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Filosofía y Pensamiento
Alianza Editorial
Materiales / Filosofía y Pensamiento
El libro universitario
Vicente Hernández Pedrero
La Ética a Nicómaco
de Aristóteles
Alianza Editorial
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blece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños
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o ejecución artística lijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier
medio, sin la preceptiva autorización.
3. Conceptos esenciales............................................................. 75
5. Bibliografía.......................................................................... 91
1. Presentación: La ética
aristotélica (aproximación a
una lectura contemporánea)
1. Eudaimonía
La felicidad es sin duda el tema principal de la Ética a Nicóma
co, asi como del conjunto de la ética aristotélica, y podríamos de
cir también que de toda la ética antigua. Como tal, la felicidad es
un objetivo a realizar, no algo que pueda sobrevenir circunstan-
cialmcnte. Es por tanto mucho más que la simple suma de place
res o momentos hedonistas. Es un bien supremo, el mayor bien al
que puede aspirar un individuo en el uso de su razón (lagos) a lo
largo de su vida, y que debe perseguirse a través de unas determi
Vicente Hernández Pedrero
nadas actividades, de unas acciones prácticas (praxis). Para Aris
tóteles, el objetivo de la felicidad será el mayor bien en la medida
en que responde al sentido (télos) de lo que el ser humano es
realmente, antropológicamente, de aquello que es su función al
estar en el mundo. Cumplir, realizar esa función que le es propia
(asi como un flautista o un escultor realizan unas funciones de
acuerdo con sus oficios — 1097 b), es el blanco hacia el cual de
bemos dirigir nuestras flechas, esto es, nuestras acciones. Esa tra
yectoria que describe el recorrido de la flecha hasta dar en el
blanco (—094 a) es nuestra vida dirigida por la razón. Por eso, la
felicidad no está al alcance de cualquiera. Es necesario hacer ese
recorrido, orientar el mismo desde la práctica de unas acciones
que llamamos virtudes, y por ello un niño no puede ser feliz,
«pues por su edad no puede practicar tales cosas». La felicidad
requiere por tanto «de una vida entera»— 1100 a.
De este modo, la ética aristotélica deja establecido por vez
primera el espacio de la responsabilidad subjetiva, de lo que lla
mamos modernamente una conciencia del deber. Que en el caso
de Aristóteles es conciencia del deber acerca de la propia reali
dad personal, sus condiciones de vida, sus relaciones con los de
más, sus compromisos políticos, todo aquello que debe seguirse
para orientar una vida desde la razón. Pero esta dimensión subje
tiva que muestra la ética aristotélica se complementa necesaria
mente, y éste es un aspecto crucial para entender la importancia
que representa hoy el pensamiento de Aristóteles, con la dimen
sión social que tiene todo individuo humano, entrando en rela
ción con los «bienes»' concretos que aporta una sociedad a sus
miembros.
Frente a la doctrina platónica de unos «bienes en sí», inmuta
bles y eternos4, Aristóteles invierte en su filosofía los términos y
considera los bienes sólo desde el punto de vista de unos indivi
duos determinados que forman parte de una sociedad concreta,
de modo que los bienes lo serán para esos individuos en su vida
en común. «El hombre es por naturaleza una realidad social»
— 1097 b— . Y entonces su recorrido hacia la felicidad individual
deberá participar necesariamente de aquellos bienes que son co
munes. De ese modo, la subjetividad moral debe proyectarse en
el espacio público, en la política, que es la que garantiza la per
manencia y reproducción de aquellos bienes necesarios. Más aún.
1. Presentación: La ética aristotélica
el individuo debe ser consciente de la importancia de ese espacio
común concediéndole, llegado el caso, la primacía, pues «aunque
el bien del individuo y el de la ciudad sean el mismo es evidente
que será mucho más grande y más perfecto alcanzar y preservar
el de la ciudad» — 1094 b— . Los bienes que promueve y asegura
la política van a ser, en tal sentido, necesarios para todo proyecto
individual hacia la felicidad. Esos bienes exteriores, leyes, pro
ducción, arte, ciencia, condicionan el propio recorrido moral del
individuo, pues «la felicidad parece necesitar también de esta cla
se de prosperidad», ya que «es imposible o no es fácil hacer el
bien cuando se está desprovisto de recursos» — 1099 b.
En nuestros días es discutible si el hecho de contar con más o
menos recursos o bienes le otorga mayor o menor valor moral al
proyecto de vida racional de un individuo5. Desde luego, para el
punto de vista kantiano, en su defensa de una conciencia que ac
túa moralmcnte en solitario, y es ajena a todo fenómeno corporal
o sensitivo, una cosa y la otra no guardan ninguna relación. Y sin
embargo desde la perspectiva aristotélica la relación entre am
bas es innegable pues, a pesar de la presencia de una dimensión
moral vivida subjetivamente por el individuo, lo cierto es que
al final «nadie estima feliz al que [...] ha acabado miserablemen
te» — 1100 a.
En cualquier caso, la insistencia de Aristóteles por articular
todo proyecto de vida individual sobre un fondo de vida en co
mún es, hoy en día, algo filosóficamente incuestionable si pensa
mos que somos seres socializados en unas culturas y formas de
vida concretas.
