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Grupo de Trabajo, dibujos, fotografías

y diagramación:
Flora María U ribe Pacheco
María Cecilia Tru jillo Pérez
Marta Cecilia V élez Saldarriaga
Gloria Aristizábal Bernal
Luz Gloria López Gallón

PORTADA:
"Rompiendo El Círculo Vicioso". (1962)
Remeaws Varo. Pintora nacida en Cataluña en 1913 y muerta
en México en 1963. Remedios ha sido considerada maestra de la
pintura fantástica. Su dominio encantado de un universo mágico,
regido por leyes físicas diferentes a las de aquél en que vivimos,
es un mundo en el que vagan extraños personajes en artefactos
barrocos con mecánicas irracionales, y donde un loco humor alcan-
za las cimas de la más alta poesía.
esc.ri ben

CONTENIDO

En la pági.n a 3 presentamos "Carta a las mujeres que no


son ni poetas, ni músicas, ni, ni ... ni intelectuales".
María Cecilia Trujillo Pérez nos escribe "Transformacio-
nes"; Pág. 6.
Aura López nos trae un testimonio de una campesina.
"Graciela"; Pág. 8.
Marta Cecilia Vélez Saldarriaga nos habla sobre "El femi-
nismo: una alternativa política"; pág. 13.
El Centro de Estudios e Investigaciones de la Mujer, nos
presenta en la Pág. 24, un ensayo sobre "Mujeres, Cotidia-
nidad y Poder".
Aura López entrevista a dos mujeres sobre la violencia;
pág. 27.
En las páginas 33 y 34 Inés Posada nos escribe dos poemas.
"Borrador para una carta a mi madre", es el escrito que
nos presenta Emma de la Rosa en la página 35.

Correspondencia y colaboraciones, canj e y envío de publi-


caciones, Apartado Aéreo 49105, Medellín, Colombia.

Licencia de funcionamiento en trámite


Medellín, septiembre de 1982
Esta Revista ha sido posible gracIas a la colaboración
de las mujeres.
"Pero Orlando era una mujer -Lord Palmerston acababa de pro-
barIo-. Y al escribi r la vida de una mujer, podemos, ya se sabe,
sustituir la exigencia de la acción por la del amor. El amor, lo
ha dicho el poeta, es toda la vida de la mujer. Basta echar una
mirada a Orlando, escribiendo en su mesa, para admitir que nun-
ca hubo mujer con más aptitudes para ese papel. Seguramente,
ya que es una mujer, una mujer hermosa, una mujer en su pleni-
tud, pronto abandonará este simulacro de escribir y pensar y peno
sará en un guardabosque, aunque sea (y con tal que piense en un
hombre, a nadie le parece mal que una mujer piense). Y luego
le escribirá una esquelita (y con tal que escriba esquelitas, a nadie
le parece mal que una mujer escriba), y lo citará para el domino
go al atardecer y vendrá al atardecer del domingo, y el guarda.
bosque silbará bajo su ventana -lo cual, naturalmente, constituye
la ese ncia de la vida y el único tema de la literatura. N o me
\'engan ahora con que Orlando no hizo una sola de esas cosas!
¡ Ay de mí! -¡ una y mil veces hay de mí !-, ,nada de eso hizo
Or:ando. ¿ Tendremos que admitir que Orlando era uno de esos
mom;truos de iniquidad, que desconocen el amor? Era bondadosa
con los perros, fiel a sus amigos, la generosidad en persona para
muchos poetas muertos de hambre, tenía la pasión de la poesía.
Pero el amor -según lo definen los novelistas de género' mascu,
lino ¿y quién, después de todo, tiene mayor autoridad?- nada
tiene que ver con la bondad, la fidelidad, la generosidad o la poe-
sía. El amor es quitarse las enaguas y ... Pero todos sabemos lo
que es amor. ¿ Hizo eso Orlando? La verdad nos compele a decir
que no, que no lo hizo. Por consiguiente, si la heroína de nuestra
biografía no se resuelve ni a matar, ni a querer, sino a pensar
e imaginar, podemos deducir que no es otra cosa que un cuerpo
. muerto y abandonarla ... ",
Virginia W oolf. Orlando
Carta a las mujeres que no
son ni poetas, ni músicas,
ni, ni... ni intelectuales

Mujeres,
Seamos Poetas.
¿ De qué manera?
Reunámonos para escribir, leamos nuestros textos, comparémolos,
escuhémolos, grabémonos, escuchémonos. En nuestros grupos de
mujeres hablemos sin reglas, sin complejos, sin vergüenza, sin
tabúes.
No digamos: "Usualmente yo me callo, escuchó, no sé expresarme,
tengo miedo de decir tonterías o de hablar mal", puesto que es en
nuestras cabezas en donde no sabemos ni hablar ni escribir.
Nosotras nos subestimamos.
y es que para nosotras ha sido siempre el Padre quien habla, el
Maestro, el Marido, el Iniciador, el Especialista., el Sacerdote, el
Médico, el Consejero, quienes hablan y saben. Aquéllos quienes
tienen el cetro.
No imitemos las escuelas poéticas, olvidemos aquello que hemos
aprendido. Igualmente si somos torpes al comienzo, no es porque
nuestra lengua no sea bastante rica, nuestro plan suficientemente
claro o por otras razones de retórica. Es porque lo que tenemos
para decir está tan oculto, es tan nuevo y hemos permanecido ca-
lladas desde hace tanto tiempo que todo nos llega a la vez, que
nuestros pensamientos nos sorprenden, nos asustan por su natura,.
leza y consecuencias.
De costumbre nadie nos escucha verdaderamente y pasamos nues-
tra vida escuchando, comprendiendo. Existen tan pocas mujeres
que editan, componen y exponen que terminamos por creer aque-
llo que intentan hacernos creer: que las mujeres somos menos inte-
resantes que los hombres y que es mejor aprender lo que ocurre
alrededor de ellos. Así, hemos llegado a ser desconfiadas frente a
las mujeres y frente a nosotras mismas.
Vivimos aún en un mundo de chantaje de los hombres: Alejarse
de ellos, aislarse de ellos, perder el hilo de sus discursos, es perder
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la ocasión de saber, es perder la oportunidad de nuestra felicidad,


es alejarse de nuestro rol y de los límites de nuestra naturaleza.
Es mejor balbucear al comienzo que callarse. Es de esta manera
como una aprende a caminar.
Que nos hayan inculcado el gusto por las letras, por los estudios
superiores en donde reinan el pensamiento masculino y la lengua
masculina, o que leamos la literatura rosa, sentimental y comercial,
no cambia nada fundamentalmente.
Al comienzo, entre nosotras, sin maestros, en total libertad, nos
sentimos sorprendidas, censuradas, indecisas. Después de un pri.
mer movimiento de escritura, nos volvemos hacia atrás: ¿ habremos
exagerado? Asombradas de aquello que hemos dicho, nos sentimos
como prisioneras que han arrancado los barrotes de su prisión, que
han derribado los espesos muros de sus calabozos y se encuuentran
embriagadas por el aire fresco que respiran y no reconocen el
mundo al cual llegan, ni la ciudad, ni las calles, ni las leyes, ni las
costumbres.

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Pero las mujeres están allí, salen de todas partes, se reunen, hablan.
Presas de pánico al comienzo, claro está, j pero qué importa! Sen-
timos deseos de volver a nuestros muros donde, aunque ciegas, no
nos arriesgábamos a golpearnos contra ellos en tanto nos habíamos
vuelto ágiles en resbalarnos por los corredores estrechos, entre los
muebles.
Al comienzo, quizás por largo tiempo, tendremos la impresión de
escribir mal. Pero no es porque no poseamos técnicas brillantes y
reconocidas, sino porque no hablaremos exactamente de nosotras,
de nuestros gustos y disgustos, de nuestras vivencias y experien-
cias, de nuestro deseo, de nuestros silencios. Es en la medida en
que seamos exactas, sin ningún reflejo de moral, de reputación, de
miedo, sin recuerdos de modelos ap'r endidos, de géneros viejos o
nuevos, de reglas, que nosotras escribiremos bien.
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Entonces nuestra expreslOn, por su contenido y su forma, no se


parecerá a nada, no recibirá quizás la aprobación de las críticas,
y seremos clasificadas en la categoría de las "escribanas" y no de
los escritores; pero qué importa, no busquemos la gloria, busque-
mos primero que todo la ver.dad.
Seamos severas con nosotras mismas. En lugar de corregir las
faltas de estilo y ortografía, corrijamos el pudor y la reserva. No
se trata de hacer frases bellas, sino de ser veraces para aportar
nuestra parte a la expresión de las mujeres sofocooa hace tiempo.
Si este lenguaje es verdadero será entonces poesía, quizás novela,
ficción, crítica. Pero sobre todo será poesía en su sentido más
esencial, es decir, creación, no de un mundo de flores y sueños, sino
de una realización de nuestras vivencias ocultadas bajo las coaccio-
nes, bajo las costumbres y los prejuicios. Será entonces expresión
libre de nuestro yo.
El poeta es ante todo un insurgente. Es heterogéneo a toda tradi-
ción. La mujer es poeta cuando deja de juzgarse, de censurarse ...
Aquel lirismo, nosotras lo reivindicamos. Los muros pueden cu-
brirse de sueños y deseos. En lugar de los enormes afiches de por-
nografía, en lugar de las pinturas que '!lOS celebran como bellezas
o como musas, seamos nuestros cantos audaces de nosotras mis-
mas a nosotras mismas.
Aquéllas que al leernos sonríen con desdén, ironía o nostalgia y
dejan este libro diciendo: "Todo esto es muy bello, pero no es para
mí, yo no tengo tiempo ni coraje, hay demasiadas cosas para cam-
biar, demasiadas dificultades", se equivocan.
Todas las mujeres tenemos algo qué decir. Nuestra expresión es
nuestra toma de conciencia. Así saldremos de nuestro universo
margina!.
Se nos quiere hacer creer que las feministas son unas burguesas y
unas intelectuales. Se nos asusta doblemente: primero del feminis·
mo, como si éste fuera un error, una tara, una verruga en la
nariz, una enfermedad que~1debe esconderse; y después, de intelec-
tuales, separándonos de aquéBas que, oprimidas como nosotras,
han sido las primeras en hablar. No nos dejemos dividir. No re-
produzcamos entre nosotras las jerarquías de los hombres. Que
nuestros grupos sean el lugar de un ver.dadero intercambio de pa-
labras, incesantes y atentas, amistosas y exigentes, graves y gozo-
sas. i Qué importa que seamos célebres o no! Si ocurre, que sea
como para todos los poetas: Nuestras palabras serán tan verda-
deras que expresarán a las mujeres quiénes se reconocerán allí.

Tomado de: Programme Commun des femmes.

Traducción de Flora María Uribe.


Transformaciones

Soy una hoja que ya no está en el árbol. Divago suelta y sola


por (los espacios, entre la podredumbre que me reclama.
Pero aún me pregunto, ¿soy más que simple hoja? NO, soy algo
que descubro entre piel y piel y hasta la piel me estorba;
entonces la desgarro para saber quién soy.

