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La Violencia, el hilo tenso entre la familia y la comunidad.

BASTEIRO

La violencia es una producción social e histórica .Se presenta donde se rompe o se hace inoperante el lazo social. Asistimos hoy al
agotamiento del lazo social que organizó la Modernidad. Con ello también cambia la naturaleza del modelo de sujeto y de la violencia
social de la relaciones de los sujetos entre sí, sujetos que ya son otros. El lazo social de la Modernidad está basado en el ciudadano, en
el sujeto de la conciencia, en la racionalidad, en la representación, en la historia, en la noción de progreso individual y colectivo. Hoy
estamos frente no sólo a más violencia, o a una modificación de los indicadores estadísticos de la violencia sino que lo que aparece es
otra violencia. Es la violencia de la instauración de otro modo de ser tanto individuo como sociedad .La Modernidad se acabó, pero
seguimos muchas veces pensando en clave de historia, sin ver lo múltiple, lo indeterminado, el caos, lo inconsciente, más que como
defectos, enfermedades o alteraciones de la “realidad verdadera”, “la de antes”, “la conocida”. La que ya está naturalizada. Esta
negación a ver los cambios también es una fuerte postura de violencia. Es nuestra responsabilidad de agentes sociales introducir
pensamiento critico en la construcción de realidad que hacemos día a día, no quedarnos en el dolor, la protesta y la queja y avanzar
hacia el cuestionamiento de nuestras propias certezas..

Qué definimos como violencia. No es igual a conflicto. Negar y/o evitar la expresión y la búsqueda de una resolución de los conflictos sí
puede conducir a una escalada de violencia. Violencia tampoco equivale a agresividad, ya que esta última constituye la fuerza que
permite a los seres humanos una respuesta activa ante su entorno; siendo por tanto un elemento positivo de subsistencia y una
herramienta para definir el territorio y los límites de cada uno. Sólo cuando la agresividad se transforma en un hecho únicamente
destructivo y afecta tanto al que realiza la acción como a aquel que la padece, podemos hablar de violencia. La violencia se produce
cuando una persona o un grupo actúa de manera unilateral, imponiendo su opinión, sin dar un espacio para la negociación, cuando el
poder de ambas partes no es igual. Esta acción impuesta puede tener que ver con el cuerpo, con la vida o proyecto del otro, ya sea un
individuo o un grupo.

El acto violento no es un acto “loco”, sin relación con nada. Tiene intencionalidad, sentido, historia, proceso, ocurre en el tiempo y en
un determinado contexto relacional. Es producto de la decisión humana y no de la genética ni del azar, por eso mismo es posible
entenderlo y trabajar con él.

Cualquier individuo puede llegar a ser violento, con diferentes modalidades, en determinados contextos o interacciones. La violencia se
apoya fundamentalmente en el miedo en el plano afectivo y en la desigualdad del poder en el plano de lo social. Puede provenir del
miedo de no ser reconocido ni considerado, del miedo de no ser amado, del temor de perder el poder o de no tener el poder suficiente.

La violencia no se define únicamente a nivel individual y psicológico, es un fenómeno tanto social como psicológico. Debemos verla
como un producto social que está estrechamente ligado a la manera de vivir y de ver el mundo, a la cultura y a la organización de la
sociedad

Actualmente estamos enfrentados tanto a las formas de violencia social como a la violencia familiar, doméstica, pero también nos
referimos a fenómenos sociales nuevos que influencian las manifestaciones de la violencia, tales como: el crecimiento demográfico y la
percepción de los países ricos de “2/3 de la población mundial que sobra; el cambio acelerado y la desestabilización, traducidos en
desorientación y falta de alternativas; la urbanización desmesurada; las desigualdades económicas y sociales entre los diferentes
grupos humanos cada vez más globalizadas y profundas; los nuevos conflictos internacionales que cada vez más toman la forma de
conflictos internos de ciertos países y ponen en juego un mayor número de civiles; la guerra y el terrorismo psicológicos que
promueven sentimientos de intolerancia, desconfianza, odio y venganza; el individualismo que se estimula y acentúa, fomentando la
competencia extrema y desarticulando el tejido social solidario la priorización de estrategias de control por sobre las de prevención.

