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CAPITULO IV

INVESTIGACION MEDICO LEGAL

“Todas sus amistades han descrito después su


disimulo como cosa tan perfecta que, si siguiendo
su camino por las calles llenas de gente el sábado
por la noche en los barrios pobres, se hubiese
tropezado con alguno, se hubiese detenido para
pedirle mil perdones”.
Thomas de Quincey (107)

SIMULACION: ESENCIA DEL TRABAJO PERICIAL

Este pasará a ser, a nuestro criterio, el punto central de la


investigación médico legal del delincuente sexual: derrumbar las
murallas de la simulación tras las cuales intenta protegerse, negando
el hecho y/o minimizando, externando o tercerizando su responsa-
bilidad (C21) en el mismo.

(107) De Quincey, Thomas: Del asesinato considerado como una de las bellas artes,
Traducción y prólogo de Diego Ruiz, Serafín Ponzinibbio Editor, Buenos Aires, Argentina,
1907, pág. 113.
72 DELITOS CONTRA LA INTEGRIDAD SEXUAL

Hemos hablado de historia; nos hemos referido al tema de la


simulación y, accesoriamente, hemos citado reiteradamente a nues-
tro maestro Humberto Lucero sobre este tema en particular.
Aunemos estos conceptos y nos encontraremos, una vez más,
con la contundencia de las enseñanzas del maestro Lucero.
La importancia del síndrome de simulación –y sus variantes– a
las que nosotros atribuimos tanta importancia por su presencia
constante en el medio carcelario donde nos desempeñamos y
donde, amén, ha tenido lugar el génesis de este y otros trabajos de
nuestra autoría, es central a nuestra tarea; no es extraño entonces
que el complejo de simulación sea motivo de nuestros desvelos
sobre todo porque –como también enseña el profesor doctor Humberto
Lucero– el periciado, en cierto sentido, tiene derecho a esta táctica
defensiva.
Este derecho a que alude el citado Lucero, y una de cuyas
facetas es el intento de manipulación del perito por parte del
entrevistado, encuentra sustento no sólo en la necesidad del sujeto
investigado de tomar una posición defensiva frente a las acusacio-
nes que se le imputan y que, de suyo, implican poner en riesgo su
libertad, honra y patrimonio sino que, además, revisten, en el caso
de los agresores sexuales, un carácter adaptativo, casi inconsciente.
Este punto es de capital importancia en el medio en que desarro-
llamos nuestro trabajo de investigación; la cárcel reúne –entre la
población criminal alojada tras sus muros– hasta un 75% de perso-
nalidades portadoras de un trastorno antisocial de la personalidad o
TAP(108), una de cuyas características centrales es, precisamente, el
de la manipulación.
Entonces:

a) dado que consideramos para nuestro trabajo de investiga-


ción a los agresores sexuales encarcelados;
b) teniendo en cuenta lo antedicho del porcentaje de TAP
hacia el interior de la prisión que, sin duda, involucra a muchos de

(108) Kaplan, Harold I. y Saddock, Benjamin J.: Sinopsis de psiquiatría, Editorial Médica
Panamericana, Madrid, España, 1999, pág. 891.
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éstos que nosotros investigamos; trastorno de personalidad que, a


su vez, puede reconocer un importante punto de origen en el seno
de la familia del criminal;
c) las dificultades de éstos –al menos en la consideración
mítica– para adaptarse a la vida intracarcelaria por el rechazo que
sufrirían por parte de otros internos y,
d) considerando el tiempo de condena que, eventualmente,
pueden enfrentar.

No es entonces de extrañar que –por una u otra razón– simulen


y pretendan manipular los resultados de la entrevista con el perito,
o en su vida de relación con otros internos y custodios del medio
penitenciario.
En este sentido, Nicholls y col. han señalado: “Jail detainees
often come from backgrounds characterized by sustance abuse,
violence, homeless, poverty and family disfunction wherein manipu-
lative behaviors might serve an adaptative function as a means of
doping and influencing their environments. Redefining “manipulative
behavior” as a survival skill should serve to reduce the negative
response that many people have to these types of behaviors”(109).
Y ya que hablamos de historia, de algunas características de su
investigación y forma de escribirla (historiografía) así como su
relación con el método médico legal, no podemos menos que
señalar, a título de ejemplo, la aparición de este síndrome en la
historia misma, más precisamente en nuestra propia historia como
colonia de España.
Para ello baste traer a colación la leyenda, a todas luces cierta,
de Pedro Chamijo o Chamizo, posteriormente devenido en don
Pedro Bohorquez, cuya paradigmática vida a mediados del siglo XVII
–basada prácticamente en su totalidad en el complejo de simula-
ción– ilustra perfectamente nuestra posición.
El lector interesado podrá indagar más sobre la biografía de este
individuo en los libros de historia; nosotros la hemos obtenido gracias

