurre en la novación.
D.— Efectos
607.— En lo que atañe a las garantías reales y los privilegios del crédito, se ha dicho ya
que ellos se extinguen con la novación; no hay inconveniente, empero, en que subsistan,
si así se conviene expresamente entre las partes (art. 803); pues interviniendo en el acto
tanto el acreedor como el nuevo deudor, no hay obstáculo legal en que ellos convengan
que la nueva obligación gozará de iguales garantías y privilegios que la anterior.
Bien entendido que si la hipoteca o prenda gravasen una cosa perteneciente a terceros,
no cabe la posibilidad de mantener tales derechos como accesorios de la nueva
obligación, a menos que el dueño diese también su conformidad (art. 804). Se quiere
evitar la posibilidad de que la situación del tercero propietario de la cosa gravada pueda
ver comprometida su responsabilidad por el cambio de un deudor solvente por uno
insolvente.
608.— b) Pluralidad de acreedores .— La novación entre uno de los acreedores
solidarios y el deudor extingue la obligación de éste para con los restantes acreedores
(art. 809). En cambio, la novación hecha por uno de los acreedores de una obligación
indivisible no extingue el crédito de los demás, ya que los acreedores de tales
obligaciones no pueden hacer quita o remisión de deuda ni transarla; si se admitiera que
la novación produce efectos respecto de los coacreedores, se tendría el camino para
hacer, por vía indirecta, una quita parcial o una transacción que afectaría el derecho de
los coacreedores. Sin perjuicio, naturalmente, de que esa novación es válida respecto del
acreedor que la hizo.
609.— c) Pluralidad de deudores .— La novación entre el acreedor y uno de los
codeudores solidarios extingue la obligación primitiva respecto de los restantes
codeudores (art. 810).
610.— d) Novación con el fiador.— Puede ocurrir que la novación se produzca entre el
acreedor y el fiador de una obligación. En tal caso, la obligación primera queda
extinguida y liberado el deudor (art. 811).
§ 4.— Transacción
612. Concepto.— La transacción es el acto en virtud del cual las partes, haciéndose
concesiones recíprocas, extinguen obligaciones dudosas o litigiosas (art. 832). He aquí
un ejemplo: un médico demanda a su cliente por pago de $ 10.000; el demandado
sostiene deber solamente $ 1.000; durante el trámite del pleito llegan a una transacción
por la cual se fijan los honorarios en $ 5.000. El médico ha cedido parte de los
honorarios a que se creía con derecho para asegurarse el pago de $ 5.000; el cliente paga
más de lo que cree adeudar para no verse en el riesgo de ser condenado a una suma
mayor.
613. Requisitos.— Para que la transacción esté configurada es preciso: a) que haya
acuerdo de voluntades; b) que las partes hagan concesiones recíprocas, es decir que
cedan parte de sus pretensiones a cambio de que se les asegure el carácter definitivo de
las restantes; c) que por esas concesiones se extingan obligaciones litigiosas o dudosas.
En el art. 841 se hace una enumeración de las personas que no pueden transar: 1º) los
agentes del ministerio público, tanto nacionales como provinciales, ni los procuradores
de las municipalidades; pero el Estado o el Municipio pueden acordar una transacción
por acto especial; 2º) los colectores o empleados fiscales de cualquier denominación en
todo lo que respecta a las rentas públicas; 3º) los representantes o agentes de personas
jurídicas, en cuanto a los derechos y obligaciones de esas personas, si para la
transacción no fuesen legalmente autorizados; 4º) los albaceas, en cuanto a los derechos
y obligaciones de la testamentaria, sin autorización del juez competente, con previa
audiencia a los interesados; 5º) los tutores con los pupilos que se emanciparen, en
cuanto a las cuentas de la tutela, aunque fuesen autorizados por el juez; adviértase que la
ley habla de los pupilos que se emanciparen y no de los que llegan a la mayoría de edad.
En cuanto a estos últimos, los convenios y transacciones sobre las cuentas de la tutela
son válidos siempre que ellos hayan sido celebrados después de transcurrido un mes de
presentada la rendición judicial de las cuentas (art. 465); 6º) los tutores y curadores en
cuanto a los derechos de los menores e incapaces, si no fuesen autorizados por el juez,
con audiencia del ministerio de menores; aquí no se trata ya de las cuentas de la tutela o
curatela, sino de la transacción realizada en las relaciones entre un tercero y el menor
cuya representación legal ostenta el tutor; y cabe aclarar, finalmente, que si se trata del
curador de un insano, el acto debe ser de aquellos que han sido excluidos de los que
puede realizar, conforme lo dispone el art. 152 ter; 7º) los menores emancipados, salvo
que sean autorizados judicialmente o exista conformidad del cónyuge mayor de edad
(art. 135).
En todos estos casos la prohibición legal tiene un carácter tuitivo ; se procura proteger
los intereses públicos de las personas jurídicas, herederos o incapaces, contra la
conducta quizá ligera, negligente o desleal de sus representantes.
617. Representación convencional.— Sin perjuicio de lo dispuesto en el art. 841, el art.
839 establece que para transigir en nombre de otra persona se requiere poder especial ,
vale decir que esa facultad le haya sido expresamente otorgada. Los poderes generales
no bastan.
618. Derechos que pueden ser objeto de transacción.— De una manera general, puede
decirse que todos los derechos que están en el comercio pueden transarse. Conviene
precisar la idea.
En materia de derechos patrimoniales la regla es que todos ellos pueden ser objeto de
transacción, sean personales, reales o intelectuales. Por excepción, no puede transarse :
a) sobre los eventuales derechos a una sucesión futura, porque tales pactos se reputan
inmorales (art. 848); b) sobre la obligación de pasar alimentos (art. 374); bien entendido
que la prohibición legal se refiere a las mensualidades futuras ; pero respecto de las ya
vencidas o devengadas la transacción es posible; c) sobre la indemnización por
accidentes del trabajo , la de despido y preaviso , si no contaren con la intervención de
la autoridad judicial o administrativa, y mediare resolución fundada de cualquiera de
éstas que acredite que mediante tales actos se ha alcanzado una justa composición de los
derechos e intereses de las partes. (art. 247, ley 20.744, modif. por leyes 25.250 y
25.345).
En materia de derechos extrapatrimoniales y particularmente de familia , la regla es que
no pueden transarse ; tal es el caso de las acciones relativas a las cuestiones de estado
(reconocimiento o contestación de la filiación, de la condición de esposo, pariente), a la
autoridad paterna (art. 845), a las cuestiones sobre validez y nulidad del matrimonio , a
no ser que la transacción sea en favor de la validez (art. 843); este último caso es la
única acción relativa al estado de las personas que puede transarse; la ley lo ha
autorizado para favorecer el matrimonio. En cambio, no hay inconveniente en transar
las acciones patrimoniales derivadas de cuestiones de estado. Ejemplo: muerta una
persona y abierta su sucesión, se presenta alguien accionando por reconocimiento de la
filiación extramatrimonial y petición de herencia. Ambas acciones están íntimamente
vinculadas, puesto que los derechos hereditarios dependen de la filiación. Sobre la
existencia del vínculo no podrá transarse; pero sí sobre los derechos patrimoniales
contenidos en la sucesión.
Tampoco pueden transarse las acciones penales derivadas de delitos, pero sí la acción
civil por indemnización de los daños y perjuicios derivados del propio delito (art. 842).
Por excepción, pueden transarse las acciones penales derivadas de delitos de acción
privada (art. 1097), es decir, de aquellos delitos cuya investigación y castigo dependen
exclusivamente de la actividad y voluntad del ofendido.
621. Fuerza obligatoria: ¿importa la transacción cosa juzgada? — Según el art. 850, la
transacción tiene para las partes autoridad de cosa juzgada. No debe pensarse, empero,
que la transacción tiene una autoridad idéntica a la de la sentencia definitiva. Hay entre
ellas un mismo y fundamental efecto: ambas partes ponen fin al pleito e impiden la
renovación de las acciones por las partes interesadas o sus sucesores universales. Pero
las diferencias son esenciales: a) las sentencias no pueden ser atacadas por dolo o
violencia, en tanto que las transacciones, sí; b) la transacción es atacable por acción de
nulidad, en tanto que las sentencias sólo lo son por los recursos que autorizan las leyes
procesales. Tratándose de transacción extrajudicial, toda asimilación resulta imposible;
en tal caso, ella no es sino un simple contrato que regla los derechos y obligaciones de
las partes: no pone fin a un pleito, carece de autenticidad, es informal.
Como consecuencia natural de este principio, el art. 836 dispone que la declaración o
renuncia de derechos contenida en la transacción no origina ninguna responsabilidad
por evicción , que sólo se concibe cuando hay una transmisión de derechos.
Pero a veces las transacciones son complejas y no contienen solamente una renuncia y
un correlativo reconocimiento de derechos, sino también la transmisión de una cosa o
bien, que ambas partes admiten que pertenecía al transmitente. Supongamos que en un
pleito referente a la partición de una herencia, los herederos lleguen a una transacción
por la cual uno debe entregar al otro valores por $ 100.000. Entre los bienes sucesorios
hay un campo que vale $ 150.000; para no dividirlo (lo que podría ser económicamente
inconveniente) un heredero le entrega al otro un inmueble de su propiedad que vale la
cantidad convenida. En este caso, hay responsabilidad por evicción (art. 855); pero la
evicción sucedida no hace revivir la obligación extinguida por la transacción (art.
citado). Vale decir, la transacción sigue en pie, sólo que el que transmitió el bien debe
responder por los daños y perjuicios sufridos por la otra parte.
624. Indivisibilidad.— Según ya lo dijimos, la transacción es indivisible, de modo tal
que si cualquiera de sus cláusulas fuere nula queda sin efecto toda la transacción (art.
834). Es una disposición lógica, porque en la transacción cada una de sus cláusulas está
ensamblada con las otras; se da esto porque se recibe aquello . Se ha dado el
consentimiento para el conjunto, el todo, y no para cada parte aislada.
D.— Nulidad
625. En qué casos procede.— En los arts. 857 y siguientes, el Código enumera diversas
causales de nulidad de las transacciones; era en realidad innecesario hacerlo, pues no se
trata sino de la aplicación de los principios generales relativos a los actos jurídicos.
a) Según el art. 857, son anulables las transacciones en las que media vicio de error,
dolo, miedo, violencia o falsedad de documentos . Con la salvedad de que, a nuestro
juicio, el error no es una causa de nulidad de los actos jurídicos, nada hay que observar
a este artículo.
b) Según el art. 858, la transacción es rescindible cuando se ha realizado teniendo en
vista un título nulo , sea que las partes hayan ignorado la totalidad del título o lo hayan
supuesto válido por error de hecho o de derecho . Se ha visto en esta disposición una
excepción al principio del art. 923, según el cual el error de derecho no puede ser
invocado para pretender la nulidad de un acto. Es una confusión de conceptos. En
nuestro caso, la nulidad no se funda en el error (sea de hecho o de derecho), sino en la
falta de causa. Ejemplo: creyéndome por un error de derecho, heredero de una persona
fallecida, llego a una transacción con uno de sus acreedores. El acto será nulo porque en
realidad yo no debía nada; la obligación que yo he contraído carece de causa.
c) El art. 859 dispone que la transacción será rescindida cuando por el descubrimiento
de documentos ignorados al tiempo en que ella se celebró, resulte que una de las partes
no tenía ningún derecho sobre el objeto litigioso. Adviértase que es preciso que de los
nuevos documentos resulte que una de las partes no tenía ningún derecho sobre la cosa
litigiosa; en cambio, si sólo resulta que tenía menos que lo que las partes creyeron, no
hay nulidad. Como en el caso anterior, la invalidez deriva de la falta de causa.
d) De acuerdo al art. 860, sería nula la transacción realizada sobre acciones litigiosas,
después de pasada en autoridad de cosa juzgada la sentencia que decide el pleito. La
solución es lógica, porque no habría ya acciones litigiosas o dudosas. Bien entendido
que para que la nulidad funcione es preciso: a) que no exista ya recurso contra la
sentencia, pues mientras los hubiere la transacción es posible; son frecuentísimas las
transacciones celebradas después de dictada la sentencia de primera instancia y cuando
ella se encuentra en apelación; b) que la parte interesada en la nulidad haya ignorado la
sentencia que había concluido el pleito; porque si la conocía, el contrato posterior será
válido ya no como transacción (pues no hay derechos litigiosos o dudosos) sino como
renuncia de derechos, remisión parcial de deudas, novación, etcétera.
e) Por último, el art. 861 dice que la transacción sobre una cuenta litigiosa no podrá ser
rescindida por descubrirse en ella algún error de cálculo ; en tal caso sólo puede
demandarse su rectificación.
§ 5.— Renuncia
626. Noción y derechos que pueden ser objeto de ella.— La renuncia es la declaración
de voluntad por la cual una persona abandona un derecho y lo da por extinguido.
En principio, pueden renunciarse todos los derechos patrimoniales , sean reales,
personales o intelectuales. Por excepción, hay algunos que no pueden renunciarse: el
derecho a una herencia futura, a alimentos futuros, a la mayor parte de los beneficios
establecidos en la legislación obrera (indemnización de los accidentes del trabajo, por
maternidad, por despido y preaviso, etc.), el derecho de los profesionales de cobrar la
retribución mínima que fijan los aranceles legales.
En cambio, los derechos de familia son, en principio, irrenunciables . Según el art. 872,
tienen este carácter los derechos que han sido otorgados más bien por una razón de
orden público que en atención a un interés privado. Por excepción pueden renunciarse la
tutela y la curatela, pero no libremente, pues la excusación debe fundarse en un motivo
que no sea considerado admisible por el juez (art. 455, inc. 1º).
627. Especies.— La renuncia puede ser gratuita u onerosa ; en el primer caso se trata de
una liberalidad; en el segundo, la renuncia se hace a cambio de algo que ofrece o da el
otro contratante.
También puede hacerse por actos entre vivos (vale decir, por contrato o por declaración
unilateral de voluntad) o por acto de última voluntad (esto es, por testamento).
628. Caracteres.— La renuncia tiene los siguientes caracteres:
630. Forma y prueba.— La renuncia no está sujeta a ninguna forma expresa; puede
hacerse aun tácitamente , salvo que la ley exija, en ciertos casos especiales, el
cumplimiento de ciertas formas o el carácter expreso (art. 873). Así, por ejemplo, la
renuncia relativa a derechos sobre bienes inmuebles (art. 1184, inc. 1º) y a derechos
hereditarios debe hacerse por escritura pública (art. 1184, inc. 6º).
La renuncia puede probarse por cualquier medio, inclusive presunciones. Pero hay que
tener presente que si la prueba es dudosa, se tendrá por renunciado lo menos o de menor
valor, pues la renuncia no se presume (art. 874).
631. Interpretación.— El art. 874 enuncia un principio clásico en esta materia: la
renuncia debe ser interpretada restrictivamente. A nuestro juicio, este principio sólo es
aplicable al caso de la renuncia gratuita : allí tiene plena justificación, porque en caso de
duda es lógico favorecer al que ha cedido generosamente un derecho. Pero no es
aplicable al caso de la renuncia onerosa. Aquí no hay una liberalidad, un acto unilateral;
hay un contrato en el que una persona ha renunciado a algo a cambio de otra cosa que
recibe. En tal hipótesis, la duda no tiene por qué favor ecer al renunciante, sino que debe
resolverse en el sentido de la mayor reciprocidad de intereses .
Estos supuestos han sido expresamente previstos por el Código. Y cabe preguntarse
cuáles serán las leyes aplicables al supuesto de renuncia gratuita y al de renuncia
onerosa que no tenga por objeto derechos litigiosos o dudosos. En lo que atañe al primer
caso, se aplicarán como principio las reglas de la donación, con las salvedades y
distinciones que ha cemos en los números 635 y 636. En cuanto al segundo caso, el art.
869 dice que la capacidad del que hace o recibe una renuncia onerosa se rige por las
leyes relativas a los contratos por título oneroso. Y aunque esta norma se refiere
específicamente a la capacidad, creemos que la solución debe extenderse a todo el
régimen legal de la renuncia onerosa, que, en efecto, es un contrato bilateral y oneroso.
633. Efectos.— El efecto fundamental de la renuncia es que la obligación queda
extinguida (art. 868) con todos sus accesorios; tratándose de derechos reales, el derecho
queda perdido para el renunciante.
a) Habrá remisión expresa cuando el acreedor renuncia por escrito, verbalmente o por
signos inequívocos, a su derecho. La ley no exige ninguna formalidad especial para
hacer una remisión expresa, aunque la deuda original conste en instrumento público (art.
885).
b) Habrá remisión tácita cuando el acreedor entregue voluntariamente al deudor el
documento original en que constare la deuda. Es esta una forma típica y muy frecuente
de desobligar al deudor. Para que la extinción de la deuda tenga efecto es necesario: 1º)
que el documento sea el contrato originario ; si se trata de una simple copia, aunque
fuera autorizada por escribano público, no funciona la presunción legal (art. 879) y es a
cargo del deudor la prueba de que hubo realmente remisión de deuda; 2º) la entrega
debe ser voluntaria (art. 878); si el que lo entregó demuestra que lo hizo forzado por la
violencia o inducido por el dolo del deudor, no hay remisión; pero la posesión del
documento por el deudor hace presumir que la entrega fue voluntaria, corriendo por
cuenta del acreedor la prueba de que no fue así; 3º) que la entrega haya sido hecha por
el acreedor al deudor o a su representante legal o convencional; si fuere entregado a una
tercera persona, no hay remisión.
Cabe notar, por último, que el deudor podría alegar que ostenta la posesión del
documento no en virtud de una remisión de deuda, sino por haber pagado la obligación
(art. 877, in fine ); ello puede tener para él la mayor importancia, pues transforma un
acto gratuito en oneroso, haciendo más seguros sus derechos.
639. Efectos; caso de fianza.— Hemos dicho ya que la remisión de deudas no es otra
cosa que la renuncia de una obligación; en lo que atañe a sus efectos, se aplicará, pues,
lo dicho de la renuncia. Aquí nos ocuparemos solamente de un problema que es
específico de la remisión de deudas y que se refiere a la fianza.
Agrega el art. 883 que si después de liberado el fiador por razón del pago parcial, el
acreedor hiciere remisión de deuda, el fiador no puede repetir lo pagado. Una cosa es
clara en esta disposición: el fiador no puede dirigir su acción de repetición contra el
acreedor. La ley presume, muy razonablemente, que si después de recibir un pago
parcial el acreedor hace remisión de la deuda, entiende remitir sólo lo restante.
641-642. Devolución de la cosa dada en prenda.— La devolución voluntaria que hiciere
el deudor de la cosa dada en prenda sólo causa la remisión del derecho de prenda, pero
no la remisión de la deuda (art. 886). La existencia de la cosa en poder del deudor, hace
presumir su entrega voluntaria, salvo el derecho del acreedor de probar lo contrario (art.
887).
§ 7.— Compensación
643. Concepto.— Hay compensación cuando dos personas reúnen por derecho propio la
calidad de acreedor y deudor, recíprocamente, cualesquiera que sean las causas de una y
otra deuda. Ella extingue con fuerza de pago las deudas, hasta donde alcance la menor y
desde el tiempo en que ambas empezaron a coexistir (art. 818).
Es un medio de extinción de las obligaciones de gran importancia práctica, porque
contribuye a liquidar deudas recíprocas y evita la necesidad de reclamaciones judiciales
o extrajudiciales.
a) Los créditos inembargables , tales como los créditos por alimentos, los sueldos,
jubilaciones y pensiones en la proporción señalada por la ley; las indemnizaciones
derivadas de leyes obreras, tales como la indemnización por accidente del trabajo, por
despido y preaviso, etcétera.
b) Las deudas públicas entre particulares y el Estado , en los siguientes casos: 1º) si las
deudas de los particulares provienen de remates de cosas del Estado o de rentas fiscales
o de contribuciones directas o indirectas, o de otros pagos que deben hacerse en las
aduanas, como derechos de almacenaje, depósito, etcétera; 2º) si las deudas o créditos
no fuesen del mismo departamento o ministerio; 3º) en el caso de que los créditos de los
particulares se hallen comprendidos en la consolidación de los créditos contra el Estado,
que hubiera ordenado la ley (art. 823).
c) Los créditos entre el deudor cedido o delegado que sean posteriores a la cesión
notificada o a la delegación aceptada (art. 826).
d) El deudor principal no puede compensar con su deuda la que tenga el acreedor contra
su fiador (art. 829), disposición lógica, pues el deudor no tiene títulos de acreedor y la
compensación no se concebiría.
e) Las deudas que el deudor o el acreedor de un fallido haya contraído, después de la
declaración de la quiebra , no son compensables entre sí ni con otras anteriores a la
falencia (art. 828). Es decir, que los terceros deben pagar íntegramente sus deudas a la
masa y entrar con su crédito en la liquidación de los bienes del fallido, como cualquier
otro acreedor.
f) La obligación del depositario irregular de devolver el depósito (art. 824). Así, por
ejemplo, A, deudor de $ 100.000 de B, entrega a éste un depósito de $ 50.000. B no
podría invocar compensación, pues faltaría a la confianza, que es la esencia del
depósito.
g) La obligación de pagar daños e intereses por no poderse restituir la cosa de que el
propietario o poseedor legítimo hubiese sido despojado (art. 824).
h) La de ejecutar algún hecho (art. 825), porque faltaría el requisito de homogeneidad o
fungibilidad.
i) Los títulos a la orden no dan lugar al deudor a compensar con el endosatario lo que le
debiesen los endosantes precedentes (art. 827). Ejemplo: A libra un pagaré a la orden,
que luego es endosado por B, C y D, llegando finalmente a poder de E, quien lo hace
efectivo contra A; éste no podría eximirse de su obligación de pago alegando que B,
primer endosante, a cuya orden libró el pagaré, le debe otra cantidad líquida y exigible.
De lo contrario, los documentos a la orden no podrían tener el importantísimo papel
comercial que actualmente tienen como medio de pago.
647. Efectos de la compensación: cómo se opera.— Los efectos de la compensación son
los siguientes:
a) Quedan extinguidas ambas obligaciones hasta el límite de la menor (art. 818); si, en
efecto, una de ellas es de $ 20.000 y otra de $ 10.000, sólo subsiste la primera por la
diferencia entre ambas.
b) La extinción de la obligación principal supone la de sus accesorias (hipotecas,
fianzas, privilegios, etc.). Bien entendido que la extinción de tales accesorias sólo se
produce en la medida de la extinción de la obligación principal.
c) En la parte extinguida, ambas obligaciones dejan de devengar intereses desde el
momento mismo de la coexistencia.
648.— Según el art. 818, la compensación se produce de pleno derecho desde el
momento en que ambas empezaron a coexistir . Es claro que siempre las partes se verán
en la necesidad de invocarla para hacerla valer, pues el juez no podría hacer valer esa
extinción de oficio y aun en contra de la voluntad de las partes. La invocación es, pues,
una exigencia práctica ineludible, pero los efectos se producen desde el momento de la
coexistencia. Algunas legislaciones no establecen la compensación de pleno derecho,
sino por voluntad de las partes, declarada judicial o extrajudicialmente (Códigos
alemán, suizo); pero esa declaración actúa retroactivamente, al momento de la
coexistencia, de modo que, en definitiva, los efectos del sistema son los mismos que los
de nuestro Código.
649. Casos especiales.— El deudor solidario puede oponer al acreedor sus propios
créditos o los pertenecientes a cualquiera de los codeudores solidarios (art. 830). Lo
que, desde luego, no ocurre en las obligaciones simplemente mancomunadas o
indivisibles , en que sólo se puede oponer la compensación por sus propios créditos.
655. Efectos: desde cuándo se producen.— También en este caso se producen iguales
efectos que en la compensación legal. Pero ellos sólo se operan a partir del momento en
que la parte que puede acogerse a la compensación ha manifestado su voluntad en ese
sentido, y no desde que las deudas coexistieron, pues no hay ninguna disposición que
establezca que los efectos se operan ipso jure .
§ 8.— Confusión
656. Concepto y naturaleza.— Hay confusión cuando se reúnen en una misma persona
la calidad de acreedor y deudor. Ejemplo: A debe a su tío B una suma de dinero; fallece
B, quien instituye a A su único y universal heredero. En tal caso, dice el art. 862, la
deuda se extingue con todos sus accesorios.
