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territorial cumplió una tarea efectiva, careció los fines típicos del capitalismo y

correspondió más a la preocupación estética de reproducir el estilo de la clase territorial


europea en cabañas y estancias paralelas a los modelos propuestos, con parques y cascos que
rivalizaban con los castillos y "manors", provocando el asombro de los viajeros de primera
clase.
El aprovechamiento comercial —en el nivel internacional— de la producción
agropecuaria, era por completo ajeno a esa clase, y así la estancia moderna fue más que nada
una prolongación del frigorífico que demandaba esa transformación de las razas, y el
frigorífico una prolongación del único mercado posible y estimable: el británico.
El progreso nacional debió ser otro: mercado, nave, seguro, frigorífico, ferrocarril, como
prolongación de la chacra y de la estancia.
Vender, comprar, fabricar, navegar, asegurar, bancar, disputar clientes, abrir mercados, son
cosas de burgueses: los ricos argentinos se han propuesto como modelos a los príncipes rusos, los
nababs, y los lores ingleses, no a esos groseros norteamericanos que se jactan de serlo, hinchas de
baseball, que casan la hija con un noble y publican a gritos el precio de la dote y utilizan el título para
una marca de fábrica y que en lugar de imitar el inglés de Oxford se envanecen en su idioma
norteamericano. (No saben ver la realidad detrás del aire displicente del lord que disimula sus
actividades burguesas que le permiten mantener el costoso castillo)9.
Si Buenos Aires fue el puerto de la riqueza argentina, los ricos argentinos sólo conocieron del
mismo el desembarcadero de la Dársena Norte, en tránsito a los camarotes de la Mala Real o los
paquebotes franceses. 10
9 En “Prosa de hacha y tiza” reproduzco una nota periodística que escribí comentando dos reportajes al doctor
Miguel
Ángel Cárcano en sendos regresos de Europa, después de la revolución de 1955. En ellos el Dr. Cárcano señalaba
una
vergüenza nacional propia del régimen depuesto: la abundancia de negociantes argentinos que andaban por el
exterior
vendiendo y comprando cosas para hacer diferencias y comisiones.
Me parece que no puede decirse nada más expresivo de la pretensión aristocrática de un grupo social al que
repugna la actividad burguesa y cree que vendedores y compradores perjudican la imagen “culta y distinguida” que
los
argentinos de su clase habían creado en Europa. Es notable la persistencia de las pautas que corresponden al fin
del siglo
pasado y la belle époque, y cuando prácticamente ha desaparecido la preeminencia mundial de los ricos argentinos
que
facilitó la deformación de la función histórica del grupo.
La aristocracia británica, que es auténtica, sabe desdoblarse burguesamente para hacer el Imperio: los gentlemen
disimulaban bajo su estilo los libros de caja y los muestrarios. ¿Quiénes constituyeron la “Compañía de aventureros
de la
bahía de Hudson”, y cien más iguales, que acompañaron la expansión británica’ Pues bien, Cárcano califica de
aventureros a
los italianos judíos, turquitos y criollos aprovechados que jugaban el mismo papel para la Argentina posiblemente
ante la
falencia de la supuesta aristocracia en su función burguesa, que dejó al extranjero.
Recientemente con motivo de los agravios de que fue objeto el deporte argentino en el campeonato mundial, Lord
Lovat salió a campear por los nuestros en la prensa británica. El periodismo porteño lo destacó, pero pasó por alto
algo que
contiene enseñanzas sobre el particular a que me estoy refiriendo: Lord Lovat es miembro del clan Frazer, y los
Frazer son
los dueños del paquete accionario más grande de la Fábrica Argentina de Alpargatas. ¿Habló el aristócrata, o el
burgués,
interesado en mostrar buena cara a los consumidores nativos (¡y tan nativos!) de alpargatas?
10 Juan José Sebreli (“Buenos Aires, vida cotidiana y alienación”, Ed. Siglo Veinte, 1964), dice: la elección del
lugar
del nuevo barrio residencial en el norte, tampoco fue obra del azar, sino de una consecuencia más de la
influencia
imperialista: la instalación del Puerto Nuevo, por medio del cual la ciudad se vinculaba con Europa,
llevaba a todos quienes
estaban de una forma u otra vinculados al comercio de importación y exportación, a ubicar su residencia
en los alrededores.
Esto desde luego es inexacto, cronológicamente, porque el Barrio Norte comienza a desarrollarse a fines del siglo
pasado, como el mismo Sebreli lo señala, y Puerto Nuevo funciona desde hace 30 años. Todo el Barrio Norte de las
grandes
residencias estaba edificado para entonces.
Pero además esto significa atribuirle a la clase terrateniente una actividad comercial que abandonó precisamente en