(109) Nicholls, T. L., Roesch, R., Olley, M. C., Ogloff, J. R. P. and Hemphill, J. F.: Jail
Screening Assessment Tool (JSAT) - Guidelines for mental health screening in jails Mental
Health, Law and Policy Institute., Simon Fraser University, Canada, 2005, page 33.
74 DELITOS CONTRA LA INTEGRIDAD SEXUAL

a la gentileza del gerente general de LU2, Radio Bahía Blanca –señor


Jorge Tirabasso– quien nos facilitara una copia de audio del progra-
ma Todo es historia, conducido por el historiador don Félix Luna y el
periodista Miguel Angel Merellano, emitido por la citada radio en
1980(110) y debidamente conservado en el archivo sonoro de la
emisora.
Otro ejemplo más moderno, pero que se inscribe en la misma
línea de pensamiento, puede hallarlo el lector curioso en la novela El
talento de Mr. Ripley (111).
Finalmente, para cerrar con las enseñanzas del maestro
Humberto Lucero, señala este, citando a Kaplan y Saddock en su
trabajo ya mencionado por nosotros: “Para algunos, la falsedad es
tan central al carácter humano que las mentiras son esenciales para
la supervivencia”(112). Aquí se denota, precisamente, la historicidad
misma del complejo de simulación lo que permite, como antes
apuntamos, hilvanar los conceptos de historia y medicina legal.
Retomamos.
Para desarrollar este cometido de desentrañar el complejo de
simulación tras el que se oculta el criminal sexual es necesario,
obviamente, prestar atención a los detalles.
Ese será entonces el arranque: llamar la atención del investigador
sobre esos pormenores, sobre las peculiaridades de un sujeto –capaz
de llevar a cabo un acto criminal– que no son perceptibles a simple
vista; podríamos decir, su marca de agua.
Estas particularidades, visibles sólo al ojo entrenado e interesa-
do, pequeñas cosas que destacan sobre un fondo de terror y de vidas
destruidas (realidad que tendrá siempre presente el perito al leer el
expediente, entrevistar a la víctima o al –supuesto o confirmado-
victimario), recogidas y analizadas, servirán, por un lado, para
desarrollar un perfil del individuo y, por otro, para que en casos de
delitos similares –sólo análogos y nunca iguales– el criminal pueda
ser detectado y aprehendido más velozmente.

(110) Reemisión en 2008. La historia de Pedro Chamijo o Chamizo, o Don Pedro


Bohorquez, fue transmitida los días 25/5 y 1/6 de 2008.
(111) Highsmith, Patricia: El talento de Mr. Ripley , Editorial Sol 90, Chile, 2004.
(112) Lucero, Humberto: Psiquiatría …, cit.
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Téngase en cuenta que cada caso delictivo, aun del mismo tipo
(v.g.: delitos contra la libertad sexual), es único e irrepetible, igual
que su autor y las motivaciones que lo inducen a cometer el acto.
Podemos aplicar perfectamente en este caso, las palabras de
Luciano de Samosata (siglo II d.C.) quien, en su opúsculo en
referencia a Cómo ha de escribirse la historia, señalara, al finalizar
el escrito que: “(La historia)(113) no busca lo fabuloso, sino dejar a la

