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(1810-1837)
No obstante la modestia del trabajo, hoy aprobado como tesis de la Maestría en Derecho
que he cursado en la Universidad de los Andes, este resulta para mí un logro importante en
mi vida profesional y académica, razón por la cual quiero reconocer de manera expresa la
colaboración de algunos allegados, amigos y discípulos, quienes generosamente
contribuyeron, académica o afectivamente a la culminación del mismo.
En primer lugar debo agradecer a Elizabeth, Beatriz, Blanca y Josefina, mi familia, por ser
las ellas patrocinadoras incansables de todos mis proyectos y sueños; sin su amor, nunca
hubiera podido realizarme, ni como profesional, ni como persona, y esta meta, bastante
esquiva por lo demás y por fin alcanzada, es el resultado de su fe en mi y de su
incondicional apoyo. Sea decir además, hoy más que nunca, que mi vocación como
profesor la explico ciertamente en su ejemplo como maestras incansables y dedicadas, en su
devoción por el conocimiento, ministerio al que tres de las cuatro, dedicaron su vida con
admirable valentía y compromiso.
Así mismo debo toda gratitud al Doctor Diego Eduardo López Medina, quien con fina
pedagogía e increíble paciencia, dirigió el trabajo haciendo graduales correcciones,
sugerencias y aportes durante los años que me tarde en escribirlo, en alguna época estando
en Bogotá y otra incluso desde la ciudad de New York. Diego me reconcilió con el
Derecho, por eso además le he de estar siempre agradecido. De igual manera debo
agradecer a mis estudiantes de todas las universidades, que con su constante inquietud
intelectual, han mantenido vivo mi interés por el pasado, presente y futuro del derecho
penal; especialmente a los, en otra época estudiantes de la Facultad de Derecho de la
Universidad Católica, Juan Andrés Cascante, Milton Becerra, Andrés Bravo y Andrés
López, quienes colaboraron decididamente en la recolección y clasificación de la
información al iniciar la investigación.
A mis amigos, colegas y condiscípulos, especialmente al Doctor Ricardo Calvete Merchán,
con quien he compartido, durante ya más de una década el fervor por la ciencia del derecho
penal y quién frecuentemente con sus agudas consideraciones y elocuentes disertaciones
me ha planteado las más interesantes inquietudes intelectuales; a mi amiga, la doctora Lucy
Numpaque, quién colaboro con entusiasmo intelectual en la época de redacción del
documento final; a mi gran amigo Rogers Ortiz, quien me acompañó en difíciles momentos
de incertidumbre; a mi entrañable amiga y compañera de trabajo María Inés Avellaneda
(Q.E.P.D.) quien me animaba frecuentemente para concluir el trabajo, antes de que su
enfermedad nos la arrebatara; a mi asistente y discípulo David Fernando Rincón Bautista,
quien no sólo ayudo en la transcripción de algunos apartes del texto final, sino que además
prestó su decidida y generosa colaboración en los trámites propios de la entrega. Por
último, debo agradecer la paciencia y colaboración de Amanda Arévalo, en la secretaría de
la Maestría en Derecho de la Universidad de los Andes, quien me brindó durante mis años
en los Andes, su colaboración generosa y siempre paciente.
CONTENIDO
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5. BIBILOGRAFÍA 78
1. HISTORIOGRAFÍA, CRONOLOGÍA Y RECEPCIÓN EN EL DERECHO
PENAL COLOMBIANO
Una de las primeras obras completas publicadas en Colombia sobre derecho penal es el
Ensayo Sobre la Evolución del Derecho Penal en Colombia (1898)1, de Arturo Quijano
Otero, esfuerzo científico del autor que se ocupa por primera vez en la historia de la
academia jurídica colombiana de organizar y comentar la información disponible sobre la
1
Presentada como tesis de grado en la Universidad Republicana como requisito reglamentario para obtener el
título de “Doctor en Jurisprudencia” y defendida en la noche del 28 de noviembre de 1897 ante el cuerpo de
profesores de la escuela de jurisprudencia de esa universidad, fue publicada bajo el título “Ensayo sobre la
Evolución del Derecho Penal Colombiano”. Publicación de la Imprenta Medardo Rivas, Bogotá, 1898.
cronología legal en materia de derecho penal del país. El texto de Quijano Otero marca el
punto de partida para un sinnúmero de cronistas e historiadores del derecho local y resulta
ser el documento angular a partir del cual, al parecer, se construye la historiografía del
derecho penal nacional.2
No obstante el marcado cronologismo del Ensayo Sobre la Evolución del Derecho Penal en
Colombia, éste resulta ser un hito en la historia de la ciencia penal nacional no sólo por
brindar a los escritores de los siglos ulteriores una rica fuente de información sobre el
derecho penal prehispánico, hispánico y republicano, sino además por su absoluta
originalidad. El texto publicado en 1898, de 149 páginas, incluye además, una estadística
criminal de la Nueva Granada y postula por primera vez la necesidad prioritaria para la
academia nacional de estudiar sus instituciones propias antes que las foráneas: “Entre
nosotros se estudia asiduamente el derecho y la Historia francesa, hasta en los más ridículos
detalles, mientras que nuestra Historia y nuestro Derecho son casi un misterio. Hemos
querido reparar en algo esa injusticia, estimular el estudio de las ciencias patrias y protestar
contra tanto olvido; si este libro contribuyese en algo á llenar esos objetos, ahora que es
tiempo de que se piense en algo útil para la Patria, quedaremos satisfechos”3. El reclamo
del historiador Quijano sobre el interés preferente de la academia por el derecho foráneo y
su historia, anticipa la inclinación de la corriente mayoritaria de la literatura jurídica local
de todo el siglo XX a ese objeto de estudio y a la correlativa simplificación de la
historiografía jurídica, por lo menos en materia penal.
La obra de Quijano Otero ha sido fuente obligada para todos los historiadores del derecho
penal colombiano, los cronologistas del siglo XX le citan frecuentemente y las refieren
como punto de partida de sus reconstrucciones, que dicho sea de paso son generalmente y
con pocas excepciones, narraciones de la historia jurídica nacional en la que se utilizan las
codificaciones como puntos de referencia y en las que se hacen relatos más o menos
extensos, profundos y contextualizados de los procesos previos y posteriores a la
expedición de cada una de las leyes penales a lo largo de la historia patria; en estos estudios
tradicionales se aplica el mismo estilo utilizado por Quijano en su obra para la clasificación
y el análisis de la información incluida de primera mano, en el Ensayo Sobre la Evolución
del Derecho Penal en Colombia.
2
Debe aclararse que el texto hace énfasis en las leyes sancionadas y en los decretos promulgadas entre 1819 y
1897, haciéndoles un breve comentario a cada uno, por lo general histórico. En justicia a la importantísima
obra del padre de la historiografía jurídico penal colombiana, debe precisarse que la misma incluye dos
capítulos adicionales; el primero dedicado al derecho prehispánico o indígena y el segundo al derecho
colonial, aspecto que además de tener pretensiones omnicomprensivas de la evolución de nuestras
instituciones jurídicas, resulta ser una incomparable y confiable fuente histórica dada su remota redacción.
3
QUIJANO OTERO, Arturo. Ensayo sobre la Evolución del Derecho Penal en Colombia. Bogotá: Medardo
Rivas, 1898.
Aunque existe bastante literatura jurídica, incluso reciente, sobre la historia del derecho
penal colombiano4, ésta se distingue por utilizar casi uniformemente una especie de método
“cronológico legal” cuyos estadios se determinan por los lapsos existentes entre las
codificaciones. Generalmente los relatos coinciden en la evocación prolija de fechas, datos
y referencias legales, así como en la cuidadosa organización secuencial y cronológica de
normas; la mayor o menor profundidad y extensión de estas referencias depende de la
naturaleza del texto en el que se incluyan (manual, artículo, libro). En algunas ocasiones y
para mayor comprensión de los lectores, las codificaciones se circunscriben a momentos
políticos determinados o a eventos históricos que permiten relacionar el texto legal con la
situación política o social del momento.
Este método “cronológico legal” propio de los cronologistas contemporáneos tiene una
arraigada aceptación en nuestro contexto académico, dada la tesitura pedagógica de los
textos historiográficos que le permite al autor y al profesor, una trasmisión eficaz de
información enriquecedora de la “cultura jurídica general” deseable en los abogados y
estudiantes de derecho. Adicionalmente, algunos textos más profundamente elaborados5,
que exigen el dominio de un lenguaje más o menos especializado, los cuales resultan
deseables para cursos de posgrado dada una necesaria familiaridad con los conceptos del
derecho penal así como cierta profundidad académica del auditorio, hacen una reflexión
histórico – teórica de las distintas tendencias científicas del derecho a través de la historia,
abordando sólo ocasionalmente lo relativo a su dinámica de comprensión en contextos
locales.
Sin desconocer el valor de la historiografía local del derecho penal, de los importantes
trabajos en la materia y sin descalificar de manera alguna su metodología, este trabajo
pretende elaborar una lectura distinta de la evolución de la teoría jurídica penal en
Colombia, partiendo de entender que cada uno de sus momentos presenta una dinámica de
recepción disímil no sólo en cuanto a sus fuentes trasnacionales, sino también en relación
con las formas particulares de entender tales orígenes teóricos en contextos ideológicos o
académicos determinados. El ritmo propuesto en el análisis de este trabajo no coincide
necesariamente con la cronología tradicional elaborada por nuestros autores y no confluye
además en los mismos contextos elaborados por ellos, pues lo preferente en el estudio que
se presenta en este trabajo no es la codificación o la teoría aisladamente considerada, sino
precisamente la dinámica de armonización entre el penalismo ilustrado y la primera
codificación penal local, como tendencia teórica en relación con su herramienta de
positivización en un contexto histórico e ideológico concreto.
Nótese que la suficiencia discursiva y técnica de los practicantes, y en esa medida de los
profesores (como formadores) y estudiantes (como futuros practicantes), resulta ser
indispensable presupuesto para la salud académica y política del sistema jurídico. La
academia promueve tácita y preferentemente el estudio de las fórmulas y de los lenguajes
propios del modelo teórico dogmático y subestima, de alguna manera, los análisis que se
producen por fuera de ese ámbito, al ponderarlos de mermada utilidad e incluso por
asimilarlos a obstáculos para la tan deseada unidad de discurso.
En los últimos años han aparecido en el contexto de la práctica legal en materia penal, una
serie de problemáticas en la relación teoría – práctica que se evidencian en el arraigo
cultural de fórmulas superadas, lecturas incompletas, pragmatismos poco científicos e
invasiones políticas en la justicia penal colombiana contemporánea7; es frecuente y
generalizada la inconformidad hermenéutica de abogados y académicos, su preocupación
acallada por las autoridades del discurso local, se hace cada día más visible, resultando
que la falta de respuestas a la problemática resulte más que frustrante, indignante. Prueba
sumaria de lo anterior es la constante producción de jurisprudencia desarticulada entre los
distintos niveles de la misma jurisdicción en fallos referidos a casos con identidad fáctica e
incluso entre decisiones producidas por un mismo tribunal en lapsos cortos y el desarrollo
de conceptos en la jurisprudencia local, contrario a la doctrina internacional mayoritaria y
la jurisprudencia extranjera, que deja sospechar bajos niveles de comprensión de los
modelos teóricos transnacionales e incluso de los textos legales propios. Estas distintas
manifestaciones de inestabilidad de los conceptos y de las interpretaciones generan una
especie de indeterminación jurisprudencial, en la que no es posible predecir ni presentir el
sentido de los fallos, incluso existiendo en los casos hechos similares a otros pretéritamente
resueltos en determinado sentido, pues bien puede adoptarse una decisión contraria a toda
la doctrina y la jurisprudencia existente, sin que medie a ese efecto una argumentación
suficiente, pero que dadas las reglas jurisdiccionales de legitimación de las decisiones, no
puede ser controvertida en cuanto a su contenido científico por parte de los litigantes.
7
Existe ciertamente una evidente dificultad de los operadores judiciales para aplicar normas jurídicas densas
o con contenidos teóricos relativamente complejos dada una disminución o simplificación en su comprensión.
Podría atribuirse esa dificultad a la precariedad de mapas teóricos o a la carencia de referentes teóricos claros
en la hermenéutica; evidencia de ello resulta de la escogencia sistemática de de formulas legales más
tradicionales y menos complejas para solucionar los casos. El grado de incomprensión de formulas legales en
sedes judiciales, entiendo, varía dependiendo de tres factores por lo menos: en primer lugar en razón al lugar
que ocupa el juez en la escala jerárquica en la administración de justicia, en segundo lugar de acuerdo con la
relación de cercanía o lejanía geográfica de la sede judicial con el nivel central de la administración y tercero
por la mayor o menor ilustración en derecho penal de los jueces singulares y colegiados.
el futuro, circunscrita a un momento histórico trascendental para el pensamiento jurídico
penal colombiano, como lo es el surgimiento y consolidación de la cultura jurídica local en
materia penal8.
La academia local utilizaba hasta hace pocos años un lenguaje formal, uniforme y
circunspecto, seguramente emergente a la doble condición del profesor tradicional de
derecho colombiano, practicante – docente, que relacionaba la práctica judicial con el
discurso pedagógico de manera frecuente. Recientemente y tal vez como consecuencia de
las demandas internacionales de estandarización de la educación que exige entre otras cosas
la exclusividad del ejercicio académico del docente, ha surgido una especie de
simplificación de la dicción jurídico literaria encaminada a la exposición clara y efectiva
de ideas novedosas, capaz de comunicar argumentos en distintos contextos. La promoción
estatal de la investigación, la globalización, la facilidad contemporánea de conversación
académica trasnacional y los avances de nuevas tecnologías en la comunicación, han
propiciado un clima intelectual menos formalista y ha incentivado de alguna manera una
renovación metodológica y discursiva al interior de las ciencias sociales en Colombia.
En este contexto el profesor Diego López publicó en 2004 su obra Teoría Impura del
Derecho; el texto implementa una metodología novedosa en el contexto local al aplicar
reglas y estándares de medición de la comprensión de las instituciones jurídicas propias del
derecho comparado, a un objeto de estudio poco explorado en la literatura nacional: la
teoría jurídica entendida como un modelo cultural. Según López existen sitios de
producción y sitios de recepción de teoría jurídica, resultando que en la distancia cultural,
8
Si bien es cierto la verdadera utilidad de este análisis requeriría una revisión completa de toda la historia del
derecho penal que permitiera “denunciar” los momentos críticos de la recepción de teoría jurídica foránea, en
los que eventualmente se hubieran llegado a distorsionar, enriquecer o simplificar los referentes
internacionales utilizados en la formación de la cultura jurídica local; ello resultaría de tan extensas
proporciones que desbordaría el objeto propuesto en el trabajo y demandaría seguramente muchos años de
investigación. Si se logra establecer, por lo menos en el primer momento de la evolución histórica del derecho
penal tal circunstancia, se habrá elaborado una primera lectura de producción - recepción, útil en la
reconstrucción de nuestra historia jurídica local y con ello, en la redefinición del objeto de estudio de la
historiografía tradicional.
temporal y espacial que existe entre la producción y la recepción, se presentan distintos
fenómenos que influyen en la conciencia jurídica local y que propician la emergencia de
una cultura jurídica propia, trasformada y distinta a la producida originariamente.
Según Diego López, existen ciertos tipos de “literatura, ideas y argumentos iusteóricos que
cruzan las fronteras nacionales muchos más fácilmente que los libros y análisis de doctrina
o comentario legal positivo”9 a los que llama TTD (Teoría Trasnacional de Derecho). En
concordancia con el concepto del profesor López, las TTDs pueden ser divididas en los
sistemas locales de derecho especializados de acuerdo con la rama a la que pertenezcan;
así, pueden identificarse teorías transnacionales de derecho civil, penal, de derecho público
y TTD propiamente dichas, en cuanto se ocupan exclusivamente de la teoría del Derecho10.
9
LÓPEZ MEDINA, Diego Eduardo. La Teoría Impura del Derecho. Bogotá: Legis, 2004, p 15-16.
10
Tratándose de sistemas locales no especializados, puede sostenerse igualmente que la teoría jurídica varía
según el tópico del que se ocupe, así la teoría del contrato será distinta de la teoría del delito intrínsecamente
considerada, aunque en el sistema legal no exista una marcada especialidad.
11
Así por ejemplo la teoría transnacional del derecho privado, de derecho administrativo y de derecho
constitucional, presentan dinámicas distintas de interpretación entre sí dada la literatura propia de cada una y
la finalidad misma de las instituciones de cada rama; nótese que cada una proviene geográfica y culturalmente
de diversos entornos, en el caso del derecho privado sus referentes son hoy en día son más anglosajones que
continentales, en materia de derecho administrativo los principales productores son los franceses; en materia
constitucional se desarrollan interesantes armonizaciones entre lo anglo y lo continental, mientras que en
materia penal, las principales fuentes originarias de hoy se ubican en Alemania. Consecuentemente las
consideraciones angulares desde la iusfilosofía de cada cual son distantes temporal, espacial y
estructuralmente.
La Teoría Transnacional de Derecho Penal en lo sucesivo Tdp, se distingue por su alto
contenido ideológico. La orientación y composición del derecho penal positivo presupone
una específica comprensión de las finalidades del estado y de los argumentos legitimadores
del ejercicio de la violencia pública asociada a la pena; seguramente por ser el derecho
penal la expresión más cotidiana y trascendental de control social dentro del derecho
público, la influencia de la ideología es percibida de manera evidente y los argumentos que
imbrican desbordan las consideraciones exclusivamente iusteóricas.
Cada forma particular de comprender la prohibición penal y la pena (modelos teóricos), así
como las metodologías asociadas a esas tendencias científicas, se circunscriben a contextos
históricos y políticos determinados así como a corrientes iusfilosóficas que imbrican
importantes elementos ideológicos. Las distintas escuelas italianas de derecho penal así
como la dogmática alemana, han producido o propiciado la producción a su alrededor de
una serie identificable de ideas, literatura y argumentos iusteóricos propios que permiten,
de acuerdo con la definición adoptada, asimilarlas a Teorías Transnacionales del Derecho
Penal, Tdps.
Cada tendencia se impulsa con literatura común que difunde ideas y argumentos científica
y metodológicamente homogéneos, la generalización de tales opiniones y la imposición de
una moda científica se logra a partir de la aceptación académica de los postulados de cada
modelo al interior de la ciencia y de la legislación. No obstante, la adopción legislativa de
una determinada tendencia es tan sólo una de varias evidencias disponibles de la aceptación
de la Tdp en contextos históricos y culturales determinados. La codificación penal revela la
consecución de una finalidad instrumental o mediata de la Tdp, más no el logro completo
de su teleología; la obtención de logros deseables debe ponderarse en la mayor o menor
efectividad del modelo en la contención del delito, así como en la obtención de resultados
ideológicamente plausibles en su tratamiento judicial.
