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Sociología jurídica

“DOCTORCITOS”
Ensayos de sociología y antropología jurídica

Hernán Pruden (coord.)


Huascar Rodríguez García
Elise Gadea
Jorge C. Derpic Burgos
Miguel Ángel Foronda Calle
“DOCTORCITOS”
Ensayos de sociología y antropología jurídica

Hernán Pruden (coord.)


Huascar Rodríguez García
Elise Gadea
Jorge C. Derpic Burgos
Miguel Ángel Foronda Calle
Doctorcitos: ensayos de sociología y antropología jurídica / Hernán
Pruden (coord.) – La Paz : Vicepresidencia del Estado Plurinacional, 2017.
260 p. ; il. ; 21 cm. – (Sociología jurídica)
ISBN 978-99974-62-67-1 (tapa rústica)
Notas
Contiene : Prólogo / Hernan Pruden. Abogados y pistoleros. Crimen, política
y justicia en el Valle Alto (1875-1899) / Huascar Rodriguez García. Los abogados
indígenas originario campesinos: intermediarios de la justicia plural / Elise Gadea.
“Tengo que ser Mandrake”. Táctica y estrategia legal en las fiscalías de El Alto /
Jorge C. Derpic Burgos. Aprendiendo el oficio: las mañas de convertirse en abogado /
Hernán Pruden. Bajo la toga: un acercamiento al campo de la abogacía en Bolivia /
Miguel Ángel Foronda.
1. Bolivia – Sociología 2. Bolivia – Antropología jurídica 3. Bolivia – Cultura
i. Pruden, Hernán, coordinación ii. Vicepresidencia del Estado Plurinacional, ed.
iii. Título.

Cuidado de edición: Carla Salazar y Claudia Dorado Sánchez


Revisión de estilo: Bernardo Paz Gonzales
Gestión editorial: Claudia Dorado Sánchez
Editor general: Víctor Orduna Sánchez
Coordinación académica: Bianca De Marchi Moyano y Luis Claros
Composición de portada, diseño y diagramación: Oscar Claros
Ilustración de portada: Ramiro Zambrana, Doctorcitos, 2016 (óleo sobre lienzo)
Derechos de la presente edición: diciembre de 2017
© Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia
Centro de Investigaciones Sociales (cis)
Calle Ayacucho esq. Mercado N° 308
La Paz - Bolivia
+591 (2) 2142000
Casilla N° 7056, Correo Central, La Paz
www.cis.gob.bo
ISBN: 978-99974-62-67-1
D.L.: 4-1-503-17 PO
Primera edición
500 ejemplares
Impreso en Bolivia
Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de su
autor o autores y no necesariamente representan la postura de las instituciones que han
contribuido a su financiamiento, producción o difusión.
Este libro se publica bajo licencia de Creative Commons:
Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional (CC BY-NC-SA 4.0)
Esta licencia permite a otros crear y distribuir obras derivadas a partir de la presente
obra de modo no comercial, siempre y cuando se atribuya la autoría y fuente de
manera adecuada, y se licencien las nuevas creaciones bajo las mismas condiciones.
Índice

Presentación 9
Prólogo 11
Hernán Pruden

1. Abogados y pistoleros. Crimen, política y justicia


en el Valle Alto (1875-1899) 21
Huascar Rodríguez García
Introducción 21
Crisis y administración judicial 28
El clan del abogado José Ignacio Iriarte 33
Guerras privadas 33
Venganza, tiroteos y más juicios 40
La cuadrilla de Punata y sus abogados 55
Los orígenes 55
Un Sábado de Tentación en Punata 57
Otros ataques y nuevos juicios 63
Conclusiones 71
Bibliografía 79

2. Abogados indígenas originario campesinos:


intermediarios de la justicia plural 85
Elise Gadea
Hacia una justicia intermediada 85
Difícil tarea de enlace entre dos sistemas polarizados 89
6 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Hacia la deslegitimación de la justicia endémica 94


Entre la resistencia y la integración de los estándares
del sistema de justicia estatal 97
Bibliografía 101

3. “Tengo que ser Mandrake”. Táctica y estrategia legal


en las fiscalías de El Alto 107
Jorge C. Derpic Burgos
Introducción 107
Normas, ética e instituciones. El análisis de la justicia
en Bolivia 108
Abogados: personajes, intermediarios o tinterillos 111
El desborde en Bolivia: la abogacía 112
Jugando simultáneas: el fiscal 113
Dibujando el (nuevo) tablero. Medidas para regir la
abogacía 114
Abogados y clientes. Aliados y enemigos 116
La ofensiva. Amedrentando fiscales 118
La aguja del reloj. Dilación y fallas en el sistema 121
El bueno, el malo y el chicanero 123
Conclusiones 125
Bibliografía 129

4. Aprendiendo el oficio: las mañas de convertirse


en abogado 135
Hernán Pruden
Aprendiendo el oficio 136
Inicios idealistas 136
La universidad 139
El juzgado 143
El bufete 148
Epílogo: algunas sugerencias técnicas 155
Bibliografía 159
Índice | 7

5. Bajo la toga: un acercamiento al campo de la abogacía


en Bolivia 161
Miguel Ángel Foronda Calle
Introducción 161
La abogacía en Bolivia: entre el privilegio y el estigma 169
La abogacía en el imaginario social 169
La regulación de la profesión 172
¿Quién es el abogado?: esbozo de la concepción de
la profesión 174
La abogacía como fuente de poder 183
Poder de estatus 183
Poder de dependencia 184
Poder de formación 185
Poder de temor 186
La cultura jurídica en el ejercicio libre de la profesión 186
El bufete 187
Los peldaños del ejercicio libre de la profesión 189
Dos caras de una misma moneda: abogado y cliente 202
Conclusiones y líneas de investigación 226
Caracterización del campo jurídico en Bolivia 226
La abogacía como profesión multifacética 228
Bibliografía 231

Anexos
Anexo 1 Principales normas emitidas en el ciclo de
reformas del sistema judicial, 1992-2003 239
Anexo 2 Principales normas emitidas en el ciclo de
reformas del sistema judicial, 2006-2014 241
Anexo 3 Cuestionario de entrevista 243
Anexo 4 Presidentes de Bolivia de profesión abogado 245
Anexo 5 Profesión de los ministros de Bolivia,
1825-2003 249
8 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Anexo 6 Evolución del número de inscritos en el rpa y


en los Colegios de Abogados 251
Anexo 7 Salarios pagados en algunas instancias del
Órgano Judicial en comparación con otras
entidades públicas, al 2015 253

Índice gráfico

Esquema 1 Estructura del sistema jurídico 165


Esquema 2 Esquema de análisis y contenidos del estudio 167

Gráfico 1 Abogados registrados en el rpa, al 17 de


diciembre de 2015 179

Tabla 1 Principales normas que regulan la abogacía


en Bolivia, siglos xx y xxi 173
Tabla 2 Requisitos para el ejercicio de la abogacía en
la normativa boliviana 176
Tabla 3 Número de habitantes por abogado y
departamento 180
Tabla 4 Distribución de población urbana y rural
en Bolivia, al 2012 182
Tabla 5 Principales universidades en las que se titulan
los abogados en Bolivia, por departamento 192
Tabla 6 Perspectivas sobre el uso de la chicana 215

Sobre los autores 255


9

Presentación

El Centro de Investigaciones Sociales (cis) de la Vicepresidencia del


Estado Plurinacional de Bolivia presenta el libro ‟Doctorcitos”. Ensayos
sobre sociología y antropología jurídica. Se trata de una investigación
coordinada por el investigador social e historiador Hernán Pruden,
con colaboraciones de varios sociólogos, historiadores y juristas que,
desde distintas perspectivas, pretenden dar cuenta de la práctica
jurídica y de las representaciones del abogado en una sociedad
plural como la boliviana.
Esta publicación es parte de la producción investigativa del cis,
en la que se estudian los procesos de generación de imaginarios
sociales, se estudian las prácticas sociales, se exploran las distintas
voces que construyeron la historia de cara a los debates contemporá-
neos y se discute la dinámica ideológica y económica plurinacional
contemporánea, así como la complejidad de su cotidianidad mate-
rial, cultural y política. Las tres líneas de investigación del cis –Esta-
do y política, Teoría e historia, Sociedad y economía– permiten, por
una parte, estudiar el surgimiento, el desarrollo y la transformación
de la estatalidad, y, por otra, posibilitan analizar la movilidad social
y las luchas por las significaciones legítimas en el campo social, inte-
lectual, político y productivo boliviano.
En ese marco, como resultado de diferentes investigaciones,
entre 2016 y 2017 el cis ha publicado varios libros que van desde el
estudio de las burocracias, las ciudades y los movimientos sociales
hasta el análisis de la dinámica económica del comercio popular en
Bolivia. Una próxima publicación en la línea de estudios antropo-
lógicos y sociológicos relacionados al fenómeno jurídico tiene como
título Caleidoscopios de la justicia, investigación coordinada por Farit
Rojas Tudela, que avanza en la discusión acerca del pluralismo jurí-
dico en Bolivia.
10 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

El cis impulsa investigaciones que dan cuenta de debates, enfo-


ques y momentos clave para la construcción de la diversidad de la
Bolivia plurinacional contemporánea. En ese sentido, busca profun-
dizar en perspectivas y estrategias analíticas múltiples que permitan
una mejor comprensión del país y de sus procesos de transformación
política e ideológica.
11

Prólogo

Hernán Pruden

En Bolivia todos son abogados hasta que demuestren lo contrario.


Dicho popular

[…] no había hombre regularmente parecido al que no se le llamara


doctor, aunque el tal no hubiera cursado ni instrucción secundaria.
Era una simple suposición la que se hacía al acordar tal título, porque
era lógicamente presumible que, no existiendo en Bolivia muchas
carreras a que dedicarse, un hombre de buenas trazas era doctor
o coronel. Coroneles y doctores primaban en calles y plazas,
saludábanse con la dignidad que el caso requería y miraban por
encima del hombro al resto de la humanidad. Cuando llegaba
a la capital algún caballero de marcial actitud, voz gruesa
y mirada imperiosa, la gente no trepidaba y llamábalo “mi
coronel”; mas si, por el contrario, resultaba un señor obeso, con
lentes engastados en oro y palabra fácil, no cabía duda [de] que
era preciso saludarlo con un sonoro: “doctor”.
Armando Chirveches, La candidatura de Rojas

Abogados en la historia de Bolivia


Hasta hace no mucho, los presidentes de Bolivia solían ser, en su
versión democrática, abogados y, en su versión dictatorial, militares.
Derecho era una carrera para dedicarse a la política e incluso era
considerada la única ciencia social hasta entrada la década de 1970.
Desde la Historia se ha hecho una serie de acercamientos al tema de
la ley en Bolivia. Para fines de la Colonia, Sergio Serulnikov nos mues-
tra que a partir de las reformas borbónicas, así como de los cambios de
normas que estas implicaron, las comunidades se movilizaron y recon-
sideraron el “pacto implícito” que tenían con el Estado (2003: 106).
Entrada la República, según podemos advertir en la investigación de
12 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Rossana Barragán sobre la ciudadanía, se crearon “escenarios de dis-


puta” para indígenas y mestizos en “su articulación con el Estado”
(1999: 13). Marta Irurozqui, a su vez, se refiere a la forma en que la
“ambigüedad interpretativa” respecto a “constituciones y leyes elec-
torales” –parte intrínseca de la política de fines de siglo xix– era un
aspecto clave en la expansión de la ciudadanía (2000: 23-26). En el
siglo xx, la ley siguió ocupando un lugar contestado en la política,
como sostienen Tristan Platt (1982: 144) y Brooke Larson (2002: 149)
al describir los modos en que la resistencia indígena comenzó “por
la vía legal”, haciendo uso de “títulos coloniales y de revisita” en sus
reclamos por las tierras, algo similar a lo que sucedió con los caciques
apoderados y las redes que construyeron las comunidades para defen-
derse del ataque a las tierras comunales, propio de la expansión del
latifundio (Huanca, 1986). Igualmente, Larson analiza, por un lado,
la lucha legal de las comunidades y, por otro, el rol de los abogados
bilingües que utilizaban sus “raíces indígenas para fines acumulativos”
(2002: 160). Laura Gotkowitz (2011), por su parte, muestra el efecto
de los decretos de Gualberto Villarroel, como también de decretos
imaginarios que circulaban como rumores y que fueron herramientas
para la movilización política de los indígenas. Todos estos estudios,
que nos dan pistas sobre las formas de apropiación de la ley en Boli-
via, no profundizan, sin embargo, en la figura del abogado, presente
en cientos de refranes populares, la ficción literaria y cinematográ-
fica, e incluso en las entradas folklóricas bolivianas donde se puede
disfrutar la sátira vengativa de los “doctorcitos”.
La Revolución de 1952 emprendió una serie de cambios estruc-
turales que bastaron para calificarla de “revolución social”. Fue una
transformación de raíz que incluyó la ampliación de la ciudadanía con
el voto universal, la nacionalización de las grandes empresas mine-
ras y la reforma agraria. Pero, a pesar de cambios tan formidables,
los abogados siguieron controlando el país. Víctor Paz Estenssoro y
Hernán Siles Zuazo fueron claros ejemplos de aquello –en tanto polí-
ticos–, quienes, entre idas y vueltas, entre el Parlamento y el Palacio
Quemado, rondaron por más de medio siglo la plaza Murillo.
Cabe aclarar que tanto la preocupación por el estado de la jus-
ticia como los intentos por reformarla llevan ya bastantes años. En
las últimas décadas hubo una serie de intentos de reforma. Ramiro
Orías (citado por Miguel Ángel Foronda en este libro) los entiende
Prólogo | 13

como ciclos. El primero, entre los años 1992 y 2003, partió de la


modernización del Estado y se caracterizó por el desarrollo de un
marco institucional que incorporó al Tribunal Constitucional y al
Consejo de la Judicatura, aparte de darle estatuto de cartera indepen-
diente al Ministerio de Justicia. El segundo ciclo, entre 2003 y 2005,
fue signado por la acción conjunta de los tres poderes del Estado, los
cuales intentaron construir una política de “Justicia para todos” y, en
particular, para los “sectores vulnerables y excluidos de la sociedad”.
Se concibió una política que apostó por mecanismos de resolución
alternativa de conflictos (por ejemplo, conciliación, centros integrados
de justicia y justicia de paz). Finalmente, el tercer ciclo, a partir de la
gestión del primer Gobierno del Movimiento Al Socialismo (mas), el
2006, que aprobó, entre sus hitos fundamentales, la actual Constitución
Política del Estado (2009), un modelo de justicia plural que reconoce
las jurisdicciones ordinaria, agroambiental, constitucional e indígena
originario campesina, y reforma los mecanismos de elección de las
máximas autoridades por sufragio universal (ibid.).
La cuestión es que los planes de reforma contemporáneos, tanto
los que eran parte del proceso de modernización del Estado –propios
del neoliberalismo– como los del denominado “Proceso de Cambio”
que se vive en Bolivia, no lograron eliminar ni la retardación de justicia
ni la corrupción, mostrando que los esfuerzos reformistas no fueron
suficientes y/o que la corporación judicial es capaz de resistir de
forma muy eficaz los esfuerzos del Estado central por transformarla.
En la apertura de la Cumbre Nacional de Justicia Plural, el 10
de junio de 2016, en Sucre, el vicepresidente Álvaro García Linera
admitió, en su discurso inaugural, que “la justicia de hoy –con nota-
bles excepciones– sigue siendo muy parecida a la de antes”. Por lo
reciente de los hechos, todavía no podemos vislumbrar los escenarios
de diálogo o de conflicto entre el Estado y la corporación judicial,
pero podemos suponer que se aproximan jornadas intensas.

Nuestra investigación
En los trabajos compilados en esta publicación, nos acercamos a la
justicia desde el estudio de la interacción social de abogados, fisca-
les, jueces y ciudadanía, para aportar un diagnóstico a la reforma
del sistema judicial boliviano. En esa dirección, intentamos también
14 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

identificar temáticas clave que podrían ser profundizadas en próxi-


mas etapas.
La primera investigación de esta serie, de Huascar Rodríguez, es
de carácter histórico y analiza la lucha política a fines del siglo xix en
el Valle Alto cochabambino. Rodríguez, basándose en procesos judi-
ciales, hemerografía, folletería, legislación, memorias, cartas e informes
oficiales, nos muestra la política situada por igual a ambos lados de la
ley, teniendo en el mismo bando tanto a pistoleros como a abogados.
La segunda investigación, de Elise Gadea, investigadora asociada
al Instituto Francés de Estudios Andinos (ifea), analiza el rol de los
abogados indígenas en tanto intermediarios entre la justicia ordinaria
y la justicia indígena originaria campesina. Su análisis se focaliza en la
actual paradoja de la justicia indígena, pues aunque la Constitución
Política del Estado reconoce su jerarquía, en la práctica se la subor-
dina a la justicia ordinaria. Su estudio se basa en trabajo etnográfico,
entrevistas y bibliografía secundaria.
La tercera investigación, de Jorge Derpic, estudia la forma en
que los fiscales perciben a los abogados, así como la profesión legal,
e identifica las principales prácticas de los abogados –en tanto inter-
mediarios legales– en el avance o el retraso de los procesos judiciales.
Su trabajo tiene sustento en revisión bibliográfica, búsqueda heme-
rográfica y entrevistas semiestructuradas.
En la cuarta investigación, de mi autoría, me enfoco en el apren-
dizaje del oficio en los distintos ámbitos de formación de abogados,
para entender cómo se desarrollan las “mañas” en algunos de ellos. Mi
pesquisa se concentra en entrevistas en profundidad sobre la univer-
sidad, la práctica laboral en el juzgado y la práctica en el bufete. Por
otro lado, rastreo posibles soluciones –desde el punto de vista de los
abogados– a los problemas de retardación de justicia y de corrupción. Es
preciso reconocer, en este proceso, la labor de Erna Jungstein y Claudia
Camarlinghi, quienes fueron auxiliares de investigación de mi equipo.
La quinta investigación, de Miguel Foronda, apunta a entender
el marco institucional dentro del cual se ejerce la abogacía, la per-
cepción que tienen algunos abogados de su profesión y los hábitos de
los abogados, al igual que la forma en que estos se relacionan con el
sistema judicial paceño. Su estudio se basa en revisión documental,
entrevistas semiestructuradas y un grupo focal.
Prólogo | 15

A futuro
Hace falta indagar sobre las posibles líneas de investigación para una
etapa futura. Por una parte, sugiero recabar los distintos diagnósti-
cos que se hicieron en los últimos 25 años sobre la justicia en Bolivia.
En la década de 1990, como parte de los preparativos para la refor-
ma de la justicia, se comenzó una serie de estudios financiados por la
cooperación internacional; sin embargo, cuando fuimos a buscarlos
al archivo y biblioteca del Ministerio de Justicia, nos sorprendió que
no estuviesen allí. Sería importante generar las condiciones para que
estén accesibles en el ministerio y puedan servir de materia prima en
la elaboración de políticas públicas.
Entre tales diagnósticos, los principales fueron: el estudio sobre el
funcionamiento del sistema penal en Bolivia, realizado en 1992 por
el Instituto Latinoamericano de Naciones Unidas para la Prevención
del Delito y el Tratamiento del Delincuente (ilanud), como parte de
los preparativos de la reforma del sistema penal; el estudio sobre la
justicia en Bolivia, llevado a cabo a fines de la década de 1990 por la
empresa consultora estadounidense Chemonics International Inc. y
los consultores del Centro de Asesoramiento Empresarial Multidis-
ciplinario (caem), financiado por la Agencia de los Estados Unidos
para el Desarrollo Internacional (usaid); el diagnóstico realizado a
principios del siglo xxi por la firma estadounidense dpk Consulting,
asociada a su par boliviana ecyt Bolivia s.r.l., sobre el proyecto de
reforma institucional del Poder Judicial; el proyecto de reforma ins-
titucional “Justicia para todos”, para la consolidación institucional
del sistema judicial, hecho también a principios de este siglo por el
Ministerio de Desarrollo Sostenible; el programa de administración de
justicia realizado por la firma estadounidense Checchi and Company
Consulting Inc. y financiado por usaid entre los años 2005 y 2010; y,
finalmente, el programa de fortalecimiento de la política pública de
administración de justicia plurinacional en Bolivia, desarrollado entre
el 2011 y el 2012 por la Comisión Andina de Juristas y financiado
por la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (cosude).1

1 Véanse: Informe-Estudio del Funcionamiento del Sistema Penal en Bolivia, La Paz:


ilanud, 1992; “Proyecto de Reformas Judiciales: Diagnóstico institucional
y su entorno. Sistema integrado de recursos humanos y carrera. Informe
de clima organizacional. Administración de cortes y servicios judiciales”,
16 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Otra de las líneas de investigación a futuro podría ser un minu-


cioso seguimiento de casos arquetípicos de injusticia, retardación
de justicia, corrupción y de la compleja relación entre la política
y el Poder Judicial. El seguimiento se podría hacer a partir de tres
acercamientos: el análisis de los expedientes en sus distintas etapas,
la búsqueda hemerográfica y las entrevistas a demandantes, deman-
dados, abogados, fiscales y jueces. En base a las entrevistas aplicadas,
fue posible identificar algunos de los posibles casos de estudio:
1. Para acercarse a un caso de injusticia exagerada, se podría
investigar lo ocurrido a Aldo Choque Alconz –interno
conocido en la cárcel de Oruro como “El Inocente”–, un
estudiante de la Universidad Técnica de Oruro (uto) que fue
arrestado a principios de la década 1990 por viajar en una
movilidad con precursores de estupefacientes, mientras se
dirigía a la universidad. Fue juzgado y sentenciado mediante
la Ley Nº 1008 a una condena de 25 años y 20 mil días-multa.
La mayoría de las apelaciones fueron negadas hasta que la
Pastoral Penitenciaria se enteró del caso, por lo llamativo de
su nombre, y se logró un recurso de revisión de sentencia
gracias al cual se restituyeron sus derechos.2
2. Bolivia tiene la friolera de un 85,9% de presos sin sentencia,
ocupando así el segundo lugar a nivel mundial; el primero

La Paz: Chemonics International Inc. / caem, 1998 (el diagnóstico podría


complementarse con los varios tomos de información que produjo la
consultora); “Proyecto de Reforma Institucional del Poder Judicial de Bolivia.
Diagnóstico”, dpk Consulting / ecyt Bolivia s.r.l. (última versión: julio de
2002); “Proyecto de Reforma Institucional ‘Justicia para todos’, Consolidación
Institucional del Sistema Judicial. Documento conceptual”, Ministerio de
Desarrollo Sostenible (versión de trabajo: noviembre de 2003); y Reporte Final
del Programa de Administración de Justicia, Bolivia: Checchi / usaid, 2010. Para
complementar, véanse: Panorama de la Reforma del Sistema de Justicia Penal en Bolivia,
de Álvaro Gálvez Murcientes y Paulino Verástegui Palao, La Paz: usaid /
Plural editores, 2010; y “Elaboración de línea de base para la implementación
de un programa de fortalecimiento de la política pública de administración
de justicia plurinacional en Bolivia”, de Marco Antonio Mendoza Crespo y
Eddie Cóndor Chuquiruna, La Paz: Comisión Andina de Juristas / cosude,
abril de 2012.
2 S3, entrevista personal, 17 de diciembre de 2015 (véase el listado al final de mi
capítulo) y Spedding (2008: 125).
Prólogo | 17

lo ocupa Libia, que registra el 90%.3 Parece imprescindible


estudiar, por tanto, alguno de los casos de retardación de
justicia. Uno de ellos, de grado extremo, es el que mencionó
una de las entrevistadas acerca de un interno que estuvo
encarcelado más de 30 años sin sentencia.4
3. Como ejemplo de tráfico de influencias combinado con
discriminación de género, se podría estudiar el caso M. Z.
En 1994, M. Z., de 30 años y de nacionalidad holandesa,
fue violada en su domicilio por el hijo de los propietarios
de la casa que alquilaba en Cochabamba. El violador no
solamente logró evitar la prisión –aparentemente mediante
el tráfico de influencias–, sino que llegó a acusar a M. Z.
como si ella hubiera sido la agresora sexual. El caso llegó
hasta la entonces Corte Suprema de Justicia de Bolivia, sin
alcanzar una resolución justa a pesar de las evidencias y –según
argumentaron las organizaciones de mujeres– “fundada en
prejuicios de género”. Este caso fue admitido el 2001 por
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la
Organización de los Estados Americanos (oea). En 2008, se
llegó a un acuerdo entre las organizaciones de mujeres y el
Estado boliviano, que se comprometió a tomar medidas para
evitar la discriminación hacia las mujeres.5
4. Sobre la compleja relación entre el Poder Ejecutivo y el Poder
Judicial, algunos de nuestros entrevistados sugirieron estudiar
el caso del exprefecto Leopoldo Fernández, enjuiciado por la
masacre de Porvenir del 11 de septiembre de 2008. En este
caso, se podrían analizar competencias y conflictos entre los
distintos niveles de la justicia boliviana.

3 Datos según el reporte “World Prison Brief ”, realizado por The International
Centre for Prison Studies y el Institute for Criminal Policy Research de la
Facultad de Derecho de Birkbeck, parte de la University of London. En línea,
marzo de 2016.
4 S3, entrevista personal, 17 de diciembre de 2015.
5 Véase, por ejemplo: “Informe N° 73/01, caso 12.350, MZ Bolivia, 10 de oc-
tubre de 2001” (disponible en: https://www.cidh.oas.org/annualrep/2001sp/
Bolivia12350.htm) y “Caso MZ, Bolivia (violencia sexual)” (disponible en: goo.
gl/PDJwT8).
18 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Por último, consideramos que sería fructífero investigar la reforma


judicial de la década de 1990, enfocándose en los puntos de resistencia
de la corporación –tanto de abogados como de jueces y de fiscales– y
de las carreras de Derecho, para entender por qué esa reforma no
pudo cumplir sus ambiciosos objetivos. Tal investigación podría ser
concebida como una historia oral de la reforma, aprovechando que
aún no han pasado dos décadas y que, por tanto, buena parte de
quienes participaron en ella todavía son ubicables para ser entre-
vistados. El trabajo de historia oral se podría complementar con el
análisis de los diagnósticos ya mencionados sobre la justicia desde la
década de 1990 hasta el presente y con una búsqueda documental y
hemerográfica de respaldo.
19

Bibliografía

Barragán, Rossana
1999 Indios, mujeres y ciudadanos: Legislación y ejercicio de la ciudadanía
en Bolivia (siglo xix). La Paz: Fundación Diálogo.
Chirveches, Armando
1909 La candidatura de Rojas. París: Sociedad de Ediciones
Literarias y Artísticas. [Es la obra 81 de la colección Letras
y Artes de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (de
próxima publicación), La Paz: Vicepresidencia del Estado.]
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2009 Nueva Constitución Política del Estado.
Gotkowitz, Laura
2011 La revolución antes de la revolución: Luchas indígenas por tierra y
justicia en Bolivia, 1880-1952. La Paz: Plural editores.
Huanca Laura, Tomás
1986 El indio Santos Marka T’ula, cacique principal de los ayllus de
Qallapa y apoderado general de las comunidades originarias de la
República. La Paz: Taller de Historia Oral Andina (thoa).
Irurozqui, Marta
2000 “A bala, piedra y palo”: La construcción de la ciudadanía política
en Bolivia, 1826-1952. Sevilla: Diputación de Sevilla.
[Es la obra 31 de la colección Historia y Sociedades de
la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (de próxima
publicación), La Paz: Vicepresidencia del Estado.]
Larson, Brooke
2002 Indígenas, élites y Estado en la formación de las repúblicas andinas:
1850-1910. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú.
20 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

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1982 Estado boliviano y ayllu andino: Tierra y tributo en el norte
de Potosí. Lima: Instituto de Estudios Peruanos. [Es la
obra 43 de la colección Historia y Sociedades de la
Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (publicada), La Paz:
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Serulnikov, Sergio
2003 “Costumbres y reglas: racionalización y conflictos sociales
durante la era borbónica (Provincia de Chayanta, siglo
xviii)”. En Ya es otro tiempo el presente: Cuatro momentos de
insurgencia indígena. La Paz: Muela del Diablo Editores.
78-133.
Spedding, Alison
2008 La segunda vez como farsa. La Paz: Mama Huaco.
21

Abogados y pistoleros.
Crimen, política y justicia
en el Valle Alto (1875-1899)

Huascar Rodríguez García

Bolivia es la tierra de los abogados.


Rodolfo Soria Galvarro

Introducción
Los abogados conforman un eslabón esencial en la cadena de la
justicia y han tenido históricamente una posición privilegiada
en la sociedad. Al ser los intermediarios legales entre la sociedad
civil y el Estado, y entre los propios miembros de la sociedad civil,
desempeñaron un papel de gran importancia en la historia y en la
política de todas las naciones. Pensando en los Andes, las figuras del
“tinterillo” –el abogado profesional pero leguleyo y venido a menos o,
directamente, el abogado improvisado– y del “doctor” –el abogado
prestigioso– se han convertido en estereotipos ambiguos cargados de
significados contradictorios: pueden aparecer como explotadores del
pueblo, cómplices de la delincuencia –común o de “cuello blanco”–,
o como aliados de los sectores populares e indígenas. Al tener que
ver con el manejo de la ley, la abogacía decimonónica implicaba no
solo el acceso a la gran cultura letrada, a la ciudadanía y al ascenso
social –en el caso de los sectores populares–, sino que también
podía convertirse en el inicio de una carrera política o derivar en la
incursión en espacios de poder local o incluso en altos puestos de la
burocracia, aquello que en el siglo xix se llamaba “empleomanía”.1

1 Siguiendo a Víctor Peralta y Marta Irurozqui, quienes tomaron una definición


esbozada por H. C. F. Mansilla, la empleomanía puede caracterizarse como
22 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

El abogado, en síntesis, era visto como una especie de “médico


social”, capaz de solucionar problemas de diverso tipo mediante el
uso y la interpretación de la ley. Además, la carrera de abogacía fue
por mucho tiempo la “profesión liberal” por definición y era la única
“ciencia social” ofertada por las universidades bolivianas. Todos estos
factores configuran un ámbito de estudio prácticamente desconocido
en la historia de Bolivia, en el que tienen igual peso la cultura legal y
las nociones y la praxis de la justicia, como también los vínculos entre
criminalidad y política.
En ese marco, junto a las tradicionales figuras del tinterillo o del
doctor, el presente texto propone que, en el pasado, existió otro tipo
de abogado: el “abogado pistolero”. Es decir, aquel personaje pro-
vinciano formado en los menesteres de la administración de justicia
que combinaba los litigios con el uso de la fuerza en sintonía con los
vaivenes políticos del momento.
Los abogados pistoleros eran figuras excepcionales, escasas y raras,
una suerte de bandidos políticos e ilustrados, generalmente miembros
de las élites rurales, terratenientes que, en su tiempo –siglo xix–, deja-
ron su impronta en la prensa, en varias causas judiciales y en alguna
folletería. Con un pie en la legalidad y el otro en la ilegalidad, estos
agentes de la ley se vieron envueltos en un sinfín de conflictos que
pueden decirnos mucho acerca de las culturas jurídicas provincianas
y decimonónicas.
La pesquisa que aquí presento aborda, a partir de dos casos situa-
dos en el Valle Alto cochabambino de fines del siglo xix, los siguientes
ejes temáticos: las nociones y las prácticas de la justicia, el papel de los
abogados en los conflictos pueblerinos y las relaciones entre crimen y
política. En otros términos, el objetivo es analizar el bandolerismo y
la cultura legal a través de las praxis de los abogados pistoleros y de su
rol en las disputas políticas y privadas.
El argumento que propongo es que la crisis desatada a fines del
siglo xix en Cochabamba derivó en un conjunto de luchas interha-
cendales, una especie de pequeñas “guerras privadas” que tenían

la tendencia a medrar de la obtención de un cargo público, “siendo percibido


el empleado del Estado no como un trabajador productivo, sino como uno de
los principales protagonistas de las revoluciones y de la quiebra de las finanzas
estatales” (2000: 34).
Abogados y pistoleros | 23

también motivaciones políticas, debido a la intensificación de la


rivalidad entre conservadores y liberales. En ese marco, diversos
actores procedieron a asumir que la justicia no emanaba de la ley
ni de ningún código escrito, sino de la fuerza extralegal ejercida por
particulares, generándose así una suerte de privatización de la justicia
en la que estaban involucrados no pocos abogados. Por otra parte,
también está el tema de las cuadrillas políticas –grupos armados y
violentos surgidos al calor de las luchas electorales–, integradas por
abogados, policías, terratenientes, artesanos y “vagos”, quienes ejer-
cieron el bandolerismo ocasionando una saga de crímenes y procesos
judiciales. Es justamente gracias a esos procesos que puede analizarse
la cultura legal de aquella época, basada en una gran capacidad para
manejar las leyes por parte de los agentes involucrados, quienes con
creatividad, chicanas y chanchullos judiciales libraron verdaderas
batallas que muestran los diversos usos y concepciones de la ley y de
la justicia en una coyuntura de crisis.
La elección temporal y geográfica de esta investigación se debe
a que, en el transcurso de mis exploraciones archivísticas, descubrí
que en la Cochabamba rural finisecular se estaba desarrollando una
oscura lucha por tierras, agua, poder y honor entre las élites conser-
vadoras y liberales, las cuales desarrollaban un agresivo bandolerismo
para salvar sus cargos burocráticos y sus propiedades frente a la crisis
agrícola y económica del periodo. En suma, eran las vísperas de la
llamada guerra federal, contexto en el que diversos grupos libraron
pugnas ultraviolentas que superaban toda ficción.
En efecto, las provincias cochabambinas de fines del xix fueron
el escenario en el que los “clubes políticos” se convirtieron poco a
poco en cuadrillas armadas con revólveres y fusiles; esto es: grupos
de diez a 30 personas que empezaron a practicar el bandidaje. Se
trataba de bandas irregulares y piramidales ‒clanes familiares, en
algunos casos‒ cuyos miembros tenían distintas procedencias, siendo
comúnmente jóvenes cuyas edades podían oscilar entre los 17 y los 30
años, con algunas excepciones de gente mayor a los 40. Por lo general,
estaban a cargo de un jefe al que le seguían dos o tres miembros de
confianza, quienes estaban por sobre el resto de los integrantes del
grupo, todos cohesionados por relaciones clientelares con los partidos
políticos del momento.
24 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

La élite de tales bandas, siempre masculinas, la ocupaban los letra-


dos: caudillos menores, generalmente abogados, quienes en muchas
ocasiones detentaban también cargos de poder en intendencias poli-
ciales, corregimientos, alcaldías parroquiales, subprefecturas y otros
espacios. La base de dichos grupos estaba constituida por artesanos,
pequeños comerciantes, campesinos o incluso malhechores solitarios
sin oficio conocido, quienes recibían financiamiento y armas de las
autoridades gubernamentales o locales y su función consistía en ase-
gurar los triunfos electorales, atemorizar o castigar a los rivales polí-
ticos y organizar grupos de propagandistas, espías y delatores. De ese
modo, los partidos políticos conservador y liberal, nacidos del mismo
núcleo minero-terrateniente, comenzaron a ejercer un efectivo control
territorial mediante clubes y cuadrillas que fueron adquiriendo una
importancia crucial debido a su polivalencia: podían ser grupos de
choque funcionales a intereses privados, hacer proselitismo o practicar
el espionaje para los partidos políticos.
De esas cuadrillas, existieron muchas en Cochabamba y algunas
de ellas tuvieron tanta celebridad por sus crímenes que la prensa de
fines del siglo xix las calificaba de “legendarias”. Una de ellas fue la
denominada “cuadrilla de los Iriarte”, también llamada “los veintio-
cheros”, y otra fue la “cuadrilla de los Crespo”, conocida igualmente
como “cuadrilla de Punata”, grupos desde los cuales en este escrito se
despliegan los ejes temáticos ya señalados. Si bien ambos grupos eran
clanes familiares que trabajaban para los gobiernos conservadores y,
en algún momento, sus acciones resultaban contemporáneas, también
tenían algunas diferencias: los Iriarte constituían el grupo más antiguo
y sus conflictos eran, en gran medida, disputas por propiedades y por
honor; los Crespo, en cambio, se perfilaban como una banda más
amplia y difusa en su composición, además de orientar sus acciones
a fines eminentemente políticos.
Tras todo lo dicho hasta aquí, hacen falta algunas precisiones
conceptuales en torno a dos nociones problemáticas: la “cultura legal”
y el “bandolerismo político”. En cuanto a la segunda, debe saberse que
en sus orígenes, en el mediterráneo de la Edad Media y de principios
de la Edad Moderna, la palabra “bandolero”, sinónimo de “bandido”,
designaba al partidario de un “bando” o a una “parcialidad feudal”
y que solo tardíamente adquirió el sentido de “delincuente rural” o
Abogados y pistoleros | 25

“salteador de caminos” (Torres i Sans, 1988: 4). Es decir, en los ini-


cios del uso del vocablo en cuestión, un bandolero era simplemente
un miembro de un bando, banda o “bandería”; aquel conjunto de
parientes y partidarios de poderosos señores feudales que se movili-
zaban para resolver lances familiares por tierras, venganzas y honor,
como también en pugnas por intereses político-militares. No obstante,
rápidamente se fue difundiendo la acepción del bandido como fugitivo
llamado por un bando, es decir, por un edicto o mandamiento (Álvarez
y García, 1986: 8). Con estos breves antecedentes y para resumir, el
bandolerismo sería, de modo general y esquemático, un fenómeno
consistente en la lucha violenta e ilegal, constituida por una amplia
gama de prácticas punibles, en función de intereses diversos.2
Por otra parte, y a objeto de matizar el concepto, resulta perti-
nente considerar de forma breve la bien conocida definición hecha
por Eric Hobsbawm (2011) en torno al denominado “bandolerismo
social”. Para este autor, los “bandidos sociales” son un tipo de per-
sonas enfrentadas a la legalidad, a las que cierta opinión popular no
toma por simples delincuentes, siendo considerados como héroes,
vengadores o justicieros. En criterio de Hobsbawm, existiría una clase
de criminalidad “anti-social” y otra “social”. Aquello que define lo
social en la delincuencia sería, siguiendo al autor, una relación estrecha
entre el campesinado y el bandido. En síntesis, Hobsbawm sostiene
que el bandolerismo social es un tipo “primitivo” y “pre-político”
de protesta y de rebelión, cuyas manifestaciones son universales en
sociedades rurales precapitalistas con poca o nula presencia estatal,
que adquiriría características epidémicas en zonas de pauperismo o
durante crisis políticas, económicas o bélicas.3

2 En esta parte, es digno de mención el hecho de que en Bolivia casi no exis-


tan investigaciones que hayan indagado acerca del bandolerismo desde una
perspectiva histórico‑académica. Al respecto, véanse los trabajos de Rodríguez
García (2015a, 2015b y 2016).
3 Frente a este marco teórico y a los tipos ideales elaborados por Hobsbawm,
emergieron muchas críticas. Las más interesantes están referidas a que el ban-
dolerismo no es un fenómeno prepolítico, ya que comúnmente participa de
disputas políticas, y a que los bandidos sociales no son necesariamente cam-
pesinos pobres, pudiendo ser también ricos terratenientes y, de hecho, en sus
orígenes, el término “bandolerismo” hacía referencia a las luchas de poderosos
señores feudales, según ya se ha mencionado. Acerca de estas y de otras críti-
cas, véase: Slatta (1987).
26 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Respecto a los vínculos entre crimen y política, vale la pena tener


en cuenta el estudio de los historiadores colombianistas Gonzalo
Sánchez y Donny Meertens (2011), quienes plantean el concepto de
“bandolerismo político” justamente para destacar el papel crucial que
varios bandidos han tenido en conflictos políticos. En concreto, lo
que ambos muestran es que, generalmente, los bandoleros establecen
relaciones de dependencia con quienes detentan el poder político en
distintos niveles. Sin embargo, no hay que perder de vista que tanto
el bandolerismo social como el político y el antisocial no presentan
contornos y límites precisos, ya que interactúan y se confunden hasta
volverse indistinguibles en determinadas coyunturas. Con todo, la
distinción conceptual entre los tipos de bandolerismo resulta útil con
fines analíticos.
En adición, el bandolerismo político puede ser definido como un
conjunto de acciones penalizadas por ley, incluyendo los homicidios
y diversos tipos de crímenes que se realizaban con una motivación o
trasfondo político ‒sea que se tratara de luchas electorales o de tra-
bajos ilegales varios‒, siempre con el componente de violencia, para
obtener réditos o cargos en la administración pública, beneficiando
al partido de turno, lo que no niega que este tipo de criminalidad no
haya estado atravesado también por pugnas personales y privadas.
Llevando el tema a un terreno conocido, hay que señalar que
en la Bolivia del siglo xix, así como en otras partes del continente,
las palabras “bandido”, “cuadrillero” y “bandolero” eran usadas
como sinónimo. Por tanto, al bandolerismo se le conocía igualmente
como “cuadrillaje”.4 De hecho, el Código Penal boliviano de 1831
contenía el concepto “cuadrilla de malhechores”, en su artículo 237,
y lo definía como “toda reunión o asociación de cuatro o más perso-
nas mancomunadas para cometer juntas o separadamente, pero de
común acuerdo, algún delito o delitos contra las personas o contra
las propiedades, sean públicas o particulares” (en Salinas, 1955: 156).
En lo referido al concepto de “cultura legal”, término sinónimo
de “cultura jurídica” tal como la utilizan algunos estudiosos, cabe
decir que fue planteado a fines de la década de 1960 por Lawrence
Friedman (1969) para reflexionar acerca de cómo diversos agentes

4 Lo mismo sucedía en otros países latinoamericanos, como por ejemplo en Co-


lombia. Véase: Betancourt y García (1990).
Abogados y pistoleros | 27

interpretaban y utilizaban la ley. Décadas más tarde David Nelken


(2004) propuso que la cultura legal debería asumirse como una pre-
ocupación respecto a cómo cambian las concepciones y las formas
de “vivir” el derecho. En esa línea, Karina Ansolabehere planteó
que para entender la aplicación de la ley en lugares y momentos
concretos es necesario:
[…] elevar la vista y mirar más allá de esta, mirar a las instituciones a través
de las que se produce, circula y consume, así como a las prácticas, a las
ideas y a las conductas que subyacen y dan sentido al derecho (2011: 134).

Influido por el planteamiento de Ansolabehere, entiendo la “cul-


tura legal” como un concepto, pero también como un enfoque: una
forma de aproximarse a determinadas problemáticas vinculadas
con luchas legales, poniendo el énfasis en los sentidos que la gente
da al derecho. Entonces, parafraseando a la autora, la noción puede
asumirse como las prácticas, las interpretaciones y, sobre todo, los
usos del derecho, sin perder de vista el protagonismo de los agentes,
y, a la vez, como un enfoque dirigido a analizar la particularidad de
la experiencia de la legalidad en determinado tiempo y lugar, antes
que en su universalidad (ibid.).
Por último, un breve apunte metodológico. Esta pesquisa podría
considerarse un estudio “microhistórico”, dada la escala reducida
que asume y la reconstrucción de microsecuencias en la que se basa.
La idea ha sido realizar, a partir de los dos casos señalados, una
aproximación íntima a cómo se “vivía el derecho” en las sociedades
pueblerinas vallunas. Para lograr esto, exploré periódicos de la época
y decenas de documentos impresos, tipo folletos e informes oficiales.
La pesquisa se extendió también al Archivo Histórico Departamental
de la Gobernación de Cochabamba (ahdgc) y al Archivo y Biblioteca
Nacionales de Bolivia (abnb). Empero, mi búsqueda de fuentes prima-
rias no sería completa si no hubiese ido al Valle Alto, donde encontré
ignoradas joyas documentales en los archivos judiciales de Tarata y
Punata. Allí yacen miles de juicios no catalogados y en condiciones
sórdidas, insanas y terribles, lo que dificultó, en gran medida, el
avance de la investigación. Sin embargo, con un poco de paciencia
y una pizca de suerte, conseguí hallar felizmente a mis personajes.
En cuanto al orden y estilo del texto, he optado por darle la
forma de una serie de crónicas donde la descripción se impone al
28 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

análisis, incorporando la dimensión propiamente analítica en las


conclusiones. El resultado es un viaje frenético a través de varios micro-
cosmos sociales en los que la violencia fue el elemento definidor de
la realidad.

Crisis y administración judicial


La crisis desatada en Bolivia por la guerra del Pacífico (1879-1883)
derivó en el nacimiento de un sistema de partidos “moderno” que
pretendió ser usado para renovar la democracia representativa y
garantizar la estabilidad, a fin de asegurar los negocios de la ascen-
dente oligarquía minera de la plata. Frente a la derrota bélica y a
la incertidumbre que le siguió, los políticos del momento tuvieron
la capacidad de imponer varios gobiernos civilistas, considerados
como la solución ideal frente al viejo caudillismo militar al que se
acusaba de todos los males del país. Es de ese modo que surgió el
denominado “periodo conservador”, etapa en la que distintas fac-
ciones de un núcleo oligárquico, reunidas gradualmente bajo la
designación de Partido Conservador, ganaron las elecciones presi-
denciales de 1884, 1888, 1892 y 1896 (Irurozqui, 2000: 234). Esas
facciones usaron inicialmente nombres como Partido Demócrata,
Partido Nacional y Partido Constitucional, y terminaron uniéndo-
se bajo la última denominación. Así, el Partido Constitucional, que
resultó ser la última gran organización de la oligarquía decimonóni-
ca, fue reconocido popularmente como Partido Conservador.
El gran rival del núcleo oligárquico conservador fue el Partido
Liberal, pese a que no había grandes diferencias doctrinarias entre
unos y otros. Se trataba de un enfrentamiento político por el poder
entre dos grandes grupos de élite que arrastraron a la sociedad a una
escalada de violencia no muy distinta a la del periodo del caudillismo
militar. Sucede que, desde la óptica civilista, solo las elecciones –sin
usar la fuerza bruta– podían definir los destinos del Estado de manera
“civilizada” y hacia el “progreso”, mas ello condujo al restablecimiento
de redes clientelares concebidas tanto para la violencia como para
captar votos y garantizar el fraude electoral. Ante la violencia y el
cohecho conservador, el Partido Liberal decidió combinar la lucha
electoral con el acoso armado, de manera que, junto a la proliferación
de “clubes políticos” de un bando y de otro, se fue desarrollando el
Abogados y pistoleros | 29

surgimiento de cuadrillas: grupos de matones a sueldo que empezaron


a practicar el bandolerismo en función de anular a los rivales mediante
golpizas y ejecuciones.5
La violencia ocasionada por las cuadrillas políticas se convirtió
de modo gradual en un hecho común en casi todos los departamen-
tos del país, pero, prontamente, el Valle Alto cochabambino pasó a
ocupar una posición predominante y varios clanes familiares, en gran
parte terratenientes, obtuvieron galopante fama por el ejercicio del
bandolerismo a favor de los conservadores, particularmente desde
el Gobierno de Aniceto Arce (1888-1892). Los Iriarte de Tarata,
los Mariscal de Cliza, los Chávez de Toco y los Cáceres de Totora,
entre otras familias siempre integradas por uno o más abogados, se
convirtieron en los ejes del clientelismo político conservador valluno,
orientado hacia la anulación violenta del Partido Liberal.6
Las cuadrillas fueron decisivas en la política y se constituyeron en
un fenómeno social de grandes proporciones. Es oportuno precisar, al
respecto, que las había tanto liberales como conservadoras. Estaban
compuestas por una variopinta gama de personajes, incluyendo diver-
sos funcionarios, propietarios y policías. Sin embargo, la participación
de la Policía en el cuadrillaje, al menos hasta antes de la guerra federal,
se dio particularmente al interior de las redes del Partido Conservador,
organización que institucionalizó el bandolerismo para enfrentar la
amenaza armada del Partido Liberal.
No obstante, al margen de la crisis política, debida al acoso armado
liberal y a la respuesta del bandolerismo institucionalizado, los valles

5 Acerca de la violencia electoral en Cochabamba a fines del siglo xix, véase:


Rodríguez García (2013).
6 Referencias a las familias mencionadas se hallan en varios periódicos y folletos
de la época, aunque sin muchos detalles. La excepción es la familia Cáceres,
de la que se sabe algo gracias a un folleto publicado en 1882, en Sucre, por
Ciudadanos Honrados de Totora. Según ese texto, se trataba de un clan lide-
rado por Fidel Cáceres, abogado totoreño muy activo en la profesión de las
leyes, quien desempeñó funciones judiciales y municipales en varias ocasiones.
Fue acusado de un sinfín de acciones políticas violentas, tipo asaltos a mano
armada, asesinatos y otras, cometidas todas por una cuadrilla de matones que
estaba a su cargo. Cáceres tenía también una gran capacidad para movilizar al
“populacho” de Totora y así lo hizo en varias ocasiones durante la década de
1870. En suma, Cáceres representaba otro prototipo de “abogado pistolero”
que merecería una investigación específica.
30 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

cochabambinos estaban siendo azotados por una gran crisis agrícola


y económica. En efecto, por una parte, las fronteras del país se habían
ido abriendo cada vez más, ocasionando el ingreso de productos
extranjeros mediante los ferrocarriles, de modo que el trigo y las
harinas que llegaban de Chile –que eran más baratas– terminaron
poco a poco desplazando los productos cochabambinos ( Jackson,
1988). Por otro lado, una serie de sequías, epidemias y malas cosechas
acabaron por arruinar la economía agrícola valluna, incrementando
el descontento del campesinado sin tierra que empezó a hacer de
todo un poco para liberarse de las haciendas y acceder a la propie-
dad de la tierra (Rivera Pizarro, 1992). Terratenientes endeudados y
desesperados, así como plebe rural y urbana rebelde y descontenta,
ese era el panorama. En una coyuntura como esa, mantener el poder
político en las estructuras administrativas locales se fue convirtiendo
un asunto de vida o muerte.
En tal escenario de crisis, ¿cuál era el estado de la administración
de justicia y qué percepciones se tenían de esta? ¿Estaba la propia
justicia en un estado de crisis? En ese caso, ¿cuáles eran los factores que
definían esa crisis? Responder con rigor a estas preguntas requeriría una
investigación en sí misma. No obstante, y para los fines que aquí me
he planteado, es posible realizar una aproximación sintética a dichas
cuestiones gracias a un extenso folleto escrito y publicado en 1872
por un jurisconsulto cochabambino llamado Manuel María Alcócer.
Alcócer comienza su texto señalando que la justicia era, para
él, “una de las más fuertes garantías de la sociedad”, “un ánjel [sic]
tutelar” que velaba “por la vida, la propiedad y el honor de los ciu-
dadanos”. Su influencia, “buena o mala”, se sentía “cada día, cada
hora”, se la “tocaba” y se la experimentaba “cual segunda Providen-
cia sobre la tierra” (1872: 8). En suma, el objetivo y la esencia de la
justicia eran la búsqueda de “la verdad”. Empero, su administración
estaba en crisis y se debía, en primer lugar, al hecho de que el proce-
dimiento criminal tenía muchos vacíos y era una “copia” de la legisla-
ción francesa, resultando entonces que no correspondía a la realidad
boliviana ni a su nivel cultural. La peculiaridad del procedimiento cri-
minal, en criterio de Alcócer, era la investigación rápida de los deli-
tos, lo cual suponía la existencia de agentes activos y laboriosos que
perseguían los crímenes con rigor. Suponía también que el individuo
Abogados y pistoleros | 31

estaba rodeado de todas las garantías posibles, incluyendo la probi-


dad de los jueces instructores, la “sabiduría” de las salas de acusa-
ción y la pericia de los tribunales de partido. Desgraciadamente, un
sistema así presuponía, para Alcócer, “un estado social muy adelan-
tado” y “una cultura casi homogénea en todas las capas de la socie-
dad” (ibid.: 14). Por tanto, en Bolivia, país sumido por entonces en un
estadio de “barbarie”, con costumbres “anacrónicas” y pobreza, no
era posible la aplicación de un procedimiento de tales características;
además, este no estaba “hermanado” con el Código Penal boliviano.
Todo ello conducía a un estado de “anarquía” legal que afectaba a
todo el sistema de administración de justicia. El jurisconsulto, a par-
tir de su experiencia cochabambina, lo planteaba así:
Nuestro Código Penal, el mejor y el más completo entre nuestros Códigos […]
no puede hermanarse con el Procedimiento Criminal, fruto de la civilización
francesa. Este supone una clasificación especial de penas; aquel se aleja del
espíritu de este en sus disposiciones. De suerte que nuestra sociedad es el
palenque donde se verifica la lucha de civilizaciones diferentes, de sistemas
contrarios evocados de diversas lejislaciones [sic] y países, y por eso nuestras
leyes se hallan en estado continuo de repulsión. Esta anarquía no solo existe
en las leyes sino también en la administración de justicia (ibid.: 19).

Otro tema tenía que ver con la retardación de justicia, cuyas causas
eran varias. Una de ellas estaba vinculada al hecho de que los jueces
instructores tenían muchas tareas, particularmente en las provincias,
donde debían instruir decenas de sumarios que terminaban “dormidos”,
ocasionando efectos contrarios a la justicia:
Sobre cien juicios que surjen [sic] apenas veinticinco se ponen en curso con
un trabajo tardío y penoso. ¿Qué se han hecho los demás? Duermen el
sueño del olvido en los archivos de los actuarios. ¿Por qué? Porque la parte
civil se ha cansado de estar velando a la puerta de los Juzgados […] sin
poder alcanzar el éxito de sus litigios. Ha agotado su dinero, su paciencia,
su dolor, ha apurado todos los desprecios, todos los vejámenes y todo el
mal humor de los funcionarios cuyas huellas sigue constantemente. Y los
Jueces abrumados por el sin número de juicios que gravitan sobre ellos, se
esfuerzan desesperadamente para ponerse con el día, pero no pueden […].
Despertando por momentos del laberinto de sus ocupaciones, desean atender
a los sumarios que duermen, y con este objeto inquieren por la parte civil;
esta se ha perdido y solo el sindicado yace en la cárcel estenuado [sic] de
hambre y desnudez, esperando la decisión de su causa que no se mueve.
32 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Quizá es inocente y entones maldice a los majistrados [sic], al gobierno que


los ha nombrado y a la sociedad en que vive (ibid.: 10).

También pasaba que los pocos sumarios que se remitían a las salas
de acusación se devolvían a los jueces remitentes por su mala instruc-
ción, hecho que continuaba postergando la finalización de los juicios.
Así, el Poder Judicial, en la aplicación del procedimiento criminal,
incurría en dos extremos: la impunidad o la crueldad. Por una parte,
pocos delitos eran juzgados y muchos delincuentes paseaban libres;
por la otra, los funcionarios, queriendo a momentos mostrar celo,
hacían “prender a ciertos sindicados pobres” que no tenían “ningún
valimiento personal”, y estos iban a la cárcel “más tiempo que el que
la ley penal impone” (ibid.: 14).
Todo esto, siguiendo el documento de Alcócer, era muy peligroso,
pues “la impugnidad” despertaba “las pasiones”, agudizadas igual-
mente por “las dilaciones en el pesado curso de los juicios”. Además,
se exacerbaban “sentimientos de rencor y de venganza entre los
litigantes, quienes viendo la impotencia de las leyes” hacían “justicia
por sus manos propias”, cometiendo “otros delitos” y “sustituyendo” a
las autoridades competentes. Entonces, “el menosprecio de las leyes”,
que resultaba “de la imposibilidad de su aplicación”, conducía a los
hombres “a la barbarie”. Asimismo, “la impugnidad” era “el signo
inequívoco de la decadencia de las naciones”, pues “el orden social”
podía existir “solo por el respeto a la ley”. Alcócer añade en su texto:
“si las leyes duermen, las pasiones velan” y “los vicios y los crímenes
imperan”. El peligro de tal situación eran igualmente las “revolucio-
nes”: el Gobierno, “secundando la tiranía de sus empleados”, podía
hacerse “tirano a los ojos del pueblo”. De ese modo, “la excesiva
prolongación de los juicios”, junto con los otros problemas señalados,
exacerbaba las pasiones que después podían explotar “como una
tempestad” (ibid.: 12-16).
Por último, Alcócer señala que los delitos eran más frecuentes en
las provincias que en las ciudades, “en razón de los vicios y preocu-
paciones que fermentan en las masas bajo el aguijón de la ignorancia
y de la miseria” (ibid.: 18). En adición, sus reflexiones sintetizan de
modo ejemplar los problemas por los que atravesaba el sistema judi-
cial decimonónico boliviano en crisis y también cómo aquellos eran
vistos por la óptica de los jurisconsultos: una visión marcada por la
Abogados y pistoleros | 33

dicotomía civilización-barbarie que se mantuvo hasta bien entrado


el siglo xx.

El clan del abogado José Ignacio Iriarte


Guerras privadas
Los Iriarte fueron un clan familiar que, a partir de 1875 y durante
casi dos décadas dominó la localidad de Tarata. Calificada su cua-
drilla por algunos como “la más prestigiosa e influyente del pueblo”
(Pardo, c. 1995: 25), esta familia constituía igualmente, junto a otras
personas, una suerte de “club político” al servicio de varios Gobier-
nos, desde el de Hilarión Daza hasta el de Severo Fernández Alonso.
El clan terminó siendo llamado por sus enemigos como la “cuadrilla
de los veintiocho” o “los veintiocheros”, debido al número inicial de
sus miembros. También conocido como la “cuadrilla de Tarata”, el
grupo estaba liderado por el abogado José Ignacio Iriarte, sus her-
manos, sus hijos y otros allegados, casi todos ricos propietarios que
ejercieron diferentes cargos de poder local desde la década de 1870,
siempre de forma polémica, lo que les llevó a un sinfín de juicios
y escándalos que incluyeron muertes, fraudes electorales, asaltos a
casas y conflictos varios que se cruzaban con rivalidades familiares
por la tierra y por el agua. En cuanto a José Ignacio, este personaje
ejerció la abogacía y ocupó, en más de una ocasión, diferentes pues-
tos burocráticos, desde el de agente fiscal hasta el de juez parroquial,
e incluso el de diputado.
Los conflictos más antiguos de los Iriarte pueden conocerse gracias
a un voluminoso folleto anónimo7 publicado en 1886, el cual incluye un
importante anexo documental. El texto en cuestión titula “El Partido
Constitucional y la Diputación de Tarata” y se constituye, en gran
medida, en la base para la narración que sigue.

7 Por el estilo de redacción y otras señas, sospecho que tras este folleto anónimo
estaba José Quintín Mendoza, un célebre y escandaloso abogado liberal tara-
teño, excelente orador y gran escritor, también dueño y editor del periódico
El Siglo xx, además de diputado y senador. Pese a vivir peligrosamente con un
número de enemigos siempre en aumento, Mendoza encarnaba paradigmáti-
camente al gran “doctor” valluno, convincente, respetado y exitoso, quien de
cuando en cuando aparecerá en las siguientes páginas.
34 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

La primera de las andanzas importantes de José Ignacio Iriarte


ocurrió a inicios de 1875 cuando participó en una revuelta contra el
presidente Tomás Frías. Aquella aventura le otorgó efímeramente el
cargo de subprefecto de la provincia Tarata, puesto desde el cual procedió
a malversar dinero público. Tanto su participación en la revuelta como
su breve y cuestionable gestión como subprefecto provocaron procesos
judiciales, pero la causa por la rebelión terminó siendo sobreseída pese
a que la Corte Superior del Distrito de Cochabamba decretó una acu-
sación, pidiendo a la vez la detención de José Ignacio el 20 de mayo de
1876. En cuanto al proceso por malversación de fondos, este continuó
hasta que fue sustraído del Juzgado de Instrucción de Tarata.
Las causas judiciales seguidas a José Ignacio excedían la política y
tenían que ver, asimismo, con una suerte de “guerras privadas”, concepto
que retomo de la investigación de Xavier Torres i Sans como también
de la propia documentación cochabambina que pude hallar. Respecto
al trabajo de Torres i Sans, este se concentró en el bandolerismo aris-
tocrático en la Cataluña de fines de la Edad Media. El autor define la
“guerra privada” como una “lucha de banderías”, es decir, de bandos
opuestos que obedecían a distintos propietarios de tierras. Inicialmente
era, entonces, un privilegio nobiliario y la licitud de ella, así como de
los duelos y de otras formas de violencia, sugiere que el ordenamiento
jurídico tendía a fomentar el recurso de los particulares en la solución
directa y expeditiva de sus diferencias (1988: 7 y 13).
Salvando las obvias diferencias, podría decirse que algo pareci-
do pasaba en el Valle Alto decimonónico. No porque la legislación
fomentase que los privados arreglaran sus disputas por sí mismos,
sino por el hecho de que el uso de la violencia por mano propia para
arreglar litigios era algo bastante difundido, tanto entre la clase terra-
teniente como entre los sectores plebeyos. Así, entiendo por guerra
privada el uso de las armas por parte de agentes civiles para resolver
sus conflictos al margen del orden legal, lo que no implica que tales
“guerras” excluyan el recurso de los juzgados.
El caso de los Iriarte ilustra lo señalado. Esa familia disputaba
en 1876 dos fincas a Zenón Argandoña y a sus hermanos, terrate-
nientes mizqueños de gran abolengo. Las propiedades en disputa se
encontraban en el cantón Tintin de la provincia Mizque: eran las
fincas Punilla y Carreras, haciendas muy valiosas y apetecidas por
Abogados y pistoleros | 35

su alta producción agrícola. Los Iriarte acusaban a los Argandoña de


haberles asaltado una finca, robando la cosecha; mas sus disputas, en
realidad, se basaban en un viejo litigio por propiedades. Ante ello, el
hábil José Ignacio movió sus influencias y consiguió que un pariente
suyo, de nombre Ignacio Ferrufino, a la sazón juez instructor segundo
de la provincia Tarata, dictara un auto posesorio el 25 de noviembre
de 1879, fundamentándose en “documentos írritos” [nulos, inválidos] y
escrituras falsas, según Genaro Argandoña. Tal auto posesorio se había
realizado violando jurisdicciones administrativas y territoriales, pues
ambas fincas en pugna estaban en la provincia Mizque y Ferrufino era
juez de Tarata. De ese modo, auto posesorio en mano, José Ignacio,
“acompañado de su numerosa parentela y de sus agentes”, fue al cantón
Tintin a ocupar violentamente las fincas litigadas. Los Iriarte estaban
armados y desalojaron con facilidad a los Argandoña para proceder,
después, a recoger grandes cantidades de cereales cosechados, aperos de
labranza y menaje de casa, hecho que se repitió en otras dos ocasiones.
Empero, esas no fueron las únicas tomas de fincas que los Iriarte
realizaron por mano propia, puesto que existieron otros frentes entre
sus guerras privadas contra hacendados rivales en la provincia Mizque.
Ciertamente, a fines de 1883, irrumpieron con violencia en la casa y
los graneros de Eusebio Salazar, de donde extrajeron varios produc-
tos. Lo mismo habían hecho durante junio de 1880 en la finca San
Vicente, de Manuela y Delfina Torres, de donde sacaron cosechas de
trigo, maíz y papa, así como ganado lanar, vacuno, caballar y asnal,
más 300 pesos, trastes de casa, aperos de labranza, chafalonía8 y
diversas especies, aparte de secuestrar a tres “domésticos” menores
de edad. En este último caso, el ataque acabó con Manuela y Delfina
heridas, y con el incendio del lugar. En los documentos publicados
por el autor anónimo, se menciona, igualmente, aunque sin detalles,
la expropiación ilegal que los Iriarte habrían realizado a otra familia
apellidada Valencia, también en la provincia Mizque.
Por esos ataques se iniciaron sumarios y los Argandoña fueron
sumamente proactivos. Denunciaron al juez Ferrufino de prevaricato
y consiguieron que el juez instructor de Mizque, Isaac Mostajo, se
movilizara. Este ordenó al subprefecto de la provincia Tarata que
hiciera aprehender a José Ignacio el 10 de diciembre 1883, pero nadie

8 Objetos inservibles de oro o plata.


36 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

lo detuvo. Ante ello, Genaro Argandoña se dirigió al fiscal general de


la República, en una larga misiva, con documentos de respaldo. En
su carta, señalaba que la “tan conocida y antigua” cuadrilla Iriarte
quería “adueñarse de todos los fundos del Cantón Tintin”; narraba
que su familia estaba siendo amenazada “por un grupo de criminales
constituidos en verdadera cuadrilla”, quienes cometían “los desafueros
más escandalosos, las expoliaciones más inicuas, consecuentes con su
divisa de pillaje, asalto a mano armada y comunismo”; y concluía que,
de continuar la situación tal como estaba, los Argandoña se verían
obligados a recurrir también al uso de la fuerza privada:
Muy triste cosa es Señor Fiscal General que los ciudadanos desengañados
de la ineficacia de las decisiones judiciales y de la floja acción de la justicia,
tengan tal vez que recurrir a repeler la fuerza con la fuerza, ya que los des-
manes no pueden ser reprimidos en la esfera de lo razonable y legal. Con
verdadero espanto se ha visto en esta vez más que nunca, la criminalidad
campeándose al frente de la justicia y de la ley, haciendo alarde de su im-
punidad, y lo que es más, alentada con la protección directa de un desleal
funcionario (en Anónimo, 1886: 79).