manos de los extranjeros o a lo sumo en la nueva burguesía para constituirse en instrumento dependiente de la
burguesía
extranjera como lo comprobó dramáticamente Lisandro de La Torre cuando quiso defenderla frente al aparato de
comercialización. (Ver nota sobre Sociedad Rural).
Buenos Aires será un puerto típicamente colonial, porque lo que distingue esencialmente al
coloniaje es que la colonia vende F.O.B. y no C.I.F., que es como venden las metrópolis.
El comprador está aquí y no en el puerto de destino. Así la exportación no se diversifica hacia
los posibles mercados de compra, como ocurre cuando el país productor tiene sus vendedores en el
destino de la mercadería; no se va a la conquista de mercados sino que el comprador exterior conquista
el mercado productor, unifica la demanda y lo hace suyo obstaculizando la diversificación y la
competencia internacional; es el comercio de factoría que el genio político de Gran Bretaña ha
descubierto que es más importante que la conquista imperial que seguían practicando las demás
metrópolis europeas empeñadas en la disputa del remanente de posiciones ultramarinas. El comercio
de importación sigue la misma suerte como complemento de esa política comercial que no necesita el
manejo de los territorios, pues basta con el control económico de los puertos y que es pronto control de
la política y la cultura. (Ver nota en el Apéndice).
El grupo económico-político extranjero organiza correlativamente el sistema de transporte
dirigiendo sus inversiones para crear una geografía económica adecuada: la red afluente al puerto
concebida en función de su producción para esos fines, como la ha demostrado hasta la saciedad
Scalabrini Ortiz en si “Historia de los ferrocarriles argentinos”, que documenta, además, el carácter
minoritario de esa inversión, que en su mayor parte salió del propio esfuerzo nacional. Cosa parecida
ocurre con la banca que permite a las filiarles de los bancos extranjeros –y aun a los bancos
nacionalescapitalizar
los ahorros del país dominado para hacerlos instrumentos de la colonización en lugar de
factores de desarrollo interno: el ahorro nacional es puesto al servicio de la importación y en contra de
la promoción interna.
Del dominio económico surge el dominio cultural. La gran prensa es el instrumento
más efectivo para sembrar entre la "gente culta" el ideario conveniente que es facilitado por las
comprobaciones del éxito inmediato, que parece evidente, de la teoría del progreso ilimitado a
lograr por esos carriles; sólo se necesita mantener como dogma indiscutible los enunciados
liberales impuestos después de Caseros, y que constituyen el fondo común del pensamiento
ilustrado de la Universidad, la escuela y el libro. Ya veremos cómo la falsificación de la
historia es una complementación útil al mantenimiento de esa dogmática.
La alta clase se ha imbuido de una concepción aristocrática a la que repugna cualquier
actividad burguesa ajena a la única forma digna de la riqueza; además, si alguno de sus
miembros supera el complejo cultural que tipifica a la clase, el manejo de los medios
económicos se encargará de acreditar con el fracaso y la ruina de sus negocios, que los
argentinos no hemos nacido para eso —como también lo dijo Sarmiento— y su ejemplo
servirá para la irrisión de los que no se apartan de la actividad tradicional: será a lo sumo "un
loco lindo" que se mete en lo que no entiende.
En cambio hay un destino reservado para la alta clase, cuando los patrimonios entran
en decadencia, o cuando no se está en los niveles más elevados: la Facultad de Derecho provee
de abogados a las empresas de capitales extranjeros, y la guía social de Directores a las
Sociedades Anónimas, que son la representación local de aquellos intereses. Abogados y
directores son baratos, pues reciben como un favor el que hacen; es la mentalidad del cipayo
que hasta cree estar sirviendo a su país cuando sirve directores extranjeros; el sistema se
perfecciona con gobernantes, jueces y maestros de la misma mentalidad.
Ser burgués disminuye, ser cipayo o vendepatria, jerarquiza. Luego esa incapacidad
aprendida se imputará también a la herencia hispánica, católica, indígena, etc.
El país ya está realizado para quienes tienen del mismo la idea do que el país son ellos,
y contemplan al resto, como desde la metrópoli contemplan al conjunto.
Precisamente era el desarrollo de la economía imperialista la que determinaba su alejamiento del Puerto al que sólo
hubiera estado vinculado si hubiera constituido un capitalismo nacional que manejase la comercialización.

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