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Manual breve
de ayuda a familias en duelo
Patricia Acinas Acinas
Rodolfo Ramos Álvarez
Enrique Parada Torres
TEA Ediciones, S. A.
Madrid, 2009
ISBN: 978-84-7174-999-4
La reproducción de este documento, para fines profesionales, está amparada por el permiso que TEA Ediciones otorga al comprador de esta obra.
Dedicado a Miguel Ángel Norvaldo Picallo (1997-2008)
Prólogo
L
a pérdida de un hijo es el mayor sufrimiento que cualquiera puede experimentar y para
nosotros no fue diferente. El inesperado adiós de Miguel Ángel nos dejó solos, impoten-
tes y descentrados, pero sobre todo tristes, melancólicos y vacíos.
Estamos aún en proceso de alcanzar la conciencia real de que Miguel Ángel ya no está con noso-
tros y que debemos vivir sin él. Sabemos que únicamente disponemos de una vida, grandiosa,
compleja y la mayoría de las veces incomprensible. Comprendemos que parte de nuestra vida se
ha marchado y que otra completamente diferente ha renacido.
Tan cierto es que la adversidad te hace más fuerte como que Miguel Ángel vivirá por siempre
jamás en nuestros corazones y mentes. Le amamos, le perdimos y debemos (y queremos) sobre-
vivir. Nuestra es la gracia de seguir viviendo y continuar con el amor que le ofrecimos.
Con el tiempo hemos aprendido que la aceptación no consiste en que te guste una situación, sino
en ser conscientes de todo lo que se ha perdido y en aprender a vivir con dicha pérdida. Ahora
diferenciamos entre la conciencia de la pérdida y en encontrar la paz por dicha ausencia.
Con estas letras agradecemos a Rodolfo la oportunidad que nos brinda de consolar a otros padres
con nuestro pequeño testimonio, así como por el gran trabajo que realizó en su día con M.ª Ele-
na, hermana de Miguel Ángel, y con todos los compañeros de clase de nuestro hijo; por su apo-
yo desinteresado y por presentarnos a M.ª Teresa Vizán.
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Presentación
¿Por qué me han dejado este libro? ¿Podrá realmente ayudarme en algo? ¿Estará acaso su contenido
hueco de emociones, como algunas de las frases que se dicen en los duelos, vacías y carentes de senti-
do? ¿Qué puedo encontrar y esperar de él?
Éstas y otras preguntas son lógicas antes de comenzar a leer este manual breve. Por ello, en pri-
mer lugar, le aclaramos que éste no es un libro de autoayuda. No hallará en él recetas mágicas ni
consejos espirituales. Su función no es reducir su dolor sino auxiliarle en la tarea de cuidar a su
hijo con relación al duelo que están pasando usted y su familia. Aquí hallará algunas respuestas
útiles que le facilitarán el manejo de algunas de las situaciones incómodas y dolorosas que le espe-
ran (o que ya ha vivido), como por ejemplo, hablar con su pequeño de lo que siente o ha sucedi-
do.
Deseamos explicarle también que si el orientador o el tutor del colegio le han recomendado la lec-
tura de este documento, es porque sinceramente creen que le será de ayuda, que usted es ese tipo
de padre, madre o tutor capaz de encontrar fuerzas en su desconsuelo para atender a su hijo, y
que es consciente de que necesita una atención especial.
A veces la aflicción es tan profunda que paraliza y conduce a desatender al miembro familiar más
débil. Otras coyunturas llevan a pensar erróneamente que el dolor del niño es menor o que no es
consciente de lo que está pasando. Ambas situaciones se ilustran fácilmente con el drama narra-
do por una madre a la que atendimos cuando se suicidó uno de sus hijos y, años más tarde, nos
contó cómo su hija le había confesado: «Tú perdiste un hijo. Yo, además, a mis padres».
Por estos y otros motivos que encontrará en estas páginas, le recomendamos encarecidamente
que dedique unos minutos a su lectura. Ya que nadie puede quitarle su dolor, al menos deseamos
aligerar su carga.
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¿Qué supone la muerte para mi hijo?
La mayoría de los niños pequeños tienen dificultades para comprender el daño, las heridas o la
muerte que pueden resultar de un suceso inesperado e incontrolable como es la muerte de un ser
querido. Cuando fallece alguien importante para ellos, se trunca una fuente de cariño, así como
la esperanza de hacer cosas con esa persona. Esto es algo que la mayoría de los niños saben a par-
tir de los 6 años, aunque sean incapaces de exteriorizarlo verbalmente o de forma correcta.