Argandoña, además, solicitó a la Fiscalía que requiriera a la prefec-


tura y a las subprefecturas de Tarata, Totora y Mizque que prestaran
fuerzas para capturar a los Iriarte. Por su parte, el 19 de enero de
1880, el corregidor de Tintin intentó la captura de los denunciados
con una orden judicial, pero resultó imposible, pues aquella cuadrilla,
“en actitud de dar fuego”, había “rechazado la fuerza ejecutora”.
Con todo, el 12 de febrero de ese año, la Policía aprehendió a José
Ignacio y a Benjamín Iriarte, que fueron liberados a los pocos días.
Ello provocó que el fiscal general Manuel Salvatierra le escribiera una
carta al prefecto diciéndole que debía capturar a los veintiocheros,
ya que era evidente, por los “adjuntos obrados”, que “la cuadrilla
armada de la familia Iriarte resiste a la intimación y llamamiento
legal de la autoridad, y continúa en la finca de Punilla, cometiendo
depredaciones que mediante la fuerza pública han debido evitar las
autoridades”. Y esa no fue la primera vez que José Ignacio y su fami-
lia fueron perseguidos. El documento del autor anónimo menciona
que una partida militar persiguió y atrapó a los Iriarte a inicios de la
guerra del Pacífico, en 1879, a instancias de Nataniel Aguirre, pero
nuestro informante no añade más detalles al respecto.
Abogados y pistoleros | 37

Volviendo al caso de las fincas Punilla y Carreras, José Ignacio


consiguió, irónicamente, que el juez Ferrufino librara mandamiento
de detención contra Genaro Argandoña, quien fue tomado preso y
conducido a Tarata, donde varios pobladores se solidarizaron con él
y reclamaron su libertad en la puerta de la cárcel. Era tanta la tensión
y la amenaza de una revuelta que Argandoña salió en libertad y los
Iriarte tuvieron que abandonar esas fincas, tanto por presiones judiciales
como por la propia intimidación de otros terratenientes mizqueños.
El anónimo narrador de esos acontecimientos cierra el caso Argan-
doña deplorando lo que él consideraba una especie de “retroceso
civilizatorio”, debido a la “guerra privada”. Esto a propósito del
conflicto Iriarte-Argandoña, pero también por un nuevo ataque de
los veintiocheros:
Los dueños de Punilla y Carreras […] comprendieron que la edad histórica
de la guerra privada había vuelto entre nosotros y empezaron una guerra
tenaz. Los Iriartes, perseguidos por una conflagración tremenda en los ha-
bitantes de la provincia de Mizque, abandonaron esos territorios: tuvieron
miedo y tocaron retirada. Pero volvieron a Tarata, más terribles que nunca,
y la noche del 21 de diciembre de 1883 notificaron su regreso de un modo
estupendo (ibid.: 46).

La fecha mencionada, los Iriarte atacaron la casa del exsubprefecto


de la provincia Tarata, Rafael Montero, en plena plaza principal del
pueblo, con pedradas y tiros de fusiles y escopetas. Los atacantes eran
al menos 25 personas, encabezadas por dos individuos a caballo que
daban “voces de mando”: José Ignacio Iriarte y su hermano Felipe.
Los conflictos entre el exsubprefecto Montero y los Iriarte tenían com-
ponentes políticos y personales, y se remontaban a la década de 1860
(Iriarte, 1884). A ello se añade que la esposa de José Ignacio, Nicolasa
Salinas, tenía una querella contra Montero por supuestos delitos en su
gestión como autoridad.
El ataque a la casa de Montero no tuvo consecuencias ese momen-
to, pero, al día siguiente, muchos vecinos indignados amenazaron
con recurrir a la violencia contra los veintiocheros, que perturbaban
recurrentemente la paz del pueblo. Nuestro anónimo informante escri-
bió al respecto: “Los hijos de Tarata se armaban como de costumbre
para alejar esa nueva deshonra local” (1886: 48). Al mismo tiempo, el
exsubprefecto inició una querella por el ataque y, sorprendentemente,
obtuvo un decreto de acusación y un “mandamiento de prisión” contra
38 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

José Ignacio y otros en menos de un mes, pero el líder veintiochero


no fue apresado, siendo en cambio detenido solo un tal Pedro Rojas,
liberado poco después. Por lo demás, el decreto de acusación contra
José Ignacio terminó siendo “suspendido” de forma ilegal por la Corte
Superior del Distrito, sin duda por los vínculos clientelares entre el
Gobierno de Gregorio Pacheco9 y la cuadrilla de los Iriarte que, por
un tiempo, tenía influencia sobre una parte de la administración de
justicia a nivel local.
En fin, todo el folleto anónimo de donde extraje la mayor parte
de la información precedente estaba orientado a la invalidación de
la candidatura de José Ignacio para la diputación de la provincia
Tarata en las elecciones parlamentarias del 3 de mayo de 1886. De
acuerdo con su autor, el argumento era que el líder de los Iriarte no
podía ser candidato por estar sindicado en juicios criminales; esto
porque, según el reglamento electoral vigente ese año, quienes tenían
un decreto de acusación –como era el caso de José Ignacio, quien
tenía más de uno– perdían la ciudadanía política, no podían votar
y menos ser candidatos. Es decir, había una intencionalidad política
evidente, tanto en los actos de los propios veintiocheros como en los
de sus enemigos. Uno de ellos –precisamente el mencionado autor
anónimo– fue quien denunció enérgicamente a la familia Iriarte,
señalando que los procesos criminales en los que estaba envuelta por
entonces eran “cuando menos treinta”. En el folleto también se señala
que José Ignacio no solo no era indispensable en el Congreso, sino que
además era un simple “abogado ramplón y de provincia” (ibid.: 57).
El caso es que, en aquellas elecciones, José Ignacio resultó ele-
gido como diputado, recurriendo al fraude, pues los Iriarte habían
tomado fácilmente el control de las mesas calificadora y receptora
de votos mediante sus contactos en la Junta Municipal del pueblo, al
igual que en otras instancias. El presidente de la mesa receptora era
Benjamín Iriarte, hermano de José Ignacio, y los demás encargados
de organizar el sufragio también resultaron ser parientes suyos. Hubo
inquietud entre los opositores liberales, pero el subprefecto de turno
reconoció al presidente de la mesa como el único a quien la fuerza

9 Según un periódico cochabambino de la época, los Iriarte habrían ido a Sucre


en más de una ocasión a pedir “empleos y recompensas” al propio presidente
Gregorio Pacheco (El Progreso, 17 de septiembre de 1884).
Abogados y pistoleros | 39

armada destinada a Tarata debía obedecer. Así, con 50 soldados,


el clan Iriarte impuso sus planes recurriendo a pequeñas violencias
ejercidas por los soldados, así como por el propio José Ignacio, quien
“repartía rigurosas puñadas en los grupos liberales” (ibid.: 70). El
fraude consistió “en hacer votar a los electores de Iriarte e impedir
que voten los liberales” (ibid.: 71). A la vez, se hizo votar a los presos,
sacándolos de la cárcel con permisos falsos e ilegales.
Con todo, el nuevo diputado no pudo ejercer su cargo por mucho
tiempo, dados los evidentes escándalos en los que estaba envuelto y,
pocos meses después, fue licenciado del Congreso para que solucio-
nara sus litigios. Lo interesante es la gran fama que el clan Iriarte fue
adquiriendo, utilizando una mezcla de violencia y legalidad para
triunfar en sus guerras privadas y para alcanzar sus aspiraciones
políticas valiéndose de los gobiernos conservadores. El anónimo tara-
teño caracteriza del siguiente modo a los veintiocheros, destacando,
a la vez, en una excelente síntesis, el gran nivel de organización de
la cuadrilla y su composición abogadil, dado que, al parecer, el clan
tenía más de un hombre de leyes entre sus militantes y simpatizantes:
Imaginaos unos 28 leguleyos, […] abogados, usureros, etc. Todos ellos son
de levita, y hasta de frac; pero son la hez de la sociedad, porque si no viven
en la cárcel, es porque la desorganización y los vaivenes del poder social les
garantizan impunidad. […] Algo más: acometer al prógimo [sic] garrote
o puñal en mano, en la encrucijada de un camino, en las asperezas de una
cuesta, destrozarle el cráneo o lacerarle las entrañas, ¡es oficio de tontos, es
moda antigua y estúpida! Lo que hay que hacer es armarse de la ley, mover
pleitos, intimidar a la magistratura, multiplicar los agentes, falsificar los
documentos, hacer imputaciones, desterrar toda opinión y maniobrar en
la plaza. Todavía más. Hay que proclamarse hombres honrados y llamar
criminales a los honrados.
Los provechos de esta asociación son partibles entre los asociados. […] La
base de la avocación es una protección mutua, empleando la preferencia
de la calumnia y el perjurio. Cada “veintiochero” está obligado a perjurar.
Se reúnen periódicamente y sesionan para tomar sus acuerdos, con un
Presidente y un Secretario. Aquel da órdenes, este las notifica y todos las
cumplen, bajo terribles penas, aunque se les mande matar a un hombre. El
modo de reconocerse consiste en señales consabidas (ibid.: 40).

Por otro lado, respecto al oficio de José Ignacio, cabe señalar que
el personaje principal de esta parte de mi historia casi nunca dejó de
ejercer la abogacía, aunque evidentemente carecía de la labia, la astucia
40 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

y la inteligencia de otros abogados contemporáneos y coterráneos


suyos, como por ejemplo el liberal José Quintín Mendoza. Afirmo
esto porque José Ignacio fue calificado en más de una ocasión como
“abogado de provincia”, expresión claramente denigrante y peyora-
tiva en aquella época. Otro enemigo del líder de los veintiocheros,
en este caso una mujer, hizo referencia a lo señalado en ocasión de
un litigio que mantenía con unas clientas de José Ignacio. Se trataba
de Virginia Vargas, allegada del exsubprefecto Montero, quien en
febrero de 1884 dirigió un oficio al presidente y a los vocales de la
Corte Superior del Distrito señalando lo siguiente:
[José Ignacio Iriarte] es abogado de provincia, donde ejerce actualmente
sus funciones de tal, autorizando escritos con su firma, y defendiendo cau-
sas criminales y correccionales en desprestijio [sic] de esa noble profesión.
Según la clasificación del artículo 343 del Código Penal, los abogados son
funcionarios públicos, y las faltas o delitos perpetrados por estos producen
acción popular, y especialmente cuando el delito acusado es de los que la ley
califica por públicos. El delito que ha motivado la acusación de los expresados
Iriartes, se halla entre los públicos, por consiguiente es su persecución del
dominio público (ibid.: xvi-xvii).

Vargas, en realidad, trataba de valerse de las acusaciones que


pesaban contra José Ignacio para dilatar un juicio correccional que
le seguían Dionicia Veisaga y Victoria Zapata, mujeres que habían
contratado al líder de los Iriarte como su abogado. El argumento de
Vargas era que, como José Ignacio tenía decretos de acusación, esta-
ba suspendido de los derechos de ciudadanía y, por tanto, no podía
ejercer la profesión de abogado ni votar o ser candidato. Lo interesan-
te es que, desde la perspectiva de Vargas, la abogacía era una “noble
profesión”, aunque a veces era vista con desconfianza, debido a per-
sonajes que estaban a los dos lados de la ley.

Venganza, tiroteos y más juicios


Pese a todos los procesos judiciales que pesaban en contra de José
Ignacio y los veintiocheros,10 estos gozaron de impunidad hasta que

10 Hasta el momento de la publicación del folleto anónimo de 1886, es posible


estimar, gracias a la información documentada en esa misma fuente, que los
sumarios en los que estaban involucrados los Iriarte desde 1875 resultaban ser
más de 15. Los motivos eran variados: robo de obrados y destrucción de los
Abogados y pistoleros | 41

sus enemigos empezaron un hostigamiento cada vez más tenaz, al


punto de ocasionar escandalosos tiroteos en el corazón mismo del
pueblo de Tarata. En concreto, durante septiembre de 1893, más
de cuatro decenas de personas atacaron a tiros la casa del líder de
los veintiocheros y en la confusión de la balacera murieron dos per-
sonas; una de ellas, Aurelia Iriarte, la hermosa hija quinceañera de
José Ignacio. El catalizador de este hecho fue, otra vez, una “gue-
rra privada” que generó más de un juicio y muchos escándalos. Es
posible conocer algunos detalles de lo ocurrido mediante un folleto
escrito por José Carrasco (1895), prestigioso abogado contratado por
la familia Iriarte, del que extraje textualmente algunos fragmentos
para complementar la narración de los sucesos.
Carrasco inicia su alegato haciendo una reflexión acerca de la
función de los abogados y de la justicia moderna como factor de civi-
lización. Afirmaba que de la administración de justicia dependía “el
orden social y la moral pública”. Por ello, “la suspensión o laxitud”
de la misma “sería el retroceso al estado salvaje”. Insistía en esta idea
señalando que, “en una sociedad organizada, la propiedad, el honor
y la vida del hombre” no tenían “otra garantía que la recta y severa
administración de la justicia criminal”. Respecto a la función de los
profesionales de la ley, decía que, “en tiempos no muy lejanos, era
de gran reputación el abogado que hacía triunfar una mala causa.
El vulgo denominaba hombre de talento al que obtenía el triunfo de
un pleito injusto o la absolución de un delincuente”. Sin embargo, en
1893, la opinión pública supuestamente había cambiado, lo cual es
realmente difícil de creer. Todo este prolegómeno se hizo para decirle
al juez, en otras palabras: no todos los abogados son malos, yo soy un
buen abogado por buscar justicia y si usted no hace bien su trabajo
corremos el riesgo de acelerar un retroceso civilizatorio y moral.
Tras las introducciones de rigor, Carrasco pasa al fin a contar
el cuento: los Iriarte “sostenían hacía tiempo una lucha política que
exacerbaba pasiones y suscitaba odios profundos” en “diversas luchas

mismos –forzando puertas de los juzgados–, maltratos y heridas infringidas


a distintas personas, falsificación de documentos y designaciones ilegales de
alcaldes parroquiales, entre otros. Solo los delitos en que habría incurrido José
Ignacio, sin sus familiares, hasta 1886, llegaban casi a la treintena, siempre
según el autor anónimo, quien, hasta donde se ve, hizo una investigación rigu-
rosa y documentada.
42 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

electorales” que les ocasionaron “enemigos recalcitrantes”. Lo curioso


es que tales enemigos fueron, en gran medida, “correligionarios” de
José Ignacio que “habían luchado junto con él, pero [que] en el choque
de los intereses de provincia ocuparon bando opuesto”, ocasionando
“pasiones de banderío” que “llegaron a los extremos del paroxismo”.
Después, el abogado Carrasco procede a abordar el fondo de la
cuestión: un grupo de propietarios vecinos de José Ignacio estaba en
litigio con él debido al uso de las aguas del río Seco, también llamado
Chakimayu. En un momento dado, los propietarios rivales de Iriarte,
en gran medida militantes liberales, encabezados por el abogado
Espectador Camacho, por Pedro Butrón y por los hermanos Enrique
y Rigoberto Saavedra, habían reunido a 45 personas para abrir una
acequia y desviar las aguas de ese río hacia sus casas y haciendas,
afectando el acceso de José Ignacio a dicha fuente de agua; no poca
cosa en el Valle Alto donde, salvo ciertas zonas, era frecuente, como
hasta hoy, la escasez de agua; más todavía en aquella época, dado
que, por entonces, se vivían recurrentes y mortales sequías.
La apertura de la acequia generó un proceso y José Ignacio obtu-
vo una orden judicial que mandaba suspender la obra mientras se
aclararan los derechos de propiedad de esa parte del río. Por su lado,
quienes trabajaban en la construcción de la acequia acudían a su labor
exhibiendo armas de fuego y desobedecieron rotundamente la orden
judicial, afirmando que los propietarios de la obra no se encontraban
presentes, ante lo cual José Ignacio habría dicho que para él no había
justicia y que, por tanto, “armaría a los suyos”.
Según Carrasco, el líder de los Iriarte “defendía su propiedad
contra una facción o cuadrilla que la atacaba” y, al ver “que impe-
raba la fuerza”, pensó en defender sus derechos “por medio de otra
fuerza”. Esto lo anunció “no como amenaza, sino como acto de
defensa, ya que habían fracasado los medios judiciales”. En opinión
de Carrasco, José Ignacio tenía derecho a la “legítima defensa”, pero,
supuestamente, ni a ella habría recurrido.
En un momento dado, al atardecer del 7 de septiembre de 1893,
las 45 personas que trabajaban la acequia, “con licores y dando de
balazos”, decidieron atacar la casa de los Iriarte para expulsarlos del
pueblo. Butrón organizó la acción y el grupo se dirigió a la vivienda
de la polémica familia “en son de guerra”, gritando “mueras a los
Abogados y pistoleros | 43

veintiocheros” y “produciendo un desorden y un tumulto infernal”.


Poco antes de que la comitiva llegara a su destino, José Ignacio huyó
a una casa vecina, en tanto los atacantes descargaban tiros de revólver
haciendo “fuego nutrido” sobre puertas, ventanas y balcones. Ello
produjo la muerte de Severino Arze, un amigo de la familia quien,
por mala fortuna, estaba en la puerta principal de la morada y quedó
al medio de “una verdadera granizada de balas”.
Mientras aquello ocurría, una fracción del grupo atacante se
dirigió a la Policía diciendo que se les disparaba desde la casa Iriarte,
de modo que el intendente policial “entregó rifles, confió soldados y
municionó a los mismos atacadores”. Así, con esos refuerzos, los agre-
sores reanudaron su labor y penetraron en la casa de los Iriarte, donde
estaban la esposa de José Ignacio, su cuñada ‒Gregoria Salinas‒, un
sobrino suyo ‒Isaac Salinas‒ y la hija del patriarca ‒Aurelia‒, quienes
al momento de la incursión enemiga escapaban hacia el segundo
patio. En eso cayó muerta Aurelia “con un tiro de Remington que le
atravesó el cráneo destapándole la masa encefálica”, de modo que
“los sesos se esparcieron manchando las flores” que se hallaban en un
jardín cercano. Los sesos de la pobre Aurelia fueron insistentemente
mencionados por el abogado Carrasco, en su afán de conmover al
juez, junto con el hecho del deceso posterior de la madre de la joven,
que enfermó y murió pocos meses más tarde por la pena de ver tan
terrible final para su hija.11
Ante la tragedia, José Ignacio inició un juicio contra varias perso-
nas, entre ellas Butrón, Camacho y los hermanos Saavedra. A exigencia
de su cliente, José Carrasco pedía la pena capital, destacando que la
“sanción penal”, como concepto y como acto, era un “supremo bien”,
el único acto capaz de garantizar “el orden social, la seguridad de la
propiedad y la tranquilidad de las familias”.
En cuanto a los sindicados, estos quisieron convencer al juez
asignado de que Aurelia murió por disparos de sus propios familiares.
Para demostrarlo, presentaron un plano, supuestamente falso, de la

11 La muerte de Aurelia Iriarte fue, sin duda, un acontecimiento accidental y su-


mamente trágico en todo sentido. Entre otras cosas, corrió el rumor de que la
joven era la querida de Espectador Camacho: una relación amorosa prohibida
entre familias rivales al más puro estilo de Romeo y Julieta. Ese rumor, según
Misael Iriarte, hijo de José Ignacio, se había extendido por boca de una tal
Magdalena Céspedes (ahdgc, 1895: f. 53).
44 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

trayectoria de las balas. Es más, algunos implicados señalaron que fue


José Ignacio quien disparó accidentalmente a su hija. En otra versión,
Isaac Salinas fue quien mató a su prima quinceañera sin querer y “por
torpe” (El Orden, 18 de enero de 1895). Por cierto, diferentes testigos
aseguraron que se hacía fuego también desde la casa atacada. Y es
que mucha gente del pueblo, que odiaba a los Iriarte por los abusos
y las extorsiones que cometían, apoyó la asonada e incluso el propio
abogado Carrasco aceptó ante al juez que los implicados –Butrón
y los hermanos Saavedra– habían “inspirado cierta simpatía en la
sociedad”. Además, las audiencias fueron “borrascosísimas”, dado que
los sindicados manifestaron una “exaltación ilimitada”, al punto de
que, en una ocasión, el tribunal tuvo que llamar a la fuerza armada
para mantener el orden. Es más, según la narración de Carrasco,
cuando los peritos delegados hicieron la respectiva inspección en la
casa de José Ignacio, uno de los sindicados “sopapeó a Misael Iriarte”
y también a Isaac Salinas, en presencia del fiscal, produciéndose una
trifulca que hizo que los miembros del tribunal se retirasen rápida-
mente a una habitación contigua, mientras el subprefecto y su fuerza
restablecían el orden.
En general, casi todos los testigos, tanto de cargo como de descargo,
afirmaron que en Tarata existían “dos bandos” que se disputaban “la
preponderancia en el pueblo” y que luchaban “como partidos políti-
cos”, calificándose respectivamente como “cuadrillas”. De hecho, a
partir del ataque a Iriarte, el grupo de Camacho, Butrón y los Saavedra
pasó a ser llamado la “cuadrilla de los 45”.
Por lo demás, los sindicados afirmaron que José Ignacio los había
amenazado. Ante ello, Carrasco dijo que cuando su defendido cons-
tató que quienes estaban abriendo la acequia no cumplían la orden
judicial –que establecía detener el trabajo por ser una propiedad en
litigio–, aquel, en efecto, advirtió con volver con los suyos; mas, “en
tales casos”, sería “permitido resguardar la propiedad rechazando
la fuerza con la fuerza”. En fin, Carrasco calificó tales sucesos como
“la hecatombe de Tarata” y “demostró” que las muertes de Aurelia
Iriarte y de Severino Arze fueron asesinatos con circunstancias agra-
vantes. José Ignacio, en suma, aparecía como víctima y todo se debía
a injustificables pasiones “de banderío” y “de provincia”, pasiones
que, en criterio del abogado, era necesario erradicar con la acción
penal (Carrasco, 1895: 10-34).
Abogados y pistoleros | 45

Dada la lentitud y la ineficacia de la maquinaria judicial, los


Iriarte decidieron vengarse y hacer justicia con mano propia. Fueron
muy pacientes. Esperaron la oportunidad ideal por más de un año, la
cual llegó el Sábado Santo de 1895, cuando la vendetta derivó en un
intenso y prolongado combate a tiros. Los detalles de tal suceso pueden
conocerse gracias a un voluminoso juicio que hallé en “Ataque en
cuadrilla”, documento del ahdgc, cuyos detalles siguen a continuación.
Era “costumbre muy antigua en Tarata” asistir el Sábado Santo
de cada año a una misa en la iglesia de la plaza principal, a las 12 de
la noche, para recibir el Domingo de Resurrección en el marco de
las fiestas de Pascua. Así ocurrió el 13 de abril de 1895, cuando gran
parte del vecindario asistía a la iglesia, mientras que otros ciudadanos
bebían en un concurrido billar ubicado también en la plaza. Al mismo
tiempo, varios personajes transitaban entre el billar y el único hotel
del pueblo, donde se ofrecía una cena excepcional por la fecha festiva.
En suma, había gran cantidad de gente circulando por las calles de
aquella plaza, ocasión inmejorable para tener a los enemigos juntos
y a tiro de rifle.
Eso debió haber pensado José Ignacio, junto a sus parientes y
allegados, quienes en número aproximado de 23 se apostaron en los
balcones y las puertas de dos casas, una de ellas de los Iriarte y la otra
de un tal Belisario Velasco. En un momento dado, los Iriarte y sus
amigos empezaron a disparar hacia la plaza; José Ignacio, con un rifle
Spencer, mató a un joven llamado Antonio Rodríguez e hirió a otros. El
hecho de que el propio José Ignacio disparaba desde su balcón parece
evidente; así lo confirmaron posteriormente 35 testigos. También se
afirmó que algunos tiros a favor de los Iriarte salían, asimismo, desde
las casas de otros dos vecinos, uno de ellos cura.
Pronto cundió el pánico y los atacados corrieron a refugiarse en
las casas circundantes, procediendo luego al contraataque. Con ello,
se ocasionó un combate que duró tres horas. Las campanas de la
iglesia tocaban a repique, como haciendo eco a los nutridos disparos
de rifles y de revólveres, que no cesaron desde la una hasta las cuatro
de la madrugada, ante la nula acción de la Policía y de las autorida-
des. Entre los que lideraron el contraataque estaban Camacho y los
Saavedra, quienes en esa ocasión contaban con otro hermano suyo,
Cristóbal, un conocido capitán del Ejército. Fue una movilización
46 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

improvisada de más de medio centenar de personas, que apedreaban


y baleaban las casas, desde donde se hacía fuego sobre las calles, en
tanto que los Iriarte y sus allegados, reducidos en número, resistían
tenazmente con la complicidad de algunos vecinos simpatizantes,
especialmente mujeres, que les pasaban municiones.
Una vez que los disparos se apaciguaron, el pueblo amaneció
sumido en una atmósfera enrarecida e impregnada de pólvora. El
resultado del combate fue un fallecido, Antonio Rodríguez, y cinco
heridos, uno de ellos –el joven Sócrates Antezana– de gravedad.
Por su parte, José Ignacio enterró sus fusiles en el patio de su casa y
emprendió la fuga con la ayuda de sus amigos y parientes, pero fue
aprehendido en las afueras del pueblo por la Policía, que decidió
ponerse en acción tardíamente. Al llegar a la sede policial, según
varios testigos, el “doctor” José Ignacio –pues así se referían a él con
frecuencia– habría lamentado que hubiese muerto tan solo uno de
sus enemigos.
Como puede suponerse, se desató un gran escándalo en el que
aparecía involucrada la mayor parte de los pobladores de Tarata.
Además, los parientes del muerto y de los heridos se querellaron contra
José Ignacio y sus allegados. A ello siguió una serie de detenciones,
de un bando y de otro, así como una verdadera guerra periodística
y de “sueltos”: hojas volantes que aparecían pegadas en las paredes
contando la “verdad” y revelando las nociones de justicia que circula-
ban al calor de los acontecimientos. Aquellos sueltos resultan de gran
interés. En el proceso judicial encontrado están incluidos cuatro: dos
de los anti-Iriarte y dos de los veintiocheros.
El primer suelto, llamado “Protesta”, fue firmado por más de 200
ciudadanos y publicado el 14 de abril de 1895, como resultado de
un “comicio popular” en el que se reunieron quienes consideraban a
los Iriarte como “una constante amenaza de la seguridad pública” y
denunciaron que estos estaban armados con rifles del Estado. También
protestaron contra la “inacción de la fuerza armada cuya negativa a
la demanda pública en los graves momentos de conflicto” compro-
metía “el celo de la autoridad política”. Finalmente, la protesta estuvo
dirigida “contra la falta de actividad de los ajentes [sic] de la policía
y particularmente del ministerio público para perseguir y capturar
a los delincuentes”, pese a que José Ignacio había sido detenido, al
igual que los hermanos Saavedra (en ahdgc, 1895: f. 4).
Abogados y pistoleros | 47

La misma fecha se publicó un segundo suelto, bajo el título “Alerta


jóvenes”, también de los anti-Iriarte. Allí se narran sintéticamente los
acontecimientos y, luego, se convoca a la resistencia en los siguientes
términos: “Invocar justicia a las autoridades es inútil y solo nos toca a
los jóvenes concurrir a la seguridad de nuestras existencias e intereces
[sic], a trueque de cualquier sacrificio; la justicia no puede menos que
emanar de la voluntad popular” (ibid.: f. 5).
Los días siguientes apareció la respuesta de los Iriarte con otros
dos sueltos. En el primero, llamado “Crímenes sobre crímenes”, la
polémica familia calificaba a sus enemigos de “bandidos”. Según los
Iriarte, a las 12 de la noche del Sábado Santo recorría el pueblo “una
fracción de la terrible cuadrilla de los 45 capitaneada por el militar
Cristóbal Saavedra”, con intención deliberada y planificada de atacar
su casa. “Los 45” habrían encontrado en la plaza a “cinco jovencitos
tiernos con quienes hicieron prodigios de valor”, hiriéndolos; luego
se habrían lanzado contra la casa de José Ignacio a tiros y pedradas
hasta que:
[…] un miembro de la familia Iriarte se armó y armó además a tres de sus
amigos; y en tanto el ataque arreciaba más y más defendió en regla su hogar
segunda vez atacado por los bandoleros del 7 de septiembre de [18]93. Era
menester ya responder al hecho con el hecho, si mediante la justicia no se
puede alcanzar en cerca de dos años ningún castigo para [los] asesinos de
la jovencita Iriarte (ibid.: f. 6).

Rechazada “la cobarde cuadrilla”, sus integrantes habrían con-


vocado a más gente y atacado nuevamente. “Pero también continuó
la defensa con buen éxito, siendo rechazada [por] segunda vez. Hubo
un tercer ataque en que igualmente fueron derrotados los atacadores
con tres o cuatro heridos de su parte” (ibid.). En esta versión, la Policía
no intervino, “por orden que había recibido del Subprefecto” (ibid.).
A la vez, en el suelto se señala a los Saavedra como los principales
responsables de todo y se denuncia que se habían fugado de la cárcel
al día siguiente de su detención.
En opinión de los Iriarte, parte de la culpa la tenían las autoridades
judiciales: “los criminales de Tarata han sido más bien amparados
por ciertos magistrados, que indirectamente son responsables de
los últimos acontecimientos de este desgraciado pueblo” (ibid.). Por
último, se afirmaba que todo se debió a que los Iriarte perseguían
48 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

“judicialmente” a los “victimadores de una niña que era la más pre-


ciosa y apreciada joya” para la familia (ibid.). El documento, firmado
como “Los damnificados”, cierra con estas palabras de amenaza:
Téngase presente que la familia Iriarte responderá a la cuadrilla de los 45
con bala, defendiéndose así toda vez que ataque su hogar […]. Al hecho
se contestará con el hecho, ya que la justicia no castiga a los criminales y
no atajan las autoridades los atentados y atropellos que cometen estos día
por día (ibid.).

En el otro suelto de la familia, llamado “Últimos detalles de


Tarata”, los “damnificados” rectifican algunos detalles, como que al
defenderse no salieron de su casa –en el anterior decían que la defen-
sa se hizo desde casas y calles– y que quienes estaban en la morada
eran únicamente José Ignacio y su hijo Plácido, personajes que solo
habían dado “salvas al aire, pues eso sobra para asustar a la cobarde
y alevosa cuadrilla de los 45” (en ahdgc, 1895: f. 9). A lo dicho se
añade que los atacantes habían baleado el local de la Policía y que se
habían armado con kerosene para incendiar la casa Iriarte. Con ese
fin, tenían “sábanas preparadas y fósforos en la mano” (ibid.), pero
algunos ciudadanos prudentes impidieron el incendio. Finalmente, los
Iriarte acusan al abogado José Quintín Mendoza de estar asesorando
a los Saavedra y publicando boletines difamatorios. La conclusión de
este suelto es la siguiente:
¡Ahora se persigue a Iriarte porque no se dejó matar! ¡Y a su hijos porque
defendieron su casa y la vida de su padre amagada por los bandoleros! ¡Y
amenazan! Sea, pues, si las autoridades no ponen atajo a los criminales,
arderá Troya y habrá otra de San Quintín, y para ello sería que el maestro de
los asesinos, también Quintín,12 se pusiera a la cabeza de su cuadrilla (ibid.).

Lo que siguió fueron varios procesos judiciales, tormentosos y


laberínticos, que evidenciaron los profundos odios existentes en Tarata:
al estar involucrado casi todo el pueblo en el conflicto, la lucha para
presentar testigos de cargo y de descargo parecía no tener fin. Decenas
de testigos de unos y otros desfilaban en el juzgado y eran invalidados
por ser parientes, allegados, “perjuros”, “enemigos capitales”, etcétera.
Celiar Méndez, uno de los sindicados, al que no le faltaba humor y
perspicacia, dirigiéndose al juez instructor calificó a los veintiocheros

12 Clara alusión a José Quintín Mendoza.


Abogados y pistoleros | 49

como una “jauría”. Luego, refiriéndose a un mandamiento de apre-


hensión que se había librado en su contra, dijo que allí había “una
larga lista de todos los honrados abitantes [sic] de este pueblo, ecepto
[sic] Jesucristo que en esa mañana resucitó” (ahdgc, 1895: f. 68).
El pueblo estaba profundamente dividido y tampoco faltaban los
que no querían involucrarse con ninguno de los bandos por miedo
a venganzas. Pronto se presentaron algunos problemas, como por
ejemplo el hecho de que el alcaide de la cárcel era tío de varios de
los sindicados y presos, de modo que surgió el debate de si era mejor
enviar a los detenidos a la cárcel de Cochabamba o no, dado el peligro
de fuga e inseguridad. Igualmente, el portero del juzgado, Pacífico
Salinas, era pariente de los Iriarte, en tanto que otros funcionarios
de la misma institución eran sus enemigos declarados, ocasionándose
de ese modo diversas suspicacias.
Al mismo tiempo estaba el asunto de los testigos de cargo: los
Iriarte lograron invalidar a muchos de ellos, pero también sus propios
testigos fueron invalidados porque uno a uno pasaban a ser considera-
dos sindicados y acusados. El argumento de José Ignacio fue que, como
en 1893 su casa había sufrido un ataque, el joven Rodríguez habría
caído muerto por disparos de algunos de los integrantes del tumulto
atacante. Por eso los Iriarte se contraquerellaron, queriendo aparecer
como víctimas, y el proceso se extendió hasta noviembre de 1899.
Cabe destacar que el abogado de la familia del difunto Antonio
Rodríguez era el ubicuo José Quintín Mendoza, quien también fue
abogado de otras causas contra los Iriarte, como la que involucraba
a José Ignacio en la muerte de Teresa Adriázola, una anciana rica
asesinada el 13 de mayo de 1894. El autor del crimen, un tal Julián
Aguilar, tenía como asesor legal al líder de los veintiocheros (El Orden,
30 de mayo de 1894). Se trató de un asesinato por herencias, cuyo
proceso finalizó hacia julio de 1895, decretándose la sentencia contra
Aguilar. A propósito de ese caso, Mendoza –procesado a la vez por
José Ignacio debido a “calumnias”– se explayó en el periódico El Siglo
xx, justificando sus acciones legales contra la inquieta familia tarateña
y elaborando una reflexión en torno al papel de los abogados en la
sociedad y su función en la justicia.
Mendoza comienza su texto señalando que en aquel entonces,
según el capítulo 2, título 6, de la Ley de Ordenamiento Jurídico, un
50 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

abogado en materia criminal desempeñaba dos funciones, siendo


la primera de carácter público, como auxiliar de la administración
de justicia; es decir, fiscalizando esa administración. En criterio de
Mendoza, mientras que los tribunales y los jueces aplicaban e inter-
pretaban la ley, los fiscales eran personeros de la acción social. No
obstante, cuando un abogado cumplía su deber, resultaba siendo
mucho más que eso. En ese punto, con el fin de justificar sus acciones
legales, Mendoza orienta su apología del oficio de las leyes hacia su
lucha personal contra José Ignacio Iriarte en los siguientes términos:
[El abogado es] la razón de la ley hablando. Es la doctrina de la jurispru-
dencia universal, formulándose en cada caso concreto; es el derecho mismo
que filosofa girando sobre principios inmutables, es la justicia que formula
oráculos absolutos. Por lo mismo, el abogado es el fiscal de los fiscales, y si
sabe serlo, es también juez supremo, puesto que él inviste toda la soberanía
de la razón, cuando la razón está de su parte, y es él mismo quien hace
brillar e imperar la razón en todos los casos que interesan a la sociedad
y en todas las cuestiones que atañen a la educación moral de los pueblos.
[…] La otra función de los abogados es de orden privado: consiste en su
personería de mandatario de todo el que tiene que hacer valer un derecho
en juicio, para que después de sus disquisiciones y por la aplicación de sus
doctrinas, se realice la preciosa armonía que existe entre las esferas pública
y privada de la actividad social. Yo he procedido de ambas maneras en los
juicios seguidos contra Iriarte (El Siglo xx, 24 de julio de 1895).

Así, mientras que las luchas legales se imponían poco a poco


sobre las guerras privadas, los Iriarte no dejaron de hacer noticia,
razón por la que entre septiembre de 1897 y fines de 1898 abundan
las referencias a nuevas acciones violentas de esa familia en su afán
de venganza contra los Saavedra y los Butrón. Y es que, pese a todo,
los Iriarte todavía contaban con cierto apoyo del Gobierno, en este
caso de Severo Fernández Alonso, al punto de que, por un tiempo,
Benjamín, hijo de José Ignacio, ocupó el cargo de subprefecto de
Mizque, desde donde protagonizó abusos y conflictos en contubernio
con intendentes policiales y otras autoridades menores.13
Era un contexto en el que las luchas entre conservadores y liberales
adquirían características preocupantes, debido al uso del bandolerismo
que unos y otros hacían produciendo muertes y, sobre todo, mucho

13 Veánse: El Heraldo, 14 de julio y 16 de agosto de 1898; y El Siglo xx, 2 y 12 de


octubre de 1897, y 11 de noviembre de 1898.
Abogados y pistoleros | 51

miedo y paranoia. Frente a la crítica situación de varios pueblos del


Valle Alto y del Valle Bajo, acosados por el bandolerismo político entre
asaltos, asesinatos y trifulcas, el prefecto de Cochabamba, Rodolfo
Soria Galvarro, envió un extenso informe al ministro de Gobierno,
Macario Pinilla, el cual resulta de gran interés debido a que formuló
la necesidad de una verdadera reforma judicial y criticó ácidamente
a los abogados. El informe en cuestión fue publicado en El Heraldo
por partes, cuya síntesis sigue a continuación.
La autoridad departamental inició su informe intentando ocultar
la dimensión política del cuadrillaje. Empero, el bandolerismo que más
afectaba a Cochabamba era el que tenía un trasfondo político. Así lo
comprobaban casi a diario las acciones de los veintiocheros, las de la
cuadrilla de los Crespos en Punata –que abordaré más adelante– y
las de la banda denominada “los ligeros”, encabezada por el caudillo
liberal Martín Lanza,14 en el Valle Bajo.
Soria Galvarro señaló, asimismo, que la primera tarea asumida
por su gestión fue:
[…] velar porque se mantenga […] el orden social, seriamente compro-
metido por cuadrillas que, fingiendo tendencias políticas […] no eran otra
cosa que fuerzas de descomposición, puestas en movimiento por caudillos
de aldea, suficientemente audaces para mantener en jaque a las autoridades
de provincia (El Heraldo, 9 de julio de 1898).

Una observación sumamente importante y reveladora del prefecto


en su informe está referida a la complicidad, a veces popular, con la
que algunas cuadrillas contaban:
Esos mismos pueblos azotados por el cuadrillaje se hacían cómplices de
sus verdugos y los ocultaban a las miradas de los agentes del gobierno, por
miedo de que no siendo efectiva la represión de la ley, volviesen aquellos a
hacer prácticas de venganzas (ibid.).
Los jefes de cuadrilla, amparados por el pueblo mismo, no están sustraídos
del comercio social, viven la misma vida que el resto del pueblo, en relación
inmediata con él (El Heraldo, 11 de julio de 1898).

Un primer punto clave del texto citado alude a que, si bien a veces
la gente común de los pueblos encubría a los bandidos, fueran aris-
tocráticos o plebeyos –pues los había de todo tipo–, lo hacía solo por

14 Acerca de Martín Lanza, véase: Rodríguez García (2015a).


52 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

miedo. El segundo punto clave tiene que ver con que los considerados
bandoleros no eran ajenos a los pueblos donde operaban, no eran
“antisociales”, no vivían al margen de las sociedades pueblerinas y
rurales, sino en el corazón mismo de ellas, lo que dificultaba en gran
medida su captura, tal como reconocía el prefecto. Esta observación
resulta fundamental para comprender el fenómeno del bandidaje y su
profundo arraigo en la sociedad.
Soria Galvarro, en sintonía con las reflexiones que Manuel María
Alcócer hizo en 1872, también sostenía que el problema no era la falta
de “instituciones avanzadas” o de leyes, sino que aquellas no estaban
en correspondencia con el estado de “civilización” de la sociedad
boliviana. Por tanto, decía que, a veces, era necesario separarse de
las formas legales para obrar contra el crimen con más eficacia. No
obstante, el prefecto, lo suficientemente inteligente, planteó algo más
que “alejarse de las formas” y propuso cuatro medidas concretas:
‑‑ Modificar la Ley de Vagancia, acelerando sus procedimientos,
“a fin de que los declarados vagos […] pudieran ser trasladados
a las colonias”, donde faltaban brazos “para el progreso”. Con
esta medida, en criterio del prefecto, se apartaría al individuo
de “un ambiente peligroso” y se le crearía la “necesidad del
trabajo”.
‑‑ Establecer nuevas policías provinciales y, en el caso de la ciudad,
descentralizar el poder policial con oficinas especiales a cargo
de comisarios y subcomisarios en los cuatro extremos de la
capital.
‑‑ Construir cárceles seguras, pues, aunque ya se había inaugura-
do una nueva en la ciudad de Cochabamba –la penitenciaría
San Sebastián–, aún faltaba crear otras en las provincias.
‑‑ Reformar el sistema judicial, tomando en cuenta la falta
de celeridad en los procedimientos de sumario y plenario,
por un lado, y, por otro, la falta de independencia y firmeza
de los jueces que “seguros de la ineficacia de la ley y de la
impunidad de los reos, antes que someterlos con consideración
a las severidades de la justicia, los protegen para asegurar
su tranquilidad futura y evitarse represalias”. La reforma
planteada consistía en suprimir todos los juzgados de partido
Abogados y pistoleros | 53

provinciales, de suerte que serían solo los jueces instructores,


asistidos por agentes fiscales, quienes organizarían los sumarios,
para luego enviar a los sindicados a la cárcel de la capital, a
fin de que estos se sometieran al plenario. En la ciudad, se
aumentarían a cuatro los jueces de partido, para atender
los asuntos de distintas jurisdicciones. Prácticamente, Soria
Galvarro proponía una centralización de la acción penal, que
estaba justificada, en su visión, por “la falta de criterio moral
de los pueblos de campaña” (ibid.).
Más adelante, en contraposición con las ideas de José Quintín
Mendoza, el prefecto abordó críticamente el papel de los abogados en
la sociedad y su vínculo con la “empleomanía” y con las “revolucio-
nes”, para pasar después a una crítica de la formación universitaria:
Se ha dicho, con mucha razón, que Bolivia es la tierra de los abogados; pero
al hacer esta afirmación no se ha querido expresar que Bolivia tiene los más
doctos abogados de América, sino que tiene el mayor número de individuos
con título de abogados, que no pueden vivir de la profesión, ya sea por falta
de los conocimientos indispensables o ya por la natural competencia que se
produce por el excesivo número de ellos en relación con el de sus habitantes.
De este desequilibrio surgen y han surgido muchos daños para la República:
la empleomanía, tiene su origen aquí porque a pesar de lo mal rentados que
están los puestos públicos, son ahincadamente buscados por los abogados sin
clientela; la demagogia tiene también su origen en esta fertilidad enfermiza de
abogados, porque los que no obtienen un puesto público, van a aumentar las
filas de los descontentos y de los que sueñan todavía con las revoluciones que
hicieron la triste historia de nuestros comienzos como República. Creo, pues,
conveniente reaccionar en este orden de ideas y suprimir por consiguiente
todas las universidades de reciente creación, y reformar hondamente las de
antigua, teniendo en cuenta las peculiaridades de cada sección territorial
(El Heraldo, 23 de julio de 1898).

Igualmente, Soria Galvarro propuso destinar parte de los recursos


de la educación universitaria a la creación de escuelas para niños,
escuelas de agricultura y escuelas de industrias. Para justificar su pro-
puesta, mostró datos de la universidad en Cochabamba, afirmando
que en 1898 la facultad de derecho contaba con siete profesores y 246
alumnos, mientras la de medicina tenía tres profesores y 19 alumnos,
quienes además carecían de materiales científicos y aprendían anatomía
utilizando láminas de libros. En suma, el mensaje de Soria Galvarro
54 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

al ministro Pinilla parecía ser que el país necesitaba más técnicos y


científicos que abogados, porque estos últimos se habían convertido
en un engranaje vital de la empleomanía y de la inestabilidad social.
Por lo demás, retomando la saga de los Iriarte, es preciso mencionar
que la guerra civil iniciada en diciembre de 1898, conocida después
como la Guerra Federal, dio a un principio una nueva oportunidad
a José Ignacio. Ciertamente, habiendo estado preso por varios meses,
salió libre y fue enviado por Soria Galvarro a Quillacollo, con el grado
de teniente coronel y el puesto de subprefecto de Tapacarí (El Heraldo,
29 de diciembre de 1898), donde permaneció quizá hasta los primeros
días de marzo de 1899. Dado que los liberales empezaron a ganar la
guerra, José Ignacio se replegó a la ciudad, defenestrado en los hechos
por la situación bélica, pero siguió cobrando jugosos honorarios que
luego le valieron otro juicio, transferido a sus herederos después de
su muerte (ahdgc, 1902-1906: ff. 6-7).
Hacia julio de 1899, José Ignacio estaba en una situación penosa.
Sus enemigos liberales, entonces en el poder, tras el triunfo en la guerra
durante abril de aquel año, lo habían hecho apresar por las decenas de
juicios pendientes que tenía, pasando a guardar detención en la cárcel
de Tarata. Desde allí se decidió trasladarlo a Cochabamba, a pie, pero
en el camino sufrió un accidente, teniendo que ser restituido a Tarata
(El Heraldo, 7 de julio de 1899). Más tarde, el 16 de octubre, se dictó
sentencia en el caso por la muerte de Antonio Rodríguez. Los acusados
eran, aparte de José Ignacio, sus hijos Misael y Armando, además de
otros parientes suyos. Tras el sumario, un decreto de acusación expedido
en enero de 1896, mandamientos varios, reconocimiento de heridos,
etcétera, el juez asignado absolvió finalmente al líder de los Iriarte y
declaró inocentes a los otros coacusados, aludiendo a que la defensa
era un “derecho natural lícito”. Es decir, los Iriarte convencieron al
juez de que en aquella madrugada de 1895 ellos solo se defendieron.
Para sostener su decisión, el juez citó el artículo 497 del Código Penal,
el cual decía que no había pena si el homicidio era por defensa (ibid.:
29 de noviembre de 1899).
Ya en libertad, en 1901, el mítico José Ignacio dejó este mundo
por causas desconocidas. Sin embargo, sus descendientes continuaron
protagonizando un sinfín de nuevos hechos polémicos durante las
primeras décadas del siglo xx, pero esa ya es otra historia.
Abogados y pistoleros | 55

La cuadrilla de Punata y sus abogados


Los orígenes
La cuadrilla de Punata o cuadrilla de los Crespo fue la banda polí-
tico-criminal más famosa de Cochabamba. En realidad, se trataba
de una vasta red de pequeños grupos e individuos, provenientes de
distintos estratos sociales, que trabajaban para el Partido Conserva-
dor. Si bien durante varios años estos bandidos tuvieron el control de
la provincia Punata y de parte de la provincia Tarata, en los hechos,
sus acciones abarcaban todo el Valle Alto, llegando incluso más allá,
hacia el sur, a la provincia Totora. Reunidos todos los miembros
de la red podían superar la cifra de 200, aunque el núcleo estaba
compuesto por no más de 25 personas, lideradas por los hermanos
Crespo Hinojosa –Macedonio, Simón, Delfín y Justiniano–, quienes
formaban parte de una amplia y oscura familia de medianos propie-
tarios de tierras.
No se sabe con certeza cuándo se creó esta cuadrilla, aunque
según discusiones parlamentarias y notas de prensa de la época se
puede colegir que fue en 1892, al iniciarse el Gobierno de Mariano
Baptista (Viscarra et al., 1898 y El Comercio, 4 de diciembre de 1896).
Se trataría, en opinión de José Quintín Mendoza, de un grupo que
originalmente era liberal, pero que se pasó a los conservadores por
dinero. Lo ocurrido fue que, siguiendo el análisis de Mendoza, el
Gobierno de Baptista necesitaba contener el ascenso liberal y reac-
tivar las redes clientelares del Partido Conservador en el Valle Alto,
dado que las anteriores cuadrillas –los Mariscal de Cliza, los Chávez
de Toco, los Humeres de Cliza y los Melean de Totora– estaban
agotadas y, exceptuando a los Iriarte, casi completamente desman-
teladas hacia 1892 (El Siglo xx, 15 de marzo de 1897). Los hermanos
Crespo y otros liberales disidentes se habrían “vendido” al régimen
conservador de Baptista, el cual, mediante contactos heredados de
Gobiernos anteriores, se propuso otorgar cargos y favores a cambio de
la organización de un nuevo grupo violento, concebido para erradicar
el crecimiento liberal. Por su lado, Maximiliano Grillo, víctima de
los Crespo, y el diputado Eufronio Viscarra, citado por un abogado
llamado José Llosa, señalan que la cuadrilla se formó probablemente
en 1894 con el apoyo del por entonces subprefecto de la provincia
56 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Punata, Tomás Frías, un militar cochabambino de mano dura que


tenía el mismo nombre y apellido que el famoso político potosino que
gobernó el país entre 1872 y 1876 (El Siglo xx, 4 de febrero de 1896
y El Heraldo, 9 de febrero de 1898).
La cúpula del nuevo grupo la ocupaban los hermanos Crespo.
Macedonio, el mayor y el jefe más visible, ejerció el cargo de secretario
del Juzgado de Partido de Punata entre 1892 y 1895, y, a la vez, era
el encargado de cobrar el impuesto a la chicha en toda la provincia,
trabajo muy lucrativo, ya que movía grandes cantidades de dinero sin
ningún control. Por si fuera poco, durante un tiempo también fue corre-
gidor del pueblo de Arani, en pleno auge de sus correrías bandoleras.
Entre los miembros importantes de la cuadrilla había casi de
todo: abogados, policías, grandes propietarios, muchos artesanos –en
particular sastres, zapateros, sombrereros y carpinteros–, militares de
distintos rangos y funcionarios diversos –desde actuarios y secretarios
de juzgados hasta autoridades, entre ellas corregidores, comisarios
de policía e incluso un diputado–. Tampoco faltaban delincuentes
comunes: una dilatada variedad de malhechores, cuatreros y buscavidas
integraban los escalones inferiores de la cuadrilla de Punata o se
asociaban circunstancialmente a ella. De hecho, el abogado Llosa, en
un largo discurso pronunciado durante 1898, mencionó la existencia
de “disciplinados criminales” en el Valle Alto, todos agrupados bajo
la denominación Pampa Cuadrillas, organización de varios pequeños
grupos que se asociaban eventualmente a la cuadrilla de Punata (El
Heraldo, 9 de febrero de 1898).
Una vez que los Crespo y sus allegados más cercanos aceptaron
del Gobierno de Baptista la oferta de cargos públicos y sueldos, pro-
cedieron a crear en Punata el llamado Club Fusionista15 y a ocupar,
formal e informalmente, distintos espacios de poder en los juzgados
y en la Policía, a fin de lanzar desde allí una brutal ofensiva contra el

15 El término “fusionismo” fue acuñado por los presidentes de la era del cau-
dillismo militar y, más tarde, resultó reivindicado por los conservadores para
oponerse al “federalismo” liberal (Peralta e Irurozqui, 2000: 29). Según James
Dunkerley (2006: 67), la palabra “fusionismo” también tenía el sentido de una
posible unión de sectores liberales y conservadores por iniciativa de Severo
Fernández Alonso, en su afán de fracturar al Partido Liberal y a título de redu-
cir la polarización.
Abogados y pistoleros | 57

creciente liberalismo que empezaba a amenazar el dominio conser-


vador en el Valle Alto.

Un Sábado de Tentación en Punata


El primer incidente que hallé del grupo de los Crespo ocurrió en
marzo de 1895 y es posible conocer sus detalles gracias a un expe-
diente que yace en el Archivo del Juzgado de Punata (ajp). Se trata de
un documento no catalogado que figura con el nombre de “Proceso
contra José Braulio Pereira, Benigno Fiorilo y demás cómplices por
sedición y faltamiento a la autoridad” (1895-1896). De la lectura
del juicio en cuestión salen a la luz los hechos que se describen a
continuación y que ilustran de modo ejemplar las tensiones políticas
que enfrentaban y dividían a varias familias punateñas, así como el
modo en que la cuadrilla hacía uso de la ley como una más de sus
armas en su lucha contra los liberales.
El 2 de marzo de 1895 se celebraba en Punata el Sábado de
Tentación, en el marco de las fiestas de Carnaval. Al caer la noche,
los festejos continuaron en distintos lugares y la parte más selecta de
los liberales se trasladó a la casa de Benigno Fiorilo, conocido militar,
terrateniente y dirigente político. En la fiesta estaban, entre muchos
personajes, los hermanos Pereira: Martirián y José Braulio; este últi-
mo un prestigioso médico-cirujano vecino de Cliza. El caso es que
alrededor de las nueve de la noche se presentó en la casa de Fiorilo un
grupo de artesanos liberales con la noticia de que Macedonio Crespo
estaba disparando en la calle. Al instante, todos los concurrentes de la
fiesta salieron de la casa encabezados por Benigno y por los hermanos
Pereira, armados improvisadamente de sables, palos, garrotes de cuero
trenzado, algunos revólveres, un rifle y lámparas de mano a kerosene.
Lo acontecido fue que Macedonio había herido con disparos de
rifle a dos artesanos en la denominada plaza de la Concordia, lugar
donde el vecindario, alarmado, se congregó mientras Crespo y sus
secuaces se daban a la fuga. El tumulto se había formado en la plaza
antedicha debido a los gritos y los disparos, y creció notoriamente
con el arribo de Fiorilo y los suyos, quienes empezaron a buscar a
los heridos con la luz de sus lámparas. Entretanto, alguien había
dado parte a la Policía y no tardó en aparecer el comisario Gregorio
Arnéz, seguido por dos agentes del orden, todos armados de rifles
58 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Remington. En este punto, cabe destacar que Arnéz era un miembro


clave de la cuadrilla de Punata. La situación se hizo muy tensa y José
Braulio la contó así:
[…] se formó un alboroto de terror y veo a dos malhechores del país, Gre-
gorio Arnéz y Roberto Méndez, ambos afiliados en la cuadrilla de Crespo,
quienes con el arma apuntada iban a victimarme y victimar a una porción
de señoras (ajp, 1895-1896: f. 14).

Ante la evidente amenaza, José Braulio se lanzó sobre los policías


y muchos de los presentes lo secundaron arremetiendo contra Arnéz,
quien fue golpeado duramente a puños y sablazos, siendo también
despojado de su rifle, mientras los otros policías se daban a la fuga.
En medio de gritos y forcejeos, José Braulio dijo a Arnéz: “Es usted
un bandido […], cholo insolente te he de denunciar” (ibid.: f. 26).
En un momento dado, la turba –a instancias de Fiorilo, quien
esgrimía un sable– decidió dirigirse a la casa del subprefecto Fruc-
tuoso Araníbar, a fin de exigir que se castigara a Macedonio. Así, en
una original forma de protesta, los agitados liberales se dirigieron a
la morada del subprefecto, cargando a los artesanos heridos. Tras
ingresar ruidosamente, lo que siguió fue una serie de gritos y acusa-
ciones: los tumultuados acusaron al subprefecto de haber consentido
a la cuadrilla en varias ocasiones. Frente a ello, este se defendió a
gritos y decidió ordenar la detención de Crespo por medio de una
comisión compuesta por sus hijos, el recién aparecido intendente de
la Policía –un individuo de dudosos antecedentes llamado Desiderio
Villarroel– y Arnéz, quien apareció en casa de Araníbar ostentando
sangrantes heridas en el rostro. De modo evidente, la formación de
la comisión resultaba un cinismo, considerando que Arnéz era un
compinche clave de los Crespo. Con todo, finalmente, el subprefec-
to echó de su casa a la pequeña multitud, amenazando con iniciar
sumarios y reprochando a Arnéz por su incapacidad de contenerla.16
Al día siguiente, el furibundo Araníbar hizo abrir el juzgado y
obligó a los funcionarios a asistir a sus puestos de trabajo para recibir
su denuncia: en oficio dirigido al juez instructor segundo de Punata, el
subprefecto afirmó que “una cuadrilla de beodos” invadió su domicilio

16 Reconstrucción con base en los testimonios de José Braulio Pereira, Tobías


Almaráz, Cristina Parra, Israel Araníbar, Octavia Camacho, Raúl Méndez y
Prudencio Méndez (ajp, 1895-1896: ff. 14-67).
Abogados y pistoleros | 59

“faltando con este motivo, en medio de la crápula más perdida, al


mismo principio de autoridad” (ibid.: f. 1). La lenta maquinaria judicial
se puso en funcionamiento y tanto Araníbar como Arnéz, así como el
policía Roberto Méndez, solicitaron la organización de dos sumarios
contra Fiorilo y sus familiares, al igual que contra los hermanos Pereira.
Arnéz se constituyó en parte civil y, frente al juez instructor Manuel
Cuéllar –hombre de confianza de los Crespo–, afirmó que, como
comisario, la noche de los sucesos recibió “la noticia de la existencia
de una cuadrilla de malhechores armados de rifles, sables y otros
instrumentos”. Arnéz y otro policía añadieron más adelante: “Nos
descargaron hachazos de sable, culatazos de rifle y otros golpes”. El
oficio de los policías al juez concluía pidiendo punición contra los
imputados en estos términos: “Merecen pena corporal y deben ser
castigados y aplastados como reptiles venenosos a los pies de la justicia,
con arreglo a las leyes” (ibid.: f. 16).
Por su parte, Macedonio Crespo –quien manejaba muy bien
las leyes y, aparte de matón, era a la vez una especie de tinterillo
autodidacta por su cargo en el juzgado–, había iniciado también una
querella, dándose la insólita situación de que el atacante figuraba –o
quería figurar– como víctima, en este caso de persecuciones y supuestas
agresiones. Apremiado por las denuncias, el juez libró mandamientos
de aprehensión contra Fiorilo, junto con todos sus hijos e hijas, y
también su esposa, y contra los hermanos Pereira y otras 12 personas,
quienes fueron conminadas a prestar sus indagatorias.
La estrategia de Macedonio y su cuadrilla –en complicidad con el
subprefecto, la Policía y el juez– fue aprovechar la situación y acelerar
el proceso, a fin de poner en la cárcel a los Fiorilo y a los Pereira,
arrinconando así a los dirigentes liberales y anulándolos políticamente.
Para ello, movilizaron todo el aparato judicial y administrativo que
tenían a su disposición. En primer lugar, se basaron en un informe del
intendente Villarroel, en el que se decía que la noche de los sucesos “los
sediciosos caminaban con una banda de música y con vivas a Pando”
(ibid.: f. 39), y que “la pandilla” caminaba “violando domicilios”. En
segundo lugar, se procedió con las detenciones de Fiorilo, de toda su
familia y de los hermanos Pereira. Por último, hicieron desfilar por
el juzgado a más de una docena de testigos de cargo, obstaculizando
a la vez la presentación de los testigos de descargo por parte de los
60 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

imputados. El propio comisario Arnéz fue presentado como testigo


de cargo, con el aval del Ministerio Público, mientras que, irónica-
mente, el mismísimo Macedonio firmaba varios de los documentos
del proceso en su condición de secretario del juzgado.
¿Quiénes eran los asesores que diseñaban las estrategias legales
de la cuadrilla? Dos fueron los abogados clave: Juan Atanacio Lara
e Ismael Padilla. El primero era un personaje peculiar: intelectual,
poeta, dramaturgo, valiente y hábil pistolero. Según Mario Guzmán
Bascopé, había nacido en 1872, en Punata, en el seno de una familia
de importantes propietarios de haciendas, siendo su vida “un cultivo
permanente de cualidades y virtudes” (1994: 39). En opinión de
algunos de sus descendientes, era pariente del famosísimo novelista,
poeta, historiador y lingüista Jesús Lara.17 Sea como fuere, y al igual
que aquel, Juan Atanacio también escribía y publicaba. He hallado
dos de sus folletos soterrados en polvorientos escaparates de bibliotecas
públicas: una biografía de Fiorilo (1901) –exrival con quien se había
congraciado años después del Sábado de Tentación de 1895– y una
obra teatral cómica basada en la vida del dictador Mariano Melga-
rejo (1891). Juan Atanacio, además, alternaba su vocación de escritor
y abogado con la pasión política: iniciado como liberal, se pasó al
Partido Constitucional junto con otras personalidades de Punata,
quienes vieron en el apoyo al gobierno conservador una oportunidad
de ascenso social y económico. Empero, había un precio que pagar:
involucrarse en el juego político durante aquellos tiempos implicaba
hacer proselitismo con el revólver en la mano.
El otro abogado de la cuadrilla, Padilla, era un joven maquiavé-
lico que, como tantos otros personajes, había abandonado el Partido
Liberal, uniéndose al oficialismo a principios de la década de 1890.
Desempeñó años antes el cargo de munícipe de Punata, con fraude
electoral, según varias denuncias, y fue la bisagra clave entre el Gobier-
no y sus redes de clientes en el Valle Alto. Además, valiéndose de su
posición, había instalado a muchos parientes suyos en diferentes cargos
públicos, desde directores de escuelas hasta alcaldes parroquiales y
corregidores. Coordinaba también ciertas acciones violentas y, a la
vez, llegó a ser diputado, según se detallará más adelante.