(113) La medicina legal, al igual que la psiquiatría forense -nos enseña el profesor doctor
Humberto Lucero- son extrañas especialidades médicas que no tienen, en sí mismas,
entidad propia; existen sólo en función de requerimiento judicial previo. Ahora, siendo que
nuestro sistema jurídico requiere la actuación de estos peritos (médicos o de otras ramas
del saber) a posteriori, el experto no es un testigo -no puede serlo pues no ha presenciado
directamente el acontecimiento que se somete a su experticia- sino, precisamente, un
diestro conocedor que emite un dictamen ex pos facto. Así, la medicina legal y la psiquiatría
forense son ramas de la ciencia médica fundadas, no sólo en el método médico legal sino,
también, vinculadas al método histórico que, a la inversa de lo sustentado por Comte, van
de lo singular a lo general (Cassani, Jorge L. y Pérez Amuchástegui, A. J. Del Epos a la
Historia – Una visión de la historiografía a través del método. Editorial Nova, Buenos Aires,
Argentina, 1961, pág. 153: La Historiografía positivista); “El método histórico es distinto del
sistemático. Ante todo exige la capacidad de contemplar con distanciamiento los aconte-
cimientos de los que ha de tratar.” (Forbes, R. J. and Dijksterhuis, E. J. A History of Science
and Technology. Penguin, Harmondsworth, 1963. En Kragh, Helge. Introducción a la
historia de la ciencia. Traducción de Teófilo de Lozoya. Editorial Crítica, Barcelona,
España, 1989, pág. 47). Estas sencillas reflexiones obligan a dos conclusiones.
Primero: el absoluto menosprecio -en nuestro medio- de quienes tienen la obliga-
ción de legislar -y también, en ocasiones, de quienes deben administrar justicia- para
solicitar y valorar el asesoramiento de los especialistas en medicina legal y/o psiquiatría
forense a la hora de generar nuevas ideas que permitan enfrentar la desbordante ola
criminal. Por ello, nuestra tarea es siempre a posteriori cuando, en realidad, también
debiéramos ser consultados en el a priori.
Segundo: la imperiosa necesidad de ampliar la base formativa de aquel a quien,
socialmente, se vaya a reconocer como verdadero especialista en un campo cualquiera
de la ciencia.
Dicha base no puede continuar siendo limitada a la transmisión y repetición de meros
conceptos técnicos, conocibles a través de cualquier texto de la materia; cabe en ello
máxima responsabilidad a los maestros -también a los nuestros-, a las instituciones
médicas de ley -particularmente los colegios médicos- y a las universidades y facultades
correspondientes.
Por este motivo nuestros trabajos, desde siempre y cada vez más, han abundado en
soporte que podríamos (nótese el condicional) denominar sensu strictu extra médico legal.
Ello ha generado dos reacciones distintas por parte de algunos lectores (siempre hay
un tercer grupo inerte ante las expresiones de un autor):
Una, que podríamos pensar “justificada pero sólo a través de largas justificaciones”
(Marías, Julián: El tema del hombre, prólogo. Espasa Calpe, Buenos Aires, Argentina.
1952), ha sostenido que nuestros ensayos sobreabundan en notas aclaratorias y referen-
cias bibliográficas que escapan a lo esencialmente técnico; sostienen estas personas que
se perdería -en este sentido- parte de la esencia de un ensayo médico legal para terminar,
en cierta forma, en uno de raigambre filosófico-médico legal.
Ahora bien, (nos) preguntamos ¿cómo podría ser de otra forma? ¿cómo puede
siquiera pensarse en otra posibilidad más limitada o restrictiva?
76 DELITOS CONTRA LA INTEGRIDAD SEXUAL