Poder hablar en la propia familia, igual que lo hará en su colegio o con sus amigos, le ayudará a
compartir sus emociones y sentimientos, al tiempo que le facilitará encontrar un sentido a lo ocu-
rrido. Así será más probable que elabore un recuerdo agradable de la persona que ha perdido, un
recuerdo agradecido por haberle conocido y haber pasado tiempo con ella, y esto facilitará que
las reacciones psicológicas de duelo sean más normalizadas.
Los niños, al igual que les sucede a los adultos, sufren pérdidas de muchos tipos y diferente inten-
sidad en algún momento de su vida: enfermedades que no les dejan jugar o divertirse durante un
tiempo, situaciones familiares complejas, cambios de domicilio, muerte de mascotas, etc. Todas
ellas les permiten comprender lo que supone e implica vivir y morir, preparándoles poco a poco
para asumir pérdidas permanentes cuando tengan más edad. Sin embargo, a veces, el desarrollo
de los acontecimientos hace que el acercamiento a la muerte se produzca de manera muy dolo-
rosa.
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Las estrellas fugaces no conceden deseos • Manual breve de ayuda a familias en duelo
El duelo es un proceso de tipo psicológico y social por el que una persona que ha perdido de
forma permanente a alguien importante para ella trata de adaptarse a la nueva situación. El dolor,
la aflicción, la pena, el desconsuelo, el llanto, son normales tras la muerte de un ser querido. Todos
los implicados han de atravesar una serie de momentos y realizar una serie de transformaciones
para aprender a vivir con la ausencia y el vacío que se ha generado.
Es muy importante aclarar que cada persona, sea adulto o niño, tiene su propio ritmo y manera
particular de reaccionar en el duelo. No debemos angustiarnos si nuestra pareja o nuestro hijo
reaccionan de forma diferente a como lo hago yo, o no lo hacen como pensaba que lo harían. En
el caso de que haya varios hermanos, es perfectamente normal que cada uno pueda comportarse
de manera diferente.
De forma resumida, muchos psicólogos y psiquiatras piensan que el duelo tiene tres fases, más o
menos bien diferenciadas. Un primer momento de intenso sufrimiento; un segundo de elabora-
ción de la pérdida (en que se admite plenamente lo sucedido y se afrontan los sentimientos); y un
tercero, en el que el afectado reorienta su vivencia emocional dolorosa y, finalmente, es capaz (sin
olvidar al ser querido fallecido) de experimentar emociones y acciones «sanas» tanto hacia su
recuerdo como hacia sus familiares vivos.
Es una idea bastante común pensar que los menores no pueden o no son capaces de entender
todo lo relacionado con la muerte. Es cierto que los más pequeños pueden sorprendernos con
frases del tipo: ¿Pasará frío ahora mamá? o ¿Cómo va a estudiar en el Cielo? Pero esto no indica
que no sepan nada o que no les interese lo que ha sucedido, al contrario. Estas frases señalan que
su hijo se ha preguntado sobre lo ocurrido y que, ante su falta de información, ha elaborado una
teoría de lo que ha pasado. En estos casos hay que orientar y aclarar todas sus dudas, pero respe-
tando sus pensamientos mágicos. A continuación vamos a analizar algunas de las ideas falsas que
tienen los adultos sobre los niños en duelo (tabla 1).
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Cuando fallece uno de los progenitores, el superviviente debe asumir algunas de las funciones del
otro. Tanto en este caso, como cuando fallece uno de los hijos, el padre o la madre se ven inmer-
sos en su propio proceso de duelo, experimentando un intenso dolor, ira, impotencia, desespera-
ción… Los padres pueden tener dificultades para manejar el cúmulo de emociones y pensamien-
tos que aparecen en ese momento, y todo ello unido a la necesidad de atender a un hijo o más.
Más adelante veremos las posibles reacciones de los niños al duelo. Ahora examinaremos las que
se consideran más frecuentes en adultos (tabla 2).
Sentimientos:
Tristeza, rabia, irritabilidad, culpa y autoreproches, ansiedad, sentimientos de soledad,
cansancio, indefensión, shock, anhelo, alivio, anestesia emocional…
Sensaciones físicas:
Molestias gástricas, dificultad para tragar o articular, opresión precordial, hipersensibilidad al
ruido, sensación de falta de aire, debilidad muscular, pérdida de energía, sequedad de boca,
trastornos del sueño…
Pensamientos:
Incredulidad, confusión, dificultades de memoria, atención y concentración, preocupaciones,
rumiaciones, pensamientos recurrentes, pensamientos intrusivos con visualización de la
persona fallecida…
Alteraciones perceptivas:
Son situaciones que no se ven u oyen como son en realidad: Ilusiones, alucinaciones
auditivas y visuales, fenómenos de presencia…
Conductas:
Comer en exceso, pérdida de apetito, alteraciones del sueño, abandono de relaciones
sociales, evitación de lugares y situaciones, visitas reiteradas a lugares significativos,
conductas de búsqueda del fallecido, suspiros, inquietud, estar permanentemente en estado
de alerta, llanto, atesoramiento de objetos relacionados con el fallecido…
Los padres han de realizar su propio proceso del duelo mientras facilitan la tarea del niño a rea-
lizar el suyo propio. Lo sano es que ni uno ni otro se omitan o aplacen.
