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Esquema del psicoanálisis

Capítulo I: El aparato psíquico.

Freud entiende la vida anímica como un aparato, extenso en el espacio y


compuesto por varias piezas. De este aparato nos es consabido el órgano
corporal y escenario de la vida anímica, el encéfalo (sistema nervioso) y nuestros
actos de conciencia que se dan en forma inmediata.

El autor llama ello a las más antigua de las instancias (o provincias) psíquicas, su
contenido es todo lo heredado, lo que se trae con el nacimiento, lo establecido
constitucionalmente, en especial las pulsiones que provienen de la organización
corporal que encuentran aquí una primera expresión psíquica.

Bajo el influjo del mundo exterior real-objetivo que nos circunda, una parte del
ello desarrolla una organización particular que en lo sucesivo media entre el ello
y el mundo exterior. Este distrito lleva el nombre de yo. El yo dispone respecto los
movimientos voluntarios. Su tarea es la auto- conservación tanto frente al mundo
exterior como frente al ello. Frente al primero se percata de los estímulos,
acumulando experiencias sobre ellos, huyendo o enfrentándolos, buscando
modificar el mundo exterior por su actividad, mientras que frente al ello trata de
dominar las pulsiones y decide si han de tener acceso a la satisfacción o se debe
postergar la oportunidad. El yo aspira al placer y quiere evitar el displacer.

Durante el largo período de infancia durante el cual el ser humano, en


crecimiento vive en dependencia de sus padres, se forma dentro del yo una
particular instancia en la que se prolonga el influjo de estos (los padres), el
superyó. Conforma un tercer poder que el yo se ve obligado a tomar en cuenta.

De esta manera una acción del yo es correcta cuando cumple al mismo tiempo
los requerimientos del ello, del superyó y de la realidad objetiva, es decir cuando
sabe reconciliar sus exigencias. Los detalles del vínculo entre el yo y el superyó
se vuelven por completo inteligibles reduciéndolos a la relación del niño con sus
progenitores. De la misma manera, en el curso del desarrollo individual el
superyó recoge aportes de posteriores continuadores (docentes, arquetipos
públicos, ideales, etc.).

Ello y superyó a pesar de su diversidad fundamental, muestran una coincidencia


en cuanto representan los influjos del pasado, ello los del pasado heredado;
superyó los del pasado asumido por otros. En tanto el yo está comandado
principalmente por lo que uno mismo ha vivenciado, tanto lo accidental como
lo actual.

Capítulo II: Doctrina de las pulsiones.

Se llama pulsiones a las fuerzas que suponemos tras las tenciones de necesidad
del ello. Representan los requerimientos que hace el cuerpo a la vida anímica.
Se puede distinguir un número indeterminado de pulsiones, estas pueden alterar
su meta y pueden sustituirse unas a otras. Sin embargo Freud decide resumir a
todas en solo dos pulsaciones básicas; Eros y pulsión de destrucción. La meta de
la primera es producir unidades cada vez más grandes, conservarlas, o sea una
meta de ligazón. La meta de la otra es disolver los nexos y así destruir las cosas
del mundo. Su meta última llevar lo vivo al estado inorgánico, por eso también
se la llama pulsión de muerte.

En las funciones biológicas las dos pulsiones básicas producen efectos una
contra la otra o se combinan entre sí. Esta acción conjugada y contraria de las
dos pulsaciones básicas produce toda una variedad de las manifestaciones de
la vida.

La energía del Eros, también llamado libido, está presente en el yo-ello todavía
indiferenciado y sirve para neutralizar las inclinaciones de destrucción
simultáneamente presentes. La pulsión de destrucción produce efectos en el
interior como pulsión de muerte, sin embargo permanece muda apareciendo
ante nosotros cuando es vuelta hacia afuera como pulsión de destrucción.

En la esfera del yo se almacena inicialmente todo el monto disponible de libido.


Freud llama narcisismo primario absoluto a ese estado. Dura hasta que el yo
empieza a investir con libido las representaciones de objetos; a trasponer libido
narcisista en libido de objeto. Un carácter importante es la movilidad de la libido,
la agilidad con que ella traspasa de un objeto u otro objeto. En oposición a esto
se sitúa la fijación de la libido en determinado objetos, que a menudo dura la
vida eterna.

Capítulo III: El desarrollo de la función sexual.