La codificación resulta entonces tan sólo una evidencia parcial de la influencia de una
determinada Tdp en la conciencia jurídica, otro tanto y más debe medirse en la literatura
jurídica, en la enseñanza del derecho y en la práctica jurídica. Respecto a la relevancia de
la codificación y su relación con la cultura jurídica vale la pena referir la obra de 1941 del
autor Jorge Guacaneme González, quien en su tesis de grado titulada Estudios Críticos al
Código Penal Colombiano, sostiene que “la evolución del Derecho se va realizando al
través de sus escuelas y en último caso un Código no viene a ser sino la cristalización
práctica de una determinada concepción jurídica en un momento dado”12. Resultan
sorprendentes las reflexiones de Guacaneme, que ya en la primera mitad del siglo XX
plantea, aunque incipientes, ideas de profunda trascendencia critica de la codificación
considerada como rasero de la cultura jurídica.
12
GUACANEME GONZÁLEZ, Jorge. Estudios Críticos al Código Penal Colombiano. Bogotá: Talleres
Gráficos Luz, 1941.
Sostiene Guacaneme que la teoría del derecho penal obra como ciencia, mientras que la
legislación lo hace como práctica, sin que ello signifique que se trata de cosas distintas sino
que resulta ser un mismo derecho penal complejo e interrelacionado. Subsiguientemente
plantea la inexistencia de instituciones jurídicas locales puras e intuye la recepción como
proceso trascendental en la formación de la cultura jurídica local, al respecto sostiene:
“creemos que dentro de la actual civilización, llamada moderna y a la cual los colombianos
no hemos escapado, no se puede hablar de instituciones jurídicas autóctonas (excepto casos
esporádicos) sino de instituciones jurídicas científicamente autóctonas, es decir:
instituciones donde se han practicado los principios generales de la ciencia jurídica,
adaptados a determinada Nación o País”13. Desafortunada resulta la denominación
“jurídicamente autóctonas,” pues no comunica una diferencia clara entre lo autóctono y lo
foráneo, la explicación que a renglón seguido hace sobre su significado deja en claro la idea
de adaptación de conceptos universalmente aceptados en contextos temporales y espaciales
determinados, lo que resulta especialmente relevante y novedoso para su época. Las
intuiciones de Guacaneme van más allá, con ocasión a la relación derecho penal y códigos
penales sostiene que “cuando determinados postulados del derecho están en vía de
revaluación o trasformación, los pueblos comienzan a sentir y a manifestar la necesidad de
reformar sus códigos”14. La valía de estas ideas debe ponderarse teniendo en cuenta que, en
primer lugar el fetichismo legal dominante en el tardío siglo XIX y temprano siglo XX,
entendía la codificación como la unidireccional vía de transformación de la cultura jurídica
local; en segundo lugar la literatura jurídica era relativamente escasa y por último, la
trasformación y receptividad de modelos teóricos en contextos locales no había sido hasta
entonces objeto de estudio alguno.
13
Ibid., p. 22.
14
Ibid., p. 18.
jurídica, que se presentan en la época del proceso de positivización de la institucionalidad
jurídica penal, en materia local, bajo el entendido que la dinámica real del proceso
producción – recepción se gesta genealógica y generalmente, primero en la cultura jurídica
que en la ley.
15
Resultaría imposible, por lo menos por el momento, hacer una lectura de todas y cada una de las obras
originarias producidas en vigencia modal de cada una de las Tdps, así, se han escogido las más significativas,
teniendo en cuenta básicamente dos factores: la prominencia histórica y académica del autor, y la mayor o
menor importancia teórica reconocida por la academia a la obra.
16
Se ha venido utilizado indistintamente los términos cronologistas e historiadores en repetidas
oportunidades, pues se considera que no todas las referencias cronológicas hechas por la literatura jurídica
local pueden ser entendidas como historia del derecho; la simple enunciación de eventos sin contextos
genealógicos profundos mal puede llamarse una labor historiográfica. De igual manera reducir la producción
en la materia al mero cronologismo, en algunos casos, sería injusto y pretensioso, así, se agruparán con fines
mediáticos ambas categorías sin que, sea aclarar, se entienda lo mismo por las dos.
La subdivisión de la Primera Recepción en dos fases, se justifica en tanto los debates
relacionados con el derecho penal en cada una de ellas giran alrededor de tópicos
absolutamente distintos; en el fundacionismo por ejemplo, se presenta un debate
primigenio entre dos prioridades posibles del nuevo estado: de un lado la seguridad pública
anhelada en la postguerra de independencia y la estabilidad de las instituciones políticas de
la incipiente república, y de otro, el reconocimiento y goce de los derechos y las libertades
políticas utilizadas como referentes ideológicos en la revolución. Pues bien, esa doble
preocupación, en principio imposible de concretar coetáneamente para los primeros
gobernantes, tuvo repercusiones en la concepción originaria del derecho penal como
instrumento de control social y a la vez, catalizador de las pretensiones ideológicas
ilustradas.
El momento que se define como objeto de estudio tiene una especial relevancia pues
corresponde al tiempo de una problemática indefinición política e ideológica del estado,
que influenciará toda la evolución ulterior de la legislación y la teoría jurídica en materia
penal y que cimentará las bases de una concepción particular del modelo ius teórico que se
adoptará de manera permanente, como se verá, la influencia de la religión, los recelos
públicos frente a una eventual secularización definitiva del estado y la adopción de modelos
teóricos diseñados desde la filosofía no confesionalista, generarán en los primeros años del
estado una controversia que explica, en alguna medida, la dinámica de formación definitiva
de nuestra conciencia jurídica y de nuestra forma particular de comprender el derecho penal
desde lo epistemológico y lo pragmático.
2. LA ILUSTRACIÓN PENAL EN SUS FUENTES ORIGINALES
Los principales autores de ese tipo de literatura (Montesquieu, Rousseau, Hobbes, Voltaire,
Diderot, Locke, entre otros) se dedicaron a redefinir los cimientos filosóficos e ideológicos,
sobre los que se había legitimado el ejercicio del poder a partir del año 570 D.C. aprox.
Este discurso disidente influiría de manera necesaria en el derecho penal, pues toda la
justificación sobre el uso de la fuerza estatal en el control del comportamiento humano,
había reposado en la explicación religiosa sobre el origen del poder político y la autoridad.
La escolástica se entendía como único aparato epistemológico legítimo y toda metodología
discrepante era considerada peligrosa y subversiva.
Una TTD es para Diego López un conjunto de literatura, ideas y argumentos iusteóricos
que cruzan fronteras nacionales… la ilustración penal entonces, no sólo cumplía con la
condición sustantiva de ser un conjunto de ideas uniformes, expresadas en una literatura
común que tiene la capacidad de hacerlas circular, sino que además y como se establecerá
más adelante, poseía la capacidad adjetiva de cruzar las fronteras nacionales en el mundo
del tardío siglo XVIII y temprano siglo XIX. En ese orden de ideas la ilustración penal es
una tdp, dadas no sólo las características que permiten asimilarla con la definición de López
Medina, sino además su clara y exclusiva referencia al derecho penal, que permite
clasificarla como teoría transnacional de derecho en materia penal.
El primer texto visible de esa literatura es De los Delitos y de las Penas, un libro publicado
en 1764 de manera anónima, el cual va a inspirar la divulgación de las ideas ilustradas en
otros discursos posteriores, que partirán de sus principales propuestas para desarrollar una
doctrina sobre el derecho penal y la legislación. El giro ideológico propuesto por la
ilustración plantea entonces un reto aparentemente conmensurable para los penalistas, la
creación de un sistema epistemológico y teórico que pueda abarcar en un solo discurso,
todo el conjunto de preceptos necesarios para la implementación de un derecho penal
ilustrado y moderno, que materializara los anhelos ideológicos de la nueva tendencia
filosófica. En ese sentido y tal vez por primera vez, inspirados en Montesquieu, los autores
empiezan a considerar a la legislación como una ciencia y a proponer distintos referentes
teóricos y técnicos para dotarla de un objeto y una metodología propia.
En esta empresa científica entonces, aparecen varios autores que tendrán como común
denominador, la pretensión de edificar y publicitar una metodología propia para el
recientemente redefinido derecho penal y su legislación. Entre ellos se distinguirán varios
pensadores que impulsarán de manera eficiente el decurso natural del desarrollo científico
en la materia, especialmente motivados a establecer una estructura científica exclusiva para
la legislación y el derecho moderno. Las obras de estos autores, evidentemente pretenden la
creación de un sistema de pensamiento propio para la ciencia del derecho y la legislación,
relativamente independiente y autosuficiente, que tenga la virtud de abarcar todos los
tópicos relacionados con el tema y que además pueda de manera efectiva solucionar las
eventuales problemáticas de una ciencia hasta ahora inexistente o por lo menos
inexplorada: la legislación, ahora revestida de mayor complejidad dados los nuevos
referentes políticos postulados por la ilustración.
Tal vez, el más prominente hito en la historia del derecho penal euroamericano es la
publicación anónima en 1764 del tratado De los Delitos y de las Penas del Marqués de
Beccaría17. La importancia de la circulación del texto radicó entonces en la crítica ilustrada
hecha por el autor al sistema de derecho penal medieval, profundamente arraigado en la
Europa del siglo XVIII, y en la revolucionaria propuesta de cambio que formuló al compás
de las ideas liberales clásicas de amplia difusión en la Europa del siglo XVIII. El libro que
fue traducido al castellano en varias oportunidades18 serviría de programa ideológico y
17
Cesare Bonesana, marqués de Beccaria, 1738-1794.
18
La primera de ellas datada en 1774, de Juan Antonio de las Casas, prohibida por la inquisición española y
la segunda de Ramón Salas, también traductor de Jeremy Bentham, de 1836.
teórico para los penalistas liberales y los legisladores de Europa y América, que le
adoptarían como piedra angular de sus desarrollos teóricos y legislativos ulteriores. La
fuerza de las ideas de Beccaria en el contexto de su época, le granjeó el reconocimiento de
la historia del derecho penal, que hoy lo afirma como el fundador del discurso penal liberal
y el precursor del penalismo ilustrado.
La obra de Beccaria De los Delitos y de las Penas, un ensayo sobre crímenes y castigos
constituye tal vez el instrumento literario más útil y representativo en la recepción de las
ideas ilustradas en el derecho penal; si bien es cierto para el momento de la publicación de
la obra, Montesquieu ya había escrito el Espíritu de las Leyes (1748) y Rousseau, El
Contrato Social (1762), es el texto de Beccaria el primero en abordar el tema del derecho
penal no solo como objeto principal sino exclusivo de estudio, desde la óptica de las ideas
ilustradas. La obra de Beccariano sólo influyó el pensamiento de su época, sino que sigue
siendo texto obligado de estudio para estudiantes de derecho y académicos por su vigencia
científica en todos los contextos históricos posteriores a su divulgación.
El punto de partida de la disertación beccariana, afín con esta dinámica de los argumentos
se ilustra en un fragmento de la introducción de su obra que se transcribe a continuación:
“[l]as leyes, que son, o deberían ser, pactos de hombres libres, no han sido más que
instrumentos de las pasiones de unos pocos o nacieron de una fortuita y pasajera necesidad;
no fueron dictadas por un frío examinador de la naturaleza humana que concentrase en un
punto las acciones de una multitud de hombres y las considerase desde este punto de vista:
la máxima felicidad compartida por el mayor número19. Obsérvese que en la selección
transcrita, perteneciente a la introducción del texto original, se asoman y anticipan, en una
especie de prolegómeno teórico o sumario argumentativo de lo que será la obra y sus
referentes filosóficos tres argumentos fundamentales, el contrato social como legitimador
del poder, el derecho natural como fuente de deducción de los derechos individuales y la
felicidad como la finalidad de la legislación.
Ahora bien, el discurso beccariano se armoniza con las demás propuestas ius teóricas de la
época sin mayores dificultades, por lo menos en lo esencial; así las conexiones ideológicas
con los demás ilustrados de otras latitudes, que le son coetáneos en lo intelectual, como
Montesquieu y Rousseau son palmariamente apreciables. No obstante esa sintonía ilustrada
se verá más adelante como existirán diferencias puntuales entre la orientación teórica de
Beccaria y la de autores posteriores como Filangieri, pero bastará por ahora para proseguir
el afirmar que Beccaria encuentra en sus contemporáneos referentes indiscutibles y
complementos necesarios a la hora de estructurar su propuesta ideológica.
19
AGUDELO BETANCOURT, Nodier. De los Delitos y de las Penas. 3 ed. Bogotá: Temis, 2000. p. 7.
jurídico penal para encontrar indicios sobre la veracidad de estas afirmaciones: El Espíritu
de las leyes (Montesquieu, 1748), La Ciencia de la Legislación (Filangieri, 1780) Discurso
sobre las penas, contraído a las leyes criminales de España (Lardizábal 1782) y el Tratado
de la Legislación Civil y Penal (Bentham 1811), entre otros.
Entre otras muchas preocupaciones, compartidas por Beccaria y los demás ilustrados,
habían dos que llaman especialmente la atención por ser la razón que motivó
eficientemente a pluma de los intelectuales de la época hacia la producción de extensas
obras alrededor de la legislación como un todo con vocación de cientificidad: la conciencia
del derecho como instrumento y la desaprobación de la interpretación, como fenómeno
indeseable o fallido.
20
La proscripción de sus obras, el exilio y la persecución a causa de sus ideas, fueron algunas de las
consecuencias que debieron afrontar los librepensadores de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Beccaria, influido por esa especie de obsesión moderna temprana, desarrolló en extenso y
por primera vez, un discurso exclusivo de derecho penal con la prioridad científica evidente
de convertirlo en un elemento seguro, predecible e igualitario. Toda la revisión crítica
beccariana, así como la propuesta liberal contenida en De los Delitos y de las Penas
mantiene una constante afín con las ideas ilustradas, en el sentido de aceptar la necesidad
de establecer límites al poder de castigar del soberano, como un elemento esencial de la
transformación anhelada. Los límites a ese poder hasta entonces incontrovertido y
hegemónico, se encuentran en el campo de lo epistemológico y lo ideológico. La holística
argumentativa beccariana mezcla eficientemente argumentos de distintas naturalezas21 en
cada tema (pena de muerte, poder de castigar, procedimientos y fines) sin perder de vista la
teleología transformadora del discurso.
De estas lecturas prudentes del derecho penal, obsesionadas por la necesidad de seguridad,
el papel del juez no es distinto al de un operario legal que materializa los pactos libres
suscritos por los hombres (leyes en el sentido beccariano), formulados en sentido abstracto
e impersonal, en la resolución de casos particulares. La mayor o menor virtud de esos
ejercicios deductivos depende de la mayor o menor limitación de la esfera subjetiva del
juez y por lo tanto, la ausencia de interpretación es entendida como algo deseable. El
resultado que en el imaginario beccariano se logrará con la disminución absoluta de los
poderes hermenéuticos del juez y la ausencia de interpretación en los procedimientos, así,
en sentido beccariano, es factible llegar a sentencias predecibles, igualitarias e
ideológicamente correctas por corresponder esencialmente a la legislación, en su sentido de
manifestación de la voluntad soberana emanada del contrato social.
En éste sentido se reivindica el papel del silogismo jurídico como única forma plausible de
aplicación ideológicamente correcta del derecho en casos concretos. En el ejercicio
silogístico moderno, las probabilidades de arbitrariedad se reducen al mínimo y la
corrección ideológica de la sentencia se entiende indefectible mediante una especie de
presunción de legalidad y suficiencia ideológica. Así, el juez no es más que un silogista, un
operador racional deductivista que no tiene la discrecionalidad suficiente para contaminar
la pureza ideológica del derecho con sus concepciones, prejuicios o intereses23. El acto de
interpretar no sólo es indeseable sino incluso irrealizable o fallido para un solo hombre; la
ley penal, entendida como un pacto de hombres libres, no debe ser manipulable por un
individuo y la única forma de brindar seguridad en la administración o dosificación del
pacto (abstracto) a situaciones particulares, es decir a casos concretos, es la proscripción de
la interpretación, no sólo por ser ideológicamente indeseable, sino incluso por ser entendida
como un imposible desde la conciencia moderna sobre la peligrosidad del derecho.
2.1.3 Beccaria como Fundador de una Nueva Ciencia. Se ha explicado como la obra
de Beccaria es principialística, utilitarista moderada, crítica, propositiva, ius naturalista y
contractualista. Pues bien, esta fisonomía epistemológica y especulativa sienta los
cimientos de una nueva ciencia del derecho penal, desde la proposición de tres grupos
principales de argumentos, más que revolucionarios, re fundadores del derecho penal
entendido como ciencia: la legitimidad del derecho a castigar, la proscripción de la pena de
muerte y la función de la pena en nuevos contextos ideológicos.
23
Al respecto encontramos coincidencia de esta concepción del papel del juez en el proceso penal con idea
que al respecto se admite en la evolución temprana del principio dispositivo. Sobre el tema: LÓPEZ
MEDINA, Diego Eduardo. El Papel del Juez en el Proceso Penal. Bogotá: Publicaciones Escuela Judicial
Rodrigo Lara Bonilla.
La justicia divina y la justicia natural son por su esencia inmutables y
constantes, porque la relación entre dos mismos objetos es siempre la misma;
pero la justicia humana, o sea la política, no siendo más que una relación entre
la acción y el vario estado de la sociedad, puede variar a proporción que se haga
necesaria o útil a la misma sociedad aquella acción; ni se discierne bien sino
resolviendo las complicadas y mudables relaciones de las combinaciones
civiles. Pero si estos principios, esencialmente distintos, se confundieren, no
hay esperanza de raciocinar correctamente en las materias públicas. A los
teólogos pertenece establecer los confines de lo justo y de lo injusto en la parte
que mira la intrínseca malicia o bondad del pacto; y al publicista determinar las
relaciones de lo justo o injusto político, esto es el daño o provecho de la
sociedad24.
Repárese en que no sólo se hace una distinción preambular entre lo divino, lo natural y lo
humano, sino que además se establece en un tono perentorio la validez de la justicia
humana en el ámbito de lo político.
Puede ser que esta idea resulte un tanto corriente u ordinaria en el discurso jurídico
contemporáneo, no obstante debe tenerse en cuenta que, en el contexto cultural de su época,
el postulado resultaba protuberantemente revolucionario, no sólo desde lo ideológico sino
también desde lo especulativo y ius filosófico. La dinámica epistemológica aristotélica,
hegemónica en la educación legal y en general en el pensamiento jurídico medieval, hacía
que una justificación inductiva contractual como la propuesta por Beccaria para legitimar la
justicia humana y diferenciarla de lo espiritual, resultara notoriamente incendiaria en el
ambiente académico de la época. La trama de relaciones Dios – naturaleza – hombre, era
en el pensamiento pre moderno necesariamente vertical, deductiva y complementaria; por
el contrario la postulación beccariana entiende las tres categorías de ideas como fuerzas
ideológicas escindibles y pluri-objetivas, que no sólo pueden, sino deben diferenciarse a
favor de la corrección de la justicia penal.
Así las cosas, la justificación para castigar ya no encuentra un nicho incontrovertible en las
creencias o las suposiciones metafísicas de las cuales eran deducidas ideas y postulados de
inferior linaje, como el concepto de delito y de pena; sino que encuentran explicación y
legitimidad en el contrato social como presupuesto tácito de la organización política;
puntualmente al respecto sostiene Beccaria, en relación con la revelación y la ley natural y
su relación con el contrato: “fueron depravadas de mil modos en los entendimientos de los
hombres, admitiendo estos malamente religiones falsas y arbitrarias nociones de virtud y de
vicio, así parece necesario examinar separadamente de toda otra consideración lo que nazca
de las puras convenciones humanas, o expresas o supuestas por la necesidad común”25.