2.1 Phrónesis
Notas
Libro I
Toda arte y toda investigación, y del mismo modo toda acción y l(W4«
lección, parecen tender a algún bien; por esto se ha dicho con ra
zón que el bien es aquello a que todas las cosas tienden. Pero pa
rece que hay alguna diferencia entre los fines, pues unos son acti
vidades, y los otros, aparte de éstas, ciertas obras; en los casos en
que hay algunos fines aparte de las acciones, son naturalmente
preferibles las obras a las actividades. Pero como hay muchas ac
ciones, artes y ciencias, resultan también muchos los fines: en
efecto, el de la medicina es la salud; el de la construcción naval,
el barco; el de la estrategia, la victoria; el de la economía, la ri
queza. Y en todas aquellas que dependen de una sola facultad
(como el arte de fabricar frenos y todas las demás concernientes
a los arreos de los caballos se subordinan al arte hípico, y a su
2
Si existe, pues, algún fin de nuestros actos que queramos por él
mismo y los demás por él, y no elegimos todo por otra cosa —pues
así se seguiría hasta el infinito, de suerte que el deseo seria vacío
y vano— , es evidente que ese fin será lo bueno y lo mejor. Y así,
¿no tendrá su conocimiento gran influencia sobre nuestra vida, y,
como arqueros que tienen un blanco, no alcanzaremos mejor el
nuestro? Si es así, hemos de intentar comprender de un modo ge
neral cuál es y a cuál de las ciencias o facultades pertenece. Pare
cería que ha de ser el de la más principal y eminentemente direc
tiva. Tal es manifiestamente la política. En efecto, ella es la que
establece qué ciencias son necesarias en las ciudades y cuáles ha
de aprender cada uno, y hasta qué punto. Vemos además que las
facultades más estimadas le están subordinadas, como la estrate-
1094/» gia, la economía, la retórica. Y puesto que la política se sirve de
las demás ciencias prácticas y legisla además qué se debe hacer y
de qué cosas hay que apartarse, el fin de ella comprenderá los de
las demás ciencias, de modo que constituirá el bien del hombre;
pues aunque el bien del individuo y el de la ciudad sean el mis
mo, es evidente que será mucho más grande y más perfecto al
canzar y preservar el de la ciudad; porque, ciertamente, ya es
apetecible procurarlo para uno solo, pero es más hermoso y divi
no para un pueblo y para ciudades.
Éste es, pues, el objeto de nuestra investigación, que es una
cierta disciplina poética.
I Rey de Asiria, del siglo IX a. de C., famoso por sus vicios y vida de
placeres desordenados; según una leyenda, se arrojó a una hoguera con
sus mujeres, esclavos y tesoros, en su palacio de Ninive, cuando la ciu
dad fue tomada.
Aristóteles
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_______ _________________ _____________ ^ e a a N ^c **m a c o
tad del todo \ y que por él se aclaran muchas de las cosas que se
buscan.
8
Se ha de considerar, por tanto, el principio no sólo desde nuestra
conclusión y nuestras premisas, sino también de lo que se dice so
bre él, pues con lo que es verdad concuerdan todos los datos, pero
con lo falso pronto discrepan. Divididos, pues, los bienes en tres
clases, los llamados exteriores, los del alma y los del cuerpo, deci
mos que los del alma son los primarios y más propiamente bienes,-'
y las acciones y actividades anímicas las referimos al alma. Esta
opinión es antigua, y están de acuerdo con ella los que filosofan,
de suerte que probablemente tenemos razón al adoptarla. Es tam
bién exacta en cuanto se dice que el fin consiste en ciertas accio
nes y actividades, y esto ocurre con los bienes del alma y no con
los exteriores. Concuerda también con nuestro razonamiento el
que el hombre feliz vive bien y obra bien, pues se dice que viene a
ser una buena vida y buena conducta. Es claro, además, que lo
que hemos dicho incluye todos los requisitos de la felicidad. En
efecto, a unos les parece que es la virtud, a otros la prudencia, a
otros cierta sabiduría, a otros estas mismas cosas o alguna de
ellas, acompañadas de placer o no desprovistas de placer; otros in
cluyen además en ella la prosperidad exterior. De estas opiniones,
unas son sostenidas por muchos y antiguos; otras, por unos pocos
hombres ilustres, y es razonable suponer que ni unos ni otros se
han equivocado en todo por completo, sino que en algún punto o
en la mayor parte de ellos han pensado rectamente.
Nuestro razonamiento está de acuerdo con los que dicen que
la felicidad consiste en la virtud o en una cierta virtud, pues per
tenece a ésta la actividad conforme a ella. Pero probablemente
hay no poca diferencia entre poner el máximo bien en una pose
sión o un uso, en un hábito o una actividad. Porque el hábito que
se posee puede no producir ningún bien, como en el que duerme
o está de cualquier otro modo inactivo, mientras que con la acti- 1099 a 3
10
Entonces, ¿no hemos de considerar feliz a ningún hombre mien
tras viva, y será menester, como dice Solón, «ver el fin»? Y si
hemos de sentar esto, ¿es acaso feliz después de su muerte? ¿No
es esto completamente absurdo, sobre todo para nosotros que de
cimos que la felicidad consiste en cierta actividad? Y si no llama
mos feliz al hombre muerto — y tampoco Solón quiere decir eso,
sino que en ese momento se podría considerar venturoso a un
hombre por estar ya exento de los males y de los infortunios— ,
también eso sería discutible, pues parece que para el hombre
muerto existe también un mal y un bien — lo mismo que existen
para el que vive, pero no se da cuenta, por ejemplo, honores, des
honras, y prosperidad e infortunio de sus hijos y en general de
sus descendientes- -. Sin embargo, esto también presenta una di
ficultad, pues al que ha vivido venturoso hasta la vejez y ha
muerto de modo análogo, pueden ocurrirle muchos cambios en
sus descendientes, ser algunos de ellos buenos y alcanzar la vida
que merecen, y otros al contrario; porque es evidente que al ale
jarse de sus progenitores les puede ir de todas las maneras posi
bles. Sería, en verdad, absurdo si con ellos cambiara también el
muerto y fuera tan pronto feliz como desgraciado; pero también
es absurdo suponer que las cosas de los hijos pueden en algún
momento dejar de interesar a los padres.
