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¿Cual es el Pecado

Imperdonable?
Published 5 years ago by cadupondg

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Por el Dr. Clay Jones.


La blasfemia al Espíritu Santo es llamada el “pecado imperdonable,” un pecado
jamás perdonado. La mera posibilidad de cometer tal pecado frecuentemente
preocupa a muchos cristianos. De hecho mientras cursaba el segundo año de
secundaria pensé que yo mismo había cometido esta blasfemia al Espíritu Santo—
y consecuentemente caí en depresión. Evidentemente, nuestro estado emocional
puede influenciar nuestra percepción de la escritura. En las últimas cuatro décadas
desde entonces, me he topado con muchos cristianos que temen haber cometido la
blasfemia al Espíritu Santo y siempre me ha sido grato el decirles que no lo han
hecho.
La enseñanza de Jesús en cuanto a la blasfemia al Espíritu Santo—el pecado
imperdonable—se encuentra en Mateo, Marcos y Lucas, pero en Mateo
encontramos la presentación más detallada y cohesiva. En Mateo 12:22 leemos que
Jesús cura a un hombre endemoniado que también estaba ciego y mudo. No
entenderemos completamente el significado de lo que sigue al menos que
comprendamos la maravilla de este momento en Palestina durante el siglo
primero. Una persona ciega y muda era una gran carga y una plaga—alguien sucio
y digno de evadir—aparte este estaba poseído.
¡Pero Jesús lo sano! De pronto el hombre podía hablar y ver. En un instante fue
restaurado. Podía valerse por sí mismo y expresar sus pensamientos. La gente
estaba “atónita.” ¡Que cosa tan asombrosa! Que indescriptible alegría y alivio debe
haber sido para las personas que lo cuidaban.

Pero en respuesta a este gran e innegable milagro de restauración completa—


innegable aun para los fariseos—los fariseos se mofaron, “Este no echa fuera los
demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios.”1 Por tanto, los fariseos
atribuyen la sanación milagrosa a Satán—el “señor de las moscas,” el “Príncipe de
las Tinieblas,” el “enemigo malo.” La respuesta de los fariseos muestra una dureza
inequívoca contra Dios.
En respuesta, Jesús acentúa lo obvio en el verso 26: “Y si Satanás echa fuera a
Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, permanecerá su reino?” Tal
comportamiento esquizofrénico incapacitaría el reino de Satanás. Pero Jesús eleva
la lógica indicando que nadie saquea la casa de un hombre fuerte si no le ata
primero, demostrando así que sacó a los demonios por una “autoridad mayor a la
de Satanás.”2 En resumen, la sencilla conquista de poderosos seres malignos
demuestra lo que la dureza del corazón se niega a conceder: Jesús sanó con el
poder del Espíritu Santo.
Y ahora llegamos a uno de los pasajes Bíblicos más serios: “Por tanto os digo: Todo
pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el
Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el
Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no
le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero” (v. 31-32).

Para empezar, cabe hacer notar que los fariseos nunca mencionaron o enunciaron
las palabras “Espíritu Santo” o cosa parecida. Por tanto debe ser posible de
cometer la blasfemia del Espíritu Santo sin siquiera mencionar la palabra
“Espíritu” o “Espíritu Santo.” ¿Qué fue entonces lo que hicieron los fariseos?
Notemos el contexto. Ellos atribuyeron una innegable y clara obra del Espíritu
Santo—en este caso la liberación de un hombre torturado por un demonio que
resulto en su ceguera y sordera—al poder de Satanás. Esto no fue un simple
malentendido. El profesor de estudios neo-testamentarios D. A. Carson esta en lo
cierto al afirmar que la blasfemia de los fariseos al espíritu santo es un rechazo de
“la verdad con total conciencia de lo que se está haciendo—en pensamiento,
voluntad y conciencia rechazando el trabajo del Espíritu a pesar de no haber otra
explicación a los exorcismos de Jesús. Para tal pecado no hay perdón.”3
Luego, en los versos 33 y 34, Jesús continúa aclarando la dura condición de los
fariseos. Jesús les dice que “por el fruto se conoce el árbol” y que son una
“generación de víboras” que son “malos” y hablan de la “abundancia del corazón.”
En otras palabras, la blasfemia de los fariseos no fue un arrebato de la lengua o
simplemente una percepción equivocada de la realidad. Más bien fue un rechazo
consciente, deliberado, y final por el que darán cuentas en el Día de Juicio.

Toda persona de tierno corazón hacia Dios entraría en estado de pánico después
de escuchar la lógica de Jesús, su reprensión y advertencia de condenación eterna.
Pero no los fariseos. En su lugar, en el v.38 leemos, “Entonces respondieron
algunos de los escribas y de los fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de ti
señal.” Es como si dijeran, “A pesar de que has curado a un hombre ciego y mudo
en nuestra presencia, demostrado tu dominio sobre seres espirituales, y refutado
nuestros argumentos—aun necesitamos más pruebas de que lo que haces viene de
Dios.” En el verso 39, Jesús les contesta que su petición de evidencia demuestra la
maldad de su dureza: “La generación mala y adúltera demanda señal.”

Por lo tanto, la blasfemia del Espíritu Santo es más que un rechazo, aun repetido,
ya sea verbal o no, del testimonio del Espíritu Santo hacia Jesús.