Se discute, empero, si éste es realmente un medio de extinción de las acciones o si se
trata nada más que de una situación de hecho que paraliza la posibilidad de ejercer las
acciones . En efecto, si la confusión cesa por un acontecimiento posterior que vuelva a
separar la calidad de acreedor y deudor, la obligación primitiva revive con todos sus
accesorios (art. 867). Parece, pues, más bien una paralización de la acción que un medio
de extinción propiamente dicho.
a) De una transmisión a título universal ; así ocurriría en los siguientes casos: 1º) si el
acreedor o deudor de una persona lo hereda (ejemplo dado en el número anterior); 2º) si
una persona resulta heredera del acreedor y del deudor (A debe a B una suma de dinero
y C hereda a ambos).
b) De una transmisión a título singular ; por ejemplo, si el que tiene una deuda con una
firma comercial adquiere después ese fondo de comercio; o si el deudor ha recibido del
causante el legado del crédito (pues el legado importa una sucesión a título singular, no
universal).
658. Especies.— La confusión puede ser total o parcial , según que la deuda quede total
o parcialmente extinguida. Ejemplo de confusión parcial es el caso del deudor del
causante que luego lo hereda junto con otros parientes; la deuda queda extinguida sólo
en proporción a la porción hereditaria del deudor (art. 864).
659. Derechos que pueden constituir su objeto.— La confusión puede tener por objeto
no solamente derechos personales u obligaciones, sino también derechos reales . Así,
por ejemplo, la hipoteca, la prenda, las servidumbres, el usufructo, el uso y la habitación
se extinguen cuando el titular de ese derecho adquiere la propiedad sobre la cosa sobre
la cual se ejerce.
Es, pues, objetable que el Código trate de esta figura jurídica en el libro de las
obligaciones, puesto que tiene un alcance general.
660. Efectos de la confusión.— Según ya hemos dicho, el efecto de la confusión es la
extinción de la obligación (art. 862); pero no se trata de una extinción definitiva, sino
susceptible de quedar sin efecto. Ello ocurrirá siempre que la confusión venga a cesar
por un acontecimiento posterior que establezca la separación de las calidades de
acreedor y deudor en una misma persona (art. 867). Así, por ejemplo, una persona
deudora de una firma comercial adquiere ese fondo de comercio, quedando extinguida
su obligación; pero más tarde lo enajena: su deuda revive, con todos sus accesorios. En
este sentido, puede decirse que la confusión tiene efectos sólo relativos en cuanto al
hecho extintivo de las obligaciones.
664. Requisitos para que se opere la extinción.— Para que se opere la extinción es
menester:
1º) Que el cumplimiento de la prestación se haya hecho imposible. No basta una simple
dificultad para cumplir, ni importa tampoco que la obligación se haya hecho más grave
para el obligado. Es necesaria una verdadera imposibilidad.
El Código ha creído conveniente aclarar el concepto en algunos casos particulares: a)
Tratándose de una obligación de entregar una cosa cierta se entenderá por perdida
solamente cuando se haya destruido completamente (por ej., por incendio) o haya sido
puesta fuera del comercio o haya desaparecido de modo que no se sepa su existencia —
por ej., por robo (art. 891)—. b) Si se tratase de una obligación sólo determinada por su
especie y cantidad (obligaciones de género), el pago nunca se juzgará imposible (art.
894). c) Si la obligación tiene por objeto la entrega de una cosa incierta dentro de un
número de cosas ciertas de la misma especie (género limitado), la obligación se
considerará extinguida solamente si se extinguen todas las cosas comprendidas dentro
de la limitación fijada (art. 893).
2º) Que la imposibilidad se haya producido sin culpa del deudor, vale decir que derive
de un caso fortuito o fuerza mayor o del hecho del príncipe (es decir, de una disposición
legal o administrativa) o del hecho de un tercero.
3º) Que el deudor no sea responsable del caso fortuito o de fuerza mayor. Pues, en
efecto, el deudor puede haber tomado a su cargo el caso fortuito, en cuya hipótesis no
estará exento de responsabilidad. Pero aun cuando el deudor hubiera tomado sobre sí la
responsabilidad de este evento, no será responsable si prueba que la pérdida se hubiera
producido igualmente estando la cosa en poder del acreedor (art. 892). En este caso no
sería razonable obligar al deudor a indemnizar una pérdida que de todas maneras se
hubiera producido, lo que demuestra que la falta de entrega no ha perjudicado al
acreedor.
665. Efectos de la imposibilidad de pago.— La imposibilidad física o legal de cumplir
lo prometido extingue la obligación con todos sus accesorios; y el acreedor estará
obligado a devolver al deudor todo lo que hubiere recibido con motivo de la obligación
extinguida (art. 895).
CAPÍTULO IX
Responsabilidad Extracontractual
752-753. Delito civil y delito criminal.— Es necesario no confundir delito civil con
delito criminal. La distinción es neta:
a) El primero está caracterizado, ya lo hemos dicho, por la intención de cometer el acto
contrario a la ley. En cambio, delito penal es todo acto previsto y penado por la ley
penal, sea intencional o culposo. De esta divergencia conceptual resulta que muchas
veces un hecho importa un delito penal pero no uno civil y viceversa; así, por ejemplo,
un homicidio culposo, tal como el que resulta de un accidente de tránsito, es un delito
criminal pero no civil; antes bien, es un típico cuasidelito.
b) El delito civil exige siempre la existencia de un daño, cierto o eventual, causado a
terceros; el delito penal puede quedar consumado sin que tal daño exista. Así ocurre en
la tentativa de delito, que también es punible.
c) La finalidad del ordenamiento jurídico civil y la del ordenamiento penal, al establecer
la ilicitud de un acto es diferente: en el primero es la de reparar el daño experimentado
por el ofendido; en éste, infligir una pena al ofensor. De ahí que en lo ilícito civil la
reparación se fija en la extensión del daño inferido a la víctima, con prescindencia de la
mayor o menor culpabilidad del autor del hecho; en lo ilícito penal, la pena está en
función de la gravedad del hecho.
d) La acción de reparación de un hecho ilícito civil no queda extinguida con la muerte
del culpable, puesto que la obligación pasa a sus herederos; en lo criminal, como la pena
es de carácter estrictamente personal, la muerte del imputado extingue la acción penal.
754. Culpa civil y culpa penal.— Se vincula estrechamente con el tema tratado en el
número anterior, la cuestión, debatida en doctrina, de si la noción de culpa es una sola,
trátese del derecho civil o del penal.
Según una corriente doctrinaria, se trata de un concepto unitario; tanto para el derecho
civil como para el penal, la culpa consiste en la omisión de las diligencias que
correspondieren según las circunstancias de tiempo, lugar y medio. La legislación civil
y la penal crean situaciones contra la imprudencia, la desatención, la torpeza, la
negligencia. El hecho generador de la responsabilidad es el mismo. No hay, pues,
diferencia de naturaleza entre la culpa civil y la penal.
Según otra opinión, se trata de conceptos distintos. Las principales diferencias serían las
siguientes: a) Para determinar la culpa civil, el problema debe ser juzgado a la luz de
la previsibilidad de la consecuencia dañosa; en cambio, el agente es culpable
criminalmente cuando ha podido comprender la criminalidad del acto; b) En el derecho
penal sólo se sanciona la culpa en casos excepcionales; en derecho civil toda culpa es
ilícita y, más aún, existe culpa presumida por la ley, concepto que el derecho penal
ignora. Todavía debe agregarse que en materia civil hay supuestos de responsabilidad
sin culpa, lo que también es inconciliable con el derecho penal.
Así planteadas las cosas, no es fácil inclinarse por una u otra doctrina, pues las dos
tienen sólidos fundamentos. Quizás ello explique la divergencia, al parecer irreductible,
entre los sostenedores de ambas tesis. Pero de cualquier modo, lo cierto es que, en la
práctica, hay que admitir estas conclusiones, que algunas diferencias marcan entre la
culpa civil y la penal: a) La absolución del imputado en el juicio criminal que se le sigue
con motivo de un hecho (por ej., homicidio por imprudencia), no impide su condena en
el juicio civil por reparación de daños. La solución se impone, porque los jueces penales
son más severos en la apreciación de la prueba rendida para demostrar la culpabilidad
del imputado (puesto que se trata de imponerle una condena criminal) que los jueces
civiles (ante quienes se ventila sólo una cuestión de pesos). Mientras la principal
preocupación de los primeros es no condenar a un posible inocente, la de los segundos
es no dejar sin reparación a quien ha sufrido un daño injusto. b) Por iguales motivos,
cierto tipo de culpa leve no es considerada suficiente por el juez penal para fundar una
condena, en tanto que sí lo es para el juez civil para hacer lugar a una acción por
reparación de daños. Así, por ejemplo, en materia de accidentes de tránsito, los
tribunales han declarado reiteradamente que hay que afinar el concepto de culpa, es
decir, que aun la más leve debe considerarse suficiente para imponer la responsabilidad:
lo que, desde luego, no se aplica en el ámbito penal. c) La culpa in eligendo o in
vigilando no se conciben en materia penal, en tanto que en materia civil son conceptos
válidos y vigentes, capaces de engendrar responsabilidad.
755. Enumeración.— Según la doctrina clásica, los elementos esenciales de los actos
ilícitos son los siguientes: a) una transgresión a la ley en virtud de un acto positivo o
negativo; b) un daño causado a un tercero; c) la relación causal entre el acto y el daño;
d) la imputabilidad del acto a su autor. Estudiaremos a continuación cada uno de estos
requisitos.
A.— Hecho positivo o negativo del que resulte una transgresión a la ley
757. ¿Es el daño causado un elemento de los hechos ilícitos?—Según el art. 1067 no
habrá hecho ilícito punible si no hubiese daño causado u otro acto exterior que lo pueda
causar.
No obstante que el texto parece claro, se ha sostenido que el daño no es un elemento
esencial del hecho ilícito; sólo sería una condición de la acción por daños y perjuicios
que generalmente acompaña al hecho ilícito; pero puede haber hechos ilícitos que no
originen daños ni acción por indemnización. Ejemplos: si una persona pone una cosa en
un predio ajeno, el dueño de éste puede removerla sin previo aviso (art. 2517); el
propietario puede demandar la demolición de las obras del predio vecino que avancen
sobre el espacio aéreo que le corresponde (art. 2518). Las acciones que se brindan al
propietario, se afirma, no dependen de que se haya causado un daño, sino del simple
hecho de la violación de la ley.
Si por daño se entiende un perjuicio actual , susceptible de dar nacimiento a una acción
de daños y perjuicios, es obvio que puede haber hecho ilícito sin daño. Lo hay siempre
que el hecho no dé nacimiento a una acción de daños y perjuicios, aunque sí a otras
acciones protectoras de intereses legítimos. Así ocurre en los ejemplos antes señalados y
en el siguiente: el que incurre en dolo o violencia para inducir a una persona a la
celebración de un acto jurídico, no tiene que pagar daños y perjuicios si la otra parte no
los ha sufrido, pero siempre está expuesta a una acción de nulidad.
Pero adviértase que en todos los ejemplos señalados hay siempre un daño causado o un
hecho que lo puede causar (según lo dice el art. 1067). Es obvio que causa un daño al
propietario que un tercero ponga una cosa en su predio, pues ello le significa o puede
significar una traba al libre goce de su dominio; igualmente claro es el perjuicio que le
produce al propietario el hecho de que su vecino avance sus construcciones sobre el
espacio aéreo que le pertenece. La persona que por acción del dolo o violencia de un
tercero ha suscripto un acto, tiene acción de nulidad aun antes de que dicho acto sea
hecho valer (y, por consiguiente, antes de que haya sufrido un daño económico); pero es
obvio que está expuesta al peligro de que en el futuro la contraria haga valer el acto, lo
que significa que hay un perjuicio eventual.
En estas y en toda otra hipótesis que pueda imaginarse, lo ilícito civil no se concibe sin
un daño presente o eventual causado a terceros. Por consiguiente, es estrictamente
jurídico afirmar que el daño es un elemento esencial de lo ilícito civil.
Adviértase que hemos hablado de un daño actual o eventual. En otro lugar hemos dicho
que el daño eventual no es, en principio, indemnizable; pero aquí no se trata de la
reparación de los perjuicios, que exige la existencia de un daño cierto. Aquí se trata del
concepto de ilicitud. Y para que una conducta se juzgue ilícita, basta con que de
ella pueda resultar un daño a un tercero, tal como expresamente lo dice el art. 1067. Eso
explica que se abra la acción de nulidad cuando todavía el accionante no ha sufrido
ningún daño actual y que se dé acción al propietario de un fundo para hacer cesar los
avances de su vecino sobre su espacio aéreo o para remover las cosas puestas en su
propiedad.
758.— Según el art. 1068, habrá daño siempre que se causare a otro algún perjuicio
susceptible de apreciación pecuniaria, o directamente en las cosas de su dominio o
posesión, o indirectamente por el mal hecho a su persona o a sus derechos o
facultades .
El daño que la ley toma en cuenta no es sólo el material o económico, sino también el
moral. Estrictamente, este daño no parece ser susceptible de valoración económica, tal
como lo exige el art. 1068; pero lo cierto es que el daño existe y que el hombre, en la
insuficiencia de sus posibilidades, no cuenta con otro medio de reparación que el dinero.
759.— En el daño hay que computar dos elementos: el daño emergente , o sea, la
pérdida efectivamente sufrida por la víctima; y el lucro cesante , es decir, la ganancia de
que fue privada con motivo del hecho ilícito.
761. La solución del Código Civil.— Para establecer la relación de causalidad entre un
hecho y su consecuencia, el Código distingue entre consecuencias inmediatas, mediatas
y casuales.
a) Consecuencias inmediatas son aquellas que acostumbran suceder según el curso
natural y ordinario de las cosas (art. 901); el autor del hecho es responsable de ellas
(art. 903). Este criterio de definición de las consecuencias inmediatas, se aviene sin
dificultad con el concepto de la causación adecuada.
b) Consecuencias mediatas son las que resultan de la conexión de un hecho con un
acontecimiento distinto (art. 901). Aquí la relación de causalidad es más remota; no se
trata de una concatenación natural y ordinaria. De estas consecuencias se responde
solamente cuando el autor del hecho las hubiere previsto y cuando, empleando la debida
atención y conocimiento de la cosa, haya podido preverlas (art. 904). Así, por ejemplo,
si un estanciero vende a otro un lote de vacunos enfermos de aftosa, y como
consecuencia de ello se enferma el resto de la hacienda, es responsable no sólo de los
daños derivados de la muerte de los animales vendidos (consecuencias inmediatas), sino
también de la propagación de la enfermedad (consecuencias mediatas), pues este daño
pudo razonablemente preverse.
c) Consecuencias casuales son las consecuencias mediatas que no pueden preverse
(art. 901). Es decir, se trata de consecuencias tan remotas, que no podían preverse ni aun
usando toda la diligencia que el caso requería. Estas consecuencias no son imputables al
autor del hecho, sino cuando fueron tenidas en mira al ejecutarlo (art. 905). Cabe
agregar que el nuevo art. 906 dice que en ningún caso son imputables las consecuencias
remotas que no tienen con el hecho ilícito, nexo adecuado de causalidad. ¿Cómo se
compagina esta disposición con la del art. 905, que hace responsable al autor del hecho
por estas consecuencias si fueran tenidas en mira al ejecutarlo? La solución surge a
nuestro entender de esta consideración: que si el autor tuvo en mira una determinada
consecuencia y ella se produjo, ella revela que no es casual ni remota, pues éstas se
caracterizan porque no pueden preverse, se tratará de una consecuencia mediata.
762.— La ley 17.711 derogó el antiguo art. 906, disposición confusísima que había
suscitado múltiples interpretaciones para explicar lo que en realidad no tenía sentido.
Decía así: Son imputables las consecuencias casuales de los hechos reprobados por las
leyes, cuando la casualidad de ellas ha sido perjudicial por causa del hecho .
763.— Digamos, para concluir, que toda esta clasificación de las consecuencias de un
hecho, con la consiguiente imputación de responsabilidad, contenida en los arts. 901 a
906, puede considerarse hoy como letra muerta. Está en el Código, pero no en la vida de
nuestro derecho. La jurisprudencia ha concluido por prescindir de ella. A pesar de que
los juicios sobre responsabilidad civil son tan numerosos, nunca o casi nunca se
encontrará una referencia a esta clasificación para imputar un daño al autor del hecho.
Los tribunales, en materia de hechos ilícitos, han sentado el principio de que la
responsabilidad debe ser integral . No se hace distinción entre delitos y cuasidelitos. Y
para imputar responsabilidad, basta que haya una relación causal adecuada entre el
hecho ilícito y el daño.
764. Pluralidad de causas.— Hemos dicho en los números anteriores que con gran
frecuencia un daño tiene origen en numerosas causas. Las teorías que hemos visto
tienden precisamente a resolver este problema de la concausa. Ahora conviene
examinar, siquiera sea ligeramente, el problema de la interrupción del nexo causal .
Dado el concurso de varias causas, procede destacar aquella que en concreto produjo el
daño, excluyendo todas las otras que aun teniendo idoneidad abstracta o eficacia virtual
para producirla, quedaron por así decirlo en estado potencial por haber sobrevenido
otras causas independientes y suficientes para producir el resultado que después
efectivamente se verificó. Frente a la causa concreta y eficiente, la causa abstracta
pierde todo relieve jurídico. Por ejemplo, una persona da un veneno a otra, pero ésta
muere antes de que aquél pudiera obrar, como consecuencia de un accidente. Sólo
responde el culpable del accidente. Claro está que si en abstracto el problema parece
simple, no lo es en la práctica, porque al sobrevenir otras causas extrañas, no siempre la
causa precedente pierde toda su eficacia causal y es bastante difícil establecer cuándo la
eficacia desaparece por completo. Volvemos, pues, a lo que dijéramos anteriormente:
éste es problema que el juez ha de resolver según su sano criterio jurídico, teniendo en
cuenta la justicia del caso concreto.
765.— Establecido que el daño ha tenido pluralidad de causas adecuadas, se hace
necesario analizar dos hipótesis distintas: que haya dos o más culpables extraños a la
víctima y que haya concurrencia de culpa de la propia víctima. Una tercera hipótesis
puede presentarse y es que el daño se hubiera producido por una causa exclusivamente
imputable a la víctima; en este caso, nadie puede ser responsabilizado del daño sufrido
(art. 1111).
766.— a) Existen varios culpables extraños a la víctima .— En tal caso, todos los
coautores están obligados a pagar la indemnización. Esa responsabilidad será solidaria
en caso de delitos (art. 1081) y, según la jurisprudencia predominante cuyas
conclusiones compartimos, también en el caso de cuasidelitos. Por tanto, la víctima
puede reclamar la totalidad del daño a cualquiera de los coautores. El que pagó la
indemnización puede repetir de sus coautores la parte que a cada uno le corresponda en
proporción a sus respectivas culpas , si se tratare de un cuasidelito; pero tratándose de
delitos la acción de contribución contra el cómplice es improcedente (art. 1082), pues
nadie puede invocar su propia torpeza para accionar en justicia.
767.— b) Culpa concurrente de la víctima .— En caso de que el accidente se haya
debido a culpa concurrente de un tercero y de la propia víctima, el tercero sólo será
responsable en proporción a su culpa. Así, por ejemplo, si una persona cruza
imprudentemente una avenida por un lugar vedado para peatones y es embestida por un
automóvil que marcha a exceso de velocidad, y el tribunal juzga que hay culpa igual de
ambos, la sentencia hará lugar a la indemnización, pero sólo por el 50% de los daños
probados.
Hasta aquí hemos supuesto concurrencia de culpa. Pero supongamos ahora que la culpa
de la víctima concurre con el dolo del autor del hecho. Así, por ejemplo, un robo ha sido
posible por negligencia o descuido de la víctima. En tal caso, la culpa resulta absorbida
por el dolo: el autor de éste es responsable exclusivo del daño, sin que pueda excusar
esa responsabilidad, ni siquiera parcialmente, fundado en la culpa de la víctima.
Queda todavía a considerar el supuesto de que medie acción dolosa recíproca. Así, por
ejemplo, dos personas se toman a golpes de puño y resultan lesionadas en el rostro. Dos
sistemas se sostienen: según una primera opinión, ninguno podrá reclamar nada del otro,
porque nadie puede invocar su propia torpeza; de acuerdo a un segundo punto de vista,
en este supuesto recobra vigencia el principio de la proporcionalidad: la distribución de
la responsabilidad entre los ofensores recíprocos deberá hacerse de acuerdo a la
proporción en que ha sido causado el daño por cada uno de los participantes en el hecho
doloso. Por nuestra parte, consideramos que es conveniente no sujetarse a reglas rígidas
y permitir que el juez resuelva cada caso según justicia. Habrá casos, en efecto, en que
sea justo eximir de responsabilidad al autor del hecho, como ocurriría por ejemplo si ha
sido provocado por el otro. Pero si quien ha sido provocado se ha excedido en su
reacción y aprovechando de su superioridad física, su fuerza o su destreza ha infligido al
otro lesiones que éste no se encontraba en condiciones de evitar, la procedencia de la
acción por daños parece evidente.
768. Diferencia entre causalidad e imputabilidad.— Es preciso no confundir la relación
de causalidad con la imputabilidad del acto. La primera es una cuestión de orden físico,
material, más que jurídica; se trata de saber si un daño es consecuencia de un hecho
anterior. La imputabilidad es un concepto esencialmente jurídico: se trata de saber si la
ley imputa a una persona la obligación de pagar ciertos daños. Así se explica que pueda
haber causalidad sin imputabilidad, como ocurre en nuestro derecho con los daños
ocasionados por un menor de 10 años o un demente.
D.— Imputabilidad
§ 3.— Delitos
775. Concepto y elementos.— Ya hemos definido en otro lugar el delito como el hecho
ilícito realizado con la intención de cometer el daño. En cuanto a los elementos que lo
configuran son: a) transgresión a la ley; b) daño a terceros; c) relación de causalidad
entre el hecho y el daño; d) intención de causarlo.
776. Obligación de reparar.— Todo delito hace nacer la obligación de reparar el
perjuicio que de él resultare a otra persona (art. 1077). En materia de hechos ilícitos,
rige el principio de la reparación integral.
777. Solidaridad de los coautores.— La obligación de reparar el daño pesa sobre todos
los que han participado en él como autores, consejeros o cómplices, aunque se trate de
un hecho que no sea penado por el derecho criminal (art. 1081).
Pagada la deuda por uno de los coautores o cómplices, el que pagó carece de acción
contra los restantes por contribución a la indemnización pagada (art. 1082), pues nadie
puede invocar su propia torpeza para accionar en derecho.
Esta solución de nuestro Código ha sido objeto de vivas críticas. Se aduce que la acción
recursoria de quien ha pagado no se funda en su torpeza, en su hecho ilícito, sino en la
circunstancia de que ha pagado la parte que correspondía a otros; además, con esta
solución la ley protege a quien, además de ser coautor de un delito, luego se niega a
pagar la parte que le toca. Y por ello se ha propuesto la reforma del texto, haciendo
lugar a la acción recursoria (Proyecto de 1936, art. 867; Proyecto de 1993, art. 1600;
Proyecto de 1998, art. 1664).
No estamos de acuerdo con estas objeciones. Nos parece altamente moralizador que el
coautor de un delito no tenga acción de contribución. La justicia no puede estar al
servicio de los delincuentes, para facilitarles que ellos arreglen cuentas con sus
cómplices. Si uno sólo pagó lo que todos debían, peor para él. Quizás ello le sirva de
lección.
778. Delitos contra las personas.— En los arts. 1084 y siguientes el Código establece
distintas normas referentes a la indemnización de ciertos delitos contra las personas; en
su mayor parte, son disposiciones sobreabundantes, que aluden a los rubros que debe
comprender la indemnización, para lo que hubiera bastado sentar el principio de la
reparación integral. En consecuencia, nos limitaremos a una breve exégesis de los
textos.
a)Homicidio.— Si el delito fuere de homicidio, el delincuente tiene la obligación de
pagar todos los gastos hechos en la asistencia del muerto y en su funeral; además lo
que fuere necesario para la subsistencia de la viuda e hijos del muerto, quedando a la
prudencia de los jueces, fijar el monto de la indemnización y el modo de
satisfacerla(art. 1084). En la práctica, los jueces fijan siempre esa indemnización en una
suma global.