Pero volvamos a lo que antes preguntábamos; quizá por aque
llo se comprenderá también lo que ahora buscamos. Si es menes
ter ver el fin y juzgar entonces venturoso a cada uno no porque lo
sea en ese momento, sino porque lo fue antes, ¿cómo no será ab-
Ética a Nicómaco
surdo que cuando uno es feliz no se reconozca con verdad la feli
cidad que posee por no querer declarar felices a los que viven, a l loo *
causa de las mudanzas de las cosas y por entender la felicidad
como algo estable, que en modo alguno cambia fácilmente,
mientras las vicisitudes de la fortuna giran incesantemente en tor
no de ellos? Porque es evidente que si seguimos las vicisitudes de
la fortuna declararemos al mismo hombre tan pronto feliz como
desgraciado, presentando al hombre feliz como un camaleón y
sin fundamentos sólidos. Pero en modo alguno se deben seguir
las vicisitudes de la fortuna: porque no estriba en ellas el bien ni
el mal, aunque la vida humana necesita de ellas, como dijimos;
las que determinan la felicidad son las actividades de acuerdo
con la virtud, y las contrarias, lo contrario. Y lo que ahora discu
tíamos apoya nuestro razonamiento. En ninguna obra buena, en
efecto, hay tanta firmeza como en las actividades virtuosas, que
parecen más firmes incluso que las ciencias; y las más valiosas
de ellas son más firmes, porque en ellas viven sobre todo y con
más continuidad los hombres venturosos. Y ésta parece ser la
causa de que no se las olvide. Se dará, pues, lo que buscamos en
el hombre feliz, y será feliz toda su vida; pues siempre, o más
que cualquier otra cosa, hará y contemplará lo que es conforme a
la virtud, y en cuanto a las vicisitudes de la fortuna, las sobrelle
vará de la mejor manera, y moderadamente en todos los respectos
el que es «verdaderamente bueno» y «cuadrilátero intachable»'*.
Pero como muchas cosas que ocurren suceden por azares de
fortuna y difieren por su grandeza o pequenez, es evidente que
los pequeños beneficios de la fortuna, lo mismo que sus contra
rios, no tienen gran influencia en la vida, pero si esos bienes son
grandes y numerosos harán la vida más venturosa (pues son por
naturaleza como adornos agregados, y su uso es bueno y hones
to); en cambio, si sobrevienen males, oprimen y corrompen la fe
licidad porque traen aflicciones e impiden muchas actividades.
Sin embargo, también en éstos resplandece la nobleza, cuando
soporta uno muchos y grandes infortunios, no por insensibilidad
sino por ser noble y magnánimo. Porque si las actividades rigen
la vida, como dijimos, ningún hombre venturoso podrá llegar a
ser desgraciado, ya que jamás hará lo que es vil y aborrecible. A4
39
Aristóteles
nuestro juicio, en efecto, el que es verdaderamente bueno y pru-
ioi a dente soporta dignamente todas las vicisitudes de la fortuna y
obra de la mejor manera posible en sus circunstancias, del mismo
modo que el buen general saca del ejército de que dispone el me
jor partido posible para la guerra, y el buen zapatero hace con el
cuero que se le da el mejor calzado posible, y de la misma mane
ra todos los demás artífices. Y si esto es asi, jamás será desgra
ciado el hombre feliz, aunque tampoco se le podrá llamar ventu
roso si cae en los infortunios de Priamo. Pero no será inconstante
ni variable, ni se apartará fácilmente de la felicidad, ni siquiera
por los infortunios que le sobrevengan, a no ser grandes y mu
chos; y después de tales desgracias no volverá a ser feliz en poco
tiempo, sino, si es que llega a serlo, al cabo de mucho y de haber
alcanzado en ese tiempo grandes y hermosos bienes.
¿Qué nos impide, pues, llamar feliz al que actúa conforme a la
virtud perfecta y está suficientemente provisto de bienes exterio
res, no en un tiempo cualquiera, sino la vida entera? ¿O hay que
añadir que ha de vivir de ese modo y acabar su vida de manera
análoga? Puesto que lo porvenir nos está oculto, concluimos que la
felicidad es fin y completamente perfecta en todos sentidos. Y si
esto es asi, llamaremos venturosos entre los vivos a aquellos que
poseen y poseerán lo que hemos dicho, es decir, venturosos en
cuanto hombres. Y sobre estas cosas baste con estas precisiones.