24
AGUDELO BETANCOURT, Op. cit., p. 5.
25
AGUDELO BETANCOURT, Op. cit., p. 4.
Subyacen a esas ideas superiores, antes enunciadas, justificaciones contractuales más
concretas o de segundo orden inspiradas en la idea rousseauniana del contrato social, que
identifica la materia prima del acuerdo fundamental, con la sumatoria de las porciones de
libertad individual sacrificadas por cada hombre a favor del goce pleno del restante caudal
de albedrío mantenido aún, en el peculio de cada cual. La justificación del castigo penal y
de la justicia misma de las leyes, se encuentra entonces en la suma de esas porciones y todo
lo que excede los límites de tal sumatoria resulta un injusto o una vía de hecho: “Fue, pues,
la necesidad lo que constriñó a los hombres a ceder parte de la propia libertad; es cierto, por
consiguiente que nadie quiere poner en ella más que la mínima porción posible, la
exclusivamente suficiente para inducir a los demás a que lo defiendan a él. La suma de esas
mínimas porciones posibles constituye el derecho a castigar; todo lo demás es abuso, no
justicia; es hecho, no derecho”26.
Con respecto a la pena de muerte, famosa es la postura beccariana que la inadmite, entre
otras razones por constituir un hito en la historia del derecho penal. Esa posición que
deslegitima la pena capital se construye desde dos géneros identificables de argumentos,
holísticamente utilizados, unos iusnaturalistas y otros contractualistas que se contraen a lo
siguiente: i. el hombre no tiene autoridad para quitar la vida de los demás y ii. El hombre
cede a favor del contrato social una porción de su libertad, no su vida
¿Cuál puede ser el derecho, que se atribuyen los hombres, para matar
cruelmente a sus semejantes? no ciertamente aquel de que resultan la soberanía
y las leyes. Estas no son más que las suma de mínimas porciones de libertad
particular de cada uno; representan la voluntad general, que es el agregado de
las voluntades particulares. ¿Quién ha querido dejar nunca a otros hombres el
arbitrio de matarlo? ¿Cómo puede estar, en el mínimo sacrificio de la libertad
de cada uno, el del mayor de todos los bienes, la vida? Y si esto se admite,
¿cómo se armoniza un tal principio con el que el hombre no es dueño de
matarse? Y debería serlo, si tiene poder para conceder a otros, o a la sociedad
entera, ese derecho.”27.
No obstante tener presente que el autor incluye un supuesto fáctico extraordinario para la
justificación de la pena de muerte, en el caso en que el reo resulte ser una amenaza para la
existencia misma de la sociedad, no por ello debería entenderse que tal postura lo convierte
en un legitimador de la pena capital, como algunas lecturas insuficientes en la historia del
derecho penal lo han intentado, por el contrario debe reconocerse como un abolicionista,
que armoniza su propuesta con la defensa del contrato social, piedra angular de la sociedad
y génesis primigenia de la ley penal28.
26
AGUDELO BETANCOURT, Op. cit., p. 11.
27
AGUDELO BETANCOURT, Op. cit., p. 41.
28
Nos declaramos totalmente de acuerdo con la postura del profesor Nodier Agudelo Betancourt, en relación
con los malentendidos que propician las lecturas superficiales de Beccaria en este punto concreto. Al respecto
En relación con la función de la pena, siguiendo con esa dinámica argumentativa holística,
Beccaria sostiene que ésta recae en la necesidad de disuadir a futuros o potenciales
delincuentes de la trasgresión de las leyes en una clara orientación de prevención general
negativa29; así, la ejemplarización se evidencia como función y límite, pues toda reacción
jurídica que vaya más allá de esa finalidad, resulta superflua, indeseable y arbitraria. Al
respecto sostiene: “Para que una pena sea justa no debe tener más que dos grados de
intensidad que basten para apartar a los hombres de los delitos…todos los males se
agrandan en la imaginación; y el que sufre encuentra compensaciones y consuelos no
creídos por los espectadores, que sustituyen a la sensibilidad del desdichado la suya
propia…”30. En ese orden de ideas, producir impresiones disuasivas parece ser la teleología
de la pena que debe graduarse conforme a la necesidad de desalentar al sujeto, pretensión
que deberá lograrse, según Beccaria, mediante un reiterado ejemplo que asuste
suficientemente al individuo y lo aleje de la trasgresión. Es esta justificación además,
argumento en la postura abolicionista de la pena de muerte, pues en ella la impresión es
fuerte y pasajera, mientras que en la prisión o en la esclavitud perpetua, el mensaje
disuasivo se envía de manera constante y eficaz:
Estas nuevas ideas demoledoras de los cimientos del derecho medieval, establecen una
renovada dinámica científica al interior del discurso jurídico penal que será desarrollada
ulteriormente por pensadores como Carrara, Filangieri, Pagano y Pessina, quienes influirán
teóricamente el mundo occidental hasta el temprano siglo XX. Sin embargo, esta tarea no
se da espontáneamente ni en un solo momento, la nueva génesis ideológica del derecho
penal exige la creación gradual de una ciencia que posea un método propio y que además
véase la nota 16 de sus comentarios a la tercera edición de: De los Delitos y de las Penas, Editorial Temis,
Bogotá, 2000, página 96.
29
Es decir que la pena tiene una finalidad de ejemplarización. En palabras de Feuerbach, la intención es
disuadir el alma del sujeto tentado a delinquir mediante la coacción psicológica que ejerce la conciencia de
que de su acto (delito) se seguirá indefectiblemente una consecuencia desagradable (pena), al respecto véase
La Función de la Pena, Heiko J. Lesh, traducción de Javier Sánchez-Vera Gómez-Trelles, Ediciones
Universidad Externado de Colombia, 2000.
30
AGUDELO BETANCOURT, Op. cit., p. 43-44.
31
AGUDELO BETANCOURT, Op. cit., p. 42.
organice de manera coherente con el pensamiento liberal clásico y la idea del estado
nacional, los desarrollos ulteriores de manera sistemática y segura.
Entre los principios del nuevo derecho penal y su aplicación existía una gran distancia, la
cual fue minimizada por los autores posteriores a Beccaria32. Cada autor posterior se ocupó
de desarrollar los principios beccarianos creando conceptos e instituciones de derecho penal
menos generales. Así, las obras posteriores diseñan definiciones del delito, proponen
fórmulas para resolver las dificultades que plantean las distintas formas de comisión del
mismo, fabrican teorías sobre la función de las penas y su medida, y en general, construyen
un plexo importante de instituciones aplicables en la resolución de casos concretos,
coherentes ideológica y políticamente con los postulados liberales clásicos. El proceso de
formación de esa nueva ciencia, como primer estadio del pensamiento jurídico penal
moderno llevará casi un siglo y finalizará a mediados del siglo XIX con la difusión de la
obra de Francesco Carrara33. Dentro de los autores influidos de manera directa por Beccaria
y que iniciarán ese proceso de formación de la ciencia del derecho penal moderno, el
primero cronológicamente hablando es Gaetano Filangieri, que en 1780 publica su célebre
obra La Ciencia de la legislación, la cual empezaría a desarrollar el cometido que hemos
planteado; era inaplazable para los primeros ilustrados, el desarrollo de la incipiente ciencia
del derecho penal moderno.
Manuel de Lardizábal y Uribe (1739–1820), criollo mexicano de la segunda mitad del siglo
XVIII y primera del siglo XIX, es reconocido junto con su hermano Miguel, como una de
las figuras políticas más influyentes en la España de su época. La importancia de los
hermanos Lardizábal radicó, entre otras razones, en las posiciones que ambos ocuparon en
los gobiernos monárquicos españoles de su época así como en la prominencia económica y
social de su familia en el nuevo mundo. La familia Lardizábal, de origen vasco, había
llegado a las colonias en el año de 1723 dado el nombramiento de uno de sus miembros
32
No obstante la idea fundadora de la nueva ciencia, es producto del intelecto beccariano, no así los
desarrollos ni su sistematización, entre otras razones por la imposibilidad humana en una empresa tan
inconmensurable como la de desarrollar exhaustivamente, una nueva concepción, de tal talante, profundidad y
complejidad. Es por ello que la moderna ciencia del derecho penal tardó casi un siglo en dotarse de una
estructura suficiente, emanada de desarrollos ulteriores a Beccaria, para hacerse autónoma, coherente y
sistemáticamente plausible.
33
Beccaria estableció los principios fundamentales del derecho Penal moderno partiendo de la observación
de la actividad judicial de su época. No obstante, no desarrolló tales principios por varias razones: primero,
por la extensión y complejidad que ello demandaría que el momento histórico de creación de una ciencia
penal nueva, y segundo, porque tales desarrollos debían lograrse a partir de una experiencia histórica. Los
principios de Beccaria pueden ser entendidos como fundadores del derecho penal moderno, en la medida en
que de ellos se desprenderán todas las construcciones teóricas posteriores y que serán aceptados y validados,
incluso por las postreras generaciones de penalistas. Los principios fundadores del derecho penal moderno no
logran crear por si mismos una ciencia. Beccaria no crea un derecho penal pragmático, sino un fundamento
político ideológico del mismo, un cimiento sobre el cual construir una ciencia del Derecho Penal.
como obispo de la Diócesis de Puebla34. El entonces influyente apellido lardizábal es hoy
el nombre de uno de los municipios de Tlaxcala, México, lugar en donde nació el autor en
1739, entonces hacienda San Juan del Molino.
La obra de Manuel de Lardizábal, Discurso Sobre las Penas, Contrahido a las leyes
Criminales de España, para facilitar su Reforma, fue redactada por el autor con ocasión de
un encargo del Rey Carlos III para que en su calidad de alcalde del crimen elaborara un
extracto de las leyes penales de la Recopilación. El libro publicado en 178235 se constituye
en la más notable obra de recepción de las ideas del penalismo ilustrado en España. Debe
advertirse, que el texto muestra una clara simpatía del autor por la monarquía española y,
no obstante introducir las ideas de la ilustración en el derecho penal de su nación, no milita
dentro de los discursos revolucionarios radicales de los criollos americanos, lo cual
seguramente granjeó su invisibilización para la historiografía del derecho nacional.
No deben perderse de vista los pocos años transcurridos entre la publicación de De los
Delitos y de las Penas de Cesare de Beccaria(1764) y la aparición de Discurso Sobre las
Penas de Lardizábal (1782); en ese entorno pareciera que la obra del mexicano fue el texto
de recepción de las ideas ilustradas en el contexto histórico español, que desarrolló de
alguna manera el proyecto ideológico beccariano e ilustrado sobre una temática con toda la
vigencia posible en Euroamérica del tardío siglo XVIII, la codificación. El texto de
Lardizábal, más allá de la reflexión abstracta de la ideología del penalismo ilustrado es un
análisis liberal de la legislación medieval, que se consigue gracias a un ambiente de
recepción amigable para la revisación de su vigencia y conveniencia.
34
RAMIREZ MAYA, Carmina. Los orígenes de Miguel de Lardizábal y Uribe: La continuidad frente a la
ruptura (1744-1823). [En línea]. Disponible en <http://www.
euskosare.org/komunitateak/ikertzaileak/ehmg_2_mintegia/txostenak/miguel_lardizabal_ur>
35
Disponible en: <http://www.cervantesvirtual.com>
No obstante esa recepción ideológica y temática de Lardizábal, también se distingue de
otros discursos ilustrados por el compromiso político del autor con la Monarquía. De las
obras revisadas en este trabajo, tal vez es ésta, en la que la diplomacia discursiva del autor
para con el gobierno resulta más que obvia. Ya se ha insinuado que los compromisos
políticos y la cercanía del autor con la corona pudo ser una de las razones por las que su
obra se invisibilizó en la historiografía del derecho penal, seguramente ello, aunado al
hecho de aceptar expresamente la legitimidad del gobierno monárquico de la casa de
Borbón y a una especie de patriotismo imperial tácito, no sólo limitaron la inclusión de sus
postulados en las agendas independentistas americanas, sino que además dificultaron su
reconocimiento franco en la formación de la cultura jurídica republicana ulterior.
Con respecto a la pena de muerte resulta importante revisar la expresa crítica del autor al
razonamiento Beccariano, el cual será apoyado posteriormente por Filangieri. Para
Lardizábal, la pena de muerte es legítima y necesaria, partiendo de una especie de
Contractualismo teológico (posteriormente verificable en Carrara) en el que la idea del
contrato como origen primigenio de la sociedad y del poder, subsiste, aunque con una
participación divina innegable y esencial que se traduce en la instrumentalización del
contrato y de la sociedad por parte de Dios, para la materialización de los contenidos de la
ley natural. En ese orden de ideas, para lardizábal y los partidarios de esta variable del
Contractualismo, el estado y la sociedad existen en la medida en que Dios permite y
promueve la sociedad como instrumento de justicia natural. Así, la pena de muerte es
legítima pues las sagradas escrituras admiten tal consecuencia de los actos prohibidos; a
efecto de acreditar su afirmación, Lardizábal cita varios versículos de la Biblia36,
incluyendo aquel en el que Caín se esconde de Dios por haber matado a su hermano y teme
perder la vida por estar cualquiera legitimado a matarle37. Así las cosas, al ser Dios el
autor de la ley natural y dueño de los derechos conculcados en el contrato, los monarcas
son sus depositarios, que pueden ejercer la muerte como forma de reacción a la
vulneración del derecho natural:
Este además es otro de sus argumentos más reaccionarios que le ubican en una posición pro
monarquista, contraria a la ideología de las revoluciones euroamericanas y seguramente
indeseable para los primeros republicanos.
Lardizábal defiende la pena de muerte por ser útil para prevenir el delito, llenando una de
las funciones que le atribuye a la pena genéricamente considerada, es decir la de
condicionar a futuros delincuentes mediante el temor; no obstante, sugiere el autor moderar
los métodos de ejecución al garrote39, la horca y el arcabuceo, por resultar menos crueles y
más expeditos. De alguna manera a la par de justificar la pena capital, el autor propugna
por una asepsia ejecutiva que la haga ejemplarizante y a la vez “humana”, todo ello un
contexto de publicidad que garantice la prevención general negativa.
36
LARDIZÁBAL URIBE, Manuel de Discurso Sobre las Penas, Contrahido a las leyes Criminales de
España, para facilitar su Reforma. Cuestión XIX, capítulo V, Edición digital basada en la de Joaquín Ibarra
de 1782 [En línea] disponible en:
<http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/00937396322927132313813/index.htm>
37
“He aquí me echas hoy de la tierra, y de tu presencia me esconderé, y seré errante y extranjero en la tierra; y
sucederá que cualquiera que me hallare, me matará. Y le respondió Jehová: Ciertamente cualquiera que
matare a Caín, siete veces será castigado. Entonces Jehová puso señal en Caín, para que no lo matase
cualquiera que le hallara”. Génesis 4,14 y 4,15; Sagrada Biblia, 1983, texto de la edición original de 1884,
traducida de la Vulgata Latina al español por don Félix Torres Amat. 1983.
38
“LARDIZÁBAL URIBE, Op. cit., Cuestión VIII, Capítulo I.
39
El garrote, que se popularizará posteriormente en las codificaciones penales, consiste en una especie de silla
con un espaldar fijo sobre el cual se sujeta un collar metálico que mediante presión cusa la muerte del
ejecutado. Han existido a lo largo de la historia varios tipos de garrote, los más sofisticados incluían un
tornillo metálico que rompía las vértebras a la vez que el collar presionaba el cuello de la víctima.
La relación de Lardizábal con los antecedentes ilustrados no es del todo pacífica, mientras
que a Montesquieu lo llama frecuentemente presidente (quien preside) a Rousseau lo ataca
vehementemente por su discurso laico del contrato y su crítica contra la religión católica.
En relación con Beccaria y como lo anunciamos pretéritamente, si bien acepta la mayoría
de los postulados del Milanés y concuerda con sus posiciones en muchos temas, incluyendo
el de la tortura, no así en su disímil especulación sobre la pena de muerte y su consecuente
abolición.
Con ocasión del discernimiento entre tentativa y consumación, Lardizábal diferencia los
actos internos de los actos externos y dentro de ellos los meros connatos de las
consumaciones; igualmente postula la necesidad de castigar menos severamente los
desistimientos de aquellas tentativas frustradas por otra fuerza distinta a la voluntad del
autor. Las anteriores materias de estudio le convienen al discurso para desarrollar el
principio de acto, de acuerdo con el cual, no deben resultar punibles los pensamientos o
intenciones no exteriorizadas: “He dicho que los actos puramente internos no deben
castigarse, aunque se sepan. Pero si a estos actos se juntaren algunas acciones exteriores o
palabras dirigidas a poner en ejecución los pensamientos o deseos, entonces, según sea
mayor o menor el progreso que se hiciere en la ejecución, y el daño que resultare, así se
deberá agravar más o menos la pena.”40. Debe hacerse énfasis en que todo el análisis gira
alrededor de la proporcionalidad como rasero de validez e instrumento de recepción
ideológica liberal en la legislación.
En relación con la clasificación de las penas Lardizábal desarrolla con mayor extensión el
principio de razonabilidad, sosteniendo contantemente una relación necesaria y deseable
entre la clase de sanción escogida por el legislador con el delito y la función de la pena.
Así, la infamia, la multa, la prisión y en general todas las clases de pena deben ser
ponderadas desde su utilidad antes de incorporarse a la legislación. Esta complementación
40
LARDIZÁBAL URIBE, Op. cit.
41
LARDIZÁBAL URIBE, Op. cit.
del discurso teórico en relación con la pena, que viene a constituir como se ha dicho,
criterio de corrección teórica, no sólo limita el poder del estado en cuanto a la calidad de las
consecuencias jurídicas, sino que además le brinda al derecho penal, por primera vez, una
reflexión densa sobre su teleología misma en contextos ideológicos novedosos para su
época, con los que deben armonizarse las legislaciones criminales.
El napolitano Gaetano Filangieri (1752 – 1788), fue tal vez uno de los autores ilustrados de
más difusión en el mundo euroamericano de finales del siglo XVIII y principios del siglo
XIX. Su obra Scienzia della Legislazione, fue publicada en por lo menos sesenta y ocho
oportunidades, veintiocho de ellas en idiomas distintos al italiano y cuatro específicamente
en castellano42, aspecto que resulta un claro indicio de amplia difusión, dados los contextos
infraestructurales asociados a la impresión y distribución de tratados extensos de la época.
La obra de Filangieri es traducida al castellano por primera vez en 1787 por Jaime Rubio
abogado de los reales consejos españoles, y publicada por lo menos en cuatro
oportunidades (1787, 1813, 1821 y 1836), con probada difusión física en la América
colonial y republicana43.
42
MORELLI, Federica. Filangieri y la otra América: Historia de una Recepción. Revista Facultad de Derecho
y Ciencias Políticas. Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana. Vol. 37. No 107
43
MORELLI, Op. cit.