El derecho de exigir los gastos de la última enfermedad y del funeral del muerto
compete a cualquiera que los hubiere hecho (art. 1085); estos gastos gozan del
privilegio establecido en el art. 3880.
En cuanto a la indemnización para la subsistencia de la viuda e hijos, sólo podrá ser
exigida por el cónyuge sobreviviente, y por los herederos necesarios del muerto, si no
fueren culpados del delito como autores o cómplices, o si no lo impidieron pudiendo
hacerlo (art. 1085).
Una condición exige la ley para que proceda esta acción de resarcimiento: que el que la
intenta no sea autor o cómplice del homicidio o que no lo haya impedido, pudiendo
hacerlo (art. 1085, precitado).
b)Lesiones.— Si el delito fuere por heridas u ofensas físicas, la indemnización
consistirá en el pago de todos los gastos de la curación y convalecencia del ofendido, y
de todas las ganancias que éste dejó de hacer hasta el día de su completo
restablecimiento(art. 1086). A lo que hay que agregar que si de las lesiones resultara
alguna incapacidad permanente, fuera total o parcial, también deberá indemnizarse la
pérdida económica que ella supone.
c)Delitos contra la libertad individual.— Si el delito fuere contra la libertad individual,
la indemnización consistirá solamente en una cantidad correspondiente a la totalidad
de las ganancias que cesaron para el paciente, hasta el día en que fue plenamente
restituido a su libertad(art. 1087). Aunque este artículo dicesolamente, habrá que
agregar también la indemnización del daño moral, de conformidad a lo dispuesto por el
art. 1078, siempre que haya condena criminal.
d) Delitos contra la honestidad.— Si el delito fuere de estupro o de rapto, la
indemnización consistirá en el pago de una suma de dinero a la ofendida, si no hubiese
contraído matrimonio con el delincuente. Esta disposición es extensiva cuando el delito
fuere de cópula carnal por medio de violencias o amenazas a cualquier mujer honesta,
o de seducción de mujer honesta, menor de dieciocho años(art. 1088).
La indemnización a que se refiere este artículo es en concepto de daño moral. Pero no
habrá indemnización si el delincuente se casa con la ofendida; el matrimonio es ya
reparación suficiente del agravio inferido.
Va de suyo que, con independencia del daño moral, deberá indemnizarse todo daño
material que se derive del hecho (por ej., por privación de la libertad, lesiones, trauma
psíquico con consecuencias patrimoniales, etc.).
e) Calumnias o injurias.— Si el delito fuere de calumnia o de injuria de cualquier
especie, el ofendido sólo tendrá derecho a exigir una indemnización pecuniaria, si
probase que por la calumnia o injuria le resultó algún daño efectivo o cesación de
ganancia apreciable en dinero, siempre que el delincuente no probare la verdad de la
imputación(art. 1089). Dos observaciones hay que hacer a este texto:
1º) En primer término, el art. 1089 dice que sólo se indemnizará el daño material; pero
esta disposición está en contradicción con el art. 1078, que admite la indemnización del
daño moral en todos los hechos ilícitos, y con el art. 1099, que expresamente reconoce
la existencia de una acción por daño moral derivada del delito de injurias. Ante esa
contradicción, jurisprudencia y doctrina se han inclinado definitivamente en el sentido
de que el daño moral emergente de la calumnia o injuria es indemnizable. Es la solución
justa.
2º) En segundo lugar, el art. 1089 dice que no habrá lugar a indemnización si
el delincuente probare la verdad de la imputación. Hay que hacer en este punto, una
salvedad importante. La prueba de la verdad exime de responsabilidad penal y civil en
el caso de calumnia, porque como ésta consiste en la falsa imputación de un delito
concreto y circunstanciado que dé lugar a la acción pública (art. 109, Cód. Penal, ref.
por ley 26.551), la prueba de la verdad significa que no se ha cometido delito alguno.
En cambio, el acusado por injuria sólo puede probar la verdad de la imputación en los
siguientes casos: 1) si el hecho atribuido a la persona ofendida hubiere dado lugar a un
proceso penal; 2) si el querellante pidiere la prueba de la imputación dirigida contra él
(art. 111, Cód. Penal, ref. por ley 26.551). Fuera de estos casos, el autor de la injuria no
se exime de pena probando la verdad de su afirmación. Por consiguiente, responde por
el daño material y moral aun probándola.
f) Acusación calumniosa.— Si el delito fuere de acusación calumniosa, el delincuente,
además de la indemnización del artículo anterior, pagará al ofendido todo lo que
hubiese gastado en su defensa y todas las ganancias que dejó de tener por motivo de la
acusación calumniosa, sin perjuicio de las multas o penas que el derecho criminal
estableciere, tanto sobre el delito de este artículo como sobre los demás de este
capítulo (art. 1090). Aquí se trata no ya de la calumnia extrajudicial, sino de la falsa
denuncia de la comisión de un delito.
779. Delitos contra la propiedad.— También en este caso, VélezSarsfield creyó
necesario establecer normas especiales, que no son sino aplicación del principio de la
reparación integral, y que bien pudieron omitirse.
a) Hurto.— Si el delito fuere de hurto, la cosa hurtada será restituida al propietario con
todos sus accesorios, y con indemnización de los deterioros que tuviere, aunque sean
causados por caso fortuito o fuerza mayor (art. 1091). Va de suyo que si la cosa se
hubiere perdido, se debe su valor (arts. 1092 y 1094), que debe fijarse al tiempo de la
sentencia.
La enunciación de los perjuicios indemnizables que hace el art. 1091 es simplemente
enunciativa; está fuera de duda que deben repararse también todos los otros que se
hubiesen causado a la víctima como, por ejemplo, el valor de los frutos o alquileres que
hubiere perdido o que hubiere podido obtener si la cosa hubiera estado en su poder.
Todo ello es aplicación del principio de la reparación integral.
b) Usurpación de dinero.— Si el delito fuere de usurpación de dinero, el delincuente
pagará los intereses de plaza desde el día del delito (art. 1093). En materia de hechos
ilícitos, no es necesaria la constitución en mora para que corran los intereses, que se
deben desde el momento mismo del hecho. Pero el delincuente no sólo deberá esos
intereses, sino que tendrá que indemnizar todo otro perjuicio que haya derivado a la
víctima de la privación de su capital. Y, obvio resulta decirlo, deberá, ante todo, restituir
la suma de dinero usurpada.
c) Destrucción de la cosa.— Si el delito fuere de daño por destrucción de la cosa ajena,
la indemnización consistirá en el pago de la cosa destruida; si la destrucción de la cosa
fuere parcial, la indemnización consistirá en el pago de la diferencia de su valor actual
y el valor primitivo (art. 1094). Esto no excluye, naturalmente, el pago de los restantes
daños y perjuicios ocasionados a la víctima.
780. Titulares de la acción.—Según el art. 1095el derecho de exigir la indemnización
del daño causado por delitos contra la propiedad, corresponde al dueño de la cosa, al
que tuviese el derecho de posesión de ella o la simple posesión como el locatario,
comodatario o depositario; y al acreedor hipotecario aun contra el dueño mismo de la
cosa hipotecada, si éste hubiese sido autor del daño. Es también una regla
superabundante. Bastaba con el principio general del art. 1077 según el cual todo delito
hace nacer la obligación de reparar el perjuicio que de él resultare a otra persona.
§ 4.— Cuasidelitos
781. Método a seguir.— En la teoría tradicional, se reputa cuasidelito todo hecho por
cuyas consecuencias dañosas se responde y que no es un delito, es decir, que no ha sido
hecho con intención de infligir el daño. Se comprende así, dentro de este concepto: 1)
La responsabilidad por el hecho propio. 2) La responsabilidad por el hecho ajeno. 3) La
responsabilidad por los daños ocasionados por las cosas o animales.
Nosotros trataremos en este capítulo la responsabilidad por los hechos propios, dejando
para el siguiente las responsabilidades reflejas, que a nuestro juicio obedecen a distinto
fundamento y que, de cualquier modo, implican problemas peculiares que conviene
tratar por separado.
782. Principio general.— Todo el que ejecuta un hecho que por su culpa o negligencia
ocasiona un daño a otro, está obligado a la reparación del perjuicio (art. 1109). Por
culpa debe entenderse la omisión de las diligencias que exigiere la naturaleza del hecho
o actividad y que correspondieren a las circunstancias de personas, tiempo y lugar. Este
concepto, así expresado por el art. 512 con relación a las obligaciones en general, es de
plena aplicación al supuesto de los hechos ilícitos. Marca una directiva o pauta general;
es un concepto elástico, en cuya apreciación los jueces tienen un ancho campo.
783. Reglas aplicables a la culpa cuasidelictual.— La obligación de reparar los daños
ocasionados por cuasidelitos es regida por las mismas disposiciones relativas a los
delitos del derecho civil. Así lo dispone el art. 1109 del Código Civil.
Pero hay que hacer la salvedad de que mientras el coautor de un delito que ha pagado el
total de la indemnización, no tiene acción de contribución contra sus coautores, el
coautor de un cuasidelito sí la tiene (art. 1109, ref. por ley 17.711).
784-785. El problema de la solidaridad.— Fue cuestión arduamente discutida en nuestra
doctrina y jurisprudencia, la de si los coautores de un cuasidelito tienen o no
responsabilidad solidaria. Terminó prevaleciendo en la jurisprudencia el criterio de que
había solidaridad y esta solución ha quedado consagrada por la ley 17.711 (art. 1109).
786.— Debemos agregar que no hay que confundir coautoría con corresponsabilidad
fundada en distinta causa legal. Así, por ejemplo, de un accidente de tránsito pueden
resultar tres responsables: el conductor, la persona de la cual aquél sea dependiente y el
propietario del vehículo. Estas tres personas responden, no solidariamente, pero si in
solidum ; es decir, cada una de ellas puede ser demandada por el todo, pero las acciones
no están indisolublemente ligadas como en la solidaridad, sino que son independientes,
de tal modo que, por ejemplo, una podría prescribir y la otra no. En este punto, la
doctrina y la jurisprudencia son pacíficas. Demás está decir que pagada la
indemnización por cualquiera de los responsables, el damnificado pierde su acción para
dirigirse contra los otros, porque no se concebiría que pudiera cobrar dos veces un
mismo crédito.
787. Culpa de la víctima.— Dispone el art. 1111 que el hecho que no cause daño a la
persona que lo sufre sino por una falta imputable a ella, no impone responsabilidad
alguna . Hemos estudiado en otro lugar las consecuencias de la culpa de la víctima
cuando ha sido la sola causa del daño y cuando ha sido causa concurrente. Ahora
estudiaremos dos situaciones particulares que se vinculan con el problema de la culpa
de la víctima:
a) Riesgo aceptado .— Supongamos que el accidente ocurra como consecuencia de un
riesgo aceptado voluntariamente por la víctima. Por ejemplo, una persona acepta
acompañar a un automovilista que corre una carrera, un boxeador acepta un desafío para
una pelea. La solución de este problema debe hacerse sobre la base del siguiente
criterio: si el accidente se ha producido como consecuencia del riesgo normal propio de
esa actividad, no hay responsabilidad del autor del daño. Así ocurriría, por ejemplo, si el
automovilista corría a la velocidad propia de la competencia y se produjo un vuelco
como consecuencia de un hecho imprevisto (un bache en el camino, una pinchadura,
etc.); pero si el automovilista ha tomado sobre sí más riesgos que los normales (por ej.,
ha entrado en una curva a una velocidad excesiva, ha pretendido pasar a otro volante en
circunstancias no propicias, etc.), entonces hay culpa de su parte y obligación de
indemnizar. El consentimiento de la víctima no cubre esta conducta culpable.
b) Actos de abnegación o altruísmo .— Supongamos ahora que una persona se expone
voluntariamente para salvar a otra de un peligro que se cierne sobre ella, como
consecuencia de lo cual sufre un daño.
Resulta claro que el acto de abnegación no podría ser considerado sin más ni más como
culpable, porque ello significaría castigar un acto moral y jurídicamente valioso. Por
consiguiente, debe admitirse que estos actos, en principio, no son culpables ni excluyen
el derecho del autor del acto de abnegación a pedir la reparación de los perjuicios
sufridos. Este principio sólo tiene como límite la razonabilidad de la conducta del autor
del acto; en otras palabras, el peligro que se ha querido evitar no debe ser
desproporcionado con el fin perseguido por la víctima. Si, por ejemplo, se pone en
peligro la propia vida para salvar una ajena, el acto es razonable y proporcionado al
peligro; pero si se la arriesga para salvar una cosa o animal perteneciente a otro, la
conducta deja de ser razonable y se convierte en imprudente.
788. Cláusulas limitativas de la responsabilidad.— Cabe preguntarse si serían válidas
las cláusulas limitativas de la responsabilidad derivada de un cuasidelito. No hay duda
de que las cláusulas limitativas de la responsabilidad por culpa contractual, son válidas a
menos que se trate de contratos de adhesión, si el proponente abusando de su posición
dominante incluye cláusulas abusivas que desvirtúan sus obligaciones, en cuyo caso la
jurisprudencia las ha declarado inválidas. Es nula, también, la cláusula limitativa de
responsabilidad introducida en los contratos de consumo (art. 37, inc. a, ley 24.240.
Tampoco hay duda de que serían inválidas por inmorales y contrarias a las buenas
costumbres, las que limitaran la responsabilidad derivada de un eventual delito. Pero la
cuestión no es tan clara cuando se trata de culpa cuasidelictual. La solución tradicional
es que tampoco puede reconocerse validez a estas cláusulas. Pero en el derecho
moderno se ha cuestionado el acierto de esta solución. Se aduce que no hay en este caso
un interés público comprometido, como lo habría si se tratara de una conducta dolosa;
por lo tanto, las partes pueden regular sus relaciones como convenga a sus intereses.
Por nuestra parte, pensamos que la solución de este problema debe hacerse sobre la base
de la siguiente distinción:
a) Si se trata de culpa personal del autor del hecho, las cláusulas limitativas de la
responsabilidad deben reputarse nulas. No hay en este caso una mera cuestión de
intereses privados. Interesa también al orden público que las personas pongan en sus
actividades el debido cuidado para no dañar a terceros; nadie puede exonerar a otro de
esa diligencia sin alterar las bases sobre las cuales debe asentarse la convivencia
humana.
b) Distinto es el caso de las responsabilidades reflejas, originadas en la culpa del
dependiente o en el hecho de la cosa. Aquí no hay culpa personal del principal o dueño;
no se ve inconveniente en que pueda pactarse una exención de responsabilidad. Algunos
ejemplos lo demuestran palmariamente. Dos propietarios de campos linderos, que se
encuentran en la necesidad de atravesarse recíprocamente para salir a los caminos de
acceso, convienen en que los descuidos o culpas cometidos por sus peones al cruzar la
propiedad lindera no originarán ninguna responsabilidad al principal. O que los daños
ocasionados por los animales que apacentan en sus campos no serán imputables al
dueño. O bien, dos vecinos convienen en prestarse mutuamente alguna maquinaria (uno
facilita un tractor, el otro una cosechadora) y acuerdan que los daños ocasionados por el
hecho de la cosa (por ej., explosión del motor) no serán imputables al dueño y pesarán
sólo sobre quien está utilizando la máquina. ¿Cuál es el principio de orden público que
está en juego en estos casos para impedir la validez de tales cláusulas? Forzoso será
reconocer que ninguno. Y no cabe duda que el reconocimiento de su validez consulta
necesidades prácticas y económicas que no pueden desdeñarse.
789.— Bien entendido que cuando se afirma la nulidad de las cláusulas de exención de
responsabilidad, se alude a la renuncia anticipada al derecho de reclamar daños y
perjuicios que puedan derivar de una culpa futura; pero producido el daño, nada obsta a
que la víctima renuncie a la indemnización que le hubiere correspondi do.
CAPÍTULO X
Responsabilidades Reflejas
790. El art. 1113; quiénes son dependientes.— Según el art. 1113, el principal responde
por los daños ocasionados por las personas que están bajo su dependencia.
¿Qué se entiende por dependiente ? No cabe duda que lo es quien se encuentra en una
relación de subordinación respecto de su principal, que tiene sobre él atribuciones de
dirección o vigilancia; el ejemplo típico es el del obrero o empleado vinculado por una
relación laboral con su patrón. Pero la doctrina y jurisprudencia modernas han ampliado
notablemente el significado de este concepto. Así, se ha resuelto que la dependencia no
requiere necesariamente un vínculo contractual, entre principal y subordinado, puesto
que nada se opone a una subordinación que nace aun en relaciones gratuitas y
ocasionales. En otras palabras: hay dependencia, en el sentido del art. 1113, siempre que
el autor del hecho haya dependido para obrar, de una autorización del principal, como
ocurre cuando se cede el volante de un automóvil a un tercero, a un amigo. De esta
manera, la noción de dependencia se ha hecho notablemente fluida y responde al
requerimiento moderno de hallar un culpable cuando alguien ha sido dañado en su
persona o sus bienes.
791. Relación entre las tareas y el hecho del dependiente.— Claro está que no todo
hecho del dependiente compromete la responsabilidad del principal. Es menester que
haya alguna relación entre las tareas que han sido encomendadas o permitidas y el
hecho dañoso. No puede caber duda de que el homicidio cometido por un empleado
fuera del lugar y de las horas de trabajo, no es imputable a su principal. Ahora bien:
¿cuándo el hecho ilícito del dependiente origina la responsabilidad del principal?
a) Para un sector de la jurisprudencia y la doctrina, la responsabilidad del principal
requiere que el daño ocasionado por el dependiente lo haya sido en ejercicio de sus
funciones, admitiéndose que dicha responsabilidad existe aun en el caso de que haya
mediado culpa, abuso o exceso en el desempeño de las funciones.
b) Para otro sector igualmente importante, basta que el daño se haya causado con
ocasión del trabajo.
En su formulación estricta y extrema, estas teorías se han demostrado insatisfactorias.
Limitar la responsabilidad al supuesto estricto del daño ocasionado en ejercicio de las
funciones, dejaría sin reparación múltiples daños en los que la responsabilidad del
principal parece imponerse. Tal es, por ejemplo, el supuesto del guarda de ómnibus que,
a raíz de un incidente circunstancial con un pasajero, lo lesiona. Evidentemente, esa
violencia no integra el ejercicio de las funciones del guarda. Como dice Josserand , en
buena lógica, el patrón no debería responder sino de los actos cumplidos en el interior y
en el cuadro exacto de sus funciones; si la actividad del empleado desborda sobre tierras
vecinas, deja de ser imputable al comitente. Pero aun escapando al concepto estricto de
"ejercicio de las funciones", no por ello es menos justa la responsabilidad del principal;
por eso es que los defensores de este punto de vista han debido admitir que hay
responsabilidad del principal aun en el caso de que las funciones se hayan ejercido con
abuso o dolo. Claro está que así la teoría se desvirtúa en buena medida. Porque quien
abusa de las funciones, no las ejerce; más aún, debe suponerse que obra en contra de la
voluntad del principal y no en cumplimiento de lo que se le ha encomendado. Por otra
parte, es de notar que así los límites de la responsabilidad del principal que esta teoría se
proponía reducir a un marco estrecho, se ensanchan hasta rozar la teoría opuesta.
Igualmente inadecuado resulta el concepto demasiado amplio y vago de daño
realizado con ocasión del trabajo . No basta la mera ocasión del trabajo para
desencadenar la responsabilidad del principal. Así, por ejemplo, si el guarda de ómnibus
que ha jurado matar a su enemigo, lo encuentra en el vehículo y cumple su amenaza,
parece a todas luces justo eximir de responsabilidad al principal, no obstante que el
daño ocurrió en ocasión del trabajo. Y así como los sostenedores de la doctrina opuesta
han procurado ensanchar sus límites de aplicación, los de ésta han procurado reducirlos.
Este sentido tiene la opinión de Savatier cuando afirma que debe reputarse que el daño
ha tenido lugar con ocasión del trabajo cuando las funciones del dependiente han sido
para él, sea el fin, sea el medio "necesario" para su falta.
Se ve así que estos criterios opuestos han perdido precisión; y la verdad es que sus
sostenedores no han dado con una fórmula satisfactoria para resolver el problema. La
explicación del fracaso está, a nuestro juicio, en la dificultad de reducir a esquemas
rígidos lo que en la vida real presenta un aspecto polifacético.
Por nuestra parte entendemos que la responsabilidad del principal debe admitirse
siempre que haya una razonable relación entre las funciones y el daño. Esta fórmula
elástica permite resolver, conforme a justicia, los múltiples supuestos que se presentan
en la realidad de la vida. Este es, el criterio que hoy prevalece en nuestra jurisprudencia.
Advertimos que de acuerdo al art. 43 (ref. por ley 17.711) las personas jurídicas
responden por los hechos de quienes las dirigen o administran, realizados en ejercicio o
con ocasión de sus funciones. Consideramos que a esta fórmula debe dársele la
interpretación que propugnamos en el párrafo anterior.
792. Condiciones de la responsabilidad.— De lo dicho hasta aquí se infiere que para que
surja la responsabilidad del principal, es indispensable: a) Que haya una relación de
dependencia entre el responsable y el autor del daño. b) Que el daño haya sido
cometido con motivo del trabajo.
A ello se agrega en la doctrina corriente un tercer requisito: que el daño haya sido
originado en un hecho ilícito, es decir, que debe mediar dolo o culpa del dependiente
(Salvat , Acuña Anzorena , Colombo , Morello ). Sobre esto debemos decir que
normalmente la responsabilidad del principal se origina en un hecho ilícito del
dependiente. Pero pensamos que éste no es un requisito sine qua non de la
responsabilidad del principal. Si el dueño de un automóvil lo presta a un demente y éste,
en un verdadero acto de locura, embiste y mata a uno o varios transeúntes, es indudable
que responde el principal, a pesar de que no puede imputarse dolo ni culpa al demente,
que carece de discernimiento (art. 921, Cód. Civil).
793. El problema de la inexcusabilidad del principal.— Se discute si el principal puede
o no excusar su responsabilidad demostrando que razonablemente no pudo evitar el
daño:
a) De acuerdo con una primera teoría (Bibiloni , Acuña Anzorena , Colombo ), el
principal puede excusar su responsabilidad demostrando su falta de culpa. Esta opinión
se funda en los siguientes argumentos: 1) En nuestro derecho no hay responsabilidad sin
culpa; por tanto, si se prueba que no la hubo, no puede haber tampoco responsabilidad.
2) García Goyena y el Código de Louisiana, citados en la nota, permiten al principal
demostrar que no hubiera podido impedir el hecho. 3) Si la responsabilidad del principal
fuera inexcusable, sobrarían los arts. 1118 y 1119, que establecen la inexcusabilidad en
el caso de los hoteleros, capitanes de buques, etcétera. Es esta la solución aceptada en el
Proyecto de 1936 (art. 889).
b) De acuerdo con una segunda teoría, predominante en la jurisprudencia y doctrina
(Llambías , Aguiar , Spota , Salvat), la responsabilidad del principal es inexcusable.
Esta opinión ha sido sostenida aun por autores que adhieren al punto de vista clásico de
que el fundamento de la responsabilidad es la culpa. Los argumentos esenciales que se
hacen valer son los siguientes: 1) El art. 1113 no autoriza al principal a excusar su
responsabilidad demostrando que no pudo evitar el daño, tal como lo hace en otros
casos (padres, tutores, curadores). 2) Es la solución de la fuente citada al pie del artículo
(art. 1384, Cód. Civil francés). Y, naturalmente, esta solución se impone cuando se
parte del concepto de que el fundamento de la responsabilidad no es la culpa del
principal sino el riesgo creado por él o bien una obligación de garantía impuesta por
razones de justicia.