Consideremos dos ejemplos en la Escritura de personas que inicialmente


rechazaron el testimonio del Espíritu a Cristo, pero eventualmente lo aceptaron.
Jacobo, el hermano de Jesús, creció con él y estuvo presente durante la
inauguración de su ministerio de milagros (Juan 2:11-12), y posiblemente estuvo
también en este milagro específicamente (Mateo 12:46), pero Jacobo pensaba que
Jesús, al menos, estaba confundido o mentalmente inestable (Juan 7:3-5). Más
tarde, sin embargo, Jacobo se convierte en un líder de la iglesia Cristiana (Gal.
1:19). Asimismo, Pablo no solo rechaza el mensaje de Cristo inicialmente sino que
persigue a aquellos que lo proclaman (Hechos 8:1,9:1). Más tarde, Pablo se
convierte en apóstol. Por tanto, es claro que la blasfemia al Espíritu Santo no es
simplemente el errar al no reconocer el testimonio del Espíritu hacia Cristo. Más
bien, la blasfemia al Espíritu Santo ocurre cuando alguien, a sabiendas, sin
ambigüedad, intencional y permanentemente rechaza el testimonio del Espíritu
Santo hacia Jesús. El profesor de estudios neo-testamentarios Darrel L. Buck
sintetiza bien la situación: “La blasfemia al Espíritu puede verse como una
consecuencia de rechazar al Hijo del Hombre. La diferencia entre blasfemar al Hijo
del Hombre y al Espíritu es que la blasfemia al Hijo del Hombre es un rechazo
instantáneo, mientras que el rechazo al Espíritu es permanente…Una vez que el
testimonio del Espíritu y del trabajo de Dios por medio de Jesús es
permanentemente rechazado, entonces nada puede ser perdonado, ya que el plan
de Dios ha sido igualmente rechazado.”4
Igual que Jesús, nosotros mismos debemos advertir a aquellos que se endurecen
contra el mensaje de las Buenas Nuevas. Debido a que esta blasfemia firme,
intencional y permanentemente rechaza el trabajo del Espíritu Santo por tanto
también pone a la persona más allá del arrepentimiento.

Más aún, consideremos la razón por la cual este es un pecado imperdonable. Los
cristianos no creen que el Padre y el Hijo sean menos merecedores de reverencia
que el Espíritu Santo. Finalmente la razón es que, precisamente la tarea del
Espíritu Santo es la de convencer al mundo de su pecado y la verdad acerca de
Jesús y el endurecimiento permanente es imperdonable (Juan 16:7-9).
No es difícil para cristianos batallando con grandes (aunque fuera de foco)
inseguridades el culpar sus ansiedades en algo tangible como, “¡Tal vez ya he
cometido un pecado imperdonable!” Pero debemos eliminar tales ansiedades
llevando todo pensamiento cautivo (2 Cor. 10:5) y cimentar nuestras vidas en el
conocimiento de la clara instrucción de la Escritura. Ya que ninguna persona que
ha rechazado el trabajo del Espíritu Santo estaría preocupado de haber ofendido al
Espíritu Santo. ¡El mero hecho de que la persona esté angustiada acerca de su
relación con Jesús es evidencia de que no se ha endurecido contra el Espíritu
Santo!
De hecho, si la blasfemia del Espíritu Santo pudiera ocurrir por medo de palabras
arrebatadas en medio de una rabieta de enojo, entonces la escritura se estaría
contradiciendo. Esto es el caso dados los muchos versos que garantizan la
salvación de una persona que se falsificarían si la persona hubiera cometido un
pecado imperdonable (Juan 5:24; Juan 1:12; Juan 3:16; Rom. 10:9). Estos versos no
dicen, “Y serás salvo al menos que hayas cometido un pecado imperdonable.”
Simplemente dicen, “Serás Salvo.”
Un conocimiento profundo de lo que Jesús dice acerca de nosotros disipa
inseguridades infundadas. En realidad, esto fue lo que más me ayudo en mis
épocas de estudiante. Memoricé versos de la Escritura similares a los que
mencione arriba cada vez que temía el haber cometido el pecado y los recite
persistentemente repetidamente hasta recuperar la confianza de mi
salvación. Romanos 10:9 dice, “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor,
y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.” Por lo
tanto, aquellos que confiesan que “Jesús es Señor” y creen que “Dios le levanto de
los muertos” pueden concluir con toda seguridad y confianza que no han cometido
un pecado imperdonable, sino que serán salvos.

Clay Jones es profesor asociado en el programa de maestría en apologética de la


Universidad de Biola y se especializa en cuestiones relacionadas a por que Dios
permite el mal. Sus más recientes reflexiones se pueden encontrar
en http://www.clayjones.net
Este artículo apareció inicialmente en la columna de hermenéutica práctica del
“Cristian Research Journal” volumen 34, numero 4 (2011). Para mayor
información o suscripción al periódico ir a: http://www.equip.org

1. Todas las citas bíblicas tomadas de la versión RV 1960.


2. D.A Carson, “Mateo,” The Expositor’s Bible Commentary, ed. Frank E.

Gaebelein (Grand Rapids: Zondervan, 1984), 290.

3. Carson, 291-292.
4. Bock, 1143. La “Blasfemia del Espíritu Santo no es tanto un hecho de
rechazo sino una persistente y decisiva aversión al mensaje del Espíritu
concerniente a Jesús. Cuando una persona rechaza y rehúsa
obstinadamente el mensaje o evidencia, entonces esa persona ya no es

perdonada” (Bock, 1141).

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