II
40
Ética a Nicómaco
acontecen en escena. Se ha de concluir, pues, que existe esta dife
rencia, o acaso más bien que no se sabe, respecto de los muertos,
si participan de algún bien o de los contrarios. Parece, pues, se- iioi A
gún esto, que si algo llega hasta ellos, sea bien o lo contrario, es
tenue y poca cosa, o en absoluto o para ellos; y si no, es de tal
magnitud e índole que ni puede hacer felices a los que no lo son,
ni a los que lo son quitarles la ventura. Parece, pues, que alcanza
de algún modo a los muertos la prosperidad de sus amigos, e
igualmente sus desgracias, pero de tal modo y en tal medida
que ni pueden hacer que los felices no sean felices ni otra cosa
semejante.
12
41
Aristóteles
corporales como anímicas. Pero explicar esto minuciosamente es
acaso más propio de los que se dedican a los encomios; para no-
1102« sotros es evidente, por lo que se ha dicho, que la felicidad es cosa
perfecta y digna de ser ensalzada. Parece que es así también por
ser principio, ya que todos hacemos por ella todas las demás co
sas, y el principio y la causa de los bienes lo consideramos algo
precioso y divino.
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Aristóteles
por la razón lo indica también la advertencia y toda reprensión y
1103 a exhortación. Y si hay que decir que esto también tiene razón, lo
que tiene razón será doble, de un lado primariamente y en sí mis
mo, de otra parte como el hacer caso del padre. También la virtud
se divide de acuerdo con esta diferencia: pues decimos que unas
son dianoéticas y otras éticas, y asi la sabiduría, la inteligencia y
la prudencia son dianoéticas, la liberalidad y la templanza, éticas;
pues si hablamos del carácter no decimos que alguien es sabio o
inteligente, sino que es amable o morigerado; y también elogia
mos al sabio por su hábito, y a los hábitos dignos de elogio los
llamamos virtudes.
Libro II
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Ética a Nicómaco
hay que hacer después de haber aprendido, lo aprendemos ha
ciéndolo; por ejemplo, nos hacemos constructores construyendo
casas y citaristas tocando la citara. Así también practicando la
justicia nos hacemos justos, practicando la templanza, templados. 1103 h
y practicando la fortaleza, fuertes. Prueba de ello es lo que ocu
rre en las ciudades: los legisladores hacen buenos a los ciudada
nos haciéndoles adquirir costumbres, y ésa es la voluntad de
todo legislador, todos los que no lo hacen bien yerran, y en esto
se distingue un régimen de otro, el bueno del malo. Además, las
mismas causas y medios producen toda virtud y la destruyen, lo
mismo que las artes; pues tocando la citara se hacen tanto los
buenos como los malos citaritas; y análogamente los constructo
res de casas y todos los demás: construyendo bien serán buenos
constructores y construyendo mal, malos. Si no fuera así, no ha
bría ninguna necesidad de maestros, sino que todos serian de
nacimiento buenos o malos. Y lo mismo ocurre con las virtu
des: es nuestra actuación en nuestras transacciones con los de
más hombres lo que nos hace a unos justos y a otros injustos, y
nuestra actuación en los peligros y la habituación a tener miedo
o ánimo lo que nos hace a unos valientes y a otros cobardes; y
lo mismo ocurre con los apetitos y la ira: unos se vuelven mo
derados y apacibles y otros desenfrenados e iracundos, los unos
por haberse comportado asi en estas materias, y los otros de
otro modo. En una palabra, los hábitos se engendran por las
operaciones semejantes. De ahi la necesidad de realizar cierta
clase de acciones, puesto que a sus diferencias corresponderán
los hábitos. No tiene, por consiguiente, poca importancia el ad
quirir desde jóvenes tales o cuales hábitos, sino muchísima, o
mejor dicho, total.
45
Aristóteles
Que hemos de actuar según la recta razón es un principio co
mún y que damos por supuesto (más tarde se hablará de él y de
qué es la recta razón y qué relación guarda con las demás virtu-
ll(>4a des). Quede convenido de antemano, sin embargo, que todo lo
que se diga de las acciones debe decirse en esquema y no con ri
gurosa precisión; ya dijimos al principio que se ha de tratar en
cada caso según la materia, y en lo relativo a las acciones y a la
conveniencia no hay nada establecido, como tampoco en lo que
se refiere a la salud. Y si la exposición general ha de ser de esta
naturaleza, con mayor razón carecerá de precisión la de lo par
ticular, que no cae bajo el dominio de ningún arte ni precepto,
sino que los mismos que actúan tienen que considerar siempre lo
que es oportuno, como ocurre también en el arte de la medicina y
en el del piloto. Pero aun siendo de esta naturaleza nuestro pre
sente estudio, debemos intentar aportar nuestra contribución.
En primer lugar hemos de observar que está en la Índole de ta
les cosas el destruirse por defecto y por exceso, como vemos que
ocurre con la robustez y la salud (para aclarar lo oscuro tenemos
que servirnos, en efecto, de ejemplos claros): el exceso y la falta
de ejercicio destruyen la robustez; igualmente la bebida y la co
mida, si son excesivas o insuficientes, arruinan la salud, mientras
que usadas con medida la producen, la aumentan y la conservan.
Lo mismo ocurre también con la templanza, la fortaleza y las de
más virtudes. El que de todo huye y tiene miedo y no resiste
nada, se vuelve cobarde, el que no teme absolutamente a nada y a
todo se lanza, temerario; igualmente el que disfruta de todos los
placeres y de ninguno se abstiene se hace licencioso, y el que los
rehuye todos como los rústicos, una persona insensible. Así,
pues, la templanza y la fortaleza se destruyen por el exceso y por
el defecto, y el término medio las conserva.