Por nuestra parte, adherimos a la tesis de la inexcusabilidad. Dejando de lado el
argumento fundado en las fuentes, siempre tan débil y que en nuestro caso brinda apoyo
a ambas soluciones, nos parece decisiva la circunstancia de que el art. 1113 establece la
responsabilidad del principal, sin otorgarle la posibilidad de demostrar su falta de culpa,
como en otros casos lo permite. Y el argumento de que en nuestro Código no hay
responsabilidad sin culpa queda desvirtuado por lo que disponen los arts. 1118 y 1119,
que no autorizan la demostración de que no hubo culpa de parte de los hoteleros,
agentes de transportes, capitanes de barcos, etcétera. Y desde luego es insostenible
después de sancionada la ley 17.711 que en el mismo art. 1113 prevé supuestos de
responsabilidad sin culpa (daños causados por cosas viciosas o riesgosas). Por otra
parte, admitiendo la irresponsabilidad del principal que demuestra su falta de culpa,
haríamos perder al art. 1113 su papel de garantía contra los daños de que suelen ser
víctimas los terceros, precisamente en los casos en que la reparación es más justa. Así,
por ejemplo, en el supuesto de que la empresa de servicios públicos demostrara
acabadamente que no hubo culpa in eligendo o in vigilando de su parte, porque tomó
todas las precauciones para evitar accidentes (por ej., sólo contrató conductores que
demostraron que en largos años de desempeñar su oficio no tuvieron ningún accidente,
organizó su cuerpo de inspectores para vigilar la conducta de los choferes), habría que
admitir que la compañía no es responsable de los daños producidos por culpa de uno de
los conductores de los vehículos, solución que sería irritante. Todo esto explica que la
discusión doctrinaria haya sido superada en la práctica por una jurisprudencia que nunca
admite la prueba de la falta de culpa del principal.
794. Fundamento de la responsabilidad del principal.— Ya hemos aludido
anteriormente al tema y expresado nuestra opinión. Ahora sólo deseamos reiterar y
precisar algunos conceptos.
La idea clásica de que la responsabilidad del principal se funda en su culpa, ya sea in
eligendo , ya in vigilando , no resiste el análisis. La teoría justamente predominante
según la cual la responsabilidad del principal es inexcusable aun cuando demuestre su
falta de culpa, es la demostración palmaria de que no es la culpa el fundamento de dicha
responsabilidad. Ese fundamento no es otro que el riesgo creado con la delegación de
funciones en un tercero. Quien crea el riesgo debe asumir la reparación de los daños
ocasionados.
Pero aun siendo todo esto evidente, hay que agregar que el sistema de la culpa no queda
totalmente desalojado. Recobra parte de su imperio cuando se trata de valorar el
problema de la concausa en la producción del hecho dañoso. Así, por ejemplo, si se
demuestra que el accidente ocurrió por culpa exclusiva de la víctima, no habrá lugar a
indemnización; si se prueba que medió culpa concurrente, la indemnización será parcial.
Estas soluciones no son incompatibles con la teoría del riesgo creado, porque
demostrada la culpa de la víctima queda también demostrado que la actividad peligrosa
no es la única causa del accidente, y habiendo concausa, el daño debe distribuirse
teniendo en consideración dicha circunstancia.
795. Acciones que posee la víctima.— La víctima de un daño ocasionado por un
dependiente, tiene dos acciones: una contra el propio autor del hecho ilícito, conforme
al principio sentado en el art. 1109; y otra contra el principal, conforme con el art. 1113.
Puede dirigir su acción contra cualquiera de ellos o conjuntamente contra los dos, que es
lo habitual. Tanto el dependiente como el principal son responsables por el total; pero
no se trata propiamente de una responsabilidad solidaria, sino in solidum , lo que marca
importantes diferencias que hemos señalado en otro lugar. Claro está que cobrada la
deuda de uno de los obligados in solidum , se extingue la acción contra el otro; de lo
contrario, la víctima vendría a beneficiarse por el cobro duplicado de un mismo daño.
796. Acción regresiva del principal contra el dependiente.— La responsabilidad del
principal existe sólo respecto del tercero, víctima del hecho ilícito. Pero él tiene derecho
a demandar de su dependiente, autor del hecho, todo lo que haya debido pagar al tercero
en concepto de daños y perjuicios (art. 1123). Esto demuestra, una vez más, que el
fundamento de la responsabilidad del principal no es su culpa sino una obligación de
garantía que pesa sobre él en virtud del riesgo creado; se trata de garantizar al tercero
que el daño que ha sufrido le será indemnizado, sea por el principal o por el
dependiente; salvada así la situación de la víctima con una solución que obedece a
evidentes razones de justicia, es también justo que el propio autor del daño sea el que en
definitiva cargue con la reparación.
797. Responsabilidad paterna: su fundamento.— El art. 1114 del Cód. Civil disponía
que el padre y, por su muerte, ausencia o incapacidad, la madre, son responsables de los
daños causados por sus hijos menores que estén bajo su poder y habiten con ellos. Es
decir, que en principio sólo el padre era responsable, a menos que se diera el supuesto
de muerte, ausencia o incapacidad, en cuyo caso la responsabilidad se desplazaba hacia
la madre. Ello era congruente con el sistema legal que confería el ejercicio de la patria
potestad al padre y sólo por muerte o incapacidad de éste a la madre. Pero después de la
reforma introducida al régimen de la patria potestad por la ley 23.264, la patria potestad
es ejercida conjuntamente por ambos padres. Ello explica la nueva redacción dada al
art. 1114 por dicha ley: El padre y la madre son solidariamente responsables por los
daños causados por sus hijos que habiten con ellos, sin perjuicio de la responsabilidad
de los hijos si fueran mayores de diez años. En caso de que los padres no convivan,
será responsable el que ejerza la tenencia del menor, salvo que al producirse el evento
dañoso el hijo estuviera al cuidado del otro progenitor .
Es decir, que hoy ambos padres responden solidariamente por los daños causados por
sus hijos, a menos que no convivieran, en cuyo caso será sólo responsable el que tenga
la tenencia del menor. Pero puede ocurrir que no obstante haberse adjudicado la
tenencia del hijo a uno de los progenitores, él esté circunstancialmente al cuidado del
otro. Esta situación se presenta con frecuencia en los juicios de divorcio, en los que se
adjudica la tenencia del menor a uno de los progenitores pero se reconoce el derecho de
visitas del otro; mientras duren estas visitas el responsable es el progenitor que goza de
ese derecho. Esta responsabilidad se funda esencialmente en la culpa in vigilando . Los
padres tienen el deber de vigilar y educar a sus hijos, y este deber no sólo existe en las
relaciones paterno-filiales sino también respecto de terceros. Frente a éstos, los padres
son responsables de toda omisión en el cabal desempeño de la patria potestad.
Por lo mismo que la culpa in vigilando es el fundamento de esta responsabilidad, ella
cesa cuando el menor no habita con sus padres (art. 1114) o cuando ha sido colocado
bajo la vigilancia de otra persona (art. 1115) o cuando prueba que le ha sido imposible
impedir el daño (art. 1116).
803. Regla legal.— Dispone el art. 1114, párr. 2º, después de la reforma introducida por
la ley 24.830, que lo establecido sobre los padres rige respecto de los tutores y
curadores, por los hechos de las personas que están a su cargo . Es decir, se trata de
una responsabilidad análoga, que obedece a un mismo fundamento (la culpa in
vigilando ) y que está sujeta al mismo régimen legal.
808. La reforma del art. 1117.— En su redacción originaria el art. 1117 establecía que
los directores de colegios y maestros artesanos eran responsables por los daños
ocasionados a terceros pos sus alumnos. Era una norma adecuada a la época en que se
dictó el Código Civil, en la que las escuelas tenían muy pocos alumnos y existían
maestros artesanos. Pero en nuestros tiempos, no sólo no existen maestros artesanos,
sino que los colegios suelen ser multitudinarios y no parece justo hacer caer la
responsabilidad sobre los directores por los hechos de cada uno de sus discípulos.
Mucho más justo parece hacerla recaer sobre los propietarios de dichos institutos, que se
benefician con los aranceles escolares y que desde el punto de vista de la víctima, son
mucho más solventes. Ello explica que se generara una jurisprudencia correctora de la
ley, que declaró responsables no sólo a los directores (como lo decía el texto legal) sino
también a los propietarios de los colegios y, más aún, no sólo por los daños ocasionados
por los alumnos a terceros, sino también por los sufridos por ellos, cualquiera fuera el
autor del hecho dañoso. Esta jurisprudencia se fundó en que los institutos de enseñanza,
al recibir un alumno en su seno, asumen un deber de seguridad que los obliga a
responder por todos esos daños.
819. Régimen legal.— También es aplicable el art. 1118 a los padres de familia,
inquilinos de la casa, en todo o en parte de ella, en cuanto al daño causado a los que
transiten, por cosas arrojadas a la calle, o en terreno ajeno, o en terreno propio sujeto
a servidumbre de tránsito, o por cosas suspendidas o puestas de modo peligroso que
lleguen a caer; pero no cuando el terreno fuese propio y no se hallase sujeto a
servidumbre de tránsito (art. 1119).
También aquí la responsabilidad es objetiva (puesto que rige lo dispuesto en el
art. 1118); el habitante de la casa no puede demostrar que de su parte no hubo culpa.
820. Quiénes responden.— Según el art. 1119 son responsables los padres de familia,
inquilinos de la casa . La idea no está expresada con felicidad, pero, de todas maneras,
es clara. Se trata de los que habitan la casa (como más adelante lo dice el mismo texto),
sean propietarios o inquilinos. Pero no todos los habitantes, sino sólo los padres de
familia . Si se trata de una casa o departamento ocupado por varias personas que no
están en relación de subordinación familiar (como sería si vivieran varios hermanos o
amigos), será responsable el titular del derecho de propiedad o el inquilino. Habiendo
sublocación y habitando la casa, tanto el inquilino principal como el subinquilino,
ambos serán responsables.
Pero el solo carácter de propietario o inquilino principal no basta para responsabilizarlo
si no habita la casa.
Cuando dos o más personas habitan la casa y se ignora de qué habitación procede la
cosa dañosa, todos son responsables por el daño causado (art. 1119); pero esa
responsabilidad no será solidaria sino sólo en la parte que cada uno tuviere en la cosa
(art. 1121). Por interpretación a contrario , en este caso legítima, hay que admitir que si
se establece de qué habitación cayó la cosa, sólo el jefe de familia que habita en ella
responde. Si, además, se supiera cuál fue la persona que arrojó la cosa, sólo ella será
responsable (art. 1119), sea o no jefe de familia, salvo, claro está, lo establecido sobre la
responsabilidad de los padres, tutores y curadores por el hecho de las personas que se
encuentran bajo su guarda.
821. Daños por los que se responde.— Esta responsabilidad cubre los daños
ocasionados por cosas arrojadas a la calle o caídas como consecuencia de haber sido
suspendidas o puestas de modo peligroso (art. 1119); debe tratarse, asimismo, de daños
ocasionados a personas que transitan por la calle o por terreno ajeno o por terreno
propio sujeto a servidumbre de tránsito (art. 1119). Si, en cambio, se trata de una
persona que transita por un terreno perteneciente al que arrojó la cosa y este terreno no
estaba sujeto a una servidumbre de tránsito, no hay responsabilidad (art. citado), porque
el transeúnte ha sido culpable de atravesar un terreno ajeno.
823. Acción regresiva contra el autor del hecho.— Dispone el art. 1123 que el que paga
el daño causado por sus dependientes o domésticos, puede repetir lo que hubiese
pagado del dependiente o doméstico que lo causó por su culpa o negligencia . Aunque
sólo referida a los dependientes y domésticos, es claro que esta disposición debe ser
extendida a todos los supuestos de responsabilidad refleja por el hecho de otro, ya que el
fundamento legal es el mismo: la responsabilidad del principal funciona como garantía
frente a terceros, pero en las relaciones entre el autor del hecho ilícito y quien responde
de él, lo natural es que el culpable directo sea quien cargue con el peso de la reparación.
Pero no habrá acción regresiva si el autor del hecho es un menor que no ha cumplido
diez años o un demente, que no son responsables de sus actos.
825. Personas responsables.— Según el art. 1124 son responsables por los daños
causados por animales su propietario y la persona a la cual se hubiere mandado el
animal para servirse de él , esto es, para utilizarlo o aprovecharlo.
El art. 1124 habla de la persona a la cual se hubiere mandado el animal para servirse de
él. ¿Qué ocurre si la persona se hubiere servido del animal sin el consentimiento del
dueño y aun contra su voluntad? No cabe duda que también es responsable, no sólo
porque con su conducta ha creado el riesgo, sino porque ha obrado de una manera
gravemente culposa al apoderarse del animal sin el consentimiento del dueño.
La responsabilidad del dueño subsiste aunque en el momento de causar el daño hubiera
estado el animal bajo la guarda de sus dependientes (art. 1126). Aunque esta norma se
refiere sólo al propietario, es obvio que también es aplicable a la persona que se sirve de
los animales, que también responde cuando ha entregado la guarda a uno de sus
dependientes.
826.— Puede ocurrir que el animal pertenezca al dependiente y esté bajo su guarda
inmediata, pero al servicio del principal; tal como ocurre si el sereno de una obra es
propietario del perro que lo ayuda a cuidar el inmueble. En tal caso, el principal es
responsable, puesto que se sirve del animal.
827. ¿La responsabilidad del propietario o guardián es conjunta o alternativa?—
Predominaba en nuestro derecho la doctrina de que la responsabilidad del propietario y
de la persona que se sirve del animal es disyuntiva y no conjunta; de tal modo que si el
propietario ha entregado el animal a otra persona que se sirve de él, sólo ésta responde.
A no dudarlo, esta doctrina está influida por el pensamiento de los juristas franceses,
que es pacífico en ese sentido. Pero lo que no se ha advertido es que éstos trabajan sobre
un texto legal muy diferente del nuestro. En efecto, el art. 1385 del Código Napoleón,
dice: "El propietario de un animal o quien se sirve de él, es responsable del daño ...".
La ley parece establecer una alternativa: el propietario o el guardián son responsables.
Con tal texto no carece de lógica sostener que habiéndose desplazado la guarda a la
persona que se sirve del animal, sólo ella responde.
Muy distinto es nuestro art. 1124, que dice: El propietario de un animal, doméstico o
feroz, es responsable del daño que causare. La misma responsabilidad pesa sobre la
persona a la cual se hubiere mandado el animal para servirse de él, salvo su recurso
contra el propietario. En este texto no hay alternativa. Después de responsabilizar al
propietario, se dice que la misma responsabilidad recae sobre la persona que se sirve del
animal. Es decir, se establece una responsabilidad conjunta. Y esta interpretación queda
corroborada por la frase final, que después de responsabilizar al guardián, deja a salvo
su acción de regreso contra el propietario, lo que significa, inequívocamente, que la
responsabilidad de éste se mantiene, no obstante haberse desplazado la guarda.
La responsabilidad conjunta no sólo resulta claramente del art. 1124, sino que es
también la más valiosa, pues asegura a la víctima la reparación del daño sufrido.
(Spota,Mosset Iturraspe). Y, como veremos más adelante, ésta es la solución adoptada,
a nuestro criterio, por la ley 17.711 para las cosas en general (nuevo art. 1113).
828. Daños por los que se responde.— El propietario o la persona que se sirve del
animal son responsables de cualquier daño provocado por ellos estén o no dentro de los
hábitos generales de su especie (art. 1126). Por consiguiente, no puede invocarse como
eximente de responsabilidad la circunstancia de que no se trataba de un daño previsible,
desde que no estaba en los hábitos de la especie.
De igual modo debe indemnizarse la enfermedad transmitida por el animal. El daño
moral sufrido por la víctima también debe ser indemnizado.
829. Acción de regreso del guardián contra el dueño.— Si la persona que se servía del
animal ha pagado al tercero los daños sufridos, tiene acción de regreso contra el
propietario (art. 1124, in fine ). Pero este derecho se pierde si el propietario advirtió a
quien quería servirse del animal de su peligrosidad o de sus hábitos mañosos: en tal
caso, es claro que el guardián asume los riesgos y que no se justificaría la acción de
regreso.
830. Cesación de responsabilidad.— La responsabilidad del propietario o de quien se
sirve del animal cesa en los siguientes casos: a) Si el animal fue excitado por un tercero
(art. 1125); b) Si el animal se hubiera soltado o extraviado sin culpa de la persona
encargada de guardarlo (art. 1127); c) Si el daño causado hubiera provenido de fuerza
mayor o de culpa de la víctima (art. 1128). Nos ocuparemos a continuación de estos tres
supuestos.
a)Animal excitado por un tercero.— En este caso el único responsable es el tercero
(art. 1125). Naturalmente, el propietario no queda exento de responsabilidad si quien lo
excitó fue dependiente suyo, pues en ese caso juega la responsabilidad refleja del
art. 1113.
b) Animal soltado o extraviado sin culpa de la persona encargada de guardarlo .—
Esta falta será ordinariamente muy difícil de producir, porque es claro que si el animal
se ha soltado es porque no se tomaron todas las precauciones necesarias para evitarlo.
No basta probar que se ha tenido el cuidado ordinario. A nuestro juicio, sólo podrá
acreditarse falta de culpa si el animal ha sido soltado por un tercero o ha quedado libre
por un acontecimiento imprevisible.
c) Animales sueltos en la ruta .— En caso de animales sueltos en la ruta, se ha
producido en nuestro país una interesante evolución jurisprudencial. En efecto, en un
comienzo los tribunales establecieron que el único responsable era el dueño del animal,
propiedad que resulta de la marca grabada. Se sostenía que no podía endilgarse
responsabilidad alguna al Estado, pues éste no responde por este tipo de daños, en tanto
no existe una responsabilidad general por las consecuencias dañosas derivadas de
hechos extraños a su intervención directa. Por otra parte, también se negaba la
posibilidad de una responsabilidad conjunta con el concesionario —en las rutas
operadas bajo el sistema de peaje- por dos razones: la primera, que la obligación del
concesionario es la de facilitar la circulación, lo que se relaciona con el mantenimiento
del corredor vial, pero no con el hecho de que el propietario abra las tranqueras o
conserve en mal estado los alambrados; la segunda, que los concesionarios no pueden
tener obligaciones mayores que el Estado concedente, y ya se ha dicho que el Estado no
es responsable de los daños mencionados.
Pero, a partir del año 2006, el más Alto Tribunal (autos "Pereyra de Brenchi" cambia su
criterio sustancialmente y responsabiliza a los concesionarios viales por el daño causado
por animales que invaden las rutas. Afirma que entre los concesionarios y los usuarios
hay una relación de consumo, relación que es diferente de la que tiene el concesionario
vial con el Estado. Añade que el mantenimiento de la ruta —obligación nuclear del
concesionario- incluye el deber de seguridad que, a su vez, contempla el paso de los
animales, y concluye sosteniendo que el peaje importa un verdadero contrato y no una
contribución impositiva.
d) Daño que proviene de fuerza mayor o de culpa imputable al que lo hubiere
sufrido .— La fuerza mayor, ya lo sabemos, debe ser un acontecimiento imprevisible;
no lo constituyen, por lo tanto, los ruidos propios del tránsito que asustan a un animal.
La culpa de la víctima presenta un problema interesante en el supuesto de que su
conducta no obedezca a un imprudencia irrazonable, sino a un acto de arrojo. Por
ejemplo, una persona quiere detener un caballo desbocado y resulta herida, o se
interpone para evitar que un perro muerda a un tercero y es mordida ella. ¿Queda exento
de responsabilidad el propietario? Es indudable que no. El derecho debe proteger la
conducta social y moralmente valiosa. Quien se ha expuesto deliberadamente al peligro,
ha querido evitar a terceros (quizá al propio dueño) un daño mayor, y si le ha resultado
un daño personal, es por la naturaleza peligrosa del animal. El propietario debe
responder.
831. Supuesto del animal feroz.— ¿Juegan estas eximentes de responsabilidad en el
caso de un animal feroz? El Código resuelve expresamente el punto al disponer que el
daño causado por un animal feroz, del que no se reporta utilidad para la guarda o
servicio de un predio, será siempre imputable al que lo tenga, aunque no le hubiese sido
posible evitar el daño y aunque el animal se hubiera soltado sin culpa de los que lo
guardaban (art. 1129).
En este caso, por lo tanto, no se puede invocar la fuerza mayor para excusar la
responsabilidad del propietario. La solución se justifica, porque la fuerza mayor no ha
actuado sino como concausa del daño; la otra concausa es la naturaleza feroz del
animal, que sin utilidad alguna guardaba el propietario. Esto implica una culpa de la
cual hay que responder.
La solución del art. 1129 ¿es también aplicable al caso de que el daño se deba a culpa de
la propia víctima? Pensamos que no, porque el art. 1129 pone a cargo del propietario la
fuerza mayor, pero no este supuesto; la aplicación de los principios generales conduce a
eximir de responsabilidad al propietario. Y ésa es la buena solución. Está bien que el
propietario cargue con los hechos imprevisibles, pero no con la conducta culpable de la
propia víctima. Supongamos que una persona tiene encerrado en una jaula un puma o un
jaguar y que un visitante entre imprudentemente en la jaula, resultando herido; imputar
al dueño ese daño sería a todas luces injusto.
832. Daño causado por una animal a otro.—El daño causado por un animal a otro, será
indemnizado por el dueño del animal ofensor si éste provocó al animal ofendido. Si el
animal ofendido provocó al ofensor, el dueño de aquél no tendrá derecho a
indemnización alguna (art. 1130).
Si el animal herido ha invadido el predio donde habita el otro, debe considerárselo
provocador, aunque el ataque haya provenido del ofensor, tal como ocurriría si un perro
guardián hiere a otro que penetra en su casa.
833. Indemnización y abandono del animal.— El propietario no puede sustraerse a la
obligación de reparar el daño ofreciendo abandonar la propiedad del animal (art. 1131).
Parece esta una disposición superflua, pues con el abandono del animal, aunque sea en
favor de la víctima, no se repara el daño sufrido, que puede ser muy superior al valor del
animal. A pesar de que todo esto es muy evidente, el codificador creyó prudente
establecerlo expresamente, porque la solución del derecho romano y de la antigua
legislación española era distinta, ya que permitía el abandono en favor de la víctima,
como recurso para liberarse del pago de la indemnización de daños.
834. Textos implicados.— Dispone el art. 1113 que la obligación de indemnizar los
perjuicios se extiende también a los daños que se causaren por las cosas de que una
persona se sirve o que tiene a su cuidado . Este texto establece pues la responsabilidad
del guardián. A su vez, el art. 1133, hoy derogado, establecía la responsabilidad del
dueño de la cosa, si no prueba que de su parte no hubo culpa. Aunque este texto ha sido
derogado, la responsabilidad del propietario ha sido consagrada en un nuevo párrafo
agregado al art. 1113, que dice así: En los supuestos de daños causados con las cosas,
el dueño o guardián, para eximirse de responsabilidad, deberá demostrar que de su
parte no hubo culpa; pero si el daño hubiere sido causado por el riesgo o vicio de la
cosa, sólo se eximirá total o parcialmente de responsabilidad acreditando la culpa de
la víctima o de un tercero por quien no debe responder. Si la cosa hubiese sido usada
contra la voluntad expresa o presunta del dueño o guardián, no será
responsable (art. 1113, ref. por ley 17.711).
Las más notables implicancias de este nuevo texto son las siguientes:
a) Se ha concluido la cuestión sobre si debía o no distinguirse entre los daños
ocasionados por la cosa y con la cosa; volveremos más adelante sobre el tema (véase nº
846).
b) Se introduce la teoría del riesgo creado en nuestro sistema de responsabilidad: si la
cosa fuere riesgosa o tuviere vicios, el propietario o guardián sólo se eximen de
responsabilidad total o parcialmente demostrando que hubo culpa de la víctima o de un
tercero por el cual éste no será responsable.
c) Se resuelve expresamente el supuesto de que la cosa hubiese sido utilizada contra la
voluntad del dueño o guardián, disponiendo que no será responsable.
