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UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA

FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN

ESCUELA DE LETRAS

DEPARTAMENTO DE LITERATURA Y VIDA

CURSO ELECTIVO: DON QUIJOTE EN SIERRA MORENA

PROFESOR: JAIME LÓPEZ-SANZ

ANA DELGADO

LA PENITENCIA DE UN HIDALGO HERIDO DE AMOR

La imagen del amor en la literatura occidental es un elemento que le da identidad,

desde la literatura griega hasta el Barroco. En Don Quijote de la Mancha se le da

un giro drástico, al colocar a un hidalgo ya entrado en años enamorado de una

criadora de cerdos, a la que considera una gran dama y a las prostitutas elogiadas

como doncellas.

El Quijote es el monumento burlesco a los romances fervientes, donde se

sustituyen los elementos típicos como el caballero joven, apuesto, de alto linaje y

la dama rica y hermosa por un hidalgo, es decir “un hijo de algo” y una cuidadora

de cerdos, además de romances desastrosos como el de Luscinda y Cardenio;

todo encabezado por la locura del Quijote.

El amor y la locura trabajan en conjunto en la psiquis del ser humano. Uno está

ligado al otro. En el Quijote es parte de su identidad. Sin estos no sería posible

crear la burla a las novelas donde los caballeros se enamoran de verdaderas

doncellas. Si Don Quijote fuese un hombre cuerdo, sin locura, el personaje de

Dulcinea no jugaría el papel tan fundamental que juega en la obra. En cambio la


locura del Quijote es lo que convierte a la simple Aldonza Lorenzo en “la sin par

Dulcinea” y a las prostitutas en unas verdaderas afroditas.

La fantasía en la que está inmerso el Quijote lo convierte en un personaje paralelo

a otros personajes de la literatura occidental. Su locura es capaz de “convertir” a

una criadora de cerdos que según Sancho hasta puede ser cortesana, en una

doncella decente y digna

“Bien la conozco –dijo Sancho-, y sé decir que tira tan bien la barra como el más forzudo
zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza de chapa hecha y derecha y de pelo
en pecho y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante o por andar
que la tuviere por señora! ¡Oh hideputa qué rejo que tiene y que voz! Sé decir que se
puso encima de un campanario del aldea a llamar a unos zagales suyos que andaban en
un barbecho de su padre, y, aunque estaban allí más de media legua, así la oyeron como
si estuvieran al pie de la torre. Y lo mejor que tiene es que es nada melindrosa, porque
tiene mucho de cortesana: con todos se burla y de todo hace mueca y donaire. Ahora digo,
señor Caballero de la Triste Figura, que no se lamente puede y debe vuestra merced
hacer locuras por ella, si no que con justo título puede desesperarse y ahorcarse, que
nadie habrá que lo sepa que no diga que hizo demasiado de bien, puesto que la lleve el
diablo…”

El amor y la locura actúan en conjunto como el motor de los acontecimientos en El

Quijote. Gracias a estos, Don Quijote es capaz de exaltar e imitar la penitencia de

Amadís de Gaula en la Peña Pobre, la cual le da sentido a este capítulo de la obra.

La locura amorosa de Don Quijote hace que, entre tantas mujeres de la comarca,

el personaje ponga sus ojos justamente en una criadora de cerdos poco agraciada,

y la exalte como doncella elegante. Pero siempre se respetará el patrón de la

literatura clásica occidental, en el que un caballero arriesga todo por el amor a la

mujer reverenciada. Sin embargo los personajes rompen con los cánones de la

areté para darle el corte burlesco: un hidalgo que se cree caballero, influenciado

por su psiquis invadida por los libros de caballería, viejo, pobre y sin el linaje de
guerrero de Aquiles, loco de amor por una simple porqueriza que no tiene la gracia

y la finura de Helena de Troya.

El romance es el centro de la trama de muchas novelas clásicas occidentales y

también lo que marca el destino de los personajes. En este caso, el destino de

Amadís de Gaula fue convertirse en errante de la Peña Pobre. El Quijote es capaz

de perder su dignidad de hombre al emular esta penitencia, y no conforme con eso,

desnudarse hasta quedar “en pañales”. En lugar de arriesgar su vida como un

valiente, como lo haría un verdadero caballero, se expone a sí mismo sin tener

una pizca de vergüenza.