17 Comunicación personal con Italo Mendoza Lara, bisnieto de Juan Atanacio.


Apote, Tiquipaya (Cochabamba), 17 de junio de 2015.
Abogados y pistoleros | 61

Volviendo al caso del Sábado de Tentación, los detenidos la


tenían difícil. Sin embargo, se defendieron tenazmente. Fiorilo y los
hermanos Pereira pidieron la recusación del personal del juzgado y
del propio juez, pues tenían litigios anteriores con ellos y dudaban
seriamente de su imparcialidad. El 22 de marzo de 1895, Fiorilo y los
Pereira se dirigieron al fiscal de partido señalando que la conducta
del juez instructor segundo de Punata, Cuéllar, era “insoportable”
por su “ineptitud, su incontinencia pública y su embriaguez habitual
con grave perjuicio a la administración de justicia” (ibid.: 48). Pedían
que el fiscal realizara gestiones para que se designara otro juez e,
increíblemente, lograron su cometido, ya que Ruperto Justiniano,
juez instructor primero de Punata, pasó a hacerse cargo de la causa
y demostró mayor sensatez que su antecesor.
Los hermanos Pereira denunciaron en sus respectivas defensas que
los malhechores del pueblo eran los propios policías y que la supues-
ta cuadrilla del Sábado de Tentación fue, en realidad, “una reunión
de pacíficos ciudadanos que favorecía a los desgraciados heridos”. En
otro pasaje afirman que “conociendo la criminalidad de aquellos”, es
decir, de los miembros del grupo de los Crespo, varios circunstantes
“impidieron la perpetración de otros crímenes estando [los policías]
en actitud de apuntar sus rifles hacia el grupo”. Concluyen, indigna-
dos, afirmando que todos los sindicados, incluyéndose a sí mismos,
eran “honrados y de buenas costumbres” y que no merecían “el cali-
ficativo de bandidos ni cuadrilleros” (ajp, 1895-1896: ff. 47-58). Quie-
nes sí eran merecedores de la denominación de “bandoleros” eran,
en opinión de los Pereira y de los Fiorilo, las autoridades locales y sus
secuaces. Para probar sus afirmaciones, presentaron algunos testigos,
como por ejemplo a Octavia Camacho, quien se refirió a Gregorio
Arnéz y a otros policías como “conocidos por cuadrilleros y compa-
ñeros de los Crespos” (ibid.: f. 57). Con todo, hasta el 29 de abril de
1895, los imputados no pudieron generar suficientes pruebas testifi-
cales en vía de prontos justificativos y, un mes más tarde, el fiscal se
dirigió al juez instructor señalando que ya había evidencias suficien-
tes para que se dé por concluido el sumario y se eleve el proceso a
la sala de acusación. Se envió el sumario concluido al juez de parti-
do de la provincia de Tarata en septiembre de ese año. Sin embargo,
en esa fase, los Crespo y sus aliados ya no pudieron ejercer presiones
62 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

sobre la administración local de justicia, de modo que el fiscal suscri-


to, analizando el caso independientemente, entendió que los acusados
eran en realidad las víctimas. El fiscal, en oficio al juez de partido de
Tarata, dijo que, examinado el proceso, no existía motivo alguno que
manifestara sedición o falta a la autoridad, sino simples cargos verba-
les al subprefecto Araníbar, reclamándole que cumpliera sus deberes.
Añadió que varios de los testigos de cargo presentados por el Minis-
terio Público eran los mismos querellantes y que se habían constitui-
do en parte civil, por lo que sus declaraciones no podían “merecer fe
por el interés que tienen en el triunfo de su causa” (ibid.: f. 73). Debi-
do a esto, el fiscal requirió el sobreseimiento del proceso, enviándolo
en consecuencia a la Corte Superior del Distrito para que esta deci-
diera, cosa que el juez aceptó, reconociendo que no existían indicios
de culpabilidad contra ninguno de los sindicados.
De los datos que el juicio anterior otorga puede afirmarse que la
cuadrilla de los Crespo ya tenía una fama considerable a principios de
1895. Además, se advierte que controlaba las instancias administrativas
más importantes de Punata: el Juzgado y la Policía de Seguridad. Los
Crespo contaban también con la complicidad del subprefecto Araníbar
y del juez instructor Cuéllar, por lo que su lucha contra los liberales,
mediante las golpizas y los asesinatos, era interpretada por ellos como
un conjunto de acciones “legales” para combatir la “sedición”.
Este caso ilustra también cómo operaba la justicia cuando las
víctimas de la cuadrilla exigían garantías o se defendían de facto, con el
resultado de que los afectados por la violencia terminaban sindicados
y los agresores figuraban como damnificados. De hecho, el principal
responsable de los sucesos del Sábado de Tentación, Macedonio
Crespo, no fue juzgado por haber herido a dos artesanos y, más bien,
salió limpio e impune.
No obstante, se ha visto igualmente que los liberales lograban
realizar defensas legales con gran habilidad, desnudando los chan-
chullos jurídicos y logrando incluso que el juez Cuéllar, conocido
simpatizante de la cuadrilla, fuese cambiado por otro más idóneo.
Además, tras un año de litigio, Benigno Fiorilo, sus hijos e hijas, los
hermanos Pereira y otros sindicados demostraron que no cometieron
actos de sedición, razón por la que el juicio terminó siendo sobre-
seído. Lo que sucedió fue que la cuadrilla empezó a intensificar sus
ataques contra los liberales entre 1895 y 1896, de modo que fueron
Abogados y pistoleros | 63

generándose varios procesos contra sus integrantes y, al final, los


Crespo no pudieron atender todos los frentes de lucha legal que se
les abrían en la medida en que sus crímenes se incrementaban. En
efecto, tras el Sábado de Tentación de 1895, la cuadrilla comenzó
una gran escalada de atentados: crueles asesinatos, robos, abusos y
fugas de cárceles. Todo se hacía “en nombre de la ley”.

Otros ataques y nuevos juicios


A tres meses de los acontecimientos del Sábado de Tentación, el
abogado Juan Atanacio Lara adquirió notable protagonismo, tal
como lo constata el periódico cochabambino El Orden en su edición
del 27 de junio de 1895, en la que se informa que Lara, “a la cabe-
za de una competente cuadrilla”, había apaleado hasta dejar mori-
bundo a un tal Luciano Achábal, quien recolectaba frutos en una
hacienda de Punata. Hechos similares, añade la nota, se repetían
“con frecuencia”, razón por la cual se exigía el castigo de mano de
la ley (El Orden, 28 de junio de 1895).
Sin embargo, no fue sino hasta enero de 1896 que Lara se vio
envuelto en acciones de mayor envergadura como miembro importante
de la cuadrilla. El primer día de ese año, el grupo de los Crespo decidió
tender una emboscada a tres prominentes jóvenes liberales del Valle
Alto: Ricardo Fiorilo, Maximiliano Grillo y Virginio Villarroel. Tales
personajes se trasladaban a caballo desde Arani hacia Punata, tras asis-
tir en aquella población a una fiesta por fin de año. Los detalles de lo
ocurrido aquel día pueden conocerse gracias a las denuncias realizadas
tanto por Fiorilo como por Grillo, quienes solicitaron la organización de
un sumario contra los cuadrilleros y aprovecharon la ocasión para dar
a conocer otros ataques que habían estado sucediendo en el Valle Alto.
Según el relato de Grillo, esa noche, Fiorilo, Villarroel y él ingre-
saron al pueblo de Punata, donde avistaron de pronto a diez o más
individuos armados de revólveres y fusiles que súbitamente rompie-
ron fuego, con tan mala puntería que los atacados pudieron escapar
ilesos. Los liberales huyeron galopando velozmente hasta Cliza. Allí
pidieron auxilio a la Policía, aunque sin éxito, porque prácticamente
le pedían que se enfrentara a su homónima de Punata, ya que entre
los atacantes figuraban funcionarios del “orden” claramente identi-
ficables: el intendente de la Policía de Seguridad de Punata, Miguel
64 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Soto, y el comisario Gregorio Arnéz, conocido lugarteniente de los


Crespo. Junto a ellos estaban, entre otros personajes, Juan Atanacio
Lara, Macedonio, Simón y Delfín Crespo.
Continuando con la narración de Grillo, tras los disparos, los cua-
drilleros gritaron “¡Viva Alonso!”, denotando su apoyo al candidato
presidencial conservador y, ante la fallida persecución que siguió,
continuaron disparando “para simular un combate”. Poco después,
decidieron atacar la casa de la madre de Virginio Villarroel, quien se
encontraba acompañada de una cocinera indígena y de un pongo.
Los bandidos ajustaron un revólver en el pecho de la anciana, dicién-
dole “vieja, puta, alcahueta”, y exigieron que les informara sobre el
paradero de Virginio. La pobre mujer “anduvo de rodillas, llorando
e implorando la caridad de sus verdugos” (El Siglo xx, 4 de febrero de
1896) y, dado que no sabía dónde estaba su hijo, los atacantes final-
mente la dejaron en paz y se fueron de allí no sin antes robar todo
lo que pudieron. Acto seguido, pasaron a la casa de Grillo, donde en
ese momento no había nadie, circunstancia aprovechada para pene-
trar todos sus rincones. Según el relato de Grillo, “el bravo Atanacio
Lara”, descrito como “batallador capaz de pelear con los dioses de
Homero” (ibid., 10 de enero de 1896), forzó la puerta de la habitación
principal, en la que los bandidos hallaron 800 pesos bolivianos que se
robaron y distribuyeron entre sí, al igual que varias prendas de ropa.
Luego de esos sucesos, Grillo y Fiorilo acudieron a diversas autori-
dades para denunciar los hechos y pidiendo garantías, pues temían por
sus vidas (El Siglo xx, 10 de enero y 4 de febrero de 1896). Las semanas
siguientes, Grillo continuó movilizándose valientemente en busca de
justicia y dirigió un largo oficio al periódico El Siglo xx, que fue publicado
el 4 de febrero, en el que enumeraba una amplia gama de abusos y de
crímenes que la cuadrilla había realizado hasta ese momento.
Por otra parte, la candente situación en Punata no hizo sino
empeorar a medida que se acercaban las elecciones nacionales para
presidente de la República, así como para diputados y senadores,
previstas para mayo de 1896. Tales comicios eran muy importantes,
ya que se jugaba la continuidad conservadora frente a un liberalis-
mo cada vez más pujante. Los candidatos presidenciales fueron José
Manuel Pando, jefe nacional del Partido Liberal desde 1894, y Severo
Fernández Alonso, el último representante de la vieja oligarquía.
Abogados y pistoleros | 65

Dado el arraigo popular que empezaba a tener el liberalismo, los


partidarios de Fernández Alonso tenían el mandato de garantizar,
por cualquier medio, un nuevo triunfo conservador, y para eso esta-
ban las cuadrillas armadas. Así, el contexto preelectoral de entonces
auguraba nuevas violencias.
Desde inicios de 1896, la sección punateña del Partido Liberal
–llamada Club Liberal– se preparaba para participar en las elecciones
y eligió a José Braulio Pereira como candidato a la diputación de la
provincia, quien por entonces había obtenido libertad provisional y
cuyo juicio ya había sido sobreseído en primera instancia. No obstan-
te, algunos liberales propusieron la candidatura de otro prominente
liberal, razón por la que el partido decidió celebrar una reunión en
Punata para definir al candidato más idóneo, junto con otros detalles
de la campaña. La asamblea de los liberales fue prevista para el 29 de
marzo, pero los organizadores no sabían que los agentes del Partido
Constitucional –léase Conservador– estaban enterados de la reunión
gracias a sus espías.
El candidato a diputado de la provincia Punata, por los conser-
vadores, fue el abogado Ismael Padilla, quien pidió a los Crespo y
a sus secuaces que se preparasen para realizar un ataque contra la
asamblea liberal, que, en efecto, se dio, generando un tiroteo que
dejó un herido y mucho miedo en la población (El Comercio, 17 de
mayo de 1897). Aquel breve y relativamente incruento combate del
29 de marzo, organizado por Padilla, fue el inicio de la “época de
oro” de la banda de los Crespo, la cual, a partir de entonces, decidió
evitar enfrentamientos abiertos entre bloques y realizar solo ataques
selectivos, como el llevado a cabo contra el liberal Uriel Claros, uno
de sus crímenes más publicitados.
Claros era un joven abogado que en abril de 1896 cumplió 28
años. Tenía una bella esposa, un pequeño hijo y una gran carrera
política en ciernes. Lideraba el Partido Liberal en Arani. Ismael Padilla
era su compadre y, a la vez, su padrino de matrimonio, pero dado el
giro político asumido por el segundo personaje, ambos empezaron a
discrepar. Padilla, como candidato a diputado por los conservadores,
ofreció a su ahijado y compadre cargos y premios si abandonaba el
liberalismo, lo cual ocasionó un enfrentamiento verbal que devino en
la ruptura y, según publicó El Siglo xx el 27 de abril de 1987, en una
amenaza de muerte que cayó sobre el joven abogado liberal.
66 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Llegado el sábado 4 de abril de aquel año, víspera del día de


Pascua de Resurrección, Claros fue herido de muerte, a balazos, en
pleno centro del pueblo de Arani. Momentos después, su cuñada y
una empleada doméstica también recibieron varias descargas de fuego
que les quitaron la vida. Al día siguiente, Claros expiró, desatándose
con ello un gran escándalo y un ruidoso proceso judicial.
Existen al menos tres versiones de estos acontecimientos. Una de
ellas sostiene que aquel 4 de abril, por la noche, Claros fue anoticiado
de que su hermano Zenobio estaba siendo agredido en el billar del
pueblo por Padilla –su compadre–, Niceto Prado –corregidor de Arani–,
Gregorio Arnéz –comisario de Punata– y dos de los hermanos Crespo:
Macedonio y Simón. Enterado de la pelea, continúa el relato, Uriel
se hizo presente en el lugar con un revólver desenfundado, recibiendo
en el acto un balazo de Remington que lo dejó malherido. En medio
de la pelea, aparecieron sus amigos; unos lo defendieron y lo llevaron
a una casa cercana, mientras que otros llamaban a un confesor. Pero
los agresores decidieron acabar la tarea y procedieron a atacar la casa
donde agonizaba la víctima baleada, matando a la cuñada de Uriel y
a una empleada doméstica (El Siglo xx, 26 de abril de 1896).
Los sucesos de Arani tuvieron gran repercusión y un escritor
anónimo, oculto tras el seudónimo Temis, narró con tono dramático
y folletinesco otra versión, con muchos detalles en retrospectiva, a casi
un año de los acontecimientos. Temis publicó su texto en El Comercio,
por entregas, con el título “Episodios del crimen de Arani”. Su narra-
ción pretendía evidenciar que el autor intelectual y uno de los varios
autores materiales de la muerte de Claros fue el propio abogado Ismael
Padilla. De hecho, Padilla fue arrestado, mas a los pocos días salió
libre por la complicidad de las autoridades (ibid.: 30 de marzo y 6 de
abril de 1897). Por su parte, la viuda ofreció 200 testigos “de todas las
clases sociales”, pero aquellos fueron acusados por los cuadrilleros de
ser “fautores” de una sedición supuestamente encabezada por Claros.
El juez instructor se puso de parte de los bandidos, al menos en un
principio, e hizo durar la fase sumaria del proceso por varios meses
(ibid.: 30 de marzo, 6 de abril y 4 de mayo de 1897).
Por último, la tercera versión de los hechos fue elaborada por el
propio Padilla, personaje que, dicho sea de paso, había conseguido su
objetivo resultando elegido diputado poco después del deceso de Claros.
Apremiado por el proceso que se inició en su contra y acusado de ser
Abogados y pistoleros | 67

no solo autor intelectual sino también ejecutor de los crímenes, Padilla


fue protegido por el Congreso y escribió su “verdad” en un extenso
folleto publicado en 1898. En dicho texto, se declara inocente, omite
comentarios sobre la muerte de las dos mujeres asesinadas junto con
Claros y atribuye los sucesos a “la embriaguez a que dio lugar la fiesta
de la Pascua”. Son tres las conclusiones importantes de este folleto: que
las muertes de aquella noche fueron el resultado de un enfrentamiento
y no de una emboscada previamente planificada; que toda la culpa
era de Zenobio Claros, el hermano de Uriel, y de “la dosis de alcohol
que tenían todos en la cabeza”; y que los sucesos de Arani estaban
siendo utilizados por el Partido Liberal para desprestigiar la carrera
política del diputado Padilla.
Fuera cual fuera la “verdadera” forma en que sucedieron los
acontecimientos de Arani, el hecho evidente es que estos produjeron
tres muertes, incluyendo la de un conocido dirigente liberal, y ello
generó discusiones y escándalos, dada la protección oficial de la que
gozaron los autores de la violencia. Desde ese momento, la carrera
criminal de los Crespo se fue acercando a su cúspide y la cuadrilla se
convirtió en un auténtico fenómeno social: un desafío no solo a la ley,
sino también a los intelectuales, quienes, interpelados por los aconte-
cimientos, empezaron a ensayar análisis e interpretaciones acerca de
las causas y los modos de acción del bandolerismo político.
Tras decenas de nuevos ataques de la cuadrilla, que entonces tenía
en Padilla a su representante en el Congreso, el Gobierno de Fernández
Alonso se vio obligado a controlar a sus bandidos punateños y pre-
tendió romper con ellos. Se desató una persecución que, pese a todas
las dificultades imaginables, dio sus frutos durante el año 1897. Así,
varios miembros de la cuadrilla de Punata fueron cayendo presos, al
mismo tiempo que se desataba una ola de descontento campesino que
tuvo por epicentro el pueblo de Cliza. En ese poblado, el 22 de mayo
de 1898, cientos de campesinos sin tierra, indignados por décadas de
explotación, crisis agrícolas, impuestos injustos y abusos patronales,
se levantaron atacando haciendas en una especie de “motín de sub-
sistencia”. Un informe del comisionado militar enviado al prefecto de
Cochabamba, Rodolfo Soria Galvarro, a propósito de esa revuelta,
terminaba revelando el estado de ánimo de la mayoría de las auto-
ridades judiciales del Valle Alto: “Pasado todo y llegado el día 24 fue
difícil conseguir que los jueces cumplieran su deber, pues todos temen
68 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

comprometerse y sufrir las consecuencias” (El Heraldo, 8 de junio de


1898). Además, durante aquella revuelta, fue detenido el líder máximo
de la cuadrilla, Macedonio Crespo, quien desde ese momento pasó 15
largos años entre las cárceles de Punata, Cliza y Cochabamba.
En fin, las persecuciones se intensificaron y hacia mediados de
1898 se anunció el inevitable final de la cuadrilla de Punata, luego
de múltiples acciones y aventuras inverosímiles que convirtieron a
los Crespo en un verdadero asunto de Estado.18 ¿Qué pasó con los
abogados Ismael Padilla y Juan Atanacio Lara?
En cuanto al primero, su situación era interesante por ser diputado;
valiéndose de ello, no se presentó a las varias audiencias en que fue
requerido, aludiendo al uso de la “inmunidad parlamentaria” (Padilla,
1898: 5). En efecto, la mayoría congresal oficialista en el Parlamento lo
protegió de manera descarada. De todos modos, el juicio avanzó y el
primer sentenciado por la muerte de Claros fue precisamente Padilla:
le dieron una condena de seis años y ocho meses de “pena corporal”,
sin especificarse cuál, aunque en los hechos quedó impune (El Siglo
xx, 27 de abril de 1897).
En lo referido al segundo, cabe decir que hacia fines de 1896 este
personaje había roto con la cuadrilla. Y es que la organización de los
Crespo entró gradualmente en una crisis interna que derivó en rupturas
y divisiones. En concreto, poco después del Día de los Muertos de ese
año, había ocurrido en Punata un “drama sangriento” entre Simón
Crespo y Juan Atanacio Lara. Después de sus primeras actuaciones,
Lara decidió mantener un perfil bajo en la cuadrilla, aunque siempre
estuvo detrás de todo, como asesor legal y estratega. Por razones des-
conocidas, se fue alejando de la banda hasta que Simón lo interpeló
y ello derivó en una discusión, luego de la cual ambos llegaron a
intercambiar “proyectiles de revólver como confites” (El Comercio, 12
de noviembre de 1896). Lara resultó herido y “después de la escena,
don Simón se paseó por las calles de este pueblo, de día, como un toro
furioso escapado del toril, sembrando espanto” (ibid.). Todo indica que

18 Los Crespo prácticamente pusieron en jaque al Gobierno de Fernández Alon-


so: en un momento dado chantajearon al presidente con la amenaza de hacer
públicas cartas que este había enviado a Simón Crespo. Ante ello, el Gobierno
liberó escandalosamente a los miembros de la cuadrilla que estaban presos, en
junio de 1897, generando una verdadera crisis política e interpelaciones en el
Congreso. Véase: Rodríguez García (2016).
Abogados y pistoleros | 69

Lara pretendía abandonar la cuadrilla y, de hecho, lo hizo tras el tiroteo


con Simón, pasándose desde entonces a los liberales y colaborando
poco después con las autoridades de más alto nivel en las denuncias
contra sus excompañeros, delatando a la vez sus guaridas (El Comercio,
5 de diciembre de 1896). Efectivamente, Lara empezó a prestar ser-
vicios como “agregado” en las comisiones militares que se lanzaron
a la captura de los forajidos, pero ni siquiera su colaboración con las
autoridades lo libró de la prisión: tras las primeras persecuciones a los
bandidos, el joven abogado fue detenido y conducido a la cárcel de
Cochabamba, debido a varios juicios pendientes (El Comercio, 23 de
noviembre y 5 de diciembre de 1896).
Con todo, hacia diciembre de 1898, Lara estaba libre y trabajando
activamente para el Partido Liberal, que le exigía usar su experiencia
a fin de atacar a los conservadores. Lara volvió a aparecer en los
periódicos cuando propinó una paliza al telegrafista de Punata, en sus
propias oficinas, un individuo llamado Constantino Soto. El objetivo,
probablemente, no era solo golpear a Soto, sino más bien tomar el
control del telégrafo, en el marco de la conspiración liberal que en ese
momento se estaba tramando en función de desatar una revolución que,
en efecto, llegó poco después en forma de guerra civil. A propósito del
ataque a la oficina del telégrafo, un comentarista de prensa calificó a
Lara de la siguiente manera, atribuyéndole, además, varios crímenes
y actos socialmente reprochables:
¡Atanacio Lara, el bandido sin igual; el que ha querido victimar a su pa-
dre, el asesino de dos personas, el jefe de la cuadrilla, el saqueador de las
fincas de los señores M. M. Lara y Ezequiel Salguero, el mal esposo, […]
el que tiene más de diez causas criminales, todavía anda las plazas y calles
de Punata, amenazando de pegar balazos a sus vecinos! […] El flagelo del
pueblo de Punata, la deshonra de esa localidad, persona que servirá de tipo
a las generaciones venideras, cuando quieran comparar a un bandido. Nada
son Anselmo Duresnel, Cartuche19 y otros criminales de Europa (ibid.: 10
de diciembre de 1898).

19 Respecto a Duresnel, este era un personaje bandido de Los misterios de París,


novela folletinesca de Eugène Sue, publicada por entregas entre 1842 y 1845.
Acerca de Cartuche, que en realidad se escribía Cartouche, era el alias de
un gran bandolero llamado Louis Dominique Garthausen –en otras versiones
apellida Bourguignon–, nacido en Francia, que desarrolló su carrera durante
la segunda década del siglo xviii; se lo considera pionero del crimen orga-
nizado y se ha convertido en una leyenda romántica con películas y novelas
70 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Ese era el clima de los días previos a la Guerra Federal, conflicto


que estalló el 12 de diciembre de 1898, dos días después del ataque
de Lara a la oficina telegráfica punateña, con un levantamiento de
los liberales paceños secundado en varias otras ciudades. En el Valle
Alto, fue Lara el gran organizador de la subversión, poniendo toda
su audacia y su genio conspirativo para extender la guerra y hacerla
triunfar a favor de los liberales, junto con otros pequeños y grandes
caudillos cuyas bases crecieron día a día gracias a no pocos bandole-
ros. “Joven conocido por sus delitos sin cuento”, lo llamó un periodis-
ta a poco de estallar la guerra (El Heraldo, 27 de diciembre de 1898).
Por último, en el ajp descubrí un expediente incompleto y en muy
mal estado que da cuenta de una banda de abigeos vinculada con el
abogado pistolero en cuestión. Se trataba de una cuadrilla liderada
por Valeriana Villarroel. La banda, que operaba en Cañada Chica,
cerca del pueblo llamado Vacas, era un clan familiar a la cabeza de
Villarroel, su amante y sus hijos; gozó de notoria fama en 1915, año
del que data el expediente mencionado. Villarroel, “conocida ladro-
na” y jefa de la “cuadrilla de Cañada Chica”, instauró un modus ope-
randi que consistía en acusar de robo a las propias víctimas de sus
atracos. Esto lo hacía con la complicidad y ayuda de Juan Atana-
cio Lara, quien negociaba con obrados20 y armaba las chicanas a la
medida de los bandidos que le pagaban. Según miembros de la fami-
lia Rojas, de Cañada Chica, exitosos comerciantes y víctimas de la
banda de Villarroel, Lara formaba grupos con “indios sospechosos y
pícaros”, “amaestrándolos” para sostener engaños y declarar en fal-
so contra cualquiera. Además, Lara usaba testigos que eran enemi-
gos familiares de los Rojas. Varios testigos afirmaron que, cuando se
perdía ganado, se atribuía el hecho directamente a Villarroel y com-
pañía, quienes iban cada tanto “al yunga” –o sea a los yungas de Van-
diola–, donde los bandidos tenían propiedades. Severino Serna, un
testigo de los Rojas, dijo:

dedicadas a sus aventuras. Sin duda, la comparación de Lara con estos per-
sonajes da una idea de la gran difusión que tenían en Bolivia las novelas de
folletín europeas que llegaban en traducciones españolas y mexicanas, tema
que alguien debería investigar.
20 Según varios testigos y víctimas, Lara extraía ilegalmente varios juicios de dis-
tintos juzgados para venderlos o para realizar chantajes.
Abogados y pistoleros | 71

Para todo se valen de Atanacio Lara y cometen abusos. Lara instruye a to-
dos los ladrones para hacer alguna denuncia para que declarando en falso
salgan con las suyas. Lara encabeza a todos estos pícaros y hacen fraudes
y disparan tiros de revólver para amedrentar a los del lugar. Además Lara
me dio de balazos sin ningún motivo (ajp, 1915: f. 18).

Ironías de la vida, Lara acabó su vida como un ciudadano notable.


Incluso fue el compositor del himno a Punata, aparte de destacarse
como poeta. De hecho, en 1923, ganó el famoso concurso nacio-
nal de poesía llamado Juegos Florales (Guzmán Bascopé, 1994: 40).
Respecto a Ismael Padilla, debo decir que en Sucre he hallado
un juicio en el que se constata que este abogado, hacia 1920, todavía
seguía teniendo poder: era alcalde de Punata y aspiraba a una segunda
gestión, pero tuvo que renunciar por la existencia de un reglamento
que establecía que no podía ejercer el cargo por dos ocasiones conse-
cutivas. De todos modos, Padilla aún contaba con una red clientelar
integrada por varios allegados suyos que ocupaban diversos puestos
administrativos. En efecto, por ejemplo, los jueces de partido e ins-
trucción de Punata eran, en aquel momento, sus parientes (csj21 0253,
en abnb, 1920). Así, puede suponerse que este personaje terminó su
vida tranquila e impunemente.

Conclusiones

Toda institución de derecho se corrompe si desaparece


de su consciencia la presencia latente de la violencia.
Walter Benjamin

El denominado periodo conservador estuvo marcado por una gran


crisis política y económica que generó mucho descontento y males-
tar. El desgaste del régimen se caracterizó por la agudización de la
violencia. Un buen ejemplo de ello es lo que sucedía en el Valle Alto
cochabambino y sus alrededores, zonas convertidas en activos esce-
narios del largo enfrentamiento entre liberales y conservadores. En
ese contexto, las rivalidades políticas tendían a cruzarse con dispu-
tas interhacendales, como ocurría con los Iriarte, cuyo caso muestra

21 Corte Suprema de Justicia.


72 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

que tanto ellos como sus enemigos empezaron a practicar una evi-
dente privatización de la justicia, claro resultado de “guerras priva-
das” que conducían al reemplazo de la ley por la venganza, lo que
podría considerarse como el ejercicio de una especie de “derecho
natural” para el cual no importaban los medios, ni siquiera si estos
eran violentos, sino solamente los fines “justos”. En otros términos,
lo que sucedía en el Valle Alto era que no pocos ciudadanos rivales
disputaban al Estado el monopolio de la violencia, como los Iriarte
y sus enemigos, pero, al mismo tiempo, el Estado podía ser capaz de
imponer su propia violencia, muchas veces de modo extralegal, por
ejemplo en el caso de los Crespo y sus abogados, quienes ejercían
un bandolerismo prácticamente institucionalizado. En última ins-
tancia, parafraseando a Walter Benjamin (2001: 32), toda violencia
es, en tanto medio, un poder que funda o conserva el derecho.
Todo lo dicho quiere decir que la justicia no emanaba solo de la
aplicación de la ley, sino también de la voluntad de diversos indivi-
duos que recurrían a la violencia. Entonces, si para algunos, como
Manuel María Alcócer, la justicia era la búsqueda de “la verdad” y la
“civilización”, para otros podía ser simplemente la imposición de la
voluntad, la recuperación a toda costa de un bien perdido o el logro
de un beneficio. Que algunas personas entendiesen la justicia en este
último sentido se debía, en parte, a la profunda desconfianza existente
hacia el sistema judicial. Empero, tal desconfianza no significaba que
un conocimiento básico de las leyes no fuese considerado importante.
Todo lo contrario.
En efecto, las crónicas precedentes develan una cultura legal
compleja y basada en dos pivotes interrelacionados: el recurso maño-
so a la ley, obviamente a través de los abogados, y el ejercicio de la
justicia por mano propia, mediante el uso de la fuerza privada. En
algunos casos, los litigantes justificaban sus acciones extralegales de
fuerza interpretando el artículo 497 del viejo Código Penal, referido
al principio universal –mantenido hasta hoy– que aludía al derecho
a la defensa “legítima”, aun si tal derecho ocasionase la muerte de
un agresor. La defensa legítima podía derivar, para el común de la
sociedad pueblerina, en una aceptación tácita de la vendetta como un
acto de justicia, de modo que, en ocasiones, la venganza efectivamente
reemplazaba la ley. Esto tiene que ver, también, con cuán normal
Abogados y pistoleros | 73

era considerada la violencia y el uso de armas en las provincias y los


pueblos del mundo, pero de Cochabamba en particular, al punto
de que el anónimo autor del folleto “El Partido Constitucional…”
señalaba, a propósito de un ataque de los Iriarte durante 1883, que
en respuesta a ciertas provocaciones “los hijos de Tarata se armaban
como de costumbre” (1886: 48).
Por otra parte, siempre a la luz de los estudios de caso, se ha visto
que los miembros de las sociedades provincianas tenían una cultura
legal amplia y que esta formaba parte de la vida cotidiana. Sostengo
esto porque en varios juicios que he podido observar eran comunes
las expresiones de desafío, emitidas incluso desde el vulgo, tales como
“hazme sumariar” o “te voy a hacer sumariar”. Ello revela un conoci-
miento básico de cierta terminología jurídica arraigada e incorporada
en la cotidianidad de la gente, hasta el punto de considerar las acciones
legales como una “costumbre”. Por ejemplo, los hermanos Fidel y
Cervando Ortuño, “sumariados” por el líder de los veintiocheros,
señalaron durante un proceso que los Iriarte tenían “la costumbre
de sindicar a todo el mundo” (ahdgc, 1895: f. 14). Así, el recurso a
la ley ante la más pequeña disputa, incluso frente a un banal insulto,
era un rasgo característico de las sociedades provincianas, junto con
las acciones de hecho.
¿Cómo puede explicarse la existencia de una cultura legal en
pequeños pueblos de fines del siglo xix? Aquí, es preciso insistir en el
importante papel de intermediarios que desempeñaron los abogados
entre la sociedad civil y el Estado. En efecto, fueron los abogados
quienes familiarizaban a la ciudadanía con la terminología jurídica,
siendo al mismo tiempo un engranaje clave, no solo en la maquinaria
de la administración pública, sino también en las redes clientelares
de los partidos políticos. Por ello gozaban de un poder crucial y los
vecinos comprendían perfectamente que la ley era un arma tanto
como podía serlo un revólver. No obstante, o precisamente debido a
esa noción, los abogados eran vistos con respeto y, al mismo tiempo,
con una mezcla de temor y desconfianza. Tal percepción cargada de
ambigüedad se evidencia en los discursos de las autoridades, de los
vecinos y de los propios abogados. Para estos, recuérdense los textos
de José Quintín Mendoza o de José Carrasco, quienes decían que la
abogacía era una profesión noble, elevada, sagrada, casi mágica: una
74 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

encarnación todopoderosa de la justicia. Para otros, como el prefecto


Rodolfo Soria Galvarro, los abogados no eran sino un lastre social y
generaban “empleomanía” e inestabilidad. Pero aquello no signifi-
caba, en opinión del prefecto, que los profesionales de la ley debían
desaparecer, algo que hubiera sido inconcebible, sino que simplemente
debían reducirse en número.
Llama igualmente la atención el asunto de “lo provinciano” o
“lo pueblerino”. Para algunos comentaristas, todo parecía indicar,
o al menos así lo querían ver y retratar, que en los pueblos y en las
provincias había más delitos, prueba de que mientras más cercanía
al campo hubiese, más riesgo de “barbarie” se vivía. Así, para ciertas
perspectivas –piénsese en Manuel María Alcócer o en Soria Galvarro–,
la avanzada legislación vigente entonces no estaba a la altura de la
civilización que aquí se tenía, caracterizada en los pueblos y en las
provincias por la “ignorancia”, la “miseria”, los “vicios” y determinadas
costumbres vistas como anacrónicas. En consecuencia, intelectuales
como Alcócer o Soria Galvarro proponían superar la crisis de la
administración de justicia adaptando la legislación a la realidad y al
“nivel cultural” que los bolivianos tenían en ese momento.
Ahora bien, resulta evidente que en la época finisecular en que
se sitúa este estudio la crisis política se expresaba también en la pro-
pia administración de justicia, en la que las prácticas clientelares se
habían arraigado profundamente como parte de la “empleomanía”,
ocasionando que la prevaricación se convirtiera casi en una norma.
Es decir, el propio sistema judicial estaba en crisis, signo inequívoco
para muchos juristas de una decadencia moral que ponía al país cada
vez más lejos de la “civilización” y más cerca de la “barbarie”.
Añádase a ello la retardación de justicia y las diversas formas de
corrupción que a los sumariados o a los acusados de élite les garan-
tizaban impunidad. Ante tal realidad, la frustración y la desconfian-
za respecto al sistema de justicia crecían cada vez más, reforzándose
las prácticas de “derecho natural” y derivando todo esto en formas
de desorden social. En suma, en el contexto de crisis de fines del
siglo xix, el derecho, en tanto facultad de proceder de determinado
modo según un fin “justo” y en cuanto recurso a la ley, era vivido de
una manera extraordinariamente intensa, sea en los juzgados como
en las balaceras, pues la realidad política así lo imponía, tomando
Abogados y pistoleros | 75

en cuenta la existencia de guerras privadas y luchas partidarias san-


grientas que desestabilizaban la certeza de una vida tranquila, inclu-
so para los mismos jueces, a veces también amenazados y atacados
por litigantes insatisfechos.
Se trataba, sin duda, de la antesala de la Guerra Federal. Y aquí
entra el caso de la cuadrilla de los Crespo. Fue una coyuntura carac-
terizada por la “bandolerización” de la política: los partidos polí-
ticos en pugna retomaron, refinaron y explotaron viejas prácticas
clientelares para estructurar asociaciones delictivas en función de
anular a los rivales. El esquema patrón-cliente estaba concebido a
objeto de asegurar lealtades y votos, y se extendía mediante largas
redes verticales. Los intermediarios del clientelismo eran abogados,
grandes propietarios y autoridades que luchaban tenazmente, mas
no siempre por convicciones ideológicas, sino ante todo por intereses
privados y por el mantenimiento de un régimen político que aseguraba
beneficios y privilegios.
Sin embargo, el uso de ese sistema organizado para la violencia
no era exclusivo de los conservadores, ya que los liberales también
recurrieron a él, pero la reacción que tuvieron que enfrentar fue el
bandidaje institucionalizado del Gobierno: en un momento dado, la
diferencia entre bandidos, policías y agentes electorales se hizo cada
vez más difusa. Esto equivale a decir que el bandolerismo como ins-
titución fue la respuesta desesperada de los gobiernos conservadores
para contener el descontento popular y el inminente ascenso liberal.22
Continuando con la cuadrilla de los Crespo, cabe insistir en que
era fundamentalmente una red de cuadrillas. Aunque frágil, dicha
red se apoyaba en estructuras clientelares previamente existentes y
en algunas instituciones estatales gestionadas de modo corrupto. El
bandidaje de la cuadrilla de Punata se convirtió, así, en una asocia-
ción casi de tipo empresarial, que se movía entre ámbitos públicos
y privados en pos de beneficios económicos y ascenso social. Con
todo, se trataba de una empresa muy riesgosa: del botín fácil, del
ejercicio unívoco del poder local y de los privilegios se podía pasar

22 Este tipo de situaciones no era en lo absoluto exclusivo de Cochabamba: por


la misma época, es decir durante las últimas décadas del siglo xix, otras regio-
nes andinas estaban viviendo circunstancias muy parecidas, como por ejemplo
Hualgayoc, al norte del Perú. Véase: Taylor (1990).
76 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

rápidamente a la cárcel, a la ignominia pública y a la muerte. De un


momento a otro, un don nadie podía obtener el puesto de comisario
y, poco después, ser tratado por la prensa como un vulgar bandido.
Ser bandolero del oficialismo, en definitiva, no siempre significaba
tener una buena vida.
Conviene igualmente hacer una distinción entre la base de la cua-
drilla de los Crespo –artesanos, desempleados, “vagos” y malhechores
comunes– y los cabecillas –generalmente abogados, propietarios y
autoridades–. Si bien los bandidos de “base” se relacionaban con
el Estado por el simple clientelismo, los nexos de los cabecillas con
las altas esferas del poder político podrían verse como vínculos emi-
nentemente transaccionales que podían ir más allá del clientelismo
tradicional. Aunque el clientelismo siempre implica transacciones,
en ese caso se trataba de transacciones casi simétricas. En efecto, los
líderes bandoleros veían al presidente de la República como a un
igual con quien hacer negocios.23 Más que una lealtad ciega y una
dependencia personal de los líderes de las cuadrillas respecto a las
autoridades superiores de los aparatos estatales –y esto vale también
para los Iriarte–, pareciera ser que lo que existía eran adhesiones
negociadas a cambio de favores, y ello muestra que el clientelismo
tenía sus límites, al punto de que el cambio de un bando a otro era
algo relativamente común, más todavía cuando se veía venir una
guerra civil a gran escala.
Lo curioso de todo esto es que ninguno de los personajes aquí
presentados –ni los abogados pistoleros ni los ciudadanos comunes
que a veces ejercían la violencia extralegal, ni los cuadrilleros más
sanguinarios– se asumió, ni se asumiría jamás, como bandido. Se pue-
de colegir que ellos se consideraban funcionarios, agentes del orden,
trabajadores, militantes de un partido político, autoridades o incluso
luchadores por la justicia, mas nunca bandoleros. Probablemente creían
que sus actos eran justos y que la violencia era un medio legítimo,
tanto para salvaguardar sus propiedades y sus beneficios como para
detener la subversión liberal, tampoco exenta de violencia.

23 Existen evidencias de vínculos epistolares directos entre el presidente Fernán-


dez Alonso y la cuadrilla de Punata que revelan una relación casi simétrica
entre esos personajes. Véanse: Viscarra et al. (1898) y Rodríguez García (2016).
Abogados y pistoleros | 77

En fin, considero la saga de los Iriarte y de los Crespo –junto con


sus abogados Lara y Padilla– como nítidos ejemplos de bandolerismo.
En el primer caso, se trataría de un bandolerismo de tipo aristocráti-
co, con algunos matices políticos, que demuestra que la difusión del
bandidaje no era ajena a la proliferación de disputas y rivalidades
entre grandes propietarios y terratenientes. Respecto a los Crespo
y sus abogados, podría decirse que unos y otros eran bandoleros
eminentemente políticos, pues aunque sus motivaciones inmediatas
eran egoístas, al buscar posiciones ventajosas y dinero, la violencia
ejercida estaba orientada primordialmente hacia la anulación de los
enemigos del Gobierno. Tales bandidajes tienen poco que ver con
la teoría del “bandolerismo social” de Eric Hobsbawm (2011). Es
decir, no es posible afirmar que los abogados pistoleros y sus aliados
eran “bandidos sociales”, y si contaron con la ocasional complicidad
y el encubrimiento de no pocos habitantes de algunos pueblos eso
se debió, simplemente, al miedo y a las amenazas. Hobsbawm tiene
razón al plantear que el bandidaje se da con más fuerza en situaciones
de crisis y pauperismo, pero no siempre es una forma de protesta y no
siempre es un fenómeno protagonizado exclusivamente por actores
campesinos, rebeldes o desposeídos.
Para finalizar, sostengo que es preciso relativizar el generalizado
supuesto de que a fines del siglo xix el Estado y el sistema legal boli-
viano eran sumamente débiles. Lo que ha evidenciado la presente
pesquisa es que tanto el Estado como la ley tenían gran presencia
en la sociedad, aun en lugares relativamente recónditos. Otra cosa
es que la ley y los aparatos estatales terminaran en ocasiones siendo
utilizados, a nivel local, para beneficios personales y para anular físi-
camente a los enemigos personales y a la oposición política. O sea,
lo que sucedía era una alianza entre el Estado y ciertos individuos
quienes, en nombre de la ley y con el pretexto de combatir la subver-
sión liberal, usaban las instituciones a fin de ejercer el bandolerismo y
sacar provecho de ello. En esa coyuntura también estaban las guerras
privadas, con su respectiva privatización de la justicia, configurando
otro aspecto más de una misma problemática clásica e irresuelta:
¿cómo armonizar eficazmente los intereses públicos con los privados
en el marco de un sistema legal?
79

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Fiorilo y demás cómplices por sedición y faltamiento a la
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Cochabamba (ahdgc)
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Cochabamba, vol. 84.

24 Todas las publicaciones periódicas aquí citadas fueron consultadas en el Archi-


vo Histórico Municipal de Cochabamba (ahmc), a excepción de aquellas de El
Orden y El Progreso, que fueron revisadas en el abnb.
Abogados y pistoleros | 83

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Expedientes Republicanos de Cochabamba, vol. 98.
Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (abnb)
1920 “Ismael Padilla y otros con Honorable Junta Municipal de
Punata por ilegal organización”, Corte Suprema de Justicia
(csj) 0253.
85

Abogados indígenas originario


campesinos: intermediarios de
la justicia plural

Elise Gadea

Desde la promulgación de la Constitución Política del Estado (cpe)


en 2009, Bolivia quedó posicionada a la vanguardia del reconoci-
miento de los derechos de los pueblos indígenas, específicamente
en lo referido a la justicia, al reconocer que la Justicia Indígena Ori-
ginaria Campesina (jioc) es capaz de resolver todos los casos que
afecten el interés de alguna comunidad indígena rural.1
Apoyándose en las teorías del pluralismo jurídico que pregonan
una multiplicación de fuentes del derecho,2 el nuevo Estado Plurina-
cional de Bolivia pretende generar una verdadera descolonización de
la institución jurisdiccional, instaurando un sistema plural de justicia
que devolverá la soberanía al pueblo, en la perspectiva de destruir “la
soberanía de la casta oligárquica especializada en el manejo burocrático
del Estado” (Chivi Vargas, 2012: 11). Sin embargo, en ausencia de
políticas públicas fuertes respecto a la implementación de la justicia
plural, se dio preponderancia al juego de los actores locales en la
generación de iniciativas intuitivas y espontáneas.

Hacia una justicia intermediada


En ese contexto, los intermediarios resultan clave, dado que se cons-
truyen en verdaderos puentes entre la justicia ordinaria y la justicia
de los Pueblos Indígenas Originario Campesinos (pioc). Así, emerge

1 Artículos 190, 191 y 192 de la Constitución Política del Estado.


2 Véanse, entre otros autores: Christoph Eberhard (2011), Pierre Bourdieu y
Loïc Wacquant (1998), Michel Foucault (1975) y Étienne Le Roy (2006).
86 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

la figura de los abogados indígenas. Dichos profesionales gozan de


un doble saber: el académico universitario, que les permite manejar
los códigos del derecho ordinario, así como los usos, las costumbres
e incluso el idioma de las comunidades Indígenas Originario Cam-
pesinas (ioc). En tanto intermediarios entre esos dos mundos, se pre-
sentan muchas veces como defensores de los intereses de los pueblos
ioc. Estos mediadores tienen un papel primordial en la implementa-
ción de la justicia plural boliviana, más aún en ausencia de un cuadro
legal claro3 que hace recaer mayor peso sobre sus espaldas. Se trata
de un rol a medida y tantas veces asumido con entusiasmo, pues les
permite expresar una posición singular que ellos buscaron tener, entre
aspiraciones profesionales y la expresión de un orgullo identitario. No
obstante, a continuación veremos que si bien la ayuda brindada por
los abogados indígenas permite fluidificar el diálogo interjurisdiccio-
nal, afianza a su vez una jerarquía entre las distintas justicias. En esa
dirección, analizaremos a través de las vivencias de varias comunida-
des altiplánicas aymaras, tanto en el sur del departamento de Oruro,
específicamente en la marka de Pampa Aullagas, como en la provincia
Los Andes del departamento de La Paz, cuáles son las relaciones entre
los abogados aymaras y las autoridades originarias.
La imagen que proyectan los abogados en el área rural es múltiple,
oscilando entre la del profesional bien intencionado –quien, como un
médico, sana y alivia los males de un proceso judicial– y, en el otro
extremo, la del profesional que aprovecha de los conflictos, echando
leña al fuego en las tensiones internas de las comunidades rurales.
Sin embargo, esa imagen de diplomado de universidad foráneo a
la comunidad está cambiando. Ciertamente, en las comunidades
aymaras rurales, los abogados ya no son exclusivamente considera-
dos como profesionales que abusan de la ignorancia de los humildes
comunarios, sino que se los acepta –cada vez más– como un necesario
personal de apoyo.
El perfil de las autoridades originarias también ha cambiado en
estos últimos años. La necesidad de conocer las bases del derecho

3 Las diferencias de enfoque entre los artículos 190, 191 y 192 de la actual Cons-
titución Política del Estado y la Ley Nº 073 de Deslinde Jurisdiccional, de 29
de diciembre de 2010, demuestran dificultades de aplicación de los preceptos
constitucionales y un proceso sinuoso de reconocimiento de la jioc.
Abogados indígenas originario campesinos | 87

ordinario para asumir un rol de operadores de justicia los ha empu-


jado a buscar el asesoramiento de abogados; con preferencia eligen
a profesionales nativos de la misma zona geográfica. Dado que los
usos y las costumbres de las comunidades aymaras ya no logran tener
una legitimidad que compita con la del aparato ordinario, no es raro
escuchar a las autoridades originarias comunales –las cuales resuelven
conflictos locales cotidianamente– pedir “orientación” o “asesoría”.
De manera paradójica, el reconocimiento de la jioc estuvo acom-
pañado de una deslegitimación de las autoridades locales, quienes cada
vez tienen más dificultad para encontrar soluciones satisfactorias a
la hora de resolver un conflicto, sin violar los derechos legales. Al ser
reconocidas como operadores de la justicia estatal, dichas autoridades
deben respetar y manejar un conjunto de normas que, para muchas
de ellas, resulta confuso, tal como comentaba el mallku4 de Salinas de
Garci Mendoza (provincia Ladislao Cabrera, departamento de Oruro):
Al tener una normativa especial, en este caso la Ley de Deslinde Jurisdic-
cion[al] y la justicia indígena –como un ámbito dentro de lo que es la jus-
ticia–, a veces estamos cometiendo errores. Estamos vulnerando derechos.
Nuestros hermanos no están al tanto de lo que está en las leyes y [en] la
Constitución. […] Hay gente que dice que la palabra de la comunidad es
ley, pero no es tanto así; tenemos que entender que hay normativa a la cual
tenemos que obedecer.5

Es preciso señalar que el respeto de los derechos humanos en


las justicias indígenas no ha sido sometido a debate. Al considerarlos
universales,6 no hubo consultas en cuanto a los estándares de los
derechos humanos por parte de las autoridades originarias, cuando
desde un enfoque histórico se debe tener presente que tanto la justicia
inca prehispánica como la justicia española de la Colonia usaban la
pena de muerte como sanción (Baudin, 1923). Esa práctica persiste
actualmente en varias comunidades. Si bien la pena de muerte fue
prohibida por el Estado republicano, que se adhirió a estándares
internacionales de prohibición de la tortura, el aislamiento de muchas
comunidades aymaras hizo que tal práctica perdure hasta nuestros
días. La negociación de los estándares de los derechos humanos con

4 Máxima autoridad originaria.


5 Entrevista realizada el 6 de junio de 2014.
6 Bourdieu habla de imperialismo de lo universal (Bourdieu y Wacquant, 2000).
88 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

los representantes de los pueblos indígenas es una parte central en el


proceso de implementación de la justicia plural.
Usualmente, la falta de conocimiento de parte de las autori-
dades sobre los derechos fundamentales7 tiene como consecuencia
que, ocasionalmente, el Tribunal Constitucional Plurinacional (tcp)
revoque sus decisiones o que alguna de las partes pueda acudir ante
un juez acusando la vulneración de algunos de sus derechos cons-
titucionalmente reconocidos.8 A propósito, el corregidor saliente
de Pampa Aullagas (provincia Ladislao Cabrera, departamento de
Oruro)9 comentaba: “En el deslinde jurisdiccional está claro que las
autoridades originarias deben solucionar problemas de tierras, pero
ellos –los comunarios– nunca respetaban. Más al contrario, nos traen
abogados, Fiscalía”.10 En el juego sutil entre legalidad y control11 del
reconocimiento institucional, la sensación de desestabilización es
ineluctable. No obstante, no tendría que generar un temor paralizante.
En Pampa Aullagas, por ejemplo, varios comunarios involucrados
en conflictos –cuya resolución era problemática para las autoridades
originarias– vieron postergarse las audiencias. Se les negaron fotoco-
pias de decisiones tomadas, dado que las autoridades temían que los
afectados realizasen apelaciones ante la justicia ordinaria o ante la
constitucional, o bien por miedo a que estos los amenazaran. Así, en
un encuentro de autoridades de la jioc, una de las mesas de trabajo
concluyó pidiendo: respeto y cumplimiento obligatorio de las resolu-
ciones de la Justicia Indígena Originaria Campesina y de los convenios
que sean suscritos con la Justicia Ordinaria, Justicia Agroambiental

7 Si bien muchas Organizaciones no Gubernamentales (ong) realizaron capaci-


taciones sobre esta temática, el hecho de que las autoridades indígenas roten
anualmente hace más compleja la tarea.
8 Es preciso considerar que la justicia ordinaria y la justicia indígena están en el
mismo rango jerárquico. Por tanto, es ilegal que la primera –mediante jueces
y fiscales– revise los fallos de las autoridades originarias. Sin embargo, esta
práctica sigue siendo frecuente.
9 Allí considerado como la máxima autoridad originaria.
10 Entrevista realizada el 27 de marzo de 2015.
11 El concepto de tensión entre legalidad y control fue desarrollado en El pluralis-
mo jurídico y normativo. ¿Una vía para refundar la gobernanza? (Gadea, 2011: 7).
Abogados indígenas originario campesinos | 89

y la Justicia Indígena Originaria conforme a procedimientos propios


en el ámbito de la Justicia Originaria y Campesina.12

Difícil tarea de enlace entre dos sistemas polarizados


De hecho, la institucionalización de la justicia indígena generó una
polarización dentro del sistema estatal que frena las posibilidades de
puentes entre el sistema ordinario y el de las autoridades locales. La
tarea de los abogados se vuelve, entonces, cada vez más arriesgada,
sobre todo porque pretenden dar a conocer las prácticas de los pueblos
indígenas en el sistema estatal. Los jueces tienen una actitud mayorita-
riamente de rechazo hacia esos operadores de justicia no profesionales.
Hasta la fecha, más del 75% de los casos de conflictos de competencia
entre la jioc y la justicia ordinaria han sido resueltos por el Tribunal
Constitucional,13 a pedido de las autoridades originarias, quienes vie-
ron negar su pedido de declinación a los jueces de la justicia ordinaria.
Acostumbrados a estar en la cima de la jerarquía jurisdiccional,
los operadores tradicionales de la justicia ordinaria no ceden campo
fácilmente a las autoridades originarias, a quienes ya, de hecho, les
resulta difícil considerarse en el mismo nivel de competencia. Pocos
jueces –ordinarios y agroambientales– buscan trabajar mano a mano
con las autoridades locales y en verdadera cooperación con estas.
Algunos jueces, inclusive, no dudan en aludir a derechos inexistentes
para enfrentar a las autoridades locales. Tal es el caso de Pampa
Aullagas, territorialidad saneada como Territorio Indígena Originario
Campesino (tioc), donde rige un derecho propietario colectivo. Allí,
un juez agroambiental no dudó en hablar de vulneración del derecho
propietario por parte de algunos de los comunarios, en el marco de un
conflicto que oponía a comunarios contra una familia que cultivaba
quinua casi en la totalidad del territorio de la comunidad. Dicha
familia se negaba a una redistribución más equitativa de las tierras y
las autoridades originarias no lograban hacer cumplir sus sentencias.
La familia en conflicto no dudó en acudir ante un juez agroambiental

12 Propuesta 4 de la mesa de trabajo 2, en el marco del Encuentro Nacional de


Autoridades de Justicia Indígena Originaria Campesina realizado en Sucre del
11 al 12 de marzo de 2016 (transcripción propia).
13 Información obtenida a partir del análisis de los casos de conflictos de compe-
tencia entre la jioc y la justicia ordinaria.
90 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

para ver la posibilidad de iniciar un proceso bajo el argumento de la


vulneración de su derecho a la propiedad privada, en un territorio
cuya propiedad es colectiva. Tal argumento fue aceptado por el juez.
De la misma manera, durante los diálogos interjurisdiccionales,
incluso los jueces que forman parte de la minoría que defiende la jioc
acaban explicando a mallkus, corregidores y jilakatas –muchas veces
desde un estrado–, las bases del derecho ordinario –formalidad de las
leyes, plazos, materialización de las pruebas, necesidad de guardar las
pruebas, etc.–, subrayando así, aunque inconscientemente, la subor-
dinación que existe entre los distintos tipos de justicia y confundiendo
a las autoridades originarias con reglas y procedimientos que no les
son familiares. A menudo, los abogados entran en contacto con las
autoridades gracias a las ong que organizan tanto eventos como talleres
de trabajo o espacios de diálogo dedicados a la justicia plural, donde
se contrata a “técnicos” que, muchas veces, son abogados indígenas.
Las ong juegan un papel importante como intermediarias. Estas, en
algunas instancias de representación de los pueblos indígenas (como
jakisa y conamaq),14 también han financiado la contratación de per-
sonal técnico para apoyar a las autoridades. Sin embargo, dado que
las ong están alejándose de la temática indígena, esos financiamientos
son cada vez más escasos.
Desde el ámbito formal del derecho –de origen grecorromano–,
la resistencia hacia el pluralismo jurídico es fuerte. En nuestro ámbi-
to, los principios de igualdad entre la justicia ordinaria y la jioc15
demoran en ser asimilados incluso por los propios aymaras, quienes
siguen acudiendo a la justicia ordinaria pensando que “ahí [su caso]
va a tener más peso”.16 En los distintos talleres realizados el 2015 en
Pampa Aullagas, con jóvenes de 16 a 18 años, la igualdad de jerarquía

14 Jatun Killaka Asanajaqi (jakisa) es una entidad miembro del Consejo Nacio-
nal de Markas y Ayllus del Qollasuyu (conamaq) que agrupa a 13 markas del
sureste del departamento de Oruro. El conamaq, por su parte, es la máxima
instancia de representación de las nacionalidades y los pueblos indígenas de las
tierras altas de Bolivia.
15 Artículo 179 de la Constitución Política del Estado de 2009 y Ley Nº 073 de
Deslinde Jurisdiccional de 2010.
16 Comentario de una autoridad originaria durante el segundo encuentro entre
el tcp y las autoridades de la jioc, realizado en octubre de 2014 (transcripción
propia).
Abogados indígenas originario campesinos | 91

establecida en las leyes no parecía estar interiorizada por ellos, quienes


consideraban que la justicia ordinaria tenía más peso porque estaba
“aprobada por la ley”.17
Por un lado, los conflictos comunitarios adquieren una magnitud
cada vez mayor y las posiciones de las partes en conflicto se crispan,
dejando poco margen de maniobra para las autoridades comunales.
Por otro, la asimilación del sistema indígena campesino en el sistema
ordinario es cada vez más intensa. Así, las autoridades de la marka de
Pampa Aullagas expresaron sentirse desarmadas frente a su derecho
de impartir justicia.18
En tal configuración, los abogados indígenas se vuelven clave en
tanto facilitadores del saber jurídico ordinario. Durante los encuentros
o las reuniones sobre justicia, los abogados son involucrados en la
búsqueda de soluciones, validaciones o invalidaciones de las decisiones
de justicia comunales; su intervención apunta a subrayar la potencia
que la Constitución Política del Estado da a las autoridades origina-
rias. Por ejemplo, el 2015, en Pampa Aullagas, en una reunión con
un abogado nativo de la región, se debatió acerca de los derechos de
las mujeres a la herencia de la tierra. Hombres y mujeres pregunta-
ron al invitado en qué medida la costumbre basada en una herencia
de padre a hijo varón no tendría que ser revisitada para respetar los
principios de igualdad de género (Gadea, 2014).
Entiendo que, hasta el momento de este estudio, el sistema de
herencia en esa región era patrilineal, siendo las mujeres consideradas
como un apéndice del marido, del padre o del hijo, situación que choca
con la equidad de género promovida por el Gobierno y por ciertas
ong, con más fuerza últimamente. Varios comunarios –hombres y
mujeres–, conscientes de la necesidad de cambio, le preguntaron al
abogado si todas las mujeres deberían tener acceso a las tierras o solo
las mujeres solteras, las cuales no pueden sembrar en las tierras de
sus esposos –porque no los tienen–. Siendo masculina la mayoría del

17 Cita de los participantes durante los talleres sobre pluralismo jurídico y las
leyes del Estado Plurinacional de Bolivia.
18 Durante una reunión desarrollada en marzo de 2015, el corregidor de esta
marka les dijo a las demás autoridades: “Tienen que ponerse fuertes, no tienen
conocimiento pero hay organizaciones que [nos] pueden ayudar”, dando a
entender que el conocimiento solo puede adquirirse fuera de la comunidad.
92 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

auditorio, muchas de las consultas provinieron de hombres interesados


en conservar ese beneficio y, a través de él, conservar cierto poder.
Sintiéndose en confianza, tanto los comunarios como las autoridades
locales pudieron transmitirle al abogado nativo sus dudas y sus dilemas
concretos, en los que los usos y las costumbres locales se enfrentan a
estándares nacionales e internacionales. Igualmente, debatieron sobre
la necesidad de equilibrar las distintas fuentes del derecho –individual
y colectivo– respecto a la tenencia de la tierra, particularmente en
cuanto a qué terrenos deberían permanecer colectivos, para el pastoreo
de llamas y alpacas y/o para el cultivo colectivo en base al ayni,19 y
cuáles podrían ser cultivados individualmente.
Por un lado, se tiene que satisfacer el derecho de redistribución,
en vigencia desde la época prehispánica, cuando las tierras eran admi-
nistradas entre los comunarios, según sus necesidades alimentarias;
por otro lado, existe una voluntad de comercializar las cosechas agra-
rias.20 Conocedores de la vivencia aymara campesina y de las normas
nacionales e internacionales del derecho, los abogados indígenas son
quienes ayudan a los comunarios y a las autoridades a entender el
margen de maniobra que tienen en el nuevo cuadro institucional.
Recibido con los honores otorgados a cualquier profesional, el abo-
gado nativo, además, cumple una verdadera función de negociador
entre dos justicias distintas en las comunidades del sur del Altiplano;
es un referente cuya palabra tiene peso.
Ante la pregunta ¿hasta qué punto las actuales normas tienen que
revocar las costumbres arraigadas localmente?, el abogado nativo de
la zona tiene la dura tarea de interpretar la Constitución y de loca-
lizar los límites de la administración de la justicia local. En Pampa
Aullagas, varias autoridades le pidieron “orientaciones” sobre casos
complejos en los que temían ser procesados21 por haber infringido

19 El ayni es, en los Andes, un sistema de trabajo de reciprocidad entre la familia


y el individuo de un mismo ayllu o de un territorio dado.
20 En la región intersalar de producción de quinua, el aumento de precio de este
alimento –que en pocos años se multiplicó por diez– hizo que las comunidades
aymaras bascularan de una economía de subsistencia a una economía capita-
lista de exportación.
21 En la mayoría de los casos sentenciados por la instancia de saneamiento de las
Tierras Comunitarias de Origen (tco), y vinculados a la jioc, los demandados
son autoridades originarias.
Abogados indígenas originario campesinos | 93

algún derecho fundamental contra el debido proceso, el trabajo o


la propiedad privada.22 En el segundo encuentro interjurisdiccional
con el tcp,23 una autoridad originaria de Aroma (provincia Ladislao
Cabrera, departamento de Oruro) propuso contar con apoyo técnico
en cada suyu.24 Durante un diálogo interjurisdiccional organizado en
Challapata (provincia Eduardo Abaroa, departamento de Oruro)
entre jueces, fiscales y autoridades originarias de la región, una de
ellas preguntó si era correcto que se anulasen decisiones tomadas por
autoridades anteriores o que en las reuniones comunales anulasen
decisiones tomadas por dichas autoridades –pregunta que podría
parecer anecdótica en un espacio de diálogo realizado para disipar
dudas sobre la implementación del pluralismo jurídico–. Sin embargo,
el vocabulario utilizado –“¿es correcto que?”–, así como el hecho de
que la pregunta no haya sido dirigida a las demás autoridades sino a los
jueces y a los abogados presentes genera algunas interrogantes, entre
ellas, principalmente: ¿por qué se necesita la validación de las decisio-
nes comunales por parte de los jueces, los fiscales o los magistrados?
Al respecto, es pertinente señalar que la mayoría de las inter-
venciones que se producen en esos espacios de diálogo está orien-
tada hacia los técnicos; pocas veces las autoridades dialogan entre
ellas acerca de alguna dificultad. Esos eventos se vuelven espacios
donde las autoridades tratan de adquirir más certezas en cuanto a
sus decisiones, alejándose del objetivo oficial de fortalecimiento de
la cooperación y de la coordinación entre los operadores de las dis-
tintas formas de justicia. Frente a tales solicitudes, en esos diálogos,
encuentros interjurisdiccionales o reuniones con autoridades, algunos
abogados contestan que no quieren capacitar o decir a las autoridades
lo que tienen que hacer, puesto que desvirtuaría el sentido mismo del

22 Los derechos al debido proceso, al trabajo y a la propiedad privada son los más
citados en las sentencias constitucionales relacionadas con la justicia indígena.
23 Encuentro nacional de autoridades de la jioc y el tcp “Hacia una nueva justi-
cia constitucional del pueblo con pluralismo jurídico”, realizado en La Paz el
22 y el 23 de octubre de 2014 (transcripción propia).
24 En el incario, el suyu era un gran distrito. La suma de los cuatros suyus formaba
el Imperio Inca o Tawantinsuyu (tawa significa cuatro, en quechua). El reco-
nocimiento de los pueblos indígenas altiplánicos actuales se realiza muchas
veces tratando de reconstituir las distintas escalas de organización del poder
prehispánico, como el ayllu, la marka y el suyu.
94 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

reconocimiento de la justicia indígena. Otros, más bien, revindican el


hecho de que las autoridades originarias necesitan de su apoyo para
empoderarse y se proponen ser el hilo conductor entre las distintas
gestiones de autoridades originarias, las cuales cambian anualmente.25
La respuesta de los abogados frente a las demandas de validación por
parte de las autoridades originarias no es neutra e influye mucho en
las decisiones de estas últimas.