835. Cosas por cuyo daño se responde.—Las cosas de que trata el art. 1113 son todas
aquellas que no sean animales, los cuales tienen un régimen jurídico propio; con esta
exclusión, quedan comprendidas todas las cosas muebles o inmuebles, sean sólidas,
líquidas o gaseosas. Así, se han declarado indemnizables los daños ocasionados por
emanaciones de gas, o por la presencia de un líquido viscoso sobre el asfalto que hace
resbalar a un vehículo, o por la ruptura de un caño de agua corriente. También las
energías deben ser reputadas cosas (art. 2311), y por ello se ha decidido que debe
responderse por el daño causado por las instalaciones eléctricas, caída de un cable, una
puerta corrediza de vidrio si se encuentra acreditada su peligrosidad, etcétera.
Asimismo, se responde por los daños ocasionados por los alimentos en mal estado.
Hay que agregar que el art. 1133, hoy derogado, hablaba de cosasinanimadas. El nuevo
art. 1113 habla simplemente decosas, eliminando un calificativo que podía inducir a
error.
836.—¿Es necesario, para originar responsabilidad, que se trate de una cosa peligrosa?
Evidentemente no; pero la circunstancia del carácter peligroso de la cosa no es
indiferente. Conforme con el vigente art. 1113, si la cosa no es peligrosa ni tiene vicios,
el propietario o guardián se eximen de responsabilidad demostrando que de su parte no
hubo culpa; en tanto que si la cosa es riesgosa o viciosa, no cabe tal demostración y sólo
puede eximirse de responsabilidad probando la culpa de la víctima o de un tercero por el
cual no debe responder.
837-838.— ¿También se responde por el hecho de las cosas inertes ? Se ha sostenido,
en efecto, que para que haya responsabilidad del propietario o guardián, es menester una
intervención activa de la cosa. Así, por ejemplo, si un ciclista, por una contingencia del
tráfico, se estrella contra un automóvil que está estacionado y se lesiona, no puede
pretender que deba ser indemnizado por el dueño del automóvil.
Pensamos que esta distinción entre las cosas inertes y activas debe ser desestimada. En
primer lugar, porque no está en la ley. Y, además, porque no parece razonable. Es cierto
que el peligro se origina más frecuentemente en cosas en movimiento, pero también
puede resultar de cosas inmóviles. Un árbol caído en una ruta, un automóvil que se deja
estacionado en un camino oscuro, pueden originar un accidente. Son cosas inertes; sin
embargo, su propietario debe responder. Lo que a nuestro juicio ha oscurecido el
problema es que no se ha advertido que ordinariamente, tratándose de cosas inertes, será
relativamente fácil a su propietario probar que el daño se produjo por culpa de la propia
víctima (lo más probable) o por caso fortuito. Está claro que cuando un ciclista embiste
un automóvil parado es porque ha mediado culpa de su parte: o conducía muy
velozmente o no hizo la maniobra apropiada. De cualquier modo, el accidente está
demostrando su culpabilidad, que exime de responsabilidad al dueño de la cosa.
En suma, juzgaremos que entre la responsabilidad del dueño de una cosa inerte y otra en
movimiento, no hay diferencia de naturaleza; la sola diferencia está en que el dueño de
la primera podrá demostrar más fácilmente su falta de culpa.
839. Accidentes en ascensores.— La jurisprudencia no ha vacilado en aplicar el
art. 1113 a los accidentes originados en el uso de ascensores. Y es lógico que sea así,
porque se trata de un caso típico de daños ocasionados por una cosa. Por consiguiente,
se ha declarado la responsabilidad del dueño o guardián por los accidentes originados en
el mal funcionamiento del ascensor, por la caída de la cabina al vacío, etcétera.
Igualmente indudable resulta la responsabilidad del dueño si el accidente se debe a falta
de protección suficiente del ascensor, como, por ejemplo, si no tuviera puerta o paredes.
El propietario no se libera de responsabilidad por colocar, como es costumbre, un cartel
en el que dice que, habiendo escaleras a disposición del público, no se hace responsable
por los accidentes que pudiera ocasionar el uso del ascensor. Y es lógico que así sea,
porque se trata de una responsabilidad extracontractual, fundada en la ley, de la cual no
podría liberarse el responsable por una declaración unilateral de voluntad.
Suele ocurrir, también, que los usuarios abran la puerta exterior cuando el ascensor no
está en el piso y, confiando en que lo está, se precipiten al vacío. Es indudable que hay
culpa del propietario, pues la causa del accidente es el mal funcionamiento del
mecanismo de seguridad que permitió abrir la puerta; pero también hay culpa de la
víctima, que no reparó en que el ascensor no estaba en el piso. La jurisprudencia se
inclina hoy por considerar que en este supuesto hay culpa concurrente.
846. Daños causados con la cosa y por la cosa.— Un largo debate agitó la doctrina y la
jurisprudencia de nuestro país en el supuesto de que la cosa que produjo el daño haya
estado en ese momento bajo la acción, conducción o manejo de un hombre. Aunque la
cuestión, como veremos, ha quedado superada por la ley 17.711, conviene detenerse en
los argumentos que oportunamente se hicieron, para apreciar si la solución dada por la
reforma es o no acertada.
a) De acuerdo con la primera opinión, había que distinguir entre los daños
ocasionados por la cosa en sí misma y los daños ocasionados con la cosa por un
hombre. En el primer caso, había un hecho de la cosa ; en el segundo un hecho del
hombre . En este último supuesto, no había responsabilidad del propietario o guardián;
respondía sólo el conductor de la cosa, que con su dolo o culpa es el autor del hecho.
Porque la causa adecuada del daño no es el vicio o defecto de la cosa (de los que
responde el propietario o guardián) sino la conducta culposa del que la maneja.
Supongamos un accidente de tránsito; si él se ha producido a causa de una falla de
frenos o el estallido de un neumático, responde el propietario de la cosa; pero si se ha
debido a un defecto de conducción, responde sólo el conductor. Va de suyo que si el
conductor es dependiente del dueño o guardián, éste responderá, no en este carácter,
sino en el de principal del conductor. Esta tesis predominaba en la jurisprudencia de la
Capital Federal y la Provincia de Buenos Aires y era sostenida por un sector
significativo de la doctrina (Llambías , Orgaz , Colombo ).
b) Según otra opinión, la distinción entre el daño hecho con la cosa y por la cosa debía
desecharse: siempre que de una cosa haya resultado un daño a alguien, el propietario o
guardián debe indemnizar a la víctima, a menos que pruebe su culpa o la culpa de un
tercero o el caso fortuito. En favor de esta doctrina, que por nuestra parte compartíamos,
se hacían valer los siguientes argumentos: 1) La distinción entre el hecho de las cosas y
el hecho del hombre es completamente extraña a nuestros textos; ni el art. 1113,
referente al guardián, ni el art. 1133, relativo al propietario, permiten hacer distinción
alguna basada en el hecho de que la cosa esté o no accionada por el hombre. 2) Las
cosas inanimadas, mientras están en reposo, por lo general no dan lugar a daños, que en
cambio ocurren cuando bajo la acción del hombre empiezan a funcionar; por
consiguiente, el papel que los arts. 1113 y 1133 desempeñan como garantía de que los
terceros, víctimas de un daño, serán indemnizados, se perdería justamente cuando es
útil. 3) La teoría que formula la distinción que impugnamos, parte de la base de que la
persona que conduce o maneja una cosa tiene un control completo sobre ella; pero no es
así. Refiriéndose al supuesto del automóvil, dice Galli que "cuando se sobrepasa
determinada velocidad, el vehículo no gira en la forma en que se lo quiere hacer doblar
o no se detiene en el espacio que lo necesita la voluntad del conductor, accionando
sobre los frenos en presencia de un peligro inmediato o cambia de dirección y de
postura si se lo quiere mantener derecho o se produce el estallido de un neumático; en
suma, hace todo aquello que el conductor no desea y no espera, porque necesita lo
contrario. Ni siquiera se gobierna el coche a velocidad moderada, cuando el pavimento
no está seco o la ruta es de tierra y ha llovido. El vehículo describe las curvas más
c aprichosas. El volante se divorcia en absoluto del gobierno nominal del conductor". Y
es que, puesta en funcionamiento la máquina, cuenta ella con una fuerza y un peligro
propios, que escapan frecuentemente al control del que la maneja. Atribuir el daño a la
deficiente conducción es ignorar la naturaleza de las máquinas. 4) Es obviamente
impropio hablar del "hecho de la cosa". Las cosas inanimadas no obran ni producen
hechos. Es el hombre quien le da movimiento, quien pone en ella la fuerza. La
intervención del hombre, dicen losMazeaud, se manifiesta tanto cuando una calder a
explota, cuando un neumático estalla, cuando la barra de dirección de un automóvil se
rompe (casos en los que se pretende encontrar un hecho de la cosa), como cuando un
automóvil mal dirigido embiste a un peatón; es el hombre que ha puesto la caldera bajo
presión, que ha inflado el neumático, que construye una barra de dirección de mala
calidad. Sin la intervención más o menos lejana del hombre, una cosa inanimada no
puede causar daño. 5) Finalmente, también es de considerar que, en la práctica, es muy
difícil establecer cuándo un daño ha sido ocasionado por culpa del agente o por vicio de
la cosa; por ejemplo, si han fallado los frenos o si se frenó tardíamente. Por esta teoría
se inclinan hoy los tribunales y la mayor parte de lo autores (Galli , Spota , Acuña
Anzorena , Rezzónico , Salas , Brebbia).
Bueno es recordar que la doctrina que distingue entre los daños ocasionados por la cosa
y con la cosa, tuvo su origen en la doctrina y jurisprudencia francesa, que luego del
famoso caso "Jeand'heur" terminaron por desecharla.
847.— Según ya dijimos, la ley 17.711 terminó con esta controversia. En el art. 1113 se
habla de la responsabilidad del dueño o guardián, por los daños ocasionados con las
cosas. Se ha impuesto, pues, lo que nosotros juzgamos la buena doctrina.
Pero debe hacerse una salvedad. Si el daño ocasionado con la cosa responde
exactamente a la intención del que la maneja, debe admitirse que sólo éste es
responsable. Así, por ejemplo, si una persona hiere a otra con un cuchillo o un revólver,
debe reputarse único responsable al autor del hecho que se ha servido de la cosa como
un mero instrumento de su designio, a menos que se pruebe que se apoderó de ello por
negligencia o descuido culpable del propietario o guardián.
848. Cosa movida por un animal.— Desde luego no habrá problema si la cosa y el
animal pertenecen o están bajo la guarda de una misma persona: ésta será responsable,
sin que interese decidir si el daño ha de imputarse a la cosa o al animal. Pero el
problema se plantea cuando ellos pertenecen o están bajo la guarda de distintas
personas. Ordinariamente habrá una concausa: el daño habrá resultado de una
combinación de la naturaleza peligrosa de la cosa con la actividad del animal; en
consecuencia, deben responder indistintamente ein solidumlos propietarios o guardianes
de ambos. Pero puede probarse que el daño se debió só lo a vicios de la cosa; como
ocurriría si a un coche, tirado normalmente por un caballo, se le quiebra una rueda,
provocándole lesiones a una persona que iba en él. En tal caso sólo respondería el dueño
o guardián de la cosa.
849. Daños producidos entre cosas.— ¿Qué ocurre si los daños se han producido como
efecto de una colisión o contacto entre las cosas y ellos son recíprocos? El problema es
especialmente importante en el caso de choque de dos automóviles en la vía pública.
Dos soluciones son posibles:
a) El propietario o guardián de cada una de ellas es responsable de los daños
ocasionados con su cosa en la ajena.
b) Las responsabilidades recíprocas se contrarrestan y anulan, de modo que los
propietarios o guardianes de cada una de ellas nada se deben, si la acción de daños se
funda en el art. 1113.
No habrá pues responsabilidad fundada en el art. 1113. El problema se juzgará entonces
a la luz de la culpa de quienes han conducido esas máquinas (art. 1109); pero esta culpa
no está presumida por la ley, sino que debe ser probada. Hasta 1986 predominaba en
nuestra jurisprudencia esta última solución; pero a partir de esa fecha la jurisprudencia,
liderada primero por un fallo de la Suprema Corte de Buenos Aires y luego por otro de
la Corte Suprema Nacional, se ha unificado aplicando la primera solución.
850. Daño causado con ocasión de prestar un servicio gratuito.—Puede ocurrir que el
daño se haya producido con ocasión de prestarse a un tercero un servicio gratuito. El
supuesto más frecuente es el del transporte benévolo, que tratamos en otro lugar. Pero
puede darse también en otras hipótesis. Por ejemplo, una persona presta a otra una
escopeta para que vaya de caza y ésta se hiere involuntariamente con el arma; un
deportista presta a otro su lancha, y ésta se hunde provocando la muerte del tripulante.
Desde luego, no habrá problema si se prueba que el hecho ocurrió por culpa e
imprudencia de la víctima, pues esta es causa de exoneración de responsabilidad del
propietario o guardián. Pero puede ocurrir que no exista tal culpa. Aun así, predomina la
opinión de que el propietario o guardián no es responsable. Quien presta un servicio
gratuito, quien lleva a cabo un acto generoso debe ser juzgado con mayor lenidad que el
que se sirve o aprovecha económicamente de la cosa. El art. 1113 ha sido pensado para
proteger a terceros extraños contra los riesgos ocasionados por las cosas; es lógico
poner a cargo de quien la aprovecha económicamente la reparación de esos daños. Muy
distinto es el caso del que ha prestado un servicio gratuito a quien después resultó
dañado como consecuencia de un infortunio. En este supuesto la víctima sólo tendrá
derecho a la reparación de los daños si prueba que hubo culpa del que prestó el servicio.
Bien entendido que la gratuidad del servicio no impide la responsabilidad del guardián
si, no obstante ser gratuito, es interesado ; como ocurre, por ejemplo, con el uso del
ascensor en una casa de comercio o de departamentos o si una persona lleva en su
automóvil a un médico para realizar una atención de urgencia a un pariente, en cuya
ocasión ocurre un accidente.
852-855. Derogación de los arts. 1133 y 1134.— La ley 17.711 derogó los arts. 1133 y
1134, con lo que clarificó el sistema legal de responsabilidad por el daño causado con
las cosas, que ahora está regido sólo por el art. 1113. Eran, además, disposiciones poco
felices. El art. 1133 sentaba el principio general de la responsabilidad del dueño por los
daños causados por las cosas inanimadas, a menos que probara que de su parte no hubo
culpa; y a continuación enumeraba una serie de casos muy heterogéneos, entre los
cuales no se mencionaba a las máquinas, es decir, los factores más frecuentes y
peligrosos de daños. Claro está que en la época de la sanción del Código no existían
automóviles ni el maquinismo había tomado el desarrollo de nuestros días; pero aun así,
la omisión es inexplicable.
Pero además, había contradicción entre los dos artículos. Mientras el art. 1133 disponía
que el propietario sólo se eximía de responsabilidad probando que de su parte no había
culpa, el art. 1134 establecía que en caso de ruina del edificio (supuesto expresamente
previsto también en el art. 1133) el propietario era responsable probándose que hubo
negligencia de su parte. Es decir, que conforme al primero la víctima no tenía que
probar la culpa del dueño (si bien se reconocía el derecho de éste de probar que no era
culpable) y conforme con el segundo, tenía que probarla.
856. Abolición de la caucióndamni infecti.— En el derecho romano se admitía una
caución, llamada damni infecti , que se otorgaba al vecino que amenazare ruina y por la
cual se podía obtener del dueño de la casa en peligro una garantía o fianza para
responder a los eventuales daños que podrían derivar de dicha ruina. El Código la
elimina en el art. 1132, disponiendo que el vecino no podrá pedir dicha garantía, ni
tampoco exigir la reparación o demolición del edificio que amenazare ruina.
En la nota respectiva, dice Vélez , esta caución no tiene objeto desde que al vecino se le
concede acción por las pérdidas e intereses del perjuicio, cuando lo sufriere; agrega que
la admisión de una acción preventiva en esta materia, da lugar a pleitos de una
resolución más o menos arbitraria, y que los intereses de los vecinos inmediatos a un
edificio que amenace ruina, están garantizados por la vigilancia de la policía y por el
poder concedido a la municipalidades de obtener la reparación o demolición de los
edificios que amenacen ruina.
El acierto de este criterio nos parece dudoso. No es justo que el vecino deba permanecer
impasible ante la ruina inminente de un edificio, que puede provocarle ingentes daños
materiales y aun personales; y tampoco es posible librarlo todo a la diligencia de las
autoridades municipales, que ya se sabe, no siempre cumplen con su deber. Parece
razonable conferir al vecino una acción para exigir las medidas de seguridad necesarias
en caso de daño inminente, tal como lo propone el art. 1561 del Proyecto de 1936.
857. El art. 184 del Código de Comercio y su aplicación extensiva a todo medio de
transporte.— El art. 184 del Cód. de Comercio establece que en caso de muerte o lesión
de un viajero, acaecida durante el transporte en ferrocarril, la empresa estará obligada
al pleno resarcimiento de los daños y perjuicios, no obstante cualquier pacto en
contrario, a menos que pruebe que el accidente provino de fuerza mayor o sucedió por
culpa de la víctima o de un tercero por quien la empresa no sea civilmente
responsable .
Esta importante norma contiene una inversión de la carga de la prueba. Se funda en la
obligación contractual del transportador de llevar sano y salvo al pasajero a su lugar de
destino; por consiguiente, si el pasajero sufre algún daño, la empresa debe repararlo a
menos que pruebe que el daño ocurrió por fuerza mayor, culpa de un tercero o de la
propia víctima.
Otra importante disposición contenida en esta norma, es la que prohíbe todo pacto en
contrario. Es justo que así sea, porque el de transporte es generalmente un contrato de
adhesión, que los pasajeros deben aceptar tal como se les ofrece. De ser válidas las
cláusulas que dispensaran de responsabilidad al transportador, todos los contratos de
transporte las incluirían, dejando inerme al pasajero.
869. Quiénes pueden ejercer la acción de daños.— La acción por indemnización de los
daños y perjuicios derivados de un hecho ilícito corresponde:
a) Ante todo, al damnificado mismo, sea directo o indirecto (art. 1079). El damnificado
indirecto presenta problemas delicados que estudiaremos en párrafo aparte. Si el daño
fue ocasionado a las cosas, puede reclamar la indemnización no sólo el propietario, sino
también los que tuvieren su posesión y aun su simple tenencia, como el locatario, el
comodatario, el depositario (art. 1095), el usufructuario, el usuario (art. 1110), si el daño
irrogase perjuicio a su derecho. De igual modo, se reconoce la acción a la persona que
tiene la cosa con obligación de responder de ella, pero sólo en caso de que el dueño no
ejerza la acción (art. 1110). Finalmente, también la tiene el acreedor hipotecario contra
cualquiera que haya dañado la cosa gravada, siempre, claro está, que el daño le haya
irrogado perjuicio; pues si su crédito está suficientemente garantizado a pesar del daño,
carecería del interés que es el fundamento de toda acción en justicia. Y el Código le
reconoce dicha acción inclusive contra el propietario, si es él quien ha dañado la cosa
(art. 1095).
b) A los sucesores universales del damnificado. Más adelante trataremos el problema
surgido de los delitos que han provocado la muerte de una persona; por ahora nos
limitamos a dejar sentado que no hay transmisión hereditaria de la acción para reclamar
el daño moral, a menos que la propia víctima la hubiera ya entablado antes de su
fallecimiento. Esta es la solución del art. 1099 para el supuesto de delitos que no
hubieran causado sino un daño moral, como las injurias o la difamación; y es indudable
que debe ser extendida a todo otro supuesto de daño moral, porque dada la naturaleza
personalísima de éste, no se concibe que pueda invocarlo nadie que no sea la propia
víctima. Pero si la víctima había iniciado la acción antes de morir, las cosas cambian:
queda ya de manifiesto no sólo la existencia del daño, sino el propósito de la víctima de
hacerlo valer en justicia; en esas condiciones, se justifica que los herederos puedan
continuar la acción.
c) A los acreedores de la víctima, en ejercicio de la acción oblicua; salvo el caso del
daño moral que no puede dar lugar al ejercicio de la acción subrogatoria dado su
carácter personalísimo.
d) A los cesionarios de la acción de daños.
870. Damnificados indirectos.— El art. 1079 concede la acción de reparación aun a los
perjudicados indirectamente por el hecho ilícito. Esta disposición envuelve un delicado
problema, pues las irradiaciones de un daño pueden ser infinitas. Por ejemplo, muere
una persona, como consecuencia de lo cual la sociedad de la que formaba parte debe
disolverse; esto trae aparejado el despido y desocupación del personal obrero; a su vez,
uno de los obreros pasaba una pensión de alimentos a su madre, etcétera. Todas estas
personas son perjudicados indirectos; pero es evidente que no todos ellos pueden
reclamar la reparación de los daños al autor del hecho ilícito. Una razón de sensatez
exige cortar en un cierto punto esta cadena causal. De no procederse así, habría que
admitir, dice Machado , que la sociedad misma podría demandar los perjuicios que sufre
por la desaparición de un ser útil. Por lo pronto, está fuera de duda que no debe
responderse por las consecuencias casuales (art. 905), es decir, por aquellas
consecuencias que no pueden ser razonablemente previstas por una persona diligente.
La conexión del hecho ilícito con el daño debe ser más o menos próxima; en otras
palabras, debe haber entre ambos una causación adecuada. Este es un problema en que
la apreciación judicial tiene un ancho campo de acción.
Una segunda limitación resulta, a nuestro juicio, de la exigencia de que medie lesión a
un interés legítimo. Este es un problema que se discute en nuestra doctrina. Para un
sector de ella basta con que exista un interés de hecho, lesionado por el acto ilícito, para
que el culpable deba responder (Colombo , Spota , Salvat ); por ello, tendrían acción, en
caso de muerte o incapacidad de una persona para el trabajo, su concubina o el lisiado
que recibía una pensión mensual de la víctima a título benéfico. No estamos de acuerdo
con tal criterio. Como dice Acuña Anzorena , el daño, como elemento integrante de la
noción de responsabilidad y presupuesto necesario de la acción resarcitoria, debe incidir
indefectiblemente en el desconocimiento o en el quebrantamiento de un derecho, es
decir, de un interés legítimo o legalmente protegido. La razón de esta exigencia es muy
simple: si el accionante no podía, en vida de la víctima, exigirle en justicia el pago de
los alimentos o dádivas, no puede reconocérsele acción contra el autor del homicidio
para que éste le pague una indemnización que viene a ser el sustitutivo de aquellos
beneficios a los que no tenía derecho. Por lo demás, la doctrina opuesta amenaza
extender el círculo causal más allá de lo razonable. Puede tratarse, por ejemplo, de una
víctima rica, que acostumbre hacer donaciones regularmente a ciertas instituciones
benéficas o culturales. ¿También ellas serán titulares de la acción de daños? ¿También
lo será la persona a quien la víctima acostumbraba llevar cotidianamente a su trabajo en
forma gratuita, o la que, en forma gratuita también, recibía lecciones de idiomas,
ciencias o arte? Todos estos beneficios y muchos otros que pueden recibirse, ¿darán
título para demandar daños al autor del homicidio? Una elemental razón de sensatez
obliga a responder negativamente.
Sentados así los principios generales en base a los cuales debe resolverse el problema de
la legitimación activa, veamos ahora las aplicaciones concretas. Empezaremos por el
supuesto de que el hecho ilícito haya ocasionado la muerte de la víctima.
871. Personas que tienen acción en caso de muerte de la víctima.—¿Quiénes tienen
acción por daños y perjuicios en caso de muerte de una persona provocada por un hecho
ilícito? La cuestión es extraordinariamente compleja en nuestro derecho, pues los textos
legales no son claros y aparecen, por lo menos ante un primer examen, como
contradictorios. Veamos, ante todo, los textos. El art. 1079 dispone que la obligación de
reparar un daño existe no sólo respecto del damnificado directo, sino también
respecto de toda persona que por él hubiere sufrido, aunque sea de una manera
indirecta . Por su parte, el art. 1084 establece que si el delito fuere de homicidio, el
delincuente tiene la obligación de pagar todos los gastos hechos en la asistencia del
muerto y en su funeral; además, lo que fuere necesario para la subsistencia de la viuda
e hijos del muerto, quedando a la prudencia de los jueces fijar el monto de la
indemnización y el modo de satisfacerla . El art. 1085, a su vez, expresa que el derecho
de exigir la indemnización de la primera parte del artículo anterior, compete a
cualquiera que hubiere hecho los gastos de que allí se trata. La indemnización de la
segunda parte del artículo, sólo podrá ser exigida por el cónyuge sobreviviente, y por
los herederos necesarios del muerto, si no fueran culpados del delito como autores o
cómplices o si no lo impidieron pudiendo hacerlo . Es decir, que mientras el art. 1079
confiere la acción a todo interesado, el art. 1084 parece concederla sólo a la viuda e
hijos, y el art. 1085 a los herederos necesarios del muerto.
