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María Daniela Rodríguez Mora.

Universidad Central
Primer parte de la Crónica.

MIEDO A LA PAZ

‘’Me duele mi patria, nunca la había visto tan enferma, postrada y atenuada de
sangre. Marchitos están sus pueblos de corrupción, quimera y codicia
transformando las instituciones y las conciencias. Mi bella tierra, te hemos
quemado con nuestras manos. No hagas a otros lo que no quieres que te
hagan’’. Fueron sus últimas palabras, minutos antes de dispararse.

Son las 10: 42 de la mañana del día sábado 24 de octubre del 2015. Me dirigí al
cementerio de Jardines del Recuerdo, en compañía de mi tía, Pilar Rodríguez,
juntas visitaremos la junta de su esposo. Gustavo Cañón. En sus manos lleva un
ramillete de lirios blancos, que para ella simboliza la pureza y la inocencia de
una alma perdida. Caminamos en silencio mientras el suave viento nos
acarició…a nuestro alrededor hay distintas lapidas de mármol, unas más
envejecidas y abandonadas que otras.

Al llegar a la lápida de Gustavo, mi tía intenta disimular las lagrimas,


limpiándolas con un pañuelo blanco, cuya imagen, me remonta hace 16 años
atrás, en la sala de mi casa, en aquel entonces, mi abuelo estaba hablando con
un amigo sobre la supuesta negociación de paz y cómo el Gobierno y Las Farc
se burlaban en la cara de todo un país. Escuchamos como mi tía entró al
apartamento gritando, corriendo a abrazar a mi abuelo, con su cara demacrada y
con sangre en su ropa, gritando: ‘’Se mató, se mató’’.

El 7 de enero de 1999, La plaza los fundadores de San Vicente del Caguán,


sería el lugar donde el fundador y jefe máximo de las FARC, Manuel Marulanda,
mejor conocido por su alias ‘Tirofijo’ y el Presidente de la República, Andrés
Pastrana, darían inicio a los diálogos de paz. Una cita que incumplió el
guerrillero Marulanda, dejando su silla vacía y nuevamente la esperanza de los
Colombianos quedó peinada, arreglada y plantada.

Mientras que en Bogotá, en la calle 13 con carrera 2, al frente del Chorro de


Quevedo, Gustavo Cañón, buscaba otra paz… su paz interna, finiquitar con su
propia vida tras estar condenado al sufrimiento que padecía él, su familia y su
pueblo arraigado por la guerra y la barbarie.
A 132 kilómetros de Bogotá, se encuentra el municipio de Venecia, una hermosa
tierra, que recibió bajo sus de agrestes montañas y fuentes de agua a un niño
llamado Gustavo Cañón Lino, procedente de una familia muy humilde, que
vivían en una finca, construida bajo los cimientos de amor y honradez.

Doña Luisa, su madre, era una hermosa mujer, que pese a las circunstancias
vivía con regocijo. No había podido terminar el bachillerato, por lo que sólo se
dedicaba a confeccionar y a los quehaceres básicos de su hogar. Su esposo,
David Cañón, era el proveedor de la casa, un hombre integro. Se ocupaba como
productor agrícola y ganadero.

Los Cañón fueron una familia campesina muy desvalida. No se podían


complacer con vastos lujos como las familias de las grandes capitales, prueba
de esto, fue la primer cama de Gustavo. Una caja de cartón cuya superficie
estaba llena de huecos, para no correr con el riesgo de que el niño muriera
ahogado.

Gustavito, fue de niño muy astuto y el más chiflado de sus cinco hermanos y
hermanas. Presentaba comportamientos muy extraños y diferentes a los de un
niño habitual a su edad. Jugaba con insectos muertos, le tiraba piedras a los
perros de su finca, pero lo más aterrador ante los ojos de su madre era cuando
ella preparaba ese delicioso sancocho de gallina, el niño, tomaba la gallina
desnucada por su madre, le hablaba y se burlaba de la desdichada suerte del
animalito.

Mi tía me cuenta que una vez Gustavo encontró un pequeño ratón fisgoneando
los víveres, el pequeño niño, lo atrapó con sus manitos y lo llevó hasta a un
charco para intentar ahogarlo. Su hermana, Claudia lo sorprendió y lo regañó,
,Gustavo le respondió ‘’ Hice caso a las voces que escucho, ellas me dijeron que
tenía que matar al ratón.’’ Claudia quedó atónita, sin embargo, no le presto
mucha atención ya que consideró que sólo era cosa de la edad.

