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CONDORCET: SOBRE LA ADMISIÓN DE LAS MUJERES AL DERECHO DE

CIUDADANÍA.
11 de septiembre de 2008 A través de: LIC. ALICIA RAMOS 3,571 lecturas
Marie Jean Antoine Nicolás de Caritat, Marqués de Condorcet, (1743-1794), S.
XVIII, filósofo, científico, escritor, político, legislador. En términos actuales
diríamos, un pensador comprometido con su tiempo. Apoyó la Revolución
Francesa y fue víctima de un ala revolucionaria, los jacobinos. Creyó en el
progreso de la humanidad y apostó a la educación.

Condorcet escribió en 1790 un alegato sobre el derecho de ciudadanía de las


mujeres conocido como ¿Sobre la Admisión de las Mujeres al Derecho de
Ciudadanía? o ¿Sobre el Derecho de Ciudadanía de las Mujeres? o ¿Sobre la
Admisión de las Mujeres en los Derechos de la Ciudad?, que comienza así: “El
hábito puede familiarizar a los hombres con la violación de sus derechos
naturales hasta el punto de que, entre los que los han perdido, nadie piense en
reclamarlos ni crea haber sufrido una injusticia?? Lanza Condorcet dos
disparos contundentes: las mujeres tienen un derecho natural del cual se las
está privando y no se rebelan contra tal injusticia porque la práctica social
imperante les impide tomar conciencia de ella. El hábito ha familiarizado la
violación de un derecho. La subordinación femenina ha sido naturalizada.

Condorcet devela que los hombres ilustrados también fueron presa de la


deformación por el hábito. Filósofos y legisladores excluyeron a las mujeres de
los derechos comunes de los individuos de la especie tan celosamente
establecidos. Se pregunta: ¿acaso no todos han violado el principio de la
igualdad de derechos, al privar tranquilamente a la mitad del género humano
de participar en la formación de las leyes, al excluir a las mujeres del derecho
de ciudadanía? Si la ciudadanía es un derecho natural de las mujeres como
integrantes de la especie humana por el principio de la igualdad de derechos,
aunque no reconocido por la deformación del hábito, negarles el ejercicio de
ese derecho constituye un acto tiránico, concluye Condorcet. De allí que el
alegato consista en desarrollar la idea una vez establecido que los derechos
naturales son iguales en hombres y mujeres- que estas últimas son capaces de
ejercerlos, ya que afirma que solo quedaría justificada la exclusión si los
derechos naturales fueran distintos para unos y otras o si las mujeres no
tuvieran capacidad para hacer uso de ellos. Veamos cómo trata Condorcet
ambas argumentaciones.
1.- Sobre la igualdad de los derechos naturales en hombres y mujeres sostiene
que el hombre es sujeto de derechos en tanto ser sensible capaz de adquirir
ideas morales y reflexionar sobre ellas. Como la naturaleza también proveyó de
esas cualidades a las mujeres, deberían existir diferencias naturales entre los
géneros que justifiquen su imposibilidad para ejercer tales derechos, en este