Hacia la deslegitimación de la justicia endémica


El nuevo cuadro legal ha generado cambios en las prácticas mismas
de justicia a nivel local. Así, por ejemplo, en Pampa Aullagas, el
humo de fuego que desde el cerro Pedro Santos Villca anunciaba una
reunión –la cual podía ser convocada para resolver un conflicto– fue
remplazado poco a poco por notificaciones personales emitidas por
las autoridades del lugar. Indudablemente, esos cambios reflejan una
necesidad de garantía y de prueba en la administración de la justi-
cia, un elemento para el cual las autoridades no están capacitadas y
que convierte en imprescindible la ayuda de un abogado o la forma-
ción de dichas autoridades en materia de derecho grecoromano.26
Más allá de una constatación inevitable de los cambios que existen
en toda cultura viva y dinámica, que cambia perpetuamente por
innovación o préstamo de una cultura ajena –como describe Roger
Bastide (1998)– y que se opone a entender la resistencia como una
ausencia de propensión al cambio, podemos sorprendernos de la
ignorancia que sienten las autoridades, aun cuando han sido recien-
temente reconocidas como aptas para impartir justicia en igualdad
con los jueces. Así, varias autoridades originarias del departamento
de Oruro declararon en la mesa de trabajo de un encuentro nacional
que no sabían cómo administrar la justicia, puesto que las normas se
habían debilitado mucho. En dicho evento, varias autoridades origi-
narias hicieron comentarios en tal sentido:

25 Este cambio sucede al inicio de cada año, el 1 de enero.


26 Dado que las autoridades originarias cambian anualmente, la formación en
derecho tiene un tiempo y una eficacia reducida, puesto que si bien las au-
toridades son capacitadas, al siguiente año se requiere capacitar a la nueva
autoridad.
Abogados indígenas originario campesinos | 95

Todavía no creemos en la justicia de nuestros abuelos… Más confianza hay


en la justicia ordinaria que en la Justicia Indígena Originaria Campesina.
El mismo indígena valora más la justicia ordinaria, [a] los fiscales y [a los]
jueces, en vez de valorar sus costumbres.27

En suma, la falta de convicción en el saber local como fuente


del derecho incita a una búsqueda de ayuda u orientación externa.
El debilitamiento de la jioc proviene de múltiples factores que
son solo internos, como el que acabamos de ver. Las transformaciones
en el sistema de administración de justicia se hacen a pedido de las
instancias estatales, las cuales imponen a los pueblos indígenas un
formateo bajo las normas del derecho ordinario. En la región inter-
salar ya citada, en Aroma, un conflicto vinculado a la delimitación de
terrenos entre hermanos llegó al tcp. Se demandaba a las autoridades
originarias por vulneración de los derechos fundamentales a la vida, a
la alimentación, al trabajo digno, a la tierra, al debido proceso y a la
petición. En la sentencia N° 0486/2014, el tcp anuló la resolución de
las autoridades, tanto comunales como del suyu jakisa,28 y del cabildo
de la comunidad, solicitando que esta fuera nuevamente emitida por el
Consejo de Gobierno Originario de jakisa, pero esta vez “de manera
motivada y fundamentada”. Parece ser que la solicitud de fundamen-
tación de la sentencia fue interpretada como una “ordinarización” o
pedido de adopción de los códigos de la justicia ordinaria.
La sentencia fundamentada entregada al tcp fue indudablemente
redactada con ayuda de los técnicos abogados de jakisa; está estruc-
turada de la siguiente manera: i. Antecedentes, ii. Análisis, iii. Actos
jurisdiccionales y iv. Fundamentación jurídica. Dicha estructura no
existía hasta hace un par de años en los documentos emitidos por las
autoridades originarias y no puede ser elaborada sin la ayuda de un
abogado. Para Iver Soto, abogado y técnico de jakisa durante varios

27 Opinión emitida durante el segundo encuentro entre el tcp y las autoridades


de la jioc, en octubre de 2014 (transcripción propia).
28 jakisa pretende reconstruir uno de los suyu de la región para así vigorizar la
identidad de los aymaras. Fortaleciendo las distintas escalas de la organización
territorial prehispánicas (ayllu y suyu), busca tener una mejor incidencia a nivel
político nacional.
96 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

años, “la fundamentación parece una aberración”.29 Siguiendo su


reflexión:
¿Acaso los pioc están en condición de fundamentar? Podrían hacerlo, pero
con sus palabras, pero [su fundamentación] no [es] aceptada por el Tribunal
Constitucional. La fundamentación tiene los mismos pasos que la justicia
ordinaria, es igualito [a] cuando la Constitución dice que no tiene que ser
así. Han debido de contratar a un abogado que ha debido de hacer tal cual
lo hacen [para] la justicia ordinaria”.

La subordinación del sistema jurisdiccional ordinario sobre los


modos de resolución jurisdiccionales de las comunidades ioc no
ha desaparecido, pese a las nuevas leyes que plantean la igualdad
jerárquica.
Veamos ahora otros ejemplos del impacto de los abogados en la
gestión de la justicia en la zona rural. En una región vecina, ubicada
al norte del Altiplano, también en territorio aymara (en la provincia
Los Andes, departamento de La Paz), se crearon, a partir de 2012,
varios consejos de ancianos de justicia, luego rebautizados como Con-
sejos Amawticos de Justicia con la ayuda de una fundación integrada
por abogados bolivianos. A pesar de reivindicar la aplicación de una
justicia ancestral, dichos consejos de la provincia Los Andes emiten
documentos que se inspiran mucho en los producidos por abogados o
jueces.30 En ellos, se aplica una foliación a las sentencias (N° 003/2012,
por ejemplo), llamadas “Votos resolutivos”. Esos documentos son
estructurados con una “Introducción” y partes denominadas “Con-
siderando”, “Visto y considerando”, “Por lo tanto” y “Resuelve”.
Entonces, podemos interrogarnos lo siguiente: ¿por qué usar las
armas del sistema de justicia hegemónico cuando se está invocando
el derecho a una singularidad cultural respecto a la administración
de la justicia? Esos documentos parecen ser obra de una persona con
avanzada formación en derecho ordinario. Por tanto, la pregunta que
surge es: ¿quién redacta realmente dichos documentos?

29 Entrevista realizada el 15 de marzo del 2015.


30 La estructura es similar en los documentos internos de las comunidades de la
provincia Los Andes, así como en las publicaciones oficiales del llamado Con-
sejo de Ancianos de Justicia de la Jurisdicción Indígena Originaria Campesina
y Sindicato Agrario de la Comunidad Cucuta (esta última ubicada en la pro-
vincia citada), tal como muestra su carta abierta publicada en el periódico La
Razón el 9 de enero de 2013.
Abogados indígenas originario campesinos | 97

Entre la resistencia y la integración de los estándares


del sistema de justicia estatal

La lucha de los aymaras por una justicia propia es ambivalente. Por


un lado, se encuentran en “resistencia por mantener sus estructuras
comunitarias autónomas frente al Estado, pero, al mismo tiempo, la
relativa asimilación de las prácticas dominantes en un proceso lento
y evolutivo de homogenización sociocultural” (Cáceres, 2012: 118).
Así, la resignificación del derecho en Bolivia no se tradujo en un
aumento de prácticas singulares de los pueblos ioc sino, más bien,
en una tecnocratización de la justicia local. Llama la atención que
los abogados, aunque indígenas, sean cada vez más indispensables
para administrar la justicia en el área rural. El pluralismo jurídico
facilitó vías de acceso a la institución estatal, pero fortaleció el pensa-
miento monista, según el cual los operadores tradicionales de justi-
cia –jueces, abogados, fiscales y policías– conservan el monopolio del
prestigio de tal institución. Pese a las propuestas vinculadas a la justicia
comunitaria,31 en las que se sugería superar el actual monopolio de la
administración de justicia por parte de los profesionales juristas, su
presencia en la actual justicia plural sigue siendo fundamental.
El reconocimiento de la jioc logró hacer salir de la sombra las
prácticas de las autoridades originarias para posicionarlas, de manera
implícita, como la última escala en la jerarquía judicial. La demo-
cratización del sistema de justicia es relativa, dado que el sistema de
justicia plural sigue siendo manejado entre los mismos profesionales.
La verticalidad de las relaciones no cambió mucho en la instancia
jurisdiccional que mantiene una estructura de decisiones de arriba
hacia abajo. El molde sigue siendo el mismo: la sabiduría de los pueblos
indígenas es ahora valorada simbólicamente, pero no se constituye en
una forma de saber legítimo en el ámbito de la justicia.

31 Propuestas realizadas durante los encuentros denominados “Justicia comuni-


taria y Asamblea Constituyente”, organizados por la Red Participación y Justicia
entre el 24 y el 26 de octubre de 2006, en Sucre, con la participación del Vicemi-
nisterio de Justicia Comunitaria, el tcp, la Corte Suprema de Justicia, el Consejo
de la Judicatura, la Fiscalía, el Defensor del Pueblo, la Confederación de Pueblos
Indígenas de Bolivia (cidob), el conamaq y la Confederación Nacional de Muje-
res Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia-Bartolina Sisa (cnmciob-bs).
98 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

En lo que hace a la imagen del abogado indígena, el saber de los


pueblos indígenas no es abiertamente negado, pero solo es considerado
como una plusvalía al saber académico e institucional. Si un abogado
es además indígena, esto es considerado como un plus en su hoja de
vida, pero no es suficiente para considerarlo un buen operador de
justicia. De igual manera, las dificultades que encuentran las autori-
dades originarias al impartir su forma propia de justicia demuestran
que sus “principios, valores culturales, normas y procedimientos
propios”32 difícilmente son considerados, en sí mismos, como una
fuente válida de saber.
En los numerosos encuentros de diálogo interjurisdiccional,33 los
técnicos y los abogados llamaron la atención sobre cómo la justicia
ordinaria “contamina”34 la justicia indígena originaria campesina,
dejando a entender que la amenaza para una verdadera justicia con
varias racionalidades (Molina y Arteaga, 2008) vendría desde afuera
de las comunidades rurales. Sin embargo, como hemos visto, una
importante traba es la deslegitimación de los miembros de los pueblos
indígenas altiplánicos al considerar sus usos y sus costumbres como la
fuente principal del derecho local. Así, podemos preguntarnos: ¿cómo
el reconocimiento de los pueblos indígenas puede generar de manera
paradójica tanto la desaparición de sus prácticas singulares como una
mayor dilución de dichas prácticas en el sistema estatal? Vemos que
las autoridades comunales aplican estándares de la justicia ordinaria.
Muchas veces, pese a la aspiración de fortalecer la jioc, los tecnócratas
indígenas tienden a fortalecer la penetración de la justicia ordinaria
en las comunidades indígenas rurales. Esos cambios en la justicia local

32 Artículo 191 de la Constitución Política del Estado.


33 Muchas veces, estos encuentros eran encabezados por las ong, ya sea para
generar espacios de diálogo entre algunas autoridades originarias locales y el
tcp o el Tribunal Agroambiental, o para generar diálogo entre las mismas au-
toridades y los operadores de la justicia ordinaria de la región: jueces, fiscales,
policías, etc.
34 Suele hablarse de “contaminación” o de “polución” para designar la influen-
cia nefasta de la justicia ordinaria sobre la justicia indígena, a fin de hacer én-
fasis en los intercambios distorsionados entre las distintas justicias. Asimismo,
se hace referencia a la necesidad de proteger la jioc, la cual no debería ser
contaminada. Esto deja entender la paradójica situación de la justica indígena,
que está siendo debilitada justo en el momento en que más poder le han dado
las leyes.
Abogados indígenas originario campesinos | 99

de muchas comunidades altiplánicas parecen matizar cualidades de


esa forma de justicia, como ser su rapidez y su eficiencia. Cada vez
más, las sentencias de las autoridades originarias son apeladas ante
operadores de la justicia ordinaria para seguir el largo y burocrático
procedimiento de la justicia ordinaria. El sistema general es entonces
debilitado, dado que la justicia indígena no logra descongestionar el
aparato estatal al traerle más casos irresueltos, así como un aumento
de la conflictividad.
Frente a esta espinosa situación, en algunas instancias, parecen
haber entendido la necesidad de simplificar su procedimiento para
permitir un acceso más directo de los pueblos indígenas a la justicia.
Así, el tcp declaró en la sentencia sc 006/2016 un rechazo a la acción
de inconstitucionalidad planteada por el Instituto Nacional de Reforma
Agraria (inra) de Chuquisaca respecto al trámite y la resolución final
del proceso de saneamiento de la tco de Quilla Quilla, exigiendo la
personalidad jurídica de dicho pueblo indígena. De esta manera, el
tcp resolvió declarar la inconstitucionalidad del presupuesto “Perso-
nalidad Jurídica” para los pueblos indígenas, sentando jurisprudencia
sobre los alivios administrativos otorgados a los pueblos ioc en la
administración pública. ¿Será esta sentencia35 el inicio de una línea
de jurisprudencia fuerte hacia el reconocimiento del particularismo
de la justicia de los pueblos indígenas y originarios?

35 Junto a algunas otras, como la sc 0874/2014 sobre el caso Zongo, que parecen
marcar un hito en la jurisprudencia del tcp.
101

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Entrevistas

Corregidor saliente de Pampa Aullagas, 27 de marzo de 2015.


Iver Soto, extécnico de jakisa, 15 de marzo del 2015.
Mallku de Salinas de Garci Mendoza, 6 de junio de 2014.
106 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Encuentros y talleres36

Encuentro Nacional de Autoridades de Justicia Indígena Originaria


Campesina, realizado en Sucre el 11 y 12 de marzo de 2016.
Talleres sobre pluralismo jurídico y leyes del Estado Plurinacional
realizados en Pampa Aullagas el 2015.
Segundo encuentro entre el Tribunal Constitucional Plurinacional
y las autoridades de la Justicia Indígena Originaria Campesina,
realizado en octubre de 2014.
Encuentro nacional “Hacia una nueva justicia constitucional del
pueblo con pluralismo jurídico” entre autoridades de la Justicia
Indígena Originaria Campesina y el Tribunal Constitucional
Plurinacional, realizado en La Paz el 22 y el 23 de octubre de 2014.
Encuentros “Justicia comunitaria y Asamblea Constituyente”,
realizados en Sucre del 24 al 26 de octubre de 2006.

36 La información de estos eventos fue transcrita por la autora para este capítulo.
107

“Tengo que ser Mandrake”.


Táctica y estrategia legal en las fiscalías
de El Alto
Jorge C. Derpic Burgos

Los abogados que sentimos la profesión no somos los corruptos.


Funcionario del Ministerio de Justicia, 2015

Introducción
Durante más de seis décadas, Miguel Najdorf, polaco nacionaliza-
do argentino, mantuvo el récord de partidas simultáneas de ajedrez
jugadas a ciegas. En enero de 1947, en una visita a San Pablo, Bra-
sil, el ajedrecista jugó 45 partidas (ganó 39) contra 83 contrincantes
quienes, durante 22 horas, se turnaban a medida que les ganaba el
cansancio. En su obituario de 1997, el New York Times (Pace, 1997)
recordaba que Najdorf realizó la exhibición con la esperanza de
que algún familiar suyo en Rusia, Polonia o Alemania reconociera
su nombre en los periódicos y lo contactara. Después de huir del
holocausto y perder a su esposa y a su hijo en los campos de con-
centración, el ajedrecista había también perdido todo contacto con
sus raíces polacas. Tuvieron que pasar 64 años para que, en 2011, el
alemán Marc Lang superara el récord de partidas de ajedrez simul-
táneas jugadas a ciegas.1
Aunque Najdorf era claramente superior a sus rivales, su figu-
ra frente a decenas de contrincantes se asemeja a la de los fiscales.
Sus partidas simultáneas sirven aquí de analogía para analizar dos
importantes cuestiones sobre la justicia en Bolivia. En primer lugar,
la obligación de los fiscales, jugadores relativamente experimentados,

1 Jugó 46 partidas en 21 horas (Barden, 2011).


108 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

de participar en una enorme cantidad de partidas simultáneas. Y,


segundo, las estrategias y los recursos que en cada una de esas partidas
sus oponentes, los abogados, y sus defendidos les plantean. De esta
manera, tomando el espacio físico de los juzgados y del Ministerio
Público como un tablero de dimensión deforme en el que se desatan
confrontaciones, encuentros y negociaciones entre fiscales, abogados
y ciudadanos, este ensayo busca analizar los repertorios y las movidas
que estos actores realizan para ganar, adelantar o dilatar los procesos
que se desarrollan en la justicia.
Concretamente, este trabajo busca explicar cómo los repre-
sentantes del Ministerio Público de El Alto y sus pasantes perciben
la labor de los abogados con los que se enfrentan cotidianamen-
te. Se concentra en cómo estos funcionarios estatales interpretan
sus intercambios, sus limitaciones y sus ventajas con relación a los
intermediarios legales que intervienen en las investigaciones de la
Fiscalía. A partir de 13 entrevistas con seis fiscales, seis pasantes y
un asistente fiscal,2 desarrolladas en el lapso de tres meses, se pre-
tende, finalmente, caracterizar la profesión legal e identificar las
principales prácticas de los abogados en el avance o la dilación de las
etapas investigativas llevadas adelante por el Ministerio Público en
la ciudad de El Alto. Los argumentos aquí desarrollados surgieron,
en buena parte, de esas entrevistas; por otra parte, están basados
en la revisión bibliográfica sobre la reforma judicial producida en
los últimos años, así como en algunas leyes promulgadas y decretos
firmados por el Gobierno desde 2012.

Normas, ética e instituciones. El análisis de la justicia


en Bolivia

El sistema judicial boliviano arrastra, desde hace varios años, diver-


sas y profundas crisis marcadas, esencialmente, por el vaciamiento
moral de sus principales representantes. Con frecuencia cada vez
menos asombrosa, los medios de comunicación reportan inciden-
tes de corrupción que involucran tanto a jueces y a fiscales como,

2 Para resguardar el anonimato de todos los entrevistados, en el texto estos serán


distinguidos únicamente mediante números.
“Tengo que ser Mandrake” | 109

incluso, a policías. Extorsiones, sobreseimientos y rechazos incom-


prensibles, autoridades detenidas o, cuando menos, destituidas, son
noticia permanente. A pesar de los esfuerzos recientes por reformar-
la, la justicia, hoy, aparece ante los ojos de la opinión pública y de sus
usuarios como un producto en oferta que beneficia a quienes tienen
mayor capital económico, político o social.
A la crisis moral se añaden otras crisis, como la de credibilidad o
la de eficiencia. De acuerdo a una encuesta del Barómetro de las Amé-
ricas (Ciudadanía y lapop, 2014), solo el 38% de la población confía
en el sistema judicial boliviano. Gran parte de esta desconfianza se
debe, precisamente, a la vigencia de formas de corrupción endémica,
la desorganización y la ineficiencia de las instituciones estatales para
ofrecer a los ciudadanos condiciones equitativas de acceso a la justicia.
Estas percepciones determinan que la sociedad busque alternativas
para evitar caer en los tentáculos del sistema judicial. Así, estrategias
más sutiles, como arreglos extrajudiciales (Barragán et al., 2006) o actos
espectaculares (Goldstein, 2004), como la protesta movilizada o la justicia
por mano propia, forman parte de un repertorio orientado a salir de
los procesos, evitar su descarrilamiento o esquivarlos completamente.
En el último tiempo, otras alternativas, como la movilización
colectiva, aparecen cada vez con más frecuencia para resolver asuntos
individuales. Estas acciones sugieren dos posibilidades. Por un lado,
que la desconfianza absoluta de la población en los representantes
de la justicia y en el sistema en general está abriendo vías de reso-
lución desde fuera del propio sistema; y, por otro, que los usuarios
saben de la importancia de la movilización colectiva –mejor si es
con atención de la prensa– para influir en el desarrollo y el resultado
de los procesos. Aun sin desenlaces del todo exitosos, algunos casos
recientes de feminicidio o de violencia sexual, amparados en la Ley
Nº 348 (Ley Integral para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre
de Violencia), por ejemplo, muestran el rol crucial que los medios y
la acción colectiva movilizada tienen para presionar a jueces y fiscales
para no desviarse del curso legal.3

3 Los casos de Renee Gurley en Samaipata (Santa Cruz) y de Andrea Aramayo


en La Paz, durante 2014 y 2015, demuestran la importancia del activismo
colectivo para contrarrestar la posibilidad de parcialización de la justicia.
110 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Pero, la desconfianza en los operadores de justicia es solo uno


entre tantos otros problemas que enfrenta el sistema judicial boliviano.
En términos de eficiencia, hasta 2013, Bolivia tenía el peor índice en
cuanto al porcentaje de detenidos preventivos en América: el 84% de
los internos de las cárceles no tenía sentencia (Comisión Interamerica-
na de Derechos Humanos, 2013). Reportes recientes sugieren que el
porcentaje bajó al 72% (pieb, 2015). Sin embargo, aunque significativo
en el corto plazo, este descenso mantiene al país entre los de peor
desempeño en el rubro, por detrás de Paraguay y solo asumiendo que
el país vecino mantuvo su índice del 73% de detenidos preventivos
en 2013 (Comisión Interamericana de Derechos Humanos, 2013).
Las autoridades gubernamentales bolivianas atribuyen el descenso
porcentual reciente a las disposiciones favorables al indulto que se
llevaron adelante en los últimos tres años (pieb, 2015).
Como respuesta a tales crisis, el Gobierno lanzó una serie de
medidas orientadas a cubrir los huecos de la justicia. No obstante,
su efecto ha sido limitado, cuando no un reconocido fracaso (Erbol,
2016). En su gran mayoría, estas medidas no arrojaron los resultados
esperados y, en otros casos, antes que mejorar el sistema, lo empeora-
ron. Como ejemplo, la elección de jueces por voto popular (art. 182
de la Constitución Política del Estado) fue una medida celebrada en
su momento por su potencial para liquidar las redes clientelares y de
corrupción de la justicia. A cuatro años de la primera elección, sin
embargo, tal innovación aparece como un fracaso que no ha resuelto
los problemas morales y éticos en los juzgados (Pásara, 2014).
A pesar de esos esfuerzos, la crisis continúa y se ha agudizado
tanto que la corrupción judicial y las deficiencias del aparato legal
marcan la agenda del debate público y gubernamental sobre la refor-
ma de la justicia. La mayoría considera que el pesado andar de las
investigaciones tiene que ver con la ineficiencia, la falta de interés y
la corrupción de las autoridades, lo que determina que las propuestas
y las soluciones apunten casi exclusivamente a cuestiones de orden
institucional, ético y normativo. Aunque primordiales, estos ámbitos
son simplemente la cara más superficial de un problema que tiene
raíces mucho más profundas y que normalmente pasan inadvertidas.
En particular, es alarmante la ausencia de políticas para resolver la
“Tengo que ser Mandrake” | 111

falta de recursos técnicos, económicos y humanos que enfrentan los


operadores judiciales o del Ministerio Público en sus tareas cotidianas.
Estas deficiencias, a pesar de ser de conocimiento general, no reciben
la atención que deberían para ser resueltas.
A partir de esta constatación, este texto pretende ampliar el hasta
ahora casi exclusivo énfasis en la corrupción y en la modificación
del aparato legal del sistema judicial. Así, con el énfasis puesto en el
trabajo del Ministerio Público en El Alto, se analizan los efectos y el
peso que la falta de recursos y de personal tiene en las funciones de
los operadores de justicia de dicha ciudad. Asimismo, se analiza cómo
la acción intencional de actores no-estatales, capaces de sacar ventaja
de estos huecos, exacerba el impacto de las deficiencias estructurales
de la justicia. Juristas experimentados, conocedores de las limitaciones
del Poder Judicial, manejan a su gusto sus reglas para lograr desis-
timientos o penas mínimas. A pesar de su relevancia en el ámbito
profesional boliviano, prácticamente no existen estudios recientes
sobre las tácticas y las estrategias que los abogados utilizan en el
terreno legal y en sus intercambios cotidianos. Cabe destacar que se
abordan estos temas desde la palabra y la mirada de los operadores
de la Fiscalía de El Alto.

Abogados: personajes, intermediarios o tinterillos


Los estudios sobre la función profesional de la abogacía en Bolivia
son, hoy en día, reducidos. A pesar de la clara presencia de los abo-
gados en la historia política (Mesa Gisbert, 2003) y en la literatura
(Chirveches, 1964 y Spedding, 2015), y de su rol como intermedia-
rios durante la Colonia y durante buena parte de la República, en
la actualidad, los trabajos empíricos sobre estos profesionales son
prácticamente inexistentes. Es casi como si su presencia cotidiana y,
tal vez, el desprecio hacia su figura hubieran llevado a que los abo-
gados terminasen exiliados en el subconsciente como personajes de
novela o como un dato más sobre la formación de los políticos que
nos gobiernan. Revisando la producción actual sobre este personaje,
parece que las lecturas de décadas pasadas los hubieran congelado
como intermediarios, no siempre con título legal, que siempre sirven
a los poderosos y que toman ventaja de los pobres.
112 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Esta tendencia, salvo raras excepciones, se reproduce en los diag-


nósticos y propuestas provenientes desde organizaciones no guber-
namentales, agencias de cooperación y del Gobierno central en los
últimos 20 años. Estos documentos no se acercan al desempeño de
los abogados y concentran su atención en dos tipos de propuestas.
Por un lado, plantean estrategias orientadas a la reforma normativa e
institucional (Ministerio Público y Fiscalía General del Estado, 2015).
Por otro, intentan evaluar el avance de la transición constitucional
iniciada en 2010 (Comisión Andina de Juristas, 2012). Los pocos
trabajos que abordan el tema de la abogacía apuntan a la deficiente
formación universitaria y a la exagerada oferta académica de las
carreras de derecho que existe en Bolivia (Mayta y Delgadillo, 2015;
Peres Velasco, 2011; y Rojas, 2015).4
Al margen de esas publicaciones, los estudios más relevantes sobre
los abogados en el país parten de análisis sobre su rol en la historia.
Ese enfoque analiza la intermediación legal como herramienta que
favorece a las élites locales y perjudica a los indígenas (Irurozqui,
1993 y Muratorio, 1977). Por otra parte, analiza el rol que los defen-
sores legales cumplen para defender los derechos de las poblaciones
indígenas sobre sus territorios (Mendieta, 2006 y Platt, 2014). En el
contexto actual, son igualmente escasos los estudios sobre la práctica
profesional de la abogacía, con alguna que otra referencia a los servicios
que ofrecen a través de ciertas instituciones, como el asesoramiento
legal popular y gratuito (Derpic, 2014).

El desborde en Bolivia: la abogacía


El reducido número de estudios sobre los abogados llama la atención
porque, como mencionan algunos autores, hay una amplia oferta y
demanda por estudiar y graduarse de la carrera de derecho. En el
Sistema de la Universidad Boliviana, que incluye a todas las univer-
sidades públicas y a otras cuatro privadas,5 existen 35 facultades de
derecho y algo más de 45 mil matriculados (ceub, 2015: 20). Si bien

4 Uno de los ejes de la Cumbre Nacional de Justicia para Vivir Bien, que se
realizó en junio de 2016, fue precisamente la formación de los abogados.
5 Universidad Católica Boliviana, Escuela Militar de Ingeniería, Universidad
Andina Simón Bolívar y Universidad Policial.
“Tengo que ser Mandrake” | 113

el número de egresados es bastante inferior al número de inscritos


(2.700 por año, en promedio), es evidente que muchos bachilleres
aspiran a obtener el título profesional como abogados y que la oferta
cubre ampliamente tal demanda.
Una vez titulados, si pretenden litigar, los juristas deben inscribirse
en el Registro Público de Abogacía, dependiente del Ministerio de
Justicia. Hasta hace poco, también debían hacerlo en el Colegio de
Abogados de cada departamento. Sin embargo, desde la aprobación
de la Ley Nº 387 (del Ejercicio de la Abogacía), en 2013, la afilia-
ción a la organización profesional ya no es un requisito para ejercer.
Hasta agosto de 2015, algo más de 50 mil abogados se registraron
en el sistema instaurado por el Ministerio de Justicia en todo el país,
de los cuales 17.382 correspondían al departamento de La Paz,6 un
número bastante mayor a los 11.328 del Colegio de Abogados de La
Paz (Ilustre Colegio de Abogados de La Paz, 2015).

Jugando simultáneas: el fiscal


Los datos anteriores contrastan enormemente con el número de fis-
cales de materia del departamento de La Paz que, hasta el 2013,
eran 124 (Ministerio Público, 2014). De mantenerse estos números,
la relación sería de 135 abogados registrados en el Ministerio de Jus-
ticia y 91 en el Colegio de Abogados, por cada fiscal que trabaja en
el departamento. La brecha podría estirarse si se incluye a aquellos
egresados de derecho que trabajan sin haber obtenido el título y que,
por tanto, no están registrados en ninguna de las dos instituciones.
De esta manera, los fiscales se encuentran en una situación de clara
desventaja numérica frente a los abogados, en su función de directo-
res de las investigaciones de hechos de acción penal pública (Código
de Procedimiento Penal). Lo es más en el caso de El Alto, donde solo
existen 22 fiscales de materia, un número claramente inferior a los
75 u 80 que tiene la ciudad de La Paz (Rivas, 2015).
Además de la carga procesal que enfrentan (en promedio 1.200
casos por fiscal en El Alto), estos representantes deben confrontar
dificultades en tres otros frentes. En primer lugar, deben realizar sus

6 Datos del Registro Público de Abogacía al 31 de diciembre de 2015.


114 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

tareas cotidianas con reducidos recursos materiales, económicos y de


personal, lo que muchas veces implica retrasos o incapacidad total
para entregar informes. En segundo lugar, deben responder a instruc-
ciones administrativas superiores que pueden solicitar la presentación
de un informe sobre el número de procesos atendidos y, entre otras,
pueden consistir en interminables búsquedas de cuadernos entre los
archivos (pasante 4, 2015). En tercer lugar, los fiscales se encuentran
en una situación de relativa inestabilidad laboral, la cual beneficia
concretamente a las partes más interesadas en dilatar los procesos
(pasante 1 y fiscal de materia 1, 2015).
Cuando se produce un cambio de fiscal, los procesos se detienen
casi irremediablemente, incluso si otro fiscal recibe la asignación
para asumir funciones de suplencia legal. En tales instancias, se pre-
sentan dos problemas. Por un lado, el personal asistente se encarga
de realizar un inventario de todos los procesos que lleva adelante la
Fiscalía para entregárselos al siguiente fiscal. Sin embargo, durante
esta etapa, la oficina deja de prestar atención al público porque los
procesos quedan detenidos, incluso si tienen conminatorias o plazos
perentorios. Por otro lado, cuando el nuevo fiscal toma posesión de
la oficina asignada, encuentra cientos de procesos que debe atender
y, sobre todo, entender de inmediato. Confrontado con abogados
que conocen los procesos con mucha mayor profundidad, lo más
probable es que el fiscal termine actuando agobiado por plazos y
conminatorias, así como otorgando medidas salomónicas que no
siempre se ajustan estrictamente a lo que establece la ley (fiscal de
materia 3, 2015).

Dibujando el (nuevo) tablero. Medidas para regir la


abogacía

En los últimos años, el Gobierno promulgó varias leyes y aprobó


muchos decretos orientados a regular la abogacía y a reducir la carga
procesal de fiscalías y juzgados. Dos de esas leyes, en particular, tienen
un impacto directo sobre el trabajo de los intermediarios legales y de
los funcionarios del Ministerio Público: la Ley Nº 387 (de Ejercicio
de la Abogacía), de 9 de julio de 2013, y la Ley Nº 586 (de Descon-
gestionamiento y Efectivización del Sistema Procesal Penal), de 30 de
“Tengo que ser Mandrake” | 115

octubre de 2014. Ambas ponen límites a los Colegios de Abogados,


establecen sanciones para procedimientos antiéticos e intentan frenar
estrategias dilatorias dentro de los procesos que se llevan adelante
tanto en fiscalías como en juzgados.
La Ley Nº 387, con el antecedente del Decreto Supremo Nº 100
(de creación del Registro Público de Abogados), reduce el monopolio
de los Colegios de Abogados en cuanto al registro y a la sanción de
sus afiliados. Lo hace respetando las atribuciones que estos gremios
tienen para sancionar a sus afiliados, pero promoviendo al mismo
tiempo un nivel mínimo de colaboración con el Ministerio de Justi-
cia en los procesos disciplinarios. Al plantear la libre afiliación a las
organizaciones profesionales y el registro obligatorio en el Ministerio
de Justicia, por otra parte, esas disposiciones, además de poner la
profesión libre bajo vigilancia del Estado, parecen proyectar la lenta
extinción de los gremios profesionales.
Entre las disposiciones más importantes de la Ley Nº 387 figuran
aquellas referidas a los procesos por faltas a la ética en el ámbito del
gremio profesional, de carácter privado, o en el Ministerio de Justi-
cia, si se producen en la función pública. Así, cuando un abogado
comete una infracción –leve, grave o gravísima–, puede recibir desde
llamadas de atención, si las faltas son leves, o la suspensión hasta de
un año, si se trata de faltas graves, o de dos, si las faltas son gravísi-
mas. Adicionalmente, en todos los casos, se estipulan multas que se
mueven en el rango de uno a seis salarios mínimos nacionales (Ley
Nº 387, Capítulo ii).
Las sanciones económicas no son exclusivas de la Ley de Ejercicio
de la Abogacía. La Ley Nº 586, de “descongestionamiento”, iden-
tifica y sanciona un mecanismo clave en la dilación de los procesos
en los juzgados: la presentación de excepciones y de incidentes. Esta
ley (art. 8) modifica algunos artículos del Código de Procedimiento
Penal (art. 314), estableciendo, por ejemplo, que si los incidentes
o las excepciones son manifiestamente “dilatorios, maliciosos y/o
temerarios”, estos no afectarán los plazos de la acción penal. En otras
palabras, si antes se presentaban incidentes7 con el fin de retardar los

7 Los incidentes son recursos que el Código de Procedimiento Penal establece


para reclamar errores de la Fiscalía. La presentación de incidentes es posible,
116 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

procesos, afectando la posibilidad de realizar actuados, cuyas pruebas


posteriormente servirían de base para futuras resoluciones, con la
Ley Nº 586 –si se demuestra la mala intención de los incidentes–, los
plazos vuelven a contarse desde cero. Asimismo, para evitar otras
dilaciones en el proceso, dicha ley faculta al juez para que sancione
con dos salarios mínimos nacionales o suspenda definitivamente al
abogado que presenta estos incidentes.
Consecuentemente, tales leyes modificaron el desempeño profe-
sional de los juristas en alguna medida y aceleraron la resolución de
un buen porcentaje de los procesos.8 Sin embargo, no cambiaron la
dinámica de la relación que los abogados tienen tanto con sus clientes
como con los representantes de la justicia. Al contrario, precisamente
por su rol de intermediario entre el polo social y el estatal, el abogado
tiene una indudable ventaja frente al resto de los actores involucrados
en los procesos de la justicia. Desde el punto de vista de los fiscales,
una situación bastante común se da cuando el abogado extrae dinero
a su cliente, supuestamente para pagar al fiscal, y al mismo tiempo
aprovecha el marco legal para amedrentar a las autoridades con pro-
cesos disciplinarios que le permitirán obtener una resolución favorable
“sin pagar un peso” (fiscal de materia 3, 2015).

Abogados y clientes. Aliados y enemigos


Durante una jornada de capacitación sobre la Ley de Ejercicio de
la Abogacía para juristas registrados en el Ministerio de Justicia, en
noviembre de 2015, se proyectó una presentación en Power Point
sobre una pantalla blanca. Una de las diapositivas llevaba como títu-
lo: “Situación de la Abogacía en Bolivia” y uno de los puntos a tratar
era el descrédito de la profesión. El encargado de la presentación recordó
en este punto un incidente que tuvo lugar en una ciudad al sur del

de acuerdo al art. 308 del Código de Procedimiento Penal, en situaciones de


prejudicialidad, incompetencia, falta de acción, extinción de la acción penal,
cosa juzgada y litisdependencia.
8 Hasta agosto de 2015, las resoluciones de rechazo, imputación, sobreseimien-
to, acusación y salidas alternativas en el Ministerio Público, a nivel nacional,
superaban casi por 20 mil a las de 2014, que fueron cercanas a 27 mil (Fiscalía
General del Estado, 2015).
“Tengo que ser Mandrake” | 117

país. Aquella vez, un colega le prometió a un cliente resolver un


caso que el presentador calificó como “imposible”. El cliente había
introducido en el país un automóvil por vía de contrabando y la
Aduana se lo había secuestrado. La narración continuó así: el abo-
gado, experto en “labia” y persuasivo, había convencido a su cliente
de que recuperarían el automóvil. Pero el funcionario repetía que
esto era imposible y lo único que quería el abogado era extorsionar
a su cliente.
Esta es precisamente una de las formas en las que, según fiscales
y otros colegas del rubro, los abogados establecen relaciones con los
clientes. Los intermediarios legales prometen a los ciudadanos que
el proceso se puede ganar y cobran por realizar actuaciones que no
llevarán a ninguna parte, hasta que llega el momento en que es evidente
que el proceso no avanzará más. En ese instante, muchos abogados
desaparecen en un santiamén, mientras que otros deciden entregar
el pase profesional a algún colega9 que, probablemente, empezará con
el ciclo de nuevo. En esta línea, uno de los fiscales entrevistados para
este trabajo afirmaba: “Se puede decir que son estafadores que actúan
con engaños y argucias” (fiscal de materia 3, 2015), pues deciden dejar
los procesos en cuanto sus clientes se dan cuenta de que su insistencia
para lograr resoluciones favorables no los llevará a ningún lado.
La segunda estrategia de los abogados consiste en decirles a los
clientes que el fiscal –o el juez– pidió determinado monto para emitir
una resolución favorable. Romper este círculo es casi imposible, pues
requiere que el cliente contacte directamente a la autoridad para
preguntarle si recibió el dinero. En uno de los casos descritos por otro
fiscal, un día, al salir de la Fiscalía, un abogado decidió acompañarlo y
empezó a hablarle de temas “superficiales”, como el estado del clima.
Cuando llegaron a una esquina en La Ceja, el centro comercial y
político más importante de la urbe alteña, el abogado se despidió del
fiscal y volvió por la misma calle por donde habían caminado juntos.
Días después, el cliente del abogado se aproximó al fiscal, con temor,
para preguntarle si, efectivamente, en el encuentro de días pasados

9 En la nueva Ley del Ejercicio de la Abogacía, el juez tiene la facultad de acep-


tar o de determinar el cambio de abogados de las partes sin necesidad del pase
profesional.
118 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

el abogado le había entregado mil dólares. “[Al abogado] le tuve


que hacer devolver el dinero. Toda la conversación había sido para
que el cliente viera desde el frente que nos encontramos. [El cliente]
había pensado que como estábamos charlando, su abogado me había
pagado” (fiscal de materia 2, 2015).
Estas situaciones son comunes para los fiscales. La idea de que
los abogados les echan la culpa de cobros indebidos –que ellos
nunca realizaron–, refuerza su defensa de la ética y la honradez
con la que se desenvuelven. Sin embargo, la existencia de casos
concretos, con procesos abiertos en contra de fiscales, sugieren lo
contrario. Entre el 2012 y el 2015, 80 fiscales fueron removidos de
sus funciones en todo el país, muchos de ellos por procesos penales
ocasionados por corrupción (Cuiza, 2015). Uno de esos casos, por
ejemplo, propició la creación de una asociación de víctimas que
reclaman por los actos de corrupción y acoso sexual de un fiscal
(Erbol, 2015a); otras dos autoridades fueron destituidas en El Alto
por ser parte de una red de extorsión (Donoso, 2015); y, asimismo,
hubo denuncias y movilizaciones contra otro fiscal por extorsión (atb
Red Nacional, 2015) y también contra un pasante por un supuesto
acoso sexual (Erbol, 2015b). Por tales razones, hoy, una denuncia en
contra de un fiscal que pidió dinero resulta cuando menos plausible
y, como las denuncias suceden con alarmante frecuencia, la idea
de que cualquier fiscal sea corrupto está totalmente naturalizada.
Esta situación permite pensar, por otra parte, que los abogados
intentan premeditadamente sacar ventaja de la mellada imagen de
estas autoridades para beneficio propio.

La ofensiva. Amedrentando fiscales


Un domingo por la tarde, un fiscal cumplía su turno mensual y aten-
día a tres ciudadanos que llegaron en el lapso de una hora a la ofi-
cina de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (felcc) de
El Alto. Mientras escuchaba las explicaciones sobre el motivo de
la presencia de estos ciudadanos, instruía a sus jóvenes asistentes
para que prepararan los requerimientos adecuados para cada caso.
Entretanto, afirmaba: “Hemos pasado de una legislación inquisiti-
va a una más garantista” (fiscal de materia 5, 2015). En efecto, en
“Tengo que ser Mandrake” | 119

los últimos años, se han introducido importantes reformas judicia-


les orientadas a reducir la discrecionalidad de jueces y fiscales. En
el caso del Ministerio Público, la Ley Orgánica (Nº 260, de 12 de
julio de 2012) establece, por ejemplo, una sección de régimen disci-
plinario mediante la cual un fiscal puede ser sancionado por faltas
leves, graves y muy graves.10 Las sanciones van desde una llamada
de atención hasta la destitución del cargo y la pérdida de los años
acumulados en la trayectoria de la carrera fiscal.
Dichas medidas ponen al ciudadano en una situación de menor
vulnerabilidad frente a la justicia. Anteriormente, según los propios
fiscales, los policías en tareas de patrullaje urbano podían aprehender
individuos sin orden judicial y su palabra tenía precedencia sobre
la de los sospechosos (fiscal de materia 3, 2015). Actualmente, por
el contrario, existen recursos legales que permiten a los ciudadanos
cuestionar las decisiones que consideren injustas y fuera de la ley, entre
ellas, por ejemplo, una arbitrariedad policial. A partir de los cambios
mencionados, jueces, fiscales y policías deben pensar dos veces antes
de cometer cualquier abuso en contra de los usuarios del sistema,
pero, además, deben ser mucho más cuidadosos y conscientes de las
decisiones que adoptan.
No cabe duda de que estas disposiciones fueron clave para frenar
abusos administrativos y legales que afectaban los derechos humanos
de la ciudadanía. Sin embargo, en el contexto de un sistema legal defi-
ciente, con funcionarios que desarrollan sus funciones en condiciones
precarias, las medidas producen un doble efecto: si bien por un lado
ponen de manifiesto la mala praxis de algunos funcionarios judiciales,
por el otro otorgan a los abogados y a las partes que los contratan una
poderosa herramienta que les permite aprovecharse del sistema. “Un
mal paso dado [es igual a] un proceso más ganado”, afirmaba otro
entrevistado (fiscal de materia 5, 2015), sintetizando un sentimiento
generalizado entre sus colegas. Aunque esta frase podría leerse como
un intento por reconocer la urgencia de mejorar la eficiencia en
las fiscalías, en realidad se refiere a que estos representantes toman

10 La gravedad de las faltas dependerá de la intención o de los efectos de alguna


mala práctica.
120 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

decisiones con el temor de ganarse un proceso en contra si afectan


más a una parte que a otra.
En tal sentido, los fiscales terminan obligados a aplicar la ley
de una manera que continúa siendo discrecional, pero con una
gran diferencia respecto a las experiencias del pasado. Si antes, con
sus decisiones, los fiscales podían afectar solo a una de las partes
litigantes –generalmente la más débil–, en este nuevo escenario
deben buscar congraciarse tanto con los denunciantes como con
los denunciados:
Nos tratan de forzar a que los delitos sean [tipificados] de cierta manera.
Lo hacen a través de procesos disciplinarios, del amedrentamiento contra
los fiscales. Básicamente, intentan que el fiscal favorezca a una de las partes.
Pero la otra parte busca lo mismo, entonces el fiscal se ve ante la necesidad de
dar medidas intermedias que no favorezcan ni perjudiquen completamente
a ninguna de las partes. Un ejemplo es, en el caso de robo, si hay detención,
¿doy aprehensión? No la doy, pero tampoco lo suelto inmediatamente,
buscamos medidas sustitutivas. No en todos los casos se puede, pero tengo
que ser Mandrake (fiscal de materia 4, 2015).

La forma más palpable de intimidar a un fiscal consiste en la


presentación de una demanda ante la Fiscalía Departamental. Sin
embargo, la intimidación puede producirse también de maneras más
sutiles: mediante memoriales escritos o incluso en conversaciones cara
a cara. Por medio de estas estrategias, los abogados pueden argumen-
tar que los fiscales cometieron “errores fatales”, “incumplieron sus
deberes” o firmaron “resoluciones erróneas”. Para los representantes
del Ministerio Público, estas demandas buscan resoluciones favorables
antes que lograr el desarrollo adecuado de los procesos. Por tanto, si
las partes no obtienen el resultado que esperaban con estos intentos,
llevan los “errores” a instancias superiores dentro del propio Minis-
terio Público o hacia otras que supervisan el trabajo de la institución,
como el entonces Ministerio de Transparencia. En esas instancias,
los fiscales están obligados a defenderse de los procesos disciplinarios,
cargando sobre sus espaldas –y sobre su ya apretada agenda– el peso
emocional de una posible sanción.
Lógicamente, esto no implica asumir que el trabajo de los fiscales
sea impecable y que esté libre de errores. Muchas de las denuncias
que las partes elevan en su contra tienen sustento. Si no, basta ver el
“Tengo que ser Mandrake” | 121

número de fiscales que fueron retirados de sus cargos en los últimos


años por ineficiencia o por corrupción. Sin embargo, cuando los
procesos disciplinarios dejan de cumplir la función para la que fueron
creados –esto es, para evitar el descarrilamiento de los procesos–, se
convierten más bien en meras herramientas que sirven para que las
partes consigan el favor de las autoridades judiciales. De esta manera,
las quejas contra los fiscales por su mal proceder, antes que corregir los
abusos sufridos o evitarlos, dan como resultado una justicia maleable,
flexible y casi desprovista de todo poder.

La aguja del reloj. Dilación y fallas en el sistema


Los procesos en el Ministerio Público siguen varios plazos, etapas y
actuados. Dentro de estos últimos, las audiencias que se realizan al
principio, durante o al final de la etapa investigativa son cruciales,
dado que en ellas se define si los sindicados serán detenidos, dónde
cumplirán su detención, si serán imputados o si el fiscal los acusará.
También son importantes para recolectar pruebas, en particular las
inspecciones técnicas oculares, seguidas de la reconstrucción de los hechos. Es
probable que, por su extrema importancia, sea precisamente en las
audiencias donde los abogados despliegan la mayor parte de su arse-
nal dirigido a dilatar los procesos.
Los fiscales identifican tres estrategias utilizadas por los juristas para
entorpecer el trabajo del Ministerio Público cuando llega el momento
de llevar a cabo las audiencias. Por lo general, los abogados recurren
a ausencias repetidas y, sin previo aviso, exigen mayor precisión en la
tipificación de los delitos y presentan una serie de incidentes. Mediante
esas estrategias, las partes, a través de sus representantes legales, preten-
den cansar a sus oponentes civiles –si estos intervienen en el proceso– o
a los fiscales. El objetivo es que los costos y la duración de la etapa
investigativa terminen por agotar a las otras partes o, directamente,
provoquen en ellas y en la Fiscalía el deseo de olvidarse de los procesos.
Este cansancio, sumado a la incapacidad de atender debidamente
las investigaciones, se manifiesta de manera cotidiana. Como parte
de su trabajo, los fiscales pasan mucho tiempo en los juzgados: casi
todos los días deben asistir a varias audiencias que, en ocasiones, se
programan de manera consecutiva o en distintos momentos durante
122 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

un mismo día. Cuando las audiencias se cruzan, porque sus horarios


son simultáneos pero deben llevarse a cabo en juzgados diferentes,
los fiscales están obligados a excusarse por su inasistencia y deben
justificar esta excusa para que el juez disponga un nuevo día y hora
para llevar a cabo la audiencia.
Debido a la sobrecarga procesal que actualmente enfrentan los
fiscales, con un promedio de cien a 150 procesos “en movimiento” al
mismo tiempo (fiscales de materia 1 y 3, y asistente fiscal, 2015), una
audiencia cancelada supone un efecto positivo momentáneo, puesto
que la suspensión alivia el trabajo del fiscal porque puede volver a su
oficina y seguir trabajando en resoluciones o decretos. Empero, las
cancelaciones también tienen efectos negativos, pues en unos días el
representante del Ministerio Público se verá otra vez sobrepasado
por la cantidad de audiencias programadas a las que deberá asistir.
Igualmente, el resultado de esta sobrecarga no solo implica que el
fiscal deberá pasar en el juzgado varias horas, sin atender sus otras
funciones, sino que, además de ello, por la cantidad de audiencias en
un mismo día, tendrá menos tiempo para prepararse adecuadamente
para cada una de ellas (pasante 3, 2015).
En la postergación de las audiencias, por tanto, los abogados
tienen a la mano una poderosa herramienta que les permite pro-
vocar el error de sobrecargados fiscales. Tipificaciones erróneas del
delito, retrasos en los plazos procesales y justificaciones pobres de las
resoluciones son solo algunas de las observaciones más comunes que
remarcan los abogados. Cuando las audiencias finalmente se llevan a
cabo, esos errores les permiten tomar ventaja para demandar desde
correcciones hasta extinciones de los procesos:
Como estrategia legal, se exige a los fiscales una amplia dosis de precisión en
algunos términos. Por ejemplo, cuando se trata de precisar la violencia de un
hecho de “robo agravado” […] nos piden que digamos en qué sentido se dio
la violencia, contra quién o contra qué objeto. Esta estrategia, sumada a la
enorme carga procesal, muchas veces nos lleva a cometer el error. Así, cuando
los fiscales deben tipificar los delitos para hacer las imputaciones y las acusacio-
nes, se encuentran con abogados que en las audiencias dicen: “El fiscal no ha
individualizado, no nos dice qué características tiene la violencia, no responde
a la doctrina”. Esta doctrina puede ser alemana, inglesa, pero los abogados no
esclarecen de qué doctrina están hablando (fiscal de materia 6, 2015).
“Tengo que ser Mandrake” | 123

Las demandas por mayor precisión en la tipificación del delito


de parte de los abogados van acompañadas de la presentación de
incidentes cuando el fiscal, por ejemplo, no presentó una acusación
dentro del término que establece la ley (180 días). El juez decidirá
si admite o rechaza el recurso, con la facultad de sancionar econó-
micamente al abogado o de pedir su cambio, por razones de pobre
fundamentación. Sin embargo, en la práctica, esas medidas casi nunca
se aplican, probablemente por la importancia que tanto fiscales como
abogados le atribuyen a la necesidad de mantener buenas relaciones
dentro de la profesión (fiscal de materia 4, 2015): uno nunca sabe en
qué lado de la escalera se encontrará mañana.

El bueno, el malo y el chicanero


Todas estas prácticas, en apariencia insignificantes y que están
orientadas a la dilación de los procesos –maliciosas o tendenciosas,
como las define el Código de Procedimiento Penal–, se refieren al
término más coloquial de “chicana”. Ángel Ossorio (1942), abogado
legalista que reflexionó sobre la función ética del abogado, define la
chicana como una institución jurídica que puede ser utilizada para
hacer el bien, pero cuyo uso está mal visto por la opinión generali-
zada. El autor argumenta que la chicana no es mala en sí misma y
que si el fin último es bueno, es decir, cuando sirve para identificar y
luchar contra la iniquidad, su uso se justifica. Esta visión se inscribe
en la propuesta de instrumentalización del derecho (Kelsen, 1949),
sobre la cual varios autores han debatido, principalmente en cuanto
a los fines, los medios, los procedimientos y la estructura del derecho
(Hart, 1958; Fuller, 1969; y Rawls, 1971).
Esta contradicción moral está muy presente en las opiniones que
abogados, asistentes y pasantes de la Fiscalía tienen sobre la chicana
y acerca del abogado chicanero. Cuando se pregunta sobre el tema,
aparecen las imágenes del buen y del mal abogado, del buen y del
mal chicanero:
El abogado chicanero es el que interpone una serie de pretextos y peros en
todo. No le gusta un requerimiento, lo observa, vuelve a reiterar, entonces
quiere sí o sí salir a veces con su gusto. A veces se desenmarcan de lo que es la
ley. Entonces, o ven alguna situación también paralela, una influencia [que]
124 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

podría existir también, o cualquier otro pretexto para poder dilatar o hacer
ver que no ha existido delito, que no es el delito (fiscal de materia 5, 2015).

Quienes trabajan en las fiscalías perciben al abogado chicane-


ro como un profesional que a veces sale de los márgenes de lo legal
y trata de ganarse el favor del fiscal mediante regalos (pasante 2,
2015). En el discurso de los fiscales, aunque no deben aceptarlas de
ninguna manera, estas “dádivas” son un reconocimiento a su labor
que se produce luego, nunca antes, de emitir cualquier resolución
(pasante 1, 2015). En otras ocasiones, el abogado chicanero intenta
ganar los procesos solo mediante ofertas de dinero a las autoridades
(pasante 2, 2015). Sin embargo, este abogado, a los ojos de los fisca-
les y de los asistentes, tiene que recurrir a estas estrategias porque no
tiene una formación profesional adecuada y solo tiene a mano este
tipo de recursos (fiscal de materia 2, 2015).
Por otra parte, la valoración de los abogados como buenos o
malos no se da únicamente por el amplio o pobre conocimiento que
tienen de las leyes y de la jurisprudencia. Se da asimismo, tal vez
fundamentalmente, porque ganan procesos, logran meter a alguien
a la cárcel o logran liberarlo cuando hacerlo parecía imposible. A los
ojos de sus colegas y de buena parte del público, los abogados que
logran estas proezas legales son “buenos” porque cumplen con el fin
para el que fueron contratados:
Obviamente que, a veces, cuando uno quiere comportarse de una manera
que no sea lo leal y lo legal, obviamente va a aprender de malos abogados
y son los malos abogados [los] que aparentemente pueden ser los mejores,
pero tal vez también son los malos abogados [de los] que a veces uno apren-
de, [a los que uno] acepta ¿no? Simplemente el hecho de que una persona
dice [que] cuando [el abogado] saca a su cliente de la cárcel, es un buen
abogado […]. Esa idea tiene la sociedad. O al revés también […]. Cuando
[el abogado] mete una persona a la cárcel, [se] dice: “Ese es buen abogado”
(fiscal de materia 1, 2015).

Estos abogados representan, así, una contradicción entre fines y


medios que los ubica en una situación de ventaja frente a los fiscales.
Por un lado, tienen la posibilidad de entorpecer el trabajo de los
representantes del Ministerio Público, sobre todo cuando les impiden
avanzar con los procesos. Por otro lado, aun en el caso de ser calificados
como chicaneros, los abogados tienen un blindaje que los protege de
“Tengo que ser Mandrake” | 125

la crítica pública. El fiscal, por ejemplo, nunca es considerado como


chicanero, sino como ineficiente, incapaz, parcializado o corrupto,
ya sea porque no logra realizar una imputación o una acusación, o
porque el proceso está estancado. Este representante estatal no tiene
a su favor –como sí lo tiene el abogado chicanero– ningún margen
que le permita extraer algo favorable de su imagen negativa. En pocas
palabras, el chicanero acumula su capital simbólico sin que realmente
importe si se maneja o no dentro del marco de la ética.