Tavo, como le decía cariñosamente mi tía, fue el segundo de seis hijos. Su


hermano mayor, conocido como Humberto, participó en el grupo armado ilegal
‘Los Pájaros’. Tras una temporada en el grupo insurgente, Humberto regresó a
Venecia, no para quedarse, sino para solicitarle a sus amigos y hermanos ser
parte de la organización paramilitar.
Don David, le dijo a su hijo mayor ‘’ Los asesinos no son mis hijos.’’ Y ante las
negativas de sus hermanos, la familia fue amenazada, generando pánico y
ansiedad.

El municipio de Venecia, en la década de 1920 se había consagrado como un


centro de operaciones de carácter paramilitar. Un señor llamado, Antonio
Vargas, fue el terrateniente que fundó la organización armada ‘Los Pájaros,
obligando a muchas familias a desplazarse a las grandes urbes por la violencia
y el abuso de los paramilitares. Me cuenta Javier Cañón, sobrino de Gustavito e
historiador de la Universidad Nacional.

Eran las 6.45 de la tarde y Venecia se preparaba para despedirse de un


hermoso atardecer que acompañaba a cada aldeano a su hogar. De repente, la
paz que la madre tierra regalaba a su pueblo a través de su cielo, se vio
sorprendida por una tempestuosa lluvia que anunciaría el asalto violento por
parte de los integrantes del grupo armado ‘Los Pájaros’ . Usando sus machetes
como banderas, irrumpieron con la armonía de la comunidad.

Don David y su esposa, cogieron a sus niños, sus pertenecías y una olla para
meter dos gallinas mientras escuchaban los disparos al aire. Un ‘pájaro’ los
sorprendió y los amenazó ‘’Le advertimos pedazo de mierda que si no sale los
matamos hijueputas, a usted y a su familia que si no se van en este preciso
momento los cogemos a bala’’.

David y Luisa salieron apresuradamente junto con sus cinco hijos en medio de la
oscuridad y la lluvia, mientras observaba cómo saqueaban los víveres de las
fincas aledañas.

Años después se supo que Humberto había sido asesinado por los presuntos
guerrilleros, al no cumplir con lo que se le había encomendado años anteriores.
Una nefasta noticia para la familia, pero que traía calma, pues las penas que por
años se habían apropiado de los Cañón a causa de las muertes que había
perpetuado Humberto a personas inocentes, se le habían retribuido con su
muerte.

Por su parte, Gustavo creció con odio y resentimiento hacia su hermano, eso se
reflejaba en las pesadillas que él tenía en las noches. Soñaba con su hermano
asesinando cerdos y vacas en la finca donde vivía con su familia antes de ser
saqueado. En una ocasión, el pequeño Gustavo se acercó a su madre
preguntándole ‘’ ¿Beto tiene la culpa de que no tengamos casa o como somos
pobres no merecemos ni eso?’’ Doña Luisa, con lágrimas en sus ojos, nunca
dándole todo su afecto maternal.

Don David, sólo contaba con dos pesos y ochenta centavos, con los cuales pagó
los pasajes de las chivas que lo llevarían a él y a su familia a la ciudad de
Bogotá. Para la familia no era nada fácil dejar su hogar. David decía ‘’ ¡Ay
Venecia! como te voy a extrañar mi tierrita de grandeza, llena de hermosos
colores y cálida gente.’’

Para Doña Luisa, era todo lo contrario, su esperanza se refugiaba en que la


capital la recibiera con los brazos abiertos, lejos de la violencia y con mayores
oportunidades para sus hijos, pues suficiente tenía con saber que su tierra le
había arrebatado la casita que con amor y esfuerzo había construido con su
esposo.

Después de tres largas horas de viaje, la familia Cañón llegó al barrio San
Vicente, ubicado en la localidad de Tunjuelito al sur de la ciudad de Bogotá. San
Vicente, comenzó como un barrio invasor, donde las familias y personas
llegaban huyendo de la guerra.

Los Cañón ocuparon un terreno y con ayuda de materiales rústicos, latas,


madera y cartón armaron un cambuche familiar, una vivienda pequeña y pecaría
construida bajo deficientes condiciones de habitabilidad, pero para la familia su
cambuche representaba el comienzo de una vida mejor.

