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Este documento resume las ideas de varios autores sobre la importancia de someter la propia voluntad a la voluntad de Dios. Teresa de Ávila escribe que al renunciar a la voluntad propia limitada y entregarse completamente a la voluntad perfecta de Dios, se logra la máxima libertad, felicidad y unión con lo divino. Al decir "fiat voluntas tua" (hágase tu voluntad), se transforma la tierra en cielo y se alcanza la contemplación perfecta sin esfuerzo propio, sino a
Descrizione originale:
Ensayo literario sobre una sentencia de la oración católica por excelencia.
Este documento resume las ideas de varios autores sobre la importancia de someter la propia voluntad a la voluntad de Dios. Teresa de Ávila escribe que al renunciar a la voluntad propia limitada y entregarse completamente a la voluntad perfecta de Dios, se logra la máxima libertad, felicidad y unión con lo divino. Al decir "fiat voluntas tua" (hágase tu voluntad), se transforma la tierra en cielo y se alcanza la contemplación perfecta sin esfuerzo propio, sino a
Este documento resume las ideas de varios autores sobre la importancia de someter la propia voluntad a la voluntad de Dios. Teresa de Ávila escribe que al renunciar a la voluntad propia limitada y entregarse completamente a la voluntad perfecta de Dios, se logra la máxima libertad, felicidad y unión con lo divino. Al decir "fiat voluntas tua" (hágase tu voluntad), se transforma la tierra en cielo y se alcanza la contemplación perfecta sin esfuerzo propio, sino a
un concepto pertinente de Dios, ningún pensamiento ha sido, quizás, más lógico que este: cuando Él elige, sólo elige lo mejor.
KANT
Roberto Martínez Garcilazo
Entregarse a la voluntad de Dios es—oh paradoja—el acto de máxima
libertad. Sicut in caelo et in terra. Así en el cielo como en la tierra que se haga tu voluntad.
Proferir estas palabras con determinación es actuar guiado por la idea
de que el Paternóster únicamente elige lo mejor para sus hijos, iluminando su camino con la confianza en el amor (celestial).
Ha escrito el evangelista que si un hombre llegará a hablar todas las
lenguas de los hombres y de los ángeles nada sería si no tiene amor; que el don de profecía, la inteligencia de los misterios, la llave de la fe, la heroica caridad y el martirio son nada si el hombre carece de esa energía, del élan.
Porque—escribe Pablo—“el amor no pasará jamás”; es perfecto y
eterno, como el rostro de Dios. Paciente, servicial, generoso, humilde, magnífico, dulce, alegre y verdadero; así es el amor.
Magnánimo, bueno, optimista y fuerte es el amor, leemos en la primera
carta a los Corintios.
Por esto, escribe Teresa de Jesús—en el Castillo Interior—que:
“Mas haciendo vuestro Padre lo que Vos
le pedís de darnos acá su reino, yo sé que os sacaremos verdadero en dar lo que dais por nosotros; porque hecha la tierra cielo, será posible hacerse en mí vuestra voluntad…”
Es evidente que aquí el gran tesoro es la expresión “hecha la tierra
cielo”, esto es, transformada la ínfima residencia de los criaturas en espacio de la suma perfección por obra del amor será entonces posible la felicidad.
Sigo con la Doctora de la iglesia:
“Ahora la mía os doy libremente, aunque
a tiempo que no va libre de interés; porque ya tengo probado, y gran experiencia de ello, la ganancia que es dejar libremente mi voluntad en la vuestra.”
Renunciar a la voluntad propia pro falible, por contraria a la
perfección, es como tirar el lastre para mejor navegación por la mar ignota, confiando solo en el viento (el Paráclito).
Sin embargo, la moneda falsa de la voluntad humana es bien recibida a
cambio del oro eterno:
“Pues quiéroos avisar y acordar qué es su
voluntad. No hayáis miedo sea daros riquezas, ni deleites, ni honras, ni todas estas cosas de acá; no os quiere tan poco, y tiene en mucho lo que le dais y quiéreoslo pagar bien, pues os da su reino aun viviendo. (…) Esto es contemplación perfecta… ninguna cosa hacemos de nuestra parte, ni trabajamos, ni negociamos, ni es menester más, porque todo lo demás estorba e impide de decir: cúmplase, Señor, en mí vuestra voluntad de todos los modos. (…) ¡Qué fuerza tiene este don! No puede menos, si va con la determinación que ha de ir, de traer al Todopoderoso a ser uno con nuestra bajeza y transformarnos en sí y hacer una unión del Criador con la criatura.
Termina la Santa el parágrafo 14 del capítulo 32 avisando a sus
hermanas del Carmelo que no intenten llegar a la verdad por medio de su propia inteligencia, de su propia fuerza; sino al través de la “simplicidad y humildad”, diciendo: fiat voluntas tua.