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UNA
EXTRAÑAESTIRPE
DEAUDACES
Tapa e ilustraciones
MARíA AMALIA BLUHM
Ediciones "EL CAMINO"
Doblas 1753 - Buenos Aires
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OBRAS DEL MISMO AUTOR
El Padre Nuestro - Buenos Aires, 1940, 1945
El País de las Siete Casas (Alegoría) - Buenos Aires 1941
La Acción Social de la Iglesia - Buenos Aires, 1944.
Pétalos y Espinas de mi Sendero (Prosas Poéticas) - 1945.
La Supereminencia de Jesús - Buenos Aires, 1944
Peregrinaciones de mi Espíritu (Prosas Poéticas) – 1942
Las Enseñanzas de Jesús - Buenos Aires, 1943
Esteban (cuento) -- Buenos Aires, 1945.
Colaboradores de Dios (Manual de Evangelización) – Bs. Aires, 1945.
El Maestro de Galilea - Buenos Aires, 1948.
Ni Señores, ni Esclavos (Ensayo Dramático) _ Buenos Aires, 1946
La Carta Fundamental del Cristianismo _ Buenos Aires, 1949.
Del Fango a las Estrellas (Prosas Poéticas) - Buenos Aires, 1948
La Visión de un Mundo Nuevo y otros sermones - Bs. Aires, 1951.
Bl Hijo de la Consolación (Novela) - Buenos Aires, 1950.
Entre Olas y Nieves (Prosas Poéticas) _ Buenos Aires, 1951.
¿Qué Guía Llevas? (Breves Meditaciones Devocionales) - Rep. Dominicana, 1955.
Hojas al Viento (Prosas Poéticas) - Buenos Aires, 195G.
Gotas de Rocío (Prosas Poéticas) - México, D. F., 1956.
EN PRENSA
El Médico Amado (Novela).
PROXIMA8
El Inmortal Poema (Prosas Poéticas)
Miriam de Magdala (Novela).
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En señal de gratitud a mi maestro de Historia Eclesiástica
en la "Southern Methodist University"
DalIas, Texas, U. S. A.,
Dr. Robert W. Goodloe
que me reveló el misterio y el embrujo
de esa "Extraña Estirpe de Audaces"
y
a Flavio y Mary, mis hijos,
ahora sirviendo al Señor en Bolivia,
para que recojan
los "Destellos Inextinguibles" de esa "Estirpe"
y sigan en pos de su luz,
dedico cariñosamente estas páginas.
(Pgs. 7-8)
INTRODUCCION
La historia es lo único que en nuestra vida social nos liga al pasado. Si omitiéramos la
historia, cortaríamos de nosotros una parte importante de nuestra misma vida.
Podemos existir sin historia, pero no vivir; porque vivir es, en cierto modo, revivir la
historia de nuestro pueblo, encarnando en nosotros las inquietudes que poblaron
corazones y voluntades que ya no son. En la historia refúgiase la vida que ya fue, para
no morirse, para resu-citar, para continuar viviendo, para obligamos a nosotros a vivir.
Por esto mismo decía Miguel de Unamuno: "Es visión del pasado lo que nos empuja a
la conquista del porvenir; con madera de recuerdos armamos las esperanzas". Cuando
lo presente nos parece trivial y común, falto de estímulo e inspiración, hace falta mirar a
lo pasado, que es la historia, para que nos sintamos "empujados a la conquista del
porvenir".
Y subrayamos esto de "la conquista del porvenir", por-que la visión del pasado no nos
debe embrujar por el pasado mismo, sino para que nos lleve a más altas empresas y a
más arriesgadas aventuras; para que el acervo del pasado se enriquezca con los
hechos del presente. El conocimiento de lo pasado no se constituirá en cadena, sino en
semen que nos fecunde mente y corazón, espíritu y voluntad, y nos conceda poder
para crear obras hermosas, frescas y eternas.
Por esto, en las páginas que siguen, nos sumergiremos en el mar de la historia, no
para ahogarnos en ella, como .atraídos al fondo por voz de sirena embrujadora, sino
para revitalizar y refrescar nuestras energías dormidas y salir por las playas del mundo,
teniendo en los labios el canto que entusiasma y en el corazón la fe que todo lo arraiga.
Anhelamos que los lectores de estos breves estudios his-tóricos, que giran alrededor
de algunos adalides del metodismo, se sientan con tónica suficiente como para seguir
en el camino que ellos dejaron marcado, con las huellas profundas de su devoción y fe.