Las opiniones sobre la interpretación de estos artículos están divididas:
a) Algunos autores piensan que el art. 1079 establece una regla general que, en el caso
del homicidio, está limitada por los arts. 1084 y 1085. En otras palabras, en tanto que en
cualquier otro hecho ilícito, cualquier damnificado indirecto puede reclamar la
reparación del daño, en el caso de muerte de la víctima sólo tienen acción los herederos
forzosos. Pero si el homicidio ha dado lugar a una condena criminal, entonces cualquier
damnificado podría reclamar la reparación de los daños, dado que el art. 29 del Código
Penal, le reconoce ese derecho a la víctima, a su familia y a los terceros, lo que significa
que esta disposición ha derogado el sistema de los arts. 1084 y 1085 cuando hay
condena criminal (Salas , Acuña Anzorena ).
b) Según otra opinión, hoy prevaleciente en la doctrina y la jurisprudencia, la acción de
indemnización en caso de muerte está abierta a cualquier damnificado, sea o no
heredero forzoso de la víctima. Los arts. 1084 y 1085 no serían contradictorios con el
art. 1079; ellos no harían otra cosa que reconocer la acción a los herederos forzosos, lo
que no excluye que igual derecho tengan los restantes damnificados, conforme con lo
dispuesto en el art. 1079. De lo contrario habría que llegar a esta conclusión absurda:
que si como consecuencia de un hecho ilícito, una persona sufre una incapacidad total y
permanente, cualquier damnificado puede reclamar la indemnización, en tanto que si la
víctima ha fallecido, sólo pueden reclamar los herederos forzosos. Es una incongruencia
que no se sostiene.
Dentro de esta corriente, todavía caben divergencias importantes:
a) Abelleyra sostiene que el art. 1084 no tiene otro significado que el de crear una
presunción de daño en favor de la viuda e hijos menores de la víctima. La ley supone,
porque ello es lo que generalmente acontece, que la muerte del padre de familia ha
dejado sin recursos a la viuda e hijos; de ahí que ellos no tengan necesidad de probar
dicho perjuicio, para que el tribunal lo admita, a diferencia de cualquier otro
damnificado con la muerte, que no puede omitir la prueba de dicho perjuicio, si
pretende se le indemnice.
b) Cammarota y algunos tribunales han extendido el círculo de las personas que se
benefician con la presunción de que el fallecimiento los ha perjudicado, a todos los
herederos forzosos del difunto, comprendiendo por lo tanto al marido, los descendientes
mayores de edad y los ascendientes; todos los otros damnificados tendrían que probar el
perjuicio que les ha causado la muerte.
Por nuestra parte, nos inclinamos por reconocer el beneficio de la presunción de daño a
todos los herederos forzosos. No creemos, por ejemplo, que deba exigirse a los padres la
prueba del daño que les ha ocasionado la muerte del hijo de corta edad. Ese daño está en
el orden natural de la vida. El padre y la madre tienen el derecho a contar con que,
llegados a la vejez, tendrán el apoyo de sus hijos en sus enfermedades, su ayuda
material si llega el momento en que carezcan de recursos y no puedan ya trabajar. Todo
ello constituye un daño. De igual modo, la colaboración de la esposa en la vida del
hogar tiene un significado espiritual y material que no requiere prueba; y por ello resulta
lógico aplicar la presunción del daño también en favor del marido.
En suma: si bien cualquier damnificado por la muerte de una persona puede reclamar la
reparación probando concretamente el daño sufrido, los herederos forzosos gozan de
una presunción juris tantum de que ese evento les ha producido un daño. Con la
salvedad de que esa presunción puede ser destruida por prueba en contrario por el autor
del hecho y de que el damnificado puede aportar al juicio todos los elementos
probatorios que acrediten el verdadero alcance y extensión del daño sufrido.
872.— Como consecuencia de los principios sentados en los párrafos anteriores, debe
reconocerse la acción de daños:
a) Al cónyuge (arts. 1084 y 1085). Mientras los cónyuges se mantienen unidos no hay
problemas. Pero en cambio sí los hay cuando ellos están separados judicialmente,
divorciados o separados de hecho.
Empecemos por desbrozar las dificultades. No hay duda alguna de que la esposa tiene el
derecho a accionar por daños y perjuicios contra el autor del homicidio de su esposo, si
recibía de éste una pensión de alimentos. No importa que estuviera separada o
divorciada por su culpa. Aun en este caso su derecho a los alimentos que recibía está
fundado en la ley (arts. 207 y 209). Lo mismo debe decirse de la mujer separada de
hecho, aunque fuere culpable.
Supongamos ahora que la mujer divorciada o separada de hecho no recibía alimentos.
Aun así, parece razonable admitir la acción, pues aun siendo culpable de la separación o
divorcio, tiene derecho a reclamar los alimentos si careciera de recursos propios y de
probabilidad razonable de procurárselos (art. 209), siempre que no hubiere vivido en
concubinato o hubiera incurrido en injurias graves contra el esposo (art. 210).
Aunque hemos examinado el problema desde el ángulo de la mujer, por ser la hipótesis
de mayor interés práctico, iguales conclusiones se imponen en el caso de que el cónyuge
supérstite sea el marido. Desde luego, las mismas conclusiones son aplica bles al
matrimonio celebrado entre personas del mismo sexo (ley 26.618).
b) A los hijos, sean matrimoniales o extramatrimoniales, menores o mayores de edad
(arts. 1084 y 1085).
c) A los padres y demás ascendientes (art. 1085), aunque se trate de un hijo de corta
edad, que en el momento de la muerte sólo originaba gastos, o aun de un hijo en
gestación.
d) A los hermanos; pero como ellos, por no ser herederos forzosos, carecen del
beneficio del daño presunto, deben demostrar que la muerte les ha ocasionado un
perjuicio concreto y actual, como ocurriría si recibían del muerto una pensión de
alimentos o vivían en su casa y a costa suya.
e) A toda otra persona que, aun sin ser pariente, recibiera del muerto una pensión de
alimentos fundada en un derecho nacido de la ley o de un contrato, como podría ser el
caso del donante.
873.— ¿Tiene acción la concubina para reclamar indemnización por la muerte de su
concubino? Esta cuestión ha dado lugar a dos posiciones distintas en nuestra doctrina y
jurisprudencia.
De acuerdo con la primera, la concubina carece de acción, puesto que no tiene un
derecho legalmente protegido; ella no tenía derecho a reclamar alimentos a sus
concubino y, por lo tanto, sería inadmisible reclamar de un tercero una indemnización
que tiene el significado de un sustituto de los alimentos a los cuales no tenía derecho.
Otro sector de la doctrina se inclina por sostener que basta un perjuicio de hecho para
dar lugar a la acción de daños y, por lo tanto, la acción de la concubina es procedente.
En nuestra jurisprudencia se advierte una tendencia cada vez más definida a admitir la
acción de la concubina, siempre que ésta pruebe daños ciertos y serios; se exige
generalmente la prueba de una larga convivencia y que ella vivía de los alimentos y
recursos que le proporcionaba el muerto. A veces se ha tomado también en cuenta que
los concubinos tenían hijos comunes.
En nuestras primeras ediciones, habíamos adherido a la primera postura; pero una nueva
reflexión nos mueve hoy a coincidir en líneas generales con la jurisprudencia
predominante. Nos parece claro que el simple concubinato no hace nacer una acción de
indemnización, dado que se trata de una unión de hecho no protegida por la ley (salvo
casos de excepción expresamente previstos, entre los cuales no está el nuestro) y que,
por lo tanto, no puede ser invocada como título para ejercer la acción de indemnización.
Pero si se trata de una larga unión, si se prueba que la concubina vivía de los recursos
que le proporcionaba el fallecido, que la muerte de éste la deja en la indigencia,
entonces parece justo abrir una acción de indemnización.
En el ámbito de la Capital Federal la cuestión ha avanzado aún más. En efecto, la
Cámara Civil, en fallo plenario del día 4 de abril de 1995 (autos "F., M.C. v. El
Puente"), resolvió que se encuentran legitimados los concubinarios para reclamar la
indemnización del daño patrimonial ocasionado por la muerte de uno de ellos como
consecuencia de un hecho ilícito, en tanto no medie impedimento de ligamen. Como se
ve, ya no se exige la prueba de una larga convivencia ni que el concubino vivo viviera
de los alimentos y recursos que proporcionaba el muerto; basta la acreditación del
concubinato para quedar legitimado.
Todo esto se refiere a los daños materiales; respecto de los daños morales, la concubina
carece de toda acción, puesto que el art. 1078 dispone expresamente que sólo tienen esta
acción los herederos forzosos, y la concubina no lo es.
Nos hemos referido a la concubina, que es el caso que se plantea generalmente en la
justicia; pero es obvio que la misma solución debe aplicarse al concubino, que
demuestre que no tiene aptitud para trabajar (como puede ser el caso de un hombre muy
anciano o paralítico o demente) y que vivía de los recursos que le proporcionaba su
compañera.
873 bis.— En cambio, no tienen acción la prometida, la persona que recibía una
asistencia benéfica del muerto, si carecía de derecho a exigirla, las instituciones
culturales o benéficas que recibían de la víctima aportes regulares, porque ninguna de
esas personas tenían derecho a exigir contribuciones del fallecido.
Sin embargo, el Superior Tribunal de La Pampa (autos "Bellido") hizo lugar a la
demanda de indemnización promovida por la novia, por la muerte de su prometido
ocurrida en un accidente de tránsito el día anterior a la fecha fijada para su matrimonio,
a lo que se agregaba la circunstancia de que la actora se encontraba embarazada de la
víctima, como quedó demostrado por la pericia médica. Las excepcionales
circunstancias del caso, justifican plenamente la decisión del tribunal.
874. Caso en que el accionante recibe bienes en la sucesión de la víctima.— Puede
ocurrir que el accionante por daños y perjuicios haya recibido bienes en la sucesión del
difunto. Aparentemente, la muerte no lo ha perjudicado; antes bien, desde el punto de
vista económico parece haberlo beneficiado. Cabe preguntarse si en tales casos cabe la
acción de daños.
Desde luego, hay un supuesto que no ofrece dudas: si los bienes heredados son muy
modestos, si la privación de los recursos que la víctima aportaba a su hogar obliga a la
viuda e hijos a reducir su tren de vida, es evidente que ellos tienen acción de daños.
¿Pero qué ocurre si los bienes son cuantiosos? Según la opinión predominante, el autor
del hecho ilícito no puede oponer compensación del daño con el beneficio derivado de
la herencia, puesto que este beneficio no tiene conexión con el hecho ilícito, sino que
deriva de la vocación sucesoria del damnificado; el hecho ilícito no es más que la
ocasión fortuita que da vida a dicha vocación, en tanto que es causa de los daños que se
pretenden compensar. Todavía se añade que admitir esa compensación importaría una
reducción de la deuda del autor del hecho ilícito, que por vía de evitar un
enriquecimiento a la víctima, llevaría al indebido enriquecimiento de aquél, con
evidente injusticia.
Nos parece que el asunto está mal planteado. No se trata, a nuestro juicio, de una
compensación entre el daño y el beneficio; se trata de que el hecho de la muerte no ha
producido al heredero ningún perjuicio económico, porque al recibir la herencia, su
patrimonio se ha acrecentado. Igualmente impropio nos parece sostener que la solución
de negar la indemnización conduce a un enriquecimiento del autor del hecho.
Nuevamente tenemos que decir que el problema debe plantearse del ángulo de si ha
habido o no perjuicio; si no lo ha habido, nada tiene que indemnizar el autor del hecho,
sin que esto importe enriquecimiento para él. Simplemente no ha habido daño. Esta falta
de daño puede derivar de muchas causas, quizá casuales y totalmente ajenas a la
criminalidad del acto; en nuestro caso, no puede aducir el perjuicio derivado de la
muerte de una persona, quien como consecuencia de esa muerte ha recibido cuantiosos
bienes. Lo único que puede reclamar es la indemnización del daño moral.
875. Acciones con que cuentan los herederos con motivo de la muerte de una
persona.— De lo expuesto en los párrafos anteriores resulta que los herederos (como
todo otro perjudicado que pruebe los daños sufridos) tienen derecho a reclamar la
indemnización de los perjuicios que les ha producido la muerte de una persona. Es una
acción que les corresponde jure proprio , como damnificados personales, independiente
de todo título hereditario. Pero cabe preguntarse si también tienen otra acción jure
hereditatis , es decir, nacida de su calidad de herederos.
Desde luego, hay daños respecto de los cuales no cabe discusión: si entre el momento
del hecho ilícito y el de la muerte, la víctima ha realizado gastos (médicos, sanatorio,
remedios, etc.) o ha dejado de ganar dinero por razón de encontrarse imposibilitada para
trabajar como consecuencia de las lesiones, es indudable que ese daño sufrido por la
víctima en su patrimonio puede ser reclamado por sus herederos en su carácter de tales.
En lo que atañe al daño moral sufrido en ese tiempo por la víctima (padecimientos,
dolores, temor a la muerte), la acción no se transmite a los herederos a menos que haya
sido iniciada en vida por el causante (art. 1099).
Pero la cuestión más delicada es la de si la muerte en sí misma hace nacer o no una
acción jure hereditatis . Es necesario decir que no se trata de una cuestión meramente
académica, sino que tiene un evidente interés práctico: a) Si los herederos tuvieran dos
acciones, una jure hereditatis y otra jure proprio , podrían reclamar una doble
indemnización: la primera, por el perjuicio que el homicidio ha causado a la víctima; la
segunda, por el perjuicio que los herederos han sufrido personalmente; b) Quienes
intentan la acción jure hereditatis no necesitan probar el daño, puesto que éste consiste
en la misma muerte; en tanto que los que invocan un daño personal, necesitan, en
principio, probarlo. Pero ya hemos dicho que, según una corriente jurisprudencial y
doctrinaria que nosotros compartimos, los herederos necesarios no necesitan probar el
daño, que está presumido por la ley. Esto reduce considerablemente el interés de esta
consecuencia que, sin embargo, lo mantiene en las siguientes hipótesis: 1) que el
heredero no sea forzoso (por ej., un hermano), en cuyo caso la acción jure proprio exige
la prueba del daño; 2) que se pruebe que el heredero (sea o no forzoso) ha recibido
cuantiosos bienes en la sucesión del difunto, en cuyo caso carece de acción jure
proprio , en tanto que ese hecho no influye en la acción jure hereditatis , pues el
perjuicio que la víctima ha sufrido con su muerte no depende de su mayor o menor
fortuna.
Sentado así cuál es el interés de la cuestión, veamos si debe admitirse que la muerte, en
sí misma, hace nacer una acción jure hereditatis . La opinión afirmativa se funda en
razones no despreciables. La vida es el supremo bien humano, como que sin ella no
puede gozarse de ningún otro. La pérdida de ese bien es, por lo tanto, indemnizable, y si
lo es, debe admitirse la transmisibilidad de la acción a los herederos. Los autores que
comparten esta opinión hacen notar, con razón, que no cabe formular ninguna distinción
fundada en la circunstancia de que la muerte haya sido o no instantánea. En vano se dirá
que la muerte instantánea no produce ningún dolor, ningún sufrimiento; o que, puesto
que la víctima murió simultáneamente con la agresión, no pudo adquirir ningún
derecho. Es un razonamiento que no se sostiene. Basta pensar que entre el hecho ilícito
y la muerte hay una relación de causa a efecto para comprender que el primero ha
debido necesariamente ser anterior a la segunda; basta ese instante para que el derecho
quede adquirido por la víctima.
Para considerar el problema, es necesario, pues, apartarse de la cuestión, ya superada, de
si la muerte ha sido o no instantánea. Porque lo que se cuestiona es si el hecho mismo
de la muerte es indemnizable. Y la muerte se produce en un solo instante, haya o no
mediado un lapso prolongado desde que ocurrió el hecho ilícito. En otras palabras, es
necesario determinar si la muerte hace nacer una acción en favor de la víctima (que
luego pueda transmitir a sus herederos). Esto decide, a nuestro entender, la cuestión. No
puede nacer un derecho en favor de un muerto. Este deja de ser persona en el mismo
momento que se produce el daño. Por consiguiente, la muerte en sí misma no da lugar al
nacimiento de una acción en cabeza del muerto que luego se transmita a sus herederos;
éstos sólo pueden accionar jure proprio , en razón del perjuicio que a ellos
personalmente les ha producido aquel infortunio.
876.— Aunque negamos que el hecho de la muerte en sí misma pueda generar una
acción jure hereditatis en favor de la víctima, hemos dicho ya que tal acción existe con
relación a todos los perjuicios que la víctima hubiera podido reclamar en vida; además,
los herederos cuentan con la acción nacida del perjuicio que personalmente les ha
causado la muerte. La distinción entre una y otra acción tiene importancia.
a) La renuncia o transacción hecha por la víctima con el autor del hecho ilícito, tiene
plenos efectos respecto de sus herederos en relación a la acción jure hereditatis ; en
cambio, no afecta en lo más mínimo a la acción jure proprio.
b) La circunstancia de que en el juicio por daños y perjuicios seguido por la víctima
haya recaído sentencia fijando el monto de los daños, no afecta el derecho de los
herederos de reclamar del autor del hecho la reparación de los perjuicios que
personalmente les ha producido la muerte, en tanto que aquella sentencia hace cosa
juzgada respecto de la acción jure hereditatis .
c) Quien demanda jure hereditatis debe comprobar su carácter de heredero, lo que no
tiene razón de hacer quien demanda jure proprio .
877. Legitimación activa en caso de injurias.— Según el art. 1080, el marido y los
padres pueden reclamar pérdidas e intereses por las injurias hechas a la mujer e hijos.
Esta disposición presenta algunos problemas que es necesario dilucidar.
Ante todo, es claro que se trata de una acción propia que la ley concede al marido y al
padre, independiente de la que corresponde a la propia víctima. Es natural que así sea,
pues si se tiene en cuenta la solidaridad normal del grupo familiar, es obvio que la
injuria o calumnia hecha a la esposa e hijos, hiere al jefe del hogar. De ahí que la
renuncia que hiciera la esposa de su acción, no obstaría a la procedencia de la de su
marido.
La ley confiere la acción al marido. ¿Significa esto que la mujer no tiene acción por la
injuria hecha a su esposo? La respuesta es obvia, luego que en nuestro derecho se ha
consagrado el principio de la igualdad jurídica de los cónyuges. La mujer tiene la misma
acción que el marido.
En opinión de algunos autores, los padres sólo tienen acción cuando se trata de hijos
menores o incapaces (Orgaz , Salvat ). Nos parece una interpretación inadmisible. Hay
que notar que no se trata aquí de una acción ejercida en nombre de los hijos, sino a
nombre propio. No interesa, por lo tanto, que sean menores o mayores. Más aún, parece
indudable que el padre debe sentir la ofensa más vivamente si se refiere a un hijo mayor
que a uno menor de edad; porque una injuria o una imputación calumniosa es
evidentemente más grave cuando se refiere a un hombre formado que cuando alude a
una criatura. Y resultaría que esta interpretación privaría de acción al padre justamente
cuando esa acción tiene mayor justificativo. Finalmente, puede todavía hacerse un
argumento de derecho positivo: la ley no distingue entre hijos menores y mayores de
edad. Está bien que así sea. (De acuerdo: Aguiar , Acuña Anzorena ).
Por último, cabe preguntarse si los hijos tienen acción propia por calumnias inferidas a
sus progenitores. El art. 1080 no alude a ellos. Pero no pudiendo discutirse que los
agravios hechos a los padres hieren a los hijos, pensamos que por aplicación del
art. 1079 debe reconocérseles también a ellos acción de daños.
878. Hechos que obstan al nacimiento de la acción.— Dispone el art. 1085 que la
indemnización derivada de la muerte de una persona sólo podrá ser exigida por el
cónyuge sobreviviente y por los herederos necesarios del muerto, si no fueren culpables
del delito como autores o cómplices o si no lo impidieron, pudiendo hacerlo. En lo que
atañe al supuesto de autoría o complicidad, era innecesario decirlo, pues en tal caso el
culpable no sólo no puede tener acción, sino que es responsable del daño.
Y lo que se dispone para el supuesto de homicidio, es obviamente aplicable a todo daño
causado por cualquier otro delito.
879. Extinción de la acción.— La acción de resarcimiento derivada de un hecho ilícito
se extingue:
a) Por renuncia que de ella haga el damnificado (art. 1100); pero hay que tener en
cuenta que si existen varios damnificados, las acciones son independientes, de tal modo
que ni siquiera la renuncia del damnificado directo priva a los demás de la acción que a
ellos les corresponde (art. 1100).
b) Por transacción (art. 842); se entiende que lo único que puede ser objeto de
transacción es la acción civil derivada de un hecho ilícito, pero no la acción penal
(art. citado).
c) Por prescripción, que se opera a los dos años del hecho ilícito (art. 4037).
881.— ¿La víctima de un hecho ilícito tiene acción directa de reparación contra el
asegurador del responsable? La cuestión, muy controvertida en nuestra doctrina y
jurisprudencia, fue finalmente resuelta por la ley 17.418 que establece que al demandar
por daños y perjuicios el damnificado puede citar en garantía al asegurador hasta que se
reciba la causa a prueba. En tal caso debe interponer la demanda ante el juez del lugar
del hecho o del domicilio del asegurador. La sentencia que se dicte hará cosa juzgada
respecto del asegurador y será ejecutable contra él en la medida del seguro (art. 118).
De esta manera ha quedado consagrada la acción directa, solución adecuada a la
moderna concepción del seguro, que contempla no sólo los intereses del asegurado sino
también los del damnificado.
En un ordenamiento jurídico —dice el doctor Bargalló Cirio — en que no prevalezca
una total conformación individualista, es imposible concebir que el destinatario del
seguro resulte ser exclusivamente el asegurado por el daño que en su patrimonio pudiera
sufrir y no la verdadera víctima del evento dañoso, la que puede resultar perjudicada no
sólo en sus bienes, sino en su misma persona, por mengua de su integridad física, de su
salud, de su capacidad laborativa.
881-1. Responsabilidad colectiva.— Ocurre a veces que el daño ha sido causado por
alguna de las personas que forman un grupo, aunque no es posible determinar cuál de
ellas es el verdadero culpable. Así, por ejemplo, varios cazadores participan
conjuntamente en una cacería; uno de los tiros hiere a un tercero, sin que la víctima
pueda determinar cuál fue el tirador que lo hirió.
A la luz de los principios clásicos de la prueba de la culpa, es evidente que no habría
derecho a indemnización, puesto que el demandante no puede probar ciertamente quién
ha sido el autor del hecho. La solución es injusta, porque deja sin reparación a la víctima
y permite la probable maniobra de los intervinientes en el hecho, que pudiendo quizás
identificar al culpable, no lo hacen, burlando los derechos del damnificado.
La cuestión debe resolverse por la aplicación de la teoría del riesgo creado que ha sido
incorporada por la ley 17.711 a nuestro derecho positivo, a través de la reforma del
art. 1113. Todos los participantes en el suceso han contribuido a la creación del riesgo
del que resultó el daño; por lo tanto, todos los participantes en el hecho son
responsables, si no se puede saber quién entre ellos ha causado el daño.
Para que surja la responsabilidad colectiva es preciso:
a) Que no se haya individualizado al autor del hecho; la responsabilidad colectiva es
subsidiaria y sólo surge en caso de que no sea posible aquella individualización.
b) Que se pruebe que los demandados han participado en la acción riesgosa del grupo.