El psicoanálisis contradijo todas las opiniones populares sobre la sexualidad. Así


llegaron a los siguientes resultados:

1) La vida sexual no comienza sólo con la pubertad, sino que se inicia


enseguida después del nacimiento con nítidas exteriorizaciones.
2) Hay que saber diferenciar tajantemente entre el concepto sexual y el
genital ya que el primero es más extenso e incluye muchas actividades
que nada tienen que ver con los genitales.
3) La vida sexual incluye la función de la ganancia de placer a partir de
zonas del cuerpo, función que es puesta con posterioridad al servicio de
la reproducción. Es frecuente que ambas funciones no lleguen a
superponerse por completo.

A la temprana edad, el niño da señales de una actividad corporal sexual que


finaliza al quinto año de vida a lo que sigue un periodo de reposo. Trascurrido
este período, llamado de latencia, la vida sexual prosigue con la pubertad,
vuelve a florecer. Sin embargo muchos eventos de la temprana época sexual
son víctimas, salvo algunos restos, de la amnesia infantil.

El primer órgano que aparece como zona erógena y propone al alma una
exigencia libidinosa es, a partir del nacimiento, la boca. En esta etapa “oral”, el
chupeteo del niño se evidencia una necesidad de satisfacción que aspira a una
ganancia de placer independiente de la nutrición, por lo cual se la puede
llamar sexual. La segunda fase es la “sádico-anal”, aquí la satisfacción es
buscada en la agresión y en la función excretoria. La última fase de esta primer
etapa sexual, es la “fálica”. Se asemeja ya en un todo a la plasmación última
de la vida sexual. Desempeña un papel importante en esta etapa los genitales
masculinos.

Con la fase fálica y en el transcurso de ella, la sexualidad de la primera infancia


alcanza su apogeo y se aproxima al sepultamiento. El varón entre en la fase
edípica, la visión de la falta de penen en la mujer le hacen experimentar el
máximo trauma de su vida, iniciador del período de latencia con todas sus
consecuencias. La niña vivencia el discernimiento de su falta de pene con
duraderas consecuencias para el desarrollo del carácter, reacciona lisa y
llanamente con un primer extrañamiento de la vida sexual.

Estas tres fases coexisten juntas. La organización plena, de aquellas pulsiones


que fueron apareciendo desordenadas en las primeras fases, se alcanza en la
pubertad, en una fase “genital”. De esta manera queda establito un estado en
el cual se conservan muchas investiduras libidinales tempranas, otras son
acogidas dentro de la función sexual como actos preparatorios, que dicha
satisfacción da como resultado el “placer previo” y por último otras aspiraciones
son excluidas de la organización y son por completo sofocadas.

Capítulo IV: Cualidades psíquicas.

Dentro de estas cualidades, Freud distingue lo “conciente” y lo “inconciente”.


Los que es inconciente lo es solo por un momento. Si nuestras percepciones no
corroboran esto se debe a que los estímulos de la percepción pueden durar un
tiempo más largo, siendo así posible repetir la percepción de ellos. A esto último,
el autor lo llama “preconciente”, es decir todo aquello que puede trocar con
facilidad el estado inconciente por el estado conciente.

Entonces, los procesos psíquicos tienen tres cualidades, concientes,


preconcientes o inconcientes. Lo que es preconciente deviene conciente, sin
nuestra colaboración; lo inconciente puede ser hecho conciente en virtud de
nuestro empeño. Al contenido inconciente está presente al comienzo en una
fijación doble; una vez dentro de la reconstrucción conciente que ha
escuchado y además en su estado inconciente originario.

El mantenimiento de ciertas resistencias internas es una condición de la


normalidad. Un relajamiento de las resistencias, con el consecuente avance de
un contenido inconciente, se produce de manera regular en el estado del
dormir, con lo cual queda establecida la condición para que se formen los
sueños.

El devenir conciente se anuda a las percepciones que nuestros órganos


sensoriales obtienen del mundo exterior. Es cierto que también recibimos noticias
concientes del interior del cuerpo, los sentimientos. Estos pueden llegar a ejercer
un influjo más imperioso sobre nuestra vida anímica que las percepciones
externas.

Lo inconciente es la cualidad que gobierna de manera exclusiva en el interior


del ello. Ello e inconciente se co-pertenecen de manera tan íntima como yo y
preconciente. El yo se ha desarrollado por el continuo influjo del mundo exterior
en el ello. Duramente ese largo desarrollo, ciertos contenidos del ello se
mudaron al estado preconciente y así fueron recogidos en el yo. Otros
permanecieron inmutados dentro del ello como su núcleo, de difícil acceso.
Pero en el curso de ese desarrollo el yo joven devuelve hacia atrás, hacia el
estado inconciente ciertos contenido, a esto se lo llama lo reprimido.