Se terminó de imprimir en
la Imprenta Metodista, calle
Doblas 1753, Buenos Aires,
el día 25 de septiembre de 1958.
CAPÍTULO PRIMERO
LOS ADELANTADOS
Parte Primera
Los antepasados de Juan y Carlos Wesley por línea paterna.
"El testimonio interno, hijo, el testimonio interno;
ésta es la prueba, la prueba más verdadera
del cristianismo".
Samuel Wesley.
Al leer el subtítulo de los dos primeros capítulos, el lector se
preguntará qué relación tienen los antepasados de Juan y Carlos
Wesley con los adalides del metodismo que estudiaremos en el
resto del libro. A primera vista parece no existir conexión alguna,
pues ellos vivieron antes del movimiento metodista, y ciertamente
que no habrían podido vislumbrar lo que sucedería como para
sugerir orientaciones. Mas, cuando pasamos revista a la vida de
esos antepasados, descubrimos que muchas de las características
que distinguieron a los iniciadores del movimiento metodista ya se
revelaban en el carácter y la acción de ellos.
Podemos decir que el movimiento metodista no comenzó en el
siglo XVIII, aunque históricamente tenga su principio en él, sino
que sus raíces arrancan desde el siglo XVII o antes, a similitud de
la Reforma protestante que no tuvo su origen en el siglo XVI con
Lutero, sino también mucho tiempo antes. En Lutero la Reforma
tuvo su apogeo y culminación. Fuerzas y hombres, desde mu-chas generaciones antes, habían
ido preparando el terreno, abonándolo con la sangre de su sacrificio. De la misma manera, lo
que llamamos metodismo alcanza su triunfo en Juan y Carlos Wesley y otros.
No que ya existiera el metodismo como fuerza, sino que tenía vida embrionaria en el seno de
ciertos acontecimientos his-tóricos. Los hombres no son fenómenos que aparecen
repentinamente y se manifiestan sin causas y motivos. A veces, ó casi siempre, son el
resultado de fuerzas que fueron almacenándose por mucho tiempo y que luego irrumpen
rompiendo las compuertas para imponerse de una manera decisiva y renovadora.
La historia del metodismo empieza, pues, con los ante-pasados de los Wesley. Un historiador
de esa familia, de hecho asevera que hay trazas de ella ya en el siglo X, antes que Inglaterra
estuviese unida bajo un soberano. Por el estudio que hace de los miembros de esa familia,
llega a la siguiente conclusión:
"Por lo que podemos saber hasta aquí de esta familia distinguida, hallamos que sus miembros
sobresalían por sus conocimientos, piedad, estro poético y musical. Debemos además añadir
otras características igualmente peculiares: lealtad e hidal-guía. Volviendo atrás solamente un
paso, al trazar su genealogía, encontramos en ambos, el padre y la madre de Bartolomé
Wesley (de éste hablaremos más adelante), personas a quienes se les permitió mezclarse con
las mentes señeras de su edad, que tuvieron la distinción de tomar parte activa en la formación
de aquella edad en sus aspectos moral, religioso y social" (1).
No nos será posible detenernos con todos ellos, pero nos remontaremos por la línea paterna
de Juan y Carlos Wesley a representantes de tres generaciones anteriores: a Bartolomé
Wesley (1595 ó 96-1680); a Juan Wesley (abuelo), (1636-1678); y a Samuel Wesley, padre
(1662-1735). Y por la línea materna: a Juan White, abuelo materno de Susana (1590-1644);
Samuel Annesley, padre de Susana (1620-1696; Y Susana Wesley, madre (1669--1742).
BARTOLOMÉ WESLEY
Bartolomé Wesley, bisabuelo de Juan y Carlos Wesley, era hijo de Sir Herbert Westley o
Wesley, del condado de Devon, y de Elizabet Wellesley, de Dongan, Irlanda. En la familia hubo
tres hijos: de dos de ellos nada se sabe, solamente Bartolomé llegó a entrar en la historia. En el
seno de su familia recibió una esmerada educación religiosa. Juzgando por las influencias
religiosas mani-festadas por Bartolomé, puede decirse que el espíritu del puritanismo ya se iba
desarrollando dentro de la Iglesia Nacional y que había hecho mella en la mente de sus padres.