La responsabilidad colectiva es solidaria, puesto que tiene ese carácter la derivada de la
comisión de hechos ilícitos. Entre los integrantes del grupo, hay acción recursoria para
obligar a los restantes a contribuir al pago de la reparación. Más aún, podría ocurrir que
después de pagada la indemnización por uno de los del grupo, él probara, en el juicio
seguido contra otro de los integrantes, que sólo éste ha sido el autor del daño, en cuyo
caso obvio es que la acción de repetición será por el total. Si, en cambio, no se puede
individualizar al culpable, la indemnización se dividirá entre todos los integrantes del
grupo por partes iguales.
881-2. Responsabilidad colectiva con motivo o en ocasión de espectáculos
deportivos.— La ley 23.184 ha regulado tanto el régimen penal y contravencional para
reprimir hechos de violencia que se cometan con motivo o en ocasión de espectáculos
deportivos como la responsabilidad civil de las entidades o asociaciones participantes en
tales eventos.
En lo que acá importa, el art. 33 establece que las entidades o asociaciones participantes
de un espectáculo deportivo son solidariamente responsables civiles de los daños
sufridos por los espectadores, en los estadios y durante su desarrollo, a menos que
hubiere mediado culpa por parte del damnificado. Sin embargo, la ley 24.192 estableció
un régimen más amplio: Las entidades o asociaciones participantes de un espectáculo
deportivo, son solidariamente responsables de los daños y perjuicios que se generen en
los estadios, lo que implica no solo eliminar la causal de exensión de responsabilidad
sino, además, extenderla a todas las personas que sufran un daño, sean o no
espectadores. La responsabilidad se amplía más aún, pues se extiende a las
inmediaciones de los estadios, antes, durante y después del evento, y a los traslados de
las parcialidades (art. 1, ley 23.184, ref. por ley 26.358).
893. Absolución del procesado.— Dispone el art. 1103 que después de la absolución del
acusado, no se podrá tampoco alegar en el juicio civil la existencia del hecho principal
sobre el cual hubiese recaído la absolución .
Una primera lectura de este texto induce a pensar que absuelto el procesado, no puede
ya declararse en el juicio civil su culpabilidad; y en efecto, así lo resolvieron algunos
tribunales. Pero un examen más atento de la ley pone en claro que no es ese el sentido
de la disposición. Esta se limita a establecer que, absuelto el procesado, no se podrá ya
alegar en el juicio civil la existencia del hecho principalsobre el que hubiere recaído la
absolución. Así, por ejemplo, si el tribunal del crimen declara que no ha habido hurto
porque la cosa pertenecía al acusado, no podrá luego en sede civil declarar que hubo
hurto y, en consecuencia, condenar al demandado al pago de los daños consiguientes.
Pero nada se opone a que absuelto el condenado por falta de culpa, el tribunal civil lo
encuentre culpable. Aquí no se trata de la existencia o inexistencia de un hecho, sino de
la culpa del imputado en la producción de ese hecho. Sobre este problema de la culpa, el
art. 1103 nada decide. Y por ello, la jurisprudencia es hoy pacífica en el sentido de que
la absolución del autor del hecho no impide al tribunal civil reconocer su culpabilidad y
condenarlo al pago de los daños. Es razonable que así sea. Una cosa es la culpa penal
(que los jueces de esta jurisdicción analizan con criterio riguroso, inclinándose, en caso
de duda, en el sentido de que no la hubo:in dubio pro reo), y otra la culpa civil (que los
jueces de este f uero analizan con criterio amplio, inclinándose, en caso de duda, por
favorecer a la víctima).
894.— Cabe preguntarse qué debe entenderse por hecho principal , materia en la que el
pronunciamiento penal absolutorio hace cosa juzgada en lo civil. Debe tratarse, a
nuestro juicio, de las circunstancias de hecho que han sido esenciales para la
fundamentación de la sentencia absolutoria; en cambio, la referencia a hechos que no
han sido invocados sino de manera incidental y cuya existencia o inexistencia no
influirían en la condena o absolución (aunque puedan influir como circunstancias
agravantes o atenuantes) no hace cosa juzgada.
En consonancia con estos principios, se ha declarado que, negada por los tribunales del
crimen la intervención del acusado en el hecho que se investiga, ella no puede ser
admitida en el juicio civil; que si en el juicio criminal se estableció que las barreras
estaban cerradas, no se puede decidir que estaban abiertas en el civil; ni cabe alterar en
el fuero civil lo decidido en lo criminal respecto de la autenticidad de un documento.
895. Valor del sobreseimiento definitivo.— El sobreseimiento definitivo decretado en el
proceso penal, ¿es equivalente a la absolución del acusado? La cuestión ha dado lugar a
pronunciamientos contradictorios, pero hoy la jurisprudencia parece definitivamente
inclinada a negar toda posible equiparación entre el sobreseimiento y la absolución, de
tal modo que el primero no impediría volver a juzgar en el fuero civil la existencia o
inexistencia del hecho principal en que se basó el pronunciamiento. En otras palabras, el
sobreseimiento definitivo carece totalmente de influencia sobre la acción civil. Esta
solución se funda en razones que nos parecen irrebatibles. Hay, ante todo, un
fundamento de derecho positivo: el art. 1103 confiere valor de cosa juzgada respecto de
la inexistencia del hecho principal solamente a la absolución, sin mencionar el
sobreseimiento. Y esta solución se justifica plenamente porque la absolución se dicta
después de un proceso en el que las partes han tenido oportunidad de alegar y probar
todo lo que hace a la defensa de sus derechos, mientras que el sobreseimiento se decreta
antes de que la causa llegue a plenario, lo que significa que el damnificado no ha tenido
oportunidad de ejercer su derecho de defensa. En esas condiciones, hacer valer contra él
la sentencia dictada en el proceso penal violaría la prescripción constitucional que
garantiza la defensa en juicio.
Si el sobreseimiento definitivo carece de todo efecto sobre la acción civil, con tanta
mayor razón no la tiene el sobreseimiento provisional, ni el auto que decreta el archivo
de las actuaciones por no existir mérito para la formación del proceso o por no haberse
podido individualizar a los autores.
2.— Influencia de la sentencia civil sobre la criminal
CAPÍTULO XII
Responsabilidades Especiales
914. Responsabilidad civil de los funcionarios públicos.— El art. 1112 del Código Civil
dispone que los hechos y las omisiones de los funcionarios públicos, en el ejercicio de
sus funciones, por no cumplir sino de una manera irregular las obligaciones que les
están impuestas, son comprendidas en las disposiciones de este título , vale decir,
originan la obligación de indemnizar todo daño que por su culpa o negligencia se
origine a otra persona (art. 1109).
Por funcionario público, en el sentido de esta disposición legal, debe entenderse toda
persona que desempeñe una función pública, cualquiera sea su jerarquía.
Debe tratarse del cumplimiento irregular de las obligaciones legales. No lo hay si el
funcionario se ha ajustado a lo que disponen las leyes y reglamentos, aunque más tarde
esas leyes se hayan declarado inconstitucionales. Así, por ejemplo, el funcionario de la
Dirección General Impositiva que ha cobrado un impuesto, luego declarado
inconstitucional, no es responsable del daño que pueda haber ocasionado al
contribuyente.
El cumplimiento irregular puede consistir en un hecho o una omisión (art. 1112). No es
indispensable que haya dolo, es decir, incumplimiento deliberado. Basta la simple culpa
o negligencia para desencadenar la responsabilidad, conforme con los principios
generales de la responsabilidad aquiliana.
El funcionario no podrá excusar su responsabilidad alegando ignorancia de sus
obligaciones, desde que el error de derecho o la ignorancia de la ley en ningún caso
excusa la responsabilidad por los actos ilícitos (art. 923).
915.— Finalmente, es necesario distinguir entre dos categorías de funcionarios: aquellos
que sólo pueden ser removidos de sus cargos por juicio político u otro procedimiento
similar y los restantes funcionarios y empleados. En cuanto a los primeros, no es posible
intentar contra ellos la acción por daños y perjuicios, si previamente no han cesado en
sus cargos, sea por haber sido removidos conforme al procedimiento legal, sea por
haber renunciado o terminado sus funciones.
916.— La circunstancia de que el empleado o funcionario haya obrado en cumplimiento
de órdenes superiores, no excusa, en principio, su responsabilidad, pues cuando dichas
órdenes han sido dadas en violación de la ley, no obligan al subordinado. Pero este
principio no recibe aplicación en el supuesto de empleados dependientes, desprovistos
de facultades para apreciar la legitimidad de las órdenes recibidas.
917. Responsabilidad de los jueces.— En su carácter de funcionarios públicos, también
los jueces están comprendidos en la responsabilidad que hemos estudiado en los
párrafos anteriores. Pero los perjuicios producidos a particulares por su actuación
irregular o contraria a la ley, presentan algunos problemas que es preciso considerar.
El primero y quizás más delicado, es la eventual responsabilidad que puede derivar de
una aplicación errónea de la ley. Ante todo, debemos decir que este problema no se
presenta frente a una sentencia definitiva, es decir, frente a una sentencia dictada por un
tribunal de cuyo pronunciamiento no cabe ya recurso de apelación. Ningún litigante
podría aducir, más tarde, que el tribunal hizo una errónea aplicación de la ley, para
reclamar de los jueces que firmaron la sentencia una indemnización de los daños
sufridos. Y ello por una razón muy simple: la ley es lo que los jueces dicen que es. De
tal modo que, declarado por sentencia definitiva que la ley dispone tal cosa, no puede
luego pretenderse que esa interpretación es errónea y que en realidad dispone algo
distinto. Sólo cabe exceptuar el supuesto de que se demostrara que el tribunal ha obrado
maliciosamente o que ha mediado cohecho, en cuyo caso la acción de daños es, desde
luego, procedente.
Pero puede darse el caso de que el daño haya derivado de la sentencia de un juez
inferior (en base a la cual, por ej., se ha decretado el embargo que ha resultado
perjudicial), que luego ha sido revocada por el Tribunal Superior. La revocación
demuestra que el derecho ha sido mal aplicado, lo que parecería indicar la viabilidad de
una acción de daños. Empero, la improcedencia de tal acción, no mediando malicia del
juez, es evidente. La solución de los litigios, la valoración de la prueba, la interpretación
de la ley, son todas materias opinables. No se podría hacer responsables a los
magistrados de una decisión razonablemente fundada (aunque el Superior en definitiva
la haya considerado errónea y, por ello, revocado) sin grave daño para la serenidad de
las decisiones y la independencia de juicio de los magistrados.
En suma, la responsabilidad de los jueces debe reposar sobre las siguientes bases: a)
Ellos son responsables si se trata de actos irregulares hechos con malicia; b) Por el
contrario, si se trata de simples errores subsanables por los recursos que la ley establece,
deben ser remediados por esa vía; cuando ésta no ha sido intentada, ello significa que el
que se dice damnificado ha consentido la resolución que lo agravia y no tiene de qué
quejarse; si lo ha intentado infructuosamente, porque el Superior ha confirmado la
resolución o sentencia impugnada, ello quiere decir que no hay en ella error del punto
de vista legal.
Cabe agregar que según el art. 273 del Código Penal, será reprimido con inhabilitación
absoluta de uno a cuatro años el juez que se negare a juzgar so pretexto de oscuridad,
insuficiencia o silencio de la ley, y el que retarde maliciosamente la administración de
justicia después de requerido por las partes y de vencidos los términos legales. Obvio
resulta decir que, condenado el magistrado, será también responsable por la
indemnización de los perjuicios sufridos por el litigante.
924. Importancia del tema.— La notable afición del hombre moderno por el deporte, ha
hecho decir a un autor (Brebbia ) que éste constituye uno de los signos característicos de
nuestro tiempo, al lado de la máquina y de la desintegración atómica. Lo cierto es que el
deporte como juego, como profesión, como espectáculo, forma parte importante de la
vida contemporánea. Una de las características de esta actividad, son los riesgos que
genera, que son frecuentísimos. ¿Hay responsabilidad como consecuencia de los daños
ocasionados por actos deportivos?
Si la hay, ¿cuál es su naturaleza? Son estos los temas que hemos de considerar en los
párrafos que siguen.
930. Doctrina del riesgo profesional.— El tema de los accidentes del trabajo es propio
del Derecho Laboral y extraño, por lo tanto, a nuestro estudio. Aquí sólo nos interesa
puntualizar cuál es la naturaleza y fundamento de la responsabilidad del empleador por
estos accidentes.
Antiguamente, este problema jurídico se resolvía sobre la base del derecho común; es
decir, el obrero que pretendía que el patrón lo indemnizara, debía probar la culpa de
aquél o que el daño había sido hecho por un dependiente suyo o, en fin, que lo había
provocado una cosa de propiedad del patrón; la culpa del obrero, aunque fuera leve,
excluía la responsabilidad patronal. La solución era injusta, porque lo cierto es que la
vecindad de la máquina, el acostumbramiento con el peligro, originan un aflojamiento
de las precauciones que normalmente suelen adoptarse. En otras palabras, los accidentes
son la consecuencia de una actividad peligrosa. Y es lógico, por lo tanto, que cargue con
ese riesgo, no el obrero, sino el patrón que lo ha creado con su industria y que se
beneficia con esa actividad peligrosa.
Esta doctrina del riesgo profesional fue incorporada a nuestra legislación por la
ley 9688 dictada en 1915. De acuerdo con ella, los patrones, sean personas físicas o
jurídicas, son responsables por los accidentes ocurridos por el hecho y ocasión del
trabajo (redacción introducida por la ley 12.631, pues la ley 9688 decía: con motivo y
en ejercicio del trabajo ). En principio, es necesario que el accidente se produzca en el
lugar del trabajo; pero ya la jurisprudencia, con un criterio tuitivo del trabajador, había
admitido la indemnización de los accidentes ocurridos in itinere , y la ley 15.448
admitió expresamente esa solución al disponer que "el empleador será igualmente
responsable del accidente cuando el hecho generador ocurra al trabajador en el trayecto
entre su lugar de trabajo y su domicilio o viceversa, siempre que el recorrido no haya
sido interrumpido en interés particular del trabajador o por cualquier razón extraña al
trabajo" (art. 2º). La legislación vigente, llamada de riesgos del trabajo (ley 24.557), ha
ratificado estos principios (art. 6).
Basta, pues, con que el accidente haya ocurrido en el lugar de trabajo o in itinere , para
desencadenar la responsabilidad del patrón. No es necesario probar su culpa, ni que el
daño fue hecho por un empleado suyo o con una cosa de la cual se servía o era de su
propiedad. Es suficiente la prueba del daño ocurrido en dichas circunstancias.
El patrón sólo deja de ser responsable:
a) Cuando el accidente hubiera sido causado dolosamente por la víctima (art. 3º, inc. a],
ley 24.557), como ocurriría si el obrero, en un acto de sabotaje, pretende destruir una
máquina que estalla y lo hiere.
b) Cuando se haya originado en una fuerza mayor extraña al trabajo (art. 3º, inc. a,
ley 24.557); si por el contrario, se trata de una fuerza mayor inherente al trabajo, hay
responsabilidad. Así, por ejemplo, el patrón está exento de responsabilidad si el daño se
produce como consecuencia de un terremoto, una inundación, etcétera. Pero si un rayo
(que es un acontecimiento imprevisible) cae sobre el cable en el cual está trabajando un
obrero y transmite la descarga eléctrica, matándolo, se trata de una fuerza mayor
inherente al trabajo y, por lo tanto, indemnizable.
931.— La ley 24.557 introdujo un novedoso régimen que reemplazó el sistema de
indemnizaciones por muerte o incapacidad que debían pagarse en un solo acto, por otro
de prestaciones periódicas, con el claro objetivo de reducir los denominados costos
laborales.
La ley distingue las incapacidades laborales entre temporaria y permanente; esta última,
a su vez, puede ser parcial o total. Se incorpora, además, el concepto gran invalidez, y
por separado se regulan las consecuencias de la muerte del damnificado.
Si se trata de una incapacidad laboral temporaria, el damnificado percibirá una
prestación de pago mensual equivalente al valor mensual del ingreso base multiplicado
por el porcentaje de incapacidad, además de las asignaciones familiares
correspondientes, hasta la declaración del carácter definitivo de la incapacidad (art. 14,
inc. 1º, ley 24.557, ref. por decreto 1278/00).
Si se trata de una incapacidad permanente parcial, la ley distingue según el grado de la
incapacidad. Si ella es igual o inferior al cincuenta por ciento, se dispone una
indemnización de pago único; en cambio, si es superior a ese porcentaje y hasta el
sesenta y seis por ciento, se establece el pago de una renta periódica más una
compensación adicional de pago único (arts. 14, incs. 2.a y 2.b, y 11, inc. 4.a,
ley 24.557).
Si la incapacidad permanente fuere total, el damnificado percibirá las prestaciones que
por retiro definitivo por invalidez establezca el régimen previsional, una prestación
mensual complementaria y una compensación dineraria adicional de pago único
(arts. 15, inc. 2º, y 11, inc. 4.b, ley 24.557).
Cuando se tratare de un supuesto de gran invalidez, la A.R.T. deberá pagar al
damnificado, además, otra prestación de pago mensual (art. 17, inc. 2º, ley 24.557).
En caso de muerte del damnificado, sus derechohabientes accederán a la pensión por
fallecimiento prevista en el régimen previsional al que el fallecido estuviera afiliado y a
las prestaciones correspondientes al supuesto de incapacidad permanente total (art. 18,
inc. 1º, ley 24.557).
Para cerrar el sistema, la ley 24.557 dispone que las prestaciones por ella previstas
eximen a los empleadores de toda responsabilidad civil frente a sus trabajadores y a los
derechohabientes de éstos, excepto que —conforme el art. 1072, Cód. Civil— el daño o
la muerte su hubiera producido por un acto ilícito ejecutado a sabiendas y con intención
de dañar (art. 39).
Sin embargo, es importante destacar que este sistema ha quedado severamente afectado
a raíz de dos fallos dictados por la Corte Suprema de Justicia de la Nación durante el
año 2004, en los autos "Aquino" y "Milone". En el primero de ellos se declaró la
inconstitucionalidad del art. 39 de la ley 24.557 con fundamento en que el hecho de que
los menoscabos a la integridad psíquica, física y moral del trabajador deban ser
indemnizados sólo en los términos de la mencionada ley, vuelve al art. 39 citado
contrario a la dignidad humana, ya que ello entraña una suerte de pretensión de cosificar
a la persona, por vía de considerarla sólo un factor de la producción, un objeto del
mercado de trabajo. En el segundo fallo se dispuso que cuando se tratare de una
incapacidad transitoria, si bien como regla resulta admisible que la reparación dineraria
sea satisfecha mediante una renta periódica, resulta reprochable constitucionalmente la
circunstancia de que no se prevea excepción alguna a tal regla, lo cual resulta
discriminatorio e incompatible con el principio protectorio del trabajador y los
requerimentos de condiciones equitativas de labor.
A la luz de los mencionados fallos parece necesario admitir que el trabajador cuenta,
ahora, con dos tipos de acciones, excluyente una de otra: el primer tipo de acciones
integrado por las admitidas en la ley 24.557 que ya se reseñaran en este número; el
segundo constituido por la acción civil ordinaria, que procura una indemnización
integral.
946.— Respecto del transportador gratuito, juegan las mismas causas de exclusión de la
responsabilidad que en el supuesto de transporte oneroso (art. 164).
947. Concepto de abordaje.— Se entiende por abordaje aéreo toda colisión entre dos o
más aeronaves en movimiento. Los daños producidos por una aeronave en vuelo a otra
aeronave en vuelo también, o a las personas o bienes a bordo, aunque no haya colisión,
se consideran como provenientes de un abordaje (art. 165).
948. Responsables.— Si el abordaje es causado por culpa de una de las aeronaves, la
responsabilidad por los daños es a su cargo, pero no es responsable si concurren las
circunstancias previstas en el art. 142 (art. 166, Código Aeronáutico). De cualquier
modo, la responsabilidad está limitada en la forma prevista en los arts. 144, 145 y 163,
según sea el caso (art. 169).
Si en el abordaje hay concurrencia de culpas, la responsabilidad de cada una de las
aeronaves por los daños a las mismas aeronaves, a las personas y a los bienes a bordo,
es proporcional a la gravedad de la falta. Si no pudiera determinarse la gravedad de la
falta, la responsabilidad corresponderá por partes iguales (art. 167).
949-950. Solidaridad de la responsabilidad.— La responsabilidad de los coautores de
una colisión culpable es solidaria, sin perjuicio del derecho del que ha abonado una
suma mayor de la que le corresponde, a repetir contra el coautor del daño (art. 168,
Código Aeronáutico).
951. Daños causados a terceros en la superficie en caso de abordaje.— En este caso, los
explotadores de ambas aeronaves responden de los daños producidos, en las mismas
condiciones y bajo las mismas limitaciones de los daños hechos en la superficie por una
aeronave; la responsabilidad es solidaria (art. 170).
Aun en el caso de que una de las aeronaves sea inocente, su explotador será obligado a
pagar la suma reclamada por la víctima en virtud de la expresa solidaridad y sin
perjuicio de su derecho de repetir del culpable la suma pagada (art. 171).
En caso de que la culpa sea concurrente, la aeronave que haya pagado más de lo que le
corresponde, puede repetir de la otra el exceso de lo que hubiera debido pagar
(art. citado).
El explotador demandado por reparación del daño causado por el abordaje debe, dentro
del término de seis meses, hacerlo saber al explotador contra el cual pretende ejercer el
derecho de repetición, bajo sanción de caducidad (art. 173).
952.— Debe agregarse que los explotadores de las aeronaves son responsables de los
daños ocasionados en la superficie, aunque el abordaje se haya producido por una causa
de fuerza mayor (art. 172).
§ 7.— Responsabilidad derivada de productos elaborados
952.9. Presunciones de culpa.— Este sistema se completa con una serie de presunciones
de culpa, algunas legales, otras pretorianas, que estudiaremos a continuación:
a) Cruce de calles .— El peatón tiene en las zonas urbanas prioridad de paso cuando
cruza lícitamente la calzada por la senda peatonal o en zona peligrosa señalizada como
tal; debiendo el conductor detener el vehículo si pone en peligro al peatón (art. 41,
ley 24.449). En todo accidente producido en dicha zona se presume la culpa del
conductor.
La prioridad de paso del peatón cesa si los vehículos tienen vía libre por indicación del
agente de tránsito o de los aparatos mecánicos de señales.
¿Qué ocurre si el peatón cruza la calle a mitad de cuadra, o, mejor dicho, fuera de la
zona que le está reservada para el cruce? Sin duda hay culpa de su parte, pues no se
sujetó a la reglamentación que prescribe el cruce por las esquinas. Pero la jurisprudencia
se inclina a considerar que también media culpa concurrente del conductor del
automóvil que lo embistió, pues éste, a su vez, ha omitido su obligación de tener en todo
momento el contralor de su vehículo.
b) Velocidad .— La ley 24.449, en su art. 51, fija diferentes velocidades máximas según
el lugar (calles, avenidas, autopistas) y el tipo de vehículo que se trate (automóviles,
motocicletas, ómnibus, camiones).
Pero la observancia de los límites legales no exime de responsabilidad al conductor,
pues la jurisprudencia ha resuelto que en los accidentes de que son víctimas los
peatones, la velocidad debe considerarse excesiva cuando no ha permitido detener
oportunamente el vehículo.
La velocidad (aunque siempre dentro de límites razonables) no es causa de imputación
si se trata de una ambulancia o bomba de incendio, siempre que haga las señales sonoras
características y vaya a prestar servicio y no sea de vuelta de él.
c) Otras presunciones .— Los tribunales han resuelto, entre otros supuestos, que se
pre sume la culpa del conductor: que marcha a contramano; o que dio marcha atrás,
pues se trata de una maniobra generalmente imprevisible; o si carece de registro
habilitante, pues ello constituye un fuerte indicio de que no tiene la destreza o la
experiencia necesaria para sortear las dificultades de un tránsito intens o.
Un caso singular se da cuando el peatón resulta lesionado como consecuencia de la
colisión de dos vehículos, uno de los cuales se ha desplazado hiriéndolo. En este caso, la
demanda puede dirigirse contra ambos, que responden solidariamente, pues la víctima
no tiene por qué investigar la manera como se produjo el accidente para establecer quién
ha sido el verdadero culpable. El conductor que sostiene que la culpa exclusiva del
hecho le corresponde al otro debe probarlo.