Veamos, una vez más, lo que ha escrito Marías en el trabajo antes citado: “Cuando
su atención (la de la filosofía) se fija en el hombre, encuentra que este es, por lo pronto,
una cosa, un cuerpo, soma; no olvidemos que en el sistema aristotélico el tratado De Anima
forma parte de los escritos de la física. Se inicia, por tanto, el estudio filosófico del hombre
bajo el signo de lo corporal y biológico, en estrecha relación con las escuelas de medicina
y, en especial, con los círculos hipocráticos”.
Siendo entonces que la medicina legal y la psiquiatría forense son especialidades
médicas -derivadas por ende de la medicina-, si esta rama del saber tiene -al decir de
Marías con quien concordamos plenamente- raíces comunes con la filosofía, no se pierde
el sentido de un trabajo médico legal -o simplemente médico en general- al sustentar
buena parte de sus asertos en campos como la filosofía, sociología, antropología, etc.
Antes bien, estas áreas del conocimiento vienen a sustentar mejor, a dar fuerza, a otorgar
verdadero carácter a los ensayos médico legales invirtiendo la errónea y generalizada
“sensación de que la filosofía puede aprender de la historia de la ciencia, mientras que
esta no tiene nada que aprender de la filosofía”.(Kragh, Elge. Introducción a la historia de
la ciencia. Traducción de Teófilo de Lozoya. Editorial Crítica, Barcelona, España, 1989,
pág. 17).
Plantear el concepto de experto, de especialista titulado -y no de (auto) titulado
especialista- no puede restringirse únicamente a aquel que conoce (¿profundamente?) un
campo de conocimiento técnicamente acotado, con prescindencia del saber humanista.
Pero -por otro lado- hay campos de la Medicina Legal, v.g.: la lesionología en
general, las heridas por proyectil de arma de fuego en particular, etc., en las que, en la
actualidad, pretender realizar un trabajo relativamente interesante, algo más que copiar y
pegar, algo distinto (en palabras de Lucero) a un simple refrito, algo pretendidamente
sustancial o valioso, es cuasi imposible cuando lo meramente técnico es archiconocido.
En esos casos, sólo puede apuntarse, a partir de datos técnicos ya sabidos, o
aprehensibles en casi cualquier texto de la especialidad, a exponer la opinión del autor
sobre aspectos prácticos del tema que se ha propuesto tratar.
Iguales consideraciones pueden esgrimirse -a propósito del presente ensayo-
respecto a ciertas facetas del terreno psiquiátrico forense; de qué puede servir transcribir,
una vez más de tantas que ya se ha hecho, la clasificación de delincuentes seriales en
organizados o desorganizados, de acción circunscripta a un área dada o predadores que
cazan a medida que se desplazan, etc., sin más sustancia.
Si no se puede agregar nada novedoso al magnífico texto de Di Maio sobre Lesiones
por arma de fuego; si no se puede (intentar) profundizar más allá de las brillantes clases
magistrales de Lucero Sobre múltiples y seriales o El hombre del paraguas, más vale -
realmente- no intentar escribir.
Es en este sentido que, sin duda alguna, debe funcionar la auto-censura de quien
asume el desarrollo de un trabajo pretendidamente científico. Ya estamos inundados de
basura, de junk science, de copiar y pegar para que nosotros, si pretendemos honrar a
nuestros maestros, continuemos en dicha senda.
Lograr o no el objetivo planteado, es otra cosa; pero nuestra idea original está muy
lejos del plagio o la vulgar repetición.
Sí, en cambio, aspiramos a plasmar la experiencia adquirida en un campo especial
de trabajo -el del Servicio Penitenciario- trayendo a la luz, no sólo nuestra idea filosófica
sino, amén, datos no asequibles al común de los expertos en Medicina Legal que, por
desempeño en diferente medio laboral, no tienen la opción de compartir años de
observación de un mismo sujeto. He allí el meollo de nuestro ensayo.
Otra reacción de ciertos lectores, a nuestro entender infundada, abusiva al decir del
mismo Marías y absurda según nosotros, sostiene la inutilidad absoluta de esta forma de
trabajo y, accesoriamente, desconoce el carácter de ciencia dura, verdaderamente dura
como todas las ciencias del hombre, a la medicina legal y la psiquiatría forense.