Pero no sólo su origen, su incremento y su destrucción les vie
nen de las mismas cosas y por las mismas, sino que de lo mismo
dependerán también sus operaciones. Así ocurre, en efecto, con
las otras cosas más claras, como la robustez: se produce por to
mar mucho alimento y resistir muchas fatigas, y el que mejor
puede hacer esto es el robusto. Asi ocurre con las virtudes: apar
tándonos de los placeres nos hacemos morigerados, y una vez”
que lo somos podemos mejor apartarnos de ellos; y lo mismo
1104 h respecto a la valentía: acostumbrándonos a despreciar los peli-
46
Ética a Nicómaco
gros y a resistirlos nos hacemos valientes, y una vez que lo so
mos seremos más capaces de afrontar los peligros.
Pero esto no sólo hay que decirlo en general, sino aplicarlo a los
casos particulares. En efecto, cuando se trata de acciones lo que
se dice en general tiene más amplitud, pero lo que se dice en par
ticular es más verdadero, porque las acciones se refieren a lo
particular y es menester concordar con esto.
Tomemos, pues, estos ejemplos particulares de nuestro esque
ma. Respecto del miedo y la osadía, el valor es el término medio;
de los que se exceden, el que lo hace por carencia de temor no II07A
tiene nombre (en muchos casos no hay nombre); el que se excede
por osadía es temerario, y el que se excede en el miedo y tiene
deficiente atrevimiento, cobarde. Tratándose de placeres y dolo
res —no de todos, y en menor grado respecto de los dolores— el
término medio es la templanza y el exceso el desenfreno. Perso
nas que pequen por defecto respecto de los placeres, no suele ha
berlas; por eso a tales gentes ni siquiera se les ha dado nombre,
llamémoslas insensibles. Si se trata de dar y recibir dinero, el tér
mino medio es la generosidad, el exceso y el defecto son la pro
digalidad y la tacañería; en éstas el exceso y el defecto se contra
ponen: el pródigo se excede en desprenderse del dinero y se
queda corto en adquirirlo; el tacaño se excede en la adquisición y
se queda corto en el desprendimiento. Ahora hablamos esquemá
tica y sumariamente, y nos conformamos con esto; más adelante
definiremos con mayor exactitud estos puntos.
Respecto del dinero hay también otras disposiciones: un tér
mino medio, la esplendidez (pues el hombre espléndido difiere
del generoso: el primero maneja grandes sumas, el segundo pe
queñas); un exceso, el derroche sin gusto y la vulgaridad, y un
defecto, la mezquindad. Estas disposiciones son distintas de las
que se refieren a la generosidad; en qué se diferencian se dirá
más adelante.
Por lo que se refiere a la dignidad y la indignidad, el término
medio es la magnanimidad; el exceso eso que se llama vana hin
chazón, y el defecto la pusilanimidad. Y la misma relación que
dijimos guardaba la generosidad respecto de la esplendidez, de la
que se distinguía por referirse a sumas pequeñas, guarda otra dis
posición de ánimo respecto de la magnanimidad, que se refiere a
grandes dignidades, mientras aquélla se refiere a las pequeñas; se
Aristóteles
puede, en efecto, aspirar a las dignidades como es debido, más de
lo debido o menos, y el que se excede en sus aspiraciones es am
bicioso, el que se queda corto, hombre sin ambición, y el medio
carece de nombre; también carecen de él sus disposiciones, ex
cepto la del ambicioso, ambición. Por eso los extremos intentan
adjudicarse el terreno intermedio, y nosotros mismos unas veces
llamamos al intermedio ambicioso y otras veces hombre sin am-
i los a bición, y unas veces elogiamos al ambicioso y otras al hombre
sin ambición. Por qué causa hacemos esto, se dirá en lo que si
gue; hablemos ahora de las disposiciones restantes según el estilo
que hemos adoptado.
Respecto de la ira existe también un exceso, un defecto y un
término medio; siendo éstos prácticamente innominados, llama
remos al intermedio apacible y a la disposición intermedia apaci-
bilidad; de los extremos, al que peca por exceso digamos iracun
do y su vicio iracundia, y al que peca por defecto incapaz de ira,
y al defecto incapacidad de ira.
Hay además otras tres disposiciones intermedias que tienen
cierta semejanza entre sí, pero son diferentes: todas se refieren a
la comunicación mediante palabras y acciones, pero difieren en
que una de ellas se refiere a la verdad en aquellas, y las otras al
agrado, ya en el juego, ya en todas las cosas de la vida. Asi, pues,
hemos de hablar también de ellas a fin de comprender mejor que
el término medio es laudable en todas las cosas, pero los extre
mos no son ni rectos ni laudables, sino reprensibles. También la
mayoría de estas disposiciones carecen de nombre, pero hemos
de intentar, como en los demás casos, inventarles un nombre
nosotros mismos para mayor claridad y para que se nos siga
fácilmente.
Pues bien, respecto de la verdad, al intermedio llamémosle ve
raz y veracidad a la disposición intermedia, y en cuanto a la pre
tensión. la exagerada, fanfarronería y el que la tiene, fanfarrón, y
la que se empequeñece, disimulo, y disimulador el que lo tiene.