Conclusiones
Los fiscales, como Najdorf, juegan partidas simultáneas, pero, a dife-
rencia del ajedrecista, corren permanentemente contra el tiempo y
contra su propio cansancio. En sus batallas diarias, postergan movidas
en un tablero porque deben atender un ataque más apremiante en
otro. Juegan a ciegas porque no tuvieron tiempo de leer el cuaderno
de investigaciones o porque acaban de iniciar sus funciones. Mien-
tras tanto, sus contrincantes de turno, abogados y ciudadanos, saben
cómo manejar el juego. Se aprovechan de la ansiedad de los fisca-
les y los exprimen hasta llevarlos a entregar sus fichas por descuidos
incomprensibles, a rogar por hacer tablas o a voltear a su rey sobre el
tablero para firmar la derrota. Estos oponentes rozan y hasta cruzan
el extremo de la ilegalidad para distraer a los funcionarios estatales
o lograr que estos muevan las fichas que más los favorecen. A veces,
parecería que incluso no quieren jugar o que esperan a que el fiscal
olvide la partida mientras se concentra en muchas otras. Si esto no
ocurre, los abogados se sientan a la mesa y mueven algunas piezas con
displicencia, esperando que la bandera roja del reloj estatal caiga para
finalmente hacerse con el triunfo.
La posición de ventaja relativa que tienen los abogados frente a los
representantes del Ministerio Público también aparece en su relación
con los clientes. Los abogados son quienes, al final de cuentas, conocen
el tablero, las reglas del juego y el impacto que tendrá en el desarrollo de
la partida mover tal o cual pieza. También saben del poder que, gracias
a la implementación de normas garantistas, tienen sus clientes y, por
intermedio suyo, ellos mismos. Pero, además, saben perfectamente que
el juego se desarrolla contra un tipo de adversarios, los funcionarios del
126 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Ministerio Público, que tienen una reputación funesta entre la opinión


pública; una reputación que permite a algunos abogados convencer a sus
clientes para que inviertan en la “compra” de resoluciones favorables.
Tal contexto expone a los fiscales a una situación de vulnerabili-
dad y de fatigas administrativas, legales o disciplinarias y psicológicas.
Cualquier proceso iniciado en su contra añade una pesada carga que
deben sobrellevar en medio de los cientos de procesos que dirigen. Es
evidente que las medidas del Gobierno para frenar la corrupción o
para mejorar el armazón institucional y normativo de la justicia son
importantes, pero también deberían serlo aquellas orientadas a mejo-
rar la precaria posición en la que se encuentran los representantes del
Ministerio Público debido a las dificultades que enfrentan hasta en sus
más simples tareas cotidianas. Es decir, corresponde evaluar y actuar
seriamente sobre la posición de vulnerabilidad que los fiscales tienen hoy
en día en los procesos investigativos, la magnitud de la carga procesal
que deben manejar y el tipo de recursos materiales, económicos y de
personal con los que desarrollan sus funciones.
Para terminar, es preciso mencionar algunos aspectos que deberían
servir para matizar lo expuesto hasta aquí sobre la función y el rol
de los abogados en los procesos judiciales.11 En principio, es preciso
abordar la idea de que la justicia está en oferta y que, por tanto, es
maleable. Esta percepción forma parte central de una cultura jurídica,
la boliviana, de la que participan tanto clientes como abogados. En tal
sentido, las propuestas o acciones concretas de los juristas para comprar
el favor de autoridades judiciales no son solo el producto de su propia
iniciativa, sino que también provienen de la ciudadanía. En segundo
lugar, es necesario reconocer la existencia de abogados honestos y con
sólida formación legal, algunos de ellos en la función pública. Los
propios fiscales y los asistentes reconocen que es más preocupante un
abogado bien preparado que un chicanero, y, aunque los primeros
no son la mayoría, su presencia puede inspirar a otros a manejarse
en la profesión bajo preceptos éticos. Finalmente, parece también

11 Estas precisiones surgieron como resultado del evento “Presentación de Resul-


tados de la Investigación sobre Abogacía y Justicia en Bolivia”, llevado a cabo
el 24 de febrero de 2016 y realizado en los ambientes de la Vicepresidencia del
Estado Plurinacional.
“Tengo que ser Mandrake” | 127

importante mencionar el rol trascendental que algunos abogados


todavía pueden jugar para frenar los abusos de poder de cualquier
textura y procedencia. La práctica del asesoramiento legal popular en
favor de poblaciones desaventajadas, que tuvo gran vigencia durante
las décadas de 1980 y 1990, y que generalmente estuvo guarecida en
organizaciones no gubernamentales,12 dio muestra de una práctica
legal absolutamente comprometida con la lucha en contra de la
desigualdad. Tal práctica profesional debería ser no solo reconocida
por su contribución para lograr una sociedad más igualitaria, sino que
debería servir como modelo para pensar los cambios que la justicia
requiere en la actualidad.

12 Los casos del Centro de Estudios Jurídicos e Investigación Social (cejis), en el


Oriente boliviano, y de la organización Investigacion Social y Asesoramiento
Legal Potosí (isalp), en Potosí ‒en temas laborales y agrarios‒, o las varias
oficinas que brindan asesoramiento jurídico gratuito a las mujeres víctimas
de violencia en el país son algunos de los ejemplos más emblemáticos en este
sentido.
129

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Rojas, Farit
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Spedding, Alison
2015 Catre de Fierro. La Paz: Plural editores.

Entrevistas (2015)

Fiscales de materia 1, 2, 3, 4, 5 y 6.
Asistente fiscal.
Pasantes 1, 2, 3 y 4.
135

Aprendiendo el oficio:
las mañas de convertirse en abogado
Hernán Pruden

Como paréntesis y anécdota voy a contar cómo hicieron


los del ilustre Colegio de Abogados de La Paz su sede.
[…] Era un conventillo, un viejísimo conventillo,
una casa que se caía de vieja, [en la] que vivían,
no sé, centenares, decenas de familias.
El dueño quería venderla y no podía. Era un antro.
Entonces el Colegio de Abogados lo compró, y dio
instrucciones para que nadie defienda a esa gente
y les hicieron juicios de desalojo. Y los han sacado
a toditos así, no sé, en menos de un año.
Es el pecado original de su mega, mega oficina.
Es una sede así, gigante, por eso digo lo de ilustre.
Tiene todo su trasfondo, ¿no?
S2, entrevista personal, 20151
Esta investigación exploratoria es el resultado de una consultoría que
duró poco más de tres meses. En ella, me focalicé en el aprendizaje
del oficio en los distintos ámbitos de formación de los abogados, a fin
de entender cómo algunos de ellos desarrollan determinadas mañas,
entendiendo por “maña” tanto el modo de hacer algo como la mala
costumbre, la astucia y la habilidad.2 Asimismo, me concentré en los

1 Para mantener el anonimato de los entrevistados, a lo largo del ensayo se los


distinguirá solo mediante letras y números.
2 Según la definición del Diccionario de la lengua española de la Real Academia Es-
pañola, maña significa: “1. Destreza, habilidad. 2. Artificio o astucia. 3. Vicio
o mala costumbre, resabio. […] 5. Manera o modo de hacer algo” (rae en
línea, 23.a ed.).
136 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

siguientes ámbitos: la universidad, la práctica laboral en el juzgado y


la práctica en el bufete. En este escrito, expongo, por último, posibles
soluciones –desde el punto de vista de los abogados– a los problemas
de retardación de justicia y de corrupción. Para ello, me baso en las
entrevistas en profundidad aplicadas.

Aprendiendo el oficio
Como parte del intento por comprender la forma en que los abogados
aprenden el oficio y sus respectivas mañas, entrevisté a algunos de ellos
con un punteo básico de temas, aunque de modo no estructurado. No
utilicé un criterio muestral, sino un criterio de “bola de nieve”, según
el cual las personas entrevistadas, en un acto de confianza, recomien-
dan a otras, logrando así generar un clima de franqueza; esto es clave,
pues, en muchos casos, los entrevistados refieren situaciones ilegales y
podrían generarse ciertas susceptibilidades.
Comienzo la investigación por los inicios idealistas en la forma-
ción de los abogados y sigo con el aprendizaje de las mañas en los
distintos espacios.

Inicios idealistas
Es interesante analizar la manera en que los abogados a quienes
entrevisté describen su decisión de estudiar derecho. En el caso de
S2, hija de un docente de la carrera de derecho –que también fue
juez– y egresada en 1990 de la universidad pública, la entrevistada
explica que, al ser parte de una generación que tenía esperanzas
revolucionarias, ella entendía las leyes y el derecho como herramien-
tas de cambio:
S2: Yo quería estudiar derecho y sociología. O sea, a mí me gusta mucho la
investigación, yo quería dedicarme más a eso. […] Nunca he pensado en
ser abogada de tribunales, [lo] que no me disgustaría tampoco si [es que]
funcionara. Pero en esa época, […] yo vengo de la cola de la izquierda, y
decía: “Si va a haber la revolución, pues se necesitan nuevas leyes”. O sea,
armar un nuevo país significa armar desde una nueva Constitución y todas
las reglas de juego que organizan una sociedad. Entonces yo dije: “Quiero
hacer leyes”. Y la forma de hacer leyes es estudiando derecho. Y la sociología
te da las herramientas técnicas para hacer investigación, pero al final me
quedé solo con derecho (2015).
Aprendiendo el oficio | 137

S1, hijo de padre y madre abogados, estudió en una universidad


privada. Él relaciona su decisión de estudiar derecho con las enseñan-
zas de “ayudar al prójimo” de San Ignacio de Loyola (el entrevistado
estudió en un colegio jesuita), decisión combinada con cierta épica,
producto de la imagen espectacularizada del abogado en la cultura
popular y –last but not least– el rédito económico:
Hernán Pruden (HP): ¿Cómo te decidiste a ser abogado? Ya tuve una pista
al ver [en las placas de la puerta de la oficina] que hay cinco abogados en
la familia. Pero bueno […], ¿con qué idea uno se decide a ser abogado? En
tu caso, ¿qué imagen tenías del abogado?, ¿cómo te imaginabas trabajando?
S1: A ver. En primer lugar, por la cultura, yo creo, que siempre hemos visto
estas […] series, películas, libros de investigación, ese tipo de cosas que
te llaman la atención en relación a cómo se investiga un delito, cómo se
determina que alguien ha hecho un fraude. Ese tipo de cosas. Y cómo vos
puedes proteger [a las víctimas de estos delitos]. De chico siempre me han
gustado esas cosas, que eran como épicas [para mí]. Ganar los derechos de
alguien era una cosa bien bonita [para mí] y la tendencia que yo tenía en mis
ejercicios de análisis vocacionales que me hacían en el colegio era derecho,
medicina o alguna cosa que tenía que ver con [la] policía. […] Y las tenden-
cias típicas eran siempre ayudar a alguien […]. [Pero] ayudar a alguien en
medicina, en Bolivia, me parecía muy complicado, porque hay mucho […]
que estudiar y realmente es muy poco lo que te da de rédito ¿no? Aunque
igual hubiera querido, pero me ha influido un pariente que era médico,
pero era muy fregado conmigo y entonces yo no quería relacionarme con
él directamente […]. Evidentemente […] mi familia es de abogados, nunca
me han presionado para que sea abogado, pero sí, mientras hablábamos,
digamos en la mesa, en el almuerzo, era que hablaban de usucapión. […] Y
nosotros ya sabíamos qué era [la] usucapión […] y de ahí se da la tendencia.
Entonces, a ver, yo decido estudiar derecho por eso […], porque […] yo
quería ayudar a la gente, quería buscar un poco el tema de la justicia, lo
justo, y un poco esa idea loca que te da la televisión y los libros, como que
tú vas a ser un protagonista, o sea, [con] un poco de ego […]. Pero así más
o menos es como he llegado yo a la carrera de derecho. Y cuando llegas a la
carrera de derecho es otra cosa […] porque llegas a la carrera y en primer
lugar te sientes abrumado porque hay una señora […] o una catedrática
que te está explicando derecho de los romanos […] una cosa así antigua,
hablándote en latín. Y tú dices: ¿para qué me sirve esto? […]
HP: Vos me habías contado que fuiste al [colegio] San Ignacio. O sea, que
te habías educado con los jesuitas.
138 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

S1: Sí. Me he educado con los jesuitas y con […] la frase de San Ignacio
[que] es “ser para los demás”. Entonces, es como que [el colegio] te enseñaba
un poco la vocación del servicio, ¿no? (2015).
Al explicar su decisión vocacional por el derecho, el entrevistado
combina una faceta idealista de servicio por los otros, con otra más
pragmática: que estudiar derecho no supone tanto esfuerzo como
estudiar medicina y, a la vez, que le rendirá más réditos económicos.
S1 reconoce también el capital cultural que implica ser parte de una
familia de abogados.
I, abogado penalista que estudió y ejerce como docente en uni-
versidades privadas, cuenta, en cambio, que aquello que lo orientó
hacia el derecho fue la incoherencia entre las leyes y la realidad,
aspecto que comentaba uno de sus docentes en el Colegio Salesiano:
I: El profesor [de colegio] mostraba en aquella época conflictos que se
suscitaban entre vecinos. En nuestra legislación, decía, por lo menos debe
haber una distancia […] entre inmuebles, lo cual en absoluto sucede en La
Paz, [aunque] en [el resto de] Bolivia quizás. Y, obviamente, me llamaba la
atención cómo es que la ley dice una cosa, pero en los hechos sucede [otra].
Entonces […] con ese pequeño ejemplo, que fue real, concreto, me llamó la
atención cómo es que en nuestro país la ley no se cumple por más que esté
escrita. […] Entonces, me motivó esa diferencia entre lo que dice la ley y lo
que en los hechos, en la realidad cotidiana, vivimos (2015).

S3, en cambio, optó por estudiar derecho gracias a las experiencias


que le brindó el voluntariado social de su colegio católico. Además, lo
hizo porque su familia se había expuesto muchas veces a la justicia.
En sus palabras:
S3: Pues en realidad […] en mi familia no tengo a nadie que sea abogado.
Eso tiene sus pros y sus contras, luego te puedo contar por qué. Y tenía una
experiencia de que familiares míos, específicamente mi abuela, se dedicaba a
los negocios y tenía varias propiedades, y había tenido varios años de litigios.
Cuando yo la conocí era una adulta mayor. Yo recuerdo a mi abuela cuando
pasaba justo por estas calles de los tribunales.
HP: ¿En La Paz?
S3: En La Paz. Mi abuela se persignaba y yo le preguntaba: “¿Abuelita esto
es iglesia?”, y ella me decía: “No, no, esto no es la iglesia. Esto es tribunales”.
[Ella] se persignaba […] y yo le decía: “¿Por qué te persignas?”, y me decía:
“Porque no quiero volver a caer en litigios”. Entonces, a mí me llamaba
la atención esto y su percepción de la injusticia, y de lo que había pasado.
Después, tenía otros familiares que tenían otros conflictos más domésticos:
Aprendiendo el oficio | 139

temas de asistencia familiar, temas de que inquilinos no les pagaban los


alquileres y demás, y medidas que no encontraban respuestas; pero tampoco
en la familia encontrábamos cómo apoyarlos. Tengo familiares que son
médicos y se dedican al campo de la salud. Entonces, alguien tenía una
dolencia y siempre en la familia […] te referían a tal médico, te decían tales
soluciones, un diagnóstico y tratamiento; había como un asesoramiento
familiar en esas áreas, en [las] financieras también, pero [en] derecho no
había tal (2015).

Hasta aquí podemos advertir cómo la opción por el derecho


aparece como una respuesta frente a una necesidad familiar o
como una reacción ante un sentimiento de injusticia, lo cual –por
las referencias en la cultura popular y por sentido común– resulta
habitual.

La universidad
Las conversaciones con los entrevistados evidencian que la
formación en derecho de las universidades públicas frente a aquella
de las privadas es bastante diferente; se podría decir que es casi
opuesta. También sorprende la distancia entre los relatos de los
estudiantes de la universidad pública de hace tres décadas y los
testimonios de aquellos de la universidad pública actual; en ambos
casos, no aparecen prácticas de corrupción flagrante, aunque sí
se menciona un posible tráfico de influencias. Sin embargo, sobre
la universidad pública reciente se escucha una serie de historias
bastante espeluznantes.
Con base en las entrevistas, es posible afirmar que algunos de
los estudiantes aprenden en la universidad pública contemporánea,
desde muy temprano en la carrera –y en su relación con algunos
profesores, asistentes de docencia y otros funcionarios burócratas–,
las mañas del oficio.
Ciertamente, en la conversación con E, una abogada graduada
de la universidad pública, ella me comentaba que todo empieza el
primer día de clases, cuando los estudiantes descubren que son 300
en un aula con capacidad para cien. Luego, comienzan a adaptarse
a las injusticias de la carrera: por ejemplo, cuando un profesor les
dice que si compran el libro de texto editado por él –de muy mala
calidad y casi un copy paste de internet–, tendrán diez puntos extra; de
140 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

hecho, si le compran dos, obtendrán 20 puntos extra. Algo parecido


sucede cuando se acerca la entrada folklórica universitaria en La Paz,
celebrada en agosto de cada año, pues algunos profesores establecen
que la participación de los estudiantes es obligatoria. Para bailar, según
sostiene E, hay que pagar una cuota que, además de cubrir los costos
de la banda, los trajes y la fiesta, iría a los profesores y al centro de
estudiantes. Otra forma ilegal de recaudar el dinero de los estudiantes
se da cuando, al final de cada materia, estos deben demostrar que
asistieron a clases presentando una ficha por cada clase asistida, con
el sello del auxiliar docente; de no tener la cantidad necesaria de
asistencia, los estudiantes podrían pagar al auxiliar alrededor de cien
bolivianos para que este no los reporte.
Es notorio cómo los estudiantes, quienes en primer año de la
universidad pública eran presa fácil de los actos de corrupción efec-
tuados por algunos profesores y asistentes de docencia, van apren-
diendo a defenderse a medida que avanza su formación, utilizando
artilugios como mandar a hacer una copia del sello de asistencias
para sellar ellos mismos sus fichas o, ante la arbitrariedad de algún
docente, citarlo a la sala del director de carrera para amenazarlo
con un proceso.
Da la impresión que en ese tipo de prácticas estudiantiles se
aprenden algunas de las mañas del oficio. Haciendo una analogía
entre la universidad y los juzgados, el profesor sería una especie de
juez y el asistente docente un secretario de juzgado, un oficial de
diligencias o un supernumerario. Esta idea es corroborada en el
relato de E, quien cuenta que, en medio de una fiesta con motivo de
la entrada universitaria, cuando unos estudiantes se quejaban ante
un docente por sus irregularidades, él se justificó diciendo: “Yo vengo
a enseñarles realidad”.
De acuerdo con los entrevistados, ni en las materias teóricas ni
en las prácticas de la universidad pública se habla explícitamente
ni se teoriza sobre las mañas que tienen que tener los abogados
para enfrentar al sistema. Es decir, se aprende practicando. Cabe
aclarar que en este texto no se intenta hacer una generalización
de todos los docentes o de todos los asistentes de materias. Se alu-
de, solamente, a los casos referidos por los entrevistados, como el
Aprendiendo el oficio | 141

siguiente, relatado en detalle por la ya citada abogada egresada de


la universidad pública:
HP: Antes vos me habías contado que tenías que hacer sellar la ficha de
asistencia cada día, que te vendían el libro…
E: Sí. Desde primer año, me acuerdo, he comenzado con esas cosas. Primero
que sí o sí te obligaban a bailar para la entrada universitaria.
HP: ¿A vos o a todas?
E: A todas y todos, hombres y mujeres. Te obligan a bailar.
HP: ¿Morenada?
E: Depende de a qué docente estés adscripto [sic]. No todos los estudiantes
[están obligados a bailar], pero hay materias que te obligan a bailar y es
parte de tu nota y tienes que hacerlo.
HP: Pero, ¿caporal o morenada?
E: En la carrera de derecho hay varias danzas […] morenadas, capora-
les, chacareras, doctorcitos […]. Tu inscripción cuesta, tu traje cuesta, y
los encargados de la organización de todo son los docentes con algunos
alumnos.
HP: Y si decías “no”, ¿qué pasaba?
E: Te tirabas [reprobabas] de curso, no aprobabas.
HP: ¿Así nomás?
E: Claro, [el docente] se acordaba de vos. Así éramos 300, ¿no ve?, todos
bailando.
HP: ¿Y nadie se quejaba?
E: ¿A quién?
HP: No sé, al centro de estudiantes…
E: [Risas.] El centro de estudiantes sabe y está metido en todo eso y recibe de
ahí una plata también. El centro de estudiantes sabe todo, está metido en todo.
HP: Y entonces, me decías […] que si no tenías asistencia le pagabas al
asistente […], no me acuerdo, 150 bolivianos […], no me acuerdo cuánto
habías dicho.
E: Ah, sí, sí. Es que hay docentes que te quieren sacar de todo, plata ¿no?
Y creo que ellos les decían en realidad a sus ayudantes para que hagan eso,
o bueno, los ayudantes también […]. Hay docentes, por ejemplo, que te
142 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

hacen comprar sus libros, sí o sí tienes que comprar su libro, porque eso
vale, si no te tiran (2015).

El aprendizaje en las universidades privadas parece ser distinto. No


hay relatos de cobros por las notas u otras prácticas alevosas, aunque
sí sobre un posible tráfico de influencias, como describe una docente
entrevistada, a quien intentaron sobornar ofreciéndole una cátedra:
S3: Es una gran ventaja no tener familiares abogados en el sistema. Me ha
pasado una vez que una madre de uno de mis estudiantes me ha escrito
un mail diciéndome que es directora de una carrera de derecho en una
universidad privada y, bueno, como sugiriéndome cosas, que podría ir a dar
clases a su universidad. Le dije: “Mire señora, una de las cosas que nosotros
formamos en esta universidad es que cada estudiante adquiera la madurez
profesional suficiente como para hacer sus propios planteamientos y no [los
haga] a través de sus padres. Tiene su hija todos los espacios para hacer estos
reclamos conmigo”. A mí me provocaba ponerle: “No me interesa que su
hija sea la hija de la madre Teresa de Calcuta. No me afecta. No me inte-
resa si ella tiene, por sus propios méritos, la capacidad de sacar una buena
calificación. Bien por ella. Yo no regalo la nota, no la doy, no soy dadora de
nota. Las calificaciones están reflejando el esfuerzo circunstancial, además
de un tiempo en el que hemos evaluado cierta competencia”. Y mira, me
pasó después de bastante tiempo, porque hace años yo tuve [de estudiantes
a] hijos, hijas de abogados muy famosos, de un magistrado del Tribunal
Supremo, que han reprobado y que no se atrevían a escribir, reclamar o
decirme. Muchas veces no tener tanto contacto, no tener familia, hace que
yo ni me entere de que había sido hijito de no sé quién (2015).

La misma entrevistada cuenta que tuvo una experiencia similar


con la hija de un miembro del directorio de la universidad privada
donde trabajaba. La práctica relatada implica un tipo de aprendizaje
sobre el modo en que funcionan las redes familiares en la justicia:
S3: Al tercer día de clases viene una […] jovencita, toca la puerta y me
dice: “Quiero entrar”. Le digo: “Mire, son cinco minutos tarde, la regla de
la universidad dice que no puede”. Vuelve a los cinco minutos la estudiante
con el director de carrera, y este me dice: “No, ella tiene que entrar porque
su papá es dueño de la junta directiva y […] sabe que sería un problema si
[ella] no puede entrar a clase”. [Le respondí:] “Muy bien, que entre”. Le
di la asignación y a la tarde estaba mi renuncia a esa universidad. [Dije:]
“No me paguen, no voy a recibir un peso, no lo necesito y no voy a volver
a pisar esta universidad” (ibid.).
Aprendiendo el oficio | 143

El juzgado
Apenas un estudiante avanzado de la carrera de derecho llega al juz-
gado para realizar su práctica, se enfrenta con una serie de detalles
propios del oficio. Una de las entrevistadas comentaba que cuando
llegó a hacer de supernumeraria en el juzgado, se le acercó una ciu-
dadana y le pidió que transcribiera un oficio. Luego de redactarlo,
la entrevistada se lo entregó y, cuando la solicitante quiso pagarle, la
entrevistada se negó. Al irse la ciudadana, los compañeros del juzga-
do comenzaron a acosar a la entrevistada, diciéndole que los hacía
quedar mal, que debía cobrar diez bolivianos por página transcrita,
un monto que supondría un ingreso íntegro para ella, en un puesto
que no tiene salario. Como la entrevistada siguió sin hacer cobros,
sus compañeros la obligaban a comprar salteñas para todos, como
compensación por haberlos hecho “quedar mal”. La corrupción en
este espacio se aprende de esa manera, como consecuencia de la
presión que ejercen los pares un poco más experimentados y cono-
cedores del funcionamiento del juzgado:
HP: ¿Hiciste práctica profesional?
E: Ajá, he hecho práctica profesional en un Juzgado de Familia […]. He
hecho práctica de un mes, porque no me gustó para nada.
HP: ¿Por qué?
E: Porque había mucha corrupción adentro. Todo era tan injusto, todo era
tan ilegal, que no me gustó para nada. Entonces me salí y, de hecho, ahí fue
cuando comencé a trabajar, fue cuando dejó de gustarme la carrera, pero
[…] dije: “No, ya he hecho [he estudiado] tantos años, si quiero cambiarme
[de carrera] mi mamá me da un balazo”.
HP: ¿Empezaste a trabajar antes de graduarte?
E: Sí, en tercer año de la universidad.
HP: Y ¿te intentaban sumar al tema de la corrupción? O sea, ¿era como
que te enseñaban…?
E: Claro, te enseñan. Te enseñan a ser corrupto, porque, por ejemplo, a veces
el oficial de diligencias salía a hacer sus notificaciones dentro del juzgado,
entonces venía gente que lo estaba buscando para notificarle. Como ya no
estaba, nosotros teníamos que recibirlos y les preguntábamos: “¿Sí?, ¿de qué
proceso es?, ¿qué resolución quiere notificar?”. Esas veces las notificaciones
eran gratuitas. Le dabas [al solicitante] la dirección de la persona a la que
144 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

tenías que notificar y, aparte, estaba en el expediente el nombre de la persona


y, si podías, [le dabas] más datos, como a qué hora lo puede encontrar […] y
con eso bastaba y, obviamente, la resolución con la que tenía que notificarle
¿no? Y con eso bastaba, supuestamente. Pero en realidad lo que nos dicen
es que hay que cobrarle a la gente diez bolivianos por notificación.
HP: ¿Como [un cobro] extraoficial?
E: Como reextraoficial, pues. Pero [en realidad ya] no es tan extraoficial,
ya se ha hecho una práctica en casi todos los juzgados y la misma gente
sabía. Así que había que pagar. Te daban la valorada, con la dirección todo
y diez bolivianos.
HP: ¿A la vista de todos?
E: Claro. [A la vista de todos,] excepto del juez.
HP: ¿Asumiendo que eras la oficial de diligencias vos?
E: Mmm…, no. Porque ellos saben, la conocen a la oficial de diligencias,
saben que es ella, pero cuando no está y es gente que dice: “Ya he venido
una vez y no puedo venir dos veces, tres veces, hasta encontrarla a la seño-
rita, a la doctorita. Ya. Le dejaré a usted, joven”. Y te dejan. Y tú les tienes
que dar, ¿no? Obvio.
HP: ¿Le tienes que dar?, ¿cómo?
E: Claro, porque ellas [las personas] saben. Ella [la oficial de diligencias]
no puede recibir una notificación sin el dinero […]. Y a veces hablábamos.
[Decíamos:] “¡Ay!, esta pobre gente que viene aquí si nosotros somos po-
quitos”. Teníamos dos supernumerarios que eran los que atendían a las
personas dándoles los expedientes, mostrándoles, haciéndoles pasar para
atender audiencia con el juez o con la secretaria. Entonces decíamos: “Si
somos tan poquitos y viene tanta gente, ¿por qué no vienen más pasantes?
No sé, hay que ayudar a estas personas”. Venía por ejemplo la gente y, ¡ay!,
me daba una vergüenza… porque nos decían: “Y, ¿dónde está mi oficio?”.
Los que transcribían no hacían [no transcribían los oficios] si no les pagaban
y era diez pesos por hoja. Imagínate si eran ocho o diez hojas… La gente
pobre, ¡uta!, yo no les cobraba. Y me buleaban…
HP: ¿Quiénes [te buleaban]?, ¿los otros?
E: Sí, los otros. [Me decían:] “Como más pagabas, ahora tienes que invitar
las salteñas”.
HP: ¿Cómo?, ¿más pagado?
E: Sí. Como [no has] cobrado, ahora tienes que pagar salteñas. [Me decían:]
“Por favor, paga las salteñas en mi oficina” […]. Cada vez me pedían a mí.
Aprendiendo el oficio | 145

Mi mamá [me decía:] “¡¿Cómo cada vez te van a pedir así?!”. No pues, a
mí me daba vergüenza decirle a mi mamá. Entonces, era bien feo, por eso
me salí, no aguanté.
HP: Pero ahí […] ¿quién te enseñó cómo funcionaba?
E: Primero mis compañeros, los numerarios. O sea, “la cosa es así bla,
bla, bla”. Cuando recibí un oficio y no cobré nada, todos pues se han
reído: “Yaaaaaa, tu bautismo”, porque se cobra diez pesos por hoja, eso
me dijo la secretaria y yo: “Ah ya, pero yo no voy a cobrarles”, les he
dicho, y se me han reído: “¡Ya!, qué chinchosa pues, qué dirá esta que
se cree superior”, así, y yo: “¡Nooo!, nada que ver”. Y por eso también,
cuando venían oficios, me buscaban a mí, porque ya sabían que yo los
hacía gratis, y los otros se enojaban y decían: “¿Ves?, nos haces quedar
mal” y yo: “Ya, ya, chicos”.
HP: Pero, ¿esa plata supuestamente era para vos o la tenías que compartir?
E: No. Era para mí.
HP: Para cada supernumerario.
E: Ajá. Para cada funcionario.
HP: ¿Y lo del oficial [de juzgado] es para el oficial?
E: Lo del oficial para el oficial.
HP: ¿No lo comparte?
E: No. Porque a él sí que le pagan bien, pues. El oficial debe sacar otro
sueldo, pues. Imagínate cuánta gente va a notificar, imagínate gente que
notificaba […] y claro, él decía: “Yo no puedo ir gratis, es que mi tiempo”,
así. Y yo: “Pero para eso te están pagando”.
HP: Pero, aparte, ¿le pagaban el taxi?
E: Claro.
HP: O sea, taxi, más diez bolivianos por notificación.
E: Sí. Si es cerca, sí, digamos. Si es a diez cuadras a la redonda del juzgado,
sí, diez por notificación, y si es más lejos, más plata, ¿no? Así, esas tarifas.
Yo no sé, pero me han dicho que había [quien cobraba] a 150…, 120
[bolivianos], así.
HP: Y, entonces, ¿el encargado era tu colega? ¿Tu par? Digamos, ¿alguien
que estaba un poquito antes de supernumerario?, ¿que te decía: “No, mirá,
la cosa acá es así”?
E: ¿El encargado de cobrar?
146 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

HP: No, el [encargado] de enseñarte que había que cobrar…


E: No, él me ha mostrado así: “Por si acaso, así [son] las cosas, ¿ya?”. Pero
todos saben (2015).

Otro entrevistado, recién graduado de la universidad pública,


cuenta que para ascender en las instituciones y aumentar los ingre-
sos, la experiencia laboral en el juzgado es mucho más valiosa que el
título de abogado. En pocas palabras: trabajar en el juzgado, con el
consecuente capital social que de allí deriva, es más importante que
el diploma y, de hecho –y aunque lo dice en tono de chiste–, él cree
que con los ingresos obtenidos en el juzgado, quien así lo quisiera,
podría tranquilamente comprarse el título:
HP: ¿Hiciste alguna pasantía de supernumerario cuando estabas en la carrera?
K: No, nada, nada. Bueno, una vez me he animado. Cuando estaba en tercer
año tenía un compañero (justamente ahorita vengo de entrevistarme con
él), un cuate que me dice […] que tenía su hermano abogado. Y él le había
dicho: “Ándate al juzgado a trabajar […], puedes tener ahí el nombre [de]
‘oficial de diligencias’ que es el [funcionario] que va a notificar. Pero, sin
embargo, puedes estar haciendo otras funciones”. Y eso es lo que le había
recomendado su hermano y él se había ido. Y me dice, pues: “Puta, aquí he
estado aprendiendo bien, bien jodido ¿no?, bien, bien cansado”. Me decía
[…], más íntimamente, que tenía que transcribir las audiencias y todo eso,
y dice que le decían (como hay unas jerarquías internas adentro cuando eres
nuevo) que todo tiene que hacer. Te ponen a hacer las tareas de los demás.
Y él tenía que transcribir casetes enteros, y se amanecía, porque le decían:
“Tienes que entregar al día siguiente”, y él lo hacía […]. Él me decía que
[hacer eso] era más o menos [ganarse el] derecho de piso, entrar ahí. Pero,
después, él decía: “De a poco me está llegando dinero, me está cayendo”, y
era que le daban dinero por hacer otro trabajo, por hacer algo más rápido,
por hacer una diligencia, digamos.
HP: ¿Algún cliente, alguna persona de afuera?
K: Sí, de afuera. Exacto. Y entonces él…, claro, estaba matándose al principio,
pero después ya estaba aprendiendo también, aprendiendo de todo ¿no?
HP: O sea, eran juzgados penales, supongo.
K: Sí, en un juzgado penal. Juzgado cautelar creo que era. En [juzgados]
cautelares creo que estaba trabajando y él se había metido ahí justamente
porque su hermano le había dicho que [ahí] era donde había “más entra-
da”; [juzgado] cautelar […], para que no te metan a la cárcel, porque es
Aprendiendo el oficio | 147

una opción, eso como una cautela meterte a la cárcel, para que respondas
al juicio. Claro que no te están juzgando todavía, recién se ha iniciado el
juicio. Y muchos tienen ese terror, me decía mi cuate […]. Incluso venden
sus casas, todo eso, sus autos o lo que tengan, cualquier cosa, todo eso para
no entrar a la cárcel, para no pisar [la cárcel], pues. Porque una vez que
entras a la cárcel puede ser que estés dormido ahí por un buen tiempo y
que el juicio ni siquiera empiece. Y entonces me dice [mi amigo:] “La gente
se desespera así”. Hay otras que son medidas sustitutivas donde tú puedes
dejar un monto de dinero y decir: “Me voy a presentar aquí, pero no me
metan a la cárcel”.
HP: ¿Como [una] fianza?
K: Claro, como fianza. Tú entras así, y la gente así conseguía dinero o
extorsionaba al fiscal para que, digamos, diga: “El delito no es tan grave,
que vayan a sus casas”. Entonces, metían ahí dinero […]. Mi amigo estaba
justamente en este juzgado cautelar donde su hermano le había dicho que
entra más dinero. Y entonces él ha sufrido todo esto porque él ha pensado
que más adelante sí iba a tener más entradas y réditos. Y justo después ha
venido y a mí me ha animado para ir. Yo he visto que al principio ha sufrido,
[se veía] todo arruinado, con los ojos rojos le veía, todo desalineado [sic],
por eso no me animaba […]. [Le decía:] “Te has hecho mandonear así”.
Y el otro me ha dicho: “No, pero así se aprende, pues. Al fin y al cabo yo
voy a tener plata y me voy a comprar el título, pues”, [aunque] eso más a
modo de chiste.
HP: ¿A modo de chiste?
K: Sí, a modo de chiste me decía. Y ese ha sido mi primer encuentro, de
querer entrar a un juzgado. Primero me di cuenta de que no me atraía que
[…] me exploten de esta manera. Y viendo que era también jodido, por no
entrar a la cárcel que un cuate venda su casa […].
HP: ¿Cómo?
K: Yo igual hubiera recibido, tal vez, ¿quién sabe?, el mismo dinero que se
recibía. Claro que más adelante, después, le ha resultado a él [a mi amigo]
lo que le había dicho su hermano abogado. Porque le he visto después de
un año ya, un poco gordito, ya me quería invitar: “Vamos a tomar unas
chelas [cervezas], unos combos […]. La cosa es que él me decía: “Ya me he
comprado mi terreno, ya me voy a comprar mi auto”. Y yo le dije: “¿Pero
cómo te ha entrado [dinero] si no te pagan del Ministerio [de Justicia]?”.
“La cosa es que vos, cuando ya aprendes a hacer, tú puedes instalar juicios”,
me ha dicho. Instalar las audiencias, todo eso, y por eso [se] cobra 700 dó-
lares, mil dólares. Y de eso nomás, de un mes basta que hagas uno de esos
148 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

[trámites] y ya tienes [dinero]. Aunque en lo demás estés así y el Ministerio


no te pague nada […].
HP: ¿Y todavía no se graduó?
K: No, hasta ahora no. Por eso he ido ahorita nomás, estaba con este trámite
de mi hija que su nombre quería corregir, y entonces he ido al serecí y me
lo he encontrado a él trabajando. Yo recuerdo que lo ha dejado [la carrera]
en segundo o tercer año. […] Y yo recuerdo que para hacer eso y entrar a
control legal tú tienes que tener título. Y él no tiene título. “¿Cómo has entra-
do?”, yo le he dicho. Y él me ha dicho: “Conociendo en el juzgado a gente”.
Así nomás ha entrado. Y ahora está trabajando en el juzgado, en el serecí.
HP: Y, ¿qué es el serecí?
K: Es el Servicio de Registro Cívico. Lo que tiene que ver con nacimiento,
defunción y matrimonio.
HP: ¿Y llegó hasta ahí sin título? Increíble…
K: Sin título, sí (2015).

El testimonio de K muestra, a través del ejemplo de su compañero


de estudios, que en algunos casos el capital social y las redes que se
tejen en la práctica en los juzgados son bastante más importantes que
la formalidad de un título de licenciatura. Esto se complementa con el
“derecho de piso” y el conocimiento que surge de la práctica laboral;
personas y conocimientos que, combinados, permiten el desarrollo
de una carrera exitosa.

El bufete
Uno de los entrevistados, formado con los jesuitas, estudió luego en
la Universidad Católica Boliviana (privada), donde, según dice, no
supo que hubiera prácticas de corrupción. Recién se enfrentó a esta
realidad en el juzgado. Al respecto, él cuenta que en su primera
visita al juzgado supo que tenía que pagarle el transporte al oficial
de diligencias para notificar al demandado de su cliente (entre diez
bolivianos si era una notificación normal y 50 bolivianos si era una
notificación para una firma grande de abogados). Además, debía
pagarle al supernumerario para que redactara en la máquina de
escribir. En la entrevista, resultó interesante observar la postura ética
del entrevistado. Para él, era lógico pagar a los oficiales de diligencia
y a los supernumerarios, pues, si no lo hacía, le obstaculizarían sus
Aprendiendo el oficio | 149

procesos y sus clientes no tendrían la posibilidad de ganar los casos;


además, en consecuencia, él no tendría la posibilidad de cobrar. Su
caso demuestra que, para sobrevivir en el mercado laboral, muchos
dejan que la ética ceda ante el pragmatismo:

HP: Y esas cosas, ese tipo de mañas, ¿uno las aprende con una lectura
atenta del código [penal] o uno las aprende de otro modo?
S1: Bueno, con la lectura atenta del código no. Porque el código es simple-
mente normativo, ¿no? Ahí son puras normas del deber ser, cómo se tiene
que hacer y punto. Se aprende… ¿dónde?, ¿a ver? […] Estaba viendo, por
ejemplo, que en las universidades privadas, por lo menos donde yo me he
educado, no he tenido yo contactos necesarios […] como para aprender
a ser maleante temprano. De hecho, como te digo, [la universidad] era
como [una] continuación del [colegio]. Entonces, salgo y…
HP: ¿[Egresas] idealista?
S1: Claro, un poco idealizando todo ¿no? Salgo y quiero ejercer, y no tengo
idea de qué es el juzgado […]. Y siempre hay un amigo que es más vivo
que vos, y ese amigo que es más vivo que vos [te dice:] “No, pero tienes
que pasarle unos pesos a este, le vas a hablar a este, es mi amigo, le vas a
decir ‘para la notificación’. Y en vez de darle diez pesos, vos le vas a dar
20, ¿no? Y te lo va a hacer más rápido”. Y [yo le decía:] “Ya, pero… ¿eso
no está mal?”. [Me contestaba:] “No. Si vos consideras que está mal, eres
un boludo, eres un bruto, porque la cosa es así y punto”. Hay una realidad
a la que no puedes negarte y si te tratas de negar no te va a salir bien la
cosa. Entonces, por ejemplo, alguna vez me tocó –ya ejerciendo hace años,
cuando estaba empezando a ejercer–, por ejemplo, vi a un doctor que buscó
justicia, ya ahí en el juzgado […]. Por ejemplo…, encargamos…, [en] el
juzgado que nos den una orden para congelar las cuentas de un deudor,
¿ya? Esa orden de juzgado es gratuita, se supone que la justicia es gratuita.
Pero el chiquito que redacta esa cosa, que hace cinco hojitas, digamos, y es
la orden que simplemente copia y pega lo que dice la sentencia, te cobra
cinco bolivianos por hoja. Entonces, hace 30 pesos […] y dice: “Doctor,
usted ya sabe cuánto es”. […] Y, entonces, llegó un doctor un día y dijo:
“Sí, yo sé que es gratuito”. [Y le respondieron:] “No…, que doctor…,
que no sé qué…, que no le voy a dar…, que no sé qué…”. [Entonces el
doctor dijo:] “¿Dónde está la doctora [la jueza]?”. Y le llamó a la jueza y
[le] dijo: “Doctora, me quieren cobrar 30 bolivianos por este oficio y no
corresponde, porque la justicia es gratuita. ¿Cierto o no cierto?”. “Cierto,
doctor”, dijo la jueza. Pero la juez que permite [estas irregularidades] está
[aceptando] este cobro de dinero, que sería menudeo, porque es muy po-
quito, pero es corrupción de todas maneras […]. [Este comportamiento]
150 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

se permite y está generalizado, y la jueza está consciente de que es ilegal.


Pero, entonces, [el doctor] le dijo: “Entonces, no me va a cobrar, ¿no ve?”.
[La jueza respondió:] “No, no, ¿cómo le vamos a cobrar? Usted, ¿de dón-
de saca que tiene que cobrarle?” […], pero eso estaba admitido. Se va el
doctor y yo veo que agarran […] su expediente y lo meten allá abajo […].
Entonces, ahí hay una barbaridad en eso […]. Dices, bueno, ¿la justicia es
gratuita o no es gratuita? Hay que pagarle para notificar, para hacer una
cosa, para hacer otra y eso es una situación de frente a frente, ni siquiera
es con las autoridades altas. Porque está el juez y el secretario, que son las
dos [posiciones] altas nombradas por [el] escalafón judicial […]. Son el
oficial de diligencias, los supernumerarios, todas estas personas que están
acá que no ganan plata, es cierto, porque están haciendo pasantía […].
Por ejemplo, los chicos supernumerarios están en la umsa o en la privada
y dicen: “Yo quiero hacer práctica profesional” y no les pagan ni un peso
[…], ni siquiera para transporte, para nada. Entonces, ellos suponen que
deben ganar plata así. Entonces, es como que buscan esa manera de ganar
plata. Pero el problema es que es tan irregular esto… que a veces uno cobra
30 pesos, otro cobra 60, otro cobra cinco, otro no te cobra. Es como que
no sabes dónde está [la norma], entonces no hay una regla específica […].
Entonces, yo digo [que] debería haber tal vez un manualcito pequeñito que
identifique actos de corrupción en el juzgado y que todos tengan ese librito
y que, entonces, [los afectados digan:] “Señor, usted está incurriendo en
este acto, en este otro”. Tal vez sería bueno eso […]. Podría ser con gráficos
para que toda la gente [entienda], porque mucha gente se deja engañar.
Porque nosotros los abogados entendemos la situación […], pero la gente
que no tiene plata para pagar un abogado que vaya a los procesos; [esa
gente] generalmente tiene un abogado al que le paga unos cuantos pesos,
que no está muy bien educado que digamos el doctor, pero que manda a su
cliente a hacer las cosas. Entonces, tú ves a señoras de pollera, por ejemplo,
tratando de hacer un trámite y el señor diciéndoles: “Me vas a tener que
pagar, esto, esto y esto. Dile a tu abogado lo que tienes que pagarme”,
pero la justicia es gratuita, y ella no entiende que está mal y simplemente
va y le da la plata […]. Entonces, mientras más ignorante es la persona,
más vulnerable es a estas cosas. Y hay gente, digamos […] de educación
muy baja, que tiene mucha plata […] y se aprovechan también de [ellos].
Entonces, en [derecho] penal eso también es grave. Por ejemplo, me tocó
tener una experiencia con derecho penal […] para cobrar un seguro de
vida. He tenido un caso donde muere un trabajador y me correspondía a
mí cobrar […] un seguro de vida que eran diez mil dólares. Para empezar
el trámite necesitaba un informe del forense que decía que el señor había
muerto por un asalto y no por borrachera, porque evidentemente él estaba
post [borrachera], estaba con resaca, con ch’aqui, con lo que sea. Pero no ha
Aprendiendo el oficio | 151

sido por eso que se ha muerto, sino que lo habían acuchillado. Entonces,
pido un informe de estos al fiscal en El Alto. Un fiscal de esos, ¿no?, y de
repente, como yo no podía ir porque yo trabajo aquí en el centro, mandé
a mi cliente y mi cliente va y me dice: “Necesitamos pagar mil dólares”.
El 10% de lo que iba a cobrar por [el] seguro de vida y con eso va a salir
[…]. Me ha sorprendido tremendamente. [Dije:] “¿Cómo?, ¡esto no debe
costar ni un peso!”. O sea, [bastaba con] escribir una carta contando lo
que ya se ha hecho y punto. Entonces, he ido directamente donde el fiscal
y [ante él] he denunciado a su supernumerario […], [a] su inferior. [Dije:]
“Señor fiscal, he escuchado que me quieren cobrar el 10% de lo que yo
voy a cobrar por [el] seguro de vida […], para que salga este informe. ¿Es
cierto?”. [Me respondió:] “Doctor, ¿usted me está…?, ¿qué me ha dicho?,
usted me está ofendiendo. Esto no puede ser así. ¿Quién ha sido, pues?”.
Claro, yo no quería hacerle problema para que no se trabe la cosa y nunca
cobre la plata [del seguro] la señora. Entonces, dije: “Nadie, debo haber
entendido mal yo”. Y me lo hicieron gratis. Es demasiado inmensa la
lesión, o sea, el 10% de lo que cobras porque tu marido se ha muerto. Le
vas a pagar a un policía esa plata. Y si no hubiera estado yo… porque esta
señora, con esa viveza criolla que yo creo que es ya una de las características
fundamentales de toda la corrupción en Bolivia, con esa viveza criolla, ya
había hablado ella con varios policías, antes de hablar con el juez, y con
el fiscal, y con ellos. Ya preguntó [ella] a un policía, a otro policía, a otro
policía: “¿Cómo hay que hacer?”. Y todos coincidieron en que hay que
pasar plata. ¿Cuánto será la plata? No sé. Cuando ella llega al juzgado, ya
sabe que es una cuestión de plata, pero no debería ser así (2015).

El mismo entrevistado, que se dedica al derecho constitucional


y civil, sostiene que nunca se dedicaría al derecho penal, pues eso
implicaría entrar en un terreno mucho más oscuro. En derecho penal,
si bien no existen las chicanerías propias del área civil, existe una
mayor exposición a las arbitrariedades del contacto con la Policía.
Un ejemplo de ello son las situaciones que se dan en la práctica de
los bufetes dedicados al derecho penal, como relata una entrevistada
acerca de sus tempranos contactos con las prácticas de abogados y
en los juzgados:
HP: Y, después de graduarte, ¿trabajaste?
E: Trabajé antes de graduarme y después de graduarme también trabajé. En
bufetes de abogados con área penal. Porque la especialización ya es [en] el
último año […]. Entonces, trabajé, por ejemplo, en un bufete de abogados
penalistas y este doctor trabajaba con estupefacientes [narcotraficantes].
152 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Entonces, ¡ucha!, [eso era] grave, terrible. Eso sí que es terrible. ¡Uy, uy,
uy…!, ¡terrible!
HP: ¿Y ahí era otro aprendizaje?
E: Ahí sí, como abogado […].
HP: Pero, en el bufete, ¿quién se encargaba [de enseñarte]?, ¿tu jefe? Te
decía: “Vas a tener que hacer esto…”.
E: Sí. Él te dice, te explica todo.
HP: ¿Explícitamente?
E: Sí, él te dice, te explica todo. […] El primer día que he entrado a trabajar
me ha dicho: “Quiero que me lo redactes este memorial, igualito que esto
haz”. Ya yo estaba escribiendo así y viene una persona y me dice: “Estoy
buscando al doctor…”. [Le respondí:] “Ah ya, espéreme un momentito.
Doctor lo están buscando”. [El doctor respondió:] “Pero, ¿quién?”. Y le
digo: “[Es] tal [persona]”. Y [él] me dice: “Cerrá esta puerta, cerrá esta
de ahí, cerrá todas las puertas…” […]. Yo [dije]: “¡Qué raro!, ¿por qué?,
¿cómo cierro la puerta de la oficina si siempre está abierta para que la gente
entre y consulte?”. [El doctor respondió:] “Cerrá la puerta y no atiendes a
nadie”. [Le dije:] “Ya, ya claro, doctor”. La cierro, todo bien, y me llama:
“Vos afuera, haz tu trabajo”. Pero [yo] escuchaba y [el doctor] le decía [a
esa persona]: “Mmm…, unos 30 va a ser, unos 40, 50 dame”, así decía.
[Yo] siempre le escuchaba esas charlas y [él] decía: “No, dame 50, dame
40, [dame] 30. Así. Y yo decía: “50 pesos, ya, este doctor es tan [carero],
cómo les va a cobrar 50 pesos, [ese cliente] debe ser su sobrino”, así. Pero
después ya me di cuenta, ya me enteré cuando fui a las reuniones y demás,
que eran 50 mil dólares, 40 mil dólares. Esa era la plata que esta persona
tenía que dar para corromper a todos en el juzgado. Narco…
HP: ¿Y él te explicaba cómo era el mecanismo?, ¿a quién había que co-
rromper?, ¿cómo era?
E: Sí, después él me llamaba y me decía: “Ven, vamos a hacer esto, ¿ya?”.
Este señor… los abogados son…, son tan egocéntricos, les encanta hablar
de ellos, [de] sus logros. Y él así [decía]: “No sabes…, le estoy defendiendo
y ¿sabes quién es este?, es un pobre narco, está en Santa Cruz, tiene su
avioneta, todo… Y ya he conocido yo, una casa bien linda. Un día ya vas a
ir a conocer, tiene hasta como un pequeño zoológico, tiene todo, lindas cosas
tiene, [pero] no sabes lo que le han hecho, no sabes. Después de 20 años [de
trabajar en el rubro], uno diría: ‘Ya, ya, sabe del negocio, ya sabe todo, ¿en
qué más le van a pescar?’, [pero] se hace pescar el idiota. ¿Por qué crees?
Por un culo y por unas tetas. Siempre metidas las mujeres”. ¡Ay! Esa era otra
cosa que odiaba [de ese trabajo]. [Decía el doctor:] “Y se ha hecho pescar el
Aprendiendo el oficio | 153

idiota en el hotel, y ahora: ‘¿Con cuántos kilos te has hecho pescar?’. ‘Con
30 kilos’. ‘Difícil, difícil, ningún juez te va a querer sacar, hay que pagar’. Y
ahora, ¿qué tenemos que hacer nosotros? Este nos va a pagar bien, nos va
a pagar todo. Siempre me paga. Entonces, ¿qué tenemos que hacer? Hay
que sacarlo. No puede estar adentro. Entonces hay que sacarlo y primero
yo voy a hacer el memorial y tú vas ir a dejarle [dinero] a tal persona, le vas
a dejar [el dinero] con este sobre aquí. Por si acaso [son] dos mil dólares, es
para el sorteo. Esta persona nos lo va a sortear [el caso] a uno de los juzgados
a donde están nuestros amigos. Entonces, a ellos ya es más fácil la llegada.
Hay que hacer una parrillada, por si acaso tienes que venir. Vamos a hacer
parrillada el sábado en mi casa, y nada, vamos a charlar”. Y las mayorías
de las veces yo [decía]: “¡Ay, doctor estoy bien enferma, no puedo ir, voy a
morir!”. [Risas.] Porque era bien enfermiza antes, mucho me resfriaba. Pero
me ha tocado ir dos veces y ¡qué feo!, horrible, terrible…
HP: ¿Por qué?
E: Y de paso esas veces yo he ido con mi buzo [pantalón deportivo], así
nomás. Y [el doctor me decía:] “¿Por qué no te has venido arreglada?, ¿qué
no ves que estos hombres te quieren ver?”. Así, y yo [pensaba:] “¡¿Qué?!”.
HP: ¿Y estos hombres eran los clientes?
E: Estos hombres eran los jueces. Invitaba a todos los del juzgado a una
parrillada, porque en la parrillada les tenía que pagar y hablar: “Tengo un
narco, este cojudo que lo conocen, pero va a repartir su riqueza entre todos,
así que ¡ya pues!, nos apoyaremos”. [Le respondían:] “Ya pues, aquí yo lo voy
a meter, ¿qué le pongo, cuánto me vas a dar?”; “¡Uta no, hermanito!… Cinco
días aunque sea lo meteré, hay que pagarles a los polis pa’ que lo cuiden,
sabes que en San Pedro ya se emputan con los narcos, les quieren pegar, los
violan, todo… Ahí, en San Pedro, los otros reos… Hay que meterlo. Cinco
días, cinco días le voy a meter. Lo vamos a estar sacando, pero que ya se
calme pues […]”. Por eso hay secciones en la cárcel está dividida, son como
zonas, es como una pequeña cuidad la cárcel. Y los narcos siempre tienen
que entrar a Chonchocorito, porque al otro lado, ¡uta! […] los empalan. A
los violadores igual. Todo eso se arreglaba en una parrillada, en una farra,
en una chupa, así, a todo dar.
HP: En la casa del…
E: Del abogado.
HP: ¿Del bufete?
E: [En la casa] del abogado. No en el bufete, en la casa del abogado.
HP: ¿Y [de] las farras, adónde iban?
154 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

E: ¿Cómo adónde iban?


HP: Digo, ¿iban al [table dance] Katanas o iban a una discoteca…?
E: Sí, pues. Claro. Definitivamente. Yo me iba, pero [ellos] sí se iban [a
esos lugares].
HP: ¿Tipo table dance?, ¿así?, ¿ese estilo?
E: Sí, definitivamente.
HP: ¿Y el segundo paso? Digamos que ya estaba hecha la primera parte.
¿Después de la parrillada cómo seguía?
E: […] A mí me mandaba y me decía: “Ya pues, haz esta audiencia con el
doctor […], llevas salteñitas, así te entras… Le hablas a […] la secretaria y
le hablas bien […], que te dé audiencia con el […] juez. Ese ratito que te
dé [la audiencia], le vas a dar este sobre y lo vas a guardar bien, que hay 60
mil dólares”. [Baja el volumen de la voz mientras cuenta esto.]
HP: ¿60 mil?
E: Dólares. […]
HP: ¿Y tenías que ir andando vos, caminando, con eso por el centro?
E: Ajá, bueno, era a la vuelta. Sí, así, así era. Y no pues, ahí yo ya lo odié.
Odié por completo [ese trabajo]. Dije: ¡Qué terrible!, ¡qué horrible!, ¡qué mal!
HP: ¿Y ahí era oral? ¿Todo [el derecho] penal era oral en esa época?
E: Sí. Era.
HP: Entonces, el oficial de diligencia ahí es distinto.
E: No, ahí no es tan importante. En el [derecho] civil sí. Ahí sí. No, en el
[derecho] penal no […] (2015).

Para la entrevistada, la experiencia del bufete fue tan fuerte que


abandonó la práctica. Pero, a diferencia de ella, son muchos los que
aprovechan oportunidades de ese tipo para aprender las formas de
“aceitar” (sobornar) las relaciones –desde el trato en los juzgados
hasta los tratos con la Policía–, las cuales parecen ser la clave para
tener una exitosa carrera en el oficio.
Entonces, el aprendizaje de las mañas –ya sea para acelerar el
proceso o para ralentizarlo– se da fuera de la currícula oficial de la
licenciatura en derecho, ya sea en las relaciones con algunos docentes
o en las prácticas profesionales en algunos juzgados o en bufetes. Por
Aprendiendo el oficio | 155

ello, las posibilidades de enfrentar la corrupción introduciendo en las


universidades públicas materias como ética y deontología –ya pre-
sentes en los planes de las universidades privadas católicas– parecen
poco útiles. Esto lleva a preguntarnos sobre las especificidades de las
prácticas ilegales dentro de la corporación judicial. Empero, ¿acaso
los abogados son una isla dentro de la sociedad boliviana? Sospecho
que comparten una serie de características con la cultura de la que
provienen. Esto, a su vez, nos lleva a pensar que la posibilidad de un
cambio al interior de la corporación judicial implica un cambio cultural
que podría tomar bastante más tiempo que un cambio normativo.

Epílogo: algunas sugerencias técnicas


En las entrevistas surgieron posibles soluciones, desde el punto de
vista de los abogados, para mejorar el sistema judicial. El abo-
gado penal S1 (2015) habló de las virtudes de haber introducido
la oralidad en los juicios penales, asumiendo que esto acelera los
procesos y evita maniobras chicaneras. Asimismo, comentó que en
Chile, cuando la audiencia concluye, se entrega a las partes un cd
con la grabación digital del audio de la audiencia. En Bolivia, en cambio,
las audiencias son grabadas y luego transcritas, lo cual –además
de ser un cuello de botella– abre la posibilidad de que lo dicho sea
modificado. En efecto, según este entrevistado, en algunas ocasio-
nes, las transcripciones no reflejan lo que realmente se dijo en las
audiencias y, luego, se aduce que las grabaciones originales fueron
eliminadas.
En Santa Cruz, los memoriales para todos los juzgados se hacen,
desde hace un tiempo, por ventanilla única, otorgando un código de
barras que permite hacer el seguimiento, así como tener una fecha
determinada de entrada. En La Paz, hubo resistencia a la aplica-
ción de tal medida, ocasionando que en cada juzgado haya 20 o
más personas, amontonadas, intentando entregar sus memoriales.
Esta descentralización, además, posibilita la alteración de la fecha
de entrega del memorial, modificación por la cual muchas perso-
nas están dispuestas a pagar, convirtiéndose esto en una fuente de
ingresos informal para ciertos integrantes del juzgado.
156 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

La entrevistada S3 (2015) sugirió utilizar una metodología gerencial


en los juzgados, como una forma para hacerlos más eficientes y evitar
la corrupción dentro de ellos. Ella mencionó una investigación que
demostró que los jueces en La Paz pasaban solo ocho horas de juicio
a la semana, es decir el 20% de su tiempo de trabajo, porcentaje
que podría ser muchísimo más alto si distintos jueces compartiesen
la infraestructura física y laboral. Según la entrevistada, la imple-
mentación de dicha metodología dificultaría, además, las prácticas
de corrupción que se dan cuando los empleados de un juzgado son
los mismos por largos periodos.
Por su parte, el entrevistado S1 (2015) recomendó que, al interior
del sistema de justicia, se impriman distribuyan manuales de divulgación
sobre los derechos y los deberes de los ciudadanos. Esto apuntaría a evitar
abusos y cobros indebidos, y se constituiría en un modo de empo-
deramiento de los potenciales usuarios del sistema.
El artículo 304 de la Constitución Política del Estado (2009)
reconoce el “Ejercicio de la jurisdicción indígena originaria campe-
sina para la aplicación de justicia y resolución de conflictos a través
de normas y procedimientos propios de acuerdo a la Constitución
y la ley”. Según una de las entrevistadas, queda, sin embargo,
un abanico de formas de resolución de conflictos, de manera no
judicializada, que sería imprescindible reconocer tanto para des-
congestionar la justicia como para democratizarla. Por tanto, ella
sugiere lo siguiente:
S3: La democratización de la justicia tiene que empezar por una escala
local, con una escala de reconocimiento de las formas de resolución de
conflictos que tiene la ciudadanía en Bolivia. Hay un desconocimiento de
todas esas formas de resolución de conflictos. Se reconoce la justicia indí-
gena originario campesina, pero no es la única. En las juntas de vecinos,
tienen secretarios de conflictos; en los sindicatos, tienen secretarios de
conflictos; […] en los clubes de madres, [tienen secretarias de conflictos].
Son mecanismos de gestión de [la] conflictividad que no están reconocidos
legalmente (2015).

Alison Spedding explica que el derecho de las personas a repre-


sentarse ellas mismas en un proceso judicial fue anulado en la Cons-
titución de 1938 y que, si bien en el nuevo Código Penal –que fue
implementado el 2000– existe, en teoría, la posibilidad de no necesitar
Aprendiendo el oficio | 157

la mediación de abogados, en la práctica, hasta para el más insigni-


ficante de los memoriales, se necesita la firma de un abogado –léase:
pagarle–. Por tanto, para los abogados, las cárceles son “bastante
rentables” (2008: 178 y 185). Parece clave, por consiguiente, comen-
zar a reglamentar acciones tendientes a romper el monopolio de los
abogados privados o de defensa pública, en tanto mediadores entre
la sociedad civil y el Estado.
159

Bibliografía

Estado Plurinacional de Bolivia


2009 Nueva Constitución Política del Estado.
Real Academia Española
2014 Diccionario de la lengua española (23.a ed.). En línea.
Spedding, Alison
2008 La segunda vez como farsa. La Paz: Mama Huaco.

Fuentes orales3
S1. Hijo de padres abogados. Estudió en una universidad
privada. Es abogado civilista y constitucionalista. 26 de
octubre de 2015.
S2. Hija de padre juez. Estudió en una universidad pública.
Egresó de la carrera en la década del noventa. Trabajó en
una ong de defensa pública. 29 de octubre de 2015.
S3. Investigadora y docente en una universidad privada. 17 de
diciembre de 2015.
E. Estudió en una universidad pública. 27 de octubre de 2015.
K. Estudió en una universidad pública. Aún no está habilitado
para trabajar. 29 de octubre de 2015.
I. Estudió en una universidad privada. Ejerce como abogado
penal y es docente en una universidad privada. 30 de octubre
de 2015.