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Los padres o tutores tienen un papel clave en el desarrollo normalizado del duelo en el niño, pues
nadie lo conoce mejor que ellos. Algunas de las pautas a contemplar para favorecer que los meno-
res no se sientan solos ante la muerte de un ser querido son:
✴ Buscar vías de comunicación de apoyo afectivo al niño afligido. Esto implica exterio-
rizar vivencias y emociones que ayuden a su mejoría, puede ser mediante el juego, la
lectura de un cuento, una conversación, etc.
✴ Por último, los adultos de su entorno deben estar atentos para detectar lo antes posi-
ble la presencia de señales que indiquen una dificultad en la elaboración del duelo del
menor. En ese supuesto será necesario buscar ayuda externa a la propia escuela y
experta.
¿Cómo se lo digo?
A nadie le resulta fácil entender la muerte de una persona a la que conoce y a la que está acos-
tumbrada a ver, y menos si el fallecimiento ocurrió abruptamente o tras un período de enferme-
dad de la que no se sabía nada. Por este motivo, las palabras que se usan para hablar de la muer-
te o de lo que la causó, son a menudo incomprensibles para un niño. Es necesario, especialmente
con los niños más pequeños, simplificar el mensaje y facilitarles sólo información general resu-
mida de lo que ha pasado, adaptando el lenguaje a su edad y comprensión, poniendo ejemplos y
comparando lo que ha ocurrido con situaciones que al niño le resulten conocidas.
Cuando son muy pequeños no hay que temer usar de forma reiterada las palabras mucho o muy
para las explicaciones, pues les ayuda a comprender la excepcionalidad de la situación a la que se
enfrentan. Por ejemplo, en lugar de decir que estaba enfermo, para distinguirlo de un mero res-
friado, es mejor decir que se encontraba muy, muy, muy enfermo.
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Transmitirle a un niño algo tan doloroso como la muerte de una persona a la que conoce y quie-
re no debe hacerlo un desconocido, porque le asustaría más. Siempre que sea posible lo más reco-
mendable es que lo haga una persona cercana y significativa al menor: padre, madre, abuelo, her-
mano mayor o cualquier persona adulta con la que el niño tenga una buena relación afectiva.
De este modo podrá transmitirle lo sucedido de una manera adecuada. Será útil que se apoye en
ejemplos. Lo entenderá más fácilmente. Una buena fórmula para comenzar es decir: Tengo que
hablar contigo porque ha ocurrido algo muy, muy, muy triste para nosotros.
En los casos excepcionales en que las personas cercanas al niño son las que precisamente han
fallecido o que las que podrían comunicárselo están emocionalmente muy afectadas, se sugiere
que sea un psicólogo con conocimientos de duelo infantil quien lo haga. Además, es convenien-
te la presencia siempre cercana, al menos en la misma habitación, de una persona de apego, aun-
que no diga nada hasta que acabe de hablar el experto (no importa que el familiar esté llorando).
De alguna manera, la presencia de alguien que conoce le corrobora que lo ocurrido es cierto.
Una forma de introducir la intervención del psicólogo es, primero, decir el nombre del menor y
después añadir: «Tenemos que decirte algo que ha pasado, pero nosotros ahora no sabemos explicár-
telo bien. Ha venido (nombre del psicólogo) que nos va a ayudar a contarte lo que ha ocurrido».
Para transmitirle lo sucedido es necesario buscar condiciones idóneas para hacerlo. Siempre que
sea posible conviene hacerlo durante el día, en un lugar que el niño conozca (en su casa, en el
salón, en su lugar de juegos…), evitando hacerlo en un despacho o en un lugar menos familiar.
Siéntese junto al niño a su misma altura.
Debe hacerse de manera lo más inmediata posible. Retrasar la comunicación de la mala noticia
es perjudicial porque hace que el niño fantasee equivocadamente con lo que puede haber pasado.
Es una tendencia común encontrar que cuanto más pequeño es el niño más se tiende a retardar
el momento de informarle.
Si son varios menores en la misma familia es bueno hacerlo con todos al mismo tiempo. Permi-
tirá aclarar los aspectos que no han quedado claros y, si uno no se atreve a preguntar, escuchará
la explicación que le dan a otro que sí lo haga. Se posibilita así que un niño que lo ha entendido
lo explique a los demás, quizás incluso mejor o más adecuadamente que un adulto.