Respecto al agrado, si se trata de diversión, el término medio es
gracioso y la disposición, gracia; el exceso, bufonería y el que la
tiene, bufón, y el deficiente, desabrido, y su disposición, desabri
miento. Respecto del agrado en las restantes cosas de la vida, el
que es agradable como es debido es afable, y la disposición inter
media, afabilidad; el excesivo, si es desinteresado, obsequioso, si
Ética a Nicómaco
por su utilidad adulador, y el deficiente y en todo desagradable,
quisquilloso y descontentadizo.
También hay disposiciones intermedias en los sentimientos y
respecto a las pasiones. Asi, la vergüenza no es una virtud pero
se elogia también al vergonzoso; y, en efecto, a uno se considera
como el justo medio en estas cosas, a otros exagerado, como
el tímido que de todo se avergüenza, a otro deficiente o que no
tiene vergüenza de nada en absoluto; y el término medio es ver
gonzoso.
La indignación es término medio entre la envidia y la maligni
dad y todos ellos son sentimientos relativos al dolor o placer que i ios b
nos produce lo que sucede a nuestros prójimos: el que se indigna
se aflige de la prosperidad de los que no la merecen, el envidioso,
yendo más allá que éste, se aflige de la de todos, y el maligno se
queda tan corto en afligirse, que hasta se alegra. Pero en otro lu
gar tendremos oportunidad de tratar de esto. Ahora nos ocupare
mos de la justicia, y como su sentido no es simple, establecere
mos después sus dos clases y diremos de cada una cómo es
término medio, y lo mismo haremos con las virtudes racionales.
Tres son, pues, las disposiciones, dos de ellas vicios — una por
exceso y otra por defecto— y una virtud, la del término medio; y
todas se oponen en cierto modo entre sí; pues las extremas son
contrarias a la intermedia y entre sí, y la intermedia a las extre
mas; en efecto, lo mismo que lo igual es mayor respecto de lo
menor y menor respecto de lo mayor, los hábitos intermedios son
excesivos respecto de los deficientes y deficientes respecto de
los excesivos en las pasiones y en las acciones. Así el valiente pa
rece temerario comparado con el cobarde, y cobarde comparado
con el temerario; e igualmente el morigerado, desenfrenado en
comparación con el insensible e insensible en comparación con el
desenfrenado; y el generoso, pródigo si se lo compara con el ta
caño y tacaño si se lo compara con el pródigo. Por eso los extre
mos rechazan al medio, cada uno hacia el otro, y al valiente lo
llama temerario el cobarde y cobarde el temerario, y análoga
mente en los demás casos.
Aristóteles
Dada esta oposición mutua, la oposición entre los extremos es
mayor que respecto del medio, pues distan más entre si que del
medio, por ejemplo, más lo grande de lo pequeño y lo pequeño
de lo grande que ambos de lo igual. Además, algunos extremos
parecen tener cierta semejanza con el medio, como la temeridad
con la valentía y la prodigalidad con la generosidad, pero en cam
bio existe la máxima desemejanza entre los extremos; y las cosas
que distan más una de otra se definen como contrarios, de modo
que son más contrarios los que más distan.
1109 o Al medio se opone más en unos casos el defecto y en otros el
exceso; por ejemplo, a la valentía no la temeridad, que es el exce
so. sino la cobardía que es el defecto; y a la templanza no la in
sensibilidad. que es la deficiencia, sino el desenfreno, que es el
exceso. Esto sucede por dos causas; una proviene de la cosa mis
ma: por estar más próximo y ser más semejante al medio uno de
los dos extremos, por lo cual preferimos oponer al medio no ése
sino su contrario; así, como parece más semejante a la valentía la
temeridad, y más próxima, y más distinta en cambio la cobardía,
es ésta la que preferimos contraponerle; pues lo más distante del
medio parece ser más contrario. Una causa es, pues, ésta, proce
dente de la cosa misma; la otra proviene de nosotros mismos,
pues aquello a que más nos inclina en cierto modo nuestra índole
parece más contrario al medio; asi, nuestra naturaleza nos lleva
más bien a los placeres, y por eso somos más propensos al desen
freno que a la austeridad. Llamamos, pues, más contrarias a las
disposiciones a las que tenemos más propensión, y por esto el de
senfreno, que es exceso, es más contrario a la templanza.
57
Aristóteles
alabamos a los que se quedan cortos y decimos que son apaci
bles, y otras a los que se enojan, y los llamamos viriles. El que se
desvia poco del bien no es censurado, tanto si se excede como si
peca por defecto; pero sí lo es el que se desvía mucho, porque
éste no pasa inadvertido. Sin embargo, hasta qué punto y en qué
medida sea censurable no es fácil de determinar por la razón,
porque no lo es ninguna de las cosas que se perciben. Tales cosas
son individuales y el criterio reside en la percepción. Lo que he
mos dicho pone, pues, de manifiesto que el hábito medio es en
todas las cosas laudable, pero tenemos que inclinarnos unas ve
ces al exceso y otras al defecto, pues así alcanzaremos más fácil
mente el término medio y el bien.