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Ahora, ¿Qué más duro que expedirse -en calidad de perito- sobre un sujeto que pone
en riesgo su patrimonio, su honra y su libertad? (Lucero, Humberto: Psiquiatría ..., cit.). No
existe teorema alguno de tan difícil resolución; ni siquiera el Teorema de Fermat. “El genuino
misterio no era el acertijo concreto que la mente se esfuerza por desentrañar; la mente del
hombre, ese era el verdadero y perenne misterio del relato”. (Pearl, M.: La sombra de Poe,
traducción de Vicente Villacampa, Seix Barral, Buenos Aires, Argentina, 2006, pág.25).
Nos vemos obligados a rechazar esta última aserción de ciertos lectores toda vez
que, en realidad, no existe rama de la ciencia -si así se la puede considerar- más dura que
aquella que se ocupa del Hombre. De hecho, ha sostenido Marías, a la sazón ya
abundantemente citado por nosotros, que las únicas ciencias son la Filosofía y la Teología;
reduce este autor, a las otras ramas del saber, a meras herramientas, aplicables a la
solución de problemas transitorios, de menor trascendencia.
Por si a esta altura algún lector quedara con dudas acerca de nuestra posición,
permítasenos, brevemente, tratar de clarificarla un poco más.
En ocasiones -todos lo hemos oído en alguna oportunidad- dícese que tal o cual
persona ha sido honrada con la designación para cubrir un cargo determinado.
Lo que sostenemos con énfasis -parándonos exactamente en la vereda de enfrente-
es que es la persona la que debe honrar el cargo para el que ha sido elegida -o designada-
por sus semejantes para ejercerlo durante un período más o menos prolongado. Asimis-
mo, es el escritor quien debe honrar las palabras, y no a la inversa.
No tenemos tiempo en este ensayo -ni viene a cuento hacerlo- para desmenuzar en
profundidad el concepto del término “semejantes” o, si se prefiere, “pares” en lo que hace
a la posibilidad de que un grupo de personas -y las características que estas deben reunir-
elija a otro, de entre todos ellos, para ejercer un cargo. Eso será tarea de otro momento
y de otros autores, pero -adelantamos- tiene que ver con la calificación que debe reunir
todo sujeto elector a la hora de -precisamente- elegir, y las condiciones de elegibilidad de
aquel elegido. Téngase en cuenta, sólo a título de ejemplo, el siguiente artículo: “El 41%
de los empleados públicos bonaerenses no terminó la secundaria”. (La Nueva Provincia,
13/11/2005, pág. 3).
Y quién puede rebatir, entonces, la afirmación de que es el experto, el perito médico
(a través de su formación de pre y post grado, de su capacitación continua, de la ex-
posición de su pensamiento a partir de sus trabajos que -luego de autoevaluados y
autocensurados respecto a la validez de sus asertos y de la importancia del tema tratado-
serán intercambiados con sus maestros y sus condiscípulos en el seno de su Escuela -a
la que por elección pertenece- o en contacto con otras con las que se interrelacione, etc.)
el que tiene la obligación de honrar su tarea, su especialidad y no que la especialización
sea la que honre al hombre.
Es absurdo, propio de un imbécil (piénsese en la etimología de la palabra), creer que
el cargo, el título o la función honran a la persona. ¿Cómo puede algo, creado por el
hombre, honrar a este? ¿No es, en realidad, a la inversa? El creador honra aquello que ha
creado, respetándolo.
Como es el Hombre -en tanto ser social- el que ha creado el concepto de cargo, es
él quien ha de honrarlo.
En esto, y no en otra cosa, parece basarse la filosofía de la vida, corriente iniciada
por Kierkegaard, seguida luego por Nietzche y Dilthey y que encuentra su punto culminan-
te con Ortega y Gasset cuando trae a colación la idea del hombre y sus circunstancias, de
las cosas con las que el hombre interactúa y que, sólo así, se convierte verdaderamente
en Hombre.
“La vida no está hecha; al contrario, tenemos que hacerla, y ella es lo que yo hago,
el hacer mismo.”… “Pero la vida no viene definida simplemente por ser un hacer en el
sentido de mero acontecer o actividad; hacer, en su rigurosa significación de hacer
humano, es siempre mi hacer , o si se prefiere con mayor precisión, hacer yo.” (Marías,
Julián: El tema …, cit., pág. 24).
78 DELITOS CONTRA LA INTEGRIDAD SEXUAL