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caso, el de ciudadanía. Pide Condorcet ??que se me señale una diferencia
natural entre hombres y mujeres que pueda fundamentar legítimamente que se
las excluya del goce de este derecho . El derecho a la ciudadanía, como
derecho natural, es común a hombres y mujeres porque ambos géneros
poseen las cualidades que hacen al ser humano sujeto de derechos. Lo que
podría impedir su ejercicio a las mujeres sería alguna diferencia con el hombre
de carácter natural, que legítimamente fundamente incapacidad para dicho
ejercicio. En efecto, Condorcet establece la igualdad natural de hombres y
mujeres en base a su igual condición de seres sensibles e idéntica capacidad
para adquirir ideas morales y reflexionar sobre ellas. Si varones y mujeres son
naturalmente iguales, necesariamente poseen los mismos derechos. La
igualdad natural hace necesaria la universalidad de los derechos y si no
tuvieran todos los mismos derechos, no serían verdaderos aquellos que
ostentan solo algunos individuos. Negar derechos naturalmente existentes
configura una violación que, en el caso del derecho de ciudadanía de las
mujeres, de tanto repetirse, ha pasado a ser la norma. Lo normal es estar
excluida. Y como toda práctica social, se legitima con ideas que la hacen
funcional al sistema de relaciones, donde esta natural exclusión ocultó la
asimetría en la relación entre varones y mujeres construida socialmente.
Condorcet deja claro que la negación de derechos es un acto de poder, no de
ignorancia. La tiranía de los hombres involucra incluso a filósofos y legisladores
que hicieron de los derechos comunes el fundamento de las instituciones
políticas.
2.- Habiendo establecido Condorcet que los derechos naturales son iguales
para las personas sin distinción de sexo, le resta abordar la cuestión de la
existencia de impedimentos naturales en las mujeres para ser ciudadanas. Es
decir, caracteres femeninos naturales, esto es no adquiridos, que las inhabiliten
para legislar y desempeñar funciones públicas.
El primer asunto que considera es la función reproductiva. Se pregunta:¿Por
qué unos seres expuestos a embarazos, a indisposiciones pasajeras, no
podrían ejercer derechos de los que nunca se pensó privar a la gente que tiene
gota los inviernos o que se resfría fácilmente? aludiendo claramente a
embarazo y períodos menstruales.
La función reproductiva ha sido tratada, y lo es aún en gran medida, como
función natural sin considerar su valor en la reproducción social. De igual modo
la crianza y cuidado de los hijos -así como las tareas domésticas- aún
significan responsabilidades naturales en lugar de roles sociales que pueden y
deberían compartirse y valorarse económicamente ya que constituyen trabajo.
Es esta una reivindicación todavía vigente, aunque se ha comenzado a
reflexionar y escribir desde una economía de género y en algunos países se
incluye el trabajo no remunerado de la esfera doméstica en las cuentas
nacionales.

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Volviendo al S. XVIII, lo notable es que Condorcet señala en una frase la
injusticia de adscribir desigualdad de posibilidades debido a caracteres
naturales. Es decir, no identifica diferencia con desigualdad, abriendo la
perspectiva de igualar oportunidades a partir de lo diferente. Cuando señala
que a nadie se le ocurriría privar de la ciudadanía a un hombre que padece
gota cada invierno, está convocando un pensamiento superador del hábito y
planteando que las peculiaridades individuales no limitan los atributos jurídicos
de las personas. Pero también denota que la función reproductiva no debe
excluir la participación en el ámbito público. Esta consideración merece ser
resaltada por su valor ideológico en el contexto histórico social en que fue
escrito el alegato. La revolución francesa, a la que adhirió Condorcet no solo
intelectualmente sino como legislador y funcionario, contó con la militancia
activa de las mujeres para la consecución de la libertad, la igualdad y la
fraternidad. Pero al momento de practicarse los principios revolucionarios, el
saldo para las mujeres fue la conquista de una igualdad formal pero no real en
el ejercicio de los derechos consagrados. Posteriormente y a partir de las
teorías feministas y de género, se explicaron y aún se construyen nuevas
hipótesis respecto de la desigual valoración de roles femeninos y masculinos,
de la subordinación femenina y de la inequidad de género, que legitimaron las
representaciones sociales del sistema patriarcal y fueron transmitidas
culturalmente.
Una de las categorías privilegiadas para el análisis con enfoque de género es
la de espacio público-espacio privado que remite a la identificación mujer /
naturaleza ? hombre / cultura. La naturaleza es lo no modelado, es sobre lo
que hay que intervenir y humanizar, es el instinto, las emociones, la ausencia
de razón. Las mujeres están por naturaleza dotadas de ¿instinto maternal? y
los hombres con la fuerza para doblegar a la naturaleza. La división sexual del
trabajo se basa en los atributos naturales, es anterior a la sociedad y no es
intención de los humanos contravenir la naturaleza. Las funciones naturales de
las mujeres las remiten al ámbito privado, donde se dirimen los afectos, las
relaciones familiares, los cuidados, la educación en los valores. Las cualidades
que naturalmente adornan a los hombres los hacen aptos para los negocios,
para manejar el dinero, para proveer la subsistencia, para decidir por otros,
para gobernar. Estos quehaceres de desarrollan de la puerta del hogar hacia
fuera, en el espacio que no es personal sino social, que no es privado sino
público. Para muestra baste un botón. Todavía debemos explicar que la
violencia familiar no es una cuestión privada porque ocurre en un domicilio. Es
asunto de la comunidad resguardar a las personas de la agresión de quienes
violentan el pacto de convivencia social tácitamente acordado y
normativamente garantido.
Todavía imperan en gran medida estas categorías para valorar los roles
sociales. El feminismo fue corriendo el velo en estas cuestiones que justifican

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ideológicamente la subordinación y alimentan la continuidad del patriarcado. Lo
admirable es que Condorcet sostuviera enfáticamente en ese tiempo el
derecho de las mujeres a participar en el ámbito público y aún más, que hasta
planteara como beneficioso que así fuera.

