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Sobre el Acompañamiento de adolescentes

Conocer sobre la Adolescencia:


Conocer las características y cambios físicos y psíquicos
propios de esta etapa. Conviene sobretodo ahondar en qué
pasa al adolescente, cuáles son sus inquietudes y
necesidades más profundas. Este conocimiento te hará
redescubrir al adolescente y te permitirá un mejor
entendimiento y comunicación.
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El adolescente y su mundo: En qué mundo vive hoy


este adolescente.
Conocer el entorno, el ambiente y las situaciones concretas
a las que se enfrenta el adolescente de hoy. Cuáles son sus
intereses, cómo se maneja y se involucra en el mundo
cibernético, dónde busca y encuentra diversión, las nuevas
experiencias a las que se va enfrentando y cuáles son sus
grandes ideales.

Afectividad en la adolescencia. Empatía


Siendo el corazón un motor que le mueve, le impulsa y le
orienta, es de vital importancia conocer cómo se desarrolla
la afectividad y qué papel ocupan las personas a quienes
corresponde directamente acompañar y fomentar la
seguridad de saberse amado. Están incluidos aquí los
temas sobre la sexualidad y noviazgo.

La familia y el adolescente
La familia es la mejor compañía para el adolescente. Por ello
es importante conocer el papel de ésta, tomar en cuenta
cómo se encuentra cada miembro de la familia y cómo, a
partir de esto, cada uno se relaciona, acompaña y afecta al
adolescente y éste a todos los demás.

La amistad en la adolescencia:
La amistad es un tema central en la vida del adolescente.
Por ello, es necesario conocer las características de una
amistad auténtica y verdadera, cómo cultivarla y fortalecerla.
Conocer los ámbitos en los que buscan a sus amistades y
saber orientarles cuando sus “amistades” lejos de ayudarles,
les perjudican.
El adolescente aprecia demasiado la amistad, más que la
familia en la mayoría de los casos. Eso es temporal.

Comunicación con el adolescente.


En el proceso de acompañar y formar al adolescente la
comunicación es clave. Será necesario Formarte en las
siguientes Habilidades: aprender a descifrar sus
inquietudes y saber responder adecuadamente, aprender a
preguntar para guiarle a que encuentre respuestas y saber
confrontarlo para que dé la experiencia adquiera
convicciones y decisiones para su vida.
Aprender a escuchar con paciencia, no enfrentar sus
incoherencias, darle confianza, o sea, que siempre sienta
que puede confiar en ti.

El adolescente y Dios…
Como formador, buscas llevarlo a Dios. Por ello es
importante conocer cómo se va desarrollando la vida
espiritual en el adolescente, cómo se vive el principio de
gradualidad en el crecimiento espiritual y a la vez saber
orientar esa pasión y fuego que hay en el interior del
adolescente para que una vez conquistado por Cristo, se
convierta en un gran apóstol de su Reino.
La adolescencia y el tsunami afectivo

Si algo caracteriza a la adolescencia es el desborde


afectivo que suele descuadrar a los adultos. Y no es
para menos. El chico/a empieza a experimentar cambios
físicos en la pubertad que luego se trasladan hasta la
intimidad, generando crisis de personalidad, para terminar,
si se hizo un buen recorrido desde el inicio, en una etapa
de equilibrio y entusiasmo por la vida. En esta etapa
aparecen respuestas exageradas, absolutizaciones
desmedidas, gritos, portazos, llantos e ira que
revolucionan la hasta entonces pacífica convivencia. Esta
avalancha de emociones también se puede manifestar en
retraimiento, incomunicación y abatimiento.

Sea como sea, lo importante es saber que la/el


adolescente no se ha vuelto loco ni lo ha poseído un ente
desconocido que suplantó al tierno niño/a que teníamos
hasta hace poco. Antes de llamar al exorcista del barrio, es
más recomendable tratar de entenderlo/a, aceptarlo/a y
saber guiarlo/a (acompañarlo/a, ayudarlo/a). Para
lograr esto, es responsabilidad de todo padre o formador
informarse y buscar ayuda para dar los pasos certeros
como guías, creando un ambiente que favorezca la
adaptación del chico. Literatura sobre el tema, hay de
sobra. Personas calificadas para dar consejo, también. Lo
que no se debe hacer es pasar por alto esta etapa sin
saber cómo actuar. Prevenir es mejor que lamentar. Sobre
todo si hablamos de la vida de un hijo.

“¿Quién puede dejar de pedir a la familia humana que sea


una auténtica familia, una auténtica comunidad donde se
ama permanentemente al hombre, donde se ama siempre
a cada uno por el solo motivo de que es un hombre, esa
cosa única, irrepetible, que es una persona?”
Con estas palabras Juan Pablo II describe una realidad
que, definitivamente, no cambia cuando ese pequeño bebé
que sólo miraba por nuestros ojos, se convierte en este
extraño ser que nos parece más complicado que una
fórmula de física cuántica. Pero como bien dice el texto
citado, en la familia se ama permanentemente por ser,
por existir, sin importar el rol social o profesional. No
es un amor condicionado. Es en la familia donde uno
entra libremente y con confianza, dejando todas las
máscaras afuera, porque dentro del hogar ya no son
necesarias. Y es con ese amor con el que se debe amar a
los hijos adolescentes, a pesar de sus gritos, malcriadeces
o crisis existenciales. Porque no se trata solo de aceptarlos
y por eso amarlos con resignación. Es algo más grande:
es solo a través de un amor incondicional —sin
abandonar la firmeza y la exigencia— que ellos van a
lograr ese gran paso de la infancia a la adultez de
manera armoniosa, sintiéndose seguros de sí mismos,
con una autoestima saludable y con ilusión por el
futuro. Amarlos no es algo que se les debe dar como
premio por la buena conducta. Al contrario. Solo con un
amor sereno y maduro por parte de sus padres es que ellos
aprenderán a amar de manera madura, completa e
incondicional a sí mismos y a su prójimo. Algo, sin duda,
imprescindible para alcanzar la verdadera felicidad.

Video: Cuando más lo necesite, quiérele

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