Volviendo atrás, las letras, así como los cargos, son lo que nosotros hacemos con ellas y
con ellos; son nuestra biografía, nuestra vida, nuestro hacer responsable y comprometido.
“De todas las cosas que son, unas dependen de nosotros y otras no. Las que dependen
de nosotros son nuestras opiniones, nuestros impulsos, nuestros deseos, nuestras
inclinaciones; en una palabra, todos nuestros actos. Las cosas que no dependen de
nosotros son el cuerpo, los bienes, la reputación, las dignidades; en una palabra, aquello
que no entra en el número de nuestros actos.” (Marías, J.: El tema …, cit., pág. 82).
Pero más allá de cualquier disenso básico, nuestro(s) trabajo(s) sólo intentan servir
-a la postre- como disparadores de la discusión de cuestiones que, justamente por
filosóficas, por ser del Hombre, por ser -por ende- de interés social son, precisamente por
eso si no por otra cosa, discutibles.
Mientras existe la discusión, fundada, respetuosa, comprometida, existe una po-
sibilidad, sólo una, de superación del Hombre y, así, de la sociedad.
Volvemos entonces a precisar un lugar de discusión que no puede ser otro que la
Escuela, cualquiera sea a la que pertenezca cada uno; no solamente existe la discusión
hacia adentro de la Escuela sino, mucho más productiva, aquella inter-escolar. Con estas
premisas queda cerrado el círculo que demuestra la hipótesis de la importancia de la(s)
Escuela(s), de los maestros como líderes de ellas, y de estas como centro insuperado de
discusión científica.
Piénsese, adicionalmente, en lo siguiente: la Escuela, como centro de discusión
científica, filosófica, moral, técnica, etc., hace a que cada uno de sus integrantes pueda
ser fácilmente catalogado como perteneciente a una u otra corriente de pensamiento.
Si estas corrientes limitaran su intervención, exclusivamente, a las cuestiones
técnicas, poco o ninguno sería su valor o su utilidad final; si, en cambio, en ellas se discuten
los problemas del Hombre tales como filosofía, sociología, cuestiones ético morales -
además de lo estrictamente técnico- , etc., entonces la Escuela enarbolará una forma de
ver al hombre y a la sociedad y, así, de entender y conceptuar al hombre delincuente, al
reproche penal, al castigo, a su utilidad o inutilidad, a los mecanismos más efectivos para
la reeducación y reinserción social de quien ha delinquido (en los casos en que esto fuera
posible o hubiera real intención de ello), etc.
Todo ello sólo redundaría en un beneficio para el juzgador a la hora de interpretar
el informe técnico legal que, muchas veces, llega a sus manos conformado no por una sola
persona, por un perito, sino por varias, v.g.: quienes redactan los informes de conducta
penitenciaria, las historias clínicas en este ámbito, informes psiquiátricos asistenciales y
periciales, informes psicológicos, de asistentes sociales, etc.
Todo ello se convierte -irremediablemente- en una ciénaga en la que ni siquiera el
más avezado juzgador puede, en realidad, circular con tranquilidad de no hundirse en el
terreno fangoso que supone transitar desde la lectura de todo este fárrago de palabras
técnicas hasta la decisión final que debe emitir como juez.
La forma como el observador ve lo observado (sea una persona, sea un hecho), y
la concepción filosófica que pone en juego, hacen a la forma en que luego se redacta el
informe técnico. (Timmermans, Stefan. Postmortem – How medical examiners explain
suspicious deaths. The University of Chicago Press, Chicago, USA, 2006).
Por esto precisamente, porque la remanida idea de la filosofía personal es pura
mentira basada en el creo, estimo, me parece o supongo propio de los no formados, mal
formados -o, peor aun, deformados- que se anuncian y actúan como expertos sin serlo,
con la connivencia de las Instituciones, es que una Escuela, cualquiera sea ella si
reconocida y seria, permite adicionalmente al juez saber, de antemano, desde qué
corriente de pensamiento se ha confeccionado el informe que llega a su poder. Así, el
magistrado podrá comparar o contrastar, no sólo informes técnicos -que hagan por
ejemplo a la conveniencia o no de la liberación anticipada de un sujeto recluso- sino
Escuelas desde las que se emiten informes contradictorios. La figura del perito se realza
en el marco de una corriente de pensamiento; inversamente, se deprecia si este no puede
referenciarse a un marco escolástico reconocido.
INVESTIGACION MEDICO LEGAL 79