Recibió su educación en la Universidad de Oxford, donde estudió medicina y divinidades. Poco
se sabe de él hasta el año 1640, cuando la historia nos dice que se encontraba a la cabeza de
la iglesia de la pequeña aldea de Gatherston y, un poco más tarde, de la de Charmouth. El
salario anual que esas dos iglesias le pagaban consistía de 35 libras esterlinas y 10 shillings.
Quedó pastoreándo-las hasta el año 1662, antes del "Acto de Uniformidad", que fue cuando lo
expulsaron como "intruso".
Duran-te su ministerio, y especialmente después, hizo gra n uso de sus conocimientos médicos
con bastante éxito. Nada sabemos acerca del lugar de su muerte, pero estamos seguros que él
tuvo que abandonar Charmouth en 1665 debido al "Acto de las Cinco Millas". Este "acto" exigía
que todo párroco que hubiese sido destituí do de su cargo debía vivir por lo menos cinco millas
distante del lugar donde había ejercido su ministerio.
Por esa época ya había caído el gobierno puritano de Cromwell, el cual había asumido el poder
en Inglaterra por cerca de tres lustras. Al restablecerse la monarquía, todos los párrocos que
eran adeptos del puritanismo, que era la expresión religiosa adoptada por el gobierno de
Cromwell, tuvie-ron que abandonar sus parroquias para que fuesen ocu-padas por personas
que estuviesen dispuestas a sujetarse a la realeza y a la forma tradicional del anglicanismo.
Fue a consecuencia de ese mismo "acto", como vere-mos más adelante, que su hijo Juan
Wesley murió pre-maturamente a los 42 años de edad, en 1678. Este hecho se agravó en la
mente del anciano padre de tal manera que sus últimos años fueron bastante amargos,
lleván-dole más ligero al sepulcro. Desde que fué relevado de su cargo en 1662 y se vio
obligado a abandonar su anti-gua habitación, estuvo sujeto a vejámenes, persecuciones y
limitaciones promovidas por la Iglesia Oficial, que había sido restablecida con la monarquía.
Debemos recor-dar que por el "Acto de Uniformidad", los ministros debían renunciar a sus
ideas puritanas y aceptar el nuevo estado de cosas o de lo contrario abandonar sus puestos
eclesiásticos. Más de dos mil ministros tuvieron que dejar sus iglesias. Comenzó para ellos una
serie de duras experiencias que tejieron un romance de aventuras extraordinarias, pero de
tremendas vivencias en las que se puso a prueba su fe, ya que por demandas de su conciencia
no quisieron adaptarse a la nueva situación.
Esos ministros, y los feligreses que con ellos compartían las mismas ideas religiosas, tuvieron
que reunirse donde podían: ya en casas aisladas o en sótanos o en heniles o doquier le s fuese
dado: Muchas veces, para llegar a esos lugares, había que hacerse de caminos secretos y
también apostar vigías. A pesar de toda esta vigilancia y cautela, muy frecuentemente
apresaban a grupos y a líderes. Bartolomé, después de haber sido destituido, pudo quedarse
en Charmouth hasta 1665 ejerciendo la medicina, por la estima en que le tenían sus
parroquianos.
Esto testifica acerca de la limpieza de su carácter, lo que le permitió permanecer allí sin temer
acusaciones de parte de la gente a la que sirviera durante 21 años. Sin embargo, lo que más
caracterizó a este hombre fue la firmeza de sus convicciones. Hicimos referencia al "Acto de
las Cinco Millas" y en ese enton-ces él ya era un hombre anciano, sentíase agotado des-pués
de una larga vida que consumiera en trabajos entre guerras civiles y luchas religiosas. Si al
reestablecerse la monarquía hubiese renunciado a sus convicciones reli-giosas y se hubiera
sometido con pasiva obediencia a las exigencias de la iglesia oficializada, habría podido vivir
en el seno de sus viejos parroquianos, a quienes tanto estimaba, hasta el día de su muerte. Sin
embargo prefirió irse y sufrir el desprecio del mundo. Sus convic-ciones eran para él más
sagradas que la propia vida y la tranquilidad.
Esto nos enseña que las almas honestas nunca pueden cambiar su libertad de conciencia por
la libertad de sus cuerpos. Prefieren tomar sobre sí la cruz y morir por sus ideales. Son
aquellos que van adelante y se detienen solamente cuando llegan al final del cami-no, sin
haber cesado en su brega por mantener bien alto el estandarte de sus más íntimas
convicciones. Si Barto-lomé Wesley no hubiese dejado otra cosa tras de sí que esta estela
luminosa, se justificaría plenamente su tra-yectoria en el mundo. Seguramente fue digno de
haber sido el bisabuelo de Juan y Carlos Wesley.