952.10. Responsabilidad del propietario del vehículo.— El accidente de tránsito, ya lo
hemos dicho, no sólo pone en juego la responsabilidad del conductor y de su principal,
sino también la del propietario y guardián del vehículo, a tenor del art. 1113. Y como es
de naturaleza riesgosa, no puede eximirse de responsabilidad probando que de su parte
no hubo culpa; para eximirse de ella, debe probar: a) que hubo culpa de la víctima o de
un terceropor quien no debe responder; o bien: b) que la cosa ha sido usada en contra de
la voluntad expresa o presunta del dueño (art. 1113 ).
B.— Colisión entre un automóvil y una bicicleta
IV — Obligaciones ex lege
968. Concepto y caracteres.— De una manera muy general, pueden clasificarse las
obligaciones en dos grandes categorías: aquellas que tienen su origen en la voluntad de
las partes (contratos y voluntad unilateral) y las que nacen de la ley. Dentro de estas
últimas, cabe distinguir las que surgen de hechos ilícitos (y, según nosotros lo
pensamos, de hechos no ilícitos que ocasionan daños a terceros) y las que nacen directa
y meramente de la ley, sin ningún hecho o daño imputable al obligado; son estas las
obligaciones llamadas ex lege . Por vía de ejemplo, podemos citar la obligación de pasar
alimentos a los parientes indigentes.
Para precisar el contorno, por cierto muchas veces confuso, que separa las
obligaciones ex lege de otras obligaciones nacidas también de la ley, hay que tener
presente: 1) que no media un acto ilícito (delito o cuasidelito) del obligado; 2) que no
hay daños ocasionados al sujeto activo; 3) que la obligación se impone en virtud de
motivos múltiples que nada tienen que ver con la conducta del obligado.
969. Diversos casos.— Dentro de nuestro régimen legal pueden citarse los siguientes
casos de obligaciones ex lege : a) la obligación alimentaria , en favor de parientes y del
cónyuge; b) las obligaciones económicas derivadas de la patria potestad, la tutela y
curatela (administración de los bienes de los incapaces, rendición de cuentas); aludimos
solamente a las obligaciones económicas, porque las que no tienen ese carácter (por ej.,
cuidado de la persona, educación, etc.) escapan al ámbito de los derechos patrimoniales;
c) al descubridor de un tesoro le corresponde la mitad (arts. 2556 y sigs.); d) la persona
que hallara una cosa perdida tiene derecho a una recompensa (art. 2533); e)
los impuestos .
De lo dicho en el número precedente se desprende que no caben, dentro del concepto de
obligaciones ex lege , todas las disposiciones relativas a la reglamentación de
los contratos en particular. En verdad, estas obligaciones tienen su origen en el contrato;
la ley no hace sino regular algunos de sus efectos, del mismo modo que regula los
efectos de los actos ilícitos. Y en la mayor parte de los casos tales normas
soninterpretativas o supletoriasde la voluntad inexpresada en los contratos, de tal modo
que las partes podrían sustituir los efectos dispuestos en la ley por otros acordados entre
ellas, lo que prueba aún mejor la naturaleza voluntaria de tales obligaciones, no obstante
que ellas aparecen recon ocidas en la ley.
Tampoco deben incluirse dentro de esta categoría los derechos y obligaciones derivados
de las relaciones de vecindad, pues en realidad no son sino aspectos del dominio.
En cuanto a la transmisión de derechos mortis causa , opinamos que los derechos al
patrimonio del causante, no mediando testamento, se adquieren ex lege ; en cambio, las
obligaciones sólo pesan sobre el heredero por un acto voluntario, que es la aceptación
expresa o tácita de la herencia.
CAPÍTULO XIII
Privilegios
970. Concepto.— Si bien en principio todos los acreedores deben ser tratados en un pie
de igualdad en lo que atañe a sus derechos sobre los bienes del deudor, la ley admite
ciertas causas de preferencias, en virtud de las cuales algunos deben ser pagados antes
que otros. Esas preferencias se llaman privilegios.
Un importante sector doctrinario (Molinario , Cortés , etc.) sostiene que esa
denominación debe reservarse a las preferencias nacidas exclusivamente de la ley,
quedando excluidas otras preferencias cuyo nacimiento depende de la voluntad de las
partes, como ocurre con las nacidas de los derechos reales de garantía. Otros autores,
por el contrario, piensan que el concepto de privilegio abarca también a esas
preferencias (Llambías , Fernández , Allende, Mariani de Vidal ). Por nuestra parte,
habíamos adherido anteriormente al primer criterio, pero una nueva reflexión sobre el
tema nos persuade de que es preferible comprender dentro del concepto de privilegio a
todas las preferencias legales. En el fondo, se trata de una cuestión puramente
terminológica, sin interés sustancial. Pero lo cierto es que en nuestra legislación se
denomina privilegio, también, a las preferencias nacidas de los derechos reales de
garantía (arts. 3913, 3934, 3946, Cód. Civil, y art. 241, ley 24.522, etc.) y que esa es la
terminología usada generalmente en la práctica jurídica.
De más está decir que el problema de los privilegios presenta interés casi
exclusivamente en el caso de que los bienes del deudor no alcancen a cubrir todas sus
deudas. En ese caso se pagan ante todo los acreedores privilegiados, según el orden de
sus preferencias y si queda algún saldo, se distribuye entre los restantes acreedores
(llamados comunes o quirografarios) a prorrata del monto de sus respectivos créditos.
978. Enumeración.— Los privilegios generales enumerados por el art. 3879 son dos: los
gastos de justicia hechos en interés común de los acreedores y los créditos del Fisco por
impuestos. De ellos nos ocuparemos en los números que siguen.
979. Alcance y fundamento.— Parece de toda lógica que los gastos de justicia hechos
en interés de los acreedores, tengan privilegio general sobre todos los bienes, ya que
esos gastos han sido indispensables para que los demás acreedores puedan cobrar sus
cr éditos.
Este fundamento del privilegio es el que permite delinear claramente sus contornos: si la
masa ha logrado un beneficio directo e inmediato con el gasto, éste tiene privilegio. De
lo contrario, no lo tiene.
Puede decirse, entonces, que para que un gasto pueda ser considerado gasto de justicia
debe ser: a) necesario para el cuidado o la realización del bien de que se trate, b)
realizado en el interés común de los acreedores, c) originado en un trabajo judicial, y d)
específico en su finalidad, pues la labor que lo origina se practica para realizar los
bienes del deudor o para preparar su realización
De conformidad a las ideas enunciadas en el párrafo anterior, se ha declarado que gozan
del privilegio general del art. 3879: los honorarios del abogado y procurador que
patrocinaron y representaron al deudor en su presentación en concurso o quiebra, los del
letrado del acreedor que denunció bienes que pasaron a integrar la masa del concurso;
los del síndico; los de los contadores, liquidadores e inventariadores designados en las
quiebras.
2.— Impuestos
980. Alcance y fundamento.— Los créditos del Estado nacional o provincial o de las
municipalidades, por impuestos, gozan también de un privilegio sobre la generalidad de
los bienes muebles o inmuebles del deudor (art. 3879). Hay un interés público en
asegurar la percepción impositiva indispensable para el pago de los gastos públicos.
Dentro del concepto de impuestos del art. 3879, están comprendidos las tasas y las
contribuciones por mejoras, aunque el titular del crédito sea una empresa particular; y
los créditos municipales por la construcción de cercas y aceras ; pero no las multas, ni
los intereses punitorios. Los créditos del Fisco no provenientes de impuestos (en sentido
lato) no gozan de privilegio.
B.— Privilegios especiales
981. Fundamento.— El privilegio del locador, consagrado por los arts. 3883 y 3884,
tiene una larga tradición jurídica, como que se origina en el derecho romano, en donde
asumía la forma de una hipoteca tácita (Digesto, lib. 20, tít. 2, ley 4, y tít. 4, ley 7). Es
un enérgico recurso de protección del derecho de propiedad.
990. Alcance.— Según el art. 3886, el posadero goza del privilegio del locador, bajo
las mismas condiciones y excepciones, sobre los efectos introducidos en la posada,
mientras permanezca en ella y hasta la concurrencia de lo que se le deba por
alojamiento y suministros habituales de los posaderos a los viajeros. El privilegio no
comprende los préstamos de dinero, ni se da por obligaciones que no sean las comunes
de losviajeros .
991.— Quedan afectados al privilegio todos los efectos introducidos a la posada, tales
como equipajes, alhajas, dinero, vehículos, etcétera. No interesa que tales cosas
pertenezcan al viajero o a terceros: en cualquier caso el posadero podrá invocar su
privilegio, ya que el art. 3886 lo autoriza a hacerlo bajo las mismas condiciones y
excepcionesque el del locador; por igual motivo, no tendrá privilegio respecto de las
cosas pertenecientes a terceros: 1) cuando el posadero supiera que ellas no pertenecían
al viajero al tiempo de tener origen su crédito (la prueba de su conocimiento debe
producirla el que la invoca); 2) cuando se trata de cosas robadas o perdidas (art. 3883).
992.— El privilegio sólo ampara los suministros habituales de los posaderos a los
viajeros: alojamiento, comida, garaje. Pero no las obligaciones que no sean comunes de
los viajeros, como sería un préstamo de dinero hecho por el posadero al viajero
(art. 3886).
993. Alcance.— El acarreador goza de igual privilegio que el locador sobre los efectos
transportados que tenga en su poder o en el de sus agentes y durante los quince días que
sigan a la entrega que hubiese hecho al propietario, por el importe del transporte y
gastos accesorios (art. 3887). Esta disposición es aplicable al transporte civil, es decir,
cuando se realiza como hecho aislado; si, por el contrario, se lleva a cabo por una
empresa organizada, se aplica sólo en subsidio del régimen del Código de Com ercio
(art. 200).
Debe entenderse por acarreador toda persona que se encarga del transporte de
mercaderías o cosas de un lugar a otro, sea en forma profesional o accidental. No lo es
quien se limita a alquilar o facilitar vehículos para que otros realicen el transporte, ni
quien transporta personas por la simple razón de que el privilegio recae sobre las cosas
transportadas..
El privilegio protege el crédito por el transporte y gastos accesorios . Estos gastos
accesorios pueden consistir en la conservación de la cosa, en los que se ha necesitado
hacer para evitar los efectos de una fuerza mayor, etcétera.
994.— El privilegio puede ejercitarse mientras los efectos se encuentran en poder del
acarreador o de sus agentes y durante los quince días siguientes a la entrega (art. 3887).
Se explica esta solución, pues lo normal en los contratos cumplidos de buena fe es que
el acarreador entregue la mercadería, confiando en que será pagado de acuerdo a lo
convenido.
994.1.— Conviene analizar brevemente este privilegio en el marco del Código de
Comercio.
Los efectos transportados quedan afectados primariamente al pago del flete, gastos y
derechos originados en la conducción. Este es el privilegio que goza el transportista.
Si se trata de un transporte combinado, el derecho se transmite de un porteador a otro,
quedando en cabeza del último todos los derechos y acciones de los que lo han
precedido en el transporte (art. 200, Cód. de Comercio).
El plazo para ejercer el privilegio es de un mes contado desde la fecha de entrega de la
mercadería, bajo apercibimiento de caducidad. El privilegio se extingue, también, si las
cosas transportadas han sido entregadas a un tercero (art. 200, Cód. de Comercio).
Además, el porteador puede ejercer el derecho de retención previsto en los arts. 3939 y
3940 del Código Civil. La circunstancia de que ejerza este derecho no impide que luego
se ampare en el privilegio legal; ello es así pues el fin perseguido con el derecho de
retención es lograr el cobro del propio crédito, mientras que el privilegio se ejerce con la
consigna de prevalecer sobre otros acreedores.
995. Alcance.—Son privilegiadas las sumas debidas por las semillas y por los gastos de
cosecha, sobre el precio de esa cosecha (art. 3888).
El privilegio se ejerce sobre el producido de la cosecha para la cual se hicieron los
gastos.
996. Gastos comprendidos.— Ninguna duda cabe de que están comprendidas las sumas
debidas por compra de semilla y por los gastos de recolección propiamente dichos. En
cambio, se ha cuestionado si también los trabajos de preparación de la tierra, arada,
rastreada, fumigación, carpida, están también comprendidos. Predomina, a nuestro
juicio, con razón, la opinión afirmativa, pues todos estos gastos tienen por destino el
logro de la cosecha.
Están comprendidos los gastos de combustible, pasto para los animales de trabajo y
jornales y otras retribuciones relativas a esos trabajos.
Por último, están cubiertas por este privilegio las primas por seguros agrícolas (art. 1º,
ley 3863).
997. Alcance.— Según el art. 3892, los gastos de conservación de una cosa mueble, sin
los cuales ésta hubiera perecido en todo o en parte, deben ser pagados con privilegio
sobre el precio de ella, esté la cosa o no en poder de quien ha hecho los gastos. Los
simples gastos de mejoras que no tengan otro objeto que aumentar la utilidad y el valor
de la cosa, no gozan de privilegio . Es explicable este privilegio y la prioridad que como
veremos se le concede, porque beneficia a los restantes acreedores al conservar la cosa
sobre la cual han de hacerse efectivos los créditos.
1000. Norma legal.— Establece el art. 3893 que el vendedor de cosas muebles no
pagadas goza de privilegio por el precio sobre el valor de la cosa vendida, que se halle
en poder del deudor, haya sido la venta al contado o a plazo. Si la cosa ha sido
revendida y se debiese el precio, el privilegio se ejerce sobre el precio . Es un privilegio
tendiente a proteger las transacciones y la seguridad del comercio jurídico.
1007. Alcance.— Supuesto que el vendedor de inmuebles no hubiera sido pagado, tiene
los siguientes derechos: a) Pedir la resolución del contrato (véase Tratado de Derecho
Civil, Contratos , t. I, núm. 301). b) Reivindicar el inmueble del comprador o de
terceros poseedores, siempre que la venta haya sido al contado (art. 3923). c) Reclamar
el pago del precio; este derecho está protegido por un privilegio creado por el art. 3924.
El privilegio se otorga, según el art. 3924, al vendedor de cosas inmuebles. Por
aplicación del principio de que los privilegios deben interpretarse restrictivamente, se
admite generalmente que no lo tienen otros enajenantes, tales como el permutante
(solución con la que, por las razones expresadas en el número 1001, no estamos de
acuerdo), el que da la cosa en pago o como aporte a una sociedad, etcétera. Pero si el
que recibe un i nmueble por algunos de estos títulos queda adeudando una suma de
dinero como diferencia para igualar valores, el privilegio puede ejercerse sobre esa
diferencia.
El vendedor está amparado por el privilegio, sea la venta al contado o a plazo
(art. 3924).
El privilegio se extiende: a) al precio adeudado; debe entenderse que el privilegio sólo
ampara el precio que consta en el contrato de venta y no el que surgiera de
contradocumentos mantenidos ocultos; b) a los intereses vencidos de un año; c) a todas
las cargas y prestaciones impuestas al adquirente a beneficio personal del vendedor o de
un tercero designado por él (art. 3925).
En cambio, no comprende los daños y perjuicios resultantes del incumplimiento, aunque
hubiesen sido fijados en el mismo contrato (art. 3925).
Para que el privilegio pueda hacerse efectivo, es necesario, en principio, que el
inmueble se halle en poder del deudor (art. 3924); pero si el comprador (deudor del
precio) lo hubiere revendido, el privilegio se ejerce sobre el precio adeudado por el
tercero adquirente (art. 3926). De donde se desprende que el privilegio se extenderá a la
indemnización por expropiación o al seguro pagado con motivo de la destrucción o
deterioro de la cosa.
10.— Privilegio del prestamista de fondos para la adquisición de un inmueble
1009. Alcance.— Establece el art. 3928 que los coherederos y todos los copartícipes
que han dividido una masa de bienes compuesta de muebles e inmuebles, o de varios
muebles determinados, tienen privilegio por la garantía de la partición sobre los bienes
antes indivisos, y también por el precio de la licitación del inmueble, adjudicado a
alguno de ellos .
El privilegio se da en protección del derecho a la garantía que tienen los coherederos o
condóminos de una cosa o un conjunto de bienes, con motivo de la partición o
licitación. La coparticipación en los bienes puede derivar de una sucesión, un
condominio, una sociedad, etcétera. Vale decir es indiferente el origen de la
coparticipación así como la forma judicial o extrajudicial de la división.
1010. Alcance.—El donante tiene privilegio sobre el inmueble donado por las cargas
pecuniarias, u otras prestaciones líquidas, impuestas al donatario en el acto que
comprueba la donación (art. 3930).
El codificador ha sido coherente con su criterio de considerar las donaciones con cargo
como actos onerosos en la medida del valor del cargo (art. 1827). Es, sin embargo, muy
difícil encontrar justificación suficiente a este privilegio, que ha sido eliminado en los
proyectos de reformas.
El privilegio se limita al crédito por cargas pecuniarias u otras prestaciones líquidas ;
debe tratrarse de cosas debidas y no de obligaciones de hacer o no hacer, que no tienen
carácter líquido .
El titular del privilegio será el beneficiario del cargo, sea el donante o un tercero.
1020. Principios generales sobre el rango de los privilegios.— En esta materia hay que
distinguir las siguientes situaciones:
a)Colisión entre distintos privilegios generales sobre la totalidad de los bienes muebles
e inmuebles: se aplica el orden establecido en el art. 3879; los créditos de la misma
categoría concurren a prorrata de su monto (art. 3882).
b)Colisión de privilegios generales y privilegios especiales: se acepta generalmente que
prevalecen los privilegios especiales, con la excepción de los gastos de justicia, que
prevalecen siempre sobre todo otro privilegio, sea general o especial. Debe hacerse la
salvedad del privilegio especial del trabajador, que prevalece sobre todo otro (inclusive
los gastos de justicia) con excepción del privilegio del acreedor prendario por saldo de
precio, y de lo adeudado al retenedor por razón de las mismas cosas, si fueren retenidas
(art. 270, ley 20.744).
c)Colisión de privilegios especiales: no hay principios generales. Cada caso debe ser
resuelto según las reglas peculiares del Código contenidas en los arts. 3898 y sigs., y en
caso de que el orden no esté previsto, de conformidad a la naturaleza de cada privilegio,
atendiendo sobre todo a razones de equidad.
Como veremos, este problema ha sido tratado con mayor claridad y método en la ley de
concursos.
1021. Distintas clases de privilegios.— La ley distingue entre los créditos nacidos en el
propio concurso y los créditos que eran exigibles al deudor; y entre estos últimos
diferencia privilegios generales y especiales.
§ 4.— Extinción
1028. Distintas causas.— Los privilegios se extinguen:
a) Por extinción del crédito principal , pues siendo el privilegio accesorio de un crédito,
es evidente que con la extinción de éste por pago, renuncia, confusión, novación,
imposibilidad de pago prescripción, etcétera, queda también extinguido el privilegio.
b) Por renuncia del privilegio, hecha por el titular. Esta renuncia no implica en modo
alguno la del crédito; puede ser expresa o tácita, pues la ley no establece ningún
requisito formal.
c) Por la pérdida o destrucción de la cosa afectada. La pérdida debe ser completa,
porque si algo quedara de la cosa, sobre ella seguirá ejerciéndose el privilegio.
d) Por haber salido los bienes del patrimonio del obligado , salvo el derecho
reipersecutorio limitado que se confiere al locador.
e) Por haber salido las cosas de la tenencia del acreedor privilegiado , en los casos en
que esa tenencia sea condición de la subsistencia de aquél. Están comprendidos en esta
regla el privilegio del posadero, del obrero o artesano que ha fabricado o reparado una
cosa mueble y la preferencia del acreedor prendario.
1034. Casos en que la ley lo confiere expresamente.— Gozan del derecho de retención:
a) El comprador con pacto de retroventa , quien puede oponer al vendedor que hace uso
del derecho a recuperar la cosa, su derecho de retención hasta ser pagado del precio de
venta, de las mejoras y gastos (art. 1384).
b) El locatario o arrendatario hasta ser pagado de los gastos y mejoras a cargo del
locador (art. 1547).
c) El locador puede retener en garantía del pago del alquiler los frutos existentes en la
cosa arrendada, así como los objetos con que se halle amueblada, guarnecida o provista
(art. 1558).
d) El mandatario puede retener todos los bienes o valores del mandante que se
encuentren en su poder, hasta el pago de los gastos y honorarios (arts. 1956 y 2466).
e) El depositario puede retener la cosa depositada hasta el pago de lo que se le debe por
razón del depósito (arts. 2218 y 2466).
f) El poseedor de buena fe tiene derecho a retener la cosa hasta ser pagado por los
gastos necesarios o útiles (art. 2428); el de mala fe tiene derecho a retenerla por los
gastos necesarios (art. 2440), siempre que la posesión no sea viciosa (art. 2436).
g) El copropietario que ha hecho gastos de conservación o reparación de la cosa común
tiene el derecho a retenerla hasta ser pagado por sus copropietarios (art. 2686).
h) El nudo propietario que ha hecho gastos de conservación de la cosa a cargo del
usufructuario, tiene derecho a retener los bienes cuya entrega se encontraba demorada
por culpa de éste (art. 2891).
Sin embargo, aunque la ley califica este caso como retención, no lo es en sentido
estricto, porque este derecho se ejerce siempre sobre cosa ajena . Lo que hay es una
aplicación de la exceptio non adimpleti contractus .
i) El acreedor pignoraticio tiene derecho a retener la cosa hasta el pago íntegro de la
deuda, los intereses y las expensas hechas (art. 3229).
j) El acreedor anticresista tiene igual derecho (art. 3245).
1035. Aplicaciones jurisprudenciales del principio general.— Por aplicación de la regla
general del art. 3940, se ha reconocido el derecho de retención al constructor sobre el
inmueble en que realizó las obras, al que realiza una obra sobre la cosa de otro, aunque
no haya sido encargada por el dueño, al escribano sobre los títulos de propiedad, al
arquitecto sobre los títulos de la finca que se le entregaron para hacer los planos, a los
abogados y procuradores sobre el crédito que hicieron efectivo con su gestión.
B.— Efectos
1.— Derechos
1037. Situación frente a los acreedores privilegiados. — Para resolver el conflicto que
puede plantearse entre un acreedor que ejerce el derecho de retención y otro que es
titular de un crédito privilegiado, será necesario diferenciar según se trate de un
privilegio general o especial.
Empecemos por los que gozan de privilegio general. En su primer apartado, el art. 3946
establece que el derecho de retención no impide el ejercicio de los privilegios generales.
Es decir, éstos tienen preferencia sobre el retenedor. Pero como los privilegios generales
sólo pueden hacerse valer, como principio, en el concurso del deudor, esta materia
queda regulada hoy por la ley 24.522.
En cuanto a los privilegios especiales, la ley 17.711 introdujo en el mencionado
art. 3946 un párrafo que dispone que el derecho de retención prevalece sobre los
privilegios especiales, inclusive el hipotecario, si ha comenzado a ejercerse desde antes
de nacer los créditos privilegiados. Esto significa que, aunque para la ley civil el
derecho de retención no constituye en rigor un privilegio, en la práctica funciona como
tal al conceder al retenedor un recurso para ser pagado antes que otros acreedores, a
condición de haber comenzado a ejercerse antes de nacer los créditos privilegiados.
1038. Situación frente a los restantes acreedores.— Frente a los restantes acreedores
quirografarios, la situación es clara: el derecho de retención no impide que los otros
acreedores embarguen la cosa retenida y hagan la venta judicial de ella; pero el
adjudicatario, para obtener los objetos comprados, debe entregar el precio al tenedor de
ellos, hasta la concurrencia de la suma por la que éste sea acreedor (art. 3942). Ello
quiere decir que el embargo y aun el secuestro judicial de la cosa retenida no perjudica
el derecho del retenedor, que se traslada al precio.
2.— Obligaciones
1040. Restitución de la cosa.— El retenedor debe restituir la cosa cuando por cualquier
motivo hubiera cesado su derecho de retención. Esa restitución comprende también los
frutos, que hubiera conservado en especie, debiendo rendir cuentas de los que hubiera
vendido o consumido.
§ 6.— Extinción