3 Agradezco a las personas entrevistadas, quienes gentilmente compartieron su


tiempo y su conocimiento conmigo. Las entrevistas presentan casos concretos
y se debe aclarar que, en este trabajo, no se ha intentado generalizar los resul-
tados encontrados. Se protege el anonimato de las personas entrevistadas, pero
se da información de contexto sobre cada una de ellas.
161

Bajo la toga: un acercamiento al campo


de la abogacía en Bolivia

Miguel Ángel Foronda Calle

La vida del abogado está expuesta


permanentemente a tentaciones y flaquezas.
Bajo el puente de nuestra profesión pasan
todas las miserias del mundo.
Se dice, por ello, que la abogacía puede ser
la más noble de las profesiones
o el más vil de los oficios.
Eduardo Jean Couture

Introducción
En la historia reciente de Bolivia, han existido diversos intentos por
transformar su sistema de administración de justicia. Este tema es
introducido constantemente en la agenda pública, ya que se trata
de una de las principales funciones del Estado. En ese contexto,
según Ramiro Orías (2015: 18-36),1 destacan tres momentos de
transformación.
El primer ciclo estuvo comprendido entre 1992 y 2003. Su hito
inicial fue la suscripción del “Acuerdo Nacional para la Reforma y
Modernización del Estado”, en 1992, suscrito por los partidos políticos
con representación parlamentaria. Dicho acuerdo y la “estrategia de
modernización del Estado” incluían al entonces Poder Judicial. De

1 Para un análisis más detallado de las reformas al sistema judicial, véase: Orías
(2015), específicamente el acápite titulado “El itinerario de la reforma judicial
en Bolivia”. Asimismo, puede revisarse el trabajo de Pamela Delgadillo y Ro-
gelio Mayta (2015), particularmente el capítulo “La falta de memoria”.
162 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

esa manera, se reformó la Constitución Política del Estado de 1967,


reforma que entró en vigencia en 1994 y que –con relación al ámbito
judicial– creó un nuevo marco institucional con la incorporación del
Tribunal Constitucional y del Consejo de la Judicatura. Además, una
serie de reformas mediante diferentes normativas fueron aprobadas
(véase el anexo 1).
El segundo ciclo, comprendido entre 2003 y 2005, estuvo marcado
por diversas acciones de los tres poderes del Estado para construir
una política judicial que se sintetizó en la propuesta llamada “Justicia
para Todos: Consolidación Institucional del Sistema Judicial”, que
fue la base para la aprobación del Programa Nacional de Acceso
a la Justicia contenido en el Decreto Supremo Nº 28586, de 17 de
enero de 2006, y cuyo principal objetivo era generar una política de
acceso a la justicia para todos, pero particularmente para los “secto-
res vulnerables y excluidos de la sociedad”.2 En esa oportunidad, se
apostó, entre otras cosas, por la creación de mecanismos de resolución
alternativa de conflictos, como la conciliación, los Centros Integrados
de Justicia y la Justicia de Paz, mediante una reforma a la Ley de
Organización Judicial.
Finalmente, el tercer ciclo, comprendido entre 2006 y 2014,
tuvo como uno de sus principales hitos la aprobación de una nueva
Constitución Política del Estado, la cual, en lo que respecta al tema
de justicia, introdujo importantes reformas, entre ellas el diseño de
un modelo de Justicia Plural a través del reconocimiento de las juris-
dicciones ordinaria, agroambiental, constitucional e indígena origi-
nario campesina; y la inclusión del sufragio universal como nuevo
mecanismo de elección de las máximas autoridades de las primeras
tres jurisdicciones.3 Asimismo, a partir de la creación de este nuevo

2 Al respecto, Orías señala que el plan fue formulado en un contexto en el cual


existían barreras para el acceso a la justica. Estas eran: “(a) escasa cobertura
territorial de los juzgados, (b) la concentración de las instancias judiciales en las
capitales de departamento, (c) deficiente distribución territorial de los jueces,
(d) insatisfacción con la calidad de los servicios, (e) judicialización de los con-
flictos, (f) el ritualismo excesivo, (g) costos legales, (h) intermediación extensa
de los abogados y creación de redes de interés, (i) uso dominante del castellano
y discriminación a la población rural y migrante, (j) además de otras barreras
estructurales que hacen a la geografía y economía del país” (2015: 23 y 24).
3 Durante el 2011, se tuvo una primera experiencia del uso de este nuevo meca-
nismo de elección.
Bajo la toga | 163

escenario constitucional –y al igual que en el primer ciclo–, se produjo


una nueva generación de normas que buscaban implementar los con-
tenidos constitucionales (véase el anexo 2). Por otra parte, de manera
constante, se aprobaron diferentes instrumentos de planificación, de
los cuales destacan:4 el Plan Nacional de Desarrollo “Bolivia Digna,
Soberana, Productiva y Democrática para Vivir Bien” del año 2007,
que introdujo un pilar referido a la reforma de la justicia; el Plan
Nacional de Derechos Humanos 2009-2013 del año 2008, que tuvo
como uno de sus principales objetivos el acceso a la justicia, marco
bajo el cual el Ministerio de Justicia creó las Casas de Justicia; el Plan
Sectorial de Justicia Plural 2013-2025, presentado por el Ministerio
de Justicia el 2012, que propone seis pilares estratégicos: Recursos
Humanos, Desarrollo Normativo, Desconcentración Judicial, Infraes-
tructura Tecnológica, Recursos Económicos y Fortalecimiento de la
Justicia Indígena Originario Campesina; y la Agenda Patriótica del
Bicentenario 2025, aprobada el 2015, la cual, en su pilar número 11,
introduce el tema de justicia.5 Valdría destacar que, entre el 2012 y el
2013, las autoridades judiciales convocaron a cumbres judiciales en las
que surgió el requerimiento de incrementar el presupuesto asignado
al Órgano Judicial; empero, dicha solicitud no llegó a buen puerto.6
Hoy por hoy, se puede hablar de un nuevo ciclo de reformas judi-
ciales que podría tener como fecha de inicio el 6 de agosto de 2015,
cuando el presidente del Estado anunció oficialmente la convocatoria
para la “cumbre sobre la justicia” (Morales Ayma, 2015: 22). Dicho
evento fue convocado para inicios del mes junio de ese año bajo el

4 La aprobación de estos instrumentos de planificación, respectivamente, se hizo


mediante las siguientes normas: Decreto Supremo Nº 29272 de 12 de septiembre
de 2012, Decreto Supremo Nº 29851 de 10 de diciembre de 2008, documento
presentado por el Ministerio de Justicia y Ley Nº 650 de 15 de enero de 2015.
5 El pilar 11 de la Agenda Patriótica del Bicentenario 2025 se propone alcanzar:
“un sistema judicial transparente, sin burocracia, con ética y compromiso con
la verdad, con idoneidad, respeto y cumplimiento pleno de las leyes que garan-
tiza justicia en plenitud para todos y todas” (Morales Ayma, 2013: 11).
6 Sobre esto, Orías señala: “Este proceso fue desligitimado por el [Poder] Ejecu-
tivo, cuando la ministra de Justicia lo calificó como un ‘total fracaso’ y que sus
conclusiones constituían un pliego petitorio al erario nacional. Lo cierto es que
el encuentro no terminó en un plan de implementación o una agenda común
entre todos los órganos judiciales, ni recibió el apoyo político necesario para
poder avanzar en sus metas trazadas” (2015: 33 y 34).
164 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

nombre de “Cumbre Nacional de Justicia Plural” (La Razón, 2016).


No cabe duda de que dicha cumbre fue un nuevo escenario que dio
pie a un cuarto ciclo de reformas dentro de la historia contemporánea
boliviana.
Si uno observa la producción normativa que se generó a lo largo
de estos ciclos (véanse la tabla 1 y los anexos 1 y 2), se percatará de
que el tema de la abogacía, con excepción de la Ley del Ejercicio de la
Abogacía –aprobada en el tercer ciclo–, no ha sido parte de la agenda
de temas que son considerados fundamentales. Lo anterior puede
constatarse también cuando se revisa la bibliografía que, en general,
gira en torno a evaluaciones de desempeño del Órgano Judicial y
entidades vinculadas con él, descripción y análisis de normativas y
jurisprudencia, memorias institucionales y/o de eventos realizados,
propuestas de rediseño normativo y/u organizacional.7 Por lo visto,
esto tiende a mantenerse, como se observa en los trabajos de Herrera
(2013), Delgadillo y Mayta (2015) y Orías (2015).
Es probable que las reflexiones y el diseño de políticas a lo lar-
go de estos más de 20 años se hayan enfocado esencialmente en el
funcionamiento del Órgano Judicial, destacando aspectos orgánicos,
financieros, procesales y de recursos materiales y humanos, entre otros.
Lo cierto es que para comprender y atender la administración de
justicia, más aún si ella está en crisis, se requiere ampliar la mirada,
ya que se trata de ver no solamente el desempeño de una institución,
sino de todo un sistema. Corresponderá, entonces, referirse a un
sistema judicial o jurídico que, como se ilustra en el esquema 1, se
compone de tres dimensiones.

7 Esta afirmación está basada en el listado bibliográfico construido por Erna


Jungstein Rico, asistente de investigación asignada al proyecto, quien acudió
a revisar las bibliotecas de varias instituciones, entre ellas: el Ministerio de
Justicia, el Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa, la Fundación Kon-
rad Adenauer, la Cooperación Alemana, el Banco Mundial, la Facultad de
Derecho de la Universidad Mayor de San Andrés y la Universidad Católica
Boliviana “San Pablo” La Paz.
Bajo la toga | 165

Esquema 1: Estructura del sistema jurídico


Sistema jurídico

Sistema de normas Estructura institucional Cultura jurídica

Interna Externa

Abogados Ciudadanía en general


Fuente: Elaboración propia a partir de Roche (2007: 43).

A partir del esquema anterior, Roche8 explica que desde la estruc-


tura institucional se elaboran, interpretan y aplican las normas que
rigen al sistema jurídico (ibid.). Por otra parte, la cultura jurídica
es el conjunto de ideas, valores, expectativas, actitudes y creencias
de las personas que hacen uso de las normas y de las instituciones
referidas, y que pueden reproducirse tanto desde una esfera interna
–donde se encontrarían los profesionales en derecho, es decir, los
abogados– como desde una esfera externa –donde se encontraría la
población en general– (Binder, s. f. a: 7; Roche, 2007: 44). Como se
puede observar, hablar de un sistema jurídico y, en consecuencia, de
su posible crisis, debe contemplar una perspectiva tridimensional, lo
que en el caso boliviano no ha sido así. De ahí que se haya dejado
relegado –o cuanto menos reducido– el tratamiento de la cultura
jurídica, es decir, la mayoría de las políticas ha aminorado el rol de
actores fundamentales, como los abogados y la ciudadanía que no
tiene esa preparación profesional. Esta dejadez, a decir del profesor
Alberto Binder, es recurrente en las crisis judiciales:
Hasta tal punto llega esa disociación que suele ocurrir que son los mismos
abogados los peores críticos del funcionamiento del sistema judicial y legal,
como si ellos fueran simples espectadores y no actores centrales en la actua-
ción de la ley y los tribunales (s. f. b: 175).

8 El trabajo de Roche (2007), que se refiere a las reflexiones de Milton Friedman,


es un importante referente en estudios de enfoque sociojurídico.
166 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

En este orden de cosas, se puede afirmar que el tratamiento de


la cultura jurídica es un vacío que debe ser subsanado, más aún en el
inicio de un nuevo ciclo reformista. Esta necesidad, particularmente
en lo que hace a los abogados, si bien no ha sido tratada, ha sido
alertada por Delgadillo y Mayta (2015: 28-30), como también por un
estudio del Ministerio de la Presidencia (2015: 5-7), el cual identifica
como un problema crítico de la justicia la “pervivencia de una matriz
colonial”, donde, entre otros aspectos, se requiere observar el rol del
abogado, ya que esta, muchas veces, es una profesión considerada
como una “forma de ascenso social”, olvidando los otros alcances
que pudiera tener.
En ese contexto, el interés del presente escrito es acercarse a la
cultura jurídica interna boliviana. Es decir que el objeto, mejor dicho
el sujeto, del estudio propuesto es el abogado. Por tal razón, el título
hace referencia a la toga9 como símbolo de estatus, solemnidad y
ceremonialidad de estos profesionales, la que, en este tiempo, es ase-
mejada con el terno o el traje formal que, para muchos, como para
una de las personas entrevistadas (M. S., 2015) es considerado como
el “overol del abogado”. Ahora bien, es necesario precisar el espacio
de desempeño sobre el cual se trabajará, habida cuenta de que el
abogado puede desenvolverse en diferentes ámbitos, principalmente
en: el Estado, el ejercicio libre de la profesión, el sector privado y la
academia y/o los espacios de investigación. De estos últimos, el Cen-
tro de Investigaciones Sociales (cis) de la Vicepresidencia del Estado
Plurinacional de Bolivia ha manifestado su interés por enfocarse en los
abogados que se encuentran en el ejercicio libre de la profesión, por
lo que en las páginas que siguen se hará referencia específica a ellos.
Ahora bien, existen diferentes enfoques bajo los cuales se puede
abordar al sujeto de estudio propuesto. En este caso, se ha considerado
pertinente partir de la noción de “campo”, que puede ser entendida
como el escenario –no necesariamente físico– donde se generan
relaciones entre actores que disputan el ejercicio de un poder. En el
caso de los abogados, Pierre Bourdieu habla de un “campo jurídico”

9 La toga es “el traje exterior de ceremonia que llevan en los países europeos
[…] los magistrados, jueces, fiscales, abogados y algunos auxiliares de la Justi-
cia en los actos judiciales; especialmente en las vistas o audiencias” (Cabane-
llas, 2008, t. viii: 119).
Bajo la toga | 167

en el que dicho poder o capital se identifica en el hecho de “decir el


derecho” (2000: 169). El campo jurídico, entonces, es el espacio donde
se ejerce el derecho (las normas), teniendo como principales actores a
los abogados, quienes se disputan espacios para interpretarlo. Claro
está que con carácter previo habrá que considerar los requisitos que
se exigen para el ejercicio de la abogacía y ello, por lo general, se
traduce en la obtención de un título académico.
En ese marco, la pregunta que orienta este estudio es: ¿Cómo
se caracteriza el campo de la abogacía en Bolivia en el marco del
ejercicio libre de la profesión? Con el fin de responderla, se ha visto
por conveniente adoptar el esquema de análisis propuesto por Cecilia
Flachsland (2003: 49-51) sobre la base de la interpretación de los tra-
bajos de Bourdieu. Dicho esquema se compone de tres elementos y
es desarrollado como se muestra a continuación (véase el esquema 2):
Esquema 2: Esquema de análisis y contenidos del estudio

Campo

Establecer la posición que Establecer la posición del campo


ocupan los agentes dentro Analizar los habitus
en relación con el campo
del campo de los agentes
de poder

La abogacía en Bolivia La abogacía como La cultura jurídica dentro


fuente de poder del ejercicio libre de la
profesión

Fuente: Elaboración propia a partir de Flachsland (2003).

Los tres componentes anteriores se constituyen en los objetivos


específicos de este trabajo. En primer lugar, se busca “establecer la
posición que ocupan los agentes dentro del campo”; para ello, se
indagó acerca de cómo se desarrolló la abogacía en Bolivia y cómo
se posiciona hoy en día. En segundo lugar, se pretende “establecer la
posición del campo en relación con el campo de poder”, para lo cual
se identificaron las prácticas que determinan que la profesión jurídica
se constituya en una fuente de poder. Finalmente, se busca “analizar
168 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

los habitus de los abogados”, asimilando la noción de habitus con la de


cultura jurídica y entendiéndola como “el conjunto de modos de ver,
sentir y actuar que, aunque parezcan naturales, son sociales” (ibid.: 53).
Respecto a la estrategia metodológica adoptada en la elaboración
de este documento, es preciso señalar que se desarrolló entre septiembre
de 2015 y abril de 2016, considerando las siguientes etapas:
‑‑ Primera etapa: revisión de materiales bibliográficos, hemero-
gráficos y normativos.
‑‑ Segunda etapa: recolección, revisión y procesamiento de
información primaria proveniente de la base de datos del
Registro Público de Abogados y del Consejo de la Magistratura.
‑‑ Tercera etapa: realización de 14 entrevistas a abogados
en las ciudades capitales de los departamentos de La Paz
y Oruro,10 según un cuestionario elaborado previamente
(véase el anexo 3). En todos los casos, previo consentimien-
to del entrevistado, las conversaciones fueron grabadas. En
cuanto a los criterios de selección de los entrevistados, se tuvie-
ron en cuenta los siguientes: género, edad, años de trayecto-
ria profesional y procedencia de distintas casas superiores de
estudio (públicas y privadas). De esa manera, se quiso garanti-
zar el acceso a información representativa. Nótese que varias
de las personas entrevistadas solicitaron mantener su nombre
en reserva, lo que al final se generalizó a todas las entrevistas,
por un acuerdo entre el equipo de investigación y los repre-
sentantes del cis.
‑‑ Cuarta etapa: transcripción de entrevistas, tarea que fue
realizada junto con cuatro asistentes. En el proceso, dadas las
reservas solicitadas y con el fin de diferenciar cada entrevista,
se asignó a cada entrevistado una abreviatura, la misma que
es utilizada a lo largo texto.
‑‑ Quinta etapa: redacción de la versión preliminar y final del
estudio. Para ello, el 24 de febrero de 2016 se realizó un

10 A pesar de haber existido el deseo de extender este trabajo a otros departa-


mentos, temas de recursos y de tiempo no lo permitieron.
Bajo la toga | 169

conversatorio en ambientes de la Vicepresidencia, al cual


asistieron investigadores y abogados, quienes expresaron sus
opiniones respecto a la versión preliminar. Hay que hacer notar
que durante la redacción se tomó como premisa el uso –dada
la existencia de las transcripciones– de citas textuales de lo
dicho por los entrevistados, rescatando así su voz directa.
Por último, es importante que el lector tenga en cuenta que este
documento no busca ser una apología ni un ataque a la abogacía.
Lo que pretende es retratar una realidad para que, a partir de ella, se
pueda reflexionar en líneas de política pública. Ciertamente, algunos
aspectos no agradarán a todos, pero téngase en cuenta que estos fueron
rescatados de los propios abogados. Por otra parte, es central dejar
constancia de la necesidad de pensar en futuros estudios que observen
otros espacios, como el Estado, el sector privado y la academia, y/o
los espacios de investigación, así como a la ciudadanía que acude a
los servicios jurídicos.

La abogacía en Bolivia: entre el privilegio y el estigma


La abogacía en el imaginario social
Cuando se irrumpe en el ámbito de desempeño de los abogados,
ya sea por accidente o premeditadamente, se advierte que, general-
mente, se los llama “doctor”, “doctorcito” o “doctorita”.11 El uso de
este apelativo probablemente tenga su antecedente más remoto en
1681, cuando se fundó la Facultad de Cánones o Derecho como par-
te de la Universidad Mayor Real y Pontificia San Francisco Xavier
de Chuquisaca, la cual otorgaba títulos de bachiller, licenciado,
maestro y doctor (Mesa, Gisbert y Mesa Gisbert, 2007: 151). Habrá
que puntualizar que en esa casa de estudios existió gran presencia

11 En el trabajo de campo, algunos abogados manifestaron que el uso del dimi-


nutivo (“doctorcito” o “doctorita”) es bien recibido cuando es empleado por
sus clientes, ya que estaría denotando confianza y estima. Sin embargo, la
situación cambia cuando el diminutivo es utilizado entre colegas, puesto que
muchos consideran que es utilizado como una forma de minimizar la capa-
cidad profesional respecto a quien utiliza el apelativo; incluso las abogadas
consideran como una forma de acoso o de falta de respeto cuando el término
es empleado por varones.
170 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

de doctores en derecho que impartían enseñanza a los estudiantes


(Arnade, s. f.: 16) en asignaturas como los sagrados cánones, las ins-
titutas del emperador Justiniano y las leyes españolas –donde eran
preferidas las de Castilla y las de Indias (Roca, 1998: 153)–. Es en ese
contexto que la Universidad de Chuquisaca fue cobrando protago-
nismo en la formación de juristas. Más tarde, muchos de ellos fueron
promotores de la ideología emancipadora del siglo xix (Mesa, Gis-
bert y Mesa Gisbert, 2007; y Roca, 1998).
A partir de los antecedentes descritos, la etiqueta de “doctores”
para referirse a los abogados se fue quedando en el imaginario boli-
viano y también en el de muchos países latinoamericanos. Entonces,
teniendo en cuenta tales antecedentes, se puede decir que el apela-
tivo de “doctor” es una herencia histórica y, hoy en día, su uso no
necesariamente tiene que ver con los títulos que actualmente otor-
gan los sistemas educativos (E. B., 2015). No obstante, existen otras
justificaciones que también intentan sostener el título de “doctor”.
Por ejemplo, en su entrevista, M. S. apuntaba lo siguiente: “Hay una
definición de un filósofo que señala que abogado es el médico social
y por eso mismo viene el denominativo de doctor y no así licenciado.
[…] Realmente esa es la función de un abogado, es el médico social”
(2015). Pero, más allá de las etiquetas, es interesante observar a lo
largo de la historia de Bolivia cómo la sociedad tiene una concepción
ambivalente de los abogados, que oscila entre entender la abogacía
como una profesión privilegiada o como una profesión estigmatizada.
En cuanto a los privilegios, saltan a la vista los tratos “solemnes”
que el abogado recibe en espacios como los juzgados (Órgano Judicial)
y, en menor medida, en otros ámbitos de la administración pública
(Órganos Ejecutivo, Electoral y Legislativo, entre otros). En esta misma
línea, convendría hacer notar, por ejemplo, el rol protagónico que
estos profesionales han tenido en espacios de decisión política, como
los cargos de presidente (véase el anexo 4) y de ministros de Estado
(véase el anexo 5). Al respecto, conviene resaltar la opinión de A. Z.,
quien señalaba:
[…] acudiendo a la historia, vemos que la mayoría de los gobernantes eran
abogados, pretendían ser abogados o tenían que ver algo con la abogacía.
[…] En consecuencia, [los abogados] eran los autorizados para ejercer la
Bajo la toga | 171

función pública, los mejores autorizados, podríamos decir, para el ejercicio


de la función pública. Hoy la cosa es completamente diferente, pero ha
quedado esta creencia de que el abogado es el principal autorizado para el
ejercicio de la función pública (2015).
Del testimonio anterior se infiere que hay ciclos en los cuales la
presencia y el protagonismo del abogado cobran más fuerza. Pero,
sin lugar a dudas, no se puede negar que su presencia en el aparato
estatal está garantizada no solo en el Órgano Judicial, sino también
en diferentes reparticiones de asesoría.
Del otro lado, existe una estigmatización de la abogacía que
muestra una idea contraria a la descrita anteriormente. Para ilustrar
este aspecto, se puede mencionar a Freddy Zárate (2016), quien en un
artículo publicado el 2016 en el diario El Potosí destaca algunos ejemplos
de esos estigmas: Alcides Arguedas, en Pueblo enfermo (1909), se refería
de la siguiente manera a estos profesionales: “El abogado incita al
pleito por cualquier cosa, por nada, por una rozadura de vestido, por
una mala mirada […]. El demandante empujado por los abogados se
apresura a llevar a los tribunales la solución de una contienda que se
hace eterna”; Juan Francisco Bedregal, en La máscara de estuco (1924),
señalaba: “El abogado con la mayor frescura y sinceridad considera
las leyes y sus credenciales, como un predio al que está obligado a
sacarle el rendimiento máximo en beneficio suyo”; y Enrique Finot,
en El cholo Portales (1926), mencionaba: “La profesión de abogado no
es por lo general sino el medio fácil de escalar una situación política
o de obtener el desahogo económico al amparo de las ventajas que
ofrece para abusar de la ignorancia de la plebe, explotar a la pobre
raza indígena y embaucar a incautos”. A este panorama, propio de
inicios del siglo xx, se puede sumar el hecho folklórico de la creación
de la danza de los “doctorcitos”. Esta nació en la primera mitad del
siglo xx, cuando gobernaba el partido liberal, y es una “sátira” a
los profesionales de este campo, a quienes se denominaba leguleyos
o “wayra levas (cola de frac al viento)” (unesco, Viceministerio de
Desarrollo de Culturas y acfo, s. f.: 70).
Hoy, siglo xxi, esta percepción negativa, lejos de desaparecer, se
ha profundizado. Por ejemplo, H. R., refiriéndose a los jurisconsultos,
señala que: “[al abogado, las personas] no lo quieren ni de vecino”
172 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

(2015). Lo cierto es que esta situación ha propiciado desde bromas


pesadas hasta la utilización de apelativos denigrantes. Los entrevistados
mencionaban algunos de ellos: “mañudos”, “los que sacan plata”,
“tinterillos”, “abogangsters”, “personajes con antifaz”, “corruptos”,
“parásitos que viven de la desgracia ajena”, “desgraciados”. Como
puede verse, ayer y hoy, gran parte de estos calificativos están relacio-
nados con actividades negativas que incluso se vinculan con delitos.
Esta relación, a decir de A. Z., podría ser entendida bajo la siguiente
argumentación:
La sociedad ha espectado [sic] desde tiempos legendarios, y cada vez peor,
que los abogados no tienen una línea divisoria, clara y definida respecto de
la delincuencia y el ejercicio profesional […]. Considero que la sociedad
tiene un criterio de que los abogados lo que hacemos es aprovechar el dinero
de los litigantes, quedándonos con grandes porcentajes de la cuantías que
litigan. Tampoco es injusta esta circunstancia porque se ven casos en los
que la mayoría de los abogados cobran y no hacen el trabajo, de modo que
cuando tienen que cambiar de abogado tienen que empezar de cero, de
modo que la gente compromete gran parte de su patrimonio para defender
una circunstancia a la que se ha visto obligada a someterse: un litigo en el
ámbito judicial (2015).

La regulación de la profesión
Otro aspecto fundamental de esta caracterización es el marco
normativo para el ejercicio de la abogacía; su importancia radicaría
en el hecho de que en él se delimitan los alcances de la profesión.
En este orden de cosas, habrá que apuntar que el interés del Estado
por normar la profesión del abogado encuentra su hito fundamental
el año 1938 con la aprobación, mediante decreto supremo, del
Estatuto Orgánico para el Ejercicio de la Abogacía. A partir de ello,
se produjo una serie de normas de las cuales, en la tabla 1, se rescatan
las fundamentales. A partir de tales normas, es posible analizar la
evolución del marco regulatorio de la abogacía, de donde podrían
emerger diversos temas de estudio. Sin embargo, como se explicó
en la introducción, ese no es el objetivo de este trabajo, pero se deja
constancia de la necesidad de profundizar esa veta de investigación.
Bajo la toga | 173

Tabla 1: Principales normas que regulan la abogacía en Bolivia, siglos xx y xxi

Fecha de
Nº Nombre de la norma Tipo de norma Gobierno
emisión
Estatuto Orgánico para el Ejercicio de Decreto Supremo (sin Germán
1 18/01/1938
la Abogacía número consignado) Busch
Se eleva a rango de ley el Estatuto
Ley (sin número Enrique
2 Orgánico para el Ejercicio de la 08/12/1941
consignado) Peñaranda
Abogacía.
Código de Ética Profesional para el Decreto Supremo
3 09/04/1974 Hugo Banzer
Ejercicio de la Abogacía Nº 11788
Matriculación Obligatoria al Colegio Decreto Supremo
4 12/09/1974 Hugo Banzer
de Abogados Nº 11782
Decreto de Ley
5 Ley de la Abogacía 19/07/1979 David Padilla
Nº 16793
Se establece que las oficinas de
recepción de causas de las cortes
superiores de distrito, juzgados
Decreto Supremo
6 laborales, juzgados agrarios y 17/10/1983 Hernán Siles
Nº 19845
oficinas de la administración pública
exigirán el sello del Colegio de
Abogados del distrito en el memorial.
Código de Ética Profesional para el Decreto Supremo
7 19/01/2001 Hugo Banzer
Ejercicio de la Abogacía Nº 26052
Modificación al Código de Ética
Decreto Supremo
8 Profesional para el Ejercicio de la 23/02/2001 Hugo Banzer
Nº 26084
Abogacía.
Se regulan los cobros que realizan
los Colegios Departamentales
de Abogados de los nueve
distritos judiciales por concepto
de obligaciones ordinarias y Decreto Supremo
9 12/11/2008 Evo Morales
extraordinarias. Nº 29783
Se recupera la función social de
los Colegios Departamentales de
Abogados en la concepción de
gratuidad de la justicia.
Se promueve el ejercicio libre de la Decreto Supremo
10 29/04/2009 Evo Morales
actividad profesional del abogado. Nº 0100
11 Ley del Ejercicio de la Abogacía Ley Nº 387 09/07/2013 Evo Morales
Reglamento a la Ley del Ejercicio de Decreto Supremo
12 09/10/2013 Evo Morales
la Abogacía Nº 1760
Fuente: Elaboración propia a partir del archivo de la Gaceta Oficial de Bolivia.
174 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

¿Quién es el abogado?: esbozo de la concepción de la


profesión

La concepción desde el marco normativo


Para comprender cómo la norma concibe la profesión del abogado,
es necesario referirse a la definición y a los requisitos establecidos
para el ejercicio profesional. En ese orden de cosas, se identificó que
dichos requisitos fueron regulados, fundamentalmente, en el Estatu-
to Orgánico para el Ejercicio de la Abogacía, la Ley de la Abogacía
y la Ley del Ejercicio de la Abogacía.
Respecto a la definición de la profesión, se advierte que el Estatuto
Orgánico se limita a establecer que abogado es aquel que obtiene el
Título en Provisión Nacional; por lo demás, se exigía el cumplimiento
de los requisitos señalados en diferentes artículos de la norma (art. 1).
La Ley de la Abogacía, por su parte, deja el tema del título para los
requisitos y se centra en hacer una caracterización de la profesión,
indicando que el abogado cumple una “función social al servicio del
Derecho y la Justicia”, cuyo ejercicio “es una función pública, pero de
desempeño particular” (art. 1). Finalmente, la Ley del Ejercicio de la
Abogacía ratifica la caracterización hecha por la Ley de la Abogacía
y la amplía, señalando que el abogado es el profesional que aplica la
ciencia técnica jurídica, el que presta servicio a la sociedad en interés
público y el profesional cuyo trabajo es asesorar y defender derechos
e intereses tanto públicos como privados (art. 5). En suma, respecto
a la definición, se puede sostener que la normativa evolucionó pre-
cisando lo que implica ser abogado, enfatizando que se trata de una
profesión de función social que presta servicios y que puede vincularse
con intereses públicos y privados. Así, pues, el abogado tiene un gran
ámbito de acción.
En lo que hace a los requisitos, se ha constatado que el Estatuto
Orgánico y la Ley de la Abogacía introducen dos catálogos distintos:
uno referido a los requisitos para ser abogado y otro a los requisitos
para ejercer la profesión. Esta distinción parece no tener mucho
sentido, puesto que se entiende que uno es abogado para ejercer
dicho oficio. Hubiese sido más adecuado tener un único catálogo,
como lo hace la Ley del Ejercicio de la Abogacía. En todo caso,
tanto el Estatuto Orgánico como la citada ley establecen similares
Bajo la toga | 175

requisitos para ser abogado: ser mayor de edad, haber aprobado


la carrera conforme las disposiciones universitarias y prestar jura-
mento. De todos estos, valdría la pena resaltar el juramento, que es
el que más carga simbólica tenía: se producía de manera individual
(Ley de la Abogacía, art. 7) en un ambiente de solemnidad, por lo
general en las entonces Cortes Superiores de Justicia, que eran las
máximas instancias a nivel departamental. Uno de los entrevistados
recuerda este momento de la siguiente manera: “Tras inscribirte en
el Colegio de Abogados se hacía el juramento, que era tomado por
un miembro de la entonces Corte Superior; era un acto solemne, ya
que tras el juramento te comenzaban a tratar como ‘colega’” (F. F.,
2015). Como puede apreciarse, el juramento representaba una suerte
de posicionamiento de estatus de “colega”, de “doctor”. La actual
Ley del Ejercicio de la Abogacía eliminó este requisito. Sin embargo,
aún se hace un juramento colectivo cuando el Ministerio de Justicia
realiza la entrega de las credenciales profesionales.
Para explicar los requisitos, se ha elaborado la tabla 2, mostrándo-
los en perspectiva comparada. Uno de los aspectos que destaca y que
fue incorporado en el Estatuto Orgánico y en la Ley de la Abogacía
es el requisito de la matriculación en los respectivos Colegios Depar-
tamentales. Con ello, se otorgó un rol protagónico y de dependencia a
esas instancias; es decir que quien quería ejercer necesariamente tenía
que inscribirse a ellas. La Ley de la Abogacía incluso era más radical,
puesto que establecía que además de estar matriculado no deberían
existir deudas con el respectivo Colegio; asimismo, la posibilidad de
ejercicio también dependía de que no existiera una suspensión por
el Tribunal de Honor. Por otra parte, esta ley introducía el requisito
de prácticas en el juzgado, como procurador, o en la administración
pública. Lamentablemente, este último aspecto desapareció en la Ley
del Ejercicio de la Abogacía vigente.
176 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Tabla 2: Requisitos para el ejercicio de la abogacía en la normativa boliviana

Estatuto Orgánico para el Ejercicio Ley de la Abogacía Ley del Ejercicio de la Abogacía
de la Abogacía (arts. 2 y 10) (arts. 2 y 6) (art. 6)
‑‑ No se puede actuar como ‑‑ Nadie puede actuar como ‑‑ Título profesional de
defensor, patrocinando defensor o patrocinante, abogado.
causas civiles o en procesos judiciales ‑‑ Registro y matriculación en
administrativas, sin tener administrativos y otros el Ministerio de Justicia.
el título de Abogado. trámites, sin ser abogado en
‑‑ Someterse al control del
Los tribunales, jueces y ejercicio. Ninguna minuta,
ejercicio profesional a
autoridades en general, solicitud o informe legal será
través del Ministerio de
bajo su responsabilidad, no admitido por las autoridades,
Justicia o de los Colegios de
darán curso a peticiones, sean estas judiciales,
Abogados.
solicitudes, minutas, etc., que administrativas, municipales,
no tengan firma de letrado. militares ni eclesiásticas,
‑‑ Hallarse inscrito en la sin la firma de un abogado
Matrícula del Colegio patrocinante en ejercicio;
de Abogados del asimismo, no admitirán en
correspondiente Distrito audiencia la intervención de
Judicial. personas que no ejerzan la
abogacía.
‑‑ Encontrarse en el ejercicio de
los derechos civiles. ‑‑ Ser ciudadano boliviano.
‑‑ Tener oficina establecida cuyo ‑‑ Estar en ejercicio de sus
domicilio está registrado derechos civiles y políticos.
en el Colegio de Abogados. ‑‑ No estar subjudice como
Varios abogados pueden consecuencia de auto de
tener un mismo despacho. procesamiento ejecutoriado,
‑‑ No hallarse impedido o por hechos sancionados
suspenso por alguna de las con privación de libertad o
causas prescritas por la ley inhabilitación profesional.
o señaladas en el presente ‑‑ No estar suspendido por
Decreto. Resolución del Tribunal
‑‑ Tener pagados al día los de Honor de un Colegio
impuestos sobre la renta, las de Abogados o haberse
patentes municipales y haber cancelado matrícula.
cumplido con los deberes ‑‑ Estar matriculado y tener
cívicos. sus obligaciones pecuniarias
pagadas conforme a sus
estatutos en el Colegio de
Abogados de su distrito.
Continúa en la siguiente página
Bajo la toga | 177

Estatuto Orgánico para el Ejercicio Ley de la Abogacía Ley del Ejercicio de la Abogacía
de la Abogacía (arts. 2 y 10) (arts. 2 y 6) (art. 6)
‑‑ Acreditar por certificaciones
del Secretario de Cámara,
Secretario General del
Colegio de Abogados y de
los abogados con los que
trabajó, haber ejercido la
procuraduría por dos años
consecutivos conforme al
Estatuto de Procuradores,
o del desempeño de cargos
subalternos en los juzgados
u oficinas jurídicas de la
administración pública.
Fuente: Elaboración propia a partir del archivo de la Gaceta Oficial de Bolivia.

La Ley del Ejercicio de la Abogacía, a diferencia del Estatuto


Orgánico y de la Ley de la Abogacía, simplifica los requisitos a tres:
el primero, que desplazó a los Colegios de Abogados, está referido
a contar con una matriculación otorgada por el Estado, a través del
Ministerio de Justicia, mediante el Registro Público de Abogados (rpa);
el segundo, que también fue exigido en las normas precedentes, es el
de la titulación; y, finalmente, el tercero establece un sometimiento
al “control profesional” del Ministerio de Justica o los Colegios de
Abogados.

La concepción de la profesión desde los propios abogados


La mayoría de los entrevistados coinciden en que su trabajo gira en
torno al conflicto entre personas. El conflicto, entonces, se consti-
tuiría en la materia prima sobre la cual el abogado trabaja, ya sea
para resolverlo o para evitarlo. Así, esta profesión, “sin sociedad, sin
conflictos y sin resolver los conflictos, no tendría razón de existir”
(M. V., 2015). En suma, la abogacía presta un servicio abocado a la
resolución o a la prevención de conflictos entre las personas.
Pero, ¿cuál es la naturaleza de este oficio? Es decir, ¿qué rasgos
deben caracterizar a los servicios ofrecidos? En este aspecto, no existen
opiniones uniformes, puesto que algunos piensan que debe existir
una vocación de servicio antes que una de lucro. La siguiente es la
178 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

opinión de E. B., quien reflexiona respecto a aquellos que quieren


estudiar Derecho:
Si quiere realmente tener un crecimiento económico importante, yo le
aconsejaría que no estudie abogacía […]. Entonces, [para obtener grandes
ganancias] tiene que estudiar una profesión que le va a contribuir en ese
logro. Que estudie administración de empresas, creación de empresas, todas
esas ramas vinculadas, y [que] se dedique a generar una actividad que va a
ser evidentemente lucrativa (2015).

Contrariamente a esa percepción, en el trabajo de campo se


observó la existencia de abogados quienes, mediante sus acciones,
muestran que la prioridad, antes que el servicio, es generar ingresos,
aun a costa del cliente. Obviamente, dada la negativa imagen que
esto supone, son pocas las personas que declaran abiertamente tal
tendencia. Este es el rasgo fundamental de lo que más adelante se
denominará como “abogados saca plata”.
Otro aspecto fundamental es si el servicio ofrecido por los juristas
debe ser irrestricto, es decir, sin limitaciones respecto a las personas
a quienes puedan atender. Claramente, la Ley del Ejercicio de la
Abogacía señala que el abogado tiene derecho a “Aceptar o rechazar
los asuntos sobre los que se solicite su patrocinio, salvo en los casos de
designación de abogada o abogado de oficio” (art. 8, núm. 7). Pero,
¿qué motivos podrían llevar a un abogado a rechazar la prestación de
sus servicios? Sin lugar a dudas, pueden existir muchos, pero valdría
la pena referirse a un caso muy relevante, como el que se presenta
cuando una persona es acusada de haber cumplido un delito que
tiene relevancia social y que, en consecuencia, es condenado por gran
parte de las sociedad. En este tipo de circunstancias: ¿qué debería
hacer el abogado?, ¿rechazar el caso por cuidar su prestigio?, ¿acaso
el acusado no merece asesoramiento jurídico?, ¿debe ser condenado
directamente por sus acciones? Existen diferentes criterios al respecto.
Uno de ellos es de J. P., quien considera que el abogado es:
[…] un defensor de las pretensiones que quiere la persona, qué es lo que
pretende, demandando o defendiéndose de una demanda, de una querella
o de una acusación. El abogado es un defensor de una persona que incluso
haya cometido el peor delito (2015).

Esta respuesta puede ser controversial. La postura de J. P. clara-


mente muestra que la condena social no debería generar la negación
Bajo la toga | 179

del servicio jurídico. Sin embargo, muchas veces, la sociedad, además


de condenar al presunto autor de un hecho delictuoso, acaba conde-
nando también a su abogado. Esto es algo que se pudo advertir afuera
del edificio del Tribunal Departamental de Justicia de Oruro, cuando
una transeúnte, seguramente parte de algún proceso, gritaba a un
abogado que salía: “¡Defensor de criminales! ¡¿No le da vergüenza?!”.

Abogados en el territorio boliviano


Para realizar una conexión con la realidad del mundo jurídico
actual, la pregunta podría ser: ¿cuántos abogados existen actual-
mente en Bolivia? Con el propósito de responder a esta cuestión,
se acudió al rpa, que tiene una base de datos actualizada y acorde
con los requisitos que exige la Ley del Ejercicio de la Abogacía. No
obstante, habrá que tener en cuenta que la información presentada
no refleja plenamente la realidad, ya que dicho registro se actualiza
constantemente (véase el anexo 6). Igualmente, existen personas que
no están registradas en él, por diferentes motivos. Con todo, sigue
siendo la fuente que proporciona un mayor acercamiento, puesto
que los registros de los distintos Colegios Departamentales de Abo-
gados, con seguridad, experimentaron un estancamiento porque ya
no es imprescindible formar parte de ellos.

Gráfico 1: Abogados registrados en el rpa, al 17 de diciembre de 2015

Potosí
Beni Pando Departamento Cantidad
1,89% 0,63%
2,87% La Paz 17.318

Tarija Santa Cruz 12.138


5,44%
Oruro
Cochabamba 9.825
6,78% Chuquisaca 4.292
La Paz
Chuquisaca 32,74% Oruro 3.588
8,12%
Tarija 2.877
Potosí 1.518
Cochabamba
18,58% Beni 999
Santa Cruz
22,95% Pando 335
Total 52.890
Fuente: Elaboración propia a partir de datos proporcionados por el rpa (2015).
180 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

El año 2015, en Bolivia existían 52.890 abogados registrados y


matriculados en el rpa. El eje central de Bolivia –conformado por los
departamentos de La Paz, Santa Cruz y Cochabamba– era el que
contaba con un mayor número de abogados (74,26%). En contra-
partida, los departamentos con menos abogados eran Pando, Beni y
Potosí. Una hipótesis que podría explicar la sobrepoblación de juristas
en el eje central se sustenta en los procesos migratorios, debido a la
idea de que en esos departamentos existen mayores oportunidades
laborales, particularmente en La Paz y en Santa Cruz. Al respecto,
E. B. plantea que la actividad económica territorial es determinante,
porque “hay que verlo, […] incluso por zonas. Por ejemplo en La Paz,
del abogado su gran empleador va a ser el Estado, pero si yo me voy
a Santa Cruz el gran empleador va a ser el particular, las empresas”
(2015). A partir de tales datos, se podría realizar otro ejercicio com-
parativo (véase la tabla 3).

Tabla 3: Número de habitantes por abogado y departamento

Departamento Población Abogados registrados Habitantes por abogado


La Paz 2.719.344 17.318 157,02
Santa Cruz 2.657.762 12.138 218,96
Cochabamba 1.762.761 9.825 179,41
Chuquisaca 581.347 4.292 135,44
Oruro 494.587 3.588 137,84
Tarija 483.518 2.877 168,06
Potosí 828.093 1.518 545,51
Beni 422.008 999 422,43
Pando 110.436 335 329,65
Total 10.059.856 52.890 190,20
Fuente: Elaboración propia a partir del rpa (2015) y al censo de población (ine, 2015).

La tabla anterior divide el número de abogados registrados en


el rpa entre la cantidad de población por departamento, de modo
que se puede conocer cuántos habitantes existen por abogado. En
términos globales, si se confronta el número total de habitantes en
el territorio nacional con el número total de abogados registrados,
se tendría que, por abogado, se podría asignar a 190 personas. De
Bajo la toga | 181

manera individualizada, se observa que en La Paz, el departamento


con mayor población, un abogado tendría asignados a 157 habitantes,
mientras que en el departamento con menor población, Pando, un
abogado le correspondería a 329 personas. Este escenario muestra
que quizás existen demasiados abogados en proporción a la población
existente. Ahora bien, habría que pensar cómo variaría esta ecuación
en congruencia con una hipótesis que será planteada más adelante,
dado que tenemos una sociedad con una tendencia a la conflictividad,
por lo que los servicios jurídicos resultan ser altamente demandados.
Por otra parte, una variable que permitiría tener un mayor acerca-
miento a la realidad es la ubicación territorial de estos profesionales en
cada departamento, es decir, si se ubican en zonas urbanas o en áreas
rurales. Si bien no se ha podido recoger directamente esa información,
lo más probable es que no exista. Por medio de las entrevistas, se obtuvo
que los abogados prefieren realizar sus actividades profesionales en
las ciudades capitales de departamento, de manera que la oferta se
concentra en esos escenarios, dejando una demanda desatendida en
el área rural. Para ilustrar este punto, se cita el testimonio de H. R.,
quien cuenta sobre el mercado laboral para el abogado:
[Ser abogado] es rentable, pero está muy saturado en la ciudad, todo el
mundo quiere trabajar en la ciudad. De lo que yo sé, y me han invitado
para que vaya a trabajar, es al interior [al área rural], por decirte a Cara-
navi […]. Hay necesidades en las alcaldías [rurales] como asesor, y el profe-
sional […] quiere estar en la ciudad por la comodidad. […] Tengo colegas
en la oficina que trabajan, que están de asesores en algunas alcaldías [ru-
rales] y después son días que vienen a trabajar a la oficina [en la ciudad],
uno, tres días; después, tres, cuatro días está afuera en las alcaldías [rurales,
trabajando] de asesores (2015).

De este testimonio, llama la atención la existencia de personas que


intentan “partirse” para prestar servicios tanto en el sector urbano
como en el sector rural. Esa situación, dependiendo del tipo de contrato
que se tenga, podría contravenir con la naturaleza y la exclusividad
que exige la función pública, además de generar otros efectos en la
oferta del servicio.
Una variable fundamental dentro de este análisis es considerar,
además de la distribución profesional, la distribución poblacional entre
el área rural y el ámbito urbano. A ello habría que añadir la demanda
de servicios profesionales que, a primera vista, estaría determinada
182 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

por el número de juzgados distribuidos en todo el territorio nacional.


Sobre esta base y tomando en cuenta los casos que estas instancias
atienden, se configura la demanda de servicios de abogados litigan-
tes. Asimismo, habría que considerar los requerimientos de asesoría
en el nivel central del Estado y en los niveles subnacionales,12 en las
diferentes entidades territoriales autónomas, las cuales –a partir del
reconocimiento de su autonomía– han generado una mayor demanda
de servidores públicos. Para tener un acercamiento a dicho contexto,
se elaboró la tabla 4 que muestra la proporción porcentual entre la
población existente en los espacios rural y urbano.

Tabla 4: Distribución de población urbana y rural en Bolivia, al 2012

Territorio Población urbana Población rural


Bolivia 67,5% 32,5%
Chuquisaca 48,7% 51,3%
La Paz 66,7% 33,3%
Cochabamba 68,1% 31,9%
Oruro 64,0% 36,0%
Potosí 40,6% 59,4%
Tarija 65,0% 35,0%
Santa Cruz 81,3% 18,7%
Beni 73,1% 26,9%
Pando 48,7% 51,3%
Fuente: Elaboración propia a partir de datos del ine (2015).

En términos generales, se observa que el mayor porcentaje de


población se concentra en el área urbana. Pero, al realizar un análisis
individualizado, se advierte que en los departamentos de Chuquisaca,
Potosí y Pando existe mayor población en el área rural. Por otra parte,
existe un mayor porcentaje de población urbana en los departamentos
de La Paz, Cochabamba, Oruro, Tarija, Santa Cruz y Beni. En todo
caso, es preciso considerar que no existen diferencias abismales entre
un espacio y otro. Tal distribución muestra la necesidad de realizar un

12 La Constitución Política del Estado, aprobada en 2009, reconoce cuatro


tipos de autonomía: departamental, municipal, regional e indígena originario
campesina.
Bajo la toga | 183

diseño de política que equilibre demanda y oferta del servicio que los
abogados prestan, teniendo en cuenta la cultura jurídica que pudiera
caracterizar a cada territorio.

La abogacía como fuente de poder


Un rasgo que se pudo identificar en el desempeño del abogado es
que en su interacción con diferentes actores se presenta un escenario
en el que su profesión, como tal, le proporciona poder frente al resto.
Esto quiere decir que el abogado, bajo determinadas circunstancias,
tiene un poder de decisión sobre las acciones o las decisiones de
otras personas. En este orden de cosas, se pudo identificar cuatro
tipos de poder ejercidos por los abogados: de estatus, de dependen-
cia, de conocimiento y/o aptitud y de temor. Veamos seguidamente
cada uno de ellos.

Poder de estatus
Este poder emerge en ciertas circunstancias, entre ellas cuando el
abogado considera, como consecuencia de su profesión, que puede
gozar de consideraciones preferenciales. Esta idea, de alguna mane-
ra, va ligada a la concepción ambivalente que la sociedad tiene de
esta profesión. En general, el instrumento que permite el ejercicio
de este poder es la credencial profesional. C. F. grafica esta situación
al contar la influencia de esta credencial: “Tú sacas la credencial y
dices: ‘¿Sabe qué?, ¡yo soy abogado, usted me va a respetar!’” (2015).
Por su parte, A. Z. relata otro ejemplo, refiriéndose a algunos de sus
colegas de la siguiente manera:
A veces, [al poseer] la credencial de abogado [sus poseedores] creen que
[esta] exige un reconocimiento especial. En el Tránsito, cuando uno está
circulando [conduciendo], dice: “Además, soy abogado”. Cuando exhibe su
licencia de conducir, [dice:] “Además soy abogado”, para eludir las infrac-
ciones o las multas que por diferentes infracciones le corresponden (2015).

En este sentido, muchos abogados demandan que la sociedad les


tenga “respeto”. Ello podría proceder bajo el supuesto de que el jurista
muestra una conducta intachable y ejemplar en la sociedad, de modo
que pueda “tener la valentía y la frente muy alta de ir a un tribunal
y defender a una persona, pero sabiendo que en ningún momento
184 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

tiene una cola o una paja que le tache” (M. S., 2015). Claramente, a
diferencia del primer caso, se nota que para ejercer este tipo de poder
se requiere cumplir el requisito de “no tener cola de paja”.
Empero, existe otro tipo de respeto que, por lo general, es exi-
gido entre los abogados con años de experiencia y entre aquellos
que están aún en su etapa estudiantil o en la de abogados noveles.
Este respeto requerido emergería de los años de trayectoria y del
esfuerzo invertido para haber alcanzado la profesión. De ahí que
es muy común que se escuche en tono de reproche la frase: “A mí
no me vas a venir a decir lo que tengo que hacer, me he quemado
las pestañas por cinco años”.
Hoy en día, hay quienes piensan que el ejercicio de este poder
está devaluado, dada la imagen negativa que tiene la profesión. Ese
es precisamente el criterio de R. Z., a quien se le preguntó si con-
sideraba que el abogado tiene poder frente al resto de la sociedad.
Su respuesta fue: “Antes, creo que sí, ahora ya no, está muy por los
suelos la profesión […]. Antes a los abogados era [se les tenía con-
sideraciones] como [a] los militares y policías” (2015). Claramente,
se advierte que, en algunos casos, el ejercicio de este poder depende
de la imagen profesional que, en términos generales, actualmente
presenta un nivel bajo.

Poder de dependencia
Este poder es ejercido por el abogado sobre su cliente, de manera
que este último se siente subordinado o dependiente de él, dada la
relación entre ellos por la prestación de servicios. Existen diferentes
circunstancias bajo las cuales se puede producir esta figura. Una de
ellas es la posesión que tiene el abogado de documentación que su
cliente considera de vital importancia. En palabras de E. V., esta
situación se da “por la mala práctica de la abogacía; el abogado, ya
que conoce… tiene información, documentación que es del cliente,
[y esta documentación] le da un cierto poder [al abogado], hasta
incluso tratar de aprovecharse [del cliente]” (2015).
Otra escena que muestra la puesta en práctica de este poder se
basa en los vínculos o los contactos del abogado, los cuales pueden
ser determinantes para la resolución favorable de una controversia.
En este caso, M. V. ilustra una situación habitual:
Bajo la toga | 185

[…] sabes que el abogado es el que va a ver tu proceso, sabes que es el que
puede tener contacto con entidades judiciales, sabes que […] está en juego
tu propiedad, tu libertad, tu matrimonio, tu relación con tus hijos […].
Entonces la gente se subordina al abogado (2015).

Finalmente, se dan casos en los que se genera una atmósfera de


“conveniencia”. Dichos casos, en general, se producen en los círculos
familiares y amistosos del abogado, de modo que este recibe y busca un
trato bueno, en el entendido de que, en algún momento, sus servicios
podrían ser requeridos (ibid.).

Poder de formación
Este poder sería el que surge de las habilidades que son adquiri-
das por los abogados en su proceso formativo, colocándolos en una
situación privilegiada frente a otras profesiones, de tal forma que
serían aptos para diferentes tipos de actividades. Este reconocimien-
to se evidencia en diferentes testimonios recogidos, entre los que des-
taca el de A. B., quien señala:
El abogado tiene una gran ventaja. Se supone que […] debe saber todo,
entonces tiene la facilidad de ejercer cualquier cargo. […] Se supone que
está preparado para ejercer cualquier cargo, porque dentro de todas las
profesiones creo que es la que tiene mayor diversidad. […] El abogado
puede ser gerente, puede ser administrador, puede ser diputado, puede ser
todo porque está preparado (2015).

En ese contexto, se pudo identificar una tendencia según la cual


el abogado tendría una vocación específica para la dirección del
Estado. Eso es lo que piensa I. P., quien considera que “el abogado
debía ser el hombre que debía llevar los destinos, inclusive del país,
porque está relacionado con todas las ciencias; debía ser un probo,
[…] preparado, ético, ejemplo en la sociedad” (2015). Al igual que
I. P., otras tantas personas –abogadas o no– coinciden con esa idea.
Ello explicaría el rol protagónico que jugó esta profesión en deter-
minados ciclos estatales y su consiguiente participación en espacios
decisorios, como el Órgano Ejecutivo (véanse los anexos 4 y 5). Sin
lugar a dudas, este aspecto podría ser controversial. Sin embargo,
como se dijo en varias ocasiones, la historia estatal muestra que los
juristas, más allá de la composición del Órgano Judicial, tuvieron y
186 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

tienen un rol protagónico en el manejo del aparato estatal. Claro está,


dicha presencia es más evidente en ciertas etapas más que en otras.

Poder de temor
Este poder se origina a partir de la imagen que ciertos sectores de
la sociedad han construido acerca del abogado, relacionándolo con
una suerte de ser maléfico al cual hay que temer por los problemas
que su presencia podría causar. El temor al que se hace referencia
puede ser ilustrado con el relato de P. T.:
[…] si va alguien a tu casa y te dice: “Soy abogado y quiero hablar con
usted”, uno ya, de por sí, una persona que no sabe, se asusta, pues. “¿Por
qué un abogado me está viniendo a buscar?” […] Creo que asumimos la
palabra abogado o [la] igualamos […] con problema (2015).

Lamentablemente, muchas personas, tanto los propios abogados


como quienes no lo son, utilizan como advertencia la presencia de
este profesional para solucionar controversias, consiguiendo muchas
veces resultados favorables. En contrapartida, en algunas oportu-
nidades, el advertido prefiere evitarse el problema y “solucionar
no más” antes que estar lidiando en los pasillos de los juzgados y,
en consecuencia, tropezando con todo el sistema judicial que está
muy cuestionado.

La cultura jurídica en el ejercicio libre de la profesión


Como ya se mencionó en la parte introductoria, el abogado tiene
diferentes espacios desde los cuales puede desenvolverse; uno de
ellos es el del ejercicio libre de la profesión. Dicho espacio suele
ser la primera opción tras culminar la formación académica de
pregrado. Para otros, será una opción siempre presente; es decir,
ante la imposibilidad de incursionar en otros espacios, el abogado
podrá ejercer la profesión por cuenta propia hasta que surja un
mejor chance para él. Hay que tener en cuenta que este espacio
genera diversos caminos, siendo el principal el litigio, que permite
resolver controversias de terceros por la vía judicial y/o concilia-
toria; pero, además, existen otras alternativas, como por ejemplo
la realización de trámites –también de terceras personas–, en cuyo
Bajo la toga | 187

caso se estaría hablando de los llamados “tramitadores”. Por otra


parte, se tiene a los consultores, quienes ofrecen una gama de ase-
sorías a diferente tipo de clientes y no se circunscriben al litigio. Al
final, cualquiera sea el curso que se siga, el paso casi inminente es
el de abrir una oficina que comúnmente es denominada bufete13
o estudio.

El bufete
Por definición, un bufete es el “Estudio o despacho de un abogado”
(Cabanellas, 2008, t. i: 564; Ossorio, 1997: 139; y rae, 2014, t. iii:
353); es decir, la oficina donde el abogado podrá ser ubicado por sus
clientes y desarrollar sus actividades profesionales. Muchas veces, la
instalación del bufete conlleva ciertas complicaciones. La principal
suele ser el factor económico, puesto que hace falta tener dinero,
ya sea para comprar o alquilar la oficina, así como para “vestirla”:
comprar accesorios mínimos para que funcione, como una compu-
tadora, un escritorio y unas sillas para recibir a los clientes. La lista
podría crecer dependiendo de aquello a lo que se aspire. Este tipo de
dificultades se le presentan a muchos abogados, como a R. Z., quien
relata de la siguiente manera su experiencia:
Cuando he empezado con esto de [trabajar] independiente, ya así, [a]
conseguir oficina, [a] buscar oficina, es difícil comenzar. Porque uno no
tiene ni un escritorio ni una computadora, o sea, tiene que empezar de
cero […]. Yo, por lo menos, he empezado en mi casa, después me prestaba
domicilio procesal de algunos colegas o amigos que tenía para que dejen los
memoriales, me dejen las notificaciones. Ya posteriormente era prestarme
llave de mi colega, y ella ya me ha invitado a venir aquí. Entonces, es difícil,
hasta conseguir clientes es difícil, porque uno no conoce, no sabe, se siente
bien desorientado, porque no sabe cómo va [a] empezar. “¿Ahora dónde
busco?”, dice. Es difícil (2015).

13 Es interesante reparar en el significado de esta palabra. En el diccionario de la


Real Academia Española (rae), en términos genéricos, se dice que la palabra
bufete puede referirse a: “Mueble para guardar trastos de cocina” y “Mesa
de escribir con cajones”. Este primer acercamiento relaciona al bufete con un
mueble que, en la actividad del abogado, vendría a ser el escritorio. Esto, de
alguna manera, refleja parte del trabajo que realizan estos profesionales (2014,
t. iii: 353).
188 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

En la misma línea, M. S. cuenta sus dificultades en los siguientes


términos:
[…] tuvimos tropiezos, sí, los primeros meses es duro poder pagar el alquiler,
porque las oficinas en su mayor naturaleza acá en nuestro medio son en
alquiler. Y después agarrar [a] un amigo, [a]otro amigo, para poder alcanzar
esos montos de los alquileres, pero ya la gente va conociendo el trabajo y va
uno adquiriendo más litigantes para poder estar (2015).

Como puede leerse en ambos relatos, el abogado debe ideárselas


para contar con un bufete. Esta necesidad, en primera instancia,
obedece a una exigencia jurídica que determina que todo abogado
debe contar con un domicilio profesional registrado (Ley del Ejercicio
de la Abogacía, art. 40, inc. 8). Pero, más allá de la exigencia legal,
también está la imagen profesional frente a la sociedad, puesto que
abogado que no cuente con oficina no es acreedor de la confianza
de potenciales clientes, quienes requieren certezas de que su asesor
no desaparecerá en cualquier momento, pudiéndole causar algún
perjuicio. Dicho de otra manera, contar con domicilio profesional
supone confianza y prestigio para el abogado litigante; significa tener
un espacio donde pueda establecer relaciones de confianza.
Otra de las dificultades que se presenta, principalmente en las
ciudades que son capital de departamento, es la ubicación del bufete.
Muchos abogados prefieren instalarlo en las cercanías de los juzgados.
Este tipo de preferencias hace que se genere una suerte de hacina-
miento que se refleja, por ejemplo, en edificios cuya totalidad de pisos
están copados por oficinas de abogados o en espacios reducidos a su
mínima expresión para que puedan ingresar más escritorios. Este es el
caso de un famoso lugar en La Paz, denominado “la cueva”, descrito
por E. V. del siguiente modo:
[La cueva] es un edificio antiguo que cuando ingresas son pequeños cubículos
que tienen los abogados, aproximadamente deben ser de dos metros por
dos metros, donde están pegados lado a lado como si fuera una ratonera, y
el ambiente ahí dentro es lóbrego (2015).

No obstante, es justo señalar que dicha tendencia no se da en todos


los casos, puesto que hay abogados que prefieren ubicar sus bufetes en
lugares lejanos a los juzgados. Estos profesionales, generalmente, son
aquellos que trabajan con instituciones privadas o quienes no están
vinculados directamente con la actividad del litigio.
Bajo la toga | 189

Los peldaños del ejercicio libre de la profesión


Al igual que aquellos que incursionan en la carrera judicial, los abo-
gados que optan por el ejercicio libre de la profesión deben escalar
una suerte de peldaños para alcanzar la cúspide profesional. Así, la
obtención del bufete se constituiría en uno de los primeros pasos.
En ese entendido, según las entrevistas realizadas, se proponen tres
peldaños que, al parecer, la mayoría de los abogados que ejercen
libremente la profesión –particularmente aquellos que se dedican
al litigio– buscarían escalar durante su trayectoria profesional. Es
preciso advertir que esta es una esquematización que difícilmente
retrata la realidad en su plenitud y mucho menos propone una ruta
universal.

Primer peldaño: carrera universitaria y primeras experiencias


Derecho: ¿opción de convicción o de consolación?
Indistintamente de cuál sea el espacio en el que un abogado deci-
da ejercer su profesión, inevitablemente el primer peldaño es for-
marse en derecho para obtener el título correspondiente. Pero,
antes de seguir la carrera como tal, es importante observar cuáles
son las razones que motivan esa decisión. En este afán, se preguntó
a los entrevistados por qué habían decidido estudiar derecho. Las
respuestas obtenidas muestran que algunos incursionaron en esta
carrera por deseo o convicción, lo que en algunos casos podría ser
entendido como vocación; otros, en cambio, vieron en esta carrera
una segunda opción ante la imposibilidad de concretar otras alter-
nativas más deseadas.
En el caso de las personas que decidieron estudiar derecho por con-
vicción, las motivaciones son diversas. Una de ellas se sustenta en el ideal
de “hacer” o alcanzar la justicia; este es el caso, por ejemplo, de A. B.:
Siempre he tenido una tendencia a la justicia, a intervenir en los casos de
los demás, de mis amigas, de mis compañeras, entonces creo que tenía
predisposición a la justicia y eso es lo que [me] ha incentivado a estudiar
derecho (2015).

En una línea similar están las personas que declaran abiertamen-


te su vocación. Es el caso de M. S.: “He estudiado derecho porque
siempre me gustaba ayudar a las personas que tenían bajos recursos
190 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

y problemas” (2015). Otros, al hacerse conscientes de la cantidad de


normas que rigen la sociedad, ven al derecho como algo útil, como
J. P., por ejemplo:
Para cualquier situación sabemos que estamos en un Estado de derecho,
todo está normado y es necesario […] que uno sepa leyes. Uno, ¿para qué
estudia derecho? Para interpretar las leyes, entonces eso es lo que me ha
motivado bastante (2015).

Asimismo, algunas personas estudian derecho motivadas por


experiencias de vida. Z. C. explica por qué estudió derecho en los
siguientes términos: “Fue inicialmente un impulso personal por cuestio-
nes familiares en las que hubo problemas judiciales con trascendencia
jurídica […]” (2015). Finalmente, en este grupo están las personas que
fueron influenciadas por el entorno escolar, como es el caso de E. B.:
[En] el colegio yo tenía una formación que era humanista. [En] el colegio
tenía una fuerte formación en el ámbito normativo, sobre todo histórico:
estudiábamos latín, griego, filosofía. Todos esos componentes por supuesto
me predispusieron para optar por la carrera de Derecho (2015).

