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#HistoriaDelConflictoInternoColombiano

Hace 119 años se libro la mayor batalla de la historia de Colombia

Palonegro

Entre el viernes 11 y el viernes 26 del mayo del año 1900, se libro en las montañas de Santander,
la mayor batalla de nuestra historia, la de Palonegro, que enfrento a 30.000 soldados liberales y
conservadores en un duelo que se definió a bayoneta y machete.

Este es el relato del General del Ejercito Nacional, Henrique Arboleda Cortés, quien dirigió parte de
las tropas en la acción.

“Los días pasaron en ansiedad continua; los hombres desfallecían de cansancio, de mal humor, de
esa inconfundible desconfianza que atacaba los valientes al descubrir las vacilaciones de los jefes.

“Liberales y conservadores se mataron con gesto mecánico, estúpido, rabiosos, sometidos a un


impulso de odio impersonal. Los reclutas de Pinzón, perdido el miedo de la primera tarde, se
defendieron con ahínco, pujantes y atrevidos; los voluntarios de la revolución, curtidos por el
fuego de Peralonso, cargaban sobre ellos con esperanza de aniquilar su resistencia, pero eran
demasiados.

Morían y morían, y otros mocetones fornidos y descansados, llenaban los claros; era una tarea
inútil. Sobre la meseta áspera, sucia de sangre, sobre las montoneras fúnebres, sobre los gritos de
los heridos, las blasfemias de los hombres, el humo de las hogueras y el silbido de las balas, un
alarido arrollador, palpitante, histórico, quebró los nervios de estos condenados a morir:
“¡Empujen para que esto se acabe!”.

“El 13 de mayo, Uribe Uribe y Herrera sacaron fuerzas de su heroísmo, y con arrojo encabezaron
las célebres cargas de macheteros, desbaratando las columnas enemigas, que al paso de esos
soldados quemados por el ardiente sol se doblaban con la facilidad y rapidez que se doblan las
espigas en la siga al filo cortante de la hoz; Pinzón opuso a esa furia sus batallones veteranos; fue
inútil.

Un golpe, dos, a la derecha, a la izquierda; y los machetes subían y bajaban, con ruido sordo
quebrando huesos, cortando cabezas. Avanzaron las huestes revolucionarias mientras tuvieron
hombres a su frente; la contienda adquirió entonces aspecto grandioso, pese a la horrible
carnicería; el triunfo liberal parecía innegable. Sonaron los clarines y de las toldas de la revolución
se alzó un canto de victoria.

“El generalísimo del Gobierno, confundido por el desastre, consultó a sus ayudantes; cedían por
todos lados los conservadores ante el empuje irresistible; resonaron las descargas de los fusiles en
retirada, las cornetas y los tambores. A las seis de la tarde, el ejército de Pinzón, casi derrotado,
estuvo a punto de entregar el campo; una hora más y habrían ganado los revolucionarios.

Cuando el espectro de la derrota se cernía sobre el bando conservador, el General Pinzón, un


boyacense que no era un genio militar pero era hombre religioso e inmutable ante el peligro,
apareció en el lugar más álgido de la batalla y con poderosa voz de mando contuvo la desbandada:
“De aquí ni un paso atrás…. Aquí muero hoy. Los que quieran acompañarme, quédense”

Y las tropas se quedaron; al resplandor del ocaso los gramalotes (un batallón de conservadores
santandereanos), al mando del general Henrique Arboleda, cargaron en fila cerrada con la
bayoneta calada, y lo que se creía perdido, fue espléndida victoria.

Desde entonces los liberales sin cartuchos aflojaron el paso, dispersándose como las hojas cuando
las lleva el viento.

“En batallar y mas batallar con mudable fortuna llegó el 25 de mayo; cada día se iban haciendo las
descargas mas lejanas y menos frecuentes. Como los truenos distantes de una tempestad que se
aleja, sin que los revolucionarios abandonaran sus fortalezas de Palonegro.

Con lentitud, aquel ejército diezmado buscó consuelo en su derrota en los cerros vecinos. Los
gobiernistas avanzaron con cautela por el campo, prendiendo fuego a los cadáveres, que
insepultos envenenaban la atmósfera. La horrible zona era un cementerio abierto: soldados mal
heridos con desesperación pedían una gota de agua; confundidos liberales y conservadores eran
un solo grupo de miembros y troncos destrozados.

Los gallinazos se dieron cita y acudieron a su odioso festín; nubes de humo de las piras humanas
subían al cielo, y en ese escenario de infierno, la sangre, la miseria, el dolor, la muerte, asolaban el
yermo oscuro y solitario.

Nadie había triunfado, fue una estúpida locura. ¡Eso fue Palonegro!

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