posteridad un relato de hechos verídicos escritos(114) con la mira de


que si en el porvenir sobrevienen acontecimientos parecidos, se
pueda, viendo los pasados, proceder con acierto en los presen-
tes”(115)(116).
Pero, téngase presente que cada caso que se investiga -si bien
guardará similitud con otros del pasado y servirá de base al estudio
de algunos futuros- es único e irrepetible. Aun el mismo MO (modus
operandi) de un sujeto, con patrones de conducta repetida (tipo de
víctimas que elige y ataca, lugar del hecho, aquello que dice o hace

Finalmente, sostenemos que tal vez -solamente tal vez- si ampliamos nuestra base
formativa a aquellos aspectos extra-técnicos, sin despreciar por ello los eminentemente
técnicos, seremos al fin consultados por aquellos que, a la fecha, no consideran importante
nuestro asesoramiento en políticas de investigación criminal, es decir, por los que nos
ignoran en el a priori de la conducta delictiva.
Por último, las Escuelas pueden sobrevivir, e incluso avanzar, en tiempos sociales
adversos para el progreso del conocimiento; toda vez que una Escuela se desarrolla en
el seno de una sociedad dada, y no de otra, es afectada por los acontecimientos que
influyen sobre esta. Sin embargo, el conocimiento generado entre sus cultores y adheren-
tes puede configurar un evento protector contra la debacle. Puede, más aun, convertirse
en plataforma de despegue para un nuevo tiempo social a partir de las ideas allí
generadas.
(114) O, actualmente, cualquier otro método de registro fehaciente.
(115) Aznar, Luis: Teorizadores y metodólogos de la historia, en Cassani, Jorge L. y Pérez
Amuchástegui, A. J.: Del epos a la historia. Una visión de la historiografía a través del
método, Editorial Nova, Buenos Aires, Argentina, 1961, pág. 7.
(116) Esta vinculación de la historia y de la medicina legal, esta suerte de familiaridad entre
dos ramas del saber -en apariencia tan disímiles- no es gratuita ni antojadiza; tiene que
ver, en definitiva, con el sujeto que examina una u otra vertiente del conocimiento: en el
primer caso, el historiador; en el segundo, el perito médico. El puente que permite el
encuentro de estos dos personajes es, ni más ni menos que la forma de expresión de su
ideología. Aquello que en historia se conoce como historiografía, en medicina legal no es
otra cosa que la forma presentación del informe pericial. Veamos si podemos aclarar este
punto: todos los hechos que analiza el historiador son, en esencia, pasado; igual ocurre,
no cabe duda alguna, respecto a lo que se somete a la experticia del perito médico. Ahora,
no todo evento pasado es, en sí mismo, histórico; adquiere esta condición cuando el
historiador lo eleva a esta categoría, cuando lo sopesa, le otorga mayor valor que a otros
acontecimientos y, a partir de allí, lo inscribe en los textos correspondientes al tema que
está tratando (v.g.: historia de la ciencia). Igual actúa el perito médico: valora, sopesa,
mensura, en definitiva, juzga un dato de la historia sometida a su conocimiento por encima
de otro, y esto es lo que vuelca en su informe. Por ello, se ha dicho con acierto que no sólo
debe evaluarse la historia sino, además, al historiador que la escribe. (Kragh, Elge:
Introducción a la historia de la ciencia, traducción de Teófilo de Lozoya, Editorial Crítica,
Barcelona, España, 1989, cap. IV, pág. 61 y ss. El título original de la obra, que data en
su primera edición del año 1987 es, en realidad: An introduction to the historiography of
science ).En igual sentido, el mismo principio puede -y debe- aplicarse al campo médico
legal. Estos conceptos son de capital importancia para nuestra posición respecto a la
pertenencia a diferentes escuelas a que puede adherir el perito médico.
80 DELITOS CONTRA LA INTEGRIDAD SEXUAL

a la víctima, forma de disposición del cuerpo o de abandono de la


víctima, etc.) será adaptable a las circunstancias de tiempo y lugar
del evento criminal; la estadística, la historia, son –entonces– sólo
herramientas de investigación.
Esto ha sido muy bien expresado por Achával, cuando señala:
“…debemos recordar que desde el punto de vista médico legal, la
estadística no interesa ya que se estudia este caso, uno en particu-
lar, y no los otros, independientemente de en cuál frecuencia
estadística pudiera estar”(117).
Se trata, en definitiva, del (irresuelto) problema epistemológico
de los universales donde entra a tallar la cuestión filosófica: “El
problema capital de la filosofía de la ciencia es el de cómo pasamos
de las afirmaciones del sentido común a los principios generales
científicos”(118).
Por ello, dos incontestables consideraciones se imponen:

