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LA VIRGEN, REINA DE LOS

MÁRTIRES
PUNTO 1º.- MARIA FUE
VERDADERA MARTIR
Así como Jesús es llamado rey de dolores y rey de los mártires
porque en su vida padeció más que todos los demás mártires, así
también María es llamada con toda propiedad reina de los
mártires, habiendo merecido este honor por haber sufrido el
martirio mayor que pueda sufrirse después del de su Hijo. Por lo
cual, con razón, la llama Ricardo de San Lorenzo mártir de los
mártires. A ella puede aplicarse lo que dice Isaías: “Te coronará con
corona de tribulación” (Is 22, 18), es decir, que la corona con que
fue proclamada reina de los mártires fue su mismo sufrimiento,
mayor que el de todos los mártires juntos.
Que María sea reina de los mártires no puede ponerse en duda, como lo demuestran el
Cartujano, Pelbarto, Catarino y otros, siendo sentencia común que para que haya martirio basta
que se dé un dolor suficiente para causar la muerte, aunque de hecho no se llegue a morir. Así
san Juan Evangelista es considerado mártir a pesar de que no murió en la caldera de aceite
hirviendo y, en cambio, salió más juvenil de lo que entró, como dice el breviario romano. Para
merecer la gloria del martirio, dice santo Tomás, basta que uno se ofrezca a obedecer hasta la
muerte. María fue mártir, dice san Bernardo, no por la espada del verdugo, sino por el acerbo
dolor del corazón. Si su cuerpo no fue herido por la mano del verdugo, sin embargo su corazón
se vio traspasado por la espada del dolor de la pasión de su Hijo, dolor suficiente para causarle
no una, sino mil muertes. Y por eso veremos que María no sólo fue verdadera mártir, sino que
su martirio superó al de todos los demás al ser un martirio más prolongado, ya que toda su vida,
por así decirlo, fue como un constante morir.
Como la pasión de Jesús comenzó con su nacimiento al decir de san Bernardo, así también María,
del todo semejante a su Hijo, padeció su martirio durante toda su vida. Afirma san Alberto
Magno que el nombre de María, entre otras cosas, significa “mar amargo”. Por eso se le aplica
el pasaje de Jeremías: “Grande como el mar es tu quebranto” (Lm 2, 13). Sí, porque como el mar
es amargo y salado, así la vida de María estuvo llena de amargura a la vista de la pasión futura
de su Hijo. Iluminada por el Espíritu Santo más que todos los profetas, comprendió mejor que
todos ellos las predicciones referentes al Mesías que se contienen en las Sagradas Escrituras. Así
se lo dijo el ángel a santa Brígida. Por lo que, como aseguró el mismo ángel, al comprender la
Virgen cuánto debía padecer el Verbo encarnado por la salvación de los hombres, desde antes
de ser hecha madre, al compadecer a este Salvador inocente que debía ser ejecutado con
muerte tan atroz por delitos que no eran suyos, comenzó a padecer dentro de sí cruel martirio.
San Alfonso María de Ligorio insiste en que para llegar al Cielo es necesario ser mártir
y nadie puede llegar al Cielo sin serlo. O bien mártir de sangre o bien mártir de paciencia.

El santo hace hincapié en que María fue Reina de las mártires porque su martirio fue
más cruel y más prolongado que el de todos ellos. San Alfonso recuerda que para que
el martirio sea considerado como tal, basta que se sufra un dolor capaz de quitar la vida,
aunque no se siga realmente la muerte.

Aunque el cuerpo de María no fue herido por mano del verdugo, su corazón bendito fue
traspasado de dolor de la Pasión de su Hijo, dolor que era suficiente para darle no una,
sino mil muertes. Recuerda el santo doctor que los demás mártires padecieron
sacrificando la vida propia, pero la Virgen sufrió sacrificando la vida de su Hijo, al cuál
amaba mucho más que la suya propia.

María sufrió mucho en la Pasión de Cristo y sufrió sin alivio. Hay que recordar que
algunos santos mártires de la Iglesia sufrieron crueles martirios como San Vicente, San
Bonifacio o San Lorenzo entre otros muchos. Pero el Señor les otorgaba gracias
singulares para que no sintieran el dolor físico en toda su magnitud. Pero María sufrió
sin ningún tipo de consuelo.