JUAN WESLEY
El que lleva el mismo nombre, de quien más tarde fuera con su hermano Carlos el fundador del
metodismo, era hijo del precedente y tal como vimos alcanzó a vivir tan solamente 42 años.
Fue el padre de Samuel Wesley el que, a su vez, vendría a ser el progenitor de los fundadores
del metodismo. Como Bartolomé, recibió su educación en la universidad de Oxford, bajo la
dirección de hombres que habían sido escogidos entre los guías religiosos más prominentes de
los grupos independientes que alimentaban tendencias puritanas. Terminó sus estudios
alcanzando el grado de Maestro en Artes hacia fines del año 1657 o principios de 1658.
Su hogar fue su primera escuela de religión y allí heredó el espíritu piadoso que señaló toda su
vida. En 1a escuela mantuvo la misma línea de conducta que fuera norma en el hogar. Desde
su niñez fue dedicado por sus padres al servicio divino. Cuando volvió de Oxford unióse a la
congregación a quien su padre ser-vía, mas no pudo ayudar a éste en su ministerio porque no
había sido ordenado.
En el pueblo de Weymouth, hízose miembro de un grupo llamado "La Iglesia Reunida", ante el
cual tuvo primeramente ocasión de exponer sus propias convicciones religiosas. Tenía pa-sión
por las almas. Testificó del Evangelio no solamente ante la "Iglesia Reunida" de Weymouth,
sino que habló también de "las Buenas Nuevas" a los marinos con quienes acostumbraba a
encontrarse a lo largo de la costa. Y en la pequeña aldea de Radipole juntó mu-cha gente
alrededor suyo, enseñándole a adorar y ser-vir a Dios.
En esa época contaba tan sólo 22 años de edad, pero ya ardía en él aquella pasión
evangelizadora que se manifestaría tan sorprendentemente en el corazón de sus nietos Juan y
Carlos. Como ellos, fue un gran predicador itinerante, sin tener jamás cargo pas-toral propio y
regular. Y además, fue el prototipo del predicador al que Juan Wesley tuvo que apelar para
poder hacer su obra: el predicador laico.
Fue en 1658 que llegó a ser pastor de Winterborn–-Whitchurch en el condado de Dorset,
aunque de ma-nera irregular. Esa parroquia podía recompensarle solamente con 30 libras
esterlinas anuales. De paso, notaremos aquí ¡cuán menguado era siempre el sostén que los
Wesley obtenían de sus cargos pastorales! Tal vez en eso encontremos nosotros la razón por
la cual Juan Wesley adquirió el hábito tan frugal de vivir, que le permitía apartar tanto de sus
haberes para dedicarlo al bien de su prójimo. Fue como una necesidad inhe-rente a todos los
miembros de esa familia el tener que ajustarse a entradas muy exiguas. A pesar de eso, nunca
pensaron estar destituidos de la gracia del Dios Altí-simo.
En 1661, Juan fue llamado a la presencia del obispo Ironside para que diera razón del porqué
ministraba al pueblo sin haber sido ordenado ministro. Las respuestas que dio durante el
interrogatorio dan evidencia de su espíritu equilibrado, iluminado y fiel. Tan concluyen-tes
fueron que el buen Obispo díjole, al despedirlo: "Adiós, mi buen señor Wesley". Llegó a
convencer a su superior que su derecho a predicar le era dado por auto-ridad que emanaba de
las mismas Sagradas Escrituras.
Sus enemigos siempre hicieron todo lo posible para que cayera en desgracia y, un día, poco
después de su conversación con el Obispo, le asaltaron al salir de su iglesia y lleváronle a la
cárcel bajo la acusación de que él no quería someterse al uso de la liturgia de la Iglesia Oficial.
Cuando le soltaron volvió a sus labores en Winterborn-–Whitchurch.
Continuó ministrando allí a su pueblo hasta agosto de 1662, cuando fue decretado el ya
mencionado "Acto de Uniformidad". Al igual que su padre, determinó no someterse a las
nuevas órdenes eclesiásticas y prefirió renunciar antes que renegar de sus convicciones
personales. Dejó con pesar su iglesia, se fue a un lugar llamado Melcombe y durante ese
período de transición nació Samuel el padre de Juan y Carlos Wesley.