Los procesos de lo inconciente o del ello obedecen a leyes diversas que los
producidos en el interior del yo. A estas leyes se las llama proceso primario en
oposición al proceso secundario que regula los procesos del preconciente, en
el yo.

Capítulo VIII: El aparato psíquico y el mundo exterior

El ello no nos relaciona directamente con el mundo exterior y dentro de él


actúan las pulsiones orgánicas que están conformadas por eros y destrucción,
en diferentes proporciones. Lo que buscan estas pulsiones es la satisfacción
pulsional instantánea sin importar qué. Eso aunado a la intensidad y la
frecuencia con la que se presenta esa necesidad de satisfacción, es donde
radica lo patológico. Por ejemplo: cuando tenemos un paciente diagnosticado
con trastorno de personalidad limítrofe y presenta una necesidad recurrente y
muy intensa de mantener relaciones sexuales, y la cual lleva a cabo sin importar
la circunstancias o personas, estamos hablando de una patología.

El ello tiene su propio mundo de percepción; percibe las necesidades


pulsionales de placer-displacer.

El yo se ha desarrollado a partir del estrato cortical de ello, y es capaz de percibir


los estímulos y apartarlos del mundo exterior, se relaciona directamente con éste
formando así la realidad objetiva. Esta realidad no es más una abstracción del
mundo “real”, es la interpretación que le damos a lo que percibimos del mundo
exterior y que se asocian con el lenguaje. Si no está en el lenguaje, no existe.

El superyó es una instancia en donde recae la conciencia moral y continúa las


funciones que habían ejercido las personas (padres/cuidadores primarios
principalmente) del mundo exterior, observa al yo, le da órdenes, lo juzga y lo
castiga no solo por las acciones que lleva a cabo el yo, sino también por sus
pensamientos y sentimientos.

El superyó ocupa una posición que media entre el ello y el mundo exterior, reúne
en sí los influjos del presente y del pasado.

Capítulo IX: El mundo interior

Hasta el final del primer periodo de la infancia (que data cerca de los cinco
años), un fragmento del mundo exterior ha sido resignado como objeto y
acogido en el interior del yo, o sea, ha devenido un ingrediente del mundo
interior. En esta instancia psíquica, la cual lleva por nombre el superyó, prosiguen
las funciones que habían ejercido aquellas personas (los objetos abandonados)
del mundo exterior, este superyó observa al yo, le da órdenes, lo juzga y lo
amenaza con castigos, en un todo como los progenitores. Es nuestra conciencia
moral, este superyó no es que pida cuenta al yo sólo por sus acciones, sino
también de sus pensamientos y propósitos incumplidos, que parecen serle
consabidos.
En esta interacción que existe entre el yo y el superyó no es fácil distinguir las
exteriorizaciones de ambos, pero las tensiones y enajenaciones entre ellos se
hacen notar con mucha nitidez, por otro lado, cuando el yo ha sustituido con
éxito una tentación de hacer algo que sería chocante para él superyó́, se
siente elevado en su sentimiento de sí y reafirmado en su orgullo, como si hubiera
logrado una valiosa conquista.

Es importante mencionar que para todas las posteriores épocas de la vida


subroga el influjo de la infancia del individuo, el cuidado del niño, la educación
y la dependencia de los progenitores, por lo que trasciende de manera
fundamental las cualidades personales adquiridas por parte de los progenitores,
pero sobretodo, cuanto efecto haya ejercido sobre uno mismo, además de las
inclinaciones y requerimientos del estado social en el que se desenvuelven y las
disposiciones y tradiciones de la raza de la cual descienden.

En algún momento y atendiendo a las comprobaciones generales y a las


separaciones tajantes, el individuo se hallará expuesto en el mundo exterior, tras
su desasimiento de los padres, lo cual representa el poder presente; su ello, con
sus tendencias heredadas, el pasado orgánico, y el superyó́, que viene a
sumarse más tarde, el pasado cultural ante todo, que el niño debe por así́ decir
revivenciar en los pocos años de su edad temprana. De este modo, el superyó
ocupa una suerte de posición media entre ello y mundo exterior, reúne en sí los
influjos del presente y el pasado. Por lo que se puede decir que el superyó
vivencia un ejemplo del modo en que el presente es traspuesto en pasado.

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