Nos enseñan los teólogos que María, al estar llena de gracia y tener un amor puro a
Dios, ganaba más méritos recogiendo un alfiler del suelo por amor a Dios que San
Lorenzo quemándose en la parrilla.

Debemos recordar siempre que María sufrió durante la Pasión de Cristo mucho más
que una madre normal en las mismas circunstancias, que ya hubiera sido espantoso.
Dado que María era esposa del Espíritu Santo, amaba a Jesús con un amor casi infinito,
incomparablemente superior al que las madres humanas juntas sienten hacia sus hijos.

Según un ángel reveló a Santa Brígida María prefirió sufrir todo tipos de tormentos antes
que ver las almas de los hombres sin redimir. Su único consuelo en medio del gran dolor
era pensar en el mundo redimido con su muerte y reconciliados los hombres con Dios
en el futuro, gracias a la Pasión de Cristo. No nos olvidemos, pues, nunca de meditar
los terribles dolores de María.

La Importancia De Los Dolores De María II


“Es más provechoso para un alma el meditar un cuarto de hora sobre los sufrimientos de mi
Madre que un año de duras penitencias” Dijo el Señor a Santa Gertrudis.

En una publicación anterior comenté la gran importancia de la devoción a los 7 Dolores de


María, siempre citando a San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia y guía segura
en estas lides marianas.
Debemos entender que el dolor que sufrió María al ver a su hijo padecer terriblemente
durante la Pasión fue mucho más allá que el de una madre normal, que ya sería
espantoso. Pero es que tratándose de María hemos de tener en cuenta que el amor que
sentía hacia su Hijo era de una dimensión casi infinita, debido a su íntimo parentesco
con la Divinidad. Por ello su sufrimiento tuvo la misma proporción, cuasi infinita.

Tuvo que soportar, según reveló a Santa Brígida, el oír todo tipo de insultos y burlas de
la multitud. Algunos le llamaban ladrón, otros, impostor, o decían que nadie merecía una
muerte cruel tanto como Él.

Cuenta San Alfonso que un día se apareció Jesús a Sor Magdalena Orsini, la cual
padecía una dura enfermedad. Jesús le animó a unirse con Él en la cruz, soportando
aquella enfermedad. Lamentándose, Sor Magdalena le contestó: “Señor, vuestra cruz
duró sólo 3 días, pero la mía ya lleva muchos años”. Cristo contestó: “¿Qué dices, ignorante?
Yo desde que fui concebido padecí en mi corazón lo que después en la muerte sufrí en la cruz”
Este es un punto que nos pasa con frecuencia inadvertido. Cristo y la Santísima Virgen
conocían desde el principio (en el caso de la Virgen desde que se lo anunció San
Simeón) el terrible destino que iba a sufrir Jesús a manos de la misma humanidad a la
que quería redimir.

Imaginemos por un momento que nosotros supiéramos de antemano que nuestro final
iba a ser terriblemente doloroso. Más aún, que supiéramos que un día seríamos
torturados y asesinados por alguien a quien amamos especialmente. Aunque todavía
faltaran años para ello, la vida se nos convertiría en una condena de amargo sabor. Eso
mismo lo soportaron por nosotros Nuestro Señor y la Santísima Virgen María.

La Virgen tuvo que soportar como su Hijo fuese despreciado de todas las maneras:

 Siendo Hijo de Dios le llamaron blasfemo.


 Siendo descendiente del Rey David fue despreciado como un villano. “¿No es éste el Hijo de
María y del artesano José”? (Mt 13)

 Era la misma Sabiduría y fue tratado de ignorante. “¿Cómo sabe este las Sagradas Escrituras
sin haberlas estudiado”? Jn 7

 Le llamaron borracho, glotón y hombre de mala vida: “He aquí un hombre voraz, bebedor,
amigo de publicanos y de gentes de la mala vida” Lc 7

 Siendo Dios, le llamaron hechicero y amigo de Belcebú.


Así pues toda la vida de María estuvo llena de dolor, que soportó para que nosotros
pudiéramos ser redimidos. Así pues tengamos claro que si cada día o al menos con
frecuencia, nos acostumbramos a meditar quince minutos sobre los Dolores que padeció
Nuestra Madre por nosotros, estaremos acumulando un auténtico tesoro de gracias en
el Cielo, que nos será especialmente útil en el momento de dejar esta vida.