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Si el familiar estuvo hospitalizado, o era una muerte que se podía esperar, ayuda partir de lo que
el niño recuerda o sabe para poder explicárselo. Por ejemplo: ¿te acuerdas cuando papá /mamá/tu
hermano… dijo que le dolía la tripa y lo tuvieron que llevar al hospital? (Esperar la respuesta del
niño y ver lo que sabe). Allí los médicos y enfermeras trataron de ayudarle a ponerse bien, pero esta-
ba muy, muy, muy enfermo. Su dolor de barriga era mucho, mucho peor que el que nos da a ti y a mí
de vez en cuando, y aunque querían curarle no pudieron. (nombre del niño), tu papá/mamá/tu her-
mano se ha muerto. (Espera en silencio) ¿Sabes lo que quiere decir estar muerto? Si quieres puedes
preguntarme lo que quieras de lo que no hayas entendido». Posteriormente se aclaran las dudas que
plantee.
Si se sabía con cierta antelación que el familiar iba a morir y se le mintió, diciéndole que está
mejor, se puede sentir traicionado y engañado, así como si llega a saber que fue informado mucho
tiempo después de que sucediera el deceso. Desconfiará de los adultos y no recurrirá a ellos si se
encuentra mal o tiene alguna duda. Además, no se le habrá dado la oportunidad de despedirse.
Todo esto dificultará el proceso de elaboración del duelo y propiciará la aparición de reacciones
menos normalizadas.
Las manifestaciones del duelo en niños dependen de muchos factores: la forma en que supo lo
sucedido, la actitud de los adultos de su alrededor, la oportunidad de hablar o expresar lo que
siente, su edad… En cualquier caso, su hijo responderá al duelo de alguna manera, aunque sea
mostrando que no ha sucedido nada. A continuación vamos a ver qué reacciones pueden ser con-
sideradas normales y cuáles indican la necesidad de buscar ayuda profesional.
Cuando un niño se entera de que se ha muerto una persona cercana, se plantea generalmente tres
preguntas: ¿La causé yo? ¿Me puede ocurrir a mí, a papá o a mamá? ¿Quién cuidará de mí? Para res-
ponder adecuadamente a estas cuestiones es bueno que los padres tengan presente la edad de su
hijo y cuáles son las reacciones más frecuentes.
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El menor puede sentirse indefenso, sobre todo si siente que no tiene ningún control sobre las cir-
cunstancias del duelo y que no se tienen en cuenta sus decisiones y opiniones. Por ejemplo, si
quiere leer un poema en el funeral de su padre y no le permiten hacerlo. Esto no significa que se
le sobreproteja, o que se permita o fomente cualquier conducta inadecuada.
No decir. No hacer
Es enorme la facilidad de los niños para oír, asimilar y tomar al pie de la letra las innumerables
frases hechas que se oyen en un duelo: Ya cumplió su misión, Dios se lo ha llevado, No somos nada,
etc. Ante una muerte muchos individuos, normalmente allegados, familiares retirados…, no
saben qué decir, generalmente porque no tienen nada que expresar; quizás porque están sobrepa-
sados, quizás porque tienen una madurez inferior a la esperada por su edad. En cualquier caso,
éstas se dan, y conducen a la confusión de los más pequeños.
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Otro contexto donde aparecen explicaciones inadecuadas y confusas es a la hora de hablar o acla-
rar sus dudas. Por todo ello exponemos una relación de frases y expresiones a evitar a la hora de
hablar con menores sobre la muerte (tabla 5).
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Romper el silencio
Hablar sobre la muerte no es fácil. Hablar de la muerte de un ser querido es aún más complica-
do. Hablar de ello con un menor, cuando uno mismo está en duelo, es de las situaciones más com-
plejas y dolorosas que el adulto hallará en su propio proceso de dolor. Aún así, tarde o temprano,
se rompe el mutismo y surge el diálogo. Algunas pautas útiles son:
✴ Usar palabras sencillas para explicar lo que ocurrió, el motivo que hizo que su fami-
liar muriera.
✴ Si murió por enfermedad, destacar especialmente que hay patologías muy diferentes
en su gravedad, evitando que el niño relacione estar enfermo con morir, señalando
que la que afectó a su papá, mamá, hermano, era muy, muy mala e imposible de curar,
etc.
✴ Si aparecen preguntas del tipo: ¿Tendrá frío, hambre, sed? emplear términos que hagan
referencia a que un cuerpo sin vida no tiene habilidades para funcionar. Esto le ayu-
dará a comprender por qué el fallecido no necesita comer, dormir, etc.
✴ En niños pequeños es conveniente hacer una clara distinción entre el morir y el dor-
mir.