En síntesis, para Condorcet el sustraerse de una actividad un tiempo


determinado no constituye incapacidad, como no lo inhabilita al hombre que lo
hace motivado por una dolencia física.

No existiendo inferioridad física que inhabilite a las mujeres, aborda nuestro


autor las cuestiones del espíritu.

Si fuera el hombre espiritualmente superior, habiéndose primero demostrado


que tal superioridad no se debe a la educación (recordemos el gran potencial
que le otorga a la educación), ella podría consistir en dos puntos: la capacidad
para crear y para razonar. Sin duda involucra aquí las grandes esferas de la
producción humana: la artística y la científica. Creatividad, imaginación,
sentimientos, sensibilidad por un lado y la razón, observación, conocimientos
por otro. Condorcet razona del siguiente modo: se dice que ninguna mujer ha
probado tener genio en las artes o en las ciencias, ¿significa entonces que solo
tendrán derecho de ciudadanía los hombres geniales? Se dice que ninguna
mujer tiene poder razonador y amplitud de conocimientos como algunos
hombres, ¿solo a los hombres ilustrados, clase poco numerosa, les será
concedido ese derecho? A excepción de esos pocos, la superioridad e
inferioridad se distribuye por igual entre los dos sexos. ¿Por qué excluir a las
mujeres y no a los hombres inferiores a gran número de ellas?, concluye sobre
este punto.

Descartados ya el cuerpo y el espíritu como fuentes de incapacidad natural de


ejercer la ciudadanía, se pregunta finalmente Condorcet si existen en el espíritu
o en el corazón de las mujeres, cualidades que obliguen a excluirlas del disfrute
de sus derechos naturales. Y decide responderse consultando a los hechos. Se
ocupa en primer lugar de la capacidad para gobernar.

Finalmente, ¿podría argüirse que existen en el espíritu o en el corazón de las


mujeres ciertas cualidades que nos obligan a excluirlas del disfrute de sus
derechos naturales? Consultemos ante todo los hechos. Isabel de Inglaterra,
María Teresa, las dos Catalinas de Rusia han probado que a las mujeres no les
faltan ni la fuerza de ánimo ni el valor espiritual.

Isabel (reina de Inglaterra) tenía todas las debilidades femeninas; ¿causaron


más daño a su reinado que las debilidades de los hombres al de su padre o al

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de su sucesor? ¿Los amantes de algunas emperatrices han ejercido una
influencia más peligrosa que las queridas de Luis XIV, de Luis XV o incluso de
Enrique IV? ¿No cabría creer que la señora Macaulay hubiese opinado mejor
en la Cámara de los Comunes que muchos de los representantes de la nación
británica? ¿Acaso, al tratar la cuestión de la libertad de conciencia, no habría
exhibido principios más elevados que los de Pitt, (ministro británico) y un
raciocinio más sólido? Aunque haya sido tan entusiasta partidario de a libertad
como el señor Burke (político inglés)pueda serlo de la tiranía, ¿habría ella, al
defender la constitución francesa, incurrido en el absurdo y repelente
galimatías con que el célebre retórico acaba de combatirla? ¿Los derechos del
ciudadano no habrían sido defendidos mejor, en Francia, en ocasión de los
Estados generales de 1614, por la hija adoptiva de Montaigne, que por el
consejero Courtin, el cual creía en sortilegios y poderes ocultos? ¿La princesa
de los Ursinos no valía un poco más que Chamillard? ¿Podría creerse que la
marquesa de Chatelet no hubiese podido cumplir un encargo tan bien como el
señor Rouillé? ¿La señora de Lambert habría formulado leyes tan absurdas y
tan bárbaras como el ministro de Gracia y Justicia, d´Armenoville, contra los
protestantes, los ladrones domésticos, los contrabandistas y los negros? Tras
una somera mirada sobre la lista de quienes los han gobernado, los varones no
tienen derecho a mostrarse tan orgullosos de sí mismos.? Y va mostrando
fuerza y valores en mujeres gobernantes y legisladoras y debilidades y errores
de varones en esa condición. Hubo gobernantes o personas influyentes buenas
y dañinas tanto entre los hombres como entre las mujeres. Le importa para el
análisis el daño que pueden causar los gobernantes y su conclusión es que ello
ocurre independientemente del sexo. No hay en las mujeres incapacidad
natural para la función pública. La capacidad para esta última, definitivamente,
no depende del sexo.