Una Gran Devoción Desconocida, Los Dolores De María

San Alfonso María de Ligorio nos cuenta como Jesucristo reveló a la beata Verónica de
Binasco que Él se complace especialmente cuando las almas meditan sobre los dolores
que su santísima Madre padeció viéndole morir.

Por otra parte cuenta Santa Brígida un hecho muy significativo que redunda en el
gran poder de esta devoción. Se trata del caso de un moribundo impenitente. Había
pactado con el demonio y llevaba 60 años entregado a todos los pecados imaginables.
Estaba obstinado en no querer confesarse, echando de malas maneras por 3 veces al
sacerdote que intentaba administrarle los últimos sacramentos. A la cuarta vez el
sacerdote volvió y le dijo con energía: “Has hallado la misericordia del Señor y vuelvo
tantas veces porque Él me lo manda”.

Sorprendido el moribundo le preguntó que como era posible tal cosa si él había servido
al demonio durante 60 años. El sacerdote le respondió: “Jesucristo quiere tu salvación
debido a la intercesión de su Madre la Virgen porque a pesar de tu vida depravada Ella
se acuerda de la devoción que un día tuviste a sus dolores y que aún en tu vida de
pecado a veces te compadecías de María”. Profundamente conmovido el moribundo se
deshizo en lágrimas. Totalmente arrepentido hizo una buena confesión muriendo en
gracia de Dios.
MARIA MARTIR
Los Dolores de María son siete. Os ofrezco un resumen de los comentarios de San
Alfonso María de Ligorio:

1º. La profecía de Simeón (Lc. 2, 22-35) El santo profeta le predijo que aquel Hijo suyo
había de ser el blanco de todas las contradicciones y persecuciones de los hombres y
que por eso la espada del dolor le atravesaría el alma. A partir de ese momento María
tuvo conocimiento de todas las penas que le esperaban. La Misma Virgen dijo a Santa
Matilde que al oír esta profecía de San Simeón toda su alegría se convirtió en tristeza.

2º. La persecución de Herodes y la huída a Egipto (Mt. 2, 13-15) La distancia a Egipto


era muy larga, 400 millas, el viaje duró como mínimo 30 días, el camino, como describe
san Buenaventura, era áspero, desconocido, era invierno, debieron afrontar lluvia y
viento sin casas ni posadas con peligros de ladrones y fieras. Según San Anselmo
estuvieron 7 años allí como extranjeros sin rentas, dinero, ni parientes debiendo
sobrevivir a duras penas con su trabajo.

3º. Jesús perdido en el Templo, por tres días (Lc. 2, 41-50) Este fue el dolor más
grande que sufrió María a lo largo de su vida, pues incluso durante su pasión y muerte
le tenía físicamente cerca. Estos 3 días fueron los más terribles para la Virgen. Se había
visto privada sin saber por qué de su Hijo amadísimo, perdiéndose así la posibilidad de
redención del mundo y sintiéndose castigada por Dios sin conocer el motivo. Estos 3
días le parecieron 3 siglos.

4º. María encuentra a Jesús, cargado con la Cruz (Vía Crucis, 4ª estación) La Virgen
reveló a Santa Brígida que cuando se iba acercando el momento de la Pasión del Señor
sus ojos estaban siempre llenos de lágrimas y un sudor frío le recorrió el cuerpo. El día
destinado vino Jesús y se despidió llorando de su Madre para ir a morir. Los apóstoles
le fueron refiriendo los maltratos recibidos de parte de Caifás y de Herodes. Finalmente
San Juan le comunicó su condena a muerte. Luego cuando pudo verle y comprobar su
terrible aspecto, sufrió un dolor capaz de darle mil muertes.

5º. La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor (Jn. 19, 17-30) Todas las penas que
sufrió Jesús en su Pasión eran también penas de María dice San Jerónimo. Unos se
reían de Él, otros blasfemaban, otros se burlaban. Todas aquellas palabras eran para la
Virgen nuevas espadas de dolor según le comunicó Ella misma a Santa Brígida. Lo que
más dolor le causaba es que Ella misma con su presencia y dolor aumentaba el tormento
de su Hijo. Cuando oyó a su Hijo exclamar: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
se sintió Ella igualmente desamparada y no pudo olvidar esta frase durante toda su vida.
Esto lo sabemos también por las revelaciones a Santa Brígida.