✴ Si plantea temas relacionados con las emociones y sentimientos aclararle que cada
persona se siente de manera diferente cuando se muere una persona que quiere, que
el sentirse de una manera o de otra no es bueno ni malo. Hacer hincapié en que lo que
está bien es poder estar con personas que le quieren y decirles a ellas cómo se siente.
✴ Un principio general es dedicar tiempo al niño y siempre estar atento a sus dudas y
necesidad de consuelo.
✴ Respetar sus silencios y los momentos en los que necesite estar solo.
✴ Transmitirles que pueden llorar por la pérdida, solos o con la familia, y que eso no les
hace ser más débiles; al contrario, les fortalece porque se liberan de lo mal que se sien-
ten.
✴ Sugerirle tareas que faciliten la despedida del ser querido: escribir una carta con lo
que les gustaría decir, hacer un dibujo, recoger un álbum de fotos y recuerdos, etc. Y
por supuesto, ayudarle a que pueda realizarlas.
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Para finalizar, el consejo más importante que podemos darle en este apartado es que junto con el
diálogo, lo que más favorecerá el desarrollo de un duelo normalizado en su hijo será que manten-
ga sin alterar el mayor número posible de sus rutinas: hora de levantarse, de ir al colegio, comer
y acostarse a las horas de costumbre, etc., siempre que sea posible.
La manera en que los padres se comporten influirá en la conducta del niño. Si la pérdida se vive
con naturalidad (no nos referimos a comportarse como si no hubiese sucedido nada), y existe un
espacio adecuado para expresar el dolor, la tristeza y la aflicción, el niño se sentirá más cómodo
para mostrar sus emociones y preguntar lo que no entienda.
A diferencia de un adulto que ya ha pasado por otras pérdidas, más o menos significativas, el
menor se enfrenta con mucha probabilidad por primera vez a la muerte y a sus consecuencias.
Esto hace que no tenga marcos de referencia a la hora de actuar, que no sepa qué está bien o mal
hacer, y que ante los sentimientos que le embargan copie lo que ve que hacen sus familiares. Si
observa que los padres se esconden para llorar pensará que quizás se ocultan de él, o que quizás
le evitan o, en el peor de los casos, que sus padres no están tristes por la muerte ocurrida (pues
nunca les llega a ver afligidos). Si ve pesadumbre cuando él se siente compungido, normalizará su
reacción, frente a la extrañeza de sentirse pesaroso y contemplar que sus padres no lo están (como
erróneamente se hace al tapar estos sentimientos en presencia de los niños).
En climas de secretismo, percibirá que no se puede hablar de lo sucedido y tendrá miedo a nom-
brar a la persona fallecida, a tocar sus cosas… Los menores imitan la conducta de los adultos cer-
canos, por esto hay que ser muy cuidadosos con lo que se dice y hace en su presencia.
Cuando el padre o la madre hablan con franqueza de su propia pena, lloran sin sufrir vergüenza
por ello y aceptan el apoyo de otras personas cercanas, están haciendo que su hijo se recupere más
rápido. Le están enseñando que sus emociones son normales al tiempo que le muestran un cami-
no para canalizarlas adecuadamente.
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afectadas que otras. En estos momentos iniciales, especialmente si murió un hijo, los padres sue-
len estar tan centrados en su dolor y paralizados por la situación que es fácilmente comprensible
que el hijo superviviente no reciba las atenciones adecuadas. Por éste, entre otros motivos, es fre-
cuente hallar que el menor pasa los días posteriores al duelo en casa de los abuelos o con otros
familiares o amigos cercanos. Quienes estén con él deben respetar, durante el tiempo que esté a
su cuidado, las creencias religiosas de los padres y sus costumbres, así como tener presente los
principios generales aquí expuestos.
Sea como fuere, recomendamos a los responsables, padres o tutores que pasen el primer período
del duelo con el niño, sobre todo cuando son muy pequeños, que no contradigan abruptamente
sus pensamientos o creencias, por muy extrañas que les puedan parecer. Si dice que quiere hablar
con su padre fallecido por teléfono, por ejemplo, no increparle afirmando que es una tontería. Lo
correcto es enseñarle con cariño que no es posible o real lo que pide, mostrándonos tolerantes
ante su posible frustración.
En otro rango de edad, el preadolescente suele tener poco control de sus emociones. Se desenca-
denan la mayoría de las ocasiones antes de que pueda controlarlas. Se considera «mayor» dema-
siado pronto y se enfada cuando se le trata como a un niño. Los adolescentes, a su vez, son extre-
madamente vulnerables cuando pierden a alguien querido. Como resultado de un fallecimiento
pueden repentinamente asumir el rol de adultos. Al igual que éstos, necesitan darse permiso para
el duelo. La información y el apoyo que reciban, junto con los valores sociales y familiares inte-
riorizados, determinarán en parte la expresión del duelo.