Las viviendas no tenían acceso a los servicios públicos y no contaban con


programas sociales, por lo que don David, en compañía de otras familias,
prendían fuego con ayuda de papel, telas para soportar un poco las
temperaturas de la fría capital.

Encontraban comida desechada en la basura y con cuidado rescataban lo que


se podía comer. Tenían que ir en burros a traer agua en baldes desde el barrio
Tunjuelito, para que la comunidad pudiera subsistir en medio de la pobreza.

La miseria era el pan de todos los días, don David, estaba cansado de la
situación tan paupérrima en la que vivía él y su familia, se dirigió a la Estación de
la Sabana, siendo ésta, la principal sede de los Ferrocarriles Nacionales de
Colombia (FNC), ubicada en la Avenida Centenario.
‘’A principios del siglo XX, el sector ferrovial fue de gran ayuda para el desarrollo
económico de Bogotá, además de ser un proyecto para rehabilitar el sistema de
transporte masivo’’ Agrega Javier.

David llegó a las 8:40 de la mañana a la estación. Fue a buscar a la persona


encargada de la sede ferrovial. En ese entonces, habían muchos hombres,
buscando empleo el sector de ferrocarriles, muchas personas haciendo fila
frente a un puesto donde se encontraba Don Jorge Redondo. Él era el capataz
del sector obrero y cuando llegó el turno de Don David, el señor Redondo, le
hizo tres preguntas muy concretas ‘’ ¿Cómo se llama?, ¿Cuántos años tienes?
y ¿a qué se ha dedicado ’’. David respondió ‘’ Mi nombre es David Cañón, tengo
38 años, soy de la Perla de Sumpaz y en mi pueblo me dedicaba a la
agricultura’’. Jorge Redondo, tomó la palabra ‘’Tengo tres opciones, una es que
are la tierra para restablecer los tramos dañados, que sea fogonero o se encarga
del mantenimiento de los vagones. ’’Entonces, David terminó por arar los
tramos, debido a sus capacidades obtenidas por su labor en el campo.

Gracias al trabajo de su padre en la FNC, Gustavo y sus hermanos menores


consiguieron entrar a la Escuela Tecnológica Instituto Técnico Central La Salle,
una institución para hijos de empleados de los Ferrocarriles Nacionales de
Colombia.

Gustavo, fue un joven muy pilo, le gustaba leer sobre las revoluciones que
azotaban al lejano oriente, guerras civiles y de la cultura egipcia.

Mientras Gustavo entablaba conversaciones con sus compañeros sobre


movimientos políticos e ideales marxistas. De un error estratégico de las elites
colombianas o el paso natural hacia la resistencia armada por el poder político
surgía poco a poco una organización guerrillera, comandada por Manuel
Marulanda Vélez y Jacob Arenas.

A la edad de 24 años, Gustavo no tenía estudios universitarios y su familia no


podía permitirle ser un desempleado en una ciudad tan grande y escaza de
oportunidades por este motivo don David, lo llevó a San Andresito, para que allí
trabajará como cotero. Algo que a Gustavo toda la vida le avergonzó y que
deliberadamente culpaba al Frente Nacional, acuerdo que pactó la alternancia
de la jurisdicción durante dieciséis años en Colombia.

‘’Que a la postre involucraría la ejecución de todo tipo de experimentos sociales,


cuyo fin era relegitimar el sistema político y los dirigentes que ostentaban el
poderío sobre el Estado, pero estos adulteraron la autoridad tradicional que los
representantes del partido liberal y conservador que habían entramado años
atrás.

El asentamiento del Frente Nacional conllevó a una ordenanza autoritaria y


limitada, promovido por el temor de las elites de los dos partidos, la violencia en
el campo y el atraso económico’’. Comenta el sobrino de Gustavo.

Gustavo pensó que esta alianza contribuyó al crecimiento de la corrupción y que


por lo tanto ‘’ La sociedad es una constante lucha de clases, una dictadura sin
fin, donde vendemos nuestra fuerza de trabajo a los ricos y nuestra única
recompensa es la pobreza’’.

Mi mente vaga y solo puedo recordar que el tío Gustavo era un hombre muy
misterioso. Conservaba un olor a café y tabaco en su elegante indumentaria.
Cuando llegaba a visitar a mis abuelos, yo me escondía bajo las enaguas de mi
abuela pues sus ojos negros como la oscura noche se clavaban en mí.