Luego se refiere Condorcet a las cualidades de las mujeres en relación con el


ideal de ciudadano. Las describe sacrificadas por los ideales de libertarios y
republicanos, aunque no disfruten de todas sus ventajas. Y en este punto es
cuando él escribe: Las mujeres son superiores a los hombres en cuanto
virtudes amables y domésticas; aman, como los hombres, la libertad, aunque
no disfruten de todas sus ventajas; y, en las repúblicas, se las ha visto a
menudo sacrificarse por ella: han demostrado poseer las virtudes del
ciudadano cada vez que el azar o los trastornos civiles las han colocado en un
escenario del que el orgullo y la tiranía de los varones las han excluido en
todos los pueblos.? La tiranía de los varones llama Condorcet a la exclusión de
las mujeres de la cosa pública.

Después avanza en el alegato sobre el conocido argumento del temperamento


femenino: las mujeres se guían por el afecto, las emociones obnubilan su

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capacidad de razonar y como obedecen al sentimiento antes que, a la
conciencia, carecen del parámetro de la justicia. ?Se ha dicho que las mujeres,
a pesar de su mucho espíritu, de su sagacidad y de una facultad de razonar
semejante a la de los dialécticos sutiles, jamás se guían por lo que llamamos
razón. Como sus intereses no son los mismos, por culpa de las leyes, y las
mismas cosas no tienen para ellas la misma importancia que para nosotros,
pueden, sin faltar a la razón, determinarse por principios diferentes y orientarse
hacia una finalidad distinta. Es tan razonable para una mujer ocuparse del
arreglo personal, como lo era para Demóstenes cuidar de su voz y de sus
gestos.? Es como si Condorcet se preguntara: ¿quién establece la medida de
lo razonable? y se respondiera: las mujeres no carecen de razón, ocurre que
razonan de otro modo: ??pueden, sin faltar a la razón, determinarse por
principios diferentes y orientarse hacia una finalidad distinta?? porque sus
intereses no son los mismos por culpa de las leyes y las cosas revisten para
ellas una importancia diferente. Aquí queda pendiente mostrar previo estudio
sistemático que existe, pero no es de nuestro dominio- los importantísimos
aportes del feminismo acerca de la lógica androcéntrica donde el término mujer
no sería el distinto sino la negación.

Respecto de la opinión general que las mujeres aventajan a los hombres en


ternura, sensibilidad, menor sujeción a los vicios que tienden al egoísmo y
dureza de corazón, pero que carecen propiamente del sentimiento de justicia,
dice Condorcet que habiendo algo de cierto en ello, no constituye un motivo
para negarles el disfrute de los derechos naturales, porque no es la naturaleza
sino la educación, la existencia social, la que causa tal diferencia con los
hombres. Que la sociedad ha marginado a las mujeres de los negocios donde
todo se decide de acuerdo con leyes positivas y conforme a la justicia, y las ha
relegado a ocupaciones regidas por la honestidad natural y el sentimiento.
Todavía hoy es motivo de reflexión la manera distinta de hacer política de
hombres y mujeres (aunque muchas mujeres reproducen formas masculinas en
esa práctica aceptando el parámetro socialmente convalidado). La actividad
política no es ajena al carácter predominante masculino en su estructuración.
La manera de abordar los asuntos, de tomar decisiones, los horarios, la
disponibilidad absoluta, son algunos ejemplos de ese carácter. Cuando las
mujeres pretendemos asumir a posiciones de liderazgo, aparecen
contradicciones con los mandatos familiares y valoraciones sociales que
muchas veces nos llevan a abandonar la empresa. El conducir, liderar, tomar
decisiones, trascender públicamente, tener éxito, implica a veces que se ponga
en cuestión la femineidad y se reprueben nuestros desempeños familiares. Las
conductas aprendidas en el ámbito familiar motivan prácticas sustentadas en la
consideración hacia los demás, en las que se explican y justifican los
procederes, donde no solo importa el qué sino también el cómo, prácticas que