Libro VI
Entre las cosas que pueden ser de otra manera están lo que es 1140«
objeto de producción y lo que es objeto de acción o actuación, y
una cosa es la producción y otra la acción (podemos remitirnos a
propósito de ellas incluso a los tratados esotéricos); de modo
que también la disposición racional apropiada para la acción es
cosa distinta de la disposición racional para la producción. Por
tanto, tampoco se incluyen la una a la otra; en efecto, ni la ac
ción es producción, ni la producción es acción. Ahora bien,
puesto que la construcción es una técnica y es precisamente una
disposición racional para la producción, y no hay técnica alguna
que no sea una disposición racional para la producción ni dispo
sición alguna de esta clase que no sea una técnica, serán lo mis
mo la técnica y la disposición productiva acompañada de la ra
zón verdadera. Toda técnica versa sobre el llegar a ser, y sobre el
idear y considerar cómo puede producirse o llegar a ser algo de
lo que es susceptible tanto de ser como de no ser y cuyo princi
pio está en el que lo produce y no en lo producido. En efecto, la
técnica no tiene que ver ni con las cosas que son o se producen
necesariamente, ni con las que son o se producen de una manera
natural, porque estas cosas tienen su principio en sí mismas.
Como producción y acción son cosas distintas, la técnica o arte
Aristóteles
tiene que referirse a la producción, no a la acción. Y en cierto
modo el azar y el arte tienen el mismo objeto, como dice Aga-
tón: «el arte ama el azar, y el azar al arte». El arte o técnica es,
pues, como queda dicho, una disposición productiva acompaña
da de razón verdadera, y la falta de arte, por el contrario, una
disposición productiva acompañada de razón falsa, relativas a lo
que puede ser de otra manera.
65
Aristóteles
cía; las demás se llaman economía, legislación y política, ya deli
berativa, ya judicial. Habría, por tanto, una forma de conocimien-
1142 a to consistente en saber lo que a uno le interesa (aunque es muy
diferente), y parece que el que sabe lo que le concierne y actúa
en consecuencia es prudente, mientras que a los políticos se los
considera entrometidos. Por eso dice Eurípides:
67
Aristóteles
a esta clase de rectitud en la deliberación a la que se da el nombre
de buena deliberación, a la que alcanza o logra un bien. Pero
también es posible alcanzarlo mediante un razonamiento falso, y
alcanzar lo que se debe hacer, pero no por los medios debidos,
sino por un término medio falso; de modo que no será buena de
liberación ésta en virtud de la cual se alcanza ciertamente lo que
se debe, pero no por el camino debido. Es posible, además, que
uno lo alcance deliberando durante mucho tiempo y otro rápida
mente; por consiguiente, tampoco la primera será una buena deli
beración, sino que la rectitud consiste en una conformidad con lo
conveniente, tanto por lo que se refiere al objeto de la delibera
ción, como al modo y al tiempo. También se puede hablar de
buena deliberación en sentido absoluto y respecto de un fin de
terminado; buena deliberación absolutamente hablando es la que
se endereza al fin, sin más; y una buena deliberación determina
da es la que se endereza a un fin determinado. Por tanto, si el de
liberar bien es propio de los prudentes, la buena deliberación
consistirá en una rectitud conforme a lo conveniente para el fin
aprehendido por la verdadera prudencia.
10
68
Etica a Nicómaco
tándose de la ciencia, así el entendimiento es lo que se ejercita en
la opinión para juzgar acerca de las cosas que son objeto de pru
dencia cuando habla otro, y para juzgar rectamente, pues «bien»
es lo mismo que «rectamente». Y de ahí viene el nombre de «en
tendimiento» en virtud del cual se habla de hombres «dotados de
buena inteligencia», del entendimiento o inteligencia que se ejer
cita en el aprender; en efecto, al aprender lo llamamos muchas
veces entender.
11
12
13
1. Actividades
a)
I. La felicidad (eudaimonía) es el bien supremo, que es «bueno
por sí mismo» — 1095 b— . A partir de esta tesis de Aristóteles:
3.1 ¿Por qué dice Aristóteles que las virtudes dianoéticas de
ben «su origen y su incremento principalmente a la ense
ñanza, y por eso requiere(n) experiencia y tiempo»?, y
¿por qué, a pesar de ello, las virtudes éticas «no se produ
cen ni por naturaleza, ni contra naturaleza, sino por tener
aptitud natural para recibirlas y perfeccionarlas mediante
la costumbre (éthos)?, ¿cómo se aprende entonces, según
Aristóteles, la virtud ética, a diferencia del aprendizaje de
la virtud dianoética?
3.2 ¿Cómo argumenta Aristóteles que las virtudes son en rea
lidad «hábitos» y no «pasiones» o «facultades»?— 1106 a-
1106 b.
3.3 ¿Cómo se relacionan los «hábitos» con las «acciones»?
— 1103 b.
3.4 ¿Qué quiere decir Aristóteles con esta tesis: «no investi
gamos para saber qué es la virtud, sino para ser buenos,
ya que en otro caso sería totalmente inútil», ¿inútil para
quién? — 1103 b-104 a.
3.5 ¿Cómo relaciona Aristóteles el «termino medio» (me-
sótes) con la «función propia» del hombre? — 1106 fa
llo ? a.