A sus 32 años, Gustavo ingresó a la Universidad Católica para estudiar Derecho


y posteriormente dedicarse como Abogado Penal y Criminólogo. Su vida
profesional fue muy prestigiosa, ejerció como abogado independiente
defendiendo a todos aquellos que iban en contra del sistema porque para
Gustavo la ley debía proteger a los débiles.

En el año 1998, mientras Gustavo se encontraba en el Tribunal de Justicia


negociando la rebaja de pena de un hombre que descuartizo a su mujer. El
electo presidente, Pastrana acordó una cita con el fundador de las Farc, ‘Tirofijo’.
En dicho encuentro el presidente se comprometió a aceptar la propuesta de
desmilitarizar cinco municipios del país para que esta sirviera de sede para la
apertura de las conversaciones de paz. De esta manera, Pastrana se convirtió
en el salvador de un país, atendiendo el clamor de la sociedad civil por un cese
a la violencia y a la búsqueda de la paz.

El 7 de enero de 1999, mi tía se preparaba para asistir a una junta directiva en


las oficinas de la Unidad Permanente de Justicia (UPJ), allí llevaría a cabo un
proyecto para jóvenes adictos. Era un jueves radiante y por lo general Gustavo
siempre la llevaba al trabajo, sin embargo, ese día el no amaneció en la casa y
un sentimiento de angustia escamoteó el cuerpo de mi tía Pilar. ‘’Pensaba que
lo que sería una oportunidad para mí, se convirtió en una amarga pesadilla’’
expresa mi tía.
En su lugar de trabajo, se escuchaba en los radiotransistores, el encuentro del
presidente con el jefe guerrillero. Sus colegas y compañeros laborales
vislumbraban con el fin de la guerra, mientras que para mi tía era el comienzo de
otra. A las 10 de la mañana Gustavo llegó a la sede de la UPJ, agarró y tiro
forzosamente del brazo de Pilar (mi tía) para llevarla a su automóvil.

Gustavo señalaba que en las noches escuchaba voces que lo incitaban al


suicidio. Le susurraba al oído a mi tía como le gustaría matarla.

Él aceleró el auto, mientras gritaba ‘’Colombia arrebató con mi paz, me ofrendó


una maldición y hoy un hijo se despide. ’’ Gustavo conducía como alma que lleva
el diablo, hacía giros erráticos, cerraba a las personas, atropelló un perro en su
afán de acabar con su vida y la de Pilar. Mi tía entre lagrimas le rogaba a
Gustavo que se calmará, poco a poco le fue convenciéndolo de que suicidarse
en un accidente de transito no transmitiría el mensaje que Gustavo quería
enviar, persuadido por la sugerencia de mi tía, Gustavo pensó que la forma más
digna de afrontar el mutuo suicidio tendría que llevarse acabo en el aposento de
la aristocracia criolla y española, en el centro histórico de la ciudad de Bogotá.

Llegando a su destino, el Chorro del Quevedo, en este punto Gustavo estaba


más perturbado que nunca, mi tía Pilar no sabía que hacer, sollozaba
desesperada, ocasionado que Gustavo perdiera la calma. Entre el pánico y las
oraciones, mi tía lloraba desconsolada en posición fetal. Gustavo acechaba con
un pistola calibre 27 el costado izquierdo de la cadera de mi tía,
proporcionándole un disparo en la parte baja del riñón. Inmediatamente, Pilar
sintió cómo su alma se despojaba de su frágil cuerpo y sin más tregua que le
exigía su frio y desidioso cuerpo, el reloj de su existir avanzaba. En su estado de
transe, escuchó una voz serena y pacífica aunque firme ordenándole que aún no
era su hora.

Al regresar en sí misma, escuchó en la radio ‘’Ultima hora, luego de dos horas


de espera, el máximo comandante de las FARC no llegó a la cita esperada.’’
Acto seguido, mi tía aturdida se dio cuenta como poco a poco Gustavo
abandonaba su cuerpo a causa del disparó que el mismo se produjo en el
cráneo.

Y a su vez Tirofijo exterminó la paz y a los acuerdos humanitarios y los


colombianos dejaron de creer en el dialogo, empezando a comprender que las
FARC eran el enemigo a vencer.

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