44
Las obras de Filangieri y de Bentham abarcan cada una varios volúmenes; en el caso de Filangieri, La
Ciencia de la Legislación tiene diez tomos, mientras que el Tratado de la Legislación Civil y Penal de
Bentham ocupa seis; por su parte De los delitos y de las Penas, de Cesare de Beccaria, llega apenas a las 110
páginas, todas contenidas en un solo volumen.
republicana45. Este re descubrimiento, en palabras de Morelli46, o el abandono de la
invisibilización historiográfica de Filangieri, en palabras de Escobar Villegas y Maya
Salazar47, se da en la necesidad de construir una genealogía enriquecida de nuestros
orígenes culturales en materia jurídica, cuya necesidad se advirtió y dimensionó en el
capítulo introductorio.
45
Entre otros: Federica Morelli, Juan Camilo Escobar Villegas y Adolfo león Maya Salazar
46
MORELLI, Op. cit.
47
ESCOBAR V., Juan Camilo y MAYA S., Adolfo León. Los procesos de codificación penal en Nueva
Granada: una ruta para la mundialización de las ideas ilustradas. [En línea] Nuevo Mundo Mundos Nuevos,
Número 7 - 2007, disponible en : <http://nuevomundo.revues.org/document3960.html>
48
MORELLI, Op. cit.
dedicado a Las Reglas Generales de la Ciencia Legislativa el segundo a Las Leyes
Políticas y Económicas, el tercero a Las Leyes Criminales, el cuarto a Las Leyes Relativas
a la Educación y el quinto sobre Las Leyes Relativas a la Religión. El plan original de la
obra preveía siete tomos, que resultaron inconclusos por la prematura muerte de Filangieri
en 1788 como consecuencia de la tuberculosis. En la traducción de 1822, la cual se ha
utilizado para éste estudio, a cargo de Don Juan Ribera y de cuño de la Imprenta de Núñez
de Madrid, los cinco libros se presentan en diez tomos con prolijas notas y extensos
prólogos del traductor Ribera, que persiguen, según su editor haber presentado a los
españoles (que no entienden el texto original) una traducción exacta, elegante y correcta,
que se pueda leer con aprovechamiento y sin disgusto.49
Es factible afirmar que Filangieri postula una especie de método cultural (original de
Montesquieu) de la ciencia de la legislación, consistente en la revisión histórica y de las
condiciones locales en la confección de la legislación de cada pueblo; las condiciones
locales se deben establecer pluriobjetivamente desde la economía, la geografía, el clima, el
temperamento, la organización política y la religión de cada nación. Ahora bien, como
49
Ciencia de la Legislación, escrita en italiano por el caballero CAYETANO FILANGIERI, y traducida al
castellano por DON JAIME RUBIO, abogado de los reales consejos. Tercera Edición, corregida y añadida
con discursos analíticos en cada libro, Tomo I, pág. 14 de la advertencia del editor, Imprenta de Núñez,
Madrid 1822. Disponible en: http://156.35.33.113/derechoConstitucional/listado_cronologico.html
50
E incluso del contrato social como génesis histórico y epistemológico de toda legislación.
51
RUBIO, Jaime. Ciencia de la Legislación. Traducción al castellano de la obra original de FILANGIERI,
Cayetano. 3 Ed. corregida y añadida con discursos analíticos en cada libro Madrid: Imprenta de Núnez, 1822.
Tomo I, p. 8
ciencia que es, la legislación tiene una vocación innata de universalidad ponderable en unas
reglas mínimas comunes; el deseo de exportar axiomáticamente su teoría resulta, en la obra
de Filangieri, una constante y una pretensión académica evidente.
Con una evidente homogeneidad ideológica con los demás ilustrados, Filangieri coincide en
tres puntos fundamentales, en primer lugar en la deducción de los derechos humanos desde
el derecho natural53, en segundo lugar en la idea del contrato social como origen primigenio
de la legislación y del poder de castigar, y por último en la principialística liberal clásica,
como criterio de validez de postulados particulares en la formulación de su teoría.
Filangieri utiliza la historia del derecho como materia prima de argumentación a favor de
sus postulados; es constante la reflexión ius histórica referida a griegos y romanos, en los
que encuentra suficientes testimonios y razonamientos útiles, ésta es una característica
constante en la ciencia social ilustrada, especialmente en Montesquieu. La historia del
derecho no es en Filangieri, un conjunto de antecedentes, sino una verdadera veta de
manifestaciones y explicaciones rescatables a favor de la ideología liberal y contradictorias
al régimen medieval.
52
Morelli, Escobar Villegas y Maya Salazar.
53
LÓPEZ MEDINA, Diego Eduardo. Análisis de las Relaciones entre Ley, Derechos Fundamentales y
Derechos Humanos en el Sistema Penal Colombiano. Módulo para fiscales. Inédito.
históricamente54, podemos encontrar como coincidencia teórica y necesariamente
inconsciente, el establecimiento de dos extremos corresponsales de la legislación: los
derechos y los delitos; de alguna manera el delito es la cara oscura o el reverso de los
derechos, cada delito debe proteger un derecho y cada derecho a su vez debe justificar un
delito:
Si los pactos sociales no son sino obligaciones que todo ciudadano contrae con
la sociedad en compensación de los derechos que adquiere, a la violación de un
pacto debe seguirse la pérdida de un derecho…Si un ciudadano puede violar
con un solo delito todos los pactos sociales, puede del mismo modo, por un solo
delito, ser privado de todos los derechos sociales…si todos estos derechos no
son igualmente preciosos, como ni todos los delitos son igualmente funestos a
la sociedad, es justo que el que se abstiene del delito más grave, y comete otro
que lo sea menos, conserve el derecho más precioso, y pierda el que no lo sea
tanto.55
esta afirmación lejos de ser puramente especulativa se fundamenta en que en las obras de la
época, puntualmente en la de Filangieri y Bentham, es clara una pretensión de sistematizar
la legislación civil y la penal mediante el establecimiento de una relación entre los delitos
y los derechos, de alguna manera la justificación del delito estriba en la protección del
derecho, no obstante como era de esperarse, esa dinámica de sistematización fracasaría al
tiempo de sofisticarse el catálogo de delitos con la incorporación del concepto de bien
jurídico y la voluntad de proteger intereses colectivos; así mismo, la pena es la pérdida del
derecho del delincuente, que a su vez usurpo el derecho de la víctima y el estado mediante
la ley penal, tiene el cometido de restaurar el equilibrio de la balanza. Esta dinámica
bipolar del derecho, será posteriormente en Bentham también una constante en la relación
derecho – delito y placer - pena.
Con relación a Beccaria existe una primera y medular coincidencia teórica, el concepto de
ley de Filangieri tiene un núcleo idéntico al de Beccaria. Para Filangieri “Las leyes son
fórmulas en las que se expresan los pactos sociales”56 mientras que para Beccaria las leyes
son “pactos de hombres libres”57. Como resultaría predecible, esta concordancia exacta en
cuanto al concepto de ley, entendida como pacto derivado, subsiste en materia de ius
54
Benthamian Chronology, Extraída de Vázquez García, Francisco, & José Luis Tasset Carmona, eds. Jeremy
Bentham: De los delitos contra uno mismo. Madrid: Biblioteca Nueva, 2002. disponible en
http://hum40.cdf.udc.es/sieu/e-nous/4effe5985513f0304/index.php
55
RUBIO, Jaime. Ciencia de la Legislación. Traducción a al castellano de la obra original de FILANGIERI,
Cayetano. 3 Edición, corregida y añadida con discursos analíticos en cada libro, Madrid: Imprenta de Núnez,
1822. Tomo VI, p. 2 – 3
56
RUBIO, Op. cit. p. 2.
57
BECCARIA, Op. cit. p. 7.
punendi y en relación con la explicación misma del estado y del poder. Ambos autores,
afines al Contractualismo, justifican el derecho a castigar en el contrato social (pacto
originario) y entienden las leyes como manifestaciones particulares que se explican en él
(pactos derivados); ambas concepciones no sólo les brindan herramientas sistemáticas
útiles, sino que además ideológica. Ahora bien, no obstante tienen una idea común (la
contractualista), no así concurren unívocamente respecto del contenido del pacto. Para
Filangieri, el hombre tiene por naturaleza el derecho a castigar a sus semejantes, cuando
estos violaban las leyes naturales, así, la justificación del contrato no radica en la libertad
cedida por los asociados, sino en la libertad natural de castigar a los infractores del derecho
inmutable cedida a la sociedad por medio del contrato social:
El gran punto de disidencia entre Filangieri y Beccaria radica en que, a diferencia de aquel,
éste justifica la pena de muerte. Debe ponerse de presente que el discurso de Filangieri lejos
de plantearse en abstracto se circunscribe manifiesta y conscientemente a un debate con
Beccaria a quien cita textualmente para rebatirlo. Para Filangieri, el razonamiento
beccariano respecto de la imposibilidad de quitar la vida de un hombre por no haber éste
comprometido más allá de su libertad en la suscripción del contrato y además por no tener
la capacidad natural a ese efecto, resulta un yerro lógico; al respecto sostiene que:
58
RUBIO, Op. cit., Tomo VI, Capítulo XXV p. 13.
y otra cualquiera, no depende de la cesión de los derechos que cada uno tenía
sobre sí mismo, sino de la que tenía sobre los demás”59
Filangieri utiliza, al igual que Beccaria, los argumentos contractualistas para dos fines, en
primer lugar para sustentar el derecho a castigar por parte del estado y en segundo lugar
para legitimar su postura frente a la pena de muerte; en el caso del napolitano los
argumentos sirven para estimular la aprobación de la pena capital, mientras que para el
milanés, resultan útiles para su reprobación. Las distintas consecuencias de estas simétricas
argumentaciones resultan de la variable ius naturalista negativa de Filangieri en relación
con la tradicional concepción positiva del contrato sostenida por Beccaria; para uno la
libertad conculcada en el contrato es la de hacer justicia contra la violación de la ley
natural, incluso con la muerte del infractor, mientras que para el segundo la cesión hecha
por los contratantes es de libertad natural y las consecuencias civiles de las infracciones no
pueden sobrepasar ese límite contractual.
59
RUBIO, Op. cit., Tomo VI, Capítulo XXIX p. 34.
60
RUBIO, Op. cit., Tomo IV, Capítulo I, p. 5.
61
RUBIO, Op. cit., Tomo IV, Capítulo V p. 87-88.
La mezcla monstruosa de los principios de la jurisprudencia Romana con los de
la legislación de los bárbaros, del sistema feudal y de las leyes canónicas, que
en parte están abolidos y en parte se conservan; algunas máximas contrarias a la
libertad del hombre , destructivas de los derechos más preciosos del ciudadano,
nacidas en algunas circunstancias , en que acaso una necesidad imperiosa ó la
ignorancia de los tiempos podía, si no legitimarlas, a lo menos excusarlas
adoptadas después como otros tantos cánones de judicatura en nuestros
tribunales, donde se transmiten con una estúpida veneración los antiguos
errores y rancias preocupaciones, se conservan como una herencia
62
fideicomisaria en la misma familia por muchas generaciones. .
Ahora bien, sin profundizar en estas tres ideas planteadas, nótese como el discurso
contenido en la Ciencia de la Legislación corresponde con toda claridad y vigorosidad a la
tendencia ilustrada que desea la abolición filosófica, científica y jurídica del Ancient
Régime. Deténgase el lector en la idea sobre la posición tardía que ocupa históricamente el
autor con respecto a la ilustración y sobre la temprana que desempeña en el desarrollo del
derecho penal moderno, aspecto que se tratará enseguida.
62
RUBIO, Op. cit., Tomo IV, Capítulo I p. 3-4.
Esta labor de los Clásicos resultó tan importante para la evolución del derecho penal
moderno como el discurso Beccariano. Los discursos teorizantes del derecho penal, no sólo
fueron complementos de los discursos ideológicos ilustrados, sino que además la vía eficaz
para su realización política. Filangieri ha sido reconocido por la historia del derecho penal
dentro de los primeros autores de teoría del delito y de la pena63 y sus aportes a la
teorización resultan más que sobresalientes; éste autor ocupa ambos lugares, por una parte
es un ideólogo de la ilustración tardía y por otro, uno de los primeros y más destacados
autores de discurso teórico penal.
El concepto de delito se presenta en Filangieri por primera vez, con una textura más
compleja que en sus predecesores, lo que resultará útil en materia teórica. Para Filangieri,
delito es la violación de la ley, acompañada de la voluntad de violarla 67 lo cual supone
65
El indictment puede ser entendido como una especie de filtro a las acusaciones ejercido por la sociedad;
consiste en someter al escrutinio del jurado de conciencia la procedencia de la acusación en contra de un
conciudadano. El indictment atiende a un apotegma según el cual, nadie puede ser juzgado sino por sus
pares, lo cual representa garantía contra eventuales abusos por parte del aparato judicial.
66
Una especie de recusación de jurados que puede ser ejercida por los procesados cuando tienen dudas sobre
su imparcialidad. Existen varias clases y niveles de estas recusaciones, todas ellas sin necesidad de ser
motivadas.
67
RUBIO, Op. cit., Tomo VI, Capítulo XXXVII p. 195-196.
entre otras particularidades, como se encarga de explicarlo el autor68: i. la capacidad y
libertad de elegir como presupuesto del delito: “…será involuntaria la acción que procede
de la violencia o de la ignorancia. La violencia es el impulso de una fuerza externa, que nos
arrastra y nos dirige á su fin sin el consentimiento de la voluntad. La ignorancia con
respecto a la acción es el estado del hombre que no conoce su fin, y las circunstancias no
serán pues, delincuentes aunque violen la ley…”69 ii. El distinto tratamiento que debe darse
a delitos dolosos y culposos, por la mayor o menos voluntariedad y iii. La impunidad de
conductas totalmente involuntarias e impredecibles. Esta composición del concepto de
delito es útil, dado que se encarga de teorizar sobre un concepto hasta entonces
simplemente enunciado y cuyas modalidades, variables y extensiones habían sido
inexploradas. Dotar al concepto de la nota adicional referida a la voluntad y sus
explicaciones acompañantes antes referidas, constituye un postulado verdaderamente
coherente desde el punto de vista ideológico y fácilmente aplicable a casos concretos.
Adicionalmente, al sostener que la voluntad es parte nuclear del delito, se hace una
inclusión de elementos subjetivos que garantizan la proscripción de la responsabilidad
puramente objetiva y que presupone la capacidad de elegir o de querer, lo cual permite
inferir la existencia de estados de incapacidad delictual ó inimputabilidad:
Aquellos, pues, que por falta de edad, ó por algún desorden de su mecanismo,
no tienen aún, ó han perdido el uso de la razón, son los que deben considerarse
por las leyes como incapaces de querer, y por consiguiente incapaces de
delinquir. Los niños, los estúpidos, los lunáticos y los frenéticos están
comprendidos en éste número. Debe, pues, la ley fijar el periodo de la infancia
y de la pubertad con respecto al clima, que como se ha dicho en otra parte
acelera, ó retarda el desarrollo de las facultades intelectuales del hombre. Debe
declarar que el niño es incapaz de querer. Debe en el segundo periodo, o en la
edad posterior a la infancia, dejar al arbitrio de los jueces el hecho de decidir si
el impúber acusado tiene o no uso de la razón. Finalmente, debe también
sujetar al mismo juicio la decisión sobre la existencia del frenesí, o de la
estupidez, en aquellos que por la privación ó por la pérdida de la razón pueden
justificarse de la violación de las leyes70.
68
RUBIO, Op. cit., Tomo VI, Capítulo XXXVII.
69
RUBIO, Op. cit., Tomo VI, Capítulo XXXVII, p. 195.
70
RUBIO, Op. cit., Tomo VI, Capítulo XXXVII, p. 197.
perpetrado”71. La definición de Filangieri además de desarrollar el principio liberal de acto,
traza los límites entre actos ideativos y actos ejecutivos, estableciendo una frontera más
refinada y concreta a la facultad del estado para castigar. La teorización penal en estos
niveles especulativos, aparentemente lejanos de lo ideológico, concretan pretensiones
liberales en instituciones más operativas y complejas. Este desarrollo incipiente pero a la
vez ideológicamente correcto de conceptos a los que se les dota de una mayor densidad y a
la vez operatividad, permite el desarrollo ulterior sostenible de la ciencia y plantea debates,
no tan ideológicos y más teóricos, sobre la composición deseable de las instituciones
jurídico penales.
Como último elemento elegido en este muestreo del discurso de Filangieri, se refieren sus
desarrollos en materia de lo que podría denominarse causales eximentes de responsabilidad
o causales de impunidad. Establece el autor tres cánones útiles en la ponderación de
ciertas acciones, que entiende de problemática interpretación por parte del derecho, puesto
que en ellas se verifica una combinación intrincada de voluntad con ignorancia, ó de
conocimiento con fuerza; al respecto sostiene: “1. Entre dos ó más males iguales jamás es
punible la elección 2. Entre dos o más males desiguales no es punible la elección del menor
sino del mayor, a no ser que medie algún interés personal 3. Entre dos ó más males
desiguales, el menor de los cuales perjudica los intereses del que está obligado a la
elección, la preferencia dada al mayor mal no puede ser punible sino en solo el caso en que
el mal personal que se evita es muy leve y muy fácil de sufrirlo, y el que eligiese es muy
grave y muy perjudicial á todo el cuerpo de la sociedad, ó a otro hombre.”72 Nótese que
estos presupuestos son los que justifican la acción contraria a derecho en legítima defensa o
en estado de necesidad, siempre utilizando la misma regla de proporcionalidad,
inicialmente establecida aquí por Filangieri. Las acciones problemáticas sobre las que
construye sus cánones, son claros ejemplos de supuestos fácticos que se podrían encuadrar
sin dificultad dentro de lo que posteriormente sería denominado causales eximentes de
responsabilidad. Los ejemplos utilizados por Filangieri incluyen entre otros, el del
navegante que debe echar al mar su carga para no naufragar y el de quien debe matar para
no ser asesinado.
Ahora bien, surgió con posterioridad a Filangieri, un discurso menos teórico y más
filosófico, que pretendió desarrollar la legislación como ciencia en tres niveles
especulativos que pudieran, además de complementarse, dotar a la ciencia del derecho
penal de un aparato epistemológico propio e independiente, que eventualmente superara las
dificultades teóricas con soluciones ius teóricas y ius filosóficas propias y aplicables a toda
la legislación. El autor de esta propuesta fue el autor Inglés Jeremy Bentham, que en 1802
publicó su Tratado de la legislación Civil y Penal; el texto, a diferencia de sus predecesores,
intenta el establecimiento de un sistema de pensamiento jurídico autosuficiente, más
71
RUBIO, OP. cit., Tomo VI, Capítulo XXXVII, p. 220.
72
RUBIO, Op. cit., Tomo VI, Capítulo XXXVII, p. 206.
poderoso desde el punto de vista científico que la teorización de Filangieri y los demás
ilustrados anteriores.
El Tratado de la Legislación Civil y Penal de Jeremy Bentham fue publicado por primera
vez en 1802 en una versión en francés preparada por Étienne Dumont; esta primera
publicación del tratado más influyente de Bentham en el pensamiento jurídico fue
confeccionada según el propio Dumont a partir de los manuscritos originales del autor.
Dumont como traductor y publicista de Bentham jugó un papel fundamental en la difusión
del pensamiento político y jurídico benthamniano ostensible en varias dimensiones; es
Dumont quien por primera vez produce una obra completa utilizando los manuscritos
originales del tratado de la legislación, labor que permite, tras la unificación y articulación
del texto definitivo sus ulteriores traducciones al Italiano, Ruso, Alemán y Español;
adicionalmente fue él quien se encargó de producir varias obras más del utilitarista Inglés,
entre ellas el conocido traité des preuves juidiciaires ó Tratado de las Pruebas Judiciales.
La edición de 1802 como ya se dijo, brindó la posibilidad expedita de la traducción a otros
idiomas de una obra completa y articulada.
En 1823 Ramón Salas publicó la primera traducción española comentada, lo cual permitió
la primera difusión hispanoparlante de la obra de Bentham. Para 1839 el español Joaquín
Escriche elabora una segunda edición en castellano, compilando los extensos siete tomos
originales en tres volúmenes, esta vez con sus comentarios y glosas. La lectura de Bentham
en la Nueva Granada, no obstante, seguramente se inició con la primera traducción al
español de Salas o con el texto original en francés, dado que la obra de 1802 era ya
conocida y circulada en Bogotá para 182473.
73
McKennan Theodora L. Jeremy Bentham and the Colombian Liberators, The Americas, Vol. 34, No. 4
(Apr., 1978), pp. 460-475, Traducción de Gloria Rincón Cubides, Bentham y los Hombres de la
Independencia, disponible en: w3.pedagogica.edu.co/storage/rce/articulos/rce29_05ensa.
74
Entre muchos otros véase: Blanco Blanco y Cárdenas Poveda, Utilitarismo y Liberalismo en la República
de Colombia, 1821-1830. Prolegómenos, Universidad Nueva Granada, Bogotá D.C. Volumen X – N. 19,
Enero - Junio de 2007 – ISSN 0121-182X.
en la formación de la cultura jurídica local. Los textos de instrucción y los profesores de
derecho penal han escogido a Beccaria como precursor científico de nuestra nacionalidad
jurídica y han, de alguna manera, desechado a Bentham, como figura trascendental de la
historia del Derecho Penal nacional. No obstante esa aparente desatención la influencia de
Bentham en la formación primigenia de nuestra nacionalidad jurídico penal es más que
trascendente; a efecto de sustentar tal afirmación deben revisarse varios aspectos
estructurales e ideológicos del código penal de 183775, en lo que pueden considerarse
evidencias de su influencia científica más allá de las coincidencias de grandes rasgos y de
la interesante relación personal de Bentham, con Bolívar y Santander76.
75
El Código Penal de 1837 no sólo tiene la virtud de ser la primera de las codificaciones penales, sino
además la de haberse convertido en el texto legal más importante del siglo XIX. El código instauró y
mantuvo vigente una misma doctrina jurídica hasta la década de 1930, no en vano se afirma que rigió 100
años.
76
Para conocer más sobre la relación epistolar entre Bentham y los próceres fundadores, consúltese el artículo
citado de McKennan, en el cual se ofrecen pruebas fehacientes de tal relación y puede ponderarse la
influencia de éste en el pensamiento jurídico y político neogranadino de la época
77
La propuesta de Bentham es, en este angular punto, totalmente distinta a la tradición católica cristiana y es
seguramente por ello que las críticas de su obra se concentran en descalificarlo por ateísta y epicurista. La
legislación medieval, el derecho de la iglesia y en general el pensamiento jurídico tradicional, se fundamentó
hasta entonces en la búsqueda de la ortopedia espiritual como fin primordial de la ley y del estado. La
propuesta de secularización de la legislación resulta entonces casi subversiva y despierta todo tipo de
discursos reaccionarios y pseudo fundamentalistas a favor de una legislación confesionalista que promueva
valores ascéticos como virtudes y fines públicos.
Partiendo de tal fundamento angular, la tarea legislativa debe promocionar la felicidad
pública entendida como la sumatoria de la felicidad individual, en otras palabras, entre más
individuos felices logre la legislación, más grande será la felicidad pública y
consecuentemente más plausible será el postulado legal que logra tal resultado. En sentido
contrario, la ley que genera tal cantidad de penas o dolores, que sumados exceden la
felicidad que por ella se logra para uno o varios individuos, deberá ser derogada. La teoría
de Bentham se presenta al público como un gran catálogo de penas y dolores, de
modalidades y variables, de evidencias y metodologías, que aplicadas juntas tienen la
potencialidad de crear una legislación trasversalmente utilitaria y deseable para cualquier
estado y cultura.
Mediante estos dos conceptos fundamentales considerados como extremos necesarios del
hacer legislativo (placer y pena) y sus dos variables (circunstancias de valor y
circunstancias de sensibilidad), Bentham pretende la construcción de una axiología
universal de la legislación que establezca valores que comparar, en operaciones mentales
hipotéticas capaces de guiar al legislador en su tarea, y de las cuales siempre, como criterio
único de validez, el resultado debe ser de mayor felicidad que de pena. Para Bentham, toda
ley es un mal en si misma pues limita la libertad, pero se justifica en cuanto evita penas
mayores a las producidas en su ausencia: “Toda ley es un mal, porque toda ley es una
infracción a la libertad. Así, pues, para dar una ley es preciso asegurarse antes de que lo que
se quiere evitar es realmente un mal, y que este mal es mayor que el mal de la ley”78.
78
ESCRICHE, Joaquín. Tratado de la Legislación Civil y Pena. 2 Ed. Madrid: Librería de la Viuda de Calleja
e Hijos, Capítulo X, Tomo I, p. 26.
79
ESCRICHE, Op. cit. Capítulo I, Tomo I, p. 1
autor la finalidad de la legislación es la felicidad pública entendida como la sumatoria de la
felicidad individual que cada acto produce; así, es tarea primordial de la legislación
promover la felicidad o el placer y minimizar el dolor o las penas: “Como el legislador no
tiene más objeto que procurar placeres y evitar penas, es necesario que conozca bien su
valor “80, así como conocer cuáles son los placeres y las penas, y como puede calcularse la
utilidad de cada ley en la ponderación de esos extremos. La aritmética Bemthamniana
ofrece una formula angular de acuerdo con la cual: los placeres producidos por las acciones
humanas sumados a las penas producidas por la legislación o viceversa, siempre deben
arrojar un resultado positivo de felicidad, es decir, de más placer que de dolor, imbricando
en la operación todas las variables de valor o de sensibilidad.
Con respecto a las distintas divisiones de la legislación, Bentham establece varios criterios
de clasificación para distinguir entre las leyes nacionales de las internacionales, las
adjetivas de las sustantivas, las escritas de las consuetudinarias, las civiles de las militares,
las permanentes de las pasajeras, etc. No obstante, en su mapa universal de la legislación
sostiene, todas las leyes se reducen a civiles y penales, en tanto unas y otras son
continuación y complemento de las otras. La evidencia de que una ley es penal, es que ella
impone una pena mayor a la de restituir la cosa ajena poseída de buena fe, pero ambas
atienden a un mismo criterio de beneficio – perjuicio, que se concreta en derechos,
obligaciones, servicios y delitos.
80
ESCRICHE, Op. cit. Capítulo VIII, Tomo I, p. 18
Esta clasificación es universal, porque fundada sobre principios comunes a
todos los hombres, es aplicable a todas jurisprudencias, y es así que al
componerla no hemos tenido presente una nación más que otra. Por medio de
esta universalidad podría muy bien tener una utilidad independiente del modo
con que pueden recibirla los gobiernos; porque desechada por estos pueden ser
adoptadas por los juristas de todos los países, servirles de glosario general,
darles una medida común para sistemas que han sido hasta hoy
inconmensurables; y sin llegar a ser predominante, puede servir para
comparaciones de leyes hechas sobre un plan uniforme.81
En ese orden de ideas la obra de Bentham es una verdadera TTD conforme a la definición
de López, que se entiende como relativamente compleja, dado que el autor postula ideas
aplicables no sólo a la comprensión filosófica del derecho, sino también a niveles jurídicos
inferiores e incluso puramente técnicos, inusuales en la mayoría de las teorías
transnacionales que se ocupan preferentemente de los niveles superiores de los sistemas que
proponen. El autor se ocupa por igual de explicar los principios angulares y filosóficos de
su sistema de legislación, como de exponer sus ideas respecto de la técnica legislativa más
minuciosa; su pluma, de alguna manera dispersa y generosa en clasificaciones, no descuida
consejos o detalles, pero tampoco pierde de vista el fundamento filosófico de su propuesta.
Muy seguramente para la primera mitad del siglo XIX las ideas de Bentham resultaban
más pragmáticas y operativas en materia penal, que las de sus predecesores Beccaria y
Montesquieu, dada la naturaleza eminentemente ideológica y filosófica de las obras de
estos. Bentham, como ya se ha dicho, establecía una metodología transversal desde lo
iusteórico hasta lo técnico, lo cual posiblemente permitió una recepción más completa de
sus postulados en las nacientes naciones americanas que debieron confeccionar sus
primigenias codificaciones desde referentes ideológicos liberales, siempre con la pretensión
de corrección científica y técnica. No obstante existir indicios de la atención que los
próceres neogranadinos prestaron a la obra de Bentham, incluso en los procesos pre
independentistas, ellos resultan insuficientes para colegir automáticamente su influencia en
el pensamiento jurídico fundacionista y republicanista, así será indispensable precisar el
contenido de sus reflexiones acerca del derecho penal, para desde allí, rastrear evidencias
concretas de su eventual influencia en la primera codificación penal y consecuentemente en
la formación de nuestra nacionalidad y cultura jurídico penal.
81
SALAS, Ramón. Tratado de la Legislación Civil y Penal. 1 Ed. Español. Paris: Masson e hijo, 1823, Tomo
VI, Capítulo VII, p. 141.
posee la penal y de la que carece la civil82; al respecto sostiene el autor que la ley civil es un
fragmento suelto que pertenece a la ley penal por su carencia de sanción artificial: “El
código penal es el único que puede formar un todo regular y completo, porque lo que se
llama leyes civiles no son más que fragmentos sueltos pertenecientes en común a las leyes
penales. Las leyes que carecen de sanción facticia, no ejercen sino una influencia
demasiado débil; y las leyes de sanción remuneratoria son débiles y costosas. La ley penal
es más fuerte: ella debe tomarse pues por base del arreglo de todas las otras divisiones de
leyes”83, que sólo puede ser respaldada y vigorizada son la existencia de la punición.
Así, la obra distribuye atención en tres grandes aspectos: los principios de la legislación en
general, la legislación civil y la legislación penal. La primera edición del Tratado de la
Legislación Civil y Penal, es decir la confeccionada por Dumont a partir de los manuscritos
originales de Bentham (1802) y traducida al castellano por Ramón Salas (1823), constaba
de siete tomos distribuidos así: el primero sobre los principios generales de la legislación,
en el que se exponían todos los fundamentos iusteóricos de la propuesta y se explicaban,
entre otros aspectos el catálogo de delitos y penas; los tomos segundo y tercero estaban
dedicados a los principios del código civil; el cuarto se ocupaba de los principios del código
penal, el quinto de los medios de prevenir el delito, el sexto de lo que el autor llamó plan
para un cuerpo completo de legislación y el séptimo dedicado a explicar la famosa idea
benthamniana del panóptico, estructura arquitectónica de profunda simbología penal
ejecutiva de la que nos ocuparemos más adelante. Para la edición de 1839 se redujo la
extensión de la obra a tres volúmenes, procurando según el traductor “encerrar la sustancia
de los tratados del filósofo inglés, exponiendo sencilla y concisamente todas sus doctrinas y
las razones en que se apoyan, reduciendo proporcionalmente unas y otras a términos más
estrechos de modo que resulte completo”84. Los tres ejes del discurso benthamniano se
mantienen nítidamente en esta segunda edición y la distribución del texto es, como se lo
propone el traductor y compilador, relativamente proporcional a la de la obra original.
82
Entendemos que la naturaleza facticia o artificial de la sanción penal resulta de la operación ideológica
hecha por el legislador al atribuirle consecuencias innaturales a determinadas conductas más allá de la mera
privación espontánea y propia, de los bienes y los servicios, que sigue como consecuencia necesaria de la
infracción de la ley civil .
83
ESCRICHE, Op. cit., Capítulo V, Tomo III, p. 12.
84
ESCRICHE, op. cit., Prólogo.
continuación, deja en claro que Bentham acepta como indiscutible el libre albedrío y la
libertad de elección, no acá entre el bien y el mal, sino entre el placer y el dolor.
Según este autor, el potencial delincuente tiene dos opciones, ceder a la tentación del
placer que le ofrece el acto delictivo ó soportar la pena de privación que de no cometerlo ha
de sufrir. La razón para castigar el ejercicio del placer individual del delincuente, descansa
en que, en la sumatoria de la felicidad pública el placer individual del delincuente genera
correlativamente más dolor colectivo que satisfacción. El resultado calculado de la
satisfacción o placer individual del delincuente menos el dolor producido por su conducta
en la sociedad, siempre deberá arrojar un resultado negativo en la felicidad pública para
que la conducta sea legítimamente punible. Véase que el principio de utilidad no sólo
aparece como criterio esencial de la definición y de diferenciación entre lo jurídico –
antijurídico, sino también como criterio único de validez de la norma en la legislación y en
el sistema benthamniano.
Una segunda definición de delito según Bentham, técnica o legal, atiende a un criterio
totalmente distinto a la anterior; según él, es delito todo acto prohibido por el legislador,
con razón o sin ella; nótese que la regla de discernimiento utilizada en este caso, es la
formal, que depende de la inclusión de una prohibición en la legislación incluso sin razón
para ello. Podría en este punto cuestionarse esta aseveración de que el principio de utilidad
resulta para Bentham a la vez, fundamento angular de naturaleza epistemológica y criterio
de validez, en ese sentido bastará transcribir lo expuesto por el autor al tiempo de definir
85
Los textos originales consultados, ediciones de 1823 y 1829, hablan de estension, dado el castellano de la
época. Hemos estimado que transcribir los términos exactos de esa usanza podría confundir al lector, pero
igualmente creemos que marcar tales vocablos con partículas como (sic) u otras similares, no harían justicia
al texto original, pues tales expresiones no son errores del traductor, sino que por el contrario resultan
correctas para la época en la que fue escrita la obra. En lo subsiguiente actualizaremos tales palabras, con
ánimo de claridad y corrección ortográfica, advirtiéndolo desde ya.
86
ESCRICHE, Op. cit., Capítuoo VIII, Tomo I, p.
el delito como “lo prohibido por el legislador con o sin razón”: “es necesaria, pues, una
regla invariable, cual es el principio de la utilidad, para calificar las acciones humanas
únicamente por sus buenos ó malos efectos, y formar el catálogo de las que deben
permitirse ó prohibirse”87.
En un nivel de retórica más técnico Bentham clasifica los delitos en cuatro grupos o clases:
los delitos privados, los reflexivos, los semi públicos y los públicos. La catalogación de
delitos depende de quienes y en qué número son afectados, así los delitos privados son
aquellos que afectan a individuos asignables o determinables, los reflexivos son los que
atañen al mismo delincuente y a otros sólo como consecuencia del mal que se ha
infligido88, los semi públicos interesan a un grupo de personas asociadas o colectivizadas y
los públicos son aquellos que conciernen a todos los miembros del estado.
87
ESCRICHE, Op. cit., Capítulo XI, Tomo I, p.
88
Para Bentham, la internación voluntaria en un convento, el ayuno y los temores religiosos concebidos por
otra causa que por hechos dañosos a la sociedad, entre muchos otros, hacen parte de los delitos contra sí
mismo; no obstante aclara que no cree deban ser sometidos a la severidad de las penas. Los apartados en los
que Bentham esgrimía estos argumentos contra el ascetismo y tildaba estos comportamientos y sentimientos
como punibles, fue suprimida en la segunda edición de 1839.
89
BENTHAM, Op. cit.,Tomo VI, p. 29.
90
Nos resulta sorprendente la posición del autor en materia de comisión por omisión, dada la época en que
escribe la obra y los avances de la ciencia jurídico penal de entonces, aseveraba Bentham que “los
legisladores se han quedado muy atrás en este punto, pues debieran haber erigido en delito la denegación u
omisión de un servicio de humanidad cuando es fácil de hacer, y de no hacerlo resulta alguna desgracia. El
que abandona, por ejemplo, a una persona herida en un camino solitario sin buscarle socorro; el que no da
La libertad del acto delictivo evidencia la suscripción de la teoría benthamniana del delito
al fundamento epistemológico del libre albedrío; la naturaleza misma del término acto,
elemento esencial de la definición, permite distinguir entre el pensamiento y la externalidad
lo cual sugiere la aceptación, si bien innominada, del trascendental principio de acto y la
proscripción de la responsabilidad de autor. Desde el fundamento utilitario, el acto
delictivo, para ser considerado como tal, debe adicionalmente ser dañino en el sentido de
producir un mal, es decir que no todos los actos caben en la definición de delito de
Bentham, sino sólo aquellos que conforme a su aritmética tienen un resultado negativo de
felicidad política; la lesividad del acto entonces resulta como un principio característico del
delito adicional al de acto y de segunda generación en relación con el de utilidad.
Respecto al acto, distingue Bentham entre actos consumados, preparatorios y tentados, a los
primeros los considera delitos principales y a los demás accesorios; para los delitos
accesorios por preparación o tentativa, sugiere al legislador la imposición de penas menores
a la prevista para delitos principales y establece en su sistema de prevención de males, la
posibilidad de crear prohibiciones de peligro, en la descripción del delito principal al que se
relacionan, justificando la punición de comportamientos preliminares a la consumación
susceptibles de restricción por medio de reglamentos específicos93.
la mano a un hombre caído en un foso del que no puede salir sin ayuda, etc.” en BENTHAM, Op. cit., Tomo
I, p. 33.
91
BENTHAM, Op. cit., Tomo II, p. 9.
92
Utilizamos la expresión al parecer dado que Bentham no profundiza en tal categorización ni desarrolla la
idea principal que comentamos. Resulta un poco confusa la posición del autor respecto de la imprudencia, la
negligencia y el descuido pues una vez postulado la presunción general de mala fe ya comentada, arroga
resultados indemnizatorios a las acciones descuidadas, sin precisar la trascendencia penológica de tales
acciones.
93
BENTHAM, Op. cit., Tomo II, p. 117.
político y el poder doméstico”94. Como resulta predecible, la fundamentación de la
existencia de las justificantes descansa también en el principio de utilidad, pues se entiende
que algunos actos pueden, no obstante estar prohibidos por la ley, ser justificados en razón
a su no dañosidad o ausencia de resultados aritméticos negativos en la felicidad pública.
En relación con el consentimiento, estima Bentham: “el consentimiento del que padece el
mal quita la injuria, porque cada uno es el mejor juez de su propio interés, y nadie
consentirá en lo que crea serle perjudicial; pero es necesario que el consentimiento sea libre
y deliberado: por lo que el consentimiento de un loco, de un borracho, de un niño, de un
hombre seducido o forzado, no es un medio de justificación”95. En esta delimitación de la
justificación, texto completo al respecto del punto que nos ocupa, el autor omite precisar la
órbita de aplicación de la misma; no resulta claro si todos los males consentidos por los
sujetos pasivos, son susceptibles de justificarse ó por el contrario sólo aquellos que les
incumben exclusivamente, sin causación de mal derivativo ostensible o costoso. No
obstante esa ausencia debe reconocerse que el problema puede ser resuelto, aplicando las
reglas generales de la aritmética benthamniana, así, no resultarían excusables aquellos actos
que por su gravedad generaran más daño social que provecho, limitándose el medio de
justificación circunstanciado a las hipótesis menos dañinas.
En las TTDs existen varios linajes argumentativos o generaciones de ideas; obsérvese que
la naturaleza de los conceptos analizados acá, resulta más técnica, operativa y minuciosa,
y se radica en niveles especulativos derivados ulteriores a la principialística benthamniana.
Creemos que esta multiplicidad cotas discursivas son evidencia de las varias categorías de
argumentos e ideas en Bentham, unas filosóficas que sirven de fundamentos angulares y
primigenios del discurso, otras sobre el derecho en general de naturaleza más ideológica y
pragmática que las anteriores, que fungen como ideas marco para desarrollos ulteriores y
94
BENTHAM, Op. cit., Tomo II, p. 17-18.
95
BENTHAM, Op. cit., Tomo II, p. 17.
otras, referidas específicamente al derecho penal, su metodología teórica y operativa. A los
dos primeros niveles como conjunto armónico, los hemos denominado, siguiendo a López,
TTD y al tercero y último Tdp.
Con respecto al otro gran grupo de variables de punibilidad, es decir de las circunstancias
de atenuación, Bentham opina que deben considerarse como tales: i .la falta exenta de mala
fe, ii. la conservación de sí mismo, iii. la provocación recibida, iv. la conservación de una
persona amada, v. el exceso en la defensa necesaria, vi. La condescendencia con
amenazas, vii. La condescendencia con autoridad, viii. La embriaguez y ix, la infancia.
Tanto en la edición de 1823 como en la de 1839, la argumentación respecto del punto
concreto resulta escueta y general, no obstante vale la pena precisar dos puntos constantes
al respecto; en primer lugar que la razón fundamental utilizada por Bentham para
considerar como tales esas atenuantes, reposa en entender que en las primeras siete
causales, se presupone que no existe voluntariedad del autor para el desarrollo del acto , el
96
BENTHAM, Op. cit., Tomo II, p. 14
97
Debe advertirse que aunque en la edición de 1823, los argumentos y explicaciones referidas a la naturaleza
de las agravantes son más generosos, no desarrollan de manera concluyente la cuestión planteada y resultan
insuficientes, argumento de más para nuestra objeción.
que resulta contingente al obrar de otro o una calamidad; en segundo lugar y en la
concurrencia hipotética de una de ellas, se mantiene en ambas ediciones una fórmula de
discrecionalidad judicial a efecto de la dosificación de la pena, dependiendo de las
circunstancias específicas de tiempo, modo, lugar y autor.
Para Bentham:
Remedios penales, ó simplemente penas, son los medios que tienen por objeto
impedir que el mal ya hecho se repita ó por el mismo delincuente ó por otro
cualquiera. Esto puede conseguirse de dos maneras, ó quitando la voluntad, ó
quitando el poder de dañar: la voluntad se quita por el temor y la corrección; y
el poder por algún acto físico que sólo puede ejercerse con el delincuente
mismo. Para que la pena sea eficaz, es menester que el mal que ella produzca
sea mayor que el provecho que se busca con el delito98.
En esa definición de pena se distinguen varios elementos que evidencian una postura
teórica concreta en relación con su finalidad; en primer lugar, nótese su naturaleza
98
ESCRICHE, Op. cit., Tomo II, p. 20.
mediática, lo cual sugeriría una tendencia acorde con la línea de las teorías relativas99 sobre
la función de la pena; así, la pena no tiene razón aparente en sí misma sino sólo en cuanto
es utilizada o aplicada a un fin premeditado de control social; en segundo lugar,
entendemos que la finalidad connota la pena en Bentham como mecanismo ejemplarizante,
utilizando esencialmente el miedo como elemento de disuasión, característica propia de la
teoría de la prevención general negativa100.
Ahora bien, de la lectura de la definición de pena y sus conceptos relacionados, así como de
la postura benthamniana expresada en el panóptico, el cual comentaremos más adelante,
puede concluirse que se elabora una cierta ecléctica sobre el tema de la función de la pena
que junto con la función principal de prevención general y especial negativa, asevera
Bentham que: “en efecto, el objeto de la pena es prevenir delitos semejantes, quitando al
delincuente la voluntad o el poder de repetirlos” 101, tiene en cuenta y operativiza algunos
fines de corrección y ortopedia, de naturaleza terapéutico-social, aspecto éste que llama a
precisar que la ideología de la pena en Bentham, no es exclusivamente de prevención
general, sino también de prevención especial y correccional102.
99
Aunque mucho podría decirse en relación con la diferenciación epistemológica y conceptual entre teorías
absolutas y relativas de justificación de la pena, nos limitaremos a precisar que su criterio diferenciador
estriba en que las primeras buscan como único fin, la satisfacción de la justicia como un valor abstracto; la
dinámica especulativa de tales posturas es generalmente elucubrativa y silogística. Por su parte las teorías
relativas, entienden la pena como un mecanismo para influir en la conciencia individual y colectiva,
intervención generalmente orientada a la ortopedia social o a la prevención.
100
La prevención general negativa, es una teoría que sostiene la legitimidad de la pena, en tanto ella produce
un impacto psicológico suficiente en la comunidad para desalentar la comisión de futuros delitos. Para
profundizar en el tema, recomendado el texto del profesor Heiko J. Lesh, La Función de la Pena, Editorial
Universidad Externado de Colombia. Bogotá.
101
BENTHAM, Op. cit., Tomo II, Capítulo IV.
Según este autor, el catálogo de penas debe diseñarse dentro de un plan o sistema de
indemnizaciones y satisfacciones, acorde con los fundamentos epistemológicos utilitaristas,
y especialmente cuidadoso de la simbología ejecutiva; al respecto precisemos las dos
dimensiones de este sistema propuesto, en primer lugar y concomitante a la pena, la
consecuencia jurídica debe satisfacer a los ofendidos con la comisión del hecho mediante la
indemnización neutralizadora del mal sufrido por la víctima y cuya felicidad debe ser
restaurada dentro de la aritmética de Bentham; en segundo lugar y en lo exclusivamente
atiente a la pena y su ejecución, es persistente en el autor la preocupación por hacer de la
ejecución un acto de ejemplarización, con solemnidades y tecnologías de las que se ocupa
en minucia, demostrándose la trascendencia que para él tiene tal aspecto103.
Las satisfacciones tienen tantas dimensiones o modalidades como males producidos por el
delito, así, en el catálogo propuesto existen satisfacciones atestatorias (de verdad),
pecuniarias, honorarias y vindicativas; de igual manera existen como sub especies, de
conformidad con quien es llamado a satisfacer, las sustitutivas (a cargo de terceros) y las
subsidiarias (a cargo del estado). Dentro de las satisfacciones honorarias, por ejemplo, se
utiliza la metodología simbolista propuesta para la pena y se exigen actos públicos de
compensación por los males causados con el delito.104
Sobre las penas, Bentham discierne entre capitales, aflictivas, indelebles, ignominiosas,
penitenciales, crónicas, restrictivas, compulsivas, pecuniarias, cuasi pecuniarias y
características. Todas pueden ser combinadas y dosificadas como una medicina moral para
asegurar los fines fijados en los niveles especulativos superiores, siempre entendiendo la
simbología y la publicidad, como elementos indefectibles y de mayúscula utilidad:
Haced ejemplares vuestras penas, y dad á las ceremonias que las acompañan
una especie de pompa lúgubre que se imprima tenazmente en la imaginación.
Un cadalso cubierto de negro, los oficiales de la justicia vestidos de luto, el
ejecutor de la sentencia con una máscara que aumente el terror, ciertos
emblemas del delito colocados sobre la cabeza del reo para que los testigos de
102
La prevención puede ser general especial, positiva o negativa, dependiendo de si la influencia se logra en
relación a un individuo particularmente considerado o con respecto a la colectividad; si la influencia lograda
es de reprensión y temor (ejemplarización – escarmiento) se entiende negativa, mientras que si es de
reconocimiento y reafirmación de la existencia del derecho, se le llama positiva.
103
En repetidas oportunidades, Bentham describe como deben ser los cadalsos, los instrumentos utilizados
para la ejecución e incluso como deben vestir los ejecutores de la ley. Se explaya en varias oportunidades el
autor en descripciones sobre su ideario de solemnidad ejecutiva, la necesidad de pregonar las sentencias y en
general, de hacer de esta fase, todo un teatro de ejemplarización y simbología.
104
Sostiene Bentham que “Estas satisfacciones públicas, convertidas en espectáculos, darían al ofendido
placeres actuales y de reminiscencia que compensarían bien la mortificación del insulto al paso que
humillarían al opresor, no dejándole otra cosa de su violencia que la memoria de su castigo, y contendrían
la repetición de algunos ultrajes, que se castigarían tan ruidosamente.” En BENTHAM, Op. cit., Tomo II
Capítulo XV, Tomo II.
sus dolores se instruyan del delito por el cual los ha merecido, procesión
solemne en que se muevan gravemente todos los personajes de este drama
terrible; música lúgubre y religiosa que prepare los corazones de los
espectadores á la importante lección que van a recibir, presidencia del juez en
esta escena pública, asistencia de los ministros de la religión: tal es el aparato
que convendría en esta verdadera tragedia que la ley ofrece al pueblo para
presentar a los malvados la idea del peligro y a los hombres de bien la de
seguridad105.
Para concluir la reflexión sobre la pena según este autor, debe aclararse que Bentham hace
una crítica a la proporcionalidad de los delitos, sosteniendo que para que la ley, y con ella
la pena, sea justa es necesario que discrimine entre los sexos, edades, riquezas, rangos,
niveles de educación y preocupaciones morales y religiosas. Así, no es la pena pecuniaria
por ejemplo, igual de efectiva y proporcional cuando se trata de un delincuente rico o
pobre:
Las mismas penas por los mismos delitos. Este proverbio que tanto proclaman
los entendimientos superficiales, encierra la desigualdad más monstruosa bajo
cierta apariencia de igualdad y de justicia. Cuando un hombre muy rico y otro
de mediana fortuna son condenados a la misma multa, el primero queda tal vez
riendo y triunfando, y el segundo pierde quizá los medios de su existencia: la
igualdad de la multa no es más que irrisoria, puesto que no produce en ambos el
mismo mal 106
105
BENTHAM, Op. cit., Tomo II, Capítulo IX, p.
106
BENTHAM, Op. cit., Tomo II, Capítulo IX, Sección III, Tomo I, p.
3. LA CONSTRUCCIÓN LOCAL DE LA INSTITUCIONALIDAD PENAL
TEMPRANA
La Constitución de 1811 sin embargo, tendría poco tiempo de vigencia y tan sólo meses
después sería reemplazada por otra carta política dada la inestabilidad del nuevo gobierno y
el advenimiento del debate primigenio entre federalistas y centralistas. Al adoptarse un
sistema federal para la naciente república, cada una de las principales provincias se dio su
propia constitución, así y entre otras, Antioquia, Cundinamarca y Tunja. Ahora bien, la
vigencia de estas constituciones federales, junto con el resto del proyecto político del
fundacionismo se vio abruptamente truncado por la reconquista española en 1815. Una vez
se inicia la reconquista y ulteriormente la lucha revolucionaria de Bolívar y los demás
próceres, los proyectos jurídicos son aplazados indefinidamente por obvias razones. La
prioridad entonces en esta segunda revolución, es el triunfo militar del ejército libertador y
la consolidación política de la nación. Como resulta lógico, sólo hasta 1819 pasada la
guerra de independencia y logrado el triunfo militar y la expulsión definitiva de los
colonizadores españoles, los temas políticos y jurídicos vuelven a ocupar la atención de los
revolucionarios y la construcción de la institucionalidad penal sigue su decurso definitivo.
107
CONSTITUCIÓN DE CUNDINAMARCA, 1811. Artículo 1 Título VII: “El Poder Judicial consiste en la
autoridad de examinar las diferencias que se suscitan entre los ciudadanos, fijar sus derechos, juzgar sus
demandas y querellas, y aplicar las penas establecidas por las leyes a los infractores de ellas. El uso ordinario
de estos juicios es lo que propiamente se dice Poder Judicial. El ejercicio de este poder, como parte de la
Representación Nacional, corresponde a los Tribunales Superiores de la provincia. Los Jueces de la Primera
Instancia, los inferiores, y las municipalidades que hay o de nuevo se establezcan para facilitar la
administración de justicia, y cuidar de la policía, no tienen parte en la Representación Nacional.” disponible
en <www.crevantesvirtual.com>
108
CONSTITUCIÓN DE CUNDINAMARCA, 1811. Artículos 34-35.:“Artículo 34.- El Cuerpo Legislativo
tendrá presentes entre las muchas reformas que exigen los abusos del foro, la multiplicidad innecesaria de
jueces, el estilo arbitrario de cortar las causas y pronunciar las sentencias, la práctica opresiva de no oír la voz
de los litigantes, la costumbre de abatir el eco de la justicia con cláusulas vanas como son las suplicatorias, y
de captar la venia, para que discurriendo la Legislatura por todos estos ramos y los demás relativos a la
administración de justicia, los Tribunales la ejerzan con dignidad, los subalternos no la profanen con sus
manejos, y los ciudadanos la obtengan con prontitud e imparcialidad. Artículo 35.- Se confirma y ratifica la
abolición de la tortura, ya decretada por la Suprema Junta de esta provincia, y ninguna autoridad, por
eminente que sea, podrá jamás hacer uso de la cuestión de tormento, aunque el delito sea de los más atroces.”,
disponible en <www.crevantesvirtual.com>
vinculan a la justicia penal con las ideas liberales revolucionarias. Se implementan entonces
de manera incipiente la idea de legalidad, debido proceso y presunción de inocencia 109, al
tiempo que se establece responsabilidad para los operadores judiciales con respecto a la
detención arbitraria, esto como una clara protección a la libertad individual y al debido
proceso.
109
Si bien es cierto, en el ámbito transnacional, la creación de los principios del derecho penal moderno ya
había empezado a gestarse, con la publicación de las obras de Beccaria, Bentham, Filangieri y Lardizábal,
las legislaciones americanas debían decantar el discurso ideológico y teórico de los autores ilustrados para
convertirlo en normas jurídicas que trasladaran la retórica liberal a la realidad de las incipientes instituciones
fundacionistas. La primera incorporación de tales máximas sería entonces, no sólo paulatina, sino también
“experimental” dada la imposibilidad de crear de la noche a la mañana toda una legislación penal
sistemáticamente concebida que pudiera balancear eficientemente, de manera permanente y sostenible, las
pretensiones ideológicas de la revolución con las necesidades de seguridad pública de la posguerra. Ésta
seguramente fue la mayor dificultad con la que debió enfrentarse el constituyente y el legislador
fundacionista: la necesidad de conciliar la ideología con la seguridad, demanda bastante difícil de conseguir
dada la existencia de fuerzas bélicas latentes y desacuerdos políticos profundos que generaban situaciones de
extrema inestabilidad institucional.
110
CONSTITUCIÓN DE CÚCUTA. Artículo 167.: “Nadie podrá ser juzgado, y mucho menos castigado,
sino en virtud de una ley anterior a su delito o acción, y después de habérsele oído o citado legalmente;
ninguno será admitido ni obligado con juramento, ni con otro apremio, a dar testimonio contra sí mismo en
causa criminal; ni tampoco lo serán recíprocamente entre sí los ascendientes y descendientes, y los parientes
hasta el cuarto grado civil de consanguinidad y segundo de afinidad” El principio de legalidad en este caso,
era entendido en su más primigenio sentido en relación con la preexistencia de la ley como requisito de la
persecución penal. Recuérdese que ésta es tan sólo una de las dimensiones principio originariamente
concebido, tal vez la más purista, pues al tiempo de la preexistencia, el axioma se complementó en muchos
casos de otros dos elementos, la publicidad de la ley y la capacidad de comprensión de los destinatarios. No
obstante, ya resulta bastante significativa la previsión en cuanto a anterioridad de la ley y seguramente
Así y hasta 1837, siguieron rigiendo las normas jurídico penales de la colonia limitadas por
los principios que se incorporarían paulatinamente en las primeras constituciones, a la vez
que se expedirían frecuentemente decretos de emergencia, segunda constante en el derecho
penal entre 1811 y 1837. No obstante la aparente dificultad de conciliar los intereses
públicos seguridad – ideología en el fundacionismo, resulta claro que el montaje del
derecho penal debió tener una especial preponderancia en el contexto de esta época dada su
vinculación con la seguridad pública, la cotidianidad de la nación y la ideología
revolucionaria111. Así, seguramente, mientras que en el caso de otras especialidades
jurídicas que por su naturaleza permitían un aplazamiento indefinido, pues se disponía
seguramente de otras fuentes alternativas provisionales tales como la costumbre en materia
civil, en el caso del derecho penal la necesidad de establecer normas resultaba inaplazable.
La creación de normas jurídicas penales entonces resultaba un imperativo para la
construcción y la institucionalidad penal, entre otras cosas por la necesidad de materializar
el principio de legalidad, máxima de principal utilidad ideológica para concretar y mantener
el nuevo estado de cosas.
suficiente, dada la inexistencia de distintos dialectos o lenguas y de alguna manera, la unidad cultural de la
naciente república en relación con el idioma y las costumbres.
111
El 17 de septiembre de 1821 se registró un hecho de especial significación en materia del nuevo derecho
penal, la desaparición de la inquisición y la consecuente derogación de la sanguinaria jurisdicción penal del
Santo Oficio, no obstante ésta separación de la jurisdicción eclesiástica de la justicia civil no representó, como
pudiera pensarse, una secularización definitiva del estado y la justicia; por el contrario la influencia de la
Religión Católica en la conciencia jurídica local bastante aún se mantendría, como contrapeso efectivo en la
recepción secular de teorías transnacionales en materia penal durante prácticamente todo el siglo XIX.
se subdividen en títulos y capítulos. Los tres primeros libros están dedicados al concepto
de Delito y Pena, mientras que los restantes, prolijos por lo demás, a la enumeración de
conductas punibles.
De acuerdo con las anteriores citas del texto original del código, el delito era concebido,
por regla general, como una transgresión legal, es decir un fenómeno relacionado
indefectiblemente con el mundo jurídico; esta precisión resulta importante en la medida en
que se vincula al delito y a la pena con el concepto de ley; en otras palabras, el delito es
entendido como un ente de naturaleza jurídica114, secular, desligado del mundo
fenomenológico y del mundo espiritual lo cual representa una clara aceptación de lo que
hoy se entiende como el principio de legalidad y con él, de uno de los postulados más
poderosos de la ilustración europea y del pensamiento de Beccaria115.
112
CÓDIGO PENAL DE LA NUEVA GRANADA expedido por el Congreso en sus sesiones de 1837, Paris:
DB BRUNEAU, 1840.
113
Ibid
114
Precisión que posteriormente será desarrollada por Francesco Carrara, como punto de partida de su
disertación sobre el derecho penal en su célebre obra Programa de Derecho Criminal de 1853.
Esta aceptación de la naturaleza jurídica del Delito, complementada con lo previsto en el
artículo cuarto del código, es la primera evidencia de la influencia del pensamiento
ilustrado en el texto legal, no en vano la primera consecuencia de las reflexiones de
Beccaria sobre el origen de las penas y el derecho a castigar es que : “Sólo las leyes pueden
decretar las penas sobre los delitos; y esta autoridad no puede residir más que en el
legislador, que representa a toda la sociedad agrupada por un contrato social.”116. No
obstante este concepto estructurado a partir de los preceptos legales citados, no permite
efectuar una inferencia lógica concluyente sobre si el legislador del 37 aceptaba como
origen primigenio del derecho a castigar, el contrato social; pero si, por lo menos, deja en
claro que circunscribía el delito a la voluntad del legislador y con ello aceptaba el postulado
ilustrado de la legalidad como presupuesto de validez de la prohibición penal y de la pena.
Siendo la legalidad un elemento poderoso en la comprensión del delito, así mismo resulta el
origen de la ley un elemento considerablemente influyente en la construcción del mismo
concepto; no obstante, respecto de este particular aspecto no se encuentra una evidencia en
la codificación por razones evidentemente sistemáticas; la configuración del derecho a
castigar se encuentra en el texto constitucional que sirve de sustento para la codificación, en
este caso la Constitución de 1832, vigente para ese momento. De acuerdo con el texto
constitucional, se fundaba en dos tipos de argumentos, de un lado, unos de orden ius
naturalista teológico, en la medida en que se entendía la constitución y la ley, como un
instrumento de traducción del derecho natural dado por Dios como legislador primigenio;
así, establecía el preámbulo de la carta, como elemento justificador del poder de dictar la
constitución y premisa fundamental, que los delegados habían realizado su labor: “En el
nombre de Dios, autor y supremo legislador del universo”117. De otro lado, se identifican
también argumentos de naturaleza contractualista ya que se reconocía también la autoridad
de los convencionistas para establecer normas jurídicas, en la delegación de la sociedad y
en la voluntad general, así, reconocía el preámbulo de esa carta política que: “…los
representantes de la Nueva Granada reunidos en Convención, deseando corresponder a las
esperanzas del pueblo nuestro comitente en orden a asegurar la independencia nacional,
115
La idea de la legalidad como presupuesto del Delito y como vía de legitimación de la pena, es un
derrotero común de todos los pensadores ilustrados: de alguna manera este precepto asegura a la vez dos
efectos en el derecho Penal, de un lado la preexistencia del precepto de prohibición como requisito
indefectible para la imposición de la sanción, y de otro, la vinculación del concepto de Delito con la forma de
Estado. La legalidad tal vez es la idea más poderosa en la transformación del Derecho Penal medieval al
Derecho Penal moderno; la ley es un instrumento que ofrece algún grado de seguridad en relación con aquello
que está prohibido y sus consecuencias; a la vez esa representación es útil para vincular la prohibición y la
pena con el derecho a castigar. Los autores ilustrados coinciden entre sí y con el legislador del 37, en la idea
que la legalidad es un elemento inherente al delito, sin embargo no podría decirse que la definición legal de
delito se adecua de manera exclusiva a alguno de ellos, sino que por el contrario se nutre del postulado común
ilustrado, tal vez un poco más relacionado con la definición de Filangieri que con la de Bentham o la de
Beccaria.
116
DE BECCARIA, Cesare. De los Delitos y de las Penas. 3 Ed. Bogotá: Temis, 2000.
117
CONSTITUCIÓN DE LA NUEVA GRANADA. Preámbulo. 1832, disponible en:
<http://www.cervantesvirtual.com>
consolidar la unión, promover la paz y seguridad doméstica, establecer el imperio de la
justicia, y dar a la persona, a la vida, al honor, a la libertad, a la propiedad y a la igualdad de
los granadinos las más sólidas garantías, ordenamos y decretamos la siguiente:
Constitución del Estado de la Nueva Granada”.118
De igual manera la Constitución de 1832, hace una recepción de las ideas ilustradas, a la
par del reconocimiento de presupuestos teológicos en la dinámica política y jurídica,
cuando se sostenía que: “En ella se han establecido la separación de los poderes que
constituyen el gobierno, la responsabilidad de los funcionarios públicos, la libertad legal de
la prensa, y el riguroso deber que tiene la Nueva Granada de proteger la santa religión
Católica, Apostólica, Romana, esta religión divina, la única verdadera, precioso origen del
bien que heredaron los granadinos de sus padres, que recibieron del cielo en el bautismo, y
que por la misericordia del Dios que adoramos, conservaremos todos intacta, pura, y sin
mancha.”119. En ese orden de ideas, los constituyentes de 1831 pretendieron la
armonización de los dos tipos de argumentos (ius naturalistas y contractualistas),
tendencia que además se encuentran presentes en algunos de los textos de la ilustración, por
lo menos en materia penal.
118
Ibid
119
Ibid
120
Esta holística beccariana en la argumentación se revela así: “¿Cuál pueden ser el derecho, que se
atribuyen los hombres, para matar cruelmente a sus semejantes? No ciertamente aquel de que resultan la
soberanía y las leyes. Estas no son más que la suma de mínimas porciones de la libertad particular de cada
uno; representan la voluntad general, que es el agregado de las voluntades particulares. ¿Quién ha querido
dejar nunca a otros hombres el arbitrio de matarlo? ¿Cómo puede estar en el mínimo de sacrificio de la
libertad de cada uno, el del mayor de todos los bienes, la vida? Y si esto se admite, ¿cómo se armoniza un tal
principio con el de que el hombre no es dueño de matarse? Y debía serlo, si tiene el poder para conceder a
otros, o a la sociedad entera, ese derecho.”
del legislador, como previos o anteriores a la religión. En otras palabras, la religión para
Bentham es deseable en la medida en que sirve de freno para las pasiones humanas, pero
no puede considerarse como un ascendiente de la legislación del estado, so pena de
desconocer el principio de utilidad y la felicidad pública como instrumento epistemológico
y objeto de la legislación respectivamente121. En este aspecto entonces, el sistema jurídico
sigue la línea de argumentación beccariana, prefiriéndola a otras más secularizantes que se
encontraban disponibles como la de Bentham. Así, la codificación y la Constitución de
1832 adoptan una fórmula mixta entre argumentos contractualistas propios de la ilustración
y argumentos ius naturalistas sobre el origen del derecho, típicos de la tradición cristiana;
esta argumentación mixta encuentra explicación en la necesidad de una especie de
recepción mesurada de la ilustración en contextos legales y culturales influidos durante
siglos por la escolástica.
121
De alguna manera se identifica a Bentham como un ascendiente del positivismo jurídico que aparecerá en
el mundo para principios del siglo veinte. Esta afirmación, que puede parecer aventurada y especulativa,
encuentra sustento en que, en punto del derecho natural como referente de la legislación, ya Bentham para
1802 sostenía que: “La voluntad de Dios, dicen muchos, debe tomarse por regla única del bien y del mal.-
Mas este no es sino uno u otro de los tres primeros principios que hemos examinado. Porque ¿cómo sabemos
la voluntad de Dios? ¿cómo conoceremos que Dios no quiere tal o tal cosa? Porque sería perjudicial a la
felicidad de los hombres, responde el partidario de la utilidad; porque encierra un placer grosero que Dios
reprueba, responde el ascético; porque es contraria a la conciencia, &c., responde el secuaz de la antipatía.”
(Bentham Jeremy, Ob. Cit. Edición de 1839) Adicionalmente, Bentham identifica el poder de los postulados
teológicos naturalistas como elementos de legitimación del ancient regime, retardatarios en la construcción de
la sociedad moderna, en tanto propone la adopción del principio de utilidad como rector del razonamiento
legislativo, al respecto sostiene: “La revelación responderé, no es universal y aun en los mismos pueblos
cristianos hay muchos individuos que no la admiten; no es tampoco un sistema de política ni de moral; todos
sus preceptos necesitan ser esplicados modificados y limitados los unos por los otros; pues tomados en
sentido literal trastornarían el mundo, aniquilando la defensa de sí mismo, la industria, el comercio y las
afecciones recíprocas, como prueba la historia eclesiástica, , que es un tejido de los males horribles que han
resultado de algunas máximas religiosas mal entendidas.”Nos atrevemos a postular a Bentham como
ascendiente del positivismo en materia penal, dese el puto de vista ius filosófico, valga aclarar; pues además
encontramos coincidencias evidentes entre estos planteamientos del utilitarista y los reproches de Ferri,
cuando un siglo después, sostiene que el derecho eterno es una superstición. La aplicación además del método
de Montesquieu para la legislación, el cual mencionamos cuando estudiamos a Filangieri, presente también en
Bentham, propone el análisis climático, cultural, geográfico e incluso antropológico, como referente
indispensable en la legislación de cada país, lo cual de contera desconoce la existencia de un conjunto de
preceptos inmutables. Al respecto, en la edición del Tratado de la Legislación Civil y Penal de 1823 Bentham
aseguraba que: “las palabras derechos y obligaciones son las que han levantado los vapores espesos que han
interceptado la luz. No se ha conocido su origen: se ha andado a tientas en abstracciones: se ha razonado
sobre estas palabras, como unos entes eternos que no nacían de la ley, y que lejos de esto la daban la
existencia; y no se las ha considerado como producciones de la voluntad del legislador, sino como
producciones de un derecho quimérico, un derecho de gentes, un derecho de la naturaleza…los derechos y
las obligaciones son hijos de la ley: luego no se les debe poner en oposición a ella, son hijos de la ley, luego
deben estar subordinados á ella, como la ley está subordinada a la utilidad general” (Betham Jeremy, Ob.
Cit. Edición de 1823, de Ramón Salas, Tomo VI, página 28)
en la incorporación de la ilustración penal en la institucionalidad penal temprana, dada la
incongruencia que tiene con los discursos particulares de los autores de literatura penal122.
De un lado se incorpora la idea de legalidad como presupuesto de validez de la prohibición,
previsión garantista y moderna, pero de otro se aplica una fórmula de imputación autoritaria
que eclipsa a la anterior y que de nuevo le reasigna el poder punitivo a un funcionario, en
contra de toda la literatura transnacional que sugiere la limitación de los poderes cautelares
de los jueces123.
122
Bentham construyó dos definiciones de Delito, una filosófica en relación al principio de utilidad y otra
técnica o legal en relación a la ley, pues bien el concepto de delito del Código del 37 se identifica
parcialmente con la definición técnica de Bentham, cuando sostiene que delito es: “Todo acto prohibido por
el legislador, con razón o sin ella”.122; la definición del Código Penal es más densa que la benthamniana,
habida cuenta la carga subjetiva de maliciosidad y voluntariedad que entiende el legislador granadino ligada
al concepto de Delito. No obstante ambas definiciones se identifican en su núcleo, dado que parten de aceptar
la legitimidad de la prohibición en virtud de la autoridad legislativa y por lo tanto de la preexistencia de la ley.
En relación con los postulados de Filangieri, recuérdese que delito es para él:” La violación de la ley,
acompañada de la voluntad de violarla”.122 En este orden de ideas, la definición del legislador del 37 se
identifica con mayor precisión en este caso, dado que ambas nociones incluyen el elemento subjetivo de la
voluntariedad como aspecto inherente al Delito y de alguna manera de la maliciosidad referida al
conocimiento de la existencia del precepto de prohibición. Mal puede pensarse en la infracción voluntaria con
desconocimiento de la existencia de la ley, en este sentido la voluntad está ligada de manera indefectible con
el discernimiento de la prohibición.
123
El concepto de legalidad asociada al delito, incorporada de manera contundente en la codificación, se
flexibiliza de manera tal que resulta pertinente explorar la procedencia de tan particular composición del
concepto. se ha dicho tradicionalmente que el código de 1837 tiene como ascendientes el Código Napoleónico
de 1810 y el Español de 1821; sin embargo, el Código francés no incorpora ninguna definición de delito, sino
que clasifica los hechos punibles en crímenes, delitos y contravenciones, atendiendo a la gravedad del hecho
determinada por la pena prevista por el legislador para cada categoría (« ARTICLE PREMIER. L'infraction
que les lois punissent des peines de police est une contravention. L'infraction que les lois punissent de peines
correctionnelles est un délit. L'infraction que les lois punissent d'une peine afflictive ou infamante est un
crime. Code pénal, Francia, 1810); por su parte, el Código español define el Delito en los siguientes términos:
“ARTICULO PRIMERO Comete delito el que libre y voluntariamente y con malicia hace ú omite lo que la
ley prohíbe ó manda alguna pena En toda infracción libre de la ley se entenderá haber voluntad y malicia
mientras que el infractor no pruebe ó no resulte claramente lo contrario”. Resulta evidente entonces que la
clausula problemática también está presente en la codificación española, que no obstante ser entendida como
un código moderno se expide en vigencia de la monarquía absoluta de Fernando VII, situación problemática
para la legitimación del poder de castigar. La producción de un código moderno republicano, que sirviera
como un catalizador de ideología liberal había sido hasta entonces en el contexto local una pretensión
indiscutible; sin embargo, la inclusión de un concepto de Delito que desconoce la presunción de inocencia
resulta ser un revés evidente para los deseos modernizadores de los granadinos. La adopción de la definición
de Delito en el Código español se atribuye por algunos autores a las leyes medievales aún influyentes en el
pensamiento jurídico de la segunda década del siglo XIX. Así las cosas, aunque se incluye el concepto de
legalidad, se desconoce a la vez otro precepto ilustrado de vital importancia en la aplicación del Derecho
Penal, lo cual es una evidencia de la influencia del pensamiento español en el mundo americano republicano y
a la vez de una cierta prevención por la incorporación plena del discurso ilustrado en el contexto local.
entenderse inocente hasta tanto no exista certeza en cuanto a que ha violado la ley. Beccaria
sostiene a este respecto que “Un hombre no puede ser llamado reo antes de sentencia del
juez, ni la sociedad puede quitarle la pública protección sino cuando esté decidido que ha
violado los pactos bajo los cuales le fue concedida”.124
Por su parte Bentham entiende que no puede procederse en contra del ciudadano a no ser
cuando existían suficientes indicios de que ha cometido un delito, es más, prefiere absolver
a un culpable que condenar a un inocente en ausencia de pruebas contundentes de su falta.
Al respecto manifiesta:
124
BECCARIA, Cesare. Ob. Cit. p. 27
125
BENTHAM, Jeremy. Ob. Cit. Imprenta de D. José María Repullés, 1839. Tomo II, p. 101.
126
FILANGIERI, Gaetano. Ob. Cit. Tomo IV. Pág. 218
127
Ibid., Tomo VI. p. 194
128
Biblioteca Nacional de Colombia Fondo Antiguo
ocuparon precisamente de este punto, haciendo las siguientes reflexiones: En primer lugar
la evidente oposición del Art.3 al axioma universal según el cual todo hombre debe
presumirse inocente hasta que se le declare culpado; en segundo lugar en tanto la previsión
normativa desconocía los factores de sensibilidad que influyen en la pena de Bentham, al
cual reconocen como autoridad del discurso transnacional y por último, en el sentido de que
la disposición era inconstitucional en tanto el Art 191 de la Constitución de 1832,
preceptuaba que “Ningún granadino sea penado sino después de habérsele citado, oído y
convencido en juicio.” Los reparos de el granadino, se circunscribían básicamente a esos
tres tipos de argumentos, en primer lugar, lo que podría entenderse como dificultades de
armonización ideológica del código con la ilustración, en segundo lugar, la postulación de
lecturas problemáticas de las teorías transnacionales disponibles entonces sobre derecho
penal y por último, conflictos latentes entre la codificación penal y la Constitución.
129
CÓDIGO PENAL, 1837. Artículo 205:“Los que en público blasfemen de Dios sufrirán una pena de uno a
cuatro años de prisión y una multa de veinte y cinco a cien pesos. Si este delito se cometiere por medio de
imprenta, la pena se triplicará al editor.”
obligante en presencia de objetos de culto religioso con pena de arresto de ocho a cuarenta
días130.
En este orden de ideas, el principio de acuerdo con el cual nadie puede ser juzgado sino por
los actos que cometa (principio de acto) y el de lesividad, conforme al cual no puede ser
delito una conducta que no genere un daño concreto para un individuo o la colectividad,
parecieran un tanto exencionados en materia de delitos contra la religión; si bien es cierto
podría asumirse que el daño estriba en la afectación de las creencias religiosas de la
colectividad, no puede olvidarse que una de las fuentes de las que toma su fuerza discursiva
la ilustración penal es precisamente de su crítica a la inquisición y a los delitos de fe. De un
lado entonces se pretende separar prudentemente los aspectos espirituales del derecho penal
y de otro se crean tipos de protección de las creencias religiosas que infringen algunos de
los derroteros más poderosos en la transformación del derecho penal.
133
Esta división parte de entender que algunos individuos por trastorno mental transitorio (“embriaguez
involuntaria”) o permanente, inmadurez psicológica (menores de 10 años) ó por encubrir las acciones de sus
parientes dentro del cuarto grado de consanguinidad, segundo de afinidad, no merecen pena y son excusables
de la aplicación de la acción penal (art. 106 y s.s.)
134
CÓDIGO PENAL, 1837. Artículos 95 y s.s.
responsabilidad penal, encuentran explicación en la idea de la culpabilidad como requisito
de la punición. De alguna manera la existencia de distintos grados o niveles de
responsabilidad penal, ilustra cierta sofisticación teórica de la codificación a la par de la
incorporación resuelta del principio de culpabilidad135.
135
En ese sentido además, la codificación incorporó como una especie de modalidad de culpabilidad ( en su
sentido más originario) la culpa, la cual definió como “la violación imputable pero no maliciosa de la lei, en
cuanto el autor no la ha violado intencionalmente, pero ha podido y debido prever el acto y se ha espuesto
voluntariamente a dicha violación, por lo cual incurre en alguna pena” (art. 2. Código Penal de 1837)
136
Esta crítica es hecha incluso por los granadinos de 1838, en la publicación periódica “Observaciones al
Código Penal” de 1838. La previsión, casi indiscriminada del presidio representa, en concepto de estos
críticos, la suavidad de las penas sugerida por Beccaria.
suficientemente la dinámica de incorporación de los principios relacionados con la sanción
penal en la institucionalidad penal temprana.
