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1. Introducción
2. Amoris Laetitia
3. Matrimonio dentro del plan de Dios
4. Nacimiento de la vocación seglar.
5. Beatos Luquesio y Buonadonna, franciscanos seglares
1. Introducción
Como los magos, las familias son invitadas a contemplar al Niño y a la Madre, a postrarse y
a adorarlo (cf. Mt 2,11). Como María, son exhortadas a vivir con coraje y serenidad sus
desafíos familiares, tristes y a custodiar y meditar en el corazón las maravillas de Dios (cf.
Lc 2,19.51). En el tesoro del corazón de María están también todos los acontecimientos de
cada una de nuestras familias, que ella conserva cuidadosamente. Por eso puede ayudarnos
a interpretarlos para reconocer en la historia familiar el mensaje de Dios.
b) Capítulo II: Realidad y desafíos de las familias
Los cristianos no podemos renunciar a proponer el matrimonio con el fin de no contradecir
la sensibilidad actual, frente a los desligamientos morales y humanos del siglo XXI,
tampoco sirve pretender imponer normas por la fuerza de la autoridad. Nos determina un
esfuerzo más responsable que consiste en presentar las razones y las motivaciones para
optar por el matrimonio y la familia, de manera que las personas estén mejor dispuestas a
responder a la gracia que Dios les ofrece.
La mayor parte de la gente aun valora las relaciones familiares, por eso, se aprecia que la
Iglesia ofrezca espacios de acompañamiento sobre cuestiones relacionadas con el
crecimiento del amor, la superación de los conflictos o la educación de los hijos. Muchos
estiman la fuerza de la gracia que experimentan en la Reconciliación sacramental y en la
Eucaristía, que les permite sobrellevar los desafíos del matrimonio y la familia. También se
aprecia el testimonio de los matrimonios que siguen sosteniendo un proyecto común, esto
abre la puerta a una pastoral que posibilita una profundización gradual de las exigencias del
Evangelio.
Aunque a menudo ocurre, nadie puede pensar que debilitar a la familia como sociedad
natural fundada en el matrimonio es algo que favorece a la sociedad, más bien, este
pensamiento perjudica la maduración de las personas, el cultivo de los valores comunitarios
y el desarrollo ético de los pueblos. Ya no se advierte con claridad que sólo la unión
exclusiva e indisoluble entre un varón y una mujer cumple una función social plena, por ser
un compromiso estable y por hacer posible la fecundidad.
Debemos reconocer la gran variedad de situaciones familiares que pueden brindar cierta
estabilidad, pero las uniones entre personas del mismo sexo, por ejemplo, no pueden
equipararse sin más al matrimonio. Ninguna unión precaria o cerrada a la comunicación de
la vida nos asegura el futuro de la sociedad. Pero ¿quiénes se ocupan hoy de fortalecer los
matrimonios, de ayudarles a superar los riesgos que los amenazan, de acompañarlos en su
rol educativo?
Hna. Ghypsis Rodríguez
Responsable de Formación Nacional JUFRA 2017
Contacto: 0416-937-17-92. E-mail: responsableformaciónjufra@gmail.com
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TA 3 0 desafío
surge de diversas formas de una ideología llamada “gender”, que niega la diferencia y
reciprocidad natural entre hombre y mujer, presenta una sociedad sin diferencias de sexo y
vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos
educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal e intimidad
afectiva, radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer.
La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia
con el tiempo. Es inquietante que algunas ideologías de este tipo, que pretenden responder a
ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento
único que determine incluso la educación de los niños.
No hay que ignorar que el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender),
se pueden distinguir, pero no separar. Por otra parte, la revolución biotecnológica en el
campo de la procreación humana ha introducido la posibilidad de manipular el acto
generativo, convirtiéndolo en independiente de la relación sexual entre hombre y mujer. De
este modo, la vida humana, la paternidad y la maternidad, se han convertido en realidades
componibles y descomponibles, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de
las parejas. Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida, y
otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la
realidad. No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador, somos llamados a
custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido
creada.