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suelen ser catalogadas por los hombres como tendencia a complicar las cosas
(no hace falta hablar tanto, nos salimos del tema, la discusión no es oportuna o
corresponde a otros ámbitos, hay decisiones que no se discuten, puede que
tengan razón pero está alejado de la realidad, etc.). Aunque se avanzó en esta
temática, no podemos afirmar que, en el conjunto social, se haya legitimado
este modo diferente de hacer política con perspectiva de género- que
entendemos introduce otros puntos de vista, que privilegia temáticas ausentes
o escasamente tratadas en las agendas públicas y que aporta metodologías
distintas para su resolución.
Cuando Condorcet advierte que por tal camino de exclusión se terminaría
renunciando a la idea de una Constitución libre, pone de manifiesto que los
argumentos contra la ciudadanía de las mujeres repulsan los principios de
libertad e igualdad y la vocación republicana, porque muchos hombres carecen
de cualidades exigidas a las mujeres, sin que ellas tengan siquiera oportunidad
de cultivarlas. Y hace trascender la cuestión de la educación de las mujeres a
la esfera política del gobierno y el estado. El caso es que para Condorcet la
exclusión es injusta, en razón de que las mujeres dotadas naturalmente- no
han tenido oportunidades educativas y de práctica social en la gestión de la
cosa pública. La diferencia (es decir que asume que hay ciertos impedimentos)
no es natural sino social, por lo tanto, subsanable. La educación y la
experiencia igualarán a hombres y mujeres en la capacidad de ejercitar la
ciudadanía. Esto revela la independencia intelectual del pensador respecto de
los cánones de su época y pone en evidencia que existían razones para las
luchas de las mujeres.
Siguiendo con el alegato, Condorcet califica como un pretexto el fundamentar
la negación de la ciudadanía en la falta de práctica de las mujeres en el manejo
de las leyes y un consecuente obrar bajo el criterio de justicia. Tampoco puede
radicar en la situación de dependencia en que viven respecto de sus maridos,
porque sería justificar una injusticia con otra injusticia. Cree Condorcet que las
razones para negar este derecho a las mujeres son de carácter utilitario y que
esta clase de motivos no pueden jamás contrabalancear un auténtico derecho.
Uno de los motivos utilitarios es el temor que debería tenerse a la influencia de
las mujeres sobre los hombres. El otro, la corrupción en las costumbres que
ocasionaría la ocupación de las mujeres en la cosa pública.

Sobre la influencia de las mujeres, dice Condorcet que causaría menos temor
si sus opiniones fueran públicas y no secretas; silenciarlas no ha evitado que
exista tal influencia, con lo que el remedio de la desigualdad logra únicamente
aumentar su peligrosidad. Esta práctica disminuiría si ejercer influencia sobre
los hombres secretamente, dejara de ser el único medio de las mujeres para
defenderse y escapar de la opresión. Y en cuanto al argumento que no se

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sostiene una opinión frente a la de una mujer por cortesía, ello esconde más
bien una cuestión de orgullo.