Vióse en la contingencia de sujetarse a la caritativa ayuda de un amigo desconocido, quien a la
sazón tenía una casa vacía en un lugar llamado Prestan, cerca de Weymouth. Allí continuó, de
tarde en tarde, predicando el Evangelio. Más que una vez, por este motivo, tuvo que ocultarse
o ir a la prisión. Sin embargo, nunca renunció a su gran empeño por salvar las almas.
Sus reiteradas tribulaciones lleváronle prematuramente a la muerte. Nada, empero, fue lo
bastante fuerte corno para hacerle renunciar a su alta vocación. No le importó que le faltara la
ordenación eclesiástica y lo mismo fue de un lado para otro, ministrando siempre a las almas
necesitadas. Concluyó su carrera en un lugar llamado Poole, continuando en su carácter de
predicador local y sirviendo a un grupo de gente a quienes les predicara de tarde en tarde.
Murió, como ya lo mencionáramos, antes de que su padre bajara al sepulcro. Su carrera fue
corta, pero gloriosa. Jamás recibió ordenación eclesiástica, a pesar de eso sintióse siempre
apoyado en .su trabajo por la aprobación divina. Y esto era suficiente para él.
Tenía la costumbre de llevar un diario en el cual iba anotando sus acciones. Gustábale cultivar
las len-guas orientales. Era franco, leal, sincero y consagrado. Hizo los mayores sacrificios en
el ejercicio de su misión. De él se dice lo siguiente:
"En verdad, la historia personal de este buen hombre contiene un epítome del metodismo que
surgía a través de la instrumentalidad de sus nietos Juan y Carlos. Su estilo de predicación,
contenido, maneras y éxito, todo revela una semejanza sor-prendente a la de ellos y de sus
colaboradores" (2).
Otro autor escribió acerca del mismo punto, lo que sigue: "Aunque el nieto (Juan) tuvo más
éxito y se tornó más célebre, sin embargo, en la historia de Juan Wesley (abuelo), nosotros
podemos descu-brir trazas del punto de partida del espíritu, aun-que no de la forma, del
metodismo".(3) .
SAMUEL WESLEY
Llegamos ahora al punto cuando nos toca hablar del nieto de Bartolomé Wesley. Nació como
ya vimos en diciembre de 1662, durante un período turbulento. No se sabe exactamente el
lugar de su nacimiento. Murió en Epworth, en abril de 1735, después de una larga carrera
dedicada al trabajo de la Iglesia Anglicana. Hijo y nieto de no conformistas, abandonó la
tradición de sus antepasados y decidió lanzar su suerte con la Iglesia Oficial.
Cuando llegó a esta decisión, estaba estudiando en una academia de Disidentes. A la sazón
tenía 21 años de edad. Dejó esa academia y se fue a Oxford para inscribirse en el colegio
"Exeter" en calidad de "estudiante pobre". Eso acaeció en agosto de 1683. Al abandonar a los
Disidentes tuvo que hacerse cargo de sus propios gastos. Inició su carrera en la universidad
con 45 shillings. Allí trabajó como sirviente y ayudaba a la vez a sus condiscípulos en la
preparación de sus lecciones. Se graduó de Bachiller en Artes en 1688.
Durante todo el tiempo que estuvo allí y a pesar del curso que dio a su vida, no pudo dejar de
revelar que aun perduraba en. él mucho de lo que distinguiera :1 sus antepasados. Cuando
años más tarde sus hijos Juan y Carlos estaban tan empeñados con el "Club Santo",
organizado por ellos en Oxford, y asistían tan metódicamente a los prisioneros en el "Castillo",
escribióles lo siguiente:
"Seguid adelante, en el nombre de Dios, por el camino recto, al cual vuestro Salvador os ha
dirigido y en las pisadas dejadas por vuestro padre que os precedió, pues, cuando era
estudiante en Oxford, también visitaba el "Castillo", de lo que me acuer-do con gran
satisfacción hasta el día de hoy" (4)
Constatamos, por lo tanto, que el interés por los po-bres y las personas caídas en desgracia
era una peculia-ridad inherente al temperamento de los Wesley.
Después de recibirse se hizo cargo de una iglesia, a la cual sirvió hasta que fue nombrado
capellán de a bordo en un buque de guerra, mas no se quedó por mucho tiempo en este
puesto. Pasó a servir por dos años en un curato en la ciudad de Londres. Durante ese período
casóse con Susana Annesley. De ese matrimonio nacerían diecinueve hijos. En 1691 fue
enviado a la pequeña parroquia de South Ormsby, donde quedó hasta princi-pios de 1697,
cuando fue para el pueblo de Epworth, en el condado de Lincoln. Allí permaneció hasta el día
de su muerte, en abril de 1735.
