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Círculo de lectura escritoras mexicanas

Procesos de la noche
Diana del Ángel

I
La crónica en los estudios críticos de reconocido carácter hibrido, una de las definiciones
más citadas para entender la crónica es la planteada por la académica Susana Rotker: “punto
de inflexión entre el periodismo y la literatura” (La invención, 25).

Según Gonzalo Martin Vivaldi, el deber de la crónica periodística es informar, contar, narrar
lo sucedido y su valor radicaría en que se hace cargo de relatar hechos noticiosos. Sin estos,
no existe la crónica. Otro distintivo de la crónica es la clara presencia de la voz del cronista,
quien puede comentar, interpretar y opinar sobre lo que está informando.

En los últimos veinte o treinta años las figuras literarias, las artísticas y las provenientes del
mundo de la cultura popular siguen siendo parte de esta práctica escrituraria. Sin embargo,
como se mencionó anteriormente, uno de los aportes sería el protagonismo que adquieren los
personajes más invisibilizados o estigmatizados por los discursos hegemónicos. La crónica
moderna se hace cargo, más que de los grandes eventos, como lo hizo la crónica de indias,
de las pequeñas historias u ofrece una perspectiva más personalizada de acontecimientos de
gran impacto social.

Fuente: Darrigrandi, Claudia, Crónica latinoamericana: algunos apuntes sobre su estudio,


Cuadernos de Literatura, vol. XVII, núm. 34, julio-diciembre, 2013, pp. 122-143.

II
Según Eduardo Becerra, este es un género complejo de definir “debido a las borrosas
fronteras que se establecen en él entre lo narrativo y lo biográfico, lo antropológico, lo
periodístico o lo documental, según los casos”. Existe una amplia variedad de cronistas y de
crónicas, y, entre ellas, las espontáneas, donde el narrador reconstruye los hechos como
testigo no voluntario de un momento y/o de un escenario (p. 56).
La crónica se distingue de la novela histórica, en la mayor parte de los casos, porque sus
autores les prestan un espacio a las voces de personas anónimas, aquellas personas que no
tienen acceso ni a los medios de comunicación ni aparecen en los libros de historia, para
contar su verdad y clamar justicia. La crónica es, entonces, mucho más que un entramado
discursivo, ya que posee la virtud de democratizar y de permitir el ingreso en la sociedad de
esas voces marginales o acalladas (p. 84).
La crónica es un relato narrado desde una perspectiva subjetiva donde intervienen personajes
que “crean una ilusión de vida para situar al lector en el centro de los hechos (p. 383).
La crónica debe construirse con datos, elementos “inmodificables”, señala el intelectual, es
decir, que deben ser objetivamente comprobables (p. 386).
La crónica posee un hilo argumental o, a menos, un hecho de la vida real que se puede
reconstruir a partir de los testimonios de sus protagonistas con un principio, nudo y desenlace
(p. 388).

La crónica retrata el presente a través de una instantánea, como si sacara una fotografía a una
sociedad y a un momento (p. 390).

La crónica utiliza un vasto repertorio de recursos retóricos, textuales y léxicos para contar lo
real (p. 399).

En la crónica hay entrevistas que incluso no se publican, que no aparecen de modo textual,
sino que son fuentes que se realizan para constatar la verdad de un hecho o para colaborar
con la descripción y comprensión de un personaje (p. 407).

La presencia de la oralidad se rastrea con facilidad en las crónicas en la medida en la que


cada una de ellas son un conjunto de relatos. Es decir, el cronista es destinatario de estos
relatos, salvo excepciones, y como testigo de los hechos (y, principalmente, como
observador) recoge estos testimonios (p. 416).

La crónica, en términos de Bajtín, es un género impuro, ya que contiene elementos de la


poesía (muchos cronistas incluyen versos en ellas), descripciones y narraciones propias del
cuento y la novela, y del teatro (los diálogos y la creación de algunas escenas). Se trata de un
género híbrido que incorpora elementos del discurso periodístico y del literario (p. 430).

La crónica latinoamericana, como espejo del escenario, el tiempo y la realidad que retrata,
tiene un tema recurrente que es la violencia con sus múltiples rostros, que provienen de
distintas esferas del poder (p. 430).

III
La crónica en el siglo XX y XXI, que hereda herramientas de la estética de la novela realista,
retrata a sectores desprotegidos de la población, sitios remotos para el lector, lugares de
marginalidad y opresión, pero a la vez tan cercanos que generan una gran empatía. Esta
literatura se erige sobre voces populares. Culta es la lengua que dominan sus autores, pero su
afán es respetar el registro y dialecto de sus fuentes y entrevistados, construir un mosaico,
una instantánea lo más fiel posible de aquellos léxicos y perfiles (p. 64).
Quizá su principal virtud sea la del encuentro con el otro cuando se aborda la crónica. En
estos textos hay una voz que emerge, y aunque sea a ínfima escala, cuando existe la voluntad
de empatía, como la llama Gadamer, un esfuerzo por comprender al otro, el mundo es, al
menos, menos injusto (p. 65).

Fuente: Ventura, Laura, 2018, La crónica en América Latina: los murmullos de la


intrahistoria, tesis doctoral, Universidad Autónoma de Madrid, Madrid.

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