Hoy me he visto como la caracola que por tan largos ratos he mi.
rado. Mi cuerpo parouzco, gran fortalez·a hecha .poco a poco, endu·
recida por los golpes inmutables del tiempo, por los vientos oscu·
ros; reforzada mil veces con esa amalgama de silencios que resarce
mi fragmentaria infancia, aquellas rasgaduras antiguas y también
esos ataques nuevos que como picotazo de ave hambrienta tratan
de hacernos parte de una misma masa, pero que logran sólo res-
quebrajar -a veces hondamente-- esa coraza que con tanto coraje
nos hemos construído.
He sentido cómo, resguardada en toda esa dureza, aferra·d aa un
túnel sin fin, a una pre-sensación oscura, estoy yo, blandamente
indefensa.
Voy lenta. Construyo también el camino; yo misma secreto la muo
cosa humedad que me permite continuar; yo misma preparo el
terreno por donde deslizaré mi frágil cuerpo entre la dura coraza
y el áspero suelo. Fijo el rumbo, voy palpando la vida, tentando
cautelosa la sensación del viento, resuelta, pese a ese oscilante va-
lor de quien va sola, ora audaz, ora temerosa. Mis tentáculos
atentos, sensuales, sondeando el alcance de mis sueños y detrás mi
viscosa huella reseca por el paso del tiempo; o tal vez mi camino,
aún dorado y transparente.
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De pronto, palpo una amenza; entonces, me repliego veloz en mi


túnel incierto y tiemblo, esperando, temiendo sucumbir ante un
picotazo certero.
Una vez allí, tiento con mi blandura la coraza, mido su resistencia
y la siento débil, de nuevo la refuerzo, rehago mi dureza.
Busco certeza, pero soy un túnel confuso, soy algo i,ncierto. Enton-
ces replegaJda en mí, conociénidome, voy adentrándome en mi bru-
moso cuerpo, en mi etérea mente. Me asombro, me desconozco, me
disgusto y me gusto. Voy aprehendiéndome, aprendo a quererme,
recogiendo esos profundos hilos me forjo nuevamente, resano los
ataques y confiada con mi fortín a cuestas, cobro coraje y resurjo.
Ante mí, el mundo, 'Y yo tratando de inventarme la vida.

María Cecilia Trujillo


Graciela

Quién creyera que yo tengo 32 años apenas. Me asomo al espejo


y me veo vieja, y es porque me ha tocado trabajar mucho y sufrir
mucho. Mire mis manos ásperas, me da hasta pena tocarla con
ellas porque podría fastidiarle. Siempre pienso que yo no debo
acariciar a na:die y mantengo ese miedo desde que le oí decir a mi
marido que no lo tocara, que 10 lastimaba.
Yo cogí el azadón desde muy chiquita, y siempre me ha gustado
cultivar la tierra. Me salí de segundo a ayudarle a mi papá. Nos
i,b amos madrugados y llevábamos el desayuno para tomarlo en el
corte, y él me enseñó a romper y a sembrar y a cogerle gusto a la
agricultura. Al principio me pesaban mucho la pica o el azadón,
pero mi papá me decía que no hiciera fuerza, que me desgonzara.
y yo no entendía 10 que me quería ·decir. Sin darme cuenta acabé
desgonzando los brazos y el trabajo me rendía mucho más, y mi
papá les decía a los muchachos que me aprendieran, que yo traba.
jaba más que ellos, y hasta me dio un pedacito de la sementera
para mí sola, y lo primero que le saqué fueron cuatro cajas de
tomate y fui con él al pueblo, a venderlas. El me decía que tenía
que aprender también a vender, porque qué me ganaba con saber
cultivar si después iba a la plaza y me engañaban.
~stos días me he sentido cansada, es como un dolor en la espa¡}.
da, sobre todo por las noches. En el día no lo siento, pero por la
tardecita se me clava aquí, como un chuzo entre las costillas. Pero
mi Dios ha sido tan bueno conmigo que me dio alimento para el
niño, aunque yo no esté comiendo muy bien porque los últimos
meses no ha sido fácil conseguir la comida. Claro que tengo sem·
brado maíz, yuca, plátano, y algunas maticas de tomate, pero
mientras cojo algo. apenas medio mer~o sacando de los diez mil
pesos oue me quedaron de la plata del seR"uro que pa1!'ó la como
pañía. Hubo que darle diez mil pesos a ella, porque al fin y al
cabo son dos hi.ios que también quedaron sin padre y están pasan·
do trabajos. Y el entierro, que costó veintidós mil pesos. Yo me
asusto de pensar en tanta plata, y la misma doña Julia me dice
que no puede ser, que cómo va a costar tanto enterrar a un muerto,
y más si ese muerto era tan pobre. Pero mi cuñado fue el encaro
gado de contratarlo y de pagarlo, y bueno, como están las cosas, y
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siendo que vino tanta gente a la novena y hubo que atenderlos,


pues piensa uno que sí se gastó todo eso. Lo peor es que estos mu-
chachos comen tanto, uno no los llena con nada, y a toda hora es
como si tuvieran hambre. Rastaacabando de comer ya .quIeren
más. Menos mal que yo muelo ahí mismo, en la casa, pues no ialta
la aguapanela, y ellos bogan todo el día y eso les 'da 'fuerza -y les
embolata el hambre.
Yo creo que lo peor ya pasó. Hasta pienso que estuvo bien que él
se haya muerto. En ve~dad me dio muy mala vida, y por. eso ahora
siento como un descanso. Lo que más me gusta, y que Djos me lo
perdone, es descansar de tener hij os, y también descansar de 'aCos-
tarme con él. Yo no <sé si ·eso le pasará a todas las mujeres, pen
es muy horrible tenerse que acostar ron .el hombre eada ·q ue él quie-
re,. a la brava, o como sea, sin siqui€T'8. 'p reguntar si a uno ¡e 'I)ro-
voca o no. Muchas veces él llegaba borraoho y me echaba nlaIW, Y
al momentico ya estaha dormido, atravesado en Ja cama, y yo sin
siquiera poderme acostar porque usted sabe lo pesa'do que se vuelve
el cuerpo de un borraClho, ni modo de correrlo un poq.u ito para yo
medio acomodarme.
1" ,.-
Gracias a Dios, a mí me quedó ese recuerdo, el único bueno que
tengo ,de la vida con él, ese último domingo que ])asamos j'lantos.
Nunca había estado asi, tan cariñoso, hasta:me acompañó a lavar,
primera vez que 10 hacía desde 'q ue nos 'Casamos. YD los domingos
me iba soja con toda la rDpa, para .aprovechaT ..el día y para embo-
latarme un poquito pues él no aparecíapü:r laeasa lrasta :la noche,
a veces hasta el lunes. Y qué tan raro, ese día '1Il'O sólo me acompañó
sino que me ayudó a enjabonar, y se sentó al lado mío, y me .aca-
rició el pelo, y de pronto se fue poniendo eomo triste y me dijo
que me quería mucho y que sufría p~sando qué iba :8 ser de mí
el día qUe él se muriera. .A hora veo 'que -estaba presintiendo la
'muerte.
Me ha ocurrido una cosa muy rara en estos días. Solamente 10
recuerdo así, como estaba ese domingo. Y cuando brego a recor,d ar
todo lo malo que pasé, ahí mismo se me viene a la mente :esa tarde,
cuando estuvo tan querido y tan tierno conmig,o, y e1 momento en
que me dijo que él no quería a esa mujer, que lo que pasaba 'era
que ella lo había .enyerba'do y que yo era en verdad ].aúnica que
él había querido siempre. Yo ,e staba en embaram y rugo me decía
esa taroe que él no iba a conocer .el niño.Pere no me qUIse 'POner
triste, y no me pongo triste ahora, porque me que.añ ese recuerdo
para siempre, tanto, que basta me pregunto si es derto todo 10
que me ocurrió con él en tantos años de matrimonio.
N os casamos antes del primer embalse. La .finquíta era una vega
donde la comida sobraba, la eul±iv.áibamos entre los dos, y .aunque
no era de nosotros~ no había 'Ull pedacito de tierra que no .:nos diera
comida. Llegálbamos por la tardecita, cansados, y Jossá'bados él sa-
lía al puéblo a merear lo que hacía falta. Yo tenía ,mi jardín, y los
domingos lo cuidaba, o remendaba la ropa, y si me quedaba lugar
;íbamos al pueblo o donde algún vecino.
Al poquito de venirnos, cuando nos aparcelaron aquí donde estoy
ahora, él se enredó con esa mujer. La conoció en la plaza y em-
pezaron a verse en .el hotel, porque ella era .eso, muj.er de hot.el.
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Había dejado al marido y a las dos nmas que tuvieron, y vivía


enredada con hombres y se emborrachaba con ellos en las cantinas
del pueblo, y dizque los embobaba con sólo sentarse un rato en la
mesa. Todos soñaban con acostarse con ella tarde o temprano, pero
pronto los dej aba, dicen que hizo sufrir a muchos que se enamora·
ron de ella.
El empezó a quedarse con ella, uno o dos días al principio, después
semanas enteras. Llegaba a la casa furioso, y aunque me insultaba
y trataba mal a los chiquitos, yo me quedaba callada porque me
parecía que estaba sufriendo mucho y me daba lástima. Una vez
llegó con el brazo cortado, a medio vendar, y yo me asusté pero no
fui capaz de preguntarle nada. Más tarde supe que había tenido
una pelea con uno de los tipos de ella, y desde entonces yo pasaba
los días y las -n oches pendiente de una mala noticia, esperando
siempre lo peor. Por eso, cuando él me dijo que quería traérsela
para la casa y que ella tenía que ser solamente de él y de nadie
más, le contesté que sí, que se la trajera si con eso había de estar
más tranquilo.
y se la trajo. Cuando llegó me dijo buenas tardes y se metió en
la pieza a ordenar las cosas que había traído en una caja, la ropa,
los zapatos, un cuadro de la virgen del Carmen, un florero. Yo le
llevé café y le dije que si no quería comer todavía. Ella dijo no,
todavía no, y se puso a guardar todo en el baúl.
No sabía cocinar, In i coser, ni nada de oficio de la casa, solamente
sabía cosas de esas, de mujeres, usted me entiende. Yo tenía que
ir al corte con él, desde por la mañana temprano, y dejar el al.
muerzo montado, y cuando volvía no había nada listo, me tocaba
a mí alistar y servir. A ella le costaba trabajo hasta coger los
platos del aparador, y aunque sí ayudaba a lavarlos después de
comida, lo hacía muy despacio y les dejaba toda la grasa, y yo
volvía a lavarlos sin que se diera cuenta. Le enseñé a cocinar y
entonces ella empezó a hacerse cargo de la comida, y cuando él y
yo llegábamos, tenía la casa medio arreglada. Después de comer
se iban juntos para la pieza, pero yo no me ponía triste porque
lo veía contento, me parecía que ya no sufría, y todos vivíamos
más tranquilos.
Los dos bebían mucho y se iban juntos los sábados a mercar, pero
volvían tarde, borrachos, y casi siempre sin haber comprado nada.
Ella en sus borracheras decía que iba a regalarle las dos niñas al
primero que pasara. Las había dejado con la mamá, y a veces las
traía a la casa. Yo las quería mucho y me ponía muy triste cuando
ella hablcl.ba de eso, y le suplicaba que me las diera, que yo le
regalaba en cambio la vaquita y el marranito, que había conseguido
juntando un peso aquí y otro allí. Pero ella no quiso dejarme las
niñas, prefirió regalárselas a una señora de Rionegro y nunca vol·
vió a saber nada de ellas. El vendió los animales y se bebieron la
plata y yo ni siquiera supe por cuánto los había vendido.
Después fue cuando a él lo metieron a la cárcel. Estuvo preso diez
meses y ella se fue para donde la mamá el mismo día en que se lo
llevaron. Yo iba los domingos a visitarlo. Trabajaba toda la se·
mana con la ilusión de verlo, pero cuando llegaba ya ella estaba
allá, sentada sobre las rodillas de él, abrazándolo y besándolo. Yo
me hacía a un ladito para que no me vieran, o me ponía a conver·
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sar con una señora que también iba los domingos a visitar a su
hijo. Se quedaban juntos hasta tartde y para mí sólo quedaba un
cuarto de hora. Yo le llevaba almuerzo y cuando se lo entregaba,
él me decía "no mija, ya almorcé, aquéHa me trajo de todo". Me
volvía con el almuercito para el campo, muy triste, y doña Julia
me decía que no fuera boba, que bregara a llegar primero que el1a.
Pero aunque bregaba a salir tempr3ino, nunca pude, siempre tenía
algún inconveniente. Yo sé que ella me tenía amarrada, porque
sabía muchas cosas y quién sabe qué hacia para que yo me sintiera
como asfixiada, sin poder dar un paso, como si los pies me pesaran
mucho.
Después, cuando salió de la cárcel, pasaba días y noches con ella,
y aparecía de vez en cuando, preocupado, como triste. Yo seguía
trabajando la tierra y me tocaba ir los sábados a la plaza a mer-
car. El le fue cogiendo pereza a la tierra, y ya ni siquiera sabía
qué era lo que yo tenía sembrado. Por eso se consiguió ese trabajo
en el puente y con lo que le pagaban los ingenieros po~ía sostenerla
a ella y darme a mí cualquier cosa, de vez en cuando. Muchos di-
cen que estaba borracho cuantdo se cayó del andamio, pero a mí
los doctores me dijeron que no, y yo les creo. Otros dicen que fue
un castigo por lo malo que había sido conmigo. Yo pienso que son
cosas de Dios.
Tal vez lo que más me duele es no haber tenido un dominguito para
estar con él en la casa, o para salir por ahí, a la plaza. Aunque
viéndolo bien, sí tuve mi domingo eon él, el último antes de morir,
cuando me acompañó a lavar y me acarició el pelo. Es lo único que
yo quiero recordar de todo lo que he vivido hasta ahora en la vida.
Mis vecinos dicen que yo he sido muy boba, pero lo que hice lo
hice para que él estuviera contento y no sufriera. Creo que era
mejor .así.