Su vida incluyó el período de la restauración del rey Carlos II que murió en 1685 y del gobierno
de Jaime II que le Pág. 20en el reinado hasta 1688. Ambos se inclinaron hacia la Iglesia
Católica, especialmente el último, quien al favorecer al culto católico provocó una gran
discordia en la nación. Y esta actitud fue la causa de que la mayor parte de la nación se
opusiera a él. En 1688 estalló la revolución que obligó a Jaime II a refu-giarse en Francia.
Guillermo III de Orange y María su mujer, de la casa real inglesa, fueron declarados
junta-mente soberanos de Inglaterra. Ellos se hicieron cargo del país en 1689 y permanecieron
gobernándolo hasta 1714. Tocóle vivir, pues, durante una época de grandes convulsiones
políticas.
Esto no fue todo. Hubo también un notable cambio social en la vida de la nación. Pro-cesábase
un gran éxodo desde el campo hacia ciudades y villas. El antiguo sistema feudal iba poco a
poco per-diendo su poder, para dar lugar a una creciente vida comercial e industrial. Los
filósofos Hobbes y Locke in-trodujeron la filosofía empírica en la vida intelectual. El científico
Newton redujo el mundo a una máquina armónica y completamente sujeta a leyes inmutables.
Despertóse una sed intensa por una vida pletórica de riquezas y placeres. Después del tratado
de paz de Utrecht, notóse gran incremento en el comercio y la especulación. Organizáronse
diversas y notables compañía comerciales. Entre ellas la Compañía de los Mares del Sur
(South Sea Co.), la que se proponía explotar las riquezas de la Amé-rica española,
considerada como una mina inagotable.
Los reyes Jorge I y II reinaron en el período comprendido entre 1714--1760. Además, desde
1689 se entabló una querella con Francia que duró, Con breves inte-rrupciones, cerca de cien
años. Guillermo !II de Orange tuvo que luchar a la vez contra Irlanda y Escocia, para establecer
su poder. Su gobierno trajo consigo la corrupción política y religiosa de la casa de Hanover, a.
cuya dinastía Guillermo pertenecía. Esto nos ayuda por cierto a tener una idea general de la
situación. Particularmente en lo religioso las condiciones eran alarmantes, cama lo revela la cita
que sigue:
"Con la ascensión al trono de la casa de Hanover, la Iglesia entró en un período de vida'
anémica e inactiva: muchos establecimientos eclesiásticos fue-ron descuidados. Los servicios
religiosos diarios fue-ron descontinuados, los días santificados ya no se tomaban en
consideración; la Santa Comunión era observada ocasiona1mente; cuidábase poco de los
pobres y, aunque la Iglesia conservaba su populari-dad, el clero era perezoso y mirado con
desprecio.
Al someterse al establecimiento de la corona real, el clero generalmente sacrificaba sus
convicciones por conveniencias, por lo que su carácter se envilecía. Las promociones
dependían exclusivamente de la profesión que uno hada de los principios conserva-dores. La
Iglesia considerábase como subordinada al Estado. Su posición histórica y sus prerrogativas
eran ignoradas. Y era tratada por los políticos como si su función principal fuera la de apoyar al
gobierno. (5).
Sucintamente, éste fue el mundo en el que vivió Samuel Wesley. Nosotros nos maravillamos de
que en un medio ambiente tal pudiera desarrollarse un hombre de su talla. Tal cosa se explica
porque el medio ambiente puede no ser el único factor en la formación de una personalidad.
Porque por encima de todo, lo que se anida en el corazón es lo que hace que en última
instancia una vida florezca en virtud y utilidad. Y lo que Samuel almacenó en él fue una
profunda fe en los valores perma-nentes de la religión cristiana.
Una mirada a Epworth nos ayudará a admirar aÚn más la persona de Samuel Wesley. Epworth
no era un lugar muy grande. Era tan solamente una villa que con-taba con un mercado y dos
mil habitantes. Sin embargo, distinguíase por ser el lugar más importante del Distrito conocido
con el nombre de Isla Axholme, cuyas dimen-siones eran, de 16 kilómetros de largo por 6 de
ancho. Epworth era la parroquia más importante de las siete establecidas en aquella región y
fue dedicada a San Andrés.