En el caso de la violencia familiar como en el de la violencia social, el hecho violento no es un hecho aislado, ocurre en un contexto
social, histórico que le da sostén y discurso.

La violencia familiar puede manifestarse en distintas vertientes: violencia entre la pareja, generalmente contra la mujer, maltrato a los
niños en el seno de la familia; maltrato a ancianos,(incluyendo abuso económico, violación de los derechos violencia física, sexual,
psicológica y económica conductas tiránicas, de utilización y de desapego, mendicidad, corrupción)

A nivel de funcionamiento interno, observamos que las familias con mayor intensidad y frecuencia de interacciones violentas entre sus
miembros presentan:

una escasa o nula posibilidad de pensamiento simbólico, donde el pensamiento se ve desbordado continuamente por la acción; falta de
límites con imposición del caos y la disfuncionalidad en normas de funcionamiento familiar que diluyen cualquier principio organizador
de la vida cotidiana; falta de contención familiar: vivencia continua de un clima perturbador que favorece el desinterés y la desatención
;distorsión afectiva: relaciones afectivas cargadas de desamor, desapego y desvalorización ;falta de discriminación relacional:
indiscriminación de roles y funciones en la dinámica familiar.
A nivel de funcionamiento externo, esta modalidad relacional trasciende el ámbito familiar y sus repercusiones llegan a otros contextos,
a través de diversas formas observables, tales como: negligencia con descuido y desatención manifiesta , abandono y / o promoción de
situaciones de riesgo malos tratos físicos/psicológicos: acciones conyugales y/o parentales destinadas a hacer daño a la pareja o a los
hijos, agresiones directas de carácter físico o psíquico con el propósito de someter al otro , actitud de agresión continua, que puede
incluir abusos sexuales hacia la cónyuge y/o los hijos fracaso escolar / absentismo / conductas disruptivas: distintas expresiones de
desajustes y malestar más o menos generalizadas de niños / adolescentes perturbados por la multiproblematicidad familiar y que se
trasladan al contexto educativo y/o social; transgresión normativa: manifestación más o menos generalizada de la falta de límites,
indiscriminación relacional que genera un cuestionamiento a cualquier principio de autoridad, jerarquía o norma de funcionamiento
socioeducativo alarma social: efecto directo de las transgresiones de todo tipo que acaban generando un efecto multiplicador en el
medio, a través de actos violentos que pueden adquirir características delictivas (hurtos, vandalismos, acosos, etc.).

Cómo se va “tensando el hilo” entre la familia – las instituciones – la comunidad

Cuando surge una demanda de familias multiproblemáticas por ejemplo, se observa que la dificultad repercute en otros contextos
diferentes al de la familia, especialmente el Centro Educativo, la calle o una actividad en un Centro de Servicios Sociales en referencia a
situaciones vinculadas con niños o adolescentes que provocan alteraciones sociales con sus conductas.

Aquí empieza el peloteo, en el sentido de quién asume las responsabilidades que le corresponden. Las familias suelen hacer una
depositación en las instituciones para que se encarguen del control de los niñas y adolescentes. Estos se ven superados y devuelven en
la dirección contraria la depositación recibida. Se llega al punto de “el uno por el otro y las niñas o adolescentes sin atender”.

Estas situaciones están cargadas de incomodidad, desconcierto, impotencia, con la sensación de desahucio que invade a los
protagonistas. Sin embargo, lo que realmente puede facilitar una espiral de violencia y escalada disfuncional es la distorsionada
implicación institucional. Suele romperse esta inercia cuando ocurre un hecho grave como la muerte de un integrante familiar u otro
daño significativo que dejan dolidos a los familiares, consternadas a las instituciones y alarmada a la comunidad.

Los movimientos de ida y vuelta crean un hilo tenso entre la familia y la comunidad sostenido por la incapacidad de unos y otros para
atender la complejidad que se presenta. Se suelen buscar caminos lineales para explicar los problemas y por lo tanto las posibles
soluciones no llegan, porque siempre se transitan aspectos parciales que no permiten entender la globalidad relacional. Este empeño
debilita y ensombrece las posibles salidas al/los problema/s planteado/s y en consecuencia potencia el crecimiento de círculos viciosos
que acaban siendo reflejo de visiones recortadas en uno y otro contexto; con el riesgo de una multiplicación intervencionista que puede
acabar siendo perjudicial, si no se apoya en una planificación institucional coordinada. Al igual que en la familia, predomina la
necesidad de poner orden y poder pensar y formular hipótesis relacionales que ayuden a responder adecuadamente a la complejidad
de la problemática planteada.