“Y desnudándose con toda priesa los calzones, quedó en carnes y en pañales y luego sin
más ni más dio dos zapatetas en el aire y dos tumbas de cabeza hacia abajo y los pies en
alto, descubriendo cosas que, por no verlas otra vez, volvió Sancho la rienda a Rocinante
y se dio por contento y satisfecho que podía jurar que su amo quedaba loco. Y así le
dejaremos ir su camino, hasta la vuelta que fue breve.”

La realidad distorsionada que creó El Caballero de la Triste Figura es la que hace

posible que un personaje imaginario como Dulcinea del Toboso se convierta en

una realidad para el lector. Sin este personaje, la locura de Don Quijote no iría a

este grado. Ese enamoramiento fáustico conduce al Quijote a ponerse en

penitencia de la manera más ignominiosa y a escribir una carta a un personaje

que no es lo que él cree en medio de su locura.

En la carta a Dulcinea del Toboso, el Quijote manofiesta su fantasía vivida. De

nada sirven las advertencias y los testimonios de Sancho para volverlo a la

realidad. El Quijote sigue defendiendo su amor por un personaje que nada tiene

que ver con Oriana, la amada de Amadís. La carta expresa la humillación de un


“caballero” por un amor imposible. El Quijote antepone el amor a una mujer creada

por sus delirios.

“Soberana y alta señora:

El ferido de punta de ausencia y el llagado de de las telas del corazón, dulcísima


Dulcinea del Toboso, te envía la salud de que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si
tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz
de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que, además de ser fuerte, es muy
duradera. Mi buen Sancho te dará entera relación, ¡Oh bella ingrata, amada enemiga mía!,
del modo que por tu causa quedo: si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que
te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.
Tuyo hasta la muerte.

El Caballero de la Triste Figura

El honor de un caballero no está completo sin una doncella a quien amar y que

esta le corresponda. Don Quijote siente que ha sido derrotado por un enemigo

mucho peor que los molinos, ha sido herido con un arma más mortal que la

espada. La penitencia es la manera de curar esa herida, de rendirle honores a su

amor no correspondido. Por eso ve en Amadís un ejemplo de cómo un caballero

debe anteponer su amor a su honra de caballero.

En el Quijote, la figura del amor está condicionada por el delirio caballeresco. No

hay amor sin locura, ni hay locura sin amor. El amor conduce al personaje a sus

actos. Lo envuelve en un estado de inconsciencia y lo ciega. De esta manera, al

Quijote no le importa hacer el ridículo ni las burlas que pudiera recibir. Solo le

importa que su amada Dulcinea reconozca su penitencia y caiga a sus pies. En

lugar de llenarse de orgullo es capaz de vender su dignidad a cambio de que

Dulcinea atienda sus súplicas y le dé sentido a su penitencia, sin importarle la


vergüenza y el deshonor de desnudarse y de zapatear y sin importarle la

persuasión de Sancho para que este aterrice a la realidad.

El Quijote se autodefine como un ser poco digno de la supuesta Dulcinea, pero no

pierde la esperanza de que esta le responda. En su carta le reprocha,

expresándole cuán herido está su corazón. Sin embargo nunca cae en las garras

del orgullo y sigue fiel a ese amor. Como todo caballero valora la hermosura y

elegancia de una mujer. Sin conocer a Aldonza Lorenzo ya tiene una imagen

positiva de ella, pese a las acusaciones de Sancho.

Cabe destacar que en esa penitencia Don Quijote se está entregando al destino.

No le importa que riesgo pueda conllevar, tal como lo expresa en la carta. Sin el

amor de Dulcinea su vida no tiene ningún sentido. Está condenado a muerte; o es

el amor de Dulcinea o el perder la vida irremediablemente. Su herida de amor ya

no tiene cura. Por eso la única manera de demostrárselo a su amada es

arriesgando su honor y su armadura, siempre haciendo caso omiso a las

advertencias de Sancho.

En toda novela occidental, la figura del héroe enamorado está ligada a todas las

imágenes de la obra. Ya sea un amor no correspondido o un romance fracasado,

la presencia de Eros siempre está jugando un papel muy importante en el pensar y

actuar de los personajes. En Don Quijote, la locura es la que convoca a Eros para

completar la figura del caballero andante y darle sentido a sus hazañas, a tal punto

de que este puede perder la dignidad por conseguir su amor consumado. Ese es

el único premio que importa para el Quijote, más que un trofeo.

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