Está claro que esta pregunta surge sobre todo con niños pequeños, pues no es una cuestión a
plantearse con adolescentes. Es una opinión generalizada el hecho de que los mayores de 7 años
(y algunos autores bajan la edad a los 6) pueden y deben participar en los rituales de despedida.
Para ello deben cumplir unas determinadas condiciones.
✴ Edad del niño. Por razones lógicas no se sugiere que acudan al entierro o al funeral
niños muy pequeños. A partir de los 7 años aproximadamente (puede ser antes en
niños maduros), el niño está preparado para formar parte, con el resto de la familia,
de cualquier aspecto del proceso de despedida del ser querido, siempre que se cum-
plan los restantes requisitos expuestos.
✴ Deseo expreso del niño de estar. Si pide estar o manifiesta curiosidad o interés por
acudir, no recomendamos negarse a su petición. Lo que nunca puede hacerse es obli-
garle a asistir.
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✴ Relación con el fallecido. Si la relación afectiva con el fallecido era muy buena, es
conveniente que tenga la oportunidad de dar un último adiós. Si la relación no era
cercana o no lo conocía mucho, no tiene mucho sentido que el niño acuda, especial-
mente si es pequeño.
La participación en los ritos le hace asumir mejor la pérdida. No es necesario que esté en todos
los momentos (velatorio en tanatorio, funeral, traslado del cuerpo, entierro o recogida de las ceni-
zas…), pero sí en los que desee estar.
Si por algún motivo, aún teniendo su hijo la edad adecuada para asistir, decidieron que no debía
ir al entierro y ahora usted, su pequeño o su familia han cambiado de opinión, no deben preocu-
parse. Siguen teniendo una oportunidad para integrarle en el duelo. Bastará con preguntarle qué
desea hacer. Si es muy pequeño, evidentemente, habrá que darle sugerencias: comprar flores y lle-
várselas a su tumba, escribir una carta, hacer un rincón con recuerdos, redactar un poema. Pero
será muy probable que su hijo ya tenga pensado qué hacer. Considere que igual que usted y sus
parientes tuvieron una oportunidad para despedirse de su ser amado, su niño lo necesita también.
Punto… y seguido
Uno de los aspectos que más ayuda a un niño a sentirse mejor cuando pierde a un ser querido es
que le faciliten la exteriorización de sus sentimientos, sus dudas y pensamientos. El hecho de
haber tenido previamente experiencias personales de menor intensidad relacionadas con la
muerte, como por ejemplo el fallecimiento de una mascota, allana la elaboración cognitiva del
duelo. A esto también contribuyen las explicaciones adecuadas que le den los adultos sobre lo
sucedido. Si, además, a lo anterior le sumamos un apoyo emocional continuo, hallaremos final-
mente que las probabilidades de tener una evolución normalizada son enormes. De esta forma su
aflicción tendrá un principio y un fin, pues es bueno no olvidar que el objetivo último es que su
hijo rehaga su vida.
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En ocasiones no será fácil responder a sus preguntas y demandas. Algunas le sorprenderán, como
quizás un excesivo temor a separarse de usted. Otras no las comprenderá, si, por ejemplo, desea
pasar tiempo solo (pregúntese entonces si no le está copiando en su reacción de pena). Sea como
fuere, los niños aprecian siempre el interés y la sinceridad, aunque suponga recibir un «no sé» a
su cuestión.
También es importante que el niño no se vea obligado a asumir demasiados roles o responsabili-
dades que no le corresponden por edad, por ejemplo, ante el fallecimiento de la madre, que la hija
mayor adolescente deba hacerse cargo del cuidado de sus hermanos pequeños. En la misma línea
tampoco es beneficioso consentir de manera continuada conductas infantiles ya superadas que
acaparen la atención de sus progenitores. En este supuesto habría que intentar averiguar qué es
lo que está impulsando a su hijo a acumular el interés de sus padres, si es porque se siente aban-
donado o si es porque están reforzando entre todos esta conducta inadecuada.
Otros padres pueden hacer preguntas, recomendaciones o comentarios más o menos acertados,
sobre lo que debe hacer con su hijo. Es frecuente que por curiosidad o por no saber cómo iniciar
la conversación, más de una vez usted se encuentre oyendo algo que no desea. Muchas personas
que no saben qué decir en estas situaciones y, en lugar de callar, dicen frases hechas que pueden
herirle. Le recomendamos que siempre que no le apetezca hablar lo diga claramente y que, res-
pecto a las orientaciones que reciba, preste únicamente atención a las que considere más sensa-
tas, y en última instancia déjese guiar por su instinto.