Las instituciones del ámbito educativo se manejan con normas y clasificaciones rígidas que dejan un espectro demasiado amplio en el
campo de la exclusión. El absentismo, el fracaso escolar, el comportamiento disruptivo y la violencia denuncian la conflictividad
permanente que existe en los centros, creciendo en escalada simétrica, hasta que se impone el criterio del adulto vehiculizado a través
de la expulsión del alumno o el ataque agresivo que culmina en instancias policiales y judiciales. El vínculo profesores-alumnos se
establece desde la premisa de estar ante “posibles enemigos” en términos de “ataque y defensa” continuos, sin dar lugar a una relación
humana de intercambio recíproco entre ambas partes. La institución educativa se declara “incapaz” de hacerse cargo de los niños y
adolescentes de los que se ocupa, recurriendo a “reforzar las medidas de disciplina en los centros” por partir de un análisis equivocado
según el cual se considera que “la indisciplina es la principal causa de los problemas educativos” sin verla como emergente del sistema
y del macrosistema del que éste forma parte. A nivel de la institución de Servicios Sociales suele observarse un funcionamiento en
algunos términos similar al de la familia. Ocurre con frecuencia que los equipos, cuando los hay, están sobresaturados de demandas
“urgentes” y de diferentes tipos de exigencias que atienden un tanto desorganizada y caóticamente, generando un círculo vicioso en
vez de una alternativa de salida.

Tiende a establecerse un vínculo dependiente pues resulta más “sencillo” dar una respuesta meramente asistencialista, que resulta
bien aceptada por parte de ellas, que implicarse en una labor terapéutica que fomente una responsabilización progresiva de parte de
éstas en la resolución de su cotidianidad. En la medida en que se ven desbordados, los técnicos pueden fomentar un modelo relacional
expulsivo al necesitar “quitarse la familia de encima”.

Si a todo esto sumamos intervenciones en solitario o carentes de todo tipo de supervisión, tenemos garantizada la perdurabilidad
multiproblemática con el resultado de disminuir perspectivas terapéuticas a cualquier forma de tratamiento.

Obstáculos personales y grupales para la intervención:


el activismo : imprime calidad de urgencia a la intervención y ello puede llevarnos a una respuesta inmediata de “apaga fuegos”. El
riesgo está en que este modo de actuar se convierta en nuestra tendencia y perdamos de vista la necesidad de tiempo suficiente; la
generalización : nos impide ver las particularidades, lo que hace única a una situación; nuestra implicación afectiva : podemos quedar
perplejos, preocuparnos, asustarnos, enfadarnos, entristecernos, empatizar; la fantasía de poder resolver la situación en soledad : no
tener en cuenta la riqueza de la mirada grupal y de un espacio de contención en el que compartir vulnerabilidades y fortalezas y
experiencias vividas en la tarea. Esto implica asimismo no tomar conciencia de los límites de nuestra acción; no tener en cuenta a los
protagonistas de la situación : la situación conflictiva no puede resolverse satisfactoriamente sin la participación de sus protagonistas y
del contexto en que ésta ocurre (familia, grupo de clase, institución educativa,…

Tejiendo redes o de cómo empezar a destensar el hilo…

En esta configuración multiproblemática familiar y comunitaria podemos reflexionar sobre el papel que cumple cada una en el
desarrollo de la violencia y qué movimientos seríamos capaces de hacer para contribuir a que el hilo tenso entre todos los participantes
tenga una tensión lo suficientemente aceptable como para crear un marco terapéutico razonable de ayuda.

La comunidad, a través de sus instituciones, debe buscar soluciones complejas partiendo de un marco de actuación coordinada desde
un primer momento. La coordinación intra e interinstitucional suele ir a remolque de actitudes espontáneas de los técnicos
intervinientes. Es útil que alguien tome la iniciativa, con un criterio institucional claro respecto al sentido que tendría el encuentro entre
profesionales para discutir los casos y plantearse hipótesis y distintas alternativas de atención a la violencia en la familia y sus
atravesamientos comunitarios.