Aura López
El Feminismo:
Una Alternativa Política

Cuando algunas compañeras me invitaron a dar esta charla, mi


primera reacción fue de duda e incapacida;d. ¿ Qué podría yo de.
cirle a las mujeres sobre nuestra situación? ¿ Tendría yo algo qué
aportar a esta escena cotidiana de silencios y menosprecios, cuan·
do yo misma había interiorizado el temor y la duda que el mun-
do nos está entregando continuamente? Tuve y tengo miedo. La
palabra pública ha sido del dominio de los hombres y a nosotras
nos han dejado el murmullo del chisme que corre de cocina en
cocina, de mercado en mercado. Nunca la mujer ha tenido · el es·
cenario, nunca al público, y si en raras ocasiones- esto ha ocurrido,
ha sido para repetir los pensamientos del hombre,sus razona.
mientos, su óptica del mundo. Y henos a;quí en un escenario don-
de las mujeres nos hemos reunido para intentar hablar de nuestras
cosas, de nuestro estar en el mundo, y yo tengo miedo, y mi vaci-
lación busca en torno buscando una sonrisa, un gesto de apoyo,
un asentimiento. Allá, en lo más profundo, me pregunto por la
eficacia, la importancia; es decir, por la productividad. Entonces
el mundo masculino aparece en la superficie de cada pregunta, en
la comisura de cada duda: las cosas de las mujeres no tienen
importancia porque ellas, al igual que cada una de nosotras, so-
mos y estamos en los segundos planos, en el desenfoque de una
fotografía o en el negativo que no logró aparecer en la superficie
del papel, del papel de la Historia por supuesto!
Empecé entonces a indagar por mi miedo. Las imaginaba a us-
tedes frente a mí, con mis mismas características y con una his-
toria en común. Sabía que todas nosotras habíamos gastado
largas horas en el fregadero, pelando papas y atendiendo· a nues-
t ros padres, maridos, hijos o hermanos, cuando ellos regresaban
del trabajo o de la escuela. Sentía, no sin una especie de camara-
dería, que todas habíamos menstrua{io entre el terror y el silen-
cio, la ignorancia y el desconcierto, y también imaginaba nuestros
cuerpos objetos de pasiones y sin pasión, preñados de silencios y
mordazas. Entonces comencé a sentir una alegre sensación de
cercanía, una complicidad secreta y' comencé a comprender, que
aunque no nos conocemos, nos presentimos calurosamente y nos
reconocemos en el peso de una historia que apenas, y hoyes su
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i.nicio, comienza a tener su rostro propio, un rostro de muj er. Ya
no tuve entonces miedo. Cuando comencé a pensar en ustedes
mujeres y en mí, pude exorcisar esa figura de la rigurosidad y
de la competencia, ese rostro del poder y de la opresión del hom·
bre que, inteI}>uesto entre ustedes y yo, me había tomado de la
mano y me había conducido al terror de hablar entre mujeres.
Ahora ninguna de ustedes me es enraña, porque comienzo a dejar
de ser extraña para mí y porque comienzo a vislumbrar el origen
de nuestra historia.
Quisiera, pues, que habláramos de esa Historia que nos es común,
que intentemos pensar un poco en lo que gasta nuestros días y
nuestras noches. Frente a esto, dos consignas de un aconteci.
miento que cruzó la historia de muchas de nuestras vidas y de la
vida de nuestros pueblos, me vienen a la mente: "Lo privado tamo
bién es político" y "Quien habla de Revolución sin cambiar la
cotidianidad, habla con un cadáver en la boca".
La Revolución de M.a yo del 68 enfrentó, al menos teóricamente,
el problema de lo privado y la cotidianidad, y el movimiento de
las mujeres que allí participó, tomó estas consignas como expre·
sión de sus luchas y sus búsquedas. Pero, ¿ qué es para nosotras,
mujeres, lo privado?
Cuando pienso en esta pregunta, encuentro una extraña fusión
entre lo privado y lo cotidiano. Lo privado comienza en esa puer-
ta del hogar, en esa otra puerta del cuarto matrimonial, se reduce
al encierro, los límites, al vacío lugar de los otros. a la ausencia
de las colectividades o de las relaciones sociales. Para nosotras,
mujeres, lo privado yace en el hogar y allí está el fogón , la tra-
pea d ora, la comida, el cuarto para la sexualidad, las discusiones
o conversaciones con el marido o los hijos, nuestro aburrimiento
acallado con el limpión, exorcizado con las múlti ples tareas oue
allí nos encierran o en las largas noches del obligado "recibimien-
to" del marido que necesita descansar de la fábrica y que supone
a su mujer siempre dispuesta porque ella no ha hecho nada.
Esa unión entre nosotras, de lo cotidiano y lo privado . 'ITlanifi f\Rta
una exclusión. No tenemos el espacio público. las actividades públi-
cas, las relaciones públicas. esto ha srdo también dominio del hom-
bre. La fábrica o el campo, la oficina o el bar, 'h acen del 'h ombre un
ser público; allí se distingue de lo privado, habla y discute, charla
y comenta sus actividades cotidianas. Sin embargo. para la mujer
lo público está vedado. prohibido, y ha sido quizás por esto que
nuestra palabra ha sido siempre relegada al chisme. es decir. a
hablar de lo privado. ¿ De qué otra cosa, me pregunto, puede ha-
blar la mujer cuya vida se desenvuelve entre los cuatro muros de
su hogar? i. De qué otra cosa puede hablar la mujer cuando la
gran mayoría de la población mundi<ll de a,!)alfahet os ROmo,'l m uo
.ieres? l. De qué otra cosa pooemos hablar sino de 10R niños. el cos-
to de la vida. las recetas de codna o el tejido? i. Y Ide qué otra.
cosa pueden hablar las mujeres que trabajan en fábricas o en el
campo. si al final de la jornada "productiva". es decir, compra-
ble y pagable, tienen que salir corriendo a sus ho.rrares a hacer
los fríjoles que pusieron a remojar desde las cuat.ro de la maña-
na, recibir a los niños que vienen de la escuela. hacer la comida
al marido, planchar la ropa para el otro día y lavar la que apenas
se quitan hoy? Esas mujeres no pueden salir al bar -lugar y
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dominio del macho--, no pueden quedarse en las asambleas del


sindicato o simplemente discutir sus problemas, puesto que para
ellas continúa su segunda jornada de trabajo (de 3 a.m. hasta que
toma el turno en la fábrica y luego sale para tomar la jornada
de la ·noche que comienza con el servicio de la comida y termina
con el servicio sexual).
Retomemos .l a pal8ibra: "lo personal es político". ¿ Cómo, nle pre-
gunto, puede ser político mi trabajo en el hogar, las relaciones
familiares, las relaciones sexuales, mis menstruaciones o embara-
zos, mi aburrimiento y encierro? ¿Cómo, me pregunto, pueden
ser políticas mis dos jornadas de trabajo, mi analfabetismo, los
seis u ocho hijos, mi desespero para que el dinero me alcance?
¿Cómo puede ser política mi sexualidad y mi cuerpo, cómo mi en-
cierro y estado anónimo, sin rostro o con el rostro (léase apelli-
do) de mi marido? ¿Cómo pueden ser poljticas las empanadas que
hago para ayudar y apoyar la huelga (extensión de la cocina a la
fábrica)? ¿Cómo puede ser político mi estudio -pretexto para
encontrar marido-- o político el que no pueda hablar, o no sepa
hablar, o me dé temor hablar? ¿ Qué tiene de político pelar laspa,.
pas, lavar la ropa y parir?
En fin, ¿qué de político tiene nuestra "pobre" y anónima vida
de mujeres? Esto también ha sido dominio de los hombres; el po-
lítico es el hombre, nosotras sólo somos reposo del guerrero, sir.
vientas y servidoras de éste. Pero, si bien son ellos los que han
hecho la política, si bien han sido ellos quienes han establecido
este orden de opresores y oprimidos, nuestra postura -eomo opri.
midas- ha sido y es, política.
Cuando las mujeres comenzamos a preguntarnos por nuestro en·
cierro, cuando al recontar nuestra historia notamos, no sin asomo
bro. que los mejores zapatos eran para nuestro hermano, que él
no tenía que levantarse a moler el maíz, planchar y lavar su ropa.
Cuando notábamos que al regreso de la escuela ellos podían que·
darse en la calle jugando fútbol, mientras que nosotras teníamos
que mantenernos en nuestro sitio. es decir, el hogar, lo privado,
no lográbamos comprender esta división, este menosprecio yen.
cierro para nosotras. (Aún hoy, los hombres desprecian. algunos
secretamente, otros abiertamente, a sus mujeres por no haber pa.
rido un varón ... ) .
y si continuamos con el recuento de nuestra vida, encontramos a
nuestras madres acosándonos con sus enseñanzas y exigencias pa·
ra que aprend.amos el "arte de ser mujeres", es decir. el arte de
gustar, seducir, servir; el arte de volvernos objeto de los otros,
ele sus deseos y pasiones o simples medios para perpetuar su ape-
llido y parirles un varoncito que reproducirá su imagen.
Los ejemplos de esta separación serían inavotables y estoy se"g'ura
que cada una de ustedes tendrá múltin1es de éstos que me g'Uf\ta.
ría compartiéramos al final de esta charla que es sólo 11'1 sinnú·
mero de preguntas.
Sin embargo. si el pasado. si ese aver oue llevamos tatuado en
nuestra piel está presente en la vida que hoy vivimos. quisiera
detenerme un poco en el ahora, en esta cotidianidad y en la pri.
vacidad que hoy tenemos.
16