___________________________ 4 . A c tiv id a d e s y te x to s c o m p le m e n ta rio s
b)
5. Aristóteles distingue entre el motivo último de la deliberación
(boúleusis), que es la felicidad verdadera, y los medios a nues
tro alcance para alcanzar ese objetivo final. («No deliberamos
sobre los fines, sino sobre los medios que conducen a los fi
nes», habia dejado establecido de modo general Aristóteles en
EN, III, 1112 b). Deliberamos sobre los medios para conse
guir la felicidad no sobre la felicidad misma, pues qué sea esta
última es cuestión de tiempo. Lo importante son las acciones
prácticas que conducen a la felicidad, de forma análoga a
como «el médico no delibera sobre si curará, sino acerca de
los medios para conseguirlo» (EN, III, 1112 a-1112 b). Pero
entonces podemos leer en nuestra época la Ética a Nicómaco
plenteándonos algunas cuestiones como las siguientes:
5.1 Los medios y los bienes sociales del «hombre prudente»
de Aristóteles venían dados por la propia cultura y la cos
tumbre (éthos). Y entonces, ¿cómo se relacionaba en un
sentido práctico la virtud de la phrónesis y la del éthos en
el marco de la Polis griega? Apoyar esta respuesta en los
textos complementarios de la Política-. «Sobre el hombre
como ser social y su relación con la ciudad».
5.2 ¿Cuál es el sentido antiplatónico de esta tesis de Aristóte
les: «si no es más blanco lo que dura mucho tiempo que
lo que dura un solo día», la aspiración a lo eterno no lle
gará nunca a ser más ni mejor bien para el punto de vista
de la vida humana? — 1096 b— . ¿Cuál es ese «punto de
vista» al que hace referencia Aristóteles? Apoyar esta res
puesta en el recuadro 1: «Crítica de Aristóteles a la teoría
platónica del Bien-en-sí».
5.3 Si pensamos en un sujeto prudente que vive en el mundo
contemporáneo, ¿qué medios y bienes sociales están a su
__________________4. Actividades y textos complementarios
alcance? Dada la extensión universal de los bienes y me
dios dispuestos ante la deliberación en un sentido prácti
co, ¿cómo queda la relación con la cultura propia (éthos)
en la que cada uno ha sido educado?
5.4 Deliberar implica diálogo con uno mismo y con los otros;
¿quiénes son estos «otros» con los que nos cabe dialogar
en una época de multiculturalismo y diversidad de formas
de vida que se intercomunican entre sí?, ¿cómo afecta
todo ello a nuestra deliberación y nuestras acciones enca
minadas a la felicidad verdadera?, ¿qué papel tiene el sen
tido o la virtud del «término medio» (mesóles)?
5.5 ¿Cómo entender el «término medio» ante la pluralidad de
bienes que se nos abre en el mundo contemporáneo? Apo
yar esta respuesta en el recuadro 2: «Teoría aristotélica
del término medio».
5.6 ¿Cómo conciliar nuestro propósito de felicidad verdadera
con la defensa de unos derechos humanos universales?
Las cuestiones planteadas en esta última parte, como se obser
va, son adecuadas para incentivar el debate y la polémica teórica
en las aulas. Ése es el propósito: hacer de la lectura de la EN una
lectura abierta, viva, capaz de promover entre los alumnos una
actitud critica sobre los grandes problemas morales de nuestra
época. Éstas son apenas unas breves sugerencias sobre el campo
práctico de discusión que puede provocar una lectura actual de la
ética aristotélica.
89 '
Vicente Hernández Pedrero
queza para vivir bien, y esto en menor grado para los que gozan
de mejor situación y en mayor para los de peor), mientras que
otros desde el principio buscan por mal camino la felicidad, aun
que tienen los recursos.
»Puesto que nuestro propósito consiste en conocer el mejor
sistema de gobierno, y ése es con el que una ciudad puede ser es
pecialmente feliz, lógicamente la felicidad en qué consiste, no se
nos debe pasar por alto.
«Decirnos (ya lo hemos determinado en los Tratados de Ética,
si es que algún valor se concede a aquellos tratados [se refiere
aquí Aristóteles, entre otros, a los libros que componen la Ética a
Nicómaco, VHP]) que es una energía y uso perfecto de la virtud
y éste no en sentido relativo, sino absoluto. Me refiero por senti
do relativo a las cosas necesarias, y por absoluto, a lo hermoso
[...] También esto se ha determinado en los Tratados de Ética:
que es bueno aquel hombre para quien, gracias a su virtud bue
nas son las cosas buenas en un sentido absoluto, y lógicamente,
de los usos, buenos y nobles serán por fuerza solamente éstos. En
cambio piensan los hombres que de la felicidad son causa los
bienes externos, igual que la causa de tocar la citara con brillan
tez y destreza la atribuyeran a la lira más que al arte.
»Es necesario, por tanto, a partir de lo dicho, que unas cosas
estén a su alcance y otras las prepare el legislador. Por ello vota
mos por que se haga a nuestro gusto la constitución de la ciudad
en aquello que compete a la suerte (pues pensamos que le com
pete); pero el ser buena la ciudad ya no es cuestión de suerte,
sino de ciencia y de resolución; y por cierto, buena es una ciudad
en cuanto que los ciudadanos que intervienen en su gobierno son
buenos, y para nosotros todos los ciudadanos intervienen en el
gobierno. Por consiguiente, esto habrá que estudiar, cómo un
hombre se hace bueno; pues aunque se diera el caso de que todos
los ciudadanos en conjunto fueran buenos, pero no individual
mente, habrá que dar preferencia a esto; ya que de serlo indivi
dualmente se sigue el serlo todos.»
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C on el titulo de Ética Nicom áquea, y editada junto a la Ética Endemia, tra
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Vicente Hernández Pedrero
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De la Política
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En el volum en I. pp. 383-396, pp. 49-32; en el volum en II. pp. 313-317,
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El libro universitario
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