Primero: La tarea pericial es de índole única y exclusivamente


probabilística; el mayor o menor grado de aproximación certera
dependerá, sin duda, de la formación previa –y constante– del autor
del peritaje. Se subsume, en la idea de formación previa, la carga
teórica del perito.
Segundo: La entrevista no puede ser mediatizada, ni su conclu-
sión sujeta –bajo ninguna circunstancia– a tablas prediseñadas las
que, en todo caso, pueden ser solamente consideradas como ayuda
memoria. El pulso(C22) que toma el entrevistador es una faceta
insoslayable, aun con el peso de la carga teórica previa, de la tarea
pericial. No despreciamos estas tablas, pero deben ser considera-

(117) Achával, Alfredo: Muerte súbita. Una forma de morir, Abeledo Perrot, Buenos Aires,
Argentina, 1996, pág. 20. Si bien consideramos un poco extrema esta posición del profesor
doctor Alfredo Achával, no puede dejar de reconocerse un grado de realidad indiscutible.
Así como cada sujeto es único e irrepetible, distinto a cualquiera otro con quien se lo
quisiera comparar, también -en última instancia- cada persona es única e irrepetible en
cuanto a sí misma; un sujeto no se comporta exactamente igual todos los momentos del
día ni todos los días, ni reacciona igual a los mismos estímulos cuando estos son
presentados en diferentes instantes de su vida. Por ello, un acto criminal, llevado a cabo
por un mismo individuo, tendrá, sin dudas, un patrón similar pero no idéntico a los otros
actos criminales perpetrados por el mismo sujeto. Este punto es desarrollado por el mismo
profesor Achával en su texto (pág.26).
(118) Frank, Phillip: Filosofía de la ciencia…, cit., cap. 1, pág. 2.
INVESTIGACION MEDICO LEGAL 81

das en su justa utilidad y nunca sobrevaloradas(119), pues no en toda


ocasión en que se lleva a cabo un análisis -mucho menos en el
campo de las ciencias del hombre- las variables conceptuales
pueden ser transformadas en variables operacionales. En innúmeras
ocasiones, los elementos que permiten desarrollar dicho análisis
permanecen, y así debe ser, en el campo de lo conceptual, aunque
esto signifique una aridez extrema para el trabajo del perito.

OTROS ELEMENTOS DE JUICIO

Aclarado lo anterior, señalemos aquellos datos –apenas los que


nuestra experiencia marca– que nos serán útiles en la tarea de
investigación a llevar a cabo. El lector interesado podrá, sin duda
alguna, completar y/o modificar estas anotaciones a su entero gusto.
La investigación médico legal será, siempre y sin excepción,
larga, prolongada, agotadora; al certero decir de Lucero “una partida
de naipes entre dos fulleros(C23)”. Y esto porque el sujeto, ya sea que
hable profusamente y sin pausa, ya porque directamente se encierre
en un severo mutismo, la realidad es que, en principio, no nos dice
nada. Y allí, precisamente en ese punto, cobra especial relevancia
el lenguaje corporal(120)(121).
“Con frecuencia la(s) ciencia(s) ha(n) despreciado la carne
humana y todo lo que pudiera parecerse a una forma ordinaria y
modesta de sentir las cosas, olvidando que las ideas atraviesan los
cuerpos y están insertas dentro de complejos sistemas de apropia-
ción y negación donde conviven, a diario y sin dejar nada de lado, el
asombro, la sorpresa, el entusiasmo, el asco, etc., sentimientos que
fundan y gobiernan el acto de comprender y de actuar” (122).

(119) Bevaqua, Alejandro A.: Reincidencia de conductas violentas, prólogo del profesor
doctor Humberto Lucero, Fabián J. DiPlácido Editor, Buenos Aires, Argentina, 2005.
(120) Ortega y Gasset, José, El hombre …, cit., tomo 1, págs. 159-160.
(121) Lee, E, Kang, J I, Park, I H, Kim, J J, An, S K: Is a neutral face really evaluated as
being emotionally neutral? Psychiatry Research 2008; 157: 77-85.
(122) Farge, Arlette: Efusión y tormento. El relato de los cuerpos. Historia del pueblo en
el siglo XVIII, Traducido por Julia Bucci. Katz Editores, Madrid, España, 2008, pág. 16.

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