El paisaje no era muy poético. Los terrenos pantanosos que circundaban esa región dábale un
aspec-to desolador. El suelo era bajo y sujeto a inundaciones prolongadas. Además los
habitantes no eran muy cor-teses con aquellas personas que no fueran del mismo estrato
social que ellos.
El Rev. W. H. Fitchett nos pinta vívidamente el carác-ter hostil de esa gente:
"Cincuenta años antes (que Samuel Wesley fuer a a establecerse allí) esa rústica casta había
mantenido una mal disimulada guerra civil con el ingeniero holandés Comelio Vermuyden, a
quien Guillermo de Orange había contratado para desecar ese viejo pantanal: rompíanle los
diques, apaleaban a sus obreros, quemaban sus cosechas. Igual actitud con-servaron para con
el mismo Wesley: Acuchillaban sus vaquitas y mutilaban sus ovejas; rompían los diques de
noche para inundar su pequeño campo; le acosaban a menudo por sus deudas y trataron, no
sin éxito, de quemar abiertamente su casa pastoral, para después acusarle de que él mismo le
había prendido fuego. (6)
Tal fue la comunidad a la cual sirvió, durante treinta y nueve años, con paciencia de Job.
Persecuciones, odios, prisiones no removieron al párroco de Epworth de su puesto. Mantuvo
siempre un temple decidido y valiente. Una y otra vez sus amigos instáronle a que abandonara
ese lugar, pero él no lo hizo. En 1705 escribió al arzobis-po de York desde su prisión en la
fortaleza de Lincoln, lo que sigue:
"La mayoría de mis amigos aconséjanme que abandone a Epworth, si es que realmente me
pro-pongo salir de allí con vida. Confieso que no com-parto esa idea, porque celebro que
puedo hacer aún algún bien allí; .me sentiría cual cobarde si deser-tara de mi puesto s ólo
porque el enemigo concentra sus dardos inflamados contra mí. Por el momento, ellos llegaron
a herirme, pero creo que no podrán matarme. (7)
Esas sus palabras "puedo aún hacer algún bien allí" expresan la confianza maravillosa de un
hombre sano y de un alma generosa. ¡Ojalá muchos de nosotros tuvié-semos el mismo espíritu
de resistencia y esperanza! Esa actitud merece respeto y admiración. Evidentemente poseía la
paciencia de un santo. Muy pocas veces se ponen en evidencia los valores morales de este
hombre.
Más a menudo recuérdanse con ironía su tediosa poesía y sus deudas. ¡Habrá que ver si
aquellos que subrayan su inhabilidad financiera hubiesen podido hacer rendir mejor que él sus
menguadas entradas, disminuidas aún más por la hostilidad perversa de. sus parroquianos! Tal
vez muchos de ellos se hubiesen entregado a la desespe-ración. Samuel hizo lo que estuvo a
su alcance para mantenerse al día, pero no le fue posible. Su escaso sala-rio y la familia
numerosa se lo impedían.
¡Lo extraordinario, sin embargo, fue el hecho que en medio de tantos tumultos y necesidades
llegara a escribir tanta poe-sía! Eso, ciertamente, ayudóle a vivir.
No obstante su pobreza, empeñóse en dar a sus hijos varones la mejor educación que era
posible obtener en Inglaterra. El y su esposa 10 sacrificaron todo para dotar-los
convenientemente para la vida. No se puede leer la carta que escribió a su hijo Juan, antes de
que éste fuera ordenado, sin dejar de sentir una gran admiración por este hombre. Decíale,
entre otras cosas:
"Lucharé duramente por obtener el dinero necesario para tu ordenación y algo más”. (8)
No sólo proveyó dinero para les hijos que estaban en la escuela, sino que de tarde en tarde
escribíales también cartas que eran de un mérito inapreciable. Las que escri-bió a su hijo
Samue1 (el mayor de los varones), durante los años 1706 a 1708 en que éste estuvo en la
universi-dad, son de tal magnitud que al leerlas hoy todavía nos conmueven. Cualquier hijo
podría sentirse moral y espi-ritualmente elevado si su padre se las escribiera. Im-prégnalas un
sensible espíritu de piedad, amistad y sabi-duría cristiana. ¡No nos admiremos, pues, que sus
hijos creciesen para ser tan sabios!
