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DE
LA
MODERNIDAD
I.
d i n u g a r b e r
C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 4, abril 2004
II.
Hace aproximadamente siglo y medio que se vie-
nen haciendo planteamientos acerca de los problemas
y dificultades que acarrean muchas de las premisas de
la Edad Moderna, así como múltiples observaciones
respecto a su debilitamiento o agotamiento. Kierke-
gaard, Marx y Nietzsche plantearon desde sus respec-
tivos puntos de vista una extensa gama de ideas y no-
ciones que sirvieron, directa o indirectamente, de pun-
to de partida a las reflexiones de varias generaciones
de pensadores que los siguieron.2 Pero no es sólo des-
de la filosofía que surgen voces disidentes, sino prác-
ticamente de casi todos los campos del pensar y hacer
humanos, lo que subraya la extensión y severidad de la
crisis. 3 S. Toulmin sintetiza bien la situación: 4
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III.
Es obvio que no es posible describir y analizar en
unas pocas páginas –y he de confesar que estoy lejos
de estar en posesión de los elementos requeridos para
hacerlo– cómo repercute esta crisis en todo lo que es
y sucede alrededor nuestro y cómo, por ello mismo,
cambiamos individual y colectivamente a medida que
se transforma la percepción de la realidad.
A título de comparación puede ser útil asimilar
nuestra situación, en cuanto a su forma, claro está, con
las que se vivieron durante el siglo V, aproximadamen-
te, de nuestra era, o durante el Renacimiento: estas épo-
cas también fueron tiempos de crisis a partir de las
cuales se derivaron nuevas formas civilizatorias y vi-
siones de mundo. Lo que sucedió, en pocas palabras,
fue que los horizontes de comprensión y referencia o,
si se prefiere, el sistema vigente de justificación cog-
noscitivo, moral, estético y pragmático que configura
una visión de mundo, se hizo, análogamente a lo que
sucede hoy, cada vez más flexible y, en consecuencia,
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IV.
La modernidad se engendra a partir de una trans-
formación radical de las concepciones de mundo y
hombre medievales. El aspecto decisivo de esta trans-
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V.
Es acerca de esto último sobre lo que se insiste sin
que falten motivos y argumentos para ello. La discusión
se presenta frecuentemente en torno a las causas que
han llevado a dicha situación y, no obstante las varian-
tes, la respuesta se presenta en términos de los funda-
mentos sobre los que se edificó la modernidad y, en tan-
to que decisivos, el principio de la inmanencia y el papel
asignado al sujeto, son el blanco principal del ataque.
Comparto en buena parte muchas de las críticas y
también algunas de las alternativas que se proponen.
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VI.
Lo que los filósofos clásicos modernos alcanza-
ron a ver en las novedosas nociones de sujeto y de ra-
cionalidad que estaban introduciendo fue, me temo, lo
que su larga tradición les permitió ver, y que, quizá,
buena parte de la riqueza de su hallazgo residía en lo
que se les ocultaba. Esto explicaría, aunque no es la
única explicación que cabría dar, el intento de reducir
las múltiples posibilidades que se abrían ante ellos a
unas pocas, que muy rápidamente terminaron siendo
las “únicas”, “necesarias” o “definitivas”.
Es así como se instauran por doquier gradaciones
arbitrarias entre las diversas facultades y capacidades
humanas con el propósito de privilegiar unas en detri-
mento de otras. De igual manera determinadas formas
de certeza se califican como superiores o preferibles a
otras sin motivo aparente. Se creyó que debía buscar-
se, y muchos se convencieron de haberlo encontrado,
un modelo universal de conocimiento y de ciencia que
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VII.
El quehacer filosófico no consiste en edificar, in-
ventar o proponer mundos, 19 ni tampoco convertirse
en vigilantes y guardianes de lo que es, o de la verdad,
o de lo que ha de hacerse. Más bien el filosófico es un
pensamiento que tiene a la realidad por objeto con el
propósito de comprenderla, sabiendo, si no se trata de
filosofía dogmática, que tal comprensión está sujeta al
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VIII.
Partiré de algunas ideas de Thomas Kuhn acerca
de las “revoluciones científicas” con las que mal que
bien estamos familiarizados.21 Para refrescar la memo-
ria, Kuhn no sólo señala que no existe a lo largo de la
historia un modelo único –paradigma– de ciencia, sino
también, y más interesante, que en determinados mo-
mentos los paradigmas cambian drásticamente, de mo-
do que la actividad científica de un período no tiene
mayor similitud –en lo que a temas, métodos, procedi-
mientos y metas se refiere– con el anterior. También
observa que los criterios de adhesión de los científicos
al nuevo paradigma no se fundan primordial ni nece-
sariamente en aspectos exclusiva y estrictamente ra-
cionales o metodológicos como la interpretación de los
hechos observados, la comparación analítica de los
enunciados de los problemas o de sus términos, o la
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IX.
Pero en procesos de crisis como los que vivimos,
donde los cambios son continuos y ninguno todavía
aparentemente decisivo, no cabe hablar de paradig-
mas abandonados y paradigmas nuevos de la manera
como lo propone Kuhn. Más bien nos encontraríamos
en el período de transición donde no hay algo definiti-
vo y estable a qué referirse, a no ser el presagio de nue-
vos cambios.26 Esta situación lleva a pensar en la nece-
sidad de admitir paradigmas paralelos, 27 que es lo que
parece que efectivamente ocurre en algunos sectores.
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X.
Pasemos ahora al aspecto de lo moral.
Es notorio que la modernidad no logró solventar
el conflicto entre lo público y lo privado y, por inferen-
cia, entre individuo y sociedad, entre libertad e igual-
dad, y entre moralidad y legalidad. Si bien por una par-
te el hallazgo de la subjetividad exige apuntalar la indi-
vidualidad y la libertad para desarrollar su singulari-
dad según las creencias y fines de cada quien, por la
otra el surgimiento del Estado como unidad política y
la instauración de las nacionalidades, el deslinde de las
culturas regionales, la promulgación del mercado como
regulador de las iniciativas económicas privadas, la
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XI.
Finalmente, si se reconoce que la subjetividad es-
tá sujeta al tiempo, entonces debería admitirse tam-
bién que el cambio en todas las esferas del obrar y pen-
sar humanos debería ser precisamente lo constante. No
obstante, habría que plantearse y responderse la cues-
tión de si el ser humano es capaz de vivir fecundamen-
te de esta manera, es decir, si puede vivir humanamen-
te sin un marco básicamente estable y asumido de va-
lores y normas. 36
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NOTAS
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28. John Horgan puede tomarse como un portavoz de los que pien-
san que la ciencia en general, y la física en particular, ha entra-
do en un período en el que ya no puede esperarse ninguna in-
novación radical (cf. The End of Science: Facing the Limits of
Knowledge in the Twilight of the Scientific Age, Reading, MA.,
Helix Books, 1996). La posición de Horgan es análoga a la que
sostiene F. Fokuyama en el ámbito de la economía y la historia
(cf. The End of History and the Last Man, N. Cork, The Free
Press, 1992), o en sus numerosos escritos J. Boudrillad en los
ámbitos de la cultura y los medios (cf. “The Anorexia Ruins” en
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29. No es difícil percibir las diferencias que hay entre campos co-
mo la genética, la ecología, el evolucionismo o el funcionalis-
mo orgánico, o la proliferación de teorías holísticas y de com-
plejidad en el ámbito específico de las ciencias de la vida.
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