137
CÓDIGO PENAL, 1837. Artículo 68: “ el apercibimiento judicial consiste en expresarse y declararse en la
determinación del juez la falta en que ha incurrido el reo, advirtiéndole que ha faltado a su deber, previéndole
que se abstenga de reincidir, por que en tal caso será castigado con mayor severidad”
138
Ibid., Artículos. 18, 19 y 20
139
la existencia de la pena de muerte en la codificación de 1837, no es necesariamente a una aceptación de la
postura filengiariana sobre el particular, sino seguramente responde a la tradición jurídica de los siglos
precedentes en los que la pena de muerte en casi todas las culturas era considerada como necesaria. El
derecho romano y griego antiguo, el medieval europeo e incluso el indígena prehispánico, aceptaban la pena
de muerte como remedio penal indefectible. . La pena de muerte seguramente estaba, tan interiorizada como
fórmula de castigo, que difícilmente el legislador del 37 pudo haber considerado su abolición. Tan es así, que
los críticos del Código Penal de las observaciones de 1838, guardan silencio con respecto a la inclusión de la
pena de muerte; ello resulta indicativo de una tácita aceptación de la legitimidad de la pena capital en el
contexto de la institucionalización temprana en materia penal.
las otras nueve clases de sanciones previstas por Bentham en su obra aparecen claramente
señaladas en el Código Penal de 1837.140
Sobre la pena de infamia, coincide perfectamente la codificación tanto con Filangieri como
con Bentham, en el sentido de darle importancia atendiendo a su función disuasiva y
ejemplarizante. No obstante no se tienen en cuenta los criterios sobre la sensibilidad
previstos por Bentham como moderadores de la infamia y se sigue la doctrina de Filangieri
pretendiendo que la pena se aplique de manera indistinta contra todos los individuos de la
sociedad, sin importar rango o clase; esta fórmula pareciera más coherente con el principio
de igualdad ante la ley, pero a la vez disminuiría el poder ejemplarizante de la pena en la
tradicional sociedad granadina del siglo XIX. En este sentido las observaciones de 1838
critican fuertemente la adopción de la doctrina de Filangieri que aconseja la aplicación
igualitaria de la infamia a todos los ciudadanos, pues resultaría más deseable la
incorporación de la regla de Bentham en cuanto la aplicación de la sensibilidad como
criterio de ponderación de la sanción141.
Con respecto a las penas pecuniarias, el Código prevé como sanción la pena de multa, sin
atender tampoco a las propuestas de Bentham relacionadas con la creación de fórmulas que
permitan determinar su monto de conformidad con el patrimonio del sujeto pasivo de la
sanción, pues como se recordará, sostiene Bentham que la pena de multa comporta una
cierta problemática de proporcionalidad en la medida en que, para un hombre rico una
cantidad de dinero determinada puede resultar irrisoria, mientras que para un hombre pobre,
el total de su capital; el utilitarista había propuesto la creación de fórmulas distintas o
indeterminadas para el cálculo de las multas. El Legislador del 37 por el contrario aplica
una fórmula determinada, sin distingo de la cantidad de bienes del procesado142.
En relación con otras penas, existen una serie de dificultades detectadas incluso por los
críticos del código de 1838, que mediante una publicación periódica denominada
Observaciones al Código Penal143, dejaron un testimonio de las dificultades de
armonización entre principios y normas que se han encontrado; según los críticos se
140
Capitales, aflictivas, ignominiosas, penitenciales, crónicas, restrictivas, compulsivas y pecuniarias.
141
Según el dispositivo de sensibilidad, la pena de infamia resulta más gravosa para los individuos más
reputados y menos para aquellos que no tienen reconocimiento social
142
Las observaciones de 1838 no solo critican la aplicación de la fórmula determinada sino que además
sostienen que la pena de multa no tiene en el Código una relación de racionalidad con los delitos pues se
aplican indistintamente a punibles relacionados con todos los aspectos de la vida social. En este sentido la
crítica estriba en que de acuerdo con Filangieri y con Bentham, las penas pecuniarias deben ser aplicadas en
relación con los delitos que resultan de la condición humana. De igual forma esta ausencia de racionalidad
deviene para los críticos de las observaciones, en una cuestión problemática en cuanto a la utilidad de las
penas pecuniarias; al respeto sostienen: “lo que justifica la pena es su mayor utilidad, o por mejor decir su
necesidad”, dice Bentham; i el inmortal Montesquieu ha dicho “toda pena que no se deriva de la absoluta
necesidad, es tiránica”
143
Biblioteca Nacional de Colombia, Fondo Antiguo
comunican una serie de incongruencias ideológicas del Código con los principios de la
ilustración penal, que no solo resultan equívocas en cuanto a la relación ideología –
legislación, sino que además evidencian en su criterio, lecturas problemáticas del discurso
transnacional de Bentham y Filangieri. Así por ejemplo, la creación de tipos penales
relacionados como delitos cometidos por medio de la palabra y los impresos, comportan
problemas de orden ideológico y teórico insalvable; en primer lugar resultan
ideológicamente equivoco según los críticos la limitación de la libertad de expresión en el
contexto de la república, en este caso sus argumentos atienden más a la doctrina
constitucional internacional de entonces que a la teoría del derecho penal, sin embargo
nótese, ello encuentra explicación en las contradicciones ideológicas de la tipificación penal
que limita la libertad de expresión y de imprenta, con los entonces derroteros
internacionales del constitucionalismo moderno; sustentan los críticos sus glosas en la
doctrina de Constant y en las dificultades probatorias que puede generar la inclusión de
cláusulas de reenvío, en las tipificaciones penales144.
Así mismo, el artículo 160 del código prescribía que: “El que de palabra o por escrito
provocare a la violación de la constitución con sátiras, burlas o invectivas, pagará una multa
de sesenta a doscientos pesos, o sufrirá un arresto de dos a ocho meses…” En este tipo
penal la legitimidad de la pena resulta dudosa, en primer lugar porque contiene expresiones
indeterminadas como sátiras, burlas o invectivas que deben ser llenadas de significado por
144
La atención local al pensamiento de Bentham es ostensible en todo el periodo de estructuración de la
institucionalidad penal temprana, su obra es incluida como texto guía de los estudiantes de derecho, por vía
de un decreto de Santander que a partir de 1821 ordena seguir su obra Tratado de la Legislación Civil y Penal,
como texto obligatorio en las escuelas de derecho y que se mantendrá vigente por lo menos hasta 1857; sin
embargo la inclusión de Bentham como referente literario en la educación legal presentaría una serie de
resistencias culturales. Aparecerían y circularan a los largo del siglo XIX numerosos escritos de resistencia a
la doctrina benthamnianista, todos ellos compartiendo una argumentación teológica y confesionalista como
instrumento de deslegitimación de Bentham; entre ellos un texto denominado, El Benthamnianismo
Descubierto a la Luz de la Razón ó Documentos Importantes para los Padres de Familia (Biblioteca
Nacional de Colombia, Fondo Antiguo, Ancízar 50.), publicado en 1836. El documento atacaba el
benthamnianismo en su función de servir como referente pedagógico en la enseñanza legal: el texto se inicia
alertando a los padres de familia en relación con una doctrina corrompida que ha servido de fundamento para
la enseñanza del derecho. El autor con evidentes fines diplomáticos, excusa a Santander por la expedición del
decreto de la educación y la incorporación de la doctrina de Bentham en la educación legal, aduciendo que se
ha generado una mora en la expedición de una norma jurídica que de manera definitiva, reglamente los planes
de estudio oficiales. Los argumentos utilizados guardan estrecha similitud con otros documentos de la época
como las “Cartas Criticas, documento similar a este, dado que también utiliza razonamientos puramente
teológicos en la descalificación de Bentham, esta vez centrado en la crítica de los tres principios propuestos
por él como fundamentos de la legislación y en su descalificación epistemológica, por proceder en concepto
del autor, del epicureísmo. No obstante las pretensiones de erradicar el discurso de Bentham de la educación
legal, veinte años después en el año de 1856, el Informe De la Dirección Jeneral de Instrucción Pública,
sobre la Enseñanza de Bentham ( Biblioteca nacional de Colombia, Fondo Antiguo, Quijano 259) , aún
abordaba el problemático tema. Comunica el informe que se habían adoptado algunas medidas a efecto de
suavizar la doctrina de Bentham, mecanismos pedagógicos que seguramente generaron profundas
incongruencias teóricas y cuestionamientos incontestables. La solución que hallaron los profesores de
derecho, consistió en salvar los graves inconvenientes del principio utilitario, mediante la incorporación de
un tema de clase denominado El Orden Moral; sin embargo, se mantenía todo el resto del discurso de
Bentham como referente educativo.
el intérprete, asunto que es indeseable a la luz del discurso Beccariano y en general, del
discurso ilustrado, por dejar en manos del juez y no de la ley, el determinar si la conducta
del procesado estaba o no prohibida por la ley145. Igualmente, la norma de prohibición,
desconoce en el concepto de los críticos la reflexiones de Bentham en relación con la
dañosidad del impreso,146 la indefinición de cuál escrito es realmente subversivo y cual no
lo es, deja de nuevo en la discrecionalidad del aparato judicial la suerte de los ciudadanos y
puede resultar un instrumento eficaz en la persecución de enemigos, en este sentido la
crítica se identifica con Beccaria, Bentham y Filangieri, y en general con la ilustración
penal. Este panorama no se diferencia profundamente del derecho medieval, pues no
responde a las pretensiones republicanas de aseguramiento de las libertades y los derechos
como límites al ejercicio del poder punitivo, las dificultades operativas en la aplicación de
este tipo penal, son adicionalmente confusas respecto de la ciencia legislativa de Bentham
y Filangieri pues dejan en manos de los testigos y de los jueces, el arbitrio de condenar a un
ciudadano y de imponerle una pena que en este contexto, parecería ilegitima.
En relación la pena de presidio, detectaron los críticos de 1838 una tensión entre el fin de la
pena y la dignidad humana antes comentada. Las observaciones denuncian la inexistencia
de una infraestructura carcelaria suficiente para satisfacer al tiempo el cumplimiento de la
pena, su función y la dignidad de los reos. De alguna manera se excluyen estas
pretensiones pues al parecer las cárceles del republicanismo, son prácticamente las mismas
del colonialismo; los espacios reducidos e insalubres que son utilizados como presidios,
seguramente son las mismas cárceles en las que los próceres de la independencia fueron
recluidos y las víctimas de la inquisición atormentadas. En este contexto se reduce
dramáticamente la legitimidad de la pena y se explicita por parte de los críticos una
disfunción ideológica en la operatividad del derecho penitenciario que empieza a alejar el
discurso teórico de la práctica judicial.147
145
Para el lector familiarizado con el Derecho Penal, resultará extraño que no nos sirvamos de expresiones
más sencillas, que resumen de manera eficiente ideas aceptadas en el discurso académico, tales como
principio de legalidad, principio de proporcionalidad, de razonabilidad, etc. Sin embargo ello tiene una razón
premeditada en primer lugar no hacer una lectura anacrónica de instituciones jurídicas fuera de sus contextos
históricos y en segundo lugar, evitar dar como establecido para entonces el discurso de los principios del
derecho moderno, que para entonces se encontraba en pleno proceso de formación y que solo llegaría a
consolidarse, como hoy lo conocemos para principios del siglo XX.
146
“La libertad de la imprenta tiene sin duda sus inconvenientes; pero el mal que de ella puede resultar no es
comparable con el de la censura. ¿Dónde se hallará aquel genio raro, aquella inteligencia superior, aquel
mortal accesible a todas las verdades, e inaccesible a todas las pasiones, para confiarle esta dictadura suprema
sobre todas las producciones del entendimiento humano? ¿Pensáis que un Locke, un Leibnitz, un Newton,
hubieran tenido la presunción de encargarse de ella”
147
El rompimiento entre la teoría y la práctica del Derecho Penal, es en nuestro concepto un fenómeno
ostensible incluso en el siglo XXI. El eterno paralelismo entre ideología y práctica, sigue hoy como hace
doscientos años generando inconformidad y desconcierto; sólo hasta que sea posible vincular la ideología, la
ley y la práctica judicial, podrá lograrse un derecho garantista, que mediante la seguridad de un discurso
teórico arraigado en la conciencia colectiva de abogados y legos, concrete las pretensiones dogmáticas del
estado.
El código brinda la mejor de las evidencias en relación con el efecto que se pretende
producir mediante la imposición de las penas, en cuanto incorpora normas de carácter
ejecutivo, que dada la minuciosidad de sus prescripciones dejan en evidencia, no sólo la
función de ejemplarización que busca de manera preferentemente, sino además la adopción
escrupulosa de las propuestas de Bentham en la materia. Los protocolos para ejecución de
la pena de muerte, por ejemplo, preveían que la ejecución debía realizarse en una plaza
pública, sobre un cadalso pintado o forrado de negro, sobre el cual se pusiera un cartelón
legible que anunciara el nombre del reo, su patria, vecindad, delito cometido y pena
impuesta. Pues bien, Bentham encontraba en la ejecución el instrumento más útil para
influir en la conciencia colectiva mediante la impresión producida por las penas; así
aconsejaba:
Haced ejemplares vuestras penas, y dad a las ceremonias que las acompañan
una especie de pompa lúgubre que se imprima tenazmente en la imaginación.
Un cadalso cubierto de negro, los oficiales de justicia vestidos de luto, el
ejecutor de la sentencia con una máscara que aumente el terror, ciertos
emblemas del delito colocados sobre la cabeza del reo para que los testigos de
sus dolores se instruyan del delito por el cual los ha merecido, procesión
solemne en que se muevan gravemente todos los personajes de este drama
terrible; música lúgubre y religiosa que prepare los corazones de los
espectadores a la importante lección que van a recibir, presidencia del juez en
esta escena pública, asistencia de los ministros de la religión: tal es el aparato
que convendría ene esta verdadera tragedia que la ley ofrece al pueblo para
presentar a los malvados la idea del peligro y a los hombre de bien la de la
seguridad”148
Igualmente, el artículo 34 ordenaba que los reos condenados a muerte, debieran ser
conducidos al suplicio con túnica y gorro negro, con las manos atadas por delante, con una
cuerda que debía llevar el ejecutor de la justicia vestido de negro. El artículo 35 ordenaba
se publicara un pregón donde se comunicara una síntesis de la sentencia. El 36 preveía, que
desde el momento en que el reo saliera de la prisión hasta que se le quitara la vida, se tocara
a plegaria en todos los templos de la parroquia y el artículo 37 por su parte ordenaba que
una vez ejecutada la sentencia un sacerdote pronunciara una breve oración alusiva a la
ejecución. Toda esta parafernalia, no sólo seguía casi al pie de la letra las propuestas de
Bentham, sino que además incorporaba claramente la función de prevención que las penas
tenían, como principal, en su teoría penal. El Código del 37 incorporaba la función de
prevención general negativa (antes explicada), como teleología principal de las penas,
acorde con la teoría de Bentham. La simbología de la prevención se ve nítidamente
recepcionada en el contexto legal granadino. No obstante no es esta la única función de las
penas que puede establecerse del Código del 37, sino que además la acompañan la
intención de producir en el condenado un escarmiento suficiente para desalentarlo de la
comisión de nuevos delitos, esta segunda dimensión no se verifica como es obvio en la
pena de muerte sino en todas las demás del catálogo punitivo.
148
BENTHAM. ob. Cit., Tomo II, p. 100
Aunque el panóptico de Bentham nunca llegó a construirse, ni en Colombia ni el mundo,
subyace en las normas ejecutivas del Código del 37 la doble pretensión de escarmentar y
ejemplarizar, así por ejemplo, los condenados a trabajos forzados, a infamia y a
apercibimiento judicial, no sólo padecían la pena misma sino que eran públicamente
expuestos al escarnio. La pena de infamia, que equivalía prácticamente a la muerte civil,
no sólo inhabilitaba al reo sino que además generaba en la colectividad una impresión
negativa respecto a sus calidades morales. Sin embargo debe repararse en que conforme
con los principios republicanos, estas penas no se comunicaban a los familiares del reo ni
trascendían a su descendencia, como si ocurría en el derecho colonial.
Respecto del escarmiento que debe surtir la pena en el delincuente, sostenía Bentham que:
“el objeto de la pena es prevenir delitos semejantes, quitando al delincuente la voluntad o el
poder de repetirlos”149, esta finalidad se ve claramente reflejada en todas las penas
corporales, con excepción de la de muerte, e incluso en algunas no corporales del Código
del 37. Lo anterior dado que, todas ellas eran no sólo temporales sino que además admitían
rehabilitación, caso en el cual esta se publicaba en los distritos parroquiales; de alguna
forma la temporalidad de la pena, aunada a su naturaleza, sugerirían que su finalidad era la
de desalentar futuros delitos en el delincuente al tiempo de darle un ejemplo a la sociedad.
Esta tendencia teórica de atribuir a las penas la doble función del escarmiento y la
ejemplarización aunque es desarrollada por Bentham no es exclusiva, ya que Beccaria en
De los delitos y de las penas entendía que la finalidad de estas era “el terror de los otros
hombres”, y Filangieri pensaba que la finalidad de las mismas era: “impedir que el
delincuente cause otros daños a la sociedad y apartar a los otros hombres de imitar su
ejemplo con la impresión que debe hacer en sus espíritus la pena que aquel sufre”150.
149
BENTHAM. ob. Cit., Tomo II, p. 54
150
FILANGIERI ob. Cit., Tomo V. p. 15
151
Ambas codificaciones, ascendientes del código de 1837, presentan extensos catálogos de tipos penales;
esta tendencia al parecer es una influencia tardía de la tradición medieval que entendía la codificación, por
antonomasia, como un listado de conductas prohibidas.
muestra una influencia directa de las codificaciones medievales en la cultura jurídica de la
época, dado que estas eran prolijas en enumeración de delitos. De igual manera la
clasificación y ordenación de los tipos atendiendo a los intereses que afectan las conductas
punibles, es una muestra del seguimiento de las técnicas legislativas propuestas por
Bentham y Filangieri en sus extensas obras dedicadas a la postulación de una metodología
para legislar en materia penal. El menú de tipos en el código del 37, claramente obedece,
por lo menos parcialmente, a los criterios de clasificación benthamnianos (delitos públicos
– delitos privados) y en general a las demandas de proporcionalidad entre delitos y penas
de la ilustración penal.
Los principales autores de este tipo de literatura de recepción de las ideas ilustradas en
materia penal son: Beccaria, Filangieri, Lardizábal y Bentham; las obras de estos autores
desarrollan tópicos comunes inspirados por la ilustración general, relacionados
concretamente con la necesidad de reedificar científicamente del derecho penal a partir de
la ideología liberal. La teorización penal en este contexto aparece como incipiente y la
preocupación común de los autores es la incorporación sostenible del discurso ilustrado a la
ciencia del derecho penal, la limitación del poder de castigar y la estructuración de un
conjunto de principios que inspiren la legislación penal y la actividad judicial. De igual
manera comparten los autores, entre otras ideas, la de hacer de la legislación una ciencia
susceptible de ser teorizada.
La positivización de las ideas transnacionales sobre derecho penal de esta época, presento
en el caso colombiano dos dinámicas principales, en un primer momento histórico y dada la
imposibilidad política de una codificación penal inmediata en la temprana estructuración
de la institucionalidad penal, se optó por el diseño de mecanismos provisionales o de
transición que consistían concretamente en la armonización de las normas jurídicas
existentes entonces, con los textos constitucionales que incorporaban las ideas ilustradas en
el contexto local. En un segundo momento, los esfuerzos estatales se concentraron en la
expedición de una codificación penal que incorporara de manera definitiva y sistemática, el
grueso de las ideas y argumentos expresados por la ilustración europea en materia penal.
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