Un espíritu heroico domina la fe de Samuel Wesley. Ante los desaciertos más trágicos y
pruebas más terribles de su vida se mantuvo siempre fiel a Dios. Jamás le dejó de lado. Para
él, Dios era siempre el mismo. En una oración que nos dejó, decía en cierto punto:
"Estoy cansado de mis aflicciones, mi corazón me falla, la luz de mis ojos va apagándose,
estoy hundiéndome en aguas profundas y no hay nadie que pueda ayudarme. Pero aun así
espero en Ti, mi Dios. Aunque todos me abandonen el Señor me sostendrá y en Él encontraré
siempre la más verda-dera, la más cariñosa, la más comprensiva, inaca-bable y poderosa
amistad. Déjenme que en El yo aligere mi alma atribulada y descanse de todas mis tristezas".
(9)
Al escribir al Duque de Buckingham acerca de la quema de su casa pastoral en 1709, después
de terminar de contarle la historia de aquella noche trágica del incendio, concluye:
“…todo está perdido. ¡Loado sea Dios!” (10)
Esta última frase nos recuerda la exclamación de Job cuando perdió todo lo que de más
querido poseyera en la vida. Un padre, con tal fe y ese sereno espíritu de sometimiento al
Señor, no podía sino influir de modo positivo en la vida y el pensamiento de sus hijos. Estuvo
siempre muy allegado a su esposa. No le dio toda la comodidad que ella necesitaba, pero dióle
todo lo que estuvo a su alcance. Escribiendo acerca de él, después de 30 años de vida marital,
ella dice:
"Desde que tomé a mi esposo para lo mejor o para lo peor, he decidido permanecer siempre a
su lado. Donde él viva, viviré yo; donde él muera, moriré yo y allí seré sepultada. Quiera Dios
acabar conmi-go y hacer más todavía, si alguna otra cosa que no sea la misma muerte nos
llegara a separar". (11)
A su vez, él teníale en gran estima. En la semblanza que dejó de su esposa, en su poema "La
Vida de Cristo", encontramos estas dos líneas muy expresivas y bonitas:
"Ella llenó de gracia mi humilde techo .y bendijo mi vida en su bendición me fue mucho más
que esposa". (12)
Era hombre erudito. Escribió en latín su último gran poema sobre Job. Amó mucho a la poesía.
Fue una de las grandes pasiones de su vida. Ayudóle en diversas ocasiones a enfrentar sus
estrecheces económicas. Dominó bastante el griego y el hebreo. Gustábale estudiar su Biblia
en las lenguas originales. Conocía también algo de caldeo. A Juan escribió:
"Estoy pensando desde hace algún tiempo en pro-ducir una edición en formato octavo de la
Sagrada Biblia, en griego, hebreo, caldeo, en el griego de los Setenta y en la Vulgata Latina y
ya he hecho algu-nos progresos en ella". (13)
En esa misma carta pide la colaboración de Juan. Como vimos, Samuel fue fiel a su vocación
pastoral. Por 39 años batalló con un pueblo casi salvaje. Pero finalmente salió vencedor. En el
año 1732 escribió a su hijo Samuel esforzándose por inducirlo a tomar su lugar. Una de las
razones que le daba para que aceptara su proposición, la que realmente pone en primer
término, es ésta:
"Mi primera y mayor razón para ello es que estoy persuadido que servirás a Dios y a su pueblo
aquí mejor de 10 que yo 10 hice; aunque ¡gracias sean dadas a Dios!, después de casi 40 años
de trabajo entre esta gente, ella estará mejorando mucho, ha-biendo tenido más que cien
presentes en la última celebración de la Santa Cena, cuando generalmente no he tenido más
que veinte". (14)
Una y otra vez sus parroquianos tentaron destruir su obra, pero él jamás por eso se
descorazonó. Prosiguió su camino. Esa perseverancia la encontramos más tarde en los
adalides metodistas, especialmente en sus hijos Juan y Carlos. Estos tampoco cejaron cuando
se encon-traron frente a la oposición sostenida de los eclesiásticos de la Iglesia de Inglaterra.
Les tocó sufrir y esperar largo tiempo, pero finalmente los despreciados metodis-tas se
impusieron a la conciencia pública, contribuyendo poderosamente a la vida misma de la nación
y mejo-rando sensiblemente a aquellos que les habían perse-guido y despreciado.
Añadiremos unos pocos comentarios más, antes de pasar al estudio de algunos miembros de
la familia de Susana Wesley. Su religión no era meramente formal. Hallaba que uno debía
llegar a tener una seguridad interna de la, salvación. Sostenía que el alma debía mantener una
relación directa con su Creador. Antes de morir, al tener certeza de su próximo fin, dijo a Juan:
"El testimonio interno, