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“La diferencia entre lo que hacemos y lo que somos capaces de hacer

bastaría para solucionar la mayoría de los problemas del mundo” Ghandi

Nuestro pobre capital cultural

Iba circulando en bicicleta por la calle cuando se dirige hacia mí, contra flecha,
una pareja en moto con dos criaturas pequeñas sin ninguna protección, que
debieron sortear los autos estacionados en doble fila y por ambas sendas para
esquivarme. Mi instinto de madre me hizo hablar y preguntar a la pareja sino
temían por la vida de sus hijos al andar contra flecha, la respuesta que recibí
estuvo plagada de improperios. Continué mi marcha, triste, pensando en esos
inocentes que cada día aumentan las estadísticas de accidentados graves o
con secuelas para toda la vida. Al llegar a la panadería del barrio, observo que
el teléfono de la esquina continua inservible porque, hace mucho tiempo ya, lo
quemaron y nadie ha venido a repararlo. Frente a la panadería hay una parada
de ómnibus, al arribar éste no pudo acercarse a la vereda para que los
pasajeros desciendan porque han estacionado autos, a pesar de que se ha
pedido reiteradamente que no estacionen en las paradas. Llego a mi casa y
veo como el basural de la esquina sigue creciendo porque los vecinos
continúan tirando la basura fuera del contenedor.

En pocos minutos todas estas acciones de incivilidad me llevan a pensar en el


pobre capital social y cultural que tenemos los tacuaremboenses. Según
internet: “La incivilidad es un fenómeno contemporáneo en las sociedades,
especialmente en las occidentales, consecuencia de la desintegración del tejido
moral de muchas comunidades”. Nuestra pequeña ciudad de Tacuarembó
forma parte de ese mundo occidental, regido por un capitalismo feroz, el cual
impone la ley del individualismo y la competencia. Estamos rodeados de
objetos de consumo, autos lujosos, televisores inteligentes, pero hemos
perdido nuestra forma de relacionarnos y cada día más nuestro capital cultural
se empobrece.

Poco tiempo atrás miraba un programa que narraba experiencias de viaje en


Europa, un uruguayo contaba que en su viaje a Suiza había ido a visitar los
lagos en un transporte público, sacó el ticket al ingresar al barco y lo retuvo en
su mano aguardando que el inspector se lo solicitara, finalizó el viaje y nunca le
fue requerido el boleto. Le explicaron que allí no se fiscalizaba porque a nadie
se le ocurriría viajar sin pagar. Luego, sentado en una plaza suiza aprecia
cómo funciona una biblioteca pública instalada en el centro de la misma, sin
candados ni nadie que custodie los libros que están a disposición de los
ciudadanos, quienes los retiran, los leen y los devuelven. Estos ciudadanos
tienen la convicción de que dañar un bien público es dañar a la sociedad toda.

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Su conciencia colectiva les lleva a realizar acciones en beneficio de la
comunidad, a cuidar el ambiente (es frecuente verlos desplazarse en bicicleta)
limpiar espacios públicos y colaborar en acciones solidarias.

Todas estas acciones me llevan a pensar cuan poco valioso es un mundo


plagado de valores materiales y escasos valores sociales. Esto me recuerda un
interesante trabajo escrito por el premio nobel de economía Amartya Sen y
Bernardo Kiksberg, titulado “Primero la gente”, en esta obra escriben sobre la
ética del desarrollo o el desarrollo ético. El texto tiene tres grandes partes, la
primera escrita por Sen se refiere a temáticas tan relevantes como el hambre,
la globalización, la democracia. Una de las afirmaciones es que el hambre no
es consecuencia de la falta de alimentos, sino de desigualdades en los
mecanismos de distribución de alimentos. También se destaca el enfoque de
las “capacidades”, que serían las posibilidades de las que cada persona
dispondría para poder convertir sus derechos en libertades reales. “Un
gobierno tiene que ser juzgado en función de las capacidades concretas de sus
ciudadanos. Por ejemplo, en los EE.UU. los ciudadanos tienen el derecho
constitucional de votar. Para Amartya Sen esto no significa nada; él se
pregunta si se reúnen todas las condiciones para que los ciudadanos puedan
ejercer la capacidad de votar. Estas condiciones pueden ser de muchos tipos,
desde el acceso a la educación hasta el hecho de que los ciudadanos tengan
medios de transporte para tener acceso a las urnas. Sólo cuando estas
barreras estén superadas se puede decir que el ciudadano puede ejercer su
elección personal. Su aproximación basada en las «capacidades» se enfoca en
la libertad positiva, que es la capacidad real de una persona de ser o de hacer
algo, en vez de la libertad negativa, que es común en economía y se centra
simplemente en la no interferencia. En la hambruna de Bengala, la libertad
negativa de los trabajadores rurales para comprar alimento no se vio afectada.
Sin embargo, murieron de hambre porque no estaban positivamente libres para
hacer cualquier cosa: ellos no tenían la libertad de alimentarse ni la capacidad
de escapar de la muerte.”

La segunda parte de “Primero la gente” está escrita por Kliksberg, inicialmente


enfoca su planteo en las sociedades latinoamericanas analizando la salud,
educación, violencia y especialmente a la juventud latinoamericana,
cuestionando mitos en cuanto a su participación social y proponiendo
oportunidades para su inclusión.

Es en esta parte que Kliksberg define la cultura como “la manera de vivir juntos,
que moldea nuestro pensamientos, nuestras imágenes y nuestros valores”,
utilizando el mismo concepto que usa UNESCO. Esta manera de vivir en
sociedad se relaciona con el capital social, que está integrado por:

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a- necesidad de favorecer un clima de confianza con los otros,

b- capacidad de asociarnos y cooperar con los demás en temas de interés


común,

c- la conciencia cívica que implica temas tan diversos como el cuidado de


espacios verdes y el pago de impuestos,

d- la presencia de valores éticos reflejados en conductas y responsabilidades


que favorezcan la formación de un ambiente propicio para la realización de
actos valiosos y rechace la corrupción.

Al llegar aquí pensaba en nuestro querido Tacuarembó, en nuestra cultura y en


nuestro capital social, que se va degradando, erosionando, en una sociedad
cada vez más fragmentada. Siento como que nos vamos acostumbrando a los
actos de incivilidad cotidianos y ya no hacemos nada, decidimos
paulatinamente “dejar pasar”, para no discutir, para no generar rispideces con
los conciudadanos. Pero al hacerlo creo que estamos contribuyendo a
empobrecernos como sociedad, por eso es necesario responsabilizarnos,
término que etimológicamente se relaciona con “capacidad de dar respuesta” a
las diferentes situaciones que debemos enfrentar.

Relacionado con este planteo Kliksberg propone como salida a las


problemáticas sociales, ejercer y educar en el voluntariado, actividad que
supone la capacidad de asociarse y responsabilizarse por los demás. Apoyado
en datos, argumenta que esta práctica es un gran productor de bienes y
servicios sociales, un constructor de capital social, de ciudadanía y
participación, complementa el papel del Estado y está movido por una fuerza
poderosa: el compromiso ético.

Ojalá podamos comprender la importancia de construir vínculos responsables


en nuestra sociedad, al hacerlo nos estamos construyendo como personas, ese
es el único y verdaderamente valioso capital cultural que podremos heredar a
nuestros hijos.

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