Virginia Barciela González 2008 - Modalidad: Arqueología
Desde el origen de la humanidad, los adornos personales se crearon
para embellecer el cuerpo humano. También fueron concebidos, quizás desde el mismo momento de su utilización, como un modo de lenguaje que, de forma muy acertada, Y. Taborin (2004) ha definido como Langage sans parole, es decir, lenguaje sin palabras. Los elementos de adorno personal son, por tanto, signos de identidad que permiten caracterizar a los individuos y a las sociedades que los portan, constituyendo una extraordinaria fuente de información.
A pesar de la generalizada aceptación de este planteamiento, el concepto de
adorno en la primera historiografía arqueológica de Europa, generada durante los s. XVIII y XIX, viene marcado por un claro afán coleccionista. Durante décadas, la Arqueología estuvo subordinada a la búsqueda de objetos con ciertos valores estéticos, entre los que se encontraban los adornos personales confeccionados con metales nobles o con extraordinarias tecnologías. En España, la aparición -desde finales del siglo XIX hasta la primera mitad del s. XX- de investigadores como M. de Góngora, J. Vilanova i Piera o los hermanos H. y L. Siret, entre otros, derivó en la ruptura de esta dinámica y en la consolidación, de forma temprana, de buena parte de los conceptos de la investigación moderna. No en vano, en estos estudios existe un particular interés por contextualizar los materiales desde una consideración estratigráfica o mediante la búsqueda de paralelos formales en otros puntos de Europa, estableciendo, de ese modo, las primeras secuencias cronoculturales y tipológicas.
Aunque el interés por los ornamentos metálicos continuó durante la primera
mitad del s. XX, desde el campo de la Historia del Arte se sentaron las bases de la investigación de la orfebrería antigua peninsular, no sin abundantes prejuicios respecto a la tecnología indígena (Perea, 1991). Esta situación se mantuvo, a grandes rasgos, hasta que en los años 50A. Blanco Freijeiro, haciéndose eco de las nuevas corrientes científicas europeas, se plantea el estudio de la orfebrería desde el punto de vista tecnológico y del estilo (Blanco Freijeiro, 1956, 1957, 1958).
A finales de los años 60 se produjo en Europa una creciente atención
científica por la industria ósea, lo que determinó que las investigaciones referentes a los adornos discurrieran de forma aislada en función de la materia prima, separándose los estudios de elementos metálicos de aquellos elaborados con materias duras de origen animal. De manera paulatina, también se desarrollaron interesantes análisis sobre los adornos realizados con materias pétreas, aunque, en este caso, la perspectiva tecnológica no se introdujo plenamente hasta los años 90.
Este planteamiento tuvo consecuencias dispares en la historiografía de las
siguientes décadas. Por un lado, los trabajos sobre adornos personales se incluyeron en los análisis generales sobre las industrias, dotándolos de un contexto apropiado y sentando las bases de los posteriores estudios tecnológicos. Por otro, se alejaba cada vez más la posibilidad de crear un marco conceptual común para este tipo de elementos, independientemente de la materia prima con la que estuvieran elaborados.
En la actualidad, la investigación arqueológica sobre los adornos personales
está vinculada a su concepto y funcionalidad simbólica. La relación con otros ob¬jetos fabricados con las mismas materias primas es innegable, aunque sólo bajo la forma de algunas variables secundarias que impone la materia en el proceso tecnológico. El verdadero valor definidor de los adornos es, sin duda, su papel de representación, particularidad que no comparte con otros elementos de función productival. La funcionalidad simbólica será la que determine, en última instancia, cómo deben relacionarse sus variables materiales (morfología, materia prima y uso) durante el proceso tecnológico, y cuales de ellas deben predominar sobre las otras. La tecnología es, por tanto, la parte material de esa concepción simbólica y la vía arqueológica para su comprensión.
El significado y la funcionalidad de los elementos de adorno prehistóricos
han sido vinculados, por numerosos investigadores, a varias esferas teóricas que, en esta y otra publicación anterior, se han resumido en tres grandes ámbitos: el estético, el social y el socio-económico (Barciela, 2007).
El término estética hace referencia a todo aquello relativo a la percepción o
apreciación de la belleza (según el Diccionario de la Lengua Española de la R.A.L, 22a edición, 2001). La belleza es un concepto subjetivo que se origina en el seno interno de las distintas sociedades. Además, es un concepto dinámico, que evolu¬ciona con el tiempo y que está expuesto a influencias de diversa índole, por lo que difícilmente es comprensible fuera de su propio contexto (Leroi-Gourhan, 1971:267). A través de la estética se perciben sensaciones que son racionalizadas de forma sistemática por el hombre, provocando comportamientos diversos -atracción sexual, agresividad o respeto, entre otros- esenciales para el establecimiento de las pautas básicas de socialización y reproducción de una comunidad. Estas percepciones están ligadas al aparato fisiológico y al aparato social (Leroi- Gourhan, 1971: 267), contribuyendo a la diferenciación entre sexos o segmentos de edad y al refuerzo de los lazos de pertenencia a un grupo cultural.