c) Capítulo III: La mirada puesta en Jesús: Vocación de la familia
La encarnación del Verbo en una familia humana conmueve con su novedad la historia del
mundo. Necesitamos sumergirnos en el misterio del nacimiento de Jesús: en el sí de María
al anuncio del ángel, cuando germinó la Palabra en su seno, en el sí de José, que dio el
nombre a Jesús y se hizo cargo de María, en la fiesta de los pastores junto al pesebre, en la
adoración de los Magos, la fuga a Egipto, en la que Jesús participa en el dolor de su pueblo
exiliado, perseguido y humillado, en la religiosa espera de Zacarías y la alegría que
acompaña el nacimiento de Juan el Bautista, en la promesa cumplida para Simeón y Ana en
el templo, en la admiración de los doctores de la ley escuchando la sabiduría de Jesús
adolescente. Y luego, penetrar en los treinta años donde Jesús se ganaba el pan trabajando
con sus manos, susurrando la oración y la tradición creyente de su pueblo y educándose en
la fe de sus padres, hasta hacerla fructificar en el misterio del Reino. Este es el misterio de
la Navidad y el secreto de Nazaret. Es el misterio que tanto fascinó a San Francisco de
Asís, el cual beben también las familias cristianas para renovar su esperanza y su alegría.
El sacramento del matrimonio no es una convención social, es un don para la santificación
y la salvación de los esposos, porque su recíproca pertenencia es representación real,
Hna. Ghypsis Rodríguez
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TA 3 0 el signo
sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia. Los esposos son por tanto el
recuerdo permanente para la Iglesia de lo que acaeció en la cruz; son el uno para el otro y
para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento les hace partícipes.
El matrimonio es en primer lugar una íntima comunidad conyugal de vida y amor, que
constituye un bien para los mismos esposos, la sexualidad está ordenada al amor conyugal
del hombre y la mujer. Por eso, también los esposos a los que Dios no ha concedido tener
hijos pueden llevar una vida conyugal plena de sentido, humana y cristianamente.
No obstante, esta unión está ordenada a la generación, por su propio carácter natural, el
niño que llega no viene de fuera, sino que brota del corazón mismo de ese don recíproco.
No aparece como el final de un proceso, sino que está presente desde el inicio del amor.
Desde el comienzo, el amor rechaza todo impulso de cerrarse en sí mismo, y se abre a una
fecundidad que lo prolonga más allá de su propia existencia. Entonces, ningún acto genital
de los esposos puede negar este significado.
En este contexto, si la familia es el santuario de la vida, el lugar donde la vida es
engendrada y cuidada, constituye una contradicción lacerante que se convierta en el lugar
donde la vida es negada y destrozada. Es tan grande el valor de una vida humana, que de
ningún modo se puede plantear como un derecho sobre el propio cuerpo la posibilidad de
tomar decisiones con respecto a esa vida, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser
un objeto de dominio de otro ser humano.
d) Capítulo IV: El amor en el matrimonio
El Evangelio invita a mirar la viga en el propio ojo (cf. Mt 7,5), y los cristianos no podemos
ignorar la constante invitación de la Palabra de Dios a no alimentar la ira: «No te dejes
vencer por el mal» (Rm 12,21). Una cosa es sentir la fuerza de la agresividad que brota y
otra es consentirla, dejar que se convierta en una actitud permanente: «Si os indignáis, no
llegareis a pecar; que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo» (Ef 4,26). Por ello,
nunca hay que terminar el día sin hacer las paces en la familia. Y, ¿cómo debo hacer las
paces? ¿Ponerme de rodillas? ¡No! Sólo un pequeño gesto, algo pequeño, y vuelve la
armonía familiar. Basta una caricia, sin palabras. Pero nunca terminar el día en familia sin
hacer las paces.
Cuando hemos sido ofendidos o desilusionados, el perdón es posible y deseable, pero nadie
dice que sea fácil. La comunión familiar puede ser conservada y perfeccionada sólo con
espíritu de sacrificio. Exige, en efecto, una pronta y generosa disponibilidad de todos a la
comprensión, a la tolerancia, al perdón y a la reconciliación. Ninguna familia ignora que el
egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a veces hieren
Hna. Ghypsis Rodríguez
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TA 3 0 nte la
propia comunión: de aquí las múltiples y variadas formas de división en la vida familiar: lo
lamento, perdón, gracias, tenías razón, me equivoqué, son frases sencillas que la familia
valora.
Cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del matrimonio, Dios se “refleja”
en ellos, imprime en ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. El
matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros. También Dios, en efecto, es
comunión: las tres Personas del Padre, Hijo y Espíritu Santo viven desde siempre y para
siempre en unidad perfecta. Y es precisamente este el misterio del matrimonio: Dios hace
de los dos esposos una sola existencia. Esto tiene consecuencias muy concretas y
cotidianas, porque los esposos, en virtud del sacramento, son investidos de una auténtica
misión, para que puedan
hacer visible, a partir de las cosas sencillas, el amor con el que Cristo ama a su Iglesia, que
sigue entregando la vida por ella.
A quienes temen que en la educación de las pasiones y de la sexualidad se perjudique la
espontaneidad del amor sexuado, san Juan Pablo II les respondía que el ser humano «está
llamado a la plena y madura espontaneidad de las relaciones», que «es el fruto gradual
del discernimiento de los impulsos del propio corazón». Es algo que se conquista, ya que
todo ser humano «debe aprender con perseverancia y coherencia lo que es el significado
del cuerpo». La sexualidad no es un recurso para gratificar o entretener, ya que es un
lenguaje interpersonal donde el otro es tomado en serio, con su sagrado e inviolable valor.
e) Capítulo V: Amor que se vuelve fecundo
El amor siempre da vida. Por eso, el amor conyugal no se agota dentro de la pareja. Los
cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo
viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable
del padre y de la madre.
Cada mujer embarazada debe cuidar su alegría, el niño merece la alegría, no permitir que
los miedos, las preocupaciones, los comentarios ajenos o los problemas apaguen esa
felicidad de ser instrumento de Dios para traer una nueva vida al mundo.
Todo niño tiene derecho a recibir el amor de una madre y de un padre, ambos necesarios
para su maduración íntegra y armonios, ambos contribuyen, cada uno de una manera
distinta, a la crianza de un niño. Respetar la dignidad de un niño significa afirmar su
necesidad y derecho natural a una madre y a un padre. No se trata sólo del amor del padre y
de la madre por separado, sino también del amor entre ellos, De otro modo, el hijo parece
perciben el peso teológico y espiritual que ilumina el significado de todos los gestos
posteriores que implican una totalidad que incluye el futuro: «hasta que la muerte los
separe». El sentido del consentimiento muestra que “libertad y fidelidad no se oponen, más
bien se sostienen mutuamente, tanto en las relaciones interpersonales, como en las
sociales”. No se pueden imponer con la fuerza, pero tampoco custodiar sin sacrificio.
El matrimonio es una cuestión de amor, sólo pueden casarse los que se eligen libremente y
se aman. No obstante, cuando el amor se convierte en una mera atracción o en una
afectividad difusa, esto hace que los cónyuges sufran una extraordinaria fragilidad cuando
la afectividad entra en crisis o cuando la atracción física decae. Dado que estas confusiones
son frecuentes, se vuelve imprescindible acompañar en los primeros años de la vida
matrimonial para enriquecer y profundizar la decisión consciente y libre de pertenecerse y
amarse hasta el fin.
Este acompañamiento debe alentar a los esposos a ser generosos en la comunicación de la
vida, el camino adecuado para la planificación familiar presupone un diálogo entre los
esposos, el respeto de los tiempos y la consideración de la dignidad de cada uno de los
miembros de la pareja. Los pastores deben alentar a las familias a crecer en la fe. Para ello
es bueno animar a la confesión frecuente, la dirección espiritual, la asistencia a retiros e
invitar a crear espacios semanales de oración familiar.
un acompañamiento con gran respeto, evitando todo lenguaje y actitud que las haga sentir
discriminadas, y promoviendo su participación en la vida de la comunidad. Para la
comunidad cristiana, hacerse cargo de ellos no implica un debilitamiento de su fe y de su
testimonio acerca de la indisolubilidad matrimonial, es más, en ese cuidado expresa
precisamente su caridad.
En el curso del debate sobre la dignidad y la misión de la familia, los Padres sinodales han
hecho notar que en los proyectos de equiparación de las uniones entre personas
homosexuales con el matrimonio, no existe ningún fundamento para asimilar o establecer
analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre
el matrimonio y la familia. Es inaceptable que las iglesias locales sufran presiones en esta
materia y que los organismos internacionales condicionen la ayuda financiera a los países
pobres a la introducción de leyes que instituyan el “matrimonio” entre personas del mismo
sexo.
g) Capítulo VII: La educación de los hijos
5. Luquesio y Buonadonna