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Lunes 5 de marzo

Siempre supe que tenía algo diferente, aunque no sabía muy bien qué. Es cierto que a
comparación de las niñas de mi escuela, soy mucho más pequeña. Mamá dice que se
solucionará con el tiempo. La verdad no me importa. Tampoco mi cabello se parece al de
Nicola ni al de Esperanza, tan largo y lacio que casi les llega a los pies, poquito más y
seguro lo pisarían cada dos segundos. Una vez, escuché decir a Mamá que hace muchos
años, mucho antes de que mi abuelita Chabe naciera, existió una mujer llamada Medusa,
sus cabellos eran serpientes con vida propia. Además, podía convertir a cualquiera en
piedra con sólo mirarlo a los ojos. Seguro que mis cabellos son como los de ella. A veces
por más que intente aplacarlos insisten en menearse de un lado a otro. Antes, Mamá los
calmaba con un spray, pero desde que Arturo enfermó no tiene tiempo para cepillar mi
cabello.
Si tengo los cabellos de Medusa, ¿por qué no puedo convertir en piedra a Nicola ni
Esperanza? Hoy se pasaron molestándome todo el día. Dijeron que siempre estoy
greñuda y llevo el uniforme arrugado, pero lo que me hizo enojar de veras, fue que se
metieran con Arturo. Se burlaron de su pelona. Según ellas, está perdiendo el cabello y
adelgazando tanto porque se convertirá en momia. Yo digo que son patrañas. Él no tiene
la culpa de haber perdido su cabellera, ¿acaso los árboles eligen perder sus hojas?

Hace tres años que Arturo enfermó. Lo sé porque en la pared de la sala está colgada una
foto del día en que Papá y Mamá decidieron contarle a la familia lo que pasaba. Yo sólo
tenía siete años, Arturo diez. Todos lloraron, yo también, aunque en ese momento no supe
muy bien por qué. Me bastó ver a todos llenos de lágrimas para unirme a su llanto. Ahora
sé la razón de la tristeza. No hay nadie que pueda consolarme.

Por la tarde, Blanquita, la señora que nos ayuda con la limpieza, habló por teléfono. Papá
y Mamá llevaron a Arturo a sus consultas, sólo estábamos nosotras dos. De pronto, la
escuché decir que la Muerte se quería llevar a mi hermano. Sentí como si algo se atorara
en mi garganta, como la vez que, sin querer, me tragué un chicle de bola y no pude
respirar.

Le pregunté a Blanquita por qué la Muerte me quería quitar a Arturo. Se sorprendió por
mi pregunta, creo que pensó que no escuché su plática.

-¿Por qué haces esas preguntas, Leonora?

-Usted dijo.

-No le vayas a contar a tus papás que me escuchaste decir eso, ¿sí?

-No les contaré si me dice por qué se lo quiere llevar.

Parecía un trato justo. Yo me quedaba callada si ella respondía mis dudas.

-Ay niña. en lo que me metes. Tu hermano está enfermito. Ya lleva mucho tiempo así.
Hay veces en que uno ya no puede más, ahí es cuando viene la Muerte. Ya no me
preguntes más cosas o me meterás en problemas. Una niña tan chiquita como tú no
debería ser tan preguntona.

No estoy dispuesta a dejar que esa tal Muerte se lleve a Arturo.

No puedo dormir, tengo miedo de despertar y no encontrar a mi hermano.

Ayer, casi no descansé, pero tuve tiempo para pensar. Y sobre todo, para planear. Pienso
retar a la Muerte. Pensé mucho en cómo vencerla. Hoy Mamá no tuvo que llevar a
consulta a Arturo. Pregunté si sabía cómo vencer a la Muerte. Me contó que en una
película muy vieja que vio hace unos años, antes de conocer a Papá, un hombre jugaba
ajedrez con la Muerte, pero después de unas partidas perdió y tuvo que irse con ella. No
puedo arriesgarme. La vida de mi hermano está en peligro. Además, no sé jugar ajedrez.

Estuve sola en casa toda la tarde. Blanquita se fue temprano, su nieto tenía empacho y lo
llevaría a sobar. Eso fue lo que dijo. Creo que ha estado evitando estar a solas conmigo.
Mamá llevó al hospital a Arturo, Papá la alcanzó cuando salió del trabajo. Creo que está
más enfermo que antes. Decidí actuar hoy mismo, antes de que pasara algo peor.