6º. María recibe a Jesús bajado de la Cruz (Mc. 15, 42-46) La lanza que sufrió Jesús
en el costado, de la que salió sangre y agua se dirigió a Jesús, pero María sufrió el dolor
y según Santa Brígida al retirarse la lanza y aparecer la punta enrojecida de sangre
sintió como si su propio corazón estuviera taladrado el ver el del Hijo. Según dijo un
Ángel a la misma santa fue preciso que Dios obrara un milagro para que la Virgen no
muriese en ese momento.

7º. La sepultura de Jesús (Jn. 19, 38-42) Cuando una madre siente que su hijo va a
ser sepultado la idea de que no le verá más es un dolor que excede a todos los demás
dolores. María estaba consumida de dolor y los discípulos tuvieron que apartarla
amorosamente, con una respetuosa violencia, para que esta pobre Madre no muriese
allí de pena. Escribe San Fulgencio que la Virgen deseó que su alma fuese sepultada
con el cuerpo de Cristo.
Procuremos meditar y acordarnos de tan terribles dolores que sufrió nuestra querida
Madre, por causa de nuestra redención. Ella nunca se olvidará del hijo que medite sus
dolores.

MARÍA, MADRE DE LA HUMANIDAD


Seguro que hemos oído muchas veces que María es nuestra Madre, pero quizá no
hemos reflexionado suficientemente sobre el significado de esa expresión.

Jesús, en la cruz, en el extremo de su agonía, le dijo a María: “Madre, he ahí a tu Hijo”.


Se refería a San Juan Evangelista, pero con él iba incluida toda la humanidad. ¿Cómo
se sintió María al oír esas palabras mientras veía agonizar a su hijo infinitamente amado,
Nuestro Señor Jesucristo? Seguimos aquí las reflexiones del P. Ildefonso Rodríguez en
su excelente libro Meditaciones sobre la Santísima Virgen.

Seguramente esa frase de Jesús le causó un nuevo y agudo dolor por si fuera poco lo
que ya estaba sufriendo. Juan era un discípulo fiel y leal, pero no era obviamente el
Maestro, Jesucristo. Vio que junto a Juan se le daba por hijos a toda la humanidad, llena
de individuos cobardes y egoístas. Sin duda por un momento se debió sentir
profundamente humillada ante ese intercambio de hijos tan triste para Ella.

Pero era la voluntad de Dios y ni por un instante dudó en aceptarla. Llena de amor hacia
nosotros, la perspectiva de saber que en el futuro muchos seres humanos salvarían sus
almas, reconociendo y honrando el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo, debió ser su
único consuelo en el terrible momento de ver morir a su Hijo.

Tengamos siempre presente que nunca estamos solos porque en María tenemos una
Madre que siempre vela por nosotros y que sólo quiere que le devolvamos una parte del
inmenso amor que siente por nosotros. Hagámoslo y Ella vendrá a nuestro auxilio en el
momento de la muerte, cuando todos nos hayan abandonado.

San Luis María Grignon de Monfort, autor de la clásica obra el Tratado de la verdadera
devoción, nos proporciona una importante clave en el amor a María. Que nos acordemos
de ofrecer a María todo lo que hagamos, incluso las cosas más pequeñas. Esto tendrá
un extraordinario valor.

Nuestras obras ciertamente valen bien poco porque tenemos una fuerte inclinación al
pecado y la mayoría de las veces no tienen la suficiente rectitud de intención. Sin
embargo, si esas pobres obras, se las presentamos a través de María, que no tiene
mácula de pecado, Ella se las presentará a Dios y le serán muchísimo más gratas en
virtud del gran amor que tiene Dios a María, su criatura predilecta. María es llamada
abogada y refugio de los pecadores.

De la misma forma que tener audiencia con un rey es algo muy difícil pero en cambio si
somos amigos de la reina todo es mucho más fácil.

Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de
los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido
desamparado.

Animado por esta confianza, a Vos acudo, Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo
bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos.

Madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas


benignamente. Amén.

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