Del otro lado están las personas que vieron en el derecho una
segunda opción ante la imposibilidad de seguir otra mejor. Una de
las circunstancias más típicas es que estas personas eligieron primero
una carrera distinta a la de Derecho, pero, en su entorno familiar, se
desestimó su decisión o fracasaron al postularse en la carrera deseada,
tal como le pasó a M. V.:
El derecho no es la primera elección de ningún estudiante que sale del co-
legio, es la opción que se da cuando tiene fracasos en otra carrera o cuando
encuentra bloqueos en el propio entorno familiar para estudiar esa carrera.
Por ejemplo, yo quería, de entrada, [estudiar] arqueología (2015).

Otra historia similar es la de I. P., quien en un principio deseaba


ser maestro:
He salido bachiller en provincia, entonces, justamente he venido a estudiar
aquí [a Oruro] para ser profesor. […] Hemos ido a la Normal [Superior]
Ángel [Mendoza] Justiniano, con un amigo más […] hemos dado el examen.
[…] Lamentablemente no hemos sido admitidos. […] Como consecuencia
de eso, por no perder el año, […] mi amigo me dice que a él más le gustaba
números, matemáticas; yo [a mí] números casi no me gustaba […]. De ese
modo, así, sin proyectarme, me he inscrito a [la carrera de] Derecho. […]
Bajo la toga | 191

Ya el siguiente año, mi intención era cambiarme a la de Agronomía, [pero]


al último me he quedado [en la primera] (2015).

Entre las historias, también existen casos que podrían ser consi-
derados de “elección por descarte”; es decir, personas que optaron
por la carrera de leyes porque no encontraron una opción acorde a
sus habilidades. Es lo que le sucedió a C. F.:
[…] desde que yo estuve en colegio nunca he sido buena para todas las ma-
terias que tenían que ver con números: física, matemáticas, química, nada
de eso. Por tanto, al momento de decidir qué voy a estudiar decidí estudiar
derecho: es solamente leer, leer mucho, memorizar y todo ello (2015).

Por último, se encontró un caso –por demás curioso– que podría


denominarse como de “elección por azar”. Es lo que le ocurrió a P. T.,
quien contó de la siguiente manera cómo decidió estudiar derecho:
“No he estudiado por vocación […]. He aprobado y he entrado, no
era algo planificado. Porque ha salido la primera convocatoria que
he visto de la umsa [Universidad Mayor de San Andrés], por eso me
he inscrito […]” (2015).
Los casos expuestos muestran realidades vividas por diferentes
personas. Sería muy simplista e irresponsable establecer, a partir de
sus respuestas, nexos de causalidad respecto al desempeño profesional,
más aún cuando muchos de los entrevistados –indistintamente de cuál
haya sido su motivación– son ahora connotados abogados.

Espacios de formación: las universidades y sus repercusiones


Tras la decisión de estudiar la carrera de Derecho, inmediatamente
se debe resolver en qué universidad hacerlo, pues, como se verá, la
elección puede tener implicancias. En ese orden de cosas, si hay algo
que no se puede alegar en Bolivia es la falta de casas superiores de
estudios dedicadas a la formación de abogados, ya que existe ofer-
ta tanto en las universidades públicas como en las privadas.14 Para

14 La distinción que acá se hace entre público y privado se vincula al pago de


colegiatura y a la posibilidad de contar con transferencias económicas del
Estado. Es decir, aquellas universidades que realizan cobros mínimos a los
estudiantes que allí estudian, y que reciben recursos económicos del Estado
–como los fondos provenientes del Impuesto Directo a los Hidrocarburos
(idh)–, son universidades públicas. Las universidades privadas, por su parte,
192 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

comprobar esta realidad, se elaboró la tabla 5, la cual muestra las dos


principales universidades que, en cada departamento, forman en la
carrera de Derecho y cuyos estudiantes se encuentran ejerciendo la
profesión, al estar registrados en el rpa del Ministerio de Justicia.
Tabla 5: Principales universidades en las que se titulan los abogados en Bolivia,
por departamento

Nº Departamento Principales universidades de egreso Porcentaje


Universidad Mayor de San Andrés 54,1
1 La Paz
Universidad Católica Boliviana 10,2
Universidad Mayor de San Simón 88,9
2 Cochabamba
Universidad Católica Boliviana 4,2
Universidad Autónoma Gabriel René Moreno 71,3
3 Santa Cruz
Universidad Privada Domingo Savio 8,8
4 Chuquisaca Universidad San Francisco Xavier 100,0
Universidad Técnica de Oruro 95,3
5 Oruro Universidad Privada de Oruro 2,2
Universidad de Aquino Bolivia 2,2
Universidad Tomás Frías 90,0
6 Potosí
Universidad Nacional Siglo xx 10,0
Universidad Juan Misael Saracho 96,1
7 Tarija
Universidad Católica Boliviana 2,7
8 Pando Universidad Amazónica de Pando 100,0
Universidad Autónoma del Beni 55,2
9 Beni
Universidad Privada del Valle 30,6
Fuente: Elaboración propia a partir de información del rpa (2015).

El primer dato a resaltar es que la oferta de la carrera de Derecho


está en los nueve departamentos. En segundo lugar, se debe señalar
que, en todos los casos y con altos porcentajes, impera la universidad
pública como principal formadora de abogados. De hecho, en Chu-
quisaca, la Universidad San Francisco Xavier tiene el monopolio,
probablemente por su larga trayectoria y prestigio. Por su parte, las

cobran mayores cantidades de dinero a sus estudiantes y no reciben recursos


estatales para su funcionamiento.
Bajo la toga | 193

universidades privadas con mayor protagonismo en la formación de


abogados son: la Universidad Privada del Valle en Beni, con el 30,6%
de los profesionales registrados en ese departamento; la Universidad
Católica Boliviana en La Paz, con el 10%; la Universidad Privada
Domingo Savio en Santa Cruz, con el 8,8%; y la Universidad Católica
Boliviana en Cochabamba, con el 4,2% de abogados registrados en
ese departamento. Estos datos permiten afirmar que existe una mayor
preferencia y confianza, con una marcada ventaja, en las universidades
públicas frente a las privadas.
Empero, más allá de los datos cuantitativos, se pudo evidenciar
que, en muchos casos, se presentan algunas repercusiones en la vida
profesional del abogado según la universidad de egreso, sea esta pública
o privada. En términos generales, tales repercusiones podrían ser la
inclinación hacia un área de trabajo y la generación de privilegios o
de perjuicios en el ejercicio profesional.
En lo que respecta a la inclinación por un área de trabajo, los
abogados que se formaron en las universidades privadas tienen la
tendencia, al parecer, a trabajar con el sector privado –donde existen
especialidades como las del derecho corporativo y civil, entre otras–.
Dejan, entonces, la judicatura y la administración pública en un
segundo plano, espacios que serían de mayor interés para los abo-
gados provenientes de las universidades públicas. Las causas de esta
situación podrían ser explicadas de diferentes formas. En este caso,
se apela a la experiencia de dos entrevistados con amplio recorrido
en la formación de abogados en la universidad.
El primero, E. B., explica esta inclinación apoyándose en el factor
económico y en la percepción social:
El ámbito jurisdiccional no es un ámbito muy bien remunerado en primera
instancia. Socialmente no es muy bien reconocido […]. Si uno hoy día es
un juez, no es un orgullo ni personal ni social, [ni] familiar; si uno es fiscal
y dice “soy fiscal”, probablemente todos me van a mirar de una manera no
muy grata (2015).

El segundo, A. Z., encuentra una explicación a dichas repercusio-


nes en las influencias del entorno económico y social en el estudiante:
El medio social y económico de los estudiantes es diferente; en consecuencia,
también sus relaciones y sus amistades son diferentes. Las personas que se
desenvuelven en un medio donde los padres son empresarios, tienen alguna
194 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

actividad económica, los clientes van a estar también en el círculo de los


padres y las amistades […]. En consecuencia, van a tener la misma tenden-
cia, casi natural, de desempeñarse en el área privada corporativa (2015).

Conviene manejar estos criterios con cautela, pues esta situación


no necesariamente es la regla en todos los casos.
La otra repercusión a la que se hizo referencia tiene que ver con
la existencia de privilegios o de perjuicios en el ejercicio profesional,
según la casa superior de estudios de donde provenga un abogado.
Un ejemplo de ello es lo que sucede en los juzgados, donde se esta-
blecen redes de amistad (M. V., 2015) e incluso hay quienes hablan
de “roscas” al interior de estos (H. R., 2015). Tales relaciones podrían
suponer ventajas en el manejo de un proceso. Al respecto, M. V. relata:
En los juzgados, […] [en el] área de auxiliares judiciales, sí existe claramente
un favorecimiento y una amistad entre los estudiantes de la umsa, […] un
favorecimiento constante. Tú metes un memorial y la otra parte ya sabe
que [lo] has metido, porque el chico que trabaja en el juzgado –que es un
amigo que ha salido de la universidad con él o que está estudiando y el otro
salió antes– […] se informa rápidamente. Es decir, no puedo decir que es un
consorcio porque no trabajan a niveles grandes de dinero –no hay mucho
movimiento por ese aspecto–, pero sí amistad; entonces, ese tipo de amistad
perjudica a los litigantes (2015).

Si bien podría cuestionarse que los nexos de amistad no se con-


dicionan a la procedencia universitaria, es también cierto que esos
vínculos son más fáciles de crear cuando se entablan bajo un mismo
techo, es decir, dentro de un mismo ambiente universitario. Al pare-
cer, la universidad pública brinda mayores espacios para generar una
suerte de “camaradería”. Al menos, esa es la percepción de H. R.:
Desde que entras a la umsa estás obligado, por decirte, a bailar, [a] ser
parte de reuniones. [La umsa] tiene otro tipo de actividad más que [solo] el
tema de los estudios. [Los estudiantes] se van conociendo y se van abriendo
puertas. La mayoría llegan a juzgados, llegan a la Fiscalía y se conocen.
La [Universidad] Católica lamentablemente no tiene eso, simplemente se
dedica a prepararte, te saca profesional. Terminas y te ponen en la puerta,
y te dicen: “Bueno ya he cumplido contigo, ahora ve tu destino” (2015).

Pero este tipo de perjuicios y de privilegios trasciende a otras


situaciones, como las que se dan en las postulaciones laborales. En esos
casos, se dice que cuando el contratante pertenece al sector privado,
favorece a aquellos que también proceden de universidades privadas
Bajo la toga | 195

(M. V., 2015 y E. B., 2015). En contrapartida, cuando el contratante


es del sector público, la balanza se inclinaría al otro lado (C. F., 2015;
A. B., 2015; y E. V., 2015). En este último caso, al parecer, los contra-
tantes considerarían que “en las universidades pagadas se consigue[n]
fácilmente calificaciones, notas […]. Ese es el principal motivo para
que haya ese tipo de discriminación” (B. A., 2015). Dicha situación,
tanto a un lado como al otro, explicaría por qué en muchas tarjetas
profesionales, en diferentes departamentos del país, se pone énfasis
en la casa superior de estudios donde el abogado fue formado.

La búsqueda de experiencia
En la abrogada Ley de la Abogacía (art. 5), se establecía que para ejer-
cer la profesión era requisito haber realizado actividades vinculadas
a ella, las cuales debían estar debidamente certificadas (art. 5).15 En
otras palabras, se pedía experiencia. En la actualidad, en la vigente
Ley del Ejercicio de la Abogacía, no existe un requisito similar, por
lo que –al menos en la legislación del oficio– la exigencia de prácti-
cas y experiencia ha sido eliminada. Sin embargo, hoy en día y en
los hechos, tal exigencia sigue siendo fundamental y muy valora-
da; por este motivo, existen instancias que la facilitan. Los bufetes
de abogados que se dedican a litigar se constituyen en una de esas
instancias. Ofertan el oficio de procurador, que consiste en revisar,
hacer seguimiento y organizar los procesos que un abogado titula-
do lleva. Otra instancia es el Estado, ya sea dentro del Órgano Judi-
cial o en otras reparticiones. En el caso de este último, dentro de los
juzgados, existen tres alternativas de cargos que brindan experien-
cia: auxiliar, oficial de diligencias y supernumerario. Las primeras
dos tienen una remuneración mínima (véase el anexo 7), mientras
que la última no es pagada, probablemente porque, formalmente,
ese cargo no es parte de la estructura de los juzgados. Los requisi-
tos para optar a cualquiera de esos tres cargos son los mismos –el

15 Este artículo señalaba: “Para ejercer la Abogacía se requiere: […] 6) Acreditar


por certificaciones del Secretario de Cámara, Secretario General del Colegio
de Abogados y de los abogados con los que trabajó, haber ejercido la procu-
ración por dos años consecutivos conforme al Estatuto de Procuradores, o del
desempeño de cargos subalternos en los juzgados u oficinas jurídicas de la
Administración Pública”.
196 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

estudiante debe estar cursando, al menos, el tercer año de la carre-


ra de Derecho–, pero, claramente, los beneficios son distintos. Con
certeza, dichas diferencias generan disputas por acceder a los cargos
pagados. De ahí que se sostiene la necesidad de pensar en un redise-
ño de la estructura de los juzgados.
En ese contexto, un tema polémico respecto a los supernumerarios
–y en la mayoría de los casos también a los procuradores– es si deben
o no percibir una paga por los servicios que brindan, puesto que más
allá de la experiencia que están adquiriendo, estarían beneficiando
con su trabajo a sus virtuales “contratantes” o, en su defecto, estarían
prestando un servicio público. Lamentablemente, la paga se reduce
al aprendizaje adquirido y, a veces, a un certificado de trabajo. Esa
es la situación que, en muchos casos, estaría conduciendo a las malas
prácticas, entre ellas los cobros ilegales.

Segundo peldaño: forjamiento del prestigio profesional


Al culminar los estudios, obtener el título y –en observancia a la
Ley del Ejercicio de la Abogacía– registrarse en el rpa, se pasa al
siguiente peldaño, que ha sido denominado como “forjamiento del
prestigio profesional”. En él, el abogado comienza a ejercer su ofi-
cio, pues –se supone– en su formación de pregrado ha adquirido los
conocimientos básicos y, además, ya cuenta con un número de regis-
tro otorgado por el Ministerio de Justicia. Es en este punto cuando
los caminos comienzan a diferir, puesto que cada cual busca posicio-
narse en el espacio donde aspira trabajar. Sin embargo, el objetivo
será el mismo: comenzar a crear un prestigio profesional.

Conociendo el entorno: las primeras frustraciones


En el caso de los abogados litigantes, muchas veces los primeros
pasos son frustrantes, más aún para los profesionales que no han
realizado prácticas previas. Generalmente, las frustraciones devie-
nen de la confrontación entre la realidad de los juzgados, la cual
trasciende lo enseñado en el aula. Ese es el caso de J. P.:
El tema de [las] frustraciones deviene cuando yo ya me puse a litigar y fueron
dos casos pesados, con detenidos, asesinatos y demás cuestiones […]. Yo
defendía a una privada de libertad, la contraparte tenía abogados especialis-
tas […]. En las primeras audiencias es donde he pataleado, por así decirlo.
Bajo la toga | 197

La falta de experiencia se ha notado bastante, también de conocimientos


se puede decir […]. Entonces, en las audiencias, obviamente me iba mal,
no me daban lo que yo solicitaba y demás cuestiones. Entonces, uno sale
frustrado de las audiencias, y en una de mis primeras audiencias, en la que
me ha ido bastante mal, incluso me he arrepentido de haber estudiado
derecho. [He dicho:] “Creo que no sirvo yo para esta carrera”. Así, en esos
términos me manifesté saliendo de la puerta del juzgado. Me fui bastante
frustrado, pero ya luego pasaron los días y lo fui tomando con calma y vi
que era la falta de experiencia (2015).

En la misma línea, otra frustración se genera por el contexto, donde


–como decía uno de los entrevistados– pueden haber “picapleiteros”.
Las palabras de E. V. ilustran perfectamente esta idea:
[…] en un inicio, ni siquiera entrando a los primeros cursos [de la univer-
sidad], es tal vez [que piensas en] esa utopía de ser una persona que va a
brindar soluciones a los demás y que va a poder ayudar a que todo salga y
llegue en buen puerto. Pero ya viendo el transcurso de los cursos […] te das
cuenta de que no es tanto así […]. Al menos en el campo del litigio […] no
es nada de lo que te han pintado en la universidad, más bien es muy distinto.
En la actualidad, por experiencia te voy a decir que los abogados […] son
picapleiteros, les gusta ahondar, agravar la situación (2015).

Por otra parte están los conflictos entre abogados que, en gene-
ral, se dan por deslealtades profesionales. Un claro ejemplo es el de
los denominados “tinterillos”, es decir, “los abogados que no ven los
casos, solamente sellan [documentos]” (M. V., 2015). “Las mismas
partes […] los buscan a ellos en sus oficinas y se hacen sellar por 20,
10 bolivianos” (ibid.). Ciertamente, se producen disputas entre los
abogados tinterillos por percibir recursos, aun a costa de denigrar la
carrera al cobrar por servicios que se ofertan a costos menores que
los establecidos en los aranceles de los Colegios de Abogados.16
Estos y otros “tragos amargos” son los que van poniendo a prueba
la vocación y la convicción profesional del abogado para continuar
escalando peldaños o, en su defecto, abandonar la carrera. En ese
contexto, la deserción del ejercicio profesional es un tema recurrente.
Por ejemplo, hay casos en los que “muchos abogados noveles […]
hacen una prueba de unos meses” y luego “están dejando […] la
profesión de abogado” para dedicarse “a otros menesteres, menesteres

16 Sobre este punto, véase el acápite de este texto que propone una clasificación
de los tipos de abogados.
198 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

de sus padres, al comercio, etcétera” (B. A., 2015). Esto significa que
muchos abogados, al poco tiempo de iniciar su carrera, cambian de
oficio y se convierten en empresarios, comerciantes, taxistas, albañi-
les o, incluso, deciden comenzar otra carrera que consideran podría
generarles mayores réditos.
Otra de las causas de las deserciones, además de las mencio-
nadas, es la sensación de que el mercado de abogados está copado.
Sobre este punto, es posible encontrar dos criterios contrapuestos. El
primero, según la lectura recurrente, considera que “ya no es nada
rentable ser abogado porque la competencia es terrible; hay cual-
quier cantidad de abogados” (C. F., 2015). Sin embargo, y he aquí el
segundo criterio, no hay que olvidar que el abogado litigante trabaja
en torno al conflicto, buscando darle una solución. Bajo esa premisa,
se entiende que el conflicto es parte de toda sociedad y, por tanto, no
habría problema con la demanda del servicio –pues nunca faltarán
conflictos por solucionar–, sino con la oferta existente, es decir, con
los servicios ofrecidos según las áreas de especialización de los abo-
gados. En dicho contexto, es sabido que las ramas del derecho que
cuentan con más abogados son la civil y la penal. Pero, ¿serán estos
los nichos de sobreoferta? Para responder a esa pregunta, se acudió
a E. B., quien conoce bien tal situación:
Es evidente que uno dice: “Sí, [el] ámbito penal y [el] civil están saturados”.
Sin embargo, uno ve que el ámbito civil y [el] penal ocupa[n] (en el ámbito
de la jurisdicción) el mayor porcentaje de procesos: la última estadística que
yo había visto está rondando entre el 60% y [el] 70% [de los casos], [los
cuales] son civiles y penales en ese marco general. Lo que sí creo es que no
hay que englobar este concepto civil y penal tan ampliamente. Ahora, si
se requieren abogados, por ejemplo con especialidad en medio ambiente
(por toda la connotación que hoy tiene este ámbito), se necesita abogados
administrativistas, tributarios, etc. Pero cuando uno habla de un abogado
civilista, no hay que pensar en civil en el ciclo genérico. Ahora, incluso el
ámbito civil está reducido o hay que subdividirlo, porque el abogado civilista
hay que diferenciarlo del abogado comercialista o [d]el abogado empresarial.
El abogado penalista tampoco es uno que se dedica al [derecho] penal en un
sentido genérico, también hay subramas. No es lo mismo el derecho penal
internacional o la protección internacional de los derechos humanos que,
si quieres, la protección de delitos comunes; son especialidades totalmente
distintas y ese paraguas de penalista no puede abarcar a ambos […]. Hoy, el
sistema normativo te exige que el abogado tenga una formación muy técnica,
muy especializada, pero [con] una fuerte base de formación genérica. Creo
Bajo la toga | 199

que algo [que] no hay que perder [de vista] en Bolivia, [es que] este no es un
país tan grande como para decir “yo voy a formar [a] un abogado especia-
lista en derecho bancario”, sino en decir “yo voy a formar [a] un abogado
que después tendrá una especialidad en [derecho] bancario… que después
tendrá una especialidad en [derecho] tributario”, pero tiene que tener una
sólida formación jurídica para después dedicarse a una especialidad (2015).

Entonces, bajo esa interpretación, para atender esta causal de


deserción habría que diversificar la oferta de servicios profesionales, a
fin de generar especializaciones dentro de las ramas más recurrentes,
como la civil y la penal. Pero, además, se debe comenzar a pensar en
especialidades propias de estos tiempos. Este es, sin duda, un tema
que ameritaría un mayor estudio.

Las tácticas para forjar el prestigio profesional


La totalidad de los entrevistados coincidió en que el prestigio profe-
sional lo es todo para crecer y llegar a la cúspide de esta profesión.
De hecho, es en el segundo peldaño donde se toman las acciones
necesarias para alcanzar ese objetivo y, sin lugar a dudas, existen
diferentes tácticas para lograrlo, como buscar mayor experiencia,
especializarse y definir si se trabajará independientemente o de
manera asociada, entre otras.
La búsqueda de experiencia, por lo visto, es un tema constante.
En ese escenario, están aquellos que ya comenzaron a acumular expe-
riencia mediante el ejercicio de cargos como el de supernumerario
y/o el de procurador, y también quienes solamente se dedicaron a la
academia, relegando su vivencia profesional. De hecho, hay quienes
creen que el abogado joven debe dedicarse únicamente a acumular
conocimiento, realzando el valor de la experiencia. Quien se adscribe
a este grupo es G. G.:
Hay abogados que han egresado de la facultad y no han hecho nada más en
su vida, entonces no tienen experiencia […]. En cambio hay otras personas
que han vivido harto al mismo tiempo de estudiar derecho: han trabajado
en varios lugares, en varias reparticiones públicas o por su cuenta y [de ese
modo] aprenden. […] Hay gente que egresa y va a hacer un doctorado, etc.,
eso es malo, porque primero uno debería saber en qué consiste su trabajo,
qué cosas necesitar reparar, arreglar, mejorar y recién [obtener] un título
mayor, con mucha sapiencia desde ya, y [así] sería mejor (2015).
200 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Es posible que este desequilibrio entre experiencia y conocimiento


teórico, doctrinal –o como se lo quiera llamar–, genere las desilusiones
a las que se hacía referencia previamente. Lo cierto es que el derecho
es una profesión de acción, ya que debe resolver problemas que se
vinculan con personas, con sentimientos, es decir, con aspectos que
difícilmente pueden ser relatados en un libro o en una cátedra. Dadas
las cosas de esta manera, se puede decir que el prestigio añorado no
se construirá exclusivamente a base de títulos de especialización.
En concordancia con lo anterior, como parte de las tácticas para
alcanzar el prestigio está la decisión de especializarse en una rama
específica a partir de la realización de cursos de posgrado. Esa deter-
minación responde al área de trabajo que el abogado ha seguido,
sea privada o pública. Con ello se delimita, además, el grupo de des-
tinatarios de los servicios profesionales que este ofrecerá. Por ejem-
plo, A. Z. (2015) señalaba que existen abogados que desean trabajar
con las grandes empresas; estos serían los abogados corporativistas.
Respecto a continuar o no con la formación académica, también
existen criterios diferenciados. Según P. T.:
Una cosa es lo que te enseña la universidad y otra cosa es lo que vas a aplicar
afuera […]. Afuera recién ves qué trabas hay en el proceso, si realmente es
el tiempo que te han enseñado en la universidad [el] que tienes que esperar.
Afuera es donde ves. […] Puedes tener el mejor docente, pero […] afuera no
funciona el sistema igual. Por más de que tengas especialidades, masterados
y todo, igual no te va a ir bien (2015).

En la misma línea, algunos piensan que la formación académica


no es bien valorada y, por tanto, consideran que no valdría la pena
continuarla. Esa es la percepción de A. B., quien, refiriéndose a sí
misma, señalaba: “Yo tengo una maestría, pero ya no tendría valor
para hacer un doctorado, porque creo que no sirve, porque no lo
van a valorar” (2015). En contrapartida, existen quienes ven como
fundamental la decisión de dar continuidad a la formación, especia-
lizándose en un área determinada. En palabras de E. B.:
Hay que tener algo en claro: si quiero ser un abogado serio, no puedo tra-
bajar en todas las áreas. Hoy, la complejidad del sistema normativo exige
especialidad, especialidad que debo adquirir por una formación académica
posgradual, como también por el ejercicio profesional como tal. O sea, si
yo digo: “Voy a ser laboralista o voy a ser penalista”, o cualquiera de las
ramas, voy a empezar a trabajar en el área, pero también me voy a empezar
a formar (2015).
Bajo la toga | 201

Finalmente, en este peldaño, será fundamental definir si se tra-


bajará independientemente o en asociación con otros colegas. Al
respecto, nuevamente existen ideas distintas. Por ejemplo, Ángel
Ossorio y Gallardo considera que la asociación es incompatible con la
profesión, ya que “los oficios que operan sobre el espíritu humano son
típicamente individuales y deben ser ejercidos con exclusiva libertad
y con sanciones exclusivas” (2005: 110). Contrariamente, personas
como E. B. piensan que, por el tema económico y de adquisición de
la mentada experiencia, lo más lógico sería que “me asocie o empiece
a trabajar en un bufete para un poquito mejorar mi formación, eso
es evidente, y ya después con un tiempo determinado me indepen-
dizaría” (2015).

Tercer peldaño: éxito profesional


Este peldaño es el resultado de las acciones asumidas en las dos ante-
riores estaciones. En todo caso, es central tener en cuenta que no existe
una idea universal de lo que es el “éxito”, pues este dependerá de
aquello que la persona se haya ido proponiendo en su vida profesional.
Así, para algunos, el éxito será: llegar a ser juez o magistrado, consoli-
dar un bufete reconocido por su capacidad de resolver controversias,
trabajar para una connotada empresa o entidad estatal, incursionar
en la política o ganar dinero. Las posibilidades son amplias. Ahora
bien, para alcanzar ese éxito, es necesario ganar prestigio, es decir,
una imagen representativa por la cual el profesional sea buscado; para
ello, debe desarrollar atributos y competencias.
Al hablar de atributos, se hace referencia a las cualidades que
distinguen al abogado, como la responsabilidad, la honestidad y la
diligencia, por ejemplo. Las competencias, en cambio, serán las habili-
dades que el abogado demuestre en el ejercicio profesional, entre ellas
la capacidad de argumentación, el análisis jurídico y la conciliación.
Sin embargo, así como la idea de éxito es relativa, también lo es la
concepción de los buenos atributos y de las competencias. Por tal
razón, la mentira, la chicanería, la conflictividad y otros rasgos pueden
formar parte del perfil del abogado. Acá habrá que sopesar los fines
y los medios. Como decía A. Z. (2015), hay caminos sin retorno y el
prestigio del abogado será como su sombra persiguiéndolo, ya sea
para bien o para mal.
202 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Dos caras de una misma moneda: abogado y cliente17


Al pensar en el estigma que pesa sobre la abogacía, se debe tener
en cuenta que, para haber llegado a tal punto de mal crédito, es
probable que el desempeño profesional de los abogados haya sido
medido a partir de parámetros de comportamiento ideal difícilmen-
te alcanzables. En cambio, hace falta comprender que la labor de
estos profesionales es solo una parte del funcionamiento del sistema
jurídico, el cual está compuesto por otros actores, comportamientos
e instituciones.
En ese marco, con el afán de ampliar la perspectiva de análisis,
se desarrolló una tipología de los abogados y de los clientes sobre la
base de las prácticas identificadas en las entrevistas realizadas. A partir
de ese ejercicio, se buscó comprender de mejor manera el porqué de
ciertas prácticas que, en muchas ocasiones, son las que generan una
imagen deteriorada. Claro está que, a futuro, será fundamental pensar
en un estudio completo que recoja de manera directa la opinión de
los usuarios de los servicios jurídicos, además de la opinión de otros
actores, como los servidores judiciales.

Tipos de abogados
Abogado modelo
Este tipo de abogado reúne una variedad de atributos que lo acercan
a los prototipos idealistas a los que se hizo referencia. Entre tales
atributos figuran: manejar los casos con ética, enmarcar las acciones
y las estrategias a las posibilidades que la norma otorga, ser sinceros
respecto a la viabilidad del caso (M. V., 2015), comprometerse con el
caso, realizar un seguimiento constante a los actuados y a los plazos
procesales (P. T., 2015), y aplicar la jurisprudencia (M. S., 2015),
entre otros.
Hay quienes piensan, como E. V., que este tipo de profesionales
son una “especie en extinción”. Una de las causas de esta percepción
posiblemente sea que el ejercicio de la abogacía –sobre todo si se quiere
sobrevivir en el mercado laboral– exige “adecuarse” o lidiar con las

17 El uso del término cliente puede no ser el más afortunado, empero, es habitual
en el mundo jurídico, dado que es entendido como “el litigante con respecto al
abogado que defiende su causa” (Cabanellas, 2008, t. ii: 205).
Bajo la toga | 203

prácticas existentes, las cuales, en muchos casos, atentan contra los


atributos ideales. E. V. lo explica así:
[A] una persona que tiene un hogar, una familia, esposa, hijo o hijos… la
profesión no [le] da, [no le alcanza]. Si es que eres una persona que te sujetas
a los principios todavía (debes preservar, creo, la época de formación, colegio
y demás), no te da, no te da. ¿Por qué? Porque en realidad […] apegarte a
lo que realmente son los aranceles y no haciendo cobros extras te da para
sobrevivir, como te digo, teniendo familia numerosa, peor todavía (2015).

Abogado pleitero
Se entiende que este tipo de abogado, en lugar de buscar una solu-
ción rápida al conflicto, busca caminos de larga duración que, en
general, se traducen en largos procesos. Esta postura podría obede-
cer a tres factores: el deseo de generar mayores ingresos económi-
cos,18 el imaginario social y la formación profesional.
Los abogados que se manejan bajo la lógica del primer factor
–deseo de generar mayores ingresos económicos– “están viendo […]
cómo pueden armar el incendio, que se haga más grande el asunto,
para entrar en procesos grandes y tortuosos, precisamente para
alargar los tiempos y ganar más dinero […]” (C. F., 2015). En ese
contexto, los clientes gastan más dinero para pagar los honorarios
profesionales. Curiosamente, los abogados que sugieren optar por
salidas contrarias –es decir, salidas que beneficien al cliente y que
suelen requerir menores gastos– o incluso renunciar al litigo son
estigmatizados como malos abogados. Esto es lo que le sucedió a F. F.:
Una vez un señor vino a mi oficina a decirme que le habían robado un quin-
tal de papa y que quería demandar a los responsables. Le propuse analizar
los costos que ello implicaba y que le saldría más caro [demandarlos] que
recuperar su quintal, a lo cual él coincidió conmigo y se fue resignado y
agradecido por la asesoría. Transcurrida una hora, la misma persona vino
acompañada de sus familiares y [estos] me increparon: “¿Usted es amigo
de los delincuentes?, ¿cómo le va a decir así?, ¡usted es un pésimo abogado!,
¡esas personas tienen que ser enjuiciadas!, ¡no sabe la pérdida económica
que hemos sufrido!”. Y se salieron molestas (2015).

El segundo factor –imaginario social– se funda en la concepción


que la sociedad tiene respecto a un buen y a un mal servicio jurídico

18 Véase, más adelante, el acápite dedicado al abogado “saca plata”.


204 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

en términos de tiempo. Y es que, en muchas oportunidades, se cree


que a mayor tiempo de trabajo los honorarios son mayores y que
a menor tiempo de trabajo los honorarios son menores. Es decir,
mientras más tiempo se tome el abogado para resolver un conflicto,
significará que está haciendo un buen trabajo y, por tanto, que merece
una buena paga. El siguiente relato así lo explica:
Cuando el abogado va, te soluciona el problema y te dice: “Esto hay que
hacerlo así”, y te lo hace en una semana, dice el cliente: “Ah, pero ¿por qué
le voy a pagar tanta cantidad de dinero si lo único que ha hecho es trabajar
una semana?”, cuando en realidad el abogado le está solucionando un
fuerte problema, pero lo está haciendo de la manera correcta. Pero si viene
el abogado y le dice: “No, esto es un grave problema, me llevará meses de
trabajo” y lo dilata en un año y le cobra una cantidad –tal vez la misma
cantidad que pensaba cobrar el otro–, [el cliente] se siente satisfecho: “Sí,
ha trabajado mucho tiempo” (E. B., 2015).

Esta forma de evaluar el desempeño profesional, ligada al deseo


de algunos profesionales de generar mayores ingresos a costa de sus
clientes, estigmatiza el trabajo de ciertos abogados que son juzgados
como malos profesionales sin que sus clientes se den cuenta del tiempo
que podrían estarles ahorrando en vez de estar en los juzgados.
La existencia de abogados pleiteros también podría deberse a
la preparación que ofrecen las facultades de Derecho, esto es, a la
formación profesional –el tercer factor–. Entonces, la pregunta que
surge es: ¿se forman abogados con mentalidad litigiosa o conciliadora?
Para responder a esta cuestión, pueden citarse las palabras de E. B.,
quien cuenta con experiencia en la formación de abogados:
Al abogado se lo preparaba para el conflicto y nunca se le decía que hay
que conciliar y se lo preparaba para ir al proceso a como dé lugar y a ganar
a como dé lugar, y si alguien venía y me daba un caso, yo tenía que patro-
cinarlo, aun cuando de inicio sabía que el caso estaba perdido. De todas
maneras [lo patrocinaba], por si acaso (2015).

Esta percepción es secundada por P. T., quien al trabajar en el


ámbito judicial pudo observar las dinámicas de los litigantes:
Al abogado le gusta hacer conflicto en todo lado. Si no le va bien en el
juzgado, busca otro lado en donde seguir fregando y seguirle cobrando a
su cliente, ofreciéndole cosas: “Que allá vamos a arreglar”, “Que más allá
vamos a arreglar’” y, al final, el abogado es el que no sabe [cómo ganar el
caso]. Y por seguirle cobrando le ofrece cosas que no tienen sentido (2015).
Bajo la toga | 205

Claramente, existen muchos abogados que asumen una conducta


pleitera o conflictiva, pues así han sido “programados” en su formación
universitaria. Sin embargo, no se puede achacar todo el problema a
la formación, ya que también se trata de un asunto de cultura ciu-
dadana. Habría que preguntarse: ¿al boliviano le gusta arreglar los
problemas mediante el conflicto o por el diálogo y la conciliación?
Se podría, entonces, atribuir parte de la responsabilidad a quienes
requieren el servicio jurídico porque existen personas –tal como se
verá en el acápite de “clientes vengativos”– que, antes que arreglar el
problema, lo único que quieren es cobrarse el daño que sienten haber
sufrido. En este mismo marco están los abogados que:
[…] no sabemos solucionar problemas, sabemos crear nuevos, o sea, cuando
dicen: “más bien está solucionando el problema”, viene el abogado y lo termi-
nó conflictuando todo y entonces terminó en un proceso judicial, en grandes
pleitos y un desgaste jurisdiccional y económico para las partes (E. B., 2015).

Abogado conciliador
Este tipo de abogados son la antítesis de los abogados pleiteros, pues
buscan solucionar las controversias existentes a través de la concilia-
ción, es decir, obteniendo acuerdos entre partes, antes que iniciando
o continuando procesos judiciales que previsiblemente serán largos.
La conciliación, a criterio de E. B., es una de las funciones que el
abogado debe cumplir y que implica tener la capacidad de sentar a
ambas partes para que bajen los tonos de voz y lleguen a solucionar
el conflicto. En estos casos, la lógica sería: “el abogado está primero
para asesorar, […] y el asesoramiento deviene en evitar precisamen-
te el conflicto” (2015).
Al igual que en el anterior caso, existen diferentes factores que
motivan a los profesionales a inclinarse por esta forma de ejercicio de
la abogacía. La formación de una cultura conciliadora podría ser una
de ellas, pero, de acuerdo con E. B., es algo que aún hay que trabajar
en nuestro medio, puesto que se requiere desarrollar habilidades y, en
consecuencia, dedicarle más tiempo. Por otra parte, el conocimiento
de la lentitud del sistema judicial y el deseo de evitarlo pueden ser
aspectos determinantes para optar por la conciliación. Así lo conside-
ra, por ejemplo, A. B., quien afirma que “litigar realmente es un vía
crucis, es un castigo […] y es preferible llegar a un arreglo” (2015).
206 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

En ese contexto, el factor económico no deja de ser un aspecto a


considerar. Por una parte, están quienes tienen la vocación del diá-
logo y saben que el rédito por sus servicios será menor. En palabras
de A. B.: “Tal vez percibes menos honorarios, pero estás llegando a
una conclusión y a un arreglo inmediato” (ibid.). Por otra parte, hay
quienes consideran que:
[…] hay que cambiar esa lógica. El tiempo vale mucho dinero, por ende, la
solución de un problema de manera rápida debería cancelarse [pagarse] de
mejor manera que la solución del problema a largo plazo, que probablemente
ya me ha traído otros problemas más (E. B., 2015).

Vistas así las cosas, es probable que la solución de un problema


de manera rápida no sea valorada por aquellos que requieren los
servicios de un abogado. En ese contexto, la relación tiempo-dinero
debe ser redimensionada, ya que es preferible solucionar el problema
en días que en meses o incluso en años, pero esa celeridad debe ser
ponderada económicamente, pues implicaría la liberación de un largo
y tedioso conflicto en estrados judiciales.
Con todo, más allá de los factores educacionales y económi-
cos, la conciliación puede llegar a dar satisfacciones a los abogados
que la ponen en práctica. Es el caso de una experiencia vivida por
uno de los entrevistados, quien recuerda una visita a su bufete de la
siguiente manera:
Una vez, recuerdo, me visitaron un médico odontólogo […]. Vinieron su
esposa […] con su hijito más. [Se estaban divorciando y dijeron:] “Ya he-
mos entrado de acuerdo en todo, en estas condiciones”. Me entregaron un
papelito, cuánto va a pagar [de] pensión, todo eso. “Nos estamos separando
definitivamente, no podemos ya llevar la vida en común como esposos, es
insoportable”. Hemos empezado a hablar […], yo he empezado a pregun-
tar, porque como yo era un abogado mercantilista, a mí lo único que me
quedaba era redactar y firmar y cobrar mi honorario. Entonces, [por] lo
que yo he visto, he entrado a hablar del pequeño: “Y, ¿su hijito?”, le[s] he
dicho. Entonces hemos empezado a hablar del problema del matrimonio,
las causas, los motivos… [de] por qué no había comunicación. Entonces, al
fondo hemos llegado, cuáles eran las causas, y, al último, no tenían motivos,
razones valederas para que puedan separarse. Únicamente era falta de
comunicación y una confusión. Y, al último, han salido reconciliados, bien.
Yo mismo me he sentido satisfecho porque he coadyuvado, porque no han
llegado a separarse. Tampoco no he hecho el documento, además de eso,
no ha habido necesidad de hacer un documento de compromiso, porque
Bajo la toga | 207

yo, siendo [abogado] mercantilista, podía hacer[les] firmar un documento


de compromiso de acuerdo mutuo, para que no vuelvan a reincidir, pero
únicamente ha sido con mi exhortación. Al último les he felicitado, ellos
también se han abrazado, se han disculpado. Yo creo que ha sido bonito,
una anécdota linda, que han salido bien reconciliados con su hijito al medio
[…]. Yo les he dicho: “Discúlpense”, porque el hijo percibe todo, por más
que tal vez no sabe opinar: [el niño] tenía cinco o seis años […]. Han salido
bien reconciliados y yo mismo me he sentido bien, feliz […]. He coadyuvado
con esa solución sin que llegue al juzgado, con mis palabras, entonces me
he sentido útil a la sociedad (I. P., 2015).

Abogado de puerta de celda


Estos abogados son aquellos pendientes a cualquier persona que
requiera sus servicios. Para ello, asumen diferentes estrategias que
les permiten estar presentes siempre que se los necesite. Por lo gene-
ral, su atención se centra en lugares donde habitualmente existen
conflictos, como en las oficinas de Tránsito –donde abundan casos
de personas que vulneraron normas de tránsito–, en las oficinas de
la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (felcc) –donde se
requieren defensores ante acusaciones por la comisión de un pre-
sunto delito– o en lugares donde es necesario realizar trámites de
diferente naturaleza.
Respecto a las estrategias asumidas por estos abogados, se pudo
identificar dos. La primera es la espera de cualquier movimiento in
situ: al identificar a un posible cliente, el abogado se acerca a ofrecerle
sus servicios y, por lo menos, le deja su tarjeta profesional para que
este considere la posibilidad de contratarlo. Según el relato de C. F., es
cuando se espera “a ver si cae alguito” (2015). La segunda estrategia,
más sofisticada por cierto, tiene que ver con las redes de contactos
que los abogados establecen, de tal manera que, al existir un posible
cliente, alguien que trabaja en el lugar donde surgió el conflicto los
contacta. Uno de los mecanismos de funcionamiento de tales redes
fue explicado del siguiente modo por uno de los entrevistados:
Los llamados abogados de puerta de celda, que apenas cae alguien los mismos
tenientes o subtenientes a cargo del distrito policial lo[s] llaman diciéndo-
le[s]: “Hay un casito, venga a defender a esta parte”. Eso obviamente no
es gratis, los abogados reconocen [económicamente] a los oficiales [que los
contactan] (M. V., 2015).
208 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Claramente, este tipo de organización muestra una suerte de


“asociación” o, como se lo conoce en el medio, un “consorcio” en el
que diferentes personas se comunican y actúan para tener beneficios
comunes. En ese escenario, los beneficios suponen la obtención de
un cliente, en el caso del abogado, y de rédito económico en, el caso
del agente comunicador, por pasar el dato sobre la existencia de un
“potencial” cliente. Sin embargo, más allá de la estrategia asumida,
se advierte que también existe el “ingenio” de estos abogados para
estar prestos a la demanda de servicios jurídicos. Podría decirse que
se trata de un mecanismo necesario ante la sobreoferta del servicio.

Abogado saca plata


En general, los honorarios que un abogado cobra son acordados
entre él y la persona que lo contrata, y queda documentado en la
llamada “iguala profesional”, que es una suerte de contrato de servi-
cios. No obstante, existen casos en los que dicho acuerdo no es claro.
En la actualidad, frente a este tipo de situaciones, la Ley del Ejercicio
de la Abogacía establece que se aplicará el arancel aprobado por el
Ministerio de Justicia (art. 8, núm. 3; art. 28, par. ii). Empero, pese
a esta precaución, se sabe que hasta fines del 2015 dicho arancel no
había sido publicado en el sitio web de ese ministerio y, presumible-
mente, aún no había sido aprobado. Ante ese vacío, los aranceles de
referencia, por entonces, eran aquellos aprobados por los distintos
Colegios Departamentales de Abogados.
Al margen de tales previsiones normativas, en la práctica, se
advierte que algunos abogados realizan cobros de manera discrecio-
nal o más allá de los contenidos pactados en la “iguala profesional”.
Incluso ese documento podría llegar a legitimar cobros considerados
como excesivos por los clientes. Es a estos juristas a quienes se conoce
como “saca plata”, siguiendo calificativos mencionados por los propios
entrevistados. Así, pues, además de los honorarios profesionales, estos
abogados realizan otros cobros, los cuales se describen a continuación:


—Anticipo de servicios a prestar
Como en muchos oficios, es comprensible que los abogados realicen
este tipo de cobros, ya que esto les permite comenzar con su traba-
jo. Sin embargo, en ciertas ocasiones, los interesados proporcionan
el anticipo solicitado, mientras que algunos abogados “no cumplen
Bajo la toga | 209

con sus clientes” (A. B., 2015). Esta circunstancia puede ser ilustrada
con una experiencia recogida en los pasillos del Juzgado de Oruro.
Allí, una persona relató que tenía programada una audiencia para
determinar si se le aplicaban medidas cautelares. Dicha persona
acudió a un abogado, el cual le solicitó un monto considerable de
dinero como anticipo, pero el día de la audiencia el abogado no apa-
reció y, días después, el cliente averiguó que dicho abogado –usando
el dinero del anticipo– celebró un acontecimiento social olvidando
la obligación profesional contraída.


—Garantía de resultados en el proceso
Los abogados “saca plata” realizan este tipo de cobros argumentando
que ese dinero “agilizará” e incluso “garantizará” buenos resultados
en el proceso judicial. Claro está que tales requerimientos están fuera
de norma, toda vez que la Ley del Ejercicio de la Abogacía establece
como infracción leve el hecho de que un abogado ofrezca “sus servi-
cios profesionales mediante formas engañosas o referencias anticipa-
das sobre tiempo o resultado” (art. 40, núm. 3). Este tipo de cobros
puede ser ilustrado con el testimonio de uno de los entrevistados,
quien dijo que escuchó a uno de sus colegas decir: “Dame mil dólares
y a ese hijo de tal lo vamos a meter a la cárcel el lunes” (G. G., 2015).
Estas acciones son muy cuestionadas dentro del propio ámbito
profesional, pues ocasionan que los abogados que obran legal y ética-
mente sean mal vistos por no prometer resultados. Es decir, muchas
personas consideran que un abogado que no garantiza resultados no
es un buen profesional. Así sucedió, por ejemplo, con G. G.:
El abogado que es honesto, es sincero, le dice [a sus clientes]: “Mire, su
caso tiene que recorrer este camino y todavía hay la posibilidad de que
no sea efectivo”. [Pero a ese abogado] no le creen, le dicen: “Ese no, es un
tonto” (ibid.).


—Pagos a servidores públicos
Estos cobros son realizados, supuestamente, para luego ser entrega-
dos a ciertos servidores públicos de los juzgados, de la Fiscalía, de la
Policía o de otras instituciones de administración de justicia, como
pago por favores requeridos dentro de un proceso. Es lo que muchos
210 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

abogados, en la jerga jurídica, denominan “aceitear” o, también,


“coimear”.19 Claro está, la naturaleza de tales pagos es ilegal; ade-
más, es difícil que el cliente obtenga un comprobante que dé cuenta
de que su dinero fue utilizado para el fin indicado. De lo que se trata
es de confiar en la palabra del abogado. Lo cierto es que muchas
veces, como señala M. V. (2015), los pagos prometidos no son rea-
lizados. Esto le pasó a un servidor judicial de la ciudad de Oruro,
quien no quiso dar su nombre. Él contó que, en una oportunidad,
le llamó la atención que un abogado, amigo suyo, visitara frecuen-
temente al juez con quien él trabajaba. Las visitas eran regulares y
rápidas; el abogado ingresaba a la oficina por un par de minutos y
luego salía sin mayor novedad. En una oportunidad, el servidor judi-
cial decidió seguir al abogado a ocultas. Fue cuando se dio cuenta de
que ese acto no era una gentileza inocente, sino que cada que ingre-
saba a saludar al juez, un cliente lo aguardaba afuera, esperándolo
para enterarse si el dinero había sido entregado al juez a cambio de
una decisión favorable a su causa. Lo irónico, según cuenta el rela-
tor, es que jamás pasó nada de lo que el abogado le dijo a su cliente.
Es preciso tener en cuenta que este tipo de cobros y pagos suele
convertirse en una práctica habitual: “Muchos abogados […] quieren
ganar casos pagando a los funcionarios”, pero “una vez que das dine-
ro, vas a dar toda tu vida dinero a esa autoridad y si vas a dar dinero
a esa autoridad para que falle algo a tu favor, en algún momento,
vas a tener que dar dinero a la instancia superior y a la siguiente, y
a la siguiente” (M. V., 2015). Las consecuencias de estas acciones,
sin embargo, no quedan ahí, puesto que también repercuten en el
prestigio profesional, ya que muchas personas conocen esta forma de
operar de ciertos abogados y acuden ante ellos para tener resultados
favorables, aunque también dejan de requerir sus servicios al darse
cuenta del costo que estos implican:
Si te haces conocer como abogado de ese tipo, los mismos entornos sociales
se dan cuenta de eso y te dejan de buscar y dicen: “Ah, no, ese lo único que
sabe es pagar, y te saca dinero todo el tiempo” y de por medio también está
la cuestión [de] que tú mismo te haces conocido en juzgados como una
persona de ese tipo. Entonces, por más de que tú no hayas pagado a ese

19 El Diccionario de la Lengua Española señala que coima es un “soborno” o una


“dadiva con que se soborna” (rae en línea).
Bajo la toga | 211

juzgado, si tú vas con esa fama, llegas y […] ya te ven con cara de billetera
abierta y ese no es el fin del abogado (ibid.).

Lo malo es, empero, que el prestigio afectado no solamente es el


del abogado en cuestión, sino también el de todo el gremio, que se
ve perjudicado por estas prácticas.


—Cobros inventados y de “alargue”
Por si fuera poco, estas solicitudes también se aprovechan del descono-
cimiento del cliente sobre el contexto jurídico. En este tipo de cobros
están aquellos por conceptos inexistentes, tal como contó C. F. acer-
ca de un caso sobre unos timbres que dejaron de ser utilizados hace
tiempo:
[Respecto a] esto de los abusos que cometen [algunos abogados, de] sacar
dinero al cliente para un montón de pagos que no existen, he escuchado
hablar a algunos clientes míos, [a] algunas personas “x” [decir]: “Que para
los timbres me han pedido”. [Yo les respondí:] “¡Ya pues!, ya no existen
timbres”. Entonces hay abogados que están viendo por dónde sacar dinero,
entonces, es eso [lo] que hace quedar mal al abogado (2015).

Por otra parte, están los que podrían llamarse cobros de “alar-
gue”, que son aquellos que se efectúan para continuar o alargar un
proceso que claramente no avizora buen puerto. Con ese propósito,
el abogado mete “la idea en la cabeza [de los clientes] de que puede
hacer algo y [que] las partes están dispuestas a poner dinero tras
dinero, como honorarios o como otros gastos, y de eso viven ellos
[los abogados]” (M. V., 2015).
¿Qué hay detrás de estos cobros? ¿Qué los motiva? Con seguri-
dad podrían ensayarse diferentes respuestas. Una de ellas puede ser
formulada a partir de la opinión de E. V., quien considera que los
abogados que hacen tales cobros “se empecinan en tener ingresos
económicos y complicar los distintos […] hechos, acontecimientos,
que tenga el cliente y que originen problemas” (2015). Bajo esa lógi-
ca, la carrera y el ejercicio de la abogacía serían concebidos como
una fuente de ingresos, dejando de lado la concepción idealista del
derecho como un servicio social. En este orden de cosas, no puede
conminarse el deseo que toda persona tiene de generar ingresos; al
final, todos requieren subsistir de su trabajo, pero el problema está
en si esa pretensión comienza a rayar en una ambición que erosiona
212 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

la imagen del gremio y que afecta tanto a aquellos profesionales que


asumen dicha conducta como a los que no lo hacen. Pero, además
del gremio, también el cliente se ve afectado. Lo complicado es com-
probar estos hechos ilegales. Sin lugar a dudas, este es un tema para
la agenda investigativa que requiere un mayor análisis, el cual incluso
debería incluir la aplicación de entrevistas a aquellas personas que
solicitan y reciben esos pagos.
Igualmente, habría que preguntarse: ¿dónde se genera este hábito?
Al parecer, todo apunta a la época estudiantil de la carrera de Derecho,
cuando comienzan a realizarse las primeras prácticas. Por ejemplo,
se conocen casos en los que los pasantes obtienen “igualas o salarios
o bonos de pasajes de seis estudios jurídicos diferentes y ni uno de los
seis [estudios] sabía que [el estudiante] hacía eso” (M. V., 2015). Por
otra parte, es muy común ver dentro de los juzgados casos como el
que H. R. relata, de la época en que fungía como supernumerario:
[Recibes dinero] por cualquier favor que le haces al litigante: por llevarle el
expediente a la fotocopiadora, por sacárselo los originales, cuando [los liti-
gantes] piden, por ejemplo, [un] desglose de documentos. Y vas recibien-
do un dinerito, por costurar aquello y aquello, son dineritos que van y vie-
nen. Pero se va haciendo una necesidad en el que trabaja ahí, en el asistente.
Después, el secretario siempre le va pidiendo al litigante que ponga un di-
nero por la legalización, por ejemplo, porque no te lo hacen gratis; siem-
pre te van a decir que tiene un monto [costo]. Y también quien te va a ha-
cer [el] taipeo [transcripción] de algunos originales, de algunas piezas que
pidas, también te va a pedir [dinero]. Nada es gratis […]. Yo he trabaja-
do, para empezar, cuando estaba todavía de estudiante, como supernume-
rario en el Juzgado de Familia. [Ahí] era por llenarte las boletas de depó-
sito judicial para la asistencia que cobraban. O sea, [los litigantes] tenían
que pagar [un monto] adicional, te llenaban en una máquina la boleta con
la que [el litigante] tenía que ir obligado al Consejo20 a dejar su depósito,
pero tenía que pagar diez o 20 bolivianos [por la boleta]. Cuando me toca-
ba a mí –porque van rotando los chicos ahí, son cuatro, y hay alguien que
tiene que hacer […]– decían [los litigantes]: “Joven, ¿cuánto debo dejar?”.
“Nada”, les decía. “No deje nada” […]. Y les devolvía [su dinero] delante
de los otros. […] Después de una semana me reunieron a puertas cerradas,
cuando terminaron las horas de trabajo en el juzgado. Me decían: “¿Sabes
qué? […], es posible que a ti no te haga falta el dinero, pero a nosotros sí nos
hace falta, de alguna manera nos estás perjudicando, porque si tú no reci-
bes van a correr la voz los litigantes y van a decir: “El único que no recibe

20 Posiblemente se refería al Consejo de la Judicatura.


Bajo la toga | 213

es él, ¿por qué los otros sí reciben?” […] Así que me vi obligado a recibir,
aunque ese dinero se los juntaba y [el] fin de semana con eso mismo se los
compraba un refrigerio (2015).

Abogado chicanero
Es muy común oír hablar de los abogados chicaneros, pero ¿cómo se
los puede definir? En primera instancia, puede decirse que utilizan
la chicana como forma de desempeño profesional. Desde una pers-
pectiva jurídica, la chicana es concebida como las trampas legales,
las triquiñuelas y los ardides utilizados en los pleitos y en las negocia-
ciones; en consecuencia, se entendería que un abogado chicanero es
aquel “litigante desleal, dilatorio, enredador o dado a efugios [evasi-
vas] y ardides” (Cabanellas, 2008, t. ii: 159). Ahora bien, desde una
mirada más pragmática, en el trabajo de campo, se encontró que la
chicana es considerada como “una cultura procesalista de dilación,
de prórroga del proceso [donde] los abogados no quieren discutir el
fondo del asunto” (E. B., 2015).
Se podría decir que el abogado chicanero es aquel que utiliza la
chicana como forma de desempeño profesional, probablemente de
manera estratégica, y que busca, por diferentes mecanismos, dilatar
la duración de un proceso judicial. Según lo relatado por varios de
los entrevistados, hay que anotar que los mecanismos utilizados para
chicanear van desde el uso de recursos procesales que la ley establece,
como la interposición de incidentes, las recusaciones y las nulidades,
entre otras, hasta la aplicación de tácticas más empíricas, como la
inasistencia a actos procesales por supuestos temas de salud e incluso
pagar para que un ascensor sea retenido cuando una de las partes está
adentro, entre otras tantas triquiñuelas que pudieran surgir.
Gran parte de las definiciones previamente expuestas asumen que
la chicana es un acto negativo. Sin embargo, en el ámbito del derecho,
se debate mucho sobre las posibles ventajas de esta estrategia. Ossorio
y Gallardo, por ejemplo, señala al respecto que:
[…] en el 98 por 100 de los casos ella [la chicana] es una maldad y consti-
tuye para el abogado un deshonor. La cuestión está en advertir que puede
haber un 2 por 100 de casos en que la chicana sea no solo inevitable sino
recomendable y plausible. Todo en la vida depende del hombre, de su
pensamiento, de su conciencia […] (2005: 45).
214 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

La cita explicita que, por regla, el uso de la chicana es condena-


do. No obstante, surgen algunos casos excepcionales en los que no
es así. Bajo esa premisa, Ossorio y Gallardo entiende que la chicana
también puede ser un mecanismo de lucha contra actos injustos e
inequitativos, como en el ejemplo que plantea:
En un pleito es decisiva la declaración de un testigo, cuyo dicho bastará
para resolver el asunto a favor de una de las partes. Pero ese testigo acaba
de salir de Buenos Aires para Canadá. Se puede pedir término extraordi-
nario de prueba para que declare allí; pero da la casualidad de que allí no
va a estar más de 15 o 20 días. Después se marchará al Perú, donde estará
otros 15 o 20 días y luego regresará a la Argentina. Inútil pedir término
extraordinario de prueba, porque mientras se tramite el exhorto por la vía
diplomática, no se encontrará al testigo ni en el Canadá ni en el Perú ni
en el viaje. Hay que perder tres o cuatro o más meses hasta lograr que el
declarante venga aquí. ¿Concederá el juez el término extraordinario de
prueba para escuchar a un testigo tan inquieto y mudable? Es posible que
no. Y si no lo concede, ¿qué hacer? En términos de perfecta disciplina ética,
recomendada por todos los autores, debe dejar que el testigo no declare y
consentir que por falta de su testimonio el pleito se pierda. La conducta del
abogado será irreprochable, pero ¿no cumplirá mejor su deber en defensa
de su patrocinado inventando una chicana cualquiera que gaste el tiempo
necesario hasta que el testigo regrese a Buenos Aires y se le pueda tomar
aquí la declaración? El procedimiento es malo, pero el fin es bueno. Mediten
ustedes la solución (ibid.: 42 y 43).

El caso relatado por Ossorio y Gallardo puede ser perfectamente


reproducible en otros contextos y, con seguridad, la respuesta sobre
el uso de la chicana será polémica. Incluso en un mismo escenario, la
respuesta podría variar según la posición en la que uno se encuentre.
Para ilustrar esta afirmación, se elaboró la tabla 6, la cual muestra
diferentes percepciones sobre la chicana, todas referidas a causas que
se encuentran en materia penal.
Bajo la toga | 215

Tabla 6: Perspectivas sobre el uso de la chicana

Litigante 1 Servidor judicial Litigante 2


“Por cualquier motivo “[…] tenemos abogados bien “[…] creo que esto que se
suspenden audiencias o o mal llamados penalistas llama chicanería está destinada
retardan el juicio: ‘que no […] que nunca vienen a a evitar un resultado, en
se ha notificado’, ‘que se ha una primera citación de una muchos casos anunciado, en
notificado pero menos esta audiencia cautelar, nunca muchos casos de forma injusta,
hoja’, ‘que se me ha notificado vienen o mandan solo al pero también en otros casos
todo pero tengo otra audiencia’, cliente o viene el abogado que se sabe que de alguna
‘que a pesar de que no tengo con certificado médico que forma se va a producir –porque
ninguna audiencia tengo un genera una suspensión de los hechos han ocurrido de x o
certificado médico privado que audiencia y en la segunda z forma–, y habrá que esperar
sirve como justificativo para también, y en la tercera una decisión del juez. Y de lo
suspender la audiencia’. […] Ya audiencia recién se presentan, que se trata [es de] retrasar
cuando pasas al juicio oral, la y esas son estrategias esa decisión del juez. […] Sin
retardación, el uso de la chicana para poder conseguir los embargo, obviamente existen
es mucho peor, es mucho peor. documentales que tienen circunstancias en las que no
Porque ahí ingresas al tema de que presentar, para acreditar es el defensor el que utiliza
que recusas a jueces, presentas familia, domicilio, ocupación, [la chicana], sino quienes [la]
incidentes, no asistes a juicios, que son las primordiales utilizan son los acusadores
te declaran rebeldía, purgas la [exigencias] dentro de una […]” (A. Z., 2015).
rebeldía. Es decir, no hay límites audiencia cautelar. Eso sucede
a fin de defender [a] un cliente a menudo. Otra [chicana] es
y querer retardar el proceso que ya no tienen más que
lo máximo que se puede. Esto presentarse a la audiencia y
en materia penal […]” (M. V., sin que exista ningún motivo
2015). te plantean recusación o
excusa para suspender esa
audiencia. Entonces, ese es el
mecanismo que ellos usan, esas
[chicanerías] son las que más
vemos acá […]” (M. S., 2015).
Fuentes: Entrevistas a M. V., M. S. y A. Z (2015).

Como puede advertirse, el litigante 1 considera que la chicana


es perjudicial, mientras que el litigante 2 considera que la chicana
puede ser positiva bajo ciertos parámetros, tal como piensa Ossorio
y Gallardo. Finalmente está el servidor judicial, el cual observa el
desenvolvimiento de los abogados litigantes desde una perspectiva
neutral, ya que no tendría que verse ni perjudicado ni beneficiado por
las acciones asumidas en el proceso que se desarrolla en el juzgado
donde él trabaja. En un análisis más preciso, se podrá decir que el
caso del litigante 1 da cuenta de la infinidad de mecanismos a los que
216 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

un abogado puede acudir para retardar el proceso; además, nótese el


aire de decepción en el relato de este litigante, quien fue víctima de
estas argucias. La percepción del servidor judicial es distinta, dado
que en su posición asume que la chicana es una estrategia de litigio.
Por último, el litigante 2 considera que, bajo ciertas circunstancias,
la chicana se justifica ante una eventual injusticia e incluso podría ser
utilizada por la parte acusadora.
Como se ha visto, uno de los motivos de la chicana es alargar la
duración del proceso. En muchos casos, lo que se busca al utilizarla
es retrasar la emisión de la sentencia; en otros, en cambio, se busca
la prescripción,21 es decir, la extinción del proceso por el paso del
tiempo. En esencia, en ambos casos, el beneficiado llegaría a ser el
cliente del abogado.
Pero la chicana también puede ser utilizada para beneficio del
propio abogado, por ejemplo para “justificar los honorarios” (A. B.,
2015). De hecho, hay quienes piensan que existen abogados que
“ganan de eso” (H. R., 2015). Estas situaciones pueden llegar al
extremo de plantear recursos procesales para observar aspectos de
forma mínimos, como se transcribe a continuación:
[…] hasta de una palabra a veces uno involuntariamente se equivoca. [Los
abogados chicaneros] interponen por interponer. […] A veces, fíjese, los
órganos [los juzgados] se equivocan: en un caso de un trámite de unos días
[…] he planteado con un nombre: Iñe, creo, pero lamentablemente el juez
le ha puesto por error en la admisión Herminio. Entonces, esas no son
causales de nulidad ni causales de reposición, sino que ha[n] sido un error
involuntario. La ley misma dice: “El juez puede mutar con procedimiento
ese proveído”, pero la parte ya directamente ha planteado, por ese error,
de que es otra persona, [que] no hay una personería, una excepción, cosa
que no corresponde (I. P., 2015).