Invoqué a la Muerte. No tardó mucho en presentarse. Por un momento creí que no


vendría. Tuve mucho miedo cuando la vi, pero no debía echarme para atrás. Vestida de
negro, con su bastón de madera, se presentó ante mí. Entonces la desafié. Lloré tanto que
aceptó mi propuesta. He escuchado a muchos adultos decir que el Amor es ciego. Nunca
me dijeron que la Muerte también. Por eso se lleva a cualquiera: niños, jóvenes, adultos,
grandes... No puede ver de quién se trata. Quizá si contara con su vista no se llevaría a
todos. Decidí aprovecharme de su ceguera. No podía retarla a ajedrez, pero sí a unas
carreras.

El año pasado gané el primer lugar en la Carrera anual de la escuela, quise compartir mi
victoria en familia, pero Mamá y Papá llevaron a Arturo de emergencia al hospital.
Estuvieron todo el día fuera de casa. Blanquita me felicitó y como premio preparó para
cenar hot cakes. Esta vez nadie me prepararía una cena deliciosa ni mucho menos me
darían un trofeo. No importa. La vida de mi hermano es el mejor premio que puedo tener.

La carrera comenzó. Muerte corría muy rápido, con su bastón se impulsaba para agarrar
más velocidad. Aunque soy rápida siempre supe que era muy probable que no igualara su
agilidad, por eso me previne. Antes de llamarla, amarré delgados hilos de un mueble a
otro. Fue con uno de esos que tropezó ¡Tremenda caída que se dio! Sus huesos salieron
volando a todas partes. Por acá quedó su mano, por allá su pie, debajo del sillón su
rodilla... Me sentí mal por ella, no creí que fuera a quebrarse. Quise regresar a ayudarla,
pero no me detuve hasta llegar a la meta. La pobre tardó una hora en armarse. Se veía
molesta. Aprobó la vida de Arturo y se fue.

Cuando desperté, Arturo ya estaba en su cama. Corrí contenta a su cuarto, quería hablar
con él, contarle mi victoria, pero se veía peor que antes. No despertó en todo el día.

Hablé unos minutos con él. Le cuesta respirar.

Hoy no quiso hablar con nadie. Se la pasa acostado, mirando hacia el techo, sin decir
nada.

Su llanto me despertó en la noche. Soñaba con nosotros. Nos echábamos unas carreritas.
Antes de enfermarse, Arturo era mejor que yo corriendo. Ahora no puede ni pararse de la
cama. Trataba de llorar en silencio, pero su cuarto está a un lado del mío. Yo también
lloré.
Hace rato hablé con Blanquita.

-Blanquita, ¿crees que mi hermano ya no puede más?

-Ay Leonora, ya vas a empezar.

-Necesito saberlo.

-Tu hermano ya se cansó, Leonora.

-¿Se cansó de qué?

Blanquita no contestó. Sólo me abrazó, un abrazo que no había recibido en mucho


tiempo. De pronto sentí cómo lo que había estado atorado en mi garganta se desvanecía.
Las lágrimas no dejaban de salir. Lloré mucho tiempo, lloré hasta quedarme dormida.

Mamá y Papá llevaron al hospital a Arturo. Blanquita se fue temprano a cuidar a su nieto.
Entonces llamé a la Muerte por segunda vez. Me disculpé por haber jugado sucio.
También le pedí un favor. Quería que Arturo estuviera conmigo, pero no así. No
sufriendo cada segundo. No durmiendo la mayor parte del día para olvidarse, aunque sea
un poquito de su dolor. Aprobó mi súplica, como ya lo había hecho antes y se fue.

Hoy despedimos a Arturo. Ayer en la noche Papá y Mamá llegaron sin él. Me miraron
con los ojos llenos de tristeza, pero no dijeron nada. No necesitaron hacerlo. Sabía lo que
significaba ese silencio.

-Tranquilos, Mamá y Papá. Ya sé lo que pasa. Arturo se cansó, por eso se lo tuvo que
llevar.

Ambos me abrazaron como Blanquita lo hizo dos días antes. Me dijeron que me
tranquilizara, pero ya lo estaba. Fui yo quien le pidió a la Muerte. Espero que Arturo
también la rete a unas carreritas, seguro él será el primero en llegar a la meta.

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