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Graham Greene: El factor humano

Idioma original: inglés


Título original: The Human Factor
Traducción: Iris Menéndez y Enrique Sordo
Año de publicación: 1978
Valoración: Recomendable

Casualidades: siendo más bien poco aficionado a los relatos de intriga y espionaje,
muy poco antes de ponerme con este libro había terminado otro de asunto
teóricamente similar. Como la reseña se publicó hace poco, no volveré sobre
aquella lectura, pero sí me complace dejar constancia de la diferencia. Moviéndose
también por terrenos más o menos próximos (tramas de espionaje), la novela de
Greene es justo la antítesis de la otra: argumento muy sencillo, solo un puñado de
personajes pero interesantes, profundidad psicológica, el punto de humor justo.
Todos los ingredientes bien manejados y ensamblados con inteligencia. En
realidad, tampoco creo que El factor humano se deba considerar un libro sobre
espías. Efectivamente hay espías, el relato se monta en torno a ellos y su trabajo,
pero ese mundo opaco es solo una de las capas del relato, y no necesariamente la
más importante.

En un oscuro departamento de cierto servicio de inteligencia inglés se descubren


unas filtraciones que, como puede suponerse, es lo peor que puede ocurrir en un
lugar así. Como en este entorno todo debe ser necesariamente sutil, se inicia una
investigación discreta y el problema se focaliza en dos únicas personas. Aquí
empezamos a descubrir a algunos de esos ricos perfiles que iremos encontrando.
Los dos funcionarios sobre los que recaen las sospechas son aproximadamente
antagónicos: uno es un veterano servidor del Estado, curtido en distintas misiones,
con familia y ganas de colgar la chapa. El otro, un joven soltero, algo derrochador
(ay, esas apuestas) y con una vida un poquillo disoluta. Ambos tienen en común
un elemento omnipresente en la novela: el alcohol. Más concretamente el whisky,
que trasiegan como la cosa más normal en dosis, momentos y frecuencias que
llegan a dar un poco de grima. Quizá no llega a ser una adicción, pero sí una
costumbre digamos demasiado arraigada, que terminará con la aparición de cierto
hígado bastante triturado. Como para extrañarnos.

Subiendo en la escala administrativa nos encontramos con un coronel, entregado


a la tarea con empeño castrense, y de una integridad moral irreprochable. Y, ya en
las alturas, aparecen esos sujetos de responsabilidades nebulosas, que flotan entre
lo político y las prácticas mafiosas, individuos socialmente intachables,
encantados de concebir y ordenar operaciones de limpieza mientras despachan
una trucha ahumada en el comedor del club. Tipos sin escrúpulos cuando se trata
de alcanzar los objetivos o, mejor dicho, con niveles de escrúpulos muy bajos,
aunque no siempre equivalentes: dentro de ese mundo de ‘los malos’, Greene
define con finura a unos y otros, porque en definitiva esta es una novela de
personajes, donde lo que hacen importa solo para definir cómo son.
Es también notable la imagen que tenemos del trabajo de los espías. El autor, que
por lo visto trabajó un tiempo para el MI6, parece empeñado en desmitificar ese
mundo, y se vuelca en su vertiente más burocrática. Sin rastro de heroicidad, lo
que vemos son funcionarios que en una oficina polvorienta tramitan informes
recibidos de distintas partes del mundo, muchos de ellos irrelevantes. Un
ambiente gris y aburrido en el que ejercen más de chupatintas que de urdidores de
oscuras tramas internacionales.

Probablemente Greene ha querido degradar a propósito la épica de los servicios


secretos para poner de manifiesto con más rotundidad la perspectiva que va en el
mismo título: lo que importa en este caso no serán las peripecias de espías y
agentes dobles, ni las maniobras de los Gobiernos para mantener o alterar los
equilibrios geopolíticos. Lo que interesa esta vez es contemplar ese mundo desde
la posición de sus protagonistas, individuos que trabajan en una oficina como
otros tantos millones, aunque lo que manejen sea material sensible y estén
sometidos a controles y obligados a mantener secretos que personalmente les
importan bien poco. Hablamos de tipos que en definitiva se mueven por estímulos
no muy diferentes de cualquier otro, básicamente llevarse un sueldico a casa y,
según los casos, tener lo suficiente para apostar a los caballos y alguna juerga, o
simplemente mantener a su familia con algo de decencia. Estos currelas de los
servicios de espionaje -nos dice Greene- no son superhéroes de cine de acción, ni
se dejan llevar por raptos de patriotismo pensando en Su Graciosa Majestad.

Con esta perspectiva, cuando aflora la traición tampoco encontraremos a un


culpable atrapado entre dos lealtades, ni a alguien atormentado o vengativo con
algún terrible secreto que justifique su conducta imperdonable, sino alguien
corriente, consciente de su falta pero que simplemente actúa como considera
correcto. El personaje recuerda un poco al cura de El poder y la gloria que, sin ser
un héroe ni un gran traidor, se salía del carril para seguir su propio camino,
asumiendo con naturalidad las consecuencias de su conducta. Pero no sólo el
protagonista, la mayoría del reparto tiene también su dibujo, su pequeña historia
y su personalidad, y de todo ello deriva su forma de proceder.

En definitiva, lo que Greene presenta, más que un relato de espías, es un conflicto


en el que las circunstancias individuales y las convicciones chocan con (y
prevalecen sobre) las obligaciones, como queriendo dejar claro que por mucho
que esos servicios de inteligencia se diseñen con toda la frialdad y las cautelas para
asegurar su eficacia e impermeabilidad, no dejan de estar formados y manejados
por personas, cuyas debilidades o fortalezas, según se mire, pueden terminar por
hacer vulnerable el sistema.

Como apenas hay acción hasta bastante cerca del final, cabría pensar si una novela
de estas características no se hará aburrida: pues en absoluto. El autor tiene
indudable destreza para componer una narración fluida, dosificada a la perfección
y con un tono equilibrado, que se mueve cerca de lo oscuro sin desdeñar lo íntimo
ni la pincelada humorística, medida y colocada exactamente donde debe. Y es que
cuando se tiene talento y las ideas claras, con lo más sencillo es suficiente para
construir algo inteligente e interesante.

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