Este último ejemplo lleva a pensar en el diseño procesal que


parece obedecer a una cultura formalista y del papel que otorgaría
al abogado chicanero diferentes mecanismos de acción. Del otro
lado, también se debe observar el rol del juez en el proceso, ya que
este decide sobre los recursos planteados por los abogados chicaneros

21 Según Guillermo Cabanellas, la prescripción es la “consolidación de una si-


tuación jurídica por efecto del transcurso del tiempo; ya sea convirtiendo un
hecho en derecho, como la posesión en propiedad; ya perpetuando una renun-
cia, abandono, desidia, inactividad o impotencia” (2008, t. vi: 420).
Bajo la toga | 217

y es quien permite estos alargues (ibid. y H. R., 2015). Habrá que


estar pendiente de los efectos de la aplicación del Nuevo Código de
Procedimiento Civil, ya que uno de sus objetivos es abandonar estos
esquemas extremadamente formalistas.

Abogado charlatán
Según el diccionario de la rae, una persona es considerada como
charlatana cuando habla en exceso, sin fundamento alguno e indis-
cretamente (2014, t. iii: 504). Un abogado será charlatán, entonces,
cuando opta por hablar de esa manera frente a sus clientes y/o a
los servidores públicos. Las repercusiones de tales acciones podrían
llegar a afectar incluso al cliente, tal como se puede apreciar en el
siguiente testimonio:
A la corta o la larga, siempre nos vamos a encontrar con un abogado de
esa clase. […] A mí me ha pasado en una audiencia de medidas cautelares
[…]. Yo tenía mi cliente […] y un joven [estaba] con su abogado. Este
abogado ha empezado prácticamente a insultarlo al fiscal. Por nada más
les han dado detención domiciliaria. Y era un caso tan mínimo que era
[como] para que ellos salgan con libertad […]. Pero [lo] han enfurecido
al fiscal, a la juez, por nada más que él [el abogado] se creía que sabía
más que ellos (C. F., 2015).

Mediante promesas, este tipo de abogados –al igual que los abo-
gados pleiteros– les garantizan resultados a sus clientes, a pesar de
que este tipo de compromisos no está permitido. Sobre esto, M. S.
relató lo siguiente:
Tenemos los [abogados] que al cliente le deben decir: “Voy a plantear
esto y esto, estas excepciones, estos incidentes, y te voy a sacar libre”. Y
vienen y las plantean, nulidades y todo, sabiendo que no está[n] en lo
cierto. Solo es para impresionar al cliente que [el abogado] usa todas
esas armas (2015).

En los dos casos mencionados, como puede notarse, estos abogados


asumen una actitud que podría generar perjuicios considerables a sus
clientes, incluso al punto de comprometer su libertad.

Abogado desleal con sus colegas


Estos abogados son aquellos que en su desempeño profesional mues-
tran una actitud desconsiderada y hasta poco ética con sus pares. A
218 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

continuación se mencionan algunos ejemplos que fueron identifica-


dos por los entrevistados:


—Competencia desleal
Una de las conductas más habituales es la competencia desleal. Esta,
usualmente, tiene que ver con las tarifas de sus servicios profesiona-
les. En efecto, existen abogados que cobran montos menores a los
establecidos en los aranceles de los Colegios de Abogados, de mane-
ra que se devalúa el trabajo de todo el gremio. Al respecto, según E.
V. (2015), se ha llegado al extremo de realizar memoriales por diez
bolivianos y otros trabajos a precios reducidos en lugares como “la
cueva” –también conocido como “la ratonera”–, ubicado en una
calle céntrica de la ciudad de La Paz.


—Firma de memoriales
En una cultura del papel, como la de gran parte del sistema judicial
boliviano, la firma de los actuados en los que interviene el aboga-
do es fundamental. Por tal razón, este tema se presta para las des-
lealtades.
En el trabajo de campo, se identificaron dos casos. El primero
se da cuando un abogado acude a sus pares para pedirles el “favor”
de que firmen un memorial elaborado por él o por una tercera per-
sona. Uno de los motivos por los que se pide este favor es porque
el solicitante está vinculado con las partes por tener relaciones de
amistad e incluso familiares con ellas y, por tanto, no le correspon-
de estampar su firma. Pero, más allá de un posible favor, en muchas
ocasiones estas solicitudes ocultan hechos fuera de la norma, lo cual
supondría una traición a la confianza del abogado firmante. Y esto
no queda ahí, ya que incluso este presunto favor podría derivar en
una responsabilidad para el firmante, que figuraría como autor del
documento para las partes involucradas. Una experiencia de este
tipo está plasmada en el siguiente relato:
Hay gente que viene con un memorial y te dice: “Por favor, doctor, fírma-
melo estito”. “Pero, ¿qué es pues eso?”, [le digo]. “Es solo un anticrético”,
[responde]. “Pero tienen que estar las partes acá”, [aclaro]. [Y me dice:]
“No, por cuestiones de tiempo no han venido”… A mí casi me sorprenden
una vez, porque era un anticrético por ocho mil dólares y estaban dando el
Bajo la toga | 219

ambiente de una señora a una persona adulta mayor, que iba a ocupar el
espacio con su esposa y su hijo, pero llegado el momento otro colega más
bien me dice: “No firmes, hermano, tienen que estar las partes; pensá que te
está insistiendo este joven que dice que es su procurador de este señor” […].
[El joven] insistió, insistió y le dije: “No va a ser posible”. Cuando, después
me entero, estaban haciendo un anticrético de una persona fallecida […].
Hay gente que viene así, maliciosa (H. R., 2015).

El segundo caso ocurre con los llamados abogados tinterillos,


quienes serían, justamente, aquellos “que no ven los casos, solamente
sellan” (M. V., 2015). Estos, además de incurrir en una competencia
desleal, contribuyen a que la sociedad tenga una imagen negativa
del gremio.


—“Serruchadas” de clientes
En este tipo de casos, el abogado literalmente “roba” o “quita”
clientes a otro colega. Se trata de una práctica muy común y que se
produce, por lo general, en oficinas compartidas por varios aboga-
dos. La dinámica es la siguiente: muchas veces, uno de los abogados
se ausenta de la oficina y, en ese ínterin, viene a buscarlo uno de sus
clientes. Aprovechando la ausencia, otro miembro de la oficina se
acerca a ofrecer sus servicios indicando que podría brindar un mejor
trabajo e incluso habla mal del desempeño profesional del ausente.
Ese fue, justamente, el testimonio recogido en los pasillos de los juz-
gados de La Paz, de un abogado que prefirió no identificarse.

Abogado negligente
Estos abogados son la antítesis del abogado modelo y se caracterizan
por brindar servicios inadecuados, mostrando dejadez en muchos
aspectos. Entre algunos de sus atributos se podrían mencionar los
siguientes: “Son buscados cien veces y nunca se hacen encontrar”
(A. B., 2015); dejan de hacer seguimiento a los memoriales que pre-
sentan en las instancias judiciales (P. T., 2015); no tienen conoci-
miento de su profesión, es decir:
[…] no saben dónde están parados […] muchos [van] detenidos por culpa
de esos abogados, se los traen como en charola de plata y vienen para que los
remitan al penal y eso se ve generalmente en los abogados de estas últimas
generaciones (M. S., 2015).
220 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Tipos de clientes
Cliente pleitero
Los clientes pleiteros buscan resolver sus controversias mediante la
confrontación en los juzgados y, para ello, requieren los servicios de
un abogado. El deseo de ganar la causa a toda costa o de vengarse
son los factores que motivarían su forma de actuar. En consecuencia,
su naturaleza es similar a aquella de los abogados pleiteros, como se
vio en páginas anteriores.
El deseo de ganar a toda costa la controversia caracteriza a este
tipo de clientes. Bajo esa premisa, acuden a un abogado, sin importar
si tienen o no los argumentos para triunfar en su objetivo. Incluso hay
quienes quieren –sabiendo que han transgredido una norma– obtener
resoluciones favorables (M. V., 2015). En tales casos, lo que suele ocu-
rrir es que el cliente acude al abogado y le dice: “No importa cuánto
me cueste, quiero fregarlo a este otro” (ibid.). Claramente, con esas
actitudes, contribuyen a la degeneración del sistema judicial, puesto
que, como señala M. V.:
[Este tipo de cliente] es el que tuerce inclusive hasta al abogado más recto.
[…] Ese es el peor cliente, que va y quiere hacer lo que sea para ganar el
juicio y eso es bastante delicado porque esa es una de las fuentes inclusive
hasta de la corrupción del sistema judicial. Hay clientes con mucho poder
económico que no tienen temor. A veces, el abogado ni siquiera sabe, el
abogado está haciendo sus memoriales, yendo a sus audiencias, analizando
el caso y la misma parte está buscando con sus amistades quién conoce al
juez y él [el cliente] está buscando por sus propios medios [cómo ganar la
controversia] (ibid.).

Pero el deseo de victoria no es suficiente para ganar los juicios, más


aún si no existen hechos que lo sustenten. En esos casos, la respuesta
del propio abogado y de los servidores públicos será fundamental.
Muchas personas, indistintamente de los resultados que pueda
tener el juicio, buscan generar una suerte de “purga” a quienes se
confrontan. La purga consistiría en someter a la otra parte a los
suplicios implícitos en todo proceso judicial, es decir, andar en los
pasillos y las salas de los juzgados, y gastar en la contratación de un
abogado, entre otros inconvenientes. A decir de A. Z., por ejemplo:
“No faltan personas que vienen y dicen: ‘Quiero darle un escarmiento,
Bajo la toga | 221

quiero darle un susto’” (2015). Otro ejemplo igualmente ilustrativo


es el siguiente:
Hay algunos que saben que no van a ganar, simplemente arman una es-
tructura judicial, una estructura de procesos, para presionar a la otra parte.
Es como dicen, por ejemplo, en los procesos de estafa: “Este no me va a
devolver un peso porque es un estafador, pero quiero que gaste el dinero
que me ha robado en abogados” (M. V., 2015).

Cliente asequible
Estos clientes son aquellos que se caracterizan por ser tratables y
llevar una relación armoniosa y de confianza con el abogado. Entre
sus atributos puede decirse que son: respetuosos, comprensivos, con
vocación por la conciliación y pacientes con el trabajo que reali-
za el abogado (C. F., 2015). Asimismo, se preocupan por los asun-
tos encargados y son cooperativos con lo que se requiere (G. G.,
de 2015), acuerdan “tranquilamente” los honorarios y cumplen
con estos (E. V., 2015), y, finalmente, son agradecidos (M. V., 2015).
Lamentablemente, algunos abogados consideran que solo uno de
cada diez clientes entra en esta categoría (H. R., 2015).
La gratitud es un rasgo que destaca en muchos de los clientes
asequibles. En general, dicho rasgo se manifiesta en personas de
escasos recursos, a quienes muchos abogados deciden no cobrar o,
en su defecto, les cobran únicamente por los gastos correspondientes
a los costos procesales. De ese modo, se pone en práctica una suerte
de responsabilidad social. A propósito, la siguiente vivencia es
esclarecedora:
A veces esa gente humilde es hasta más agradecida que el cliente que te
paga un honorario de manera fija. Aquí, cuántas veces me han traído […]
arrobas de papa, no como honorarios, sino como agradecimiento por lo
que se hace a veces. Y eso es algo que valoro en el ciudadano boliviano,
que de una u otra forma reconoce también al abogado que hace de manera
correcta y leal su proceso (M. V., 2015).

Cliente desconfiado
Estos clientes buscan incidir en las decisiones de su abogado, “sugi-
riéndole” alternativas de acción. El sustento de estas sugerencias se
222 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

encontraría en dos posibles fuentes, la asesoría de terceras personas


o la experiencia propia:


—Asesoría de terceras personas
En este caso, el cliente cuenta con amistades, conocidos, familiares
o, finalmente, otro abogado, a quienes consulta sobre la pertinencia
de los actuados del abogado que ha contratado. En palabras de C.
F., esas personas son “asesores extras” (2015). Este escenario puede
derivar en una situación incómoda entre el abogado y su cliente,
como puede apreciarse en la siguiente vivencia:
[Estos clientes] van averiguando de uno a otro [abogado], van a resolver sus
problemas y ellos quieren hacer sus cosas. Un poquito más y van a confec-
cionar sus memoriales y solamente van a recurrir [a ti] para que se los fir-
mes. Te dicen: “Pero qué raro, usted me dice de esta manera y yo he habla-
do con otro abogado…”. Y al final te dicen esto: “[El otro abogado] me ha
dicho que esto es fácil, que se puede resolver de esta manera”. Tienen más
opinión. Dicen: “También he ido donde otro abogado, mi prima es aboga-
do, y me ha dicho que de esta manera se puede arreglar”. Van informán-
dose de una y otra forma, y van armando un rompecabezas, y a su manera
quieren resolver y te quieren imponer. Te dicen: “¿Cómo, doctor? ¡Si es fá-
cil! Estito nomás hágamelo”. [Entonces tú respondes:] “Pero, mira, lo que
tú me estás pidiendo no se adecua en el derecho, puedes pedir todo, pero
no se adecua al derecho. No va a haber una norma que te respalde, cual-
quier abogado no va a aceptar, peor un juez; te va a rechazar. Lo que tú
me estás pidiendo es bien descabellado”. [Pero el cliente responde:] “Há-
gamelo nomás, hágamelo pues, redáctemelo y ya vamos a ver qué pasa des-
pués” (H. R., 2015).


—Experiencia propia
Es cuando el cliente, en lugar de escuchar las sugerencias de terce-
ros, acude a su propia experiencia, ya que en su vida pasó por con-
flictos legales similares a los que tiene en el presente. De ese modo,
se remite a su memoria, recordando cómo confrontó el conflicto
en el pasado y, a partir de ello, sugiere asumir tal táctica –si es que
esta supuso buenos resultados anteriormente– o dice que tal proce-
dimiento no debe ejecutarse –pues, en el pasado, este le trajo malos
resultados–. Un testimonio para comprender cómo se configura este
tipo de situaciones es el siguiente:
Bajo la toga | 223

Generalmente, quienes llegan a recurrir al abogado, en su mayoría, son


quienes ya han tenido una experiencia en materia policial, o sea, [clientes]
con problemas. Han recurrido a un principio a la Policía, después ya con
experiencia han llegado a juzgados, a fiscalías y demás. De alguna manera,
estos han llegado a aprender, más o menos, cómo se pueden resolver sus
problemas y creen que a partir de eso ya tienen [ya saben] más o menos cómo
se pueden resolver sus problemas y creen que a partir de eso ya tienen, más
o menos, una idea clara de que todos los problemas de esa manera se van a
resolver, sin considerar que cada problema es muy particular. Te dicen: “Mire
doctor, tengo un problema…”. Entonces tú les dices: “De esta manera lo
vamos a resolver”. Y resulta que te dicen: “¿Pero, cómo? Lo podemos resolver
de esta manera; hace tiempo he tenido el mismo problema o parecido y mi
abogado lo ha resuelto de esta manera, facilito lo ha hecho, fue [a] hablar
con el juez y hemos conseguido esto […]” (H. R., 2015).

En todo caso, ya sea por sugerencias de terceras personas o por


experiencia propia, este tipo de clientes pone a prueba la paciencia del
abogado, pues el trasfondo de esas actitudes muestra la desconfianza
de los clientes respecto a la forma de obrar de los abogados. Como
se ha visto, el escenario podría tornarse tenso y las alternativas de
reacción pueden ser variadas. Seguramente, habrá quienes paralicen
el servicio ante esta clara ausencia de confianza y habrá otros que
tratarán de “contentar” al cliente o “gambetearlo”. Pero, más allá de
las incomodidades, es claro que ni el asesoramiento adicional ni la
vivencia personal son garantía para obtener los resultados deseados.

Cliente desconsiderado o ingrato


Estos clientes son irrespetuosos con el abogado, no respetan el tiem-
po del profesional ni le pagan por los servicios prestados:


—Tiempo
En este caso, los clientes consideran que al contratar los servicios de
un abogado pueden requerir de ellos en cualquier momento, sin nin-
gún tipo de consideraciones. A. B., por ejemplo, los recuerda como
sigue:
El cliente piensa que puede llamarlo a su abogado en horas de almuerzo, en
la noche, a cualquier hora; cree que su abogado está disponible, que debe
trabajar las 24 horas del día. Y, bueno, eso no es así. El abogado también es
como cualquier otro trabajador que tiene horarios de almuerzo, horarios de
dormir, de descansar. Entonces, el cliente, por el hecho de que está pagando
224 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

honorarios, cree que [a] cualquier hora debe estar su abogado disponible.
Ese es un gran problema (2015).

En suma, podría decirse que muchos clientes creen que sus aboga-
dos son “magos” capaces de resolver los casos en un tiempo mínimo.
A propósito, para C. F.: “El cliente cree que tenemos la varita mágica
y que en 24 horas vamos a solucionar cualquier problema” (2015).
Siguiendo esa lógica, algunos clientes llegan a asumir una conducta
intransigente, la cual puede generar escenarios que rayan en la falta
de respeto. Según P. T., estos clientes:
[…] vienen a reñir[nos] de todo y de nada, histéricos […]. Y como son
litigantes, hay que escucharles lo que te riñen, porque si no, de lo contrario,
te dicen que eres discriminadora, [que] abusas de tu autoridad. Entonces,
¿qué se puede hacer con estas personas alteradas? (2015).


—Ausencia de pagos
Estos clientes no realizan los pagos requeridos, los cuales, en muchas
oportunidades, ni siquiera son por concepto de servicios, sino por
costas procesales. Es lo que le ocurrió a R. Z., quien atendió un caso
de violencia de una hija contra su madre, una señora de la tercera
edad:
[…] la señora no tenía recursos. Ya, muy bien, yo se lo hacía los trámites,
no le cobraba nada por [los] memoriales. Pero […] en la felcc necesitaba
[dinero], había que darle a la Policía dinero para que vaya a detenerla [a la
hija], porque la hija era la que le pegaba. Necesitaba dinero para que vaya la
Policía, porque la señora no tenía. O sea, tampoco el abogado puede agarrar
y cubrir esos gastos, uno hace lo posible para tratar de cubrir los gastos:
memoriales, ir, vérselo. Yo se lo iba y todo lo demás, pero ya sacar de mi
dinero para darle a la Policía, es imposible ¿no?, y no hay una instancia que
les apoye en eso a las personas que no tienen recursos. Esas personas que no
tienen son las que más molestan, sí, la señora me llamaba a cada rato (2015).

Acerca de estos casos, se requiere llamar la atención de las entida-


des públicas, tanto del nivel central como de las entidades territoriales
autónomas, puesto que es su función atender las necesidades de la
población que está desprotegida. Y no es que no existan instancias
que atiendan estos casos. Por ejemplo, en el nivel central, se cuenta
con las instancias Defensa Pública y Asistencia a la Víctima, ambas
dependientes del Ministerio de Justicia. Pero, partiendo del caso
Bajo la toga | 225

relatado por R. Z., se hace evidente que existe un desconocimiento


de su existencia y de las funciones que cumplen.

Cliente que oculta la verdad o la dosifica


Como ya se mencionó, el abogado trabaja con problemas, es decir,
busca solucionarlos. Para alcanzar ese objetivo, contar con la mayor
cantidad de información es determinante. En este orden de cosas,
la relación que debe existir entre el abogado y su cliente, como
señala E. V. (2015), debe ser como la de un sacerdote y su confesor,
de manera que este último tenga la confianza de contarle todo al
primero. Sin embargo, existen clientes que optan por ocultar infor-
mación o la van relatando conforme va avanzando el caso. Para
comprender este tipo de situación, se puede recurrir a la experien-
cia de H. R. con uno de sus clientes:
[El cliente] te dice, por ejemplo: “Me quiero divorciar, pero ¿sabe qué?,
yo tengo otro hijo con otra pareja, anteriormente también estaba casado”.
Cuando no te dice [esto] al principio y simplemente te dice que está casado
[…], entonces le dices: “El tema de divorcio es este, las obligaciones con tus
dos hijos son estas, con tu esposa también”. [Este cliente] te dice: “Ya, ya,
pero poquito quiero pagar [de] asistencia, deme una mano, porque también
tengo otros hijos”. [Este cliente] antes estaba en unión libre con otra persona
y ha tenido hijos, estuvo conviviendo con otra persona, [pero] no te dice la
verdad, te va escondiendo cosas. [Estos clientes] dicen, por ejemplo: “Pero
también sabe que con mi esposa hemos hecho lo que le he comentado a un
principio, un terrenito y una casita; pero también tengo un terreno [del]
que no sabe ella” (2015).

Según se advierte en el relato, estas personas no tienen en cuenta


que este tipo de comportamiento puede comprometer los resulta-
dos de su litigio. Lamentablemente, la falta de comprensión de la
profesión jurídica lleva a que estos clientes cuestionen la calidad
del asesoramiento recibido. De ahí que, muchas veces, los clientes
“van cambiando de abogado en abogado. No valoran la profesión
del abogado, ni las capacidades académicas que él tiene y que va
mostrando a lo largo del proceso” (E. V., 2015).
226 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Conclusiones y líneas de investigación


Caracterización del campo jurídico en Bolivia
Entre los resultados obtenidos, se encontró que la concepción
que los abogados tienen sobre su profesión no es unívoca, pues
hay quienes la consideran como una profesión de servicio, incluso
dejando de lado la idea de generar réditos económicos; otros, en
cambio, piensan –aunque no lo reconocen abiertamente– que la
generación de utilidades es prioritaria; y, finalmente, están quienes
adoptan una u otra tendencia según las circunstancias. En este pun-
to, es necesario considerar que la abogacía es una carrera, como
la gran mayoría de las profesiones, que se ejerce en un contexto
liberal; es decir, está dentro de un mercado profesional en el que se
ofertan servicios a cambio del pago de los respectivos honorarios.
Por esta razón, el deseo de generar ingresos económicos es legítimo
y necesario.
Del otro lado está el Estado que, atendiendo la naturaleza que
justifica su existencia, es el encargado de proporcionar instancias que
presten ayuda a las personas que no tienen las condiciones necesa-
rias para acudir a dicho mercado. De ahí la necesidad de fortalecer
y promocionar instancias como Defensa Pública y Asistencia a la
Víctima, las cuales, actualmente, están bajo el paraguas institucional
del Ministerio de Justicia.
Ahora bien, hace falta pensar la abogacía no tanto con relación a
si se trata o no de una carrera profesional de rédito económico, sino
respecto a aquellas conductas que mellan la imagen tanto individual
como de todo el gremio de abogados. Para esto, las asociaciones
institucionalizadas, como los Colegios Departamentales, al igual que
el Ministerio de Justicia, deberían considerar el diseño de políticas
acordes al contexto.
En este orden de cosas, un aspecto que llama la atención es la
motivación que lleva a muchos abogados a estudiar la carrera de
Derecho. Como se pudo advertir, en algunos casos, tal motivación
no obedece a un deseo o a una vocación, sino a una segunda opción
ante el fracaso de otra alternativa inicial, lo que podría ser entendido
como “peor es nada”. Los datos proporcionados por el rpa muestran
claramente que el gremio de abogados está creciendo. Esto obliga
Bajo la toga | 227

a realizar dos consideraciones. En primer lugar, se debe repensar la


política educativa respecto a la orientación vocacional, que debe ser
proporcionada en momentos previos y posteriores al bachillerato.
De ese modo, se haría frente a dos tendencias actuales: acceder a la
formación profesional por demanda del entorno familiar o social, y no
por convicción o por deseo propio; y optar por carreras tradicionales
y saturadas, como la de Derecho, en un afán que probablemente
obedece al simple deseo de adquirir el estatus de “doctor”. Una
manera de bloquear esas tendencias podría ser la profundización
de las exigencias para ingresar a la carrera de Derecho, a fin de
depurar a aquellas personas sin vocación. En segundo lugar, se
debe tener en cuenta el diseño de una política laboral que observe
la composición del mercado de servicios jurídicos, de tal modo que
exista un equilibrio entre la oferta y la demanda. Para ello, habría
que considerar variables como: la distribución poblacional entre
las áreas urbana y rural, la distribución territorial de los abogados
y la determinación de las especialidades con mayor demanda, para
determinar si están relacionadas con los estudios de especialización
o las áreas de trabajo de los juristas.
Como se pudo identificar, la formación profesional para el ejer-
cicio de la abogacía es un requisito indispensable, según el marco
normativo. Esto coloca al abogado en un rol protagónico en el acceso
al servicio de justicia, es decir, lo convierte en un intermediario indis-
pensable entre el ciudadano que busca justicia y el aparato estatal que
se encarga de garantizarla. Vistas las cosas de esta manera, el abogado
se desenvuelve en un espacio casi exclusivo para la interpretación
y el uso del sistema normativo. Ese panorama obliga a reflexionar
acerca de la posibilidad de descentralizar el protagonismo profesional
a favor del ciudadano, que carece de una formación jurídica. Esta
alternativa permitiría generar un nuevo espacio alejado de aquel que
hoy en día se cuestiona, lo que no supondría una novedad, pues, en
muchos otros países, esto viene siendo practicado bajo el rótulo de
“justicia de paz”. En el caso boliviano, una alternativa para posibi-
litar dicho escenario sería la profundización de ciertas competencias
del régimen autonómico y del ejercicio de la jurisdicción indígena
originario campesina. A futuro, valdría la pena hacer mayores inda-
gaciones al respecto.
228 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

La abogacía como profesión multifacética


La presencia del abogado en el imaginario boliviano es constante,
aunque oscila entre dos concepciones contradictorias.
Por un lado, hay quienes consideran que se trata de una profesión
privilegiada, ya que la formación universitaria permitiría ejercer
diferentes responsabilidades, entre ellas, por ejemplo, al interior de
la administración pública. De ahí que, a lo largo de la historia de
Bolivia, el abogado haya contado con una participación protagónica
en espacios decisorios en diferentes carteras dentro de los Órganos
Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Pero, además, el título de abogado
otorga en muchos casos una suerte de estatus que se refleja en el uso
del apelativo “doctor”, el cual, como se explicó, tiene data colonial
y no obedece a títulos académicos. En todo caso, esta suerte de esta-
tus se manifiesta en el trato deferente que este profesional recibe en
muchos espacios, como los juzgados, los bufetes y otras instancias
de la administración pública. Asimismo, la profesión permitiría el
ejercicio de cierto poder sobre aquellos que no son abogados, lo que
podría incluso generar algún grado de dependencia.
En contrasentido, se tiene la concepción estigmatizante del abo-
gado, la cual se sustenta en muchas de las prácticas que estos realizan
en el ejercicio profesional. Es central tener en cuenta que esta forma
de pensar no es reciente, lo que conduce a asumir que muchas de las
malas prácticas –que erosionan constantemente la imagen del gre-
mio– se han venido institucionalizado a lo largo del tiempo. En ese
contexto, se requiere pensar en estrategias que permitan mejorar la
imagen profesional, no sin antes identificar tales prácticas y diseñar
políticas que las contrarresten. Sin embargo, pocas veces se cuestiona
lo que hay detrás de dichas prácticas. A lo sumo, se tiende a apelar a
argumentos moralistas y de formación que, si bien son fundamentales,
no muestran el problema en toda su magnitud. Es con ese fin que
se ha pretendido ver “la otra cara de la moneda”, consultando a los
abogados respecto a los requerimientos que tienen los clientes que
atienden, ejercicio que ha permitido identificar el alcance del problema,
quedando claro que entre el abogado y el cliente se van generando
relaciones que son determinantes recíprocamente en el desempeño y
en las decisiones que estos tomen. A futuro, será necesario contar con
Bajo la toga | 229

las vivencias de voz propia de los clientes y otros actores del sistema,
en la perspectiva de tener una lectura íntegra.
El ejercicio de clasificar los tipos de abogados y de clientes per-
mitió encontrar serios indicios referidos a que la sociedad boliviana
tiene cierta inclinación por una cultura del conflicto. Por ello, muchas
veces, los estrados judiciales son vistos como espacios para iniciar o
continuar pleitos, llegando al extremo, en el caso de los abogados,
de seguir litigando para generar mayores ingresos por concepto de
servicios profesionales y, buscando venganza, en el caso de los clien-
tes. Este clima ciudadano ocasiona que las propuestas conciliatorias
–vengan del cliente o del abogado– no siempre sean bien recibidas y
que, incluso, se considere al jurista que propone la conciliación como
un mal profesional.
Dadas las circunstancias, es necesario trabajar en un proceso
de concientización ciudadana a favor de la conciliación. De similar
manera, la formación jurídica debería considerar mayores espacios
para preparar abogados que eviten el conflicto antes que generarlo.
Al final, la valoración –ya sea por el conflicto o por la conciliación–
genera entre el cliente y el abogado una relación de “tira y afloja”
en la que no siempre prevalece el criterio técnico, sino el deseo del
cliente, hecho que podría decantar en prácticas negativas que, a su
vez, reflejan claramente dos responsables: aquel que las propone o
insinúa y aquel que las pone en práctica. Al respecto, habrá que añadir
que la definición de este “tira y afloja” podría estar determinada por
la concepción que el abogado tiene de su profesión y que, como se
ha visto, varía de un profesional a otro. Cualquiera que sea el caso,
la posición que el abogado asuma será la que defina los límites para
que el cliente formule sus solicitudes respecto a la prestación del
servicio. Por otra parte, no se puede dejar de mencionar, además
de la relación abogado-cliente, la incidencia del diseño del sistema
vigente –normas, instituciones y procedimientos, entre otros– en las
malas prácticas. Urge, entonces, encarar un estudio organizacional
y normativo, pero de manera integral, de la cultura jurídica. Quizás
ahí se puedan encontrar varias respuestas que permitan explicar la
crisis judicial y el desprestigio de la abogacía.
Por último, es preciso comprender que dentro del gremio existen
diferentes dinámicas que difícilmente pueden ser generalizadas. Lo
230 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

cierto es que, a lo largo de los peldaños que se transitan en la profe-


sión, una de las cuestiones en constante disputa es el prestigio de ser
considerado un buen abogado por la sociedad. El punto es que, para
alcanzar este objetivo, existen diferentes estrategias que van desde las
éticamente correctas hasta las socialmente condenadas, siendo estas
últimas las que comprometen el prestigio del gremio.
231

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propuesta de agenda de investigación. La Paz: Ministerio de la
Presidencia, Unidad de Apoyo para la Gestión de Políticas
Públicas / Fundación pieb.

22 Información remitida a solicitud del autor por Paolo Gary Romero Catacora,
responsable del rpa, sobre la cantidad de abogados registrados a nivel nacional
(al 17 de diciembre de 2015) y las universidades de las cuales estos egresaron,
según departamento y área de trabajo o especialidad.
Bajo la toga | 233

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del Sistema Procesal Penal (30 de octubre).
2014 Ley Nº 483, Ley del Notariado Plurinacional (25 de enero).
2013 Ley Nº 464, Ley del Servicio Plurinacional de Asistencia a
la Víctima (19 de diciembre).
2013 Ley Nº 463, Ley del Servicio Plurinacional de Defensa
Pública (19 de diciembre).
2013 Ley Nº 439, Código Procesal Civil (17 de septiembre).
2013 Ley Nº 387, Ley del Ejercicio de la Abogacía (9 de julio).
2012 Ley Nº 260, Ley Orgánica del Ministerio Público (11 de
julio).
2010 Ley Nº 073, Ley de Deslinde Jurisdiccional (29 de
diciembre).
2010 Ley Nº 064, Ley de la Procuraduría General del Estado
(5 de diciembre).
Bajo la toga | 235

2010 Ley Nº 027, Ley del Tribunal Constitucional Plurinacional


(6 de julio).
2010 Ley Nº 025, Ley del Órgano Judicial (24 de junio).
2009 Decreto Supremo Nº 0100, Promueve el Ejercicio Libre de
la Actividad Profesional del Abogado (29 de abril).
2009 Decreto Supremo Nº 29894, Estructura Organizativa del
Poder Ejecutivo del Estado Plurinacional (7 de febrero).
2006 Ley Nº 3351, Ley de Organización del Poder Ejecutivo
(7 de febrero).
2006 Ley Nº 3324, Ley de Reformas Orgánicas y Procesales,
Reformas a la Ley de Organización Judicial (18 de enero).
2005 Decreto Presidencial Nº 28201, Designa Ministros de
Estado (5 de junio).
2004 Ley Nº 2840, Modificación Ley Nº 2446. Ley de
Organización del Poder Ejecutivo (16 de julio).
2003 Ley Nº 2446, Ley de Organización del Poder Ejecutivo
(19 de marzo).
1999 Ley Nº 2026, Código Niño, Niña y Adolescente (27 de
octubre).
1999 Ley Nº 1970, Ley de Código de Procedimiento Penal
(25 de marzo).
1997 Ley Nº 1788, Ley de Organización del Poder Ejecutivo
(16 de septiembre).
1995 Ley Nº 1674, Ley Contra la Violencia en la Familia
Doméstica (15 de diciembre).
1993 Ley Nº 1493, Ley de Ministerios del Poder Ejecutivo
(17 de septiembre).
1993 Ley Nº 1455, Ley de Organización Judicial (18 de febrero).
1979 Decreto Ley Nº 16793, Ley de la Abogacía (10 de julio).
1938 Decreto Supremo (sin número consignado), Estatuto
Orgánico del Ejercicio de la Abogacía (18 de enero).
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236 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

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junio”, 29 de marzo.
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estructurales en la Justicia’ del país”, 5 de noviembre.
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Bolivia, según la onu”, 1 de abril.
2014 “Evo Morales: ‘En vano incorporamos poncho, pollera y
sombreros (a la Justicia) porque no cambia nada’”, 11 de
febrero.
Opinión
2015 “Filman a juez anticorrupción que pide 15.000 dólares por
una audiencia”, 18 de noviembre.
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de septiembre.
Página Siete
2015 “Ministra de Justicia denuncia cobros ilegales en juzgados
de El Alto”, 17 de diciembre.
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Muyupampa. Evo: ‘En vano incorporamos poncho y
pollera en la justicia’”, 12 de febrero.
Bajo la toga | 237

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descolonizadora”, 6 de febrero.

Sitios web

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(consultas: de noviembre a diciembre de 2015).
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octubre de 2015 a marzo de 2016).
Ministerio de Justicia del Estado Plurinacional de Bolivia
(consultas: septiembre de 2015 y de enero a febrero de 2016).
Ilustre Colegio de Abogados de Cochabamba, “Lista de abogados
matriculados” (consulta: febrero de 2016).
Ilustre Colegio de Abogados de La Paz, “Lista de abogados
matriculados” (consultas: noviembre de 2015 y febrero de 2016).
Ilustre Colegio de Abogados de Potosí, “Lista de abogados
matriculados” (consultas: febrero de 2016).
Ilustre Colegio de Abogados de Tarija, “Lista de abogados
matriculados” (consultas: febrero de 2016).

Entrevistas

A. B., 30 de octubre de 2015. Entrevista realizada por Miguel


Ángel Foronda Calle y transcrita por Jeanine Macías. La Paz.
A. Z., 17 de diciembre de 2015. Entrevista realizada por Miguel
Ángel Foronda Calle y transcrita por Claudia Camarlinghi. La Paz.
B. A., 21 de noviembre de 2015. Entrevista realizada por Miguel
Ángel Foronda Calle y transcrita por Jeanine Macías. Oruro.
C. F., 29 de octubre de 2015. Entrevista realizada por Miguel
Ángel Foronda Calle y transcrita por Kevin Solís. La Paz.
E. B., 17 de diciembre de 2015. Entrevista realizada por Miguel
Ángel Foronda Calle y transcrita por Claudia Camarlinghi. La Paz.
E. V., 6 de noviembre de 2015. Entrevista realizada por Miguel Ángel
Foronda Calle y transcrita por Hugo Esteban Calizaya. La Paz.
F. F., 3 de diciembre de 2015. Entrevista realizada y transcrita por
Miguel Ángel Foronda Calle. Oruro.
238 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

G. G., 21 de noviembre de 2015. Entrevista realizada por Miguel


Ángel Foronda Calle y transcrita por Jeanine Macías. Oruro.
H. R., 10 de noviembre de 2015. Entrevista realizada por Miguel
Ángel Foronda Calle y transcrita por Claudia Camarlinghi. La Paz.
I. P., 3 de diciembre de 2015. Entrevista realizada por Miguel
Ángel Foronda Calle y transcrita por Jeanine Macías. Oruro.
J. P., 25 de noviembre de 2015. Entrevista realizada por Miguel
Ángel Foronda Calle y transcrita por Claudia Camarlinghi. La Paz.
M. S., 3 de diciembre de 2015. Entrevista realizada por Miguel
Ángel Foronda Calle y transcrita por Claudia Camarlinghi. Oruro.
M. V., 27 de octubre de 2015. Entrevista realizada por Miguel
Ángel Foronda Calle y transcrita por Claudia Camarlinghi. La Paz.
P. T., 9 de octubre de 2015. Entrevista realizada por Miguel Ángel
Foronda Calle y transcrita por Claudia Camarlinghi. La Paz.
R. Z., 3 de noviembre de 2015. Entrevista realizada por Miguel
Ángel Foronda Calle y transcrita por Kevin Solís. La Paz.
Z. C., 4 de diciembre de 2015. Entrevista realizada por Miguel
Ángel Foronda Calle. Oruro.
239

Anexo 1

Principales normas emitidas en el ciclo de


reformas del sistema judicial, 1992-2003

Nº Norma
1 Ley Nº 1455: de Organización Judicial (18 de febrero de 1993)
Ley Nº 1602: de Abolición de Prisión y Apremio Corporal por Obligaciones Patrimoniales (15 de
2
diciembre de 1994)
3 Ley Nº 1674: Contra la Violencia en la Familia o Doméstica (15 de diciembre de1995)
Ley Nº 1685: de Fianza Juratoria contra la Retardación de la Justicia Penal (2 de febrero de
4
1996)
5 Ley Nº 1760: de Abreviación Procesal Civil y Asistencia Familiar (28 de febrero de 1997)
6 Ley Nº 1770: de Arbitraje y Conciliación (10 de marzo de 1997)
Decreto Supremo Nº 25087: aprobación del Reglamento de la Ley contra la Violencia en la
7 Familia o Doméstica y crea los Servicios Legales Integrales Municipales (slims) (6 de julio de
1998)
8 Ley Nº 1817: del Consejo de la Judicatura (22 de diciembre de 1997)
9 Ley Nº 2410: del Tribunal Constitucional (1 de abril de 1998)
10 Ley Nº 2026: Nuevo Código Niño, Niña y Adolescente (19 de octubre de 1999)
11 Ley Nº 1970: Nuevo Código de Procedimiento Penal (25 de marzo de 1999)
12 Ley Nº 2175: del Ministerio Público (13 de febrero de 2001)
13 Ley Nº 2298: de Ejecución Penal y Supervisión (20 de diciembre de 2001)
14 Ley Nº 2494: del Sistema Nacional de Seguridad Ciudadana (4 de agosto de 2003)
15 Ley Nº 2496: del Servicio Nacional de Defensa Pública (4 de agosto de 2003)
Fuente: Elaboración propia a partir de Orías (2015) y de la Gaceta Oficial de Bolivia.
241

Anexo 2

Principales normas emitidas en el ciclo de


reformas del sistema judicial, 2006-2014

Nº Norma
Ley Nº 003: de Necesidad de Transición a los Nuevos Entes del Órgano Judicial y Ministerio
1
Público (13 de febrero de 2010)
2 Ley Nº 004: de Lucha Contra la Corrupción “Marcelo Quiroga Santa Cruz” (31 de marzo de 2010)
3 Ley Nº 007: de Modificaciones al Sistema Normativo Penal (18 de mayo de 2010)
4 Ley Nº 025: del Órgano Judicial (24 de junio de 2010)
5 Ley Nº 027: del Tribunal Constitucional Plurinacional (6 de julio de 2010)
6 Ley Nº 064: de la Procuraduría General del Estado (5 de diciembre de 2010)
7 Ley Nº 073: de Deslinde Jurisdiccional (29 de diciembre de 2010)
Ley Nº 212: de Transición para el Tribunal Supremo de Justicia, Tribunal Agroambiental, Consejo
8
de la Magistratura y Tribunal Constitucional Plurinacional (31 de diciembre de 2011)
9 Ley Nº 254: Código Procesal Constitucional (5 de julio de 2012)
10 Ley Nº 260: Ley Orgánica del Ministerio Público (11 de julio de 2012)
Ley Nº 348: Ley Integral para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia (9 de marzo
12
de 2013)
12 Ley Nº 387: del Ejercicio de la Abogacía (9 de julio de 2013)
13 Ley Nº 439: Nuevo Código de Procedimiento Civil (19 de noviembre de 2013)
14 Ley Nº 463: de Creación del Servicio Plurinacional de Defensa Pública (19 de diciembre de 2013)
15 Ley Nº 464: del Servicio Plurinacional de Asistencia a la Víctima (19 de diciembre de 2013)
16 Ley Nº 483: del Notariado (25 de enero de 2014)
17 Ley Nº 548: Código Niña, Niño, Adolescente (23 de julio de 2014)
Ley Nº 586: de Descongestionamiento y Efectivización del Sistema Procesal Penal (30 de
18
octubre de 2014)
19 Ley Nº 603: Código de Familias (19 de noviembre de 2014)
20 Ley Nº 650: Agenda Patriótica del Bicentenario 2025 (15 de enero de 2015)
Fuente: Elaboración propia a partir de Orías (2015) y de la Gaceta Oficial de Bolivia.
243

Anexo 3

Cuestionario de entrevista

Nombre:
Edad:
Universidad:
Años de trayectoria profesional:

Nº Ejes Puntos a indagar


1. ¿Por qué decidió estudiar derecho y dónde se formó?
2. ¿Cómo definiría el oficio?
3. ¿Cuáles son sus principales satisfacciones?
4. ¿Cuáles son sus frustraciones?
Percepción del
1 5. ¿Cómo afecta el origen de la casa de estudios en el mundo del litigio?
oficio
6. ¿Cuál cree que es la imagen que la sociedad paceña tiene del abogado?
7. ¿Cómo ve el campo laboral dentro del derecho? ¿Cómo se estructura
la competencia: familias, consultoras prestigiosas, etc.? ¿Tiene algún
oficio complementario?
1. ¿Qué actitud asume ante el conflicto?, ¿conciliadora?, ¿de litigio?
(actitud ante el conflicto)
2. ¿Cómo evalúa el sistema normativo vigente? ¿Qué obstáculos genera en
Hábitos de trabajo el ejercicio de la profesión? Y ¿cómo los zanja? (actitudes respecto a las
2 (prácticas) normas legales)
3. ¿Cuáles considera que son las prácticas negativas y positivas que tiene
el abogado?
4. ¿Qué tradiciones profesionales tiene el abogado paceño? (mañas,
artilugios)
1. ¿Cómo evalúa el desempeño de las autoridades judiciales, funcionarios
de juzgados, Policía, fiscales, defensores de oficio? ¿Cómo zanja ello?
Relación con el (actitudes ante el desempeño del sistema judicial)
3
sistema judicial
2. ¿Con qué tipo de clientes se ha topado? ¿Qué conflictos le han
generado?
Continúa en la siguiente página
244 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Nº Ejes Puntos a indagar


1. ¿Cómo han sido sus primeros pasos en el ejercicio de la abogacía?
¿Cuáles han sido sus principales obstáculos y cómo los ha solucionado?
2. Profesionalmente, ¿cuál considera que es la cúspide a la cual puede
llegar? ¿Cómo pretender hacerlo?
Trayectoria 3. ¿Ha trabajado o le interesaría trabajar en el Órgano Judicial? ¿Cuál ha
4 profesional sido su vivencia?
4. ¿Cómo ve a las grandes consultoras, tradiciones familiares?
5. Su procedencia social o condición social ¿le ha generado alguna
dificultad o beneficio?
6. ¿Cuán importante es la formación académica constante?
Fuente: Elaboración propia.
245

Anexo 4

Presidentes de Bolivia de profesión abogado1

Periodo de Lugar de
Nº Nombre Forma de acceso
Gobierno nacimiento
Mariano Enrique Calvo Invitación de Sebastián
1 1841 Cochabamba
Cuéllar Ágreda
2 José María Linares Lizarazu 1857-1861 Potosí Golpe de Estado
1861
(miembro de
3 Ruperto Fernández Argentina Golpe de Estado
la Junta de
Gobierno)
1861
(miembro de
4 Manuel Antonio Sánchez La Paz Golpe de Estado
la Junta de
Gobierno)
Sucesión constitucional
1872-1873
5 Tomás Frías Ametller Potosí a través del Consejo de
1874-1876
Estado
6 Gregorio Pacheco Leyes 1884-1888 Potosí Elecciones
7 Aniceto Arce Ruíz 1888-1892 Tarija Elecciones
Elecciones con golpe de
8 Mariano Baptista Caserta 1892-1896 Cochabamba
Estado1
Severo Fernández Alonso
9 1896-1899 Sucre Elecciones
Caballero
1899
(miembro de
10 Serapio Reyes Ortiz La Paz Golpe de Estado
la Junta de
Gobierno)
Continúa en la siguiente página

1 Mesa Gisbert (2007) señala que Baptista fue elegido en elecciones “por estre-
cho margen”, no obstante, su ratificación en el Congreso estaba en peligro
pues, en dicha instancia, contaba con una minoría parlamentaria. Por esa ra-
zón, y a pesar de la victoria electoral obtenida, Mesa Gisbert afirma: “Desde
el punto de vista de la constitución y las leyes, los hechos narrados no pueden
sino tipificarse como un golpe de Estado […]” (2007: 382).
246 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Periodo de Lugar de
Nº Nombre Forma de acceso
Gobierno nacimiento
1899
(miembro de
11 Macario Pinilla Vargas La Paz Golpe de Estado
la Junta de
Gobierno)
12 Eliodoro Villazón Montano 1909-1913 Cochabamba Elecciones
1920-1921
(miembro de
13 José Manuel Ramírez Sucre Golpe de Estado
la Junta de
Gobierno)
1920-1921
(miembro de
Golpe de Estado
la Junta de
14 Bautista Saavedra Mallea Gobierno) La Paz
Elegido por Asamblea
1921-1925
Constituyente
15 Felipe Segundo Guzmán 1925-1926 La Paz Sucesión constitucional
16 Hernando Siles Reyes 1926-1930 Sucre Elecciones
17 Daniel Salamanca Urey 1931-1934 Cochabamba Elecciones
Sucesión constitucional
18 José Luis Tejada Sorzano 1934-1936 La Paz
por derrocamiento militar
1946
(miembro de
19 Néstor Guillén Olmos La Paz Golpe de Estado
la Junta de
Gobierno)
1946-1947
(miembro de
20 Tomás Monje Gutiérrez La Paz Golpe de Estado
la Junta de
Gobierno)
Mamerto Urriolagoitia
21 1949-1951 Sucre Sucesión constitucional
Harriague
1952-1956 Elecciones y revolución
1960-1964 Elecciones
22 Víctor Ángel Paz Estenssoro Tarija
1964 Elecciones
1985-1989 Elecciones
1956-1960
23 Hernán Siles Zuazo La Paz Elecciones
1982-1985
24 Luis Adolfo Siles Salinas 1969 La Paz Sucesión constitucional
25 Walter Guevara Arze 1979 Cochabamba Sucesión constitucional
26 Eduardo Rodríguez Veltzé 2005 Cochabamba Sucesión constitucional
Fuente: Elaboración propia a partir de Mesa Gisbert (2003: 243-246).
Bajo la toga | 247

Esta tabla fue elaborada con información obtenida del libro de


Carlos D. Mesa Gisbert, el cual, al año 2003, registraba a 62 presidentes
y a ocho personas que ejercieron la presidencia al ser miembros de
Juntas de Gobierno. En total, se estaría hablando de 70 personas. Para
actualizar esos datos, habría que sumar a tres mandatarios: al propio
Carlos Mesa Gisbert, a Eduardo Rodríguez Veltzé y a Evo Morales
Ayma, de quienes solamente el segundo es abogado. El resultado final
daría que 73 personas ejercieron la presidencia del Estado boliviano,
26 de ellas con formación jurídica. Esto significa que, a la fecha, el
35,61% de los mandatarios bolivianos estudió derecho. En un análisis
más detallado podrían realizarse las siguientes precisiones:
‑‑ Siete abogados llegaron a la presidencia mediante el mecanis-
mos de sucesión constitucional: Tomás Frías, Felipe Segundo
Guzmán, José Luis Tejada, Mamerto Urriolagoitia, Luis Adolfo
Siles, Walter Guevara y Eduardo Rodríguez.
‑‑ Diez abogados llegaron a la presidencia mediante mecanismos
inconstitucionales: Mariano Calvo, José María Linares, Ruperto
Fernández, Manuel Sánchez, Serapio Reyes, Macario Pinilla,
José Manuel Ramírez, Bautista Saavedra, Néstor Guillén y
Tomás Monje.
‑‑ Nueve fueron los abogados que llegaron a la presidencia tras
presentarse y ganar comicios electorales: Gregorio Pacheco,
Aniceto Arce, Mariano Baptista, Severo Fernández, Eliodoro
Villazón, Hernando Siles, Daniel Salamanca, Víctor Paz y
Hernán Siles.
Tales datos muestran que, desde hace más de 25 años, el electorado
boliviano no ha elegido a un abogado como primer mandatario. El
último abogado electo fue Víctor Paz. Por otra parte, si bien Eduardo
Rodríguez ocupó brevemente la silla presidencial entre 2005 y 2006,
ese hecho no fue una decisión planificada ni por su persona ni por el
electorado, aunque es preciso recordar que cuando asumió el cargo
muchos sectores lo apoyaron, dada la coyuntura de aquel momento.
249

Anexo 5

Profesión de los ministros de Bolivia,


1825-2003

Nº Profesión Cantidad Porcentaje


1 Abogados 402 36,51
2 Militares 251 22,80
3 Economistas 74 6,72
4 Ingenieros 54 4,90
5 Médicos 31 2,83
6 Comunicadores/periodistas 8 0,74
7 Arquitectos 5 0,45
8 Maestros 5 0,45
9 Sociólogos 4 0,36
10 Administradores de empresa 3 0,27
11 Licenciados en Filosofía 3 0,27
12 Arqueólogos 2 0,18
13 Asistentes sociales 2 0,18
14 Policías 2 0,18
15 Antropólogos 1 0,09
16 Religiosos 1 0,09
17 Estadistas 1 0,09
18 Lingüistas 1 0,09
19 Cientistas políticos 1 0,09
20 Geólogos 1 0,09
21 Agrónomos 1 0,09
22 Sin datos 248 22,53
Total 1.101 100,00
Fuente: Mesa Gisbert (2003: 511).

Los datos muestran que entre 1825 y 2003 se tuvo 1.101 ministros,
402 de los cuales fueron abogados, representando al 36,51% del total.
250 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

A primera vista, podría afirmarse que el cargo de ministro de Justicia


es asumido exclusivamente por abogados. No obstante, consultando
el trabajo de Mesa Gisbert (2003), se sabe que dicha cartera no fue
ocupada exclusivamente por abogados, sino también por otros pro-
fesionales, entre ellos economistas, comunicadores sociales, militares,
religiosos e incluso policías.
Al respecto, es conveniente realizar un apunte acerca del Minis-
terio de Justicia. De acuerdo con Mesa Gisbert, esa cartera de Estado
no existió desde el nacimiento de Bolivia, sino que apareció por
primera vez durante el Gobierno de José María Linares, en 1857, y
estuvo vinculada a diferentes sectores: Gobierno, Cultura y Relaciones
Exteriores, entre otros. Recién en el primer Gobierno de Gonzalo
Sánchez de Lozada (1993-1997) se creó un Ministerio de Justicia
independiente. Curiosamente, durante el segundo mandato de dicho
expresidente (2002-2003), esa cartera desapareció como ministerio
y fue repuesta recién durante la gestión del presidente Evo Morales,
perviviendo como tal hasta la fecha.2 Podría afirmarse, entonces, que
los abogados no ocuparon exclusivamente algunas carteras ministeria-
les, sino que fueron asignados como cabezas de diferentes ministerios,
lo cual mostraría una predilección por ellos, reflejada en el 36,51%
ya mencionado.

2 Durante el primer Gobierno de Sánchez de Lozada, se emitió la Ley Nº 1493


de Ministerios del Poder Ejecutivo y se creó el Ministerio de Justicia. En el Go-
bierno de Banzer Suarez se emitió la Ley Nº 1788 de Organización del Poder
Ejecutivo y se constituyó el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. En la
segunda gestión de Sánchez de Lozada, se emitió la Ley Nº 2446 de Organi-
zación del Poder Ejecutivo y se eliminó el Ministerio de Justicia; los Gobiernos
de Mesa Gisbert y Rodríguez Veltzé siguieron ese mismo esquema mediante la
Ley Nº 2840 y el Decreto Presidencial Nº 28201, respectivamente. El Gobierno
de Morales Ayma restituyó el Ministerio de Justicia a través de la Ley Nº 3351
de Organización del Poder Ejecutivo y del Decreto Supremo Nº 29894.
Anexo 6

Evolución del número de inscritos en el rpa y en los Colegios de Abogados

Año Total de registrados Colegios


Nº Departamento en el rpa Departamentales de
2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015 (a diciembre de 2015) Abogados

1 La Paz 1.351 2.426 1.745 2.546 1.603 2.312 5.335 17.328 11.328
2 Santa Cruz 328 908 952 1.647 1.864 1.329 5.110 12.138 s. d.
3 Cochabamba 398 1.431 857 849 1.136 1.462 3.692 9.825 8.132
4 Chuquisaca 318 387 767 673 268 438 1.441 4.292 s. d.
5 Oruro 121 413 306 342 264 315 1.827 3.588 s. d.
6 Tarija 0 445 368 495 170 208 1.191 2.977 2.557
7 Potosí 37 165 171 249 60 127 709 1.518 2116
8 Beni 0 122 76 143 100 65 493 999 s. d.
9 Pando 0 47 21 45 45 34 143 335 s. d.
Total anual 2.553 6.344 5.263 6.989 5.510 6.290 19.941 52.890
Fuente: rpa (2015), Colegio de Abogados de La Paz (web consultada el 25 de noviembre de 2015) y Colegios Departamentales de Abogados de Cochabamba, Potosí y Tarija (webs consultadas
el 21 de febrero de 2016).
s. d. = sin dato.
251
253

Anexo 7

Salarios pagados en algunas instancias del Órgano


Judicial en comparación con otras entidades
públicas, al 2015

Procuraduría del
Entidad Órgano Judicial Órgano Ejecutivo
Estado
Bs 17.305,00
Bs 16.947,00
(Presidente Bs 17.306,00 Bs 14.000,00
(Vocal del Tribunal
del Tribunal (Director general) (Procurador)
Departamental)
Departamental)
Bs 12.770,00
Bs 12.736,00 Bs 11.450,00 Bs 13.500,00
(Responsable i y
(Juez de partido) (Juez de Instrucción) (Director general)
especialista iii)
Salario y Bs 4.798,00
cargo (Administrativo i,
Bs 4.511,00 Bs 3.866,00 Bs 5.000,00
secretaria de dirección,
(Secretario) (Actuario) (Profesional iv)
chofer de viceministro
y ujier de viceministro)
Bs 2.028,00
(Auxiliar) Bs 2.170,00 Bs 3.300,00
Bs 2.028,00 (Auxiliar iii) (Técnico ii)
(Oficial de diligencias)
Fuente: Elaboración propia a partir de información del Consejo de la Magistratura de Bolivia (web consultada el 23 de
marzo de 2016) y del Decreto Supremo Nº 2347.
255

Sobre los autores

Jorge C. Derpic Burgos es especialista en sociología urbana, socio-


logía política y sociología del derecho y la seguridad. Actualmente,
es candidato a doctor en Sociología por la Universidad de Texas
(Austin). Entre sus trabajos más recientes destacan un estudio sobre
migración rural urbana en El Alto durante el censo de 2012, publi-
cado en la revista académica Population Research and Policy Review, una
reseña sobre las ciudades de La Paz y El Alto para la Wiley-Blackwell
Encyclopedia of Urban and Regional Studies y un capítulo sobre trans-
porte urbano, etnicidad y Estado en Bolivia en el libro ¿Todo cambia?
Reflexiones sobre el “proceso de cambio” en Bolivia, de próxima publicación
por la Universidad Nacional Autónoma de México.
Elise Gadea es antropóloga y actual candidata al doctorado en el
Centro de Investigación y de Documentación sobre las Américas
(greda), perteneciente al Instituto de Altos Estudios sobre América
Latina (iheal) de París. También es licenciada en Sociología por la
Universidad de Bordeaux ii y máster en Antropología por la Univer-
sidad de Lyon ii. Cuenta, igualmente, con un certificado académi-
co en la temática “Problemas y políticas sociales” por la Pontificia
Universidad Católica de Santiago de Chile. Es investigadora aso-
ciada del Instituto Francés de Estudios Andinos (ifea); su trabajo se
concentra en la institucionalización de la justicia indígena en Boli-
via. Publicó artículos en textos del Ministerio de Justicia del Estado
Plurinacional de Bolivia, así como en la revista digital Nuevo Mundo,
Mundos Nuevos y en la web del Observatorio Político de América Lati-
na y del Caribe (opalc). Participó en varias conferencias y mesas de
trabajo en Bolivia, Francia, México, Perú y Escocia.

Miguel Ángel Foronda Calle nació en Oruro. Es abogado y más-


ter en descentralización y gestión pública. Actualmente realiza con-
sultorías de asistencia técnica a entidades del sector público y de la
256 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

cooperación internacional en materia constitucional, autonómica y


de diseño de políticas públicas nacionales y subnacionales. Ha escrito
varios artículos de análisis y es docente de derecho constitucional, dere-
cho autonómico y políticas públicas en varias instituciones, entre ellas
la Universidad Católica Boliviana (ucb), la Escuela de Gestión Pública
Plurinacional (egpp) y la Fundación Perceptor. También ha trabajado
como investigador para la carrera de derecho de la ucb, el Centro de
Investigaciones Sociales (cis) de la Vicepresidencia del Estado Pluri-
nacional y para el Observatorio de Políticas Públicas, dependiente del
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud).
Hernán Pruden es licenciado en sociología por la Universidad de
Buenos Aires y doctor en historia por la Universidad Estatal de
Nueva York en Stony Brook. Es docente de la carrera de Historia
en la Universidad Nacional de La Plata (Argentina) e investigador
del Instituto de Investigaciones Sociológicas (idis) y del Posgrado en
Ciencias del Desarrollo (cides), ambos de la Universidad Mayor de
San Andrés (umsa). Ha investigado el regionalismo cruceño, la rela-
ción entre Bolivia y Estados Unidos durante las décadas de 1940
y 1950, la Revolución Nacional de 1952 y los planes de desarrollo
del Oriente boliviano auspiciados por el Departamento de Estado
norteamericano. Con el Centro de Investigaciones Sociales (cis) de
la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia ha publicado
Configuración y horizontes del Estado Plurinacional (2014), en coautoría
con Jorge Viaña y Miguel Foronda.
Huascar Rodríguez García es sociólogo (Universidad Mayor de
San Simón), magíster en ciencias sociales (Facultad Latinoameri-
cana de Ciencias Sociales, Buenos Aires) y candidato a doctor en
Historia de América Latina (Universidad Pablo de Olavide, Sevi-
lla). Fue becario de la Fundación Slicher van Bath de Jong (Amster-
dam)/Centro de Estudios y Documentación Latinoamericanos.
Es autor de Bandidos y policías. La cuadrilla de Punata: una organización
político-criminal en Cochabamba (2016) y Guerra política y bandolerismo. El
caso de Martín Lanza: un caudillo cochabambino a fines del siglo xix (2014)
También es coautor de varios libros colectivos, entre otros: Más allá
de las fronteras. Representaciones literarias del mundo andino-peruano-boliviano
(2015) y Mujeres poblando el pasado (2014).
Este libro se terminó de imprimir
en diciembre de 2017, en los
talleres de Editorial Tupac Katari,
en La Paz (Bolivia).
En Bolivia, la preocupación por el estado de la justicia y los
intentos por reformarla llevan ya bastantes años. El ciclo 1992
y 2003 se caracterizó por el desarrollo de un marco institucio-
nal que incorporó al Tribunal Constitucional y al Consejo de
la Judicatura. Entre 2003 y 2005 la característica fue la acción
conjunta de los tres poderes del Estado, a fin de construir una
política de “Justicia para todos” y, en particular, para los sec-
tores vulnerables y excluidos de la sociedad, con mecanismos
alternativos de resolución de conflictos, como la conciliación,
los centros integrados de justicia y la justicia de paz. Desde
2006, con el inicio del primer Gobierno del Movimiento Al So-
cialismo (mas), se concretó, entre otros, un modelo de justicia
plural que reconoce las jurisdicciones ordinaria, agroambien-
tal, constitucional e indígena originaria campesina.
Los planes de reforma contemporáneos, tanto los del proceso
de modernización del Estado –propios del neoliberalismo–
como los del actual proceso de cambio, no han logrado eli-
minar ni la retardación de justicia ni la corrupción, mostrando
que los esfuerzos reformistas no fueron suficientes y que la
corporación judicial es capaz de resistir de forma muy eficaz
los esfuerzos del Estado central por transformarla.

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