La muerte de un progenitor es un hecho terrible para cualquier niño. Especialmente a los niños
pequeños les afecta el fallecimiento de la madre, por ser normalmente la figura de apego princi-
pal. Este infortunio les produce inseguridad, vacío y pena.
Las primeras consecuencias llegarán por medio de la ruptura o alteración de sus rutinas. Ya no
estará más su padre o su madre para leerle un cuento, arroparle o darle las buenas noches. Ade-
más, el superviviente encuentra añadido a su duelo la atención a su hijo, pudiendo apreciar, sobre
todo en los primeros momentos, que quizás los sucesos le están superando. Llegados a este punto
es fundamental buscar y contar con una buena red de apoyo y ayuda.
Respecto al niño, cuanta más edad tenga y mayor madurez personal muestre, le resultará más fácil
la elaboración del duelo y mostrará menos dificultades a lo largo de todo el proceso.
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✴ No repetir frases que añadan culpabilidad, como por ejemplo, cuando tu padre
vivía te portabas mejor, o te comportas así porque a mí no me quieres.
✴ Evitar el recurso del chantaje al niño: Yo me voy, pero cuidado con lo que haces que
tu padre te está viendo y me lo cuenta después; o no haces más que darme disgustos,
¿quieres que yo también me muera?
✴ No permitir que el niño utilice amenazas emocionales: Desde que mamá murió tú
ya no me quieres como antes; papá me quería de verdad; mamá ya no está aquí y tú tie-
nes la culpa.
✴ Relativizar sus rabietas. Tener en cuenta que es normal que el progenitor vivo sea
su blanco de iras, enfados y resentimientos. Es una manera de exteriorizar su rabia y
frustración.
Si perder a un progenitor es terrible para un niño, perder a un hijo es la situación imaginable más
horrible para un padre o una madre. El ritmo y orden de la vida nos dice que primero fallecen
los ancianos, más tarde los adultos y nunca los menores. Pero desgraciadamente los deseos y la
realidad viajan por separado. La muerte no distingue por edad y condición.
Afrontar esta situación de forma correcta pasa por ejercitar la empatía, es decir, por ser capaces
de imaginar cómo se siente nuestra pareja, expresar las emociones y respetar, sin juzgar, la forma
de vivir el duelo del otro.
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Las estrellas fugaces no conceden deseos • Manual breve de ayuda a familias en duelo
✴ No comparar a los hermanos vivos con el fallecido. Esto genera a veces proble-
mas de autoconfianza y autoestima. Tampoco hay que emplearle como escudo o
medio de desahogo del posible malestar por el deceso.
✴ Cuidar las expresiones, los momentos y los lugares. En familias creyentes, con
una clara convicción de la existencia del alma y Dios, es importante que se cuide el
lenguaje delante de los hijos cuando estos son muy pequeños. El niño está triste y sabe
que toda la familia se encuentra igual. Sin embargo, es posible que en ocasiones oiga
que el fallecido ahora es feliz o que está en un lugar mejor. Verá, entonces, a los adul-
tos hablar de alegría y felicidad cuando se refieren a su hermano fallecido. Para un
niño pequeño oír al mismo tiempo y en una misma situación alegría y tristeza, dolor
y felicidad, supone un mensaje contradictorio que no entenderá y le llenará de con-
fusión.
✴ No presionarle. Los padres, por error, e incluso sin ser conscientes de ello, pueden
intentar imponerle una serie de conductas y hábitos que imitan los que realizaba el
difunto, buscando así que tome su personalidad (o parte de ella, al menos).
✴ No culpabilizar.
✴ No dejar de hablar del hijo fallecido. Reprime y enseña a reprimir las emociones
de la familia. Impide compartir los sentimientos y, por lo tanto, conocer los de los
otros miembros. En esta línea es importante no gritarle si toca los objetos de su her-
mano o si quiere jugar con sus juguetes. Es una forma de recordarle.
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Las estrellas fugaces no conceden deseos • Manual breve de ayuda a familias en duelo
La forma en la que un niño expresa sus sentimientos ante la muerte de una persona a la que quie-
re es muy diferente a la de los adultos. Aunque depende de la edad y el carácter del menor, suele
ocurrir que presentan menos facilidad para hablar de sus sentimientos, pues hacerlo implica una
riqueza de vocabulario que quizás no tenga desarrollada aún, pero pueden mostrar sus emocio-
nes por medio de los juegos o los dibujos.
Por este motivo recomendamos a los padres que presten atención a lo que sus hijos digan y hagan
por estos medios de expresión. No conviene asustarse si los niños introducen en sus juegos la idea
de la muerte o aparecen personas muertas. De alguna manera están asumiendo lo sucedido. Una
bonita forma de conocer lo que piensa es sugerirle hacer de forma conjunta un collage, un álbum
de fotos, una caja de recuerdos, etc.; le permitirá mostrar lo que siente de una manera más fácil
para él.