En cuanto a la corrupción en las costumbres (corrupción etimológicamente es


romper, destruir) dice Condorcet: Quizás se argumente que este cambio sería
contrario a la utilidad general, porque distanciaría a las mujeres de los cuidados
que la naturaleza parece haber reservado para ellas e inmediatamente rechaza
ese argumento por tratarse de una objeción infundada. En efecto, el número de
ciudadanos que se ocupan de los asuntos públicos es muy reducido. ¿Qué
diferencia hay entre apartar a las mujeres de sus tareas en el hogar y separar a
los labradores de sus arados o a los artesanos de sus talleres? Las mujeres
quedarían comprendidas en la misma clase que los hombres quienes, por su
estado social, comprometen varias horas a los asuntos mencionados. Podrá
ser éste un motivo para no preferirlas en las elecciones, pero no puede dar pie
a una exclusión legal, afirma. (Recordemos que lo que está haciendo
Condorcet es abogar por el reconocimiento del derecho de ciudadanía de las
mujeres, que el desafío era establecer la existencia de un derecho a partir de
haber establecido la existencia de la capacidad para ejercerlo. No era la
cuestión principal derecho a elegir/derecho a ser elegida, que aún requiere de
cuotas para su cumplimiento). En este último tramo del alegato Condorcet nos
dice que tanto en el caso de tareas masculinas cómo femeninas es posible
distraer una cantidad de horas para la cosa pública. Por lo que creemos que el
autor presupone en las mujeres capacidad y posibilidad de adquirir idoneidad, y
califica el ejercicio de ciudadanía de las mujeres como beneficioso para el
conjunto social. En el caso de las mujeres de clases acomodadas y habida
cuenta que no atienden el hogar continuamente, entiende Condorcet que la
labor de ciudadanas no solo no las apartaría de sus funciones, sino que
disminuiría en ellas lo que hoy llamamos frivolidad, que tiene su origen en el
ocio y la mala educación. Afirma que no debe creerse que, porque las mujeres
puedan ser miembros de las asambleas nacionales, abandonarán
inmediatamente a sus hijos, a su hogar, a su aguja. Más bien, estarán más
capacitadas para educar a sus hijos, para formar hombres y en verdad hemos
seguido procreando, pero al tiempo reclamando y luchando por un reparto
equitativo de las responsabilidades familiares que nos permita desarrollarnos
como personas tanto como a los varones.

Condorcet, en esta parte del alegato, atribuye a las mujeres natural propensión
a una vida más retirada y doméstica y las califica de más débiles que los
hombres. Pero esto no resquebraja su andamiaje conceptual porque concluye
que las costumbres domésticas saldrían ganando con estos cambios. Es decir
que persiste en su sistema el carácter social de la organización familiar, ya que
tales costumbres podrán modificarse y sería bueno que así ocurra. Y

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aprovecha la circunstancia para señalar que el temor a que las mujeres
abandonen sus tareas habituales puede deberse a la inclinación de los
hombres a dedicarse solo a gobernar cuando acceden a los derechos que los
habilitan para ello.

Para Condorcet, con excepción de los Estados Unidos, los pueblos evidencian
costumbres feroces y corruptas y existe en todos ellos desigualdad legal entre
hombres y mujeres. Encuentra una relación causal entre desigualdad y
corrupción. Y exhorta a la refutación del alegato pidiendo que se señale al
menos una diferencia natural entre hombres y mujeres para justificar la
exclusión de estas últimas del goce del derecho de ciudadanía.

??aman, como los hombres, la libertad, aunque no disfruten de todas sus


ventajas; y, en las repúblicas, se las ha visto a menudo sacrificarse por ella:
han demostrado poseer las virtudes del ciudadano cada vez que el azar o los
trastornos civiles las han colocado en un escenario del que el orgullo y la tiranía
de los varones las han excluido en todos los pueblos

II.- FUENTES:
Condorcet, Sobre la admisión de las mujeres al derecho de ciudadanía?, en:
Condorcet, De Gouges, De Lambert y otros, ?La ilustración olvidada. ¿La
polémica de los sexos en el siglo XVIII?, Edición de Alicia H. Puleo, Anthropos,
pág. 100 a 106.
Condorcet, Sobre el derecho de ciudadanía de las mujeres?, datos recopilados
por el Dr. Ignacio Medina, internet:
http://www.angelfire.com/folk/latinamerica/TeoriaSocial-1/Condorcet.html
III.- BIBLIOGRAFÍA GENERAL:

*Ana de Miguel, Univ. De La Coruña, Movimiento Feminista y Redefinición de la


Realidad. Diciembre del 2000. Extractado de internet.

*Alicia H Puleo, Filosofía, Género y Pensamiento Crítico?, Univ. De Valladolid,


Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial, año 2000.

*Ana María Fernández, ?IV. Violencia y conyugalidad: una relación necesaria?


en ?La mujer y la violencia invisible?, Eva Giberti/Ana María Fernández
compiladoras, Ed. Sudamericana, 1989.

http://www.laotravozdigital.com/condorcet-sobre-la-admision-de-las-mujeres-al-
derecho-de-ciudadania/

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