Esto requiere que las distintas instituciones implicadas en su atención puedan incluirse en el foco de mirada, considerándose parte
integrante del proceso de cambio o mantenimiento de la situación de la familia. Si tenemos una visión recortada que empiece y
termine en las dificultades familiares, estaremos perdiendo de vista la riqueza de variables en juego. Esta reflexión se enriquecerá en
un marco de encuentro e intercambio del equipo sobre la tarea que desarrolla.

Cuanto más estable sea el contexto de intervención institucional y el equipo encargado de concretarla, más posibilidades de sostén y
apoyo existirán para contrarrestar parte del tremendo caos en el que suelen vivir estas familias.

El camino a transitar será menos costoso si se cuenta con una cadena de sostenes que puedan proporcionar las familias extensas,
amigos, vecinos, profesores o cualquier persona significativa que, por algún motivo relevante, pueda formar parte de una red social de
apoyo. Esta seguramente proporcionará alivio y cumplirá un papel indispensable para la resolución de la/las dificultades más
acuciantes. A la vez, en la medida que vaya existiendo una mayor implicación familiar, irá perdiendo su protagonismo a favor de
quienes son los “actores principales”.

Si trabajamos en términos de “casos” deberemos hacerlo tomando en cuenta todas las determinaciones de la situación. Habrá que
consultar, con cautela, discreción y amorosidad a los participantes del hecho para lograr hacerse una idea clara de la situación y de los
recursos de salud con los que contamos en ese grupo familiar, en esa institución, en esa comunidad específica, para enfrentar ese
hecho.

El desarrollo de la intervención

¨ la evaluación es el primer paso de la intervención y es importante brindarle el tiempo de dedicación que requiere. Suele ser mucho
mayor el tiempo dedicado a la preparación de la acción y la valoración de su alcance que la acción en sí misma. Aunque se trate de una
situación de emergencia en la que sea necesaria una respuesta inmedidata, es necesario reflexionar sobre ella y pensar intervenciones
posteriores que nos permitan un abordaje continuo y global con implicación del grupo, que a su vez cumplirá una función educativa
preventiva.
Dentro de la evaluación, proponemos tener en cuenta las variables mencionadas para valorar los efectos de la violencia en los casos
que se nos plantean, como herramienta diagnóstica y pronóstica a la hora de diseñar nuestra intervención en los mismos

¨ el significado y el sentido del acto violento dependerá de cada situación y requerirá por lo tanto respuestas asistenciales diferentes(
pertinencia en relación con un problema, la singularidad de una situación )
¨ es muy importante tomarse el tiempo para identificar lo más posible los elementos de nuestra propia percepción, de nuestra
implicación en el problema. que pueden influenciar nuestra intervención. Cuando nos enfrentamos a una situación de violencia, y más
aún si reviste gravedad, es importante evaluar con otros la pertinencia o no de una intervención y de qué modo llevarla a cabo. Esta
mirada grupal nos aporta diferentes puntos de vista.
¨ la coordinación con otros recursos. Nos referimos a la necesidad de definir qué es posible hacer y qué actuación está a nuestro
alcance: cuáles son los límites de nuestra acción: hasta dónde podemos llegar, cuáles son las ventajas y cuáles los riesgos. A menudo
frente a este tipo de incidencias podemos oscilar entre la sensación de impotencia (“no está en mis manos”) y la de omnipotencia
(“puedo con todo”). Examinar lo que sí podemos hacer es tomar conciencia de los límites entre los cuales se sitúa la intervención y
hacer el duelo de la intervención ideal.

Estos límites pueden ser:

– los del profesional que interviene, de su equipo, de su institución (personales, geográficos, de tiempo y disponibilidad, económicos…)

– los del contexto de las situaciones conflictivas – atravesamientos comunitarios

– los de nuestro rol profesional

Tomar conciencia de nuestras posibilidades y nuestros límites en relación con la intervención dirige nuestra mirada a otros roles
profesionales de la propia institución y/o de otras instituciones de un modo u otro vinculadas al problema que se está afrontando y
plantea la alternativa de una derivación. Cuando se plantea una derivación a otro/s equipo/s es interesante que no se haga desde un
mecanismo de depositación sino desde el compartir responsabilidades desde el área de intervención de cada uno.