"Lo personal es político" decía una pancarta y hoy lo gritamos


las mujeres tratando de- romper el silencio que la Historia y quie-
nes la ham hecho, nos han destinado, legado opresivo y aniquilador!
Estamos acá reunidas mujeres obreras, campesinas, estudiantes,
maestras, amas de casa, madres e hijas, amantes, y otras que he-
mos optado quizás por la soledad. Un algo común nos reúne hoy~
Que somos mujeres y que queremos celebrar una fiesta: el .8 de
marzo. Pero además· de esto hay algo que nos identifica a pesar
de las posibles diferencias a nivel biográfico. Es cierto, acá esta-
mos las que vivimos la explotación de la clase burguesa y las que
conciente o inconcientemente explotamos. Acá estamos las q~e
lIemos tenido como educación la máquina o el azadón y las que
hemos sido educadas en la Universidad y cumplimos tareas más o
menos inteleotuales. Pero acá estamos todas las sin-palabras, las
sin-deseos, las sin-futuro, las sin-trabajo reconocido, las hechas
para parir y para gustar.
y lo que quiero decir, para decirlo de una vez por todas es, que
burguesas' o proletarias, amas de casa o estudiantes, sindicaliza.
d-as o independientes, todas las mujeres tenemos una explotación
y opresión común. Que esta opresión se viva en lo privado, en el
cuarto sexual, en la cocina o en las recolectas que hacemos para
apoyar la huelga, en los innumerables e i.ndeseados partos y em-
barazos, en la obligada sumisión universitaria al saber e inteli-
gencia del macho, es algo que modifica aparentemente el carácter
de la lucha, pero esencialmente todas nos encontramos allí, entre
el silencio y lo privado o. entre la palabra de nuestro compañero y
nuestro silencio que asiente. dada una opresión hace siglos ins-
taurada: las mujeres no hablamos.
Quisiera. insistir un poco más sobre este asunto, la historia ha
sido el producto de la oposición de las clases en las que tanto
hombres como mujeres nos encontramos como explotadores o co·
mo explotados. N o queriendo negar dicha oposición quisiera, sin
embargo, mostrar cómo a la base de ésta. hay otra opresión, más
básica, más originaria. que ha sido camuflada - y esto no es grao
tuito-- a lo largo de 1'a historia: se trata de la opresión y explo-
tación de los hombres sobre las mujeres. Y aquí quiero citar las
pala,b ras de una obrera italiana: "Por más pobre y explotado que
esté un hombre. siempre tendrá su reino, dominio y esclava: el
hogar, la familia y su mujer".
La mujer, como hemos visto, ha sido relegada a los trabajos del
hogar: cuidar la casa, loa niños, hacer la. comida y permanecer
en el encierro esperando a su marido. Esta situación, considera.
da un hecho natural,. ha relegado a la mujer fuera de la Historia
y le ha negado su parlk,i pación en el desarrollo de los aconteci-
mientos. De esto podemos deducir una causa oue nos explique el
analfabetismo de las mujeres, nuestra incapacid-arl de actuar en
la superficie del mundo y nuestra dependencia de los hombrps
nara vivir. Varios aspectos pueden mostrarnos 10 que denominaré
la explotación originaria: el cuerpo (sexualidad), el trabajo (tra-
bajo doméstico, trabajo asalariado) y la cultura (proyección en
el mundo).
17

EL CUERPO:
Máquinas reproductoras de la especie, productoras de la fuerza
de trabajo, las mujeres hemos permaneci,do encerradas por nues-
tros úteros, de la misma forma que nos aislan y encierran la má-
quina de moler, el lavadero, el fogón. Hemos sido quienes repro-
ducimos y este papel ha marca,do nuestra sexualidad de tal forma
que somos quienes tenemos la reproducción y el goce unidos has-
ta tal punto, que este último ha cedido su lugar a la reproduc-
ción y nos hemos convertido en las sin-goce, las que parimos, las
que renovamos la especie.
Este cuerpo de mujer ha sido manipulado por un Estado que ne-
cesita controlar el aumento de la población (observamos aquí el
incremento de los anticonceptivos, las esterilizaciones masivas o
la propaganda para que la máquina-útero se a'Comode a la oferta
y la demanda de fuerza de trabajo). Pero no ha sido manipulado
solamente por el Estado, sino también por el varón, por cada uno
de nuestros compañeros, en cualquier ,nivel que éstos estén. Amos
del mundo, propietarios de la cultura, los varones se han recono-
cido a sí mismos -¡ y éste es otro de sus dominios!- como los
únicos seres sexuados; al igual que el valor, ellos son quienes nos
hacen valer: mujer de ... , compañera de ... , los varones han
ejercido esta propiedad. Las mujeres hemos sido la mercancía,
el lugar de su sexualidad, el vacío espacio de sus deseos -la mu-
jer no desea, no goza, no tiene sexualidad, es su concepción de
la mujer-o Y este dominio, dominio que observamos diariamen-
te en las violaciones, matrimoniales o no, en los piropos, en la
obligación de tener relaciones sexuales cuando ellos lo quieran;
es decir, en una explotación del cuerpo, ha sido silenciada por lo
privado, recluida al ho,g ar, encerrada en la noche.
Mirando nuestro cuer;po, descubrimos que éste ,ha sido sólo un ob-
jeto; objeto reproductor, objeto de placer para un otro que nos
niega nuestro goce, objeto del Estado, objeto de alimento para los
hijos y en la medida que nuestro cuerpo ha sido así histórica-
mente, ,n osotras 10 hemos perdido, puesto que lugar de goce y do-
mino de los otros, ha sido negación de nuestro dominio sobre él
y de nuestro placer. Así pues, las mujeres ni siquiera hemos sido
dueñas de nuestro cuerpo y, por lo tanto, no hemos accedido al
goce.

EL TRABAJO:
Dos trabajos se presentan en esta perspectiva: El trabajo domés-
tico y el trabajo asalariado. El trabajo doméstico -trabajo de
mujeres según nuestros compañeros hombres- ha sido por esto
mismo -porque ellos lo han dicho y así 10 han decretado- el lu-
gar de la mujer. El trabajo doméstico ,no ha sido reconocido co-
mo tal, ni por nosotras, ni por los hombres, ni por el Estado. Pa-
ra la gran mayoría, ser ama de casa es no hacer nada, puesto que
allí todo cuanto se hace se destruye o consume inmediatamente:
bañar a los niños es un trabajo que desaparece una vez éstos sa-
len a la calle, hacer la comida es un trabajo que se esfuma en
otro trabajo: la lavada de los platos. Si miramos que todo traba-
jo produce algo, el de la mujer es un trabajo efímero, fugaz, que
18

por lo t&nto no es valorado en la escala de nuestra sociedad capi-


talista. A esto se ,l e suma el no devengarse allí ningún salario y
además no producir riqueza. No quiero insinuar con esto que el
trabajo doméstico debe ser pagado, sólo trato de mostrar las cau-
sas por las cuales no se le reconoce su estatus de trabajo y por
lo tanto no se le valora; causas que permitirán aclarar más la si-
tuación de la mujer en esta sociedad y su calidad de sobre-explo-
tada, cuando además de este trabajo, cumple una doble jomada
en la fábrica o el campo.
Lo que aparece extrañamente ignorado en esta concepción del
trabajo doméstico es que, en la preparación de la comida, lo que
la mujer hace es reponer -reproducir- la fuerza de trabajo que
el hombre ha perdido en el campo o la fábrica, y al mismo tiem-
po, producir bienes de consumo tales como la ropa y, muchas ve-
ces, como en el caso de las campesinas e indígenas, producir los
utensilios para cocinar y cultivar los alimentos. Dos papeles -im-
portantes y fundamentales para un buen funcionamiento del ca-
pital- extrañamente camuflados, ignorados y negados también
por 10 cotidiano: la reposición de la fuerza de trabaj o (que per-
mite a nuestros maridos poder venderla diariamente) y la produc-
ción de bienes de consumo (que permite abaratar los gastos fa-
miliares y hacer más soportables los salarios de miseria).

EL TRABAJO ASALARIADO:
y si por necesidad -puesto que acá la voluntad no existe- la
mujer devenga algún salario, esto es, "hace un trabajo producti-
vo", debe entonces cumplir una d0ble jornada de trabajo. Debe
esta mujer, levantarse a las tres de la madrugada, poner el agua-
de-panel a, hacer las arepas, arreglar la casa, servir el desayuno
a su marido, padre o hermano, mandar los niños a la escuela,
salir a tomar su segunda jornada de trabajo, donde quiera que
ésta se realice, y luego de ocho horas de trabajo (en realidad ya
van doce horas con el trabajo doméstico), debe regresar a casa,
hacer la com~da, arreglar la ropa para el otro día, atender a los
niños y luego de, al menos 16 horas de trabajo, acostarse con el
marido y tener unas relaciones que, la mayoría de las veces, no
son más que una extensión de sus servicios y su papel de segun-
da clase.
Me pregunto, ¿por qué razón, estas mujeres que han cumplido una
jornada laboral igual a la de sus maridos (pero en peores condi-
ciones de trabajo y diferencia de salarios), que han senti.do la ex-
plotación igual que ellos, deben continuar trabajando en el hogar
mientras éstos asisten a sus reuniones políticas en el sindicato o
se quedan en el bar con sus compañeros tomando unos aguardien-
tes o llegan a casa a leer el periódico mientras su mujer -escla-
va- los atiende como a un rey? Así el mundo se reparte, se je-
rarquiza y aparece el poder: mientras los hombres se encargan de
"cambiar la vida" desde el partido o el sindicato, la vida cotidia-
na es asumida por las mujeres, quienes debemos asegurar que la
vida de todos los días continúe.
¿Por qué razón, me pregunto, este trabajo doméstico no es com-
partido equitativamente al igual que las reuniones del sindicato,
los aguardientes en el bar y la lectura del periódico? i Cómo se
19

hacen de claras y evidentes las palabras de la obrera citadas ano


teriormente !
Pero no todas las mujeres se resignan a quedarse en casa, a man-
tenerse al margen de las decisiones, que en su lugar de trabajo,
toman quienes han tenido la palabra. Hay mujeres en los parti.
dos -y esto se promociona cada día más- mujeres en los sindi.
catos, mujeres en las asociaciones; ¿qué clase de participación es
la suya? Yo me quedo sorprendida al ver a las mujeres en las
carpas de huelga, llevar la cocina y preparar los alimentos. Sor·
prendida al observar que los papeles que el sindicato o los parti.
dos les asignan siguen siendo los papeles de segunda: repartir
boletines, pedir apoyo, marcar sobres, pegar carteles, servir los
tintos, hacer las pancartas, etc. ¿ Dónde, en manos de quiénes, es·
tán las decisiones; quiénes negocian con los patrones? ¿.Dónde está
el cuestionamiento de la explotación de la mujer, dónde la subver·
sión de la jerarquía que reparte poderes y crea pirámides iguales
a las que instala el capital? ¿ Dónde el cuestionamiento de la doble
jornada de la mujer, dónde la cuestión de los embarazos o las gol.
pizas que se propician fuera de la asamblea pública?
Inútil será huscar cualquier subversión del poder y de la jerarquía
-que sitúa parias entre los parias, explotados entre los explota-
dos- mientras este poder se nos impone y ejerce en el hogar, la
familia, la crianza de los hijos. el cuerpo de la mujer, su partici-
pación en la transformación del mundo, los sindicatos y los par-
tidos. De na;da servirá luchar contra la opresión de la fábrica o
la hacienda mientras se continúe ejerciendo el poder sobre la mu-
jer. su palabra y su trabajo. Inútil cualquier subversión a nivel
social oue sólo contemple lo económico sin cuestionar las relacio.
nes sociales donde vemos lo económico inundando eso que se ha
encerrado en lo privado, la familia y la 'noche.
Las decisiones en los partidos, sindicatos y asambleas, están en
manos de los hombres, con la participación, en raras ocasiones,
de mujeres atrapadas por el poder que allí se les confiere y que
no luchan contra el otro poder silencioso y sutil de las relaciones
entre hombres y mujeres, ya que ellas están en la línea sindical
o partidista, rutinaria.
y hay que reconocer que la mayoría de las mujeres que partici-
pan en tales asociaoiones, ven -no sin sorpresa- cómo allí se
reproduce el silencio que se les impone en el hogar y se hace omi-
sión de las reivindicaciones que el1as plante3in, bajo la eterna dis-
culpa de que son reivi,ndicaciones de mujeres, no coyunturales.
¿ Yo me pregunto si acaso no es coyuntural el cuestionamiento del
poder cotidiano, la doble jornada de trabajo que cumplen una
ma;yoría de mujeres, el trabajo no reconocido y despreciado de
éstas en el hogar o el que las mujeres estemos en la última escala
de lo social y que como tal seamos v?loradas y tratadas? ¿ N o es
acaso coyuntural, importante dentro de la jerarquía de las reivin-
dicaciones, pensar el problema de los hijos, los abortos, las viola-
ciones múltiples que ejerce el poder machista, las relaciones se-
rxuales, el problema de la reproducción -reposición- de la fuer·
za de trabajo y de la reproducción de la especie. lo mismo que la
producción de bienes de consumo? ¿ O acaso sólo es coyuntural
20
plantear el problema del poder allí donde ellos no lo ejercen -en
su trabajo- y la jerarquía allí donde ellos no están en la cúspide
-10 social-?
La luoha de las mujeres busca una repartición igualitaria del tra-
bajo doméstico para que la mujer pueda trabajar (y no digo esto
porque considere que el trabajo sea una desalienación, sino por-
'que allí tendrá más claridad de su papel histórico en la transfor-
mación del mundo y de las relaciones sociales), participar real y
efectivMIlente en las decisiones y actividades políticas y ser to-
mada en cuenta en un plano real de igualdades.
Hasta ahora hemos visto la extensión del hogar en las luchas po-
lítkas y, por lo tanto, la perpetuación de esa doble explotación
de la mujer obrera: explotada en el trabajo y explotada en el
hogar por su marido. De esta forma se hace pues necesaria una
amplia discusión pública y, por lo tanto, política en los sindicatos
acerca del trato que los hombres dan a las mujeres, la concepción
que tienen de ellas y la explotación y ejercicio del poder que ha-
cen en sus hogares. Quizás podatmos subvertir las relaciones eco-
nómicas, pero milmtras permitamos que lo priva40 no sea -consi-
derado político y no pongamos en tela de juicio y critiquemos ta-
les relaciones, tendr,emos el opresor en la :casa. lal verdugo 'Y al ex-
plotador en la cama. Lo personal es político y por esto tendremos
que hablar de nuestra cotidianidad y cuestionar a nuestros com-
pañeros allí, en todos los lugares -sindicatos y partidos- donde
se discuta sobre política.

CULTURA:
Con todo 10 anterior, este último punto se hace evidente: la mu-
jer, aislada del mundo por su servicio hogareño, negada su sexua-
lidad y su cuerpo, negado el valor de su trabajo o sometida a la
doble jornada y considerada un objeto "útil" para la reproducción
de la especie, pero inútil para la producción de riquezas, no ha
tenido acceso a la cultura. Desde pequeña se la ha instruído en
las tareas del hogar, se le ha enseñado a servir y callar, se le ha
amordazado y se le ha prohibido cualquier incursión en el mun-
do y, así, nos encontramos, como yo lo estaba al comienzo de esta
oharla, asustadas. temerosas de hablar, acostumbradas a que los
otros nos digan lo que debemos hacer o si,n tiéndonos inútiles sin
un hombre, sin su opinión o su apoyo. La cultura ha sido, pues,
un dominio del hombre ~¿y qué no lo ha sido?-.
Así entonces, cuando las mujeres comenzamos a cuestionar este
papel que nos han asignado, cuando descubrimos que la familia
se mantiene y reproduce por nosotros; cuando vemos que somos
nosotras 'quienes al parir producimos la fuerza de traba io y al
alimentar reproducimos, renovamos esa fuerza; cuando vemos que
nuestro cueropo-objeto es el lugar de los deseos de otro y de las
necesidades del capital; cuando vemos que nuestro trabajo domés-
tico es un trabajo negado sobre el cual puede ejercerse el trabajo
explotado: cuando nos damos cuenta que es nuestra ignorancia la
que sostiene la ilusión de otro saber y la oue camufla aún más a
un Estado que no da igualdad de oportunidades a todos: cuando
nos damos cuenta que nuestro encierro crea ese efecto ideológico
-especie de tramquilizante- de que todo hombre en algún nivel
22
es amo, mientras la mujer a todos los niveles es esclava, y que
allí somos las reproductoras inconcientes de que esto se perpetúe
y asegure en nuestras hijas; cuando tomamos conciencia de que
también en los partidos más revolucionarios se reproduce la je.
rarquía capitalista y se ejerce el poder, sabemos de la enorme
envergadura y dimensión de la lucha que como mujeres tenemos,
y del significado de un cuestionamiento a todos los niveles.

Preguntarnos por nuestro ser de mujeres y por nuestro estar en


el mundo es indagar en la cotidianidad y en lo privado. Aquí nos
encontramos con la subversión de lo 81nteriormente expuesto, sub·
versión que implica la 81propiación de nuestro cuerpo: decidir so-
bre las relaciones sexuales según las queramos o no, tener los hi·
jos que deseamos y no los que desee el marido por su voluntad
narcisista o por su descuido ideológico o los que desee el Estado
por sus intereses capitalistas. Y así, expresar nuestra sexualidad
y cuestionar una sexualidad violentadora por negar nuestros de·
seos y nuestro cuerpo como propio. Supone esto, también, mostrar
cómo nuestro trabajo -no reconocido- tiene un papel impor.
tante para el capital en su reproducción y perpetuación. Pregun.
tarnos por nuestra cotidianidad y nuestra privacidad, supone la
destrucción de los "amos hogareños" y descubrir cómo, aunque
impugnen contra la esclavitud y el abuso de poder, los varones
lo ejercen escondiendo ideológicamente las relaciones en el hogar
y considerando no importaillte lo priv8ldo frente a reivindicacio-
nes económicas. Y cuando cuestionamos a estos "amos" del hogar
en sus jerarquizaoiones y opresiones de la mujer en los partidos,
sindicatos, asambleas y familia, ponemos en cuestión estas mis·
mas asociaciones donde reproducen lo que supuestamente quieren
destruir.
De esta forma, la pregunta de la mujer acerca de lo personaI y 10
privado (,lo único que ha tenido y tiene) supone la subversión
de la familia, incuestionada por la izquje~da en su incapacidad
de cuestionar allí donde ellos ejercen el poder. Supone enjuiciar
el matrimonio donde la mujer pasa a ser propied8ld del hombre,
poniendo en cuestión, no sólo la propiedad de los medios de pro.
ducción del capitalismo, sino la propiedad de cada varón sobre el
me'dio de producoión de la máquina.útero. Supone también la ·no
reproducción de esa jerarquización y división en la educación de
los niños y las niñas. De esta forma podremos constituÍrnos en
vel"daderos seres históricos, no sólo en el trabajo, sin!) en la crea·
ción y participación en la cultura, en la transformación del mun·
do y de las condiciones de existencia.
La pregunta de la mujer por sí misma y por lo que ha si do su
Historia y su participación en ésta, supone una lucha contra el
poder bajo cualquier fOl"IDa que éste anarezca: el poder de los
patrones contra los trabajadores. el poder nel hombre sobre 1::\
mujer, de los líderes sobre los militantes de base, etc. Así, nues.
la torna de conoiencia de la mujer, supone una lucha contra el po.
der masculino. puesto que los maridos o compañeros, los .iefes de
las fábricas, los dirigentes de los partidos y los jefes de Estado.
son hombres, y aunque las mujeres no somos las únicas oprimi.
das, somos quienes soportamos diariamente la opresión masculi.
na en todos sus niveles.
23

La toma de conciencia de la mujer enfrenta, así, dos puntos fun-


damentales: el machismo y el capitalismo. N os sa,b emos negadas,
explotadas y oprimidas por el machismo que hay en cada uno de
los hombres que enfrentamos cotidianamente.
Al ser el feminismo un movimiento de mujeres que se preguntan
por sí mismas en el centro de la explotación capitalista y machis-
ta, recoge las reivindicaciones específi'c as de las mujeres para
traducirlas en un movimiento de masas, dado que en los partidos
y sindicatos estas cosas no son consideradas coyunturales. N o se
trata de una especie de asociación o sindicato paralelo, ni de una
asociación anti-hombres, sino del anti.poder en cualquier parte
que éste se manifieste, allí donde se reproduzca el capital, la ex-
plotación y la segregación sexual.
Por esta razón el feminismo es un movimiento político que cues-
tiona y ataca las bases mismas del capitalismo y del machismo,
puntos necesarios en una verdadera revolución donde todos los
individuos seremos iguales, sin segregaciones de sexo, raza, creen-
cia o clase.
Una pregunta que no toque lo personal e ignore lo que de político
hay allí o una revolución donde no se subvierta una cotidianidad
opresora, segregacionista y jerarquizada, será una revolución que
porta cadáveres en la boca y estos cadáveres seremos las mujeres
y ,los hombres en la medida en que no luohemos y analicemos el por
qué de esta explotación (que nace en lo sexual), silenciamiento
y opresión que sufrimos en todo momento. Ahora las mujeres co-
menzamos a tener esto claro y empezamos a gritarlo y a luchar
para que se debata públicamente. Solamente así haremos una ver-
dadera revolución y solamente así, seremos todas sujetos de nues-
tra historia.
Sacaremos el cadáver de nuestras bocas subvirtiendo el poder y la
explotación que también se ejercen a título de lo personal y lo
privado.

Conferencia dictada el 8 de marzo de 1982,


Día Internacional de la Mujer,
Por Marta Cecüia Vélez S.
Mujeres, Cotidianidad
y Poder

Nadie nos puede conceder la palabra que no nos hemos concedido.


Nadie irrumpirá en el deseo que no hemos osado nombrar y nun·
ca lograremos destruir fuera lo que, incorporado en nosotras,
nunca hemos destruído. Prometeiea la tarea a seguir cuando el
enemigo también se Heva dentro; dolorosa una vez más la meta a
lograr cuando quien ignorándonos como personas, nos cosifica y
devalúa en nuestras posibilidades y horizontes, duerme a nuestro
lado, comparte fragmentos de nuestras vivencias y se introduce
como la diferencia entre nosotras y nosotras mismas. Sinónimo
de tales vivenoias, duramente arrebatadas a las intimidades y pro-
piedades .privadas, lo encontramos, a niveles más amplios, en esta
gran soga que va cerrándose poco a poco 3l1rededor de nuestro
cuello. Allí surge el sometimiento, la explotación, la degradación,
la humillación y el asesinato de seres humanos.
Nuestra historia se ha vestido de muertes, hambres y asesinatos.
Pintada de sangre, las muj'eres, hemos visto el rojo, no sólo de
nuestra menstruación largamente despreci31da y temida, sino el
color de las violaciones, las violencias, los asesinatos y las milla·
res de mujeres que se desangran en medio de abortos clandestinos
y legrados mal hechos. Y hemos querido cuestionar esas posturas
y nos hemos 'Postulado como sujetos que comenzamos, quizás muy
precariamente, a construir y participar en la historia.
Somos, por lo tanto, políticas puesto que nuestras voces y actos
irrumpen cuestionadores en la escena cotidiana de la violencia
y una legaliz31ción de estas cosas, que comienzan en la familia y
se perpetúan en las relaciones sociales.
Si bien todo lo que ahora nos preguntamos, combatimos, cambia·
mos y pensamos es político, a nuestra posición debe sumársele la
de revolucionaria. Pero surge acá la pregunta por el porvenir de
tal postura, la efectividad de tal búsqueda, la concreción de nues-
tra liberación y, por lo tanto, la ruptura de esa cadena de despre.
cios en los cuales somos el eslabón más importamte: reducto de)
reducto, explotación en la explotación.
¿ Es posible una revolución pactando con quien nos somete? ¿ Pue-
25

de acaso el esclavo liberarse del amo convenciéndolo que debe


cambiar las relaciones y los significantes en los cuales se inscribe?
¿Puede acaso ejercerse una liberación, operarse una valoración,
en un espacio donde el cansancio y las transacciones se hacen a
menudo? ¿Es acaso posible que surjan seres libres en un medio
donde se ejerce violentamente el poder y donde se identifican las
muj eres con lo débil, ID cosificado, lo vanal y sometido?
Si lo personal es político porque en lo personal se inscriben yac·
túan las relaciones de poder, jerarquía y desvalorización, estas pre·
guntas son entonces políticas y es necesario hacérnoslas" ya que
tocan nuestra cotidianidad y nuestra lu~ha. Si en esa cotidiani.
dad actúa 10 político, se ejerce la violencia y se nos señala como
cosas para el uso y el abuso, es allí donde debemos comenzar a
señalar, combatir y cuestionar ese poder.
Preguntarnos qué hace entonces el poder en la cama, en la edu·
cación, en la repartición de los roles, en la sexualid3id y en el go.
ce; en la pal3ibra, el gesto, la costumbre y, sobre tOldo, cómo se de-
sarrollan las rel3iciones de una mujer que toma conciencia de' sí
misma en su matrimonio monogámico. espiador, celoso y apropia.
doro Cómo se relaciona ésta con un hombre que ejerce el poder
en su trabajo, explota a otros, cosifica a quienes puede y que qui.
zás -asombroso si así ocurre-- h3ice algunas concesiones en. el
hogar, tantas como para contentar a su mujer, pero no demasia·
das como para que se le esca1p e de las manos (esto en más de un
sentido) .
¿ O es acaso nuestra postura político.'r evolucionaria de otra mag:
nitud, de otras características diferentes a las de cualquier exp1o:
tado? i. Podremos, debemos acaso, hacer nuestra revolución del
brazo de quien dur3inte todo el tiempo -y quizás no sea su culpa
directamente- es nuestro amo, el pie sobre la espalda, la venda
en los ojos y la mordaza en nuestros labios? Pero el enemigo tamo
bién está dentro: inundaldas de machismo nos rebelamos también
ante nosotras mismas -allí comienza una creación y una lucha
dolorosa-. ¿Nos permite esto acaso pensar que se trata de una
coliberación, de un pacto, de una súplica?
i. Es posible una liberación de la mujer conviviendo con el "mar: j .
do, discutiendo con él, cambiándole sus roles cotidianos, tales co·
mo hacerles lavar su ropa y coser sus calceUnes? i. Son éstos en
verdad grandes logros del proceso de liberación de la mujer?
Sabemos que el poder es en muchas ocasiones obvio, visual. viS-
ceral, pero sabemos t31mbién que es astuto. sutil, como una g-arra
suave. ¿ N o es éste el poder aue opera en nuestros hogares? ¿ N o
es éste el poder que se introduce cuanclo cada día se nos ofrecen
mejores y más seguros anticonceptivos? ¿ No es la sutileza la que
toca a nuestra puerta cuando se invita a compartir el gobi·erno
a unas cuantas -minoritarias- mujeres? ¿No es la garra suave
la Que nos acaricia y propone, muy condescendientemente, ponte
el dispositivo? ¿No es la mentira quien reina, cuando se nos pide
la opinión maquiavélicamente dirigida?
Acaso todo eso se ha perpetuado, precisamente, por esa contam i .
nación que surge de compartir nuestra vida con auien sólo nos
ha concedido parci3iles transformaciones de una cotidianidad. Aca.
26
80porque ese enemigo que llevamos dentro se alimenta continua-
mente de las relaciones así instauradas.
Si aún continuamos con esta fOmJ.a de relación -matrimonial
haya leyes o no- es porque allí surgen, se manifiestan y concre-
tizan las interiorizaciones de un modelo que, durante siglos, se
ha postulado como uno, único y necesario. Así, pues, hemos apren-
dido el lenguaje de ellos, los "únicos", moviéndonos en un discur-
so que, por ser tal, no porta cambios ni introduce diferencias.
Desde los insultos que asumimos como nuestros hasta la más difí-
cil expresión de nuestras sensaciones; nos movemos en su lengua-
je, en su referencia de comprensión, hablando en último término
-aunque ellos no estén presentes- para ellos y como ellos.
Sinembargo, uno de los elementos más difíciles de hablar, anali-
zar y superar, es el de nuestra seguridad. Cuestionados en su
mundo, en su cultura, en su hacer, en su poder, en su sexualidad,
aún continuamos reivindicándolos como nuestros compañeros, aún
nos sostenemos de su brazo, quizás ya no económica, ni política,
ni sexualmente, pero ellos están allí, como la base, como la segu-
ridad o el silencioso testigo, la débil plataforma, pero plataforma
al fin, de nuestra proyección en el mundo.
La pregunta vuelve entonces una y otra vez: ¿Es, bajo estas con-
diciones, posible una liberación? ¿ Cuál es la trampa que nos de-
tiene o el miedo que no nos permite asumir totalmente nueRtra lu-
cha? ¿Es acaso una identifkación con el agresor en la me'di'da en
que no lo podemos sacar fuera de nosotras? ¿ O es la vacilación
frente a un parto que sólo será de y para nosotras? ¿ Es la sole-
dald acaso?
Nuestra liberación permanecerá atrapada mientras se continúen
las concesiones, los pactos, los ruegos y las súplicas_ Ella. como
cualquiera otra liberación, sólo puede ejercerse mediante formas
violentas, radicales, de una gran soledad y creación.
Es dificil abandonar el amo cuando se tiene alma de esclavo. di-
ficil soltar las cadenas cuando dentro estamos presas; duro de
soportar la soledad cuando paralelamente no hemos dej8ido volar
la imaginación; pero más difícil es aún continuar siendo escla-
vas cuando prevemos el ser, sospec'h amos la libertad y presenti-
mos la felicidad.

Centro de Estudios e
Investigacion es de la Mujer
,
No mas violencia

contra la mUjer

Entrevista de Aura L6pez a Flora Uribe y Clara Mazo

En el Primer Encuentro Feminista LatinO'americanO' y del Ca.-


ribe realizadO' en Bogotá en 1981, más de 300 mujeres venidas
desde todO's los rincones del cO'ntinente, resolvieron dedkar el 25
de noviembre a la realización de marchas y actos que hagan públicO'
un testimonio de protesta y un señalamientO' de las fO'rmas de viO'-
lencia que se ejercen diariamente cO'ntra la mujer.
FlO'ra Uribe, sociólO'ga, es miembro del Centro de Estudios e In.
vestigaciones sobre la mujer, CEIM, Ide Medellín, y escucharla
es escuchar también las voces de sus compañeras que se reunen
periódicamente a analizar, cuestionar y aclarar las condiciones
sociales en las cuales se desenvuelve la vida de la mujer en nues-
trO' medio:
P. 'Casi siempre se identifica el término "viO'lencia contra la mu-
jer" cO'mo violencia de tipo carnal. ¿Se refieren ustedes exclu-
sivamente a este tipo de violencia?
R. Porque habitualmente la gente hace ese tipo de reducción,
viO'lencia contra la mujer igual violación, nO'sotras queremO's
denunciar las múltiples violencias que padecemO's las mujeres. Es.
ta identificación reduccionista y distractO'ra quiere hacer creer
que la violación es la única violencia que se nos infringe. La se-
gregación en el trabajo, la manipulación médica sobre el cuerpO'
de la mujer. la violencia sexual y los gO'lpes en el matdmO'nio, la
negación y la marginación histórica de la mujer en la cultura, la
impO'sición de la maternidaJd. no serían, según este pensamientO',
viO'lencia. Sinembargo, la violación física, como una de las múlti.
pIes violencias que sobre nosotras se ejerce, merece nuestro más
rotundo repudio y nuestro cO'mbate más decididO', ya que ésta es
la expresión más acabada del poder del hombre sobre la mujer.
La violación está penalizada, es decir, tiene su estatutO' de delitO'.
De ella se ha hablado en grandes términos médicO's, jurídicos, pe-
nales, psicO'-sociales. etc. Los hombres, quienes detentan esO's po-
deres, se han lavadO' las manO's y han tranquilizadO' sus concien-
cias cO'ncediéndole un lugar en sus discursos a este abuso de pO'.
der. Sinembargo todO' esto no ha sidO' más que un O'cultamiEmtO'
28
sutil y sofisticado, ya que a nivel social, en nuestra cotidianeidad,
la violación física es algo de lo cual no se habla. La muj-er vio-
lada no denuncia a quien la viola, porque en esta sociedad, la víc-
tima, es decir la mujer, es la primera acusada, la segregada so-
cialmente, la repudiada, y será señalada, siendo la víctima, como
quien buscó la violación, o quien "gozó" con el acto violento, o
quien "se lo merecía puesto que seguramente andaba a altas horas
de la noche provocando a los hombres". En términos de poder, la
violación no es un problema sexullil, un asunto de hombres con una
sexualidad reprimida, trastornada e incontenible y de mujeres
"que se lo buscaron" _ La violación física es la expresión más bru-
tal del poder y la dominación del hombre sobre la mujer, donde
se utiliza el sexo como arma de castigo y dominio. EI hombre
violador no está buscando satisfacer sus deseos sexuales, sino que
está ejerciendo su poder sobre la mujer, y es necesario aclarar que
la violencia ejerdda sobre nosotras en los diferentes ámbitos de
nuestra vida, es la expresión de ese poder, producto de una desi-
gualdad originaria entre los sexos. Por eso dicha violencia es un
problema político, en su acepción más amplia como lucha de
sexos. Esta violencia originaria ha tatuado el cuerpo de la mu-
jer, y en esa lucha de poderes, ella ha sido despoja/da de su cuer-
po, manipurlllida su sexualidad y negados su goce y su placer. La
mujer ha sido condenada a una especie de fatalismo biológico que
le arrebató su ser y la destinó a máquina reproductora de hijos.
Así aparece el cristianismo con la madre casta, pura, asexuada,
sufriente y callada en su goce y placer. Sin ser dueñas de nuestro
cuerpo, sin poder decidir sobre nuestra sexualidad, nunca sere-
mos nosotras mismas y perma:neceremos como seres vacíos, don-
de un Otro, sea el Estado, la sociedad, o un hombre, nos invooen
desde su poder, y viviremos para los otros; la mujer será enton-
ces amante del hombre, esposa del marido, madre de sus hijos,
abuela de sus nietos, y jamás podrá preguntarse por sí misma
porque ella no existe más que en referencia a los otros. Seguire-
mos siendo presa y blanco de violencias a lo largo de nuestra vida,
viviremos la menstruación como enfermedad, cuando es signo de
salud; las relaciones sexuales como "servicio"; el embarazo y el
parto como "sufrimiento" y el amamantamiento y crianza de los
hijos como "carga" y la menopausia como triste final de nuestra
servidumbre sexual. En esta imagen que la socieuau falocrática
ha creado, las expresiones de nuestro cuerpo han soo.o envilecidas,
patologizadas, medicalizadas y considerada;s peyorativamente co-
mo "cosas de mujeres".
P. El piropo haIaga a muchas mujeres. ¿ Qué significa para usted,
'cómo lo define?
R. No existen piropos agradables, todos son expresiones de vio-
lencia y agresión. El asedio verbal, sea éste abiertamente
vulgar, sean propuestas sexulliles, sean a,dmiraciones de tipo más
"inocente", es siempre manifestación de poder del hombre sobre
las mujeres. El hombre que "piropea" siente que él tiene derecho
a decirle a las mujeres lo que se le antoje, porque todas son su
propiedad o son susceptibles de serlo. El sabe que tiene el poder
de reducir a la mujer a ese objeto sobre el cual él puede expre-
Sllir sus deseos; así logra asustada, humillarla, toca;rla, y le pro-
pone, la censura y moraliza y se burla de ella. El piropo es una
29

expresión de poder masculino y una forma de control socia:l so-


bre las mujeres. Las calles siguen siendo dominio de los hom-
bres y ellos determinan el manejo de su territorio. Pienso que el
piropo que hoy conocemO's es una moda-lidad reciente, nuestras
a.buelas no padecierO'n ese hostigamientO' porque las calles eran
un espacio exdusivamente masculino. Actualmente las mujeres
tenemos un poco más de acceso a las calles, a ciertos lugares y
a ciertas hO'ras, y esta "usurpación" de territoriO' es controlada
por medio de agresiones verba;les, gestuales y físicas. Cuando
vamos .con un hO'mbre no se nos dicen pirO'pos, porque aparecemos
como propiedad ·de él, objetos legitimadO's pO'r el dueño que nos
acompaña. Lo que se respeta es el objeto adquirido, la conquis-
ta triunfante, la prO'piedad privada y su poseedO'r. Se respeta al
hombre propietario de la mujer, no a la mujer, y esto e,."<plica
por qué cuando vamos solas, sin "amo", por la calle, sO'mos el
terreno baldío, el lugar de conquista y la posibilida~ de asegurar-
le a todos los hO'mbres el dominio de machos. Más insoportable
es el asedio cuando somos un grupo de mujeres que andamos la
calle "sin dueños". Piensan los hombres que ese grupo no tiene
otro objetivo que la búsqueda de machos y suponen que estamos
disponi·bles y lanzan todO' tipo de pro]>uestas. Si nos atrevemos a
entrar varias mujeres solas a una taberna O' estadero (porque
las cantinas o bares son recinto exelusivo de la falocracia), co-
mienza el desfiJe de hombres a nuestra mesa, con su lluvia de es-
tupideces. A las mujeres se nos molesta en la calle por todos los
motivos: pOI'lque somos feas, bonitas, flacas, gordas, porque tene-
mos nalgas o no las tenemos, porque usamos jeams o faldas. En
el piropo no existimos nosotras mismas. SO'mO's sólo el objeto de
la palabra agresora del macho; somos mujeres "'sin dueño", IUtili-
zables, a quienes los hombres deben recordarles su pooer y su do-
minio. Por eso el pirO'po va dirigido a nuestro CU€lI'lpO', a nuestro
sexo, porque en esta cultura que se ha apropiado de la sexualidad
de la mujer, son permitidos tO'dos los atrO'pellos y violencias sobre
ese sexo definido por el macho cO'mo el lugar de su dominio. Tan-
to la violencia sexual como la verbal reducen a la mujer a un
estado pasivo, hu.millante, de objeto, y el arma utilizada para
agredirla, es, en ambos casos, el sexo. El piropo halaga a muchas
mujeres porque han sido educadas para gustar, y las hace sentir
deseadas por el hombre, es decir, que ellas existen. Las mujeres
buscan siempre y a toda cO'sta, aún a pesar de ellas mismas, la
a.probación de los otros, cO'mo si de ello dependiera su prO'pio va-
IO'r y su existencia. La muj el' halagada pO'r el pirO'po, en su alie-
nación, en su estar lejos de sí, cree encontrar algo de su preca-
ria identidad en la mirada del otro, en las palabras del hombre,
y se dice a sí misma: "Si yo gusto al hO'mbre yo existO'''.

Clara Mazo es estudiante de Historia en la Universidad de Antio-


quia, y pertenece al Colectivo de Mujeres de Medellín. Desmien-
te, con su sola figura, la caricatura que muchO's han fabricado de
la mujer feminista, y al hablar de este tema, combina la vehemen-
cia y la reflexión:
P. ¿Cómo se manifiesta la viO'lencia contra las mujeres, en la
Universidad ?
R. Llegar a la Univer·s idad significa para nosotf"as tener la po-
30
sibilidad de mirar otras perspectivas. El acceso a la Academia
significa que nuestro papel en la sociedad no sólo se limita a
la casa y a todo lo que ésta representa como encierro, silencio
y pasividad. Poder acceder al co.nocimiento es la oportunidad
de manifestar nuestros deseos, nuestros intereses, nuestra propia
concepción del mundo. Pero inmediatamente aparecen las expre-
siones agresivas y violentas de una sociedad que nos mira como
seres diferentes e inferiores por el hecho de ser mujeres. Apare-
cen las famosas "carreras femeninas" como Trabajo Social, Enfer-
mería, Bacteriolo.gía, Educación, Sicología, etc. Nuestra elección
se ve agredida en el momento en que tomamos la decisión ya sea
por otras C8irreras o por las definidas como femeninas. Elegir
significa quebrar obstáculos como la competencia, la segregación
las imposiciones, etc. Al interior de los cursos se muestran mani-
festaciones a muchos niveles que muestran claramente cuál es la
mirada que los estudiantes tienen de nosotras. N os ven como las
incapaces de intervenir, de opinar, de analizar. Para ellos sólo
existimos en la medida en que no nos salgamos de los términos
y marcos en que siempre nos han pensado. Es por eso que a la
hora de realizar los trabaj os, nosotras somos las llamadas a orga-
nizarlos, redactarlos y pasarlos a máquina, o sea la carpintería,
como usan llamarlo. En caso de tratarse de una estudiante "ma-
sa" o caso especial, como se denomina comunmente, de inmediato
se le deja toda la responsabilidad, no. porque se le considere capaz,
sino porque es la boba que estudia mucho. Cuando una mujer so-
bresale académicamente, le "caen", pues esto representa prestigio
y los ubica como los dueños o poseedores de la mejor, como si se
tratara del trofeo que se e~hibe. Este fenómeno produce la com-
petencia entre las estudiantes, y cualquier actividad que se rea-
lice se ve en relación a la posibilidad de ser conquist8lda. Son los
compañeros hombres los que en últimas definen nuestras capaci-
dades e intereses. El ambiente de la intelectualidad nos sumerge
en la violencia a través del conocimiento, conocemos para otros
y lo 'que otros creen que podemos conocer. En muchísimos cursos
se establece la relación profesor alumna con base en la autoridad
y el poder que aquél representa como hombre ya que maneja no
sólo el poder de quien dependen las notas, sino que además se atri-
buye el poder de insinuar y exigir sobre el cuerpo de las 811um-
nas. Las considera "sus" estudiantes, sus posibles mujeres.
P. ¿Cómo trabajan los grupos de mujeres que empiezan a for-
marse?
R. En Colombia ha habido por parte de algunos grupos de mu-
jeres, hace bastantes años, un cuestionamiento de la condición
de la mujer a muchos niveles. En cada momento histórico del
desarro.llo de nuestro país, han aparecido manifestaciones de las
mujeres por lo que consideran sus derechos. Se ha peleado ante-
riormente por la participación en la política, por el derecho a edu-
carse, por el derecho al trabajo fuera de casa. Desde hace unos
3 ó 4 años se puede hablar de una nueva forma de referir el pro-
blema de la mujer. A partir de entonces, nos planteamos como
aquéllas que nos tomamos el derecho a decir no a todo lo que nos
impida nuestra identidad. Nuestra lucha intenta, y de hecho se
convierte, en una lucha que subvierte todos los campos de la vida
y la cultura. Si deseamos amar, amamos a quienes deseemos; si de-
MarolUL "No más Violencia contra la Mujetr"
Medellín, 25 de Noviembre de 1981

seamos ser madres lo haremos porque podemos elegi'r libremente;


si trabaJamos no es porque el Estado nos requiera para una me·
jor economía, ni para que los maridos y compañeros crean que
nos dan el más difícil de los permisos, sino porque sentimos que
nuestras vidas no son para la casa y el encierro, sino para lograr
otros ideales y necesidades. Los grupos que funcionan actual·
mente no tienen una forma uniforme de operar y existe a nivel de
trabajo cierta autonomía. Son grupos conformados por mujeres
de diferentes condiciones sociales, existen entre ellos mujeres adulo
tas, jóvenes, con distintas actividades como amas de casa, ma·
dres, estudiam.tes, profesionales, etc. Son pues, grupos muy hete-
rogéneos, en los cuales predomina la pa'r ticipación como mujeres,
puesto que todos los problemas que se tratan, conciernen y atañen
directamente a las mujeres. Lógicamente se da alguna resisten-
cia hacia la formación de grupos feministas, pero la resistencia
más agresiva no se ve en las mujeres si:no básicamente en los
hombres, los cuales comienzan a preocuparse por la posible pér.
dida de piso de lo que sostiene todo su poder sobre nosotras. Al
darse cuenta de lo que significa que las mujeres ya no aceptemos
e incluso enfrentemos abiertamente todas las manifestaciones de
ese poder, el hombre se coloca en la posición del atacado y por lo
tanto de la víctima. Para el caso de la resistencia entre las muje.
res, creo que esto es explicable si miramos un poco cuál ha sido
nuestro papel a 10 largo de toda la historia. Creo que bastaría con
ver cómo se nos ha darlo un sometimiento cómodo y provechoso.
Fuimos educadas para sentirnos complacidas y agradadas con
32

cualquier actjtud que saliera del hombre, por esto creo que no es
nada :l;ooil comenzar a darse cuenta de que éste es sólo un papel
que hÉmlos cumplido, y que comenzar a romperlo significa comen-
zar a vivir diferentemente.
P. Para muchos, las delicias de la feminidad consisten en que la
mujer se sienta protegida. ¿Cómo esta actitud llega a ser
violencia '1
R. Desde el mismo momento en que se considera a la mujer co-
mo aquélla a quien se debe 'Proteger y cuidar, se cae en acti-
tudes que son ma.nifestaciones discriminatorias y violentas, pues
se la mira como al objeto que se conserva para que logre mante-
nerse como tal, como la incapaz de cualquier manifestación inde-
pendiente y distinta. La mujer existe para los hombres sólo en
la medida que responda a las expresiones de su deseo y de su for-
ma de 'pensar y actuar. Somos vistas como seres que no pueden
valerse por sí mismas, a quienes ' siempre nos tienen 'que estar
atendiendo. Nuestras expresiones sólo se miran en relación a las
propuestas y actitudes masculinas, siempre vistas como las sim-
ples respuestas a los grandes e 'importantes estímulos. Cualquier
manifetación de afectividad hacia alguna persona que saJ.ga de
nosotras, ' es vista como una actitud no femenina, puesto que im-
plica una negación a la espera, a la pasividad. En el momento en
que sentimos que no podemos tener expresiones propias porque
tenerlas significaría dejar de aparecer como "femeninas", como
prendemos el sentido agresor y violento de este tipo de clasifica.
ción en la que cumplimos todos los roles para la satisfacción de
otros, en la que somos simplemente objetos decorativos a quienes
se pl'otege y mima, no como lo que somos, sino como algo de lo
que se dispone. Es en este momento en el que se da el rompimien-
to . rotundo, lo que implica una transformación completa de esa
imagen que existe de nosotras. Todo eso es posible si creemos
realmente en nuestra identidad como personas, como mujeres.
Con el lema "No más violencia contra la mujer", Flora Uribe
y Clara Mazo insisten en el espíritu universal de este llamado
que convoca a las mujeres conscientes, no importa su filiación
política, su oficio, su clase social, pues para todas resulta válido
10 que Flora subraya antes de despedirse: "Estoy convencida de
que una apropiación de nuestro cuerpo, sexualidad y goce, cam-
biará el curso de la Historia y romperá la violencia originaria
sobl'e la cual se han basado tod·a s las demás opresiones, ya que
esta lucha por emerger como seres libres en la Historia es una lu-
cha política que acarreaTá profundos cambios económicos, socia-
les y culturales".
33

PRESENCIA

He sido mi desconocida,
buscadora
trepando
entre mi cuerpo abierto.
He sido grito
de mi especie,
mormullo de silencios.
Me han ha;blado por siglos,
me han despedazado
los sonidos nocturnos
de mi raza.
Mi boca fue palabra
congela;da
mis ojos golpeados
por disfraces
terribles .
.cuerpo mío creciendo
entre mis venas,
cuerpo mío y distancia
mi desconocido,
mi sombra,
he avanza;do entre todos
los momentos
arañando mi sexo,
despertándolo ...

Inés Posada
34

Sé que me agito
en alguna parte
de pronto
Sé que tengo sed
después
Hablo entre mucho
A momentos
requiero una presencia
En la esquina se asoma
mi regreso
Duelo
-no sé a quién-
Me siento
herida
de alguien
grito
de cualquiera
Hay pedazos de mi
por todas partes
N o puedo contenerme
y desbordo.

Inés PQsada
Borrador para una
carta a mi madtre

Como volcán me has parido piedra. Piedra llena de fisuras, po-


rosidad del ser, consistencia hueca. Madre volcánica de silencios
milenarios, quietudes ancestrales. Madre estallada de hijos. Cuer-
po sin piel, sin vulva, sin clítoris. Cuerpo desapropiado.
Madre volcánica que me has dado la palabra para ser aún más
muda que tú. Palabra vacía, nunca tuya, jamás dicha por tu boca
conducto de otra boca, por sentidos que eran extraños para ti y
ahora revientan en mí como olas en una mar aterrada y atravesa-
da de corrientes que nunca me enseñaste a hablar porque no te-
nías las palabras que las nombran.
Madre muda de deseos, madre amordazada por los sigilos, madre
inexistente, siempre otra, fantaseada y mil veces destruída. Ma-
dre volcánica me has parido piedra, inmovilidad, inválida de ser.
¿Cómo encontrar mi cuerpo si el tuyo, madre, jamás ha existido?
Cómo pronunciar mi nombre si tú jamás has hablado? Cómo go-
zar si tengo por madre la sin-goce?
Madre siempre lejana, madre de haceres y favores, madre pródiga,
madre negada. ¿ Dónde encontrarnos madre? Amordazado el cuer-
po, arranca:da la piel, violado el sexo, sólo me diste la palabra,
pallabra que no era tuya y que ahora yo pronuncio con horror.
Palabra extraña y hueca, palabra fisurada.
Cómo aprender la sexualidad si ha sido tu peor vergüenza. Cómo
la risa, si has tenido que mirar a los lados para poder reír. Cómo
el deseo si nunca te ha sido posible realizarlo. Cómo mirarte ma-
dre y no verme y no ver en tu mirada otra mirada que nos dirige
y utiliza. Cómo hablarte si aún no hay palabras que nos nom-
bren ni grafismos que nos enuncien.
Cómo aprender la vida si tú sólo has sido el silencio, el utensilio,
el medio, el conducto, el vacío lugar de los otros.
Madre, mujer nunca sida, ¿desde qué .Jugar mi existencia? ¿-Dónde
hallar la vida, el cuerpo, la risa, el goce, si nunca fueron tuyos y
nunca me los diste? ¿ Hada dónde ir ma<dre, lejos de tu vida, le-
jos de tus gestos silenciosos, errante pasajera de habitaciones
36
mensajera de otras voces, corporeidad de otros deseos? Lejos de
tu no-risa y sometimiento. ¿ Cómo encontrar mi cuerpo despedaza-
do, dónde unirlo lejos de ti madre-sin-órganos?
Madre volcánica me has parido piedra; fisurado el ser, descuarti-
zado el cuerpo, desangrada el alma. Logos de palabras que me
destruyen, pensadora de razones que ·n o me importan, deambulo
sonámbula buscando un cuerpo, tejiendo una palabra, limpiando
un deseo, lavando un pensamiento en estos corredores solitarios
de mí misma donde tu imagen descorporizada me hace frente pa-
ra hacerme sentir que no quiero tu vida, que sin ti madre, caída
en el vacío de mí misma que ha sido tu vado, debo inventarme
una vida.
En ti madre he visto cómo otros han robado la vida. En mí están
tus arrugas, en mi cuerpo, tu soledad transhumante, en mi impo-
sibilidad, los silencios milenarios que han amordazado tu cuerpo,
en este estar per'dida y sin orientaciÓ'n, tu propia inexistencia y
en mi grito, el dolor de verme/ te madre ausente de toda sonrisa
y vida posible.
A veces cuando veo que me miras y con palabras de otras voces
me ordenas un camino, siento que todo es mentira y que secreta-
mente quieres dejarme intentar lo que tú nunca ·ni siquiera osaste.
Madre secretamente amada, confusamente percibida, madre inmó-
vil de mi cuerpo atrapada, madre vacía de vida propia, te veo y
en mí me extraño. N o, no quiero ser como tú; señales de desvelos,
cuartos de aburrimientos y tejidos dejados por otras premuras,
desfilan por mi mente. j Oh! madre parturienta que no pudiste
darme la vida, madre preñada. eterna habitante de estaciones en
espera, grávida de órdenes y tareas, preñada de hijos en noches
despreciables donde eras con1denada a la muerte en vida.
Yo te amo mujer nunca sida. Desde la distancia que nos separa,
la inexistencia de palabras que nos nombren y el goce que i·ntento
darme, te amo madre enclaustrada y te recreo en mi. vidn. Quizás
jamás podré hablarte, entregarte mis labioR húmedos de risa y
goce, tampoco intentar narrarte cómo me doy la vida y quizás
nunca invitarte a cenar con mis herma1nas de lucha_ Y hasta temo
que nunca querrás nombrarme. Pero ahora madre, soy yo quien
te da la vida, soy yo quien rebujo en mi cuerpo para crear nues-
tros nombres y escapar a las fisuras y a la dureza frágil que me
has dado por vida.
Tus palabras portan las huellas de desesperación que mi condi-
ción te crea. Verme soñar la salida, gastar mis días y mis noches
en el al'duo trabajo de darme el cuerpo y cincelar las palabras-ba-
rrotes que nos encierran, te hace. madre, temblar en los falsos
cimientos a ti dados. Declaras enton<,es mis esfuerzos infructuo-
sos y como a una hereje ya ni me nombras. Poco a poco los barro-
tes ceden y en mi vida pa:labras nuevas voy diseñando, mi cuerpo
va adquiriendo su voz propia. entonces madre, me ves sonreir y
oyes que canto a otra voz. El temor te paraliza y quieres enton-
ces paralizarme de nuevo, que continúe piedra volvánica, cuerpo
fisurado siempre otro. goce inexistente, reverencia a falsos amos
poco a poco agonizantes.
Yo te veo madre ansiosa e inquieta_ aparentemente inCliferpnte.
fingiendo abulia ante mi risa y mi goce. Aún nada te he dicho
38

aún no he 10g'rado nada y sinembargo madre, vuelves a ofrecerme


el silencio y la abnegación.
Todo está quieto, cuajada de sombras la noche hace crecer los fan·
tasmas y yo tengo miedo de morir en el intento; entonces -ya 10
sé- tu vida se llenará nuevamente de sentido y yo apenas si ha·
bré soñado ...
Pero 'fiO madre, labraré mi sueño aunque con cada golpe de cincel,
con cada palabra y cada goce conquistado, vea cómo desapareces
alejándote de mí. Quiero madre, ser mujer, horizonte sin fin, me·
ta desconocida, errante del ayer, fugitiva de tu rostro fisurado
y tu cuerpo saqueado. Pero sobre todo madre ,no quiero esa vida
que me diste para comenzar a morir junto a tu muerte.
A veces me siento desfallecer y entonces, madre, cuántas veces he
añorado regresar a ti, pedirte que vuelvas a enseñarme el signifi.
cado de las palabras voluntariamente olvidadas, que me inventes
nuevamente el amor inventado para ti y que cantaJbas en mi cuna.
o que finjas para mí la felicidad y el goce. Cuántas veces he de.
seado no haberte visto torturada por afanes y servidumbres, mo·
vimiento silente y sometido. Han sido largas las noches en que
he de'seado tu paz de inexistente, acariciado tu ser de niñ~madre
sin poder de decisión sobre tu vida, y en cuántas ocasiones he
añorado tu encierro.
A veces es demasiado doloroso buscar el gesto de mi gesto, inda·
gar por las voces en mí morando, este ser siempre hablada y de·
finida por una afuera para regresar en mil reflujos de palabras
disonantes hablándome de la otra que quieren que sea. Muy do-
lorosa ha sido madre, esta lucha contra imágenes atrapadas en
reflejos de espejos siempre ausentes, siempre sospechosos. Y muy
solitaria he estado madre en la bús'q ueda de mí misma y en la
ruptura de este devenir errante entre discursos y vacíos.
Pero en las noches, cuando las sombras se acrecientan y la luna
comienza a rodar sigilosa, en mis sueños te veo ruina entre mis
ruinas. Una palabra sucumbe a la noche: Ruinas. Poco a poco
comienzan a levantarse velos susurrantes. Restauración, gritan
ecos en mí perdidos. En mis OjOR hay miedo. Las ruinas de tu vida
adheridas a mi historia. capas de otras vidas, silencios de oscuras
noches ancestrales. quejidos milenarios atrás pronunciados y esta
grieta aún presente de ti, madre, en mí morando.
Estas noches de insomnio plenas de voces desconocidas. vigilan.
cia noctámbula de presencias que me doblegan y llenan de espan-
to, locura de vivir entre trastos vieios, fotos amarillas de parien.
tes muertos, maldiciones uronunciadas en los cuerpos. Sentir mi
cuerpo páuiro de inscripciones no descifradas, de órdenes maquia-
vélicamente realizadas. y esta sonrisa que sonríe el mismo rictus
de mis padres.
Pero yo sé que este inventar cotidiano y doloroso nunca será un
acabado, y entonces madre, nunca podré hacerte una cuenta acero
ca de conquistas o palabras en las cuales ya tengamos la existen·
cia. No, movimiento continuo sin paradas posibles. Reouerda que
se trata de superar cuatro mil años de silencio y sometimiento.
Esto es doloroso para mí en el intento de crear una vida nueva
que no te repita madre, pero que te contenga en su impulso.
39

PeroO qUlzas poOdremos hablar rulgún día, qUlzas poOdremos encon-


trarnoOs y noOmbrar,nos comoO lagoOs, manantiales y montañas; dar-
noOs palabras sin histoOria -que hoy noOs separa- para que noOs
reinventemoOs oOtra vida.
Hasta ahoOra las palabras sóloO han servidoO para ampliar aún más
las fisuras. En ellas, el código ajeno del padre, su sistema de rígi-
da comprensión, sus leyes de conquista y opresión y el enmasca-
ramientoO de tu silencio. CuandoO hablas madre, me hablas en su
noOmbre, en su lengua, lugar de prohibiciones, lugar de omisioOnes,
lugar de nuestroO noO-Iugar.
Desapareces, te esconden, te descoOnoces, lenguaje ocupadoO, inva-
sión de palabras. Y es este lenguaje el que ,nos separa, madre:
Tú encerrada en cárceles sutiles, atrapada en serviles accioOnes,
desechoO de un hacer cotidiano de anoOnadamientoO.
Tú, mujer inexistente, me has dadoO la existencia a través de tu
senoO descoOnoOcido, leche amamantada a tu seno invadidoO, desaproO-
piado de ti, apropiadoO poOr otroO emitiendo órdenes ·de muerte y se-
paración a través de tu cuerpoO y tu vida conquistada, doOmestica-
da, oOcupada.
Me has queridoO madre. .. Pero mis recuerdoOs te guardan ausen-
te, distante de ti, distante de mí. Alimentar ha sidoO el verboO de
tu acción. ¿Crees acasoO que loOs vacíos se cO'lman con alimentos?
¿Crees acaso, madre, que esta porosidad del ser desaparece con
comidas? ¿Crees, acaso madre que alimentandoO se da la vida?
j Ah! cadena infinita de abismoOS nunca colmados, repeticiones de
madres eternamente recomenzadas, ignorando las diferencias, las
particularidades. NoO, madre, el vacío del ser, la fisura en el mirar-
se pura imagen del ayer, vana sucesión del noO~ser heoha silencioO
y desconoOcimientoO, no puede colmarse con palabras invasoras ni
con exigencias de ignorarnoOs ante otroOs aún más ignorados que
nosotras.
Pero en mí. madre, permaneces mar, siempre jugandoO en la dis-
tancia y en la cercanía. Profunda y enigmática. La mar, movi-
mientoO de profundidades insospechadas, flujoOs y reflujos CoOnstan-
tes, silentes. .. Si tuviera que nombrarte madre, te llamaría silen-
cio, negación, madre sometida, invadida, madre amordazada, mar
dre arrancada del cuerpo, madre pariendoO sin parirse.

Emma de la Rosa

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