Otra forma de realizar una aproximación al conocimiento de sus sentimientos o para explicarle
algunos aspectos relacionados con la muerte es recurrir a cuentos especialmente diseñados para
este menester. Existen en la actualidad muchos y algunos muy bonitos. En las páginas siguientes
se incluyen algunas recomendaciones.
A los adolescentes lo mejor es animarles a escribir un diario personal en el que vuelquen sus
impresiones, breves alegrías, aflicción, ira y penas. También les ayudará leer alguna novela de lite-
ratura juvenil relacionada con el tema de la muerte.
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Las estrellas fugaces no conceden deseos • Manual breve de ayuda a familias en duelo
El duelo complicado es una intensificación del dolor que invade al niño y que le impide, pasados al
menos 6 meses del fallecimiento, retomar su vida y sus rutinas con cierta normalidad. El menor
no ha seguido elaborando el duelo y no ha asumido la pérdida del ser querido.
Si su hijo presenta tres o más de las siguientes conductas, y han pasado más de 6 meses desde el
fallecimiento, conviene que lo lleve a un especialista (bien de Salud Mental bien en duelo infan-
til):
✴ Llora en exceso.
✴ Muestra en los últimos 3 meses las mismas conductas de no aceptación por la pérdi-
da del ser querido.
✴ Quiere estar solo, sin amigos ni familiares, durante largos periodos de tiempo y evita
la compañía de otros.
✴ Descuida la higiene personal u otras acciones cotidianas que antes realizaba, por
ejemplo, ordenar sus juguetes.
✴ Exhibe apatía y falta de interés por cosas y actividades que antes le atraían.
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Las estrellas fugaces no conceden deseos • Manual breve de ayuda a familias en duelo
✴ Intuya que consuma drogas o alcohol (si antes no lo hacía) o se ha incrementado exa-
geradamente su consumo si ya consumía.
✹ Relación segura y afectuosa con los padres antes del fallecimiento del ser
querido.
✹ Kroen, W. (2002). Cómo ayudar a los niños a afrontar la perdida de un ser querido, un manual para
adultos. Barcelona: Ediciones Oniro.
Sin duda el libro más claro y directo de los disponibles en español para padres con niños en duelo.
Utiliza un lenguaje claro y fácil de comprender.
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Las estrellas fugaces no conceden deseos • Manual breve de ayuda a familias en duelo
Libro de fácil lectura, escrito por la famosa psiquiatra suiza. Destaca aspectos importantes que
deben tenerse en cuenta siempre que se hable de la muerte con niños. Está más centrado en duelo
por enfermedad infantil (cáncer infantil, por ejemplo), pero se puede aplicar a otras situaciones
similares. Aparecen testimonios e historias de niños que experimentan un proceso de duelo y pre-
senta las curiosas preguntas que se plantean. Las personas que busquen respuestas para ayudar a
un menor que está experimentando un proceso de duelo encontrarán aspectos útiles.
Obra amena que propone el diálogo con los niños como medio para disipar sus dudas y tranqui-
lizarlos respecto a cualquier vivencia relacionada con la muerte de un ser querido.
✹ Turner, M. (2006). Cómo hablar con niños y jóvenes sobre la muerte y el duelo. Barcelona: Paidós.
Es un libro con diferentes ejercicios que ayuda a los padres y a otros adultos a comunicarse con
los niños para que éstos aprendan a gestionar sus diferentes sensaciones ante las pérdidas.
✹ Grupos Renacer: Ayuda mutua para padres que perdieron a sus hijos
http://www.grupos-renacer.com/
Asociación fundada en 1988. Ayuda mutua para padres cuyos hijos han fallecido; extendidos en
países de habla hispana, incluido España. Recursos y testimonios de padres que están elaborando
el duelo o ayudando a otros a hacerlo.
http://www.renacer-barcelona.org/renacer_en_el_mundo/index.asp
Ayuda mutua a padres que han perdido a un hijo. Hay grupos en España y en Latinoamérica
(Argentina, Chile, Uruguay, etc.).
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www.amad.es
Asociación de Mutua Ayuda ante el Duelo. Realizan diversas actividades de autoayuda y acompa-
ñamiento. Tiene un apartado relacionado con el duelo en la infancia.
www.vivirlaperdida.com
Contiene apartados específicos sobre cómo ayudar a los niños y adolescentes en duelo. Para los
padres también hay un apartado sobre la muerte de un hijo. Hay foros de autoayuda y recursos
relacionados con el duelo, además de un foro de ayuda mutua. Muy completa.
http://www.alfinlibros.com
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