Aunque las costumbres e historia de cada cultura son
transmitidas entre generaciones gracias al sistema de
signos, se han de tener en cuenta, ciertas limitaciones en cuanto a la información que es transmitida y que las personas reciben. El pensamiento del individuo es el resultado de lo que se le permite conocer, aquello que la sociedad ha seleccionado como “relevante” para comunicar. Desde esta postura, el conjunto de las comunicaciones de masa –como sostiene Eco- funge como “selector” porque es quien brinda la “materia prima” para construir la identidad cultural de cada nación, lo que al final se extrapola a la concepción mundial. Pero, esa construcción de una “cultura global”, entendida como el conjunto de costumbres compartidas por todos los individuos del mundo y que son relativamente universales, ¿es realmente objetiva?, ¿se puede decir, sin temor a equivocaciones, que el criterio que una persona o colectivo, defienden como propio, como sinónimo de “originalidad” es la “verdad”? En base a lo anteriormente expuesto, se podría decir que no, pero si se contempla a la verdad como una compartida por la mayoría de integrantes de una cultura o de un sistema, sí. Esta “verdad” no contribuye solamente a la coexistencia civilizada entre sus integrantes, sino también a la formación de estereotipos. Si la mayoría sostiene que una mujer hermosa reúne cualidades como un rostro simétrico, un cuerpo que obedece a unas medidas específicas -estipuladas por un colectivo- y delgadez, ese prototipo de mujer “perfecta” será implantando en el inconsciente de las personas y buscarán ser el prototipo de dicho concepto. Para una persona con un trastorno alimentario como la anorexia,