¨ la situación de violencia no puede resolverse satisfactoriamente sin la participación de sus protagonistas. Se trata de escucharles y ver
cómo comprenden el problema, tratando de tener la mayor cantidad de puntos de vista posibles. El acercamiento a los actores
implicados ha de hacerse desde un interés de tener la mayor cantidad posible de datos sobre lo ocurrido antes de emitir juicios, con
intención de conocer lo que el episodio representa para ellos y ayudarles a desplegar sus propios recursos para afrontar los hechos.

“Nosotros” mismos como herramientas

El trabajo de reflexión del equipo sobre sus presupuestos, emociones, reacciones y conflictos será una herramienta imprescindible en
esta tarea, por lo que es necesario preservar espacios de intercambio, contención, y pensamiento.

Ser cuidadoso con los propios sentimientos de rechazo que ciertos pacientes, consultantes o situaciones, nos provocan, para evaluar
cuáles son las propias violencias que están siendo movilizadas. No rechazarlas ni actuarlas: observarlas, tomar conciencia de ellas y
pensarlas y pensarnos. Valoramos la necesidad de estar alertas frente a un error frecuente en los operadores de estas problemáticas,
que es el de suponer absolutamente diferentes al agresor de la víctima. Al agredido se lo ve sin odio ni deseos de venganza, cual si
perteneciera a otra estirpe, una en la que no existe la violencia ni la crueldad que sí está presente en el victimario. Con esto se despoja
al agredido de su realidad, de su fuerza y de la energía de su furia para defenderse, vivir y recrearse y al agresor de una posibilidad
diferente de relacionarse.Detrás de este supuesto lo que se esconde es la creencia en una diferencia cuasi biológica : “los buenos y los
malos son así “, un elemento “natural” ahistórico y por lo tanto inmodificable. Pero también desaparecen detrás de estas diferencias,
consideradas como “sustanciales” los efectos estructurales: la desigualdad, el abuso de poder, las construcciones sociales injustas.

¿Qué perspectiva o pronóstico tendría la familia?

Cualquier pronóstico de las familias que nos ocupan dependerá de los múltiples factores.Si somos capaces de reconocer la complejidad
del entramado social donde se inscriben sus dificultades, a su vez producto del sistema, podemos incluir como factor desestabilizante
su escasa oportunidad de engancharse a la producción que una comunidad requiere para crecer; tanto en aspectos económicos como
afectivos, cognitivos, culturales y sociales. Por ello, sin perder la perspectiva terapéutica, no podemos olvidarnos de las “otras”
cuestiones presentes en el funcionamiento cultural, social, educativo y que condicionan muchos comportamientos, admitiendo las
particularidades de una familia multiproblemática.

En nuestra intervención no podremos hacernos cargo de todos estos atravesamientos, pero sí resultará esencial tenerlos en cuenta
para saber en qué nivel se produce la fractura. Así podremos ver en cuáles de ellos podemos pedir responsabilidades allí donde las hay
y en cuáles no tenemos posibilidad de intervenir, aceptando las limitaciones de nuestro rol profesional. Dada la gravedad y dificultad
presentes en la mayoría de los casos, nos servirá centrarnos en aspectos concretos que nos permitan transformar aunque más no sea
cuestiones infinitesimales, para mantener viva la esperanza de que el cambio es posible.

Los procesos de cambio se inventan a partir del tránsito que van experimentando los sujetos. Desde el estereotipo, la rigidez, la inercia,
la confusión, la perturbación, hacia la flexibilidad, la tolerancia, el movimiento decidido, la claridad y las emociones estables. No existe
un modo determinado de cambiar nada. Sólo a través de la propia dinámica pensada, vivida y sentida por la familia, las instituciones y
la comunidad en general es que algo “se mueve”. Siempre con la opción de hacer las modificaciones necesarias según las necesidades o
las otras perspectivas que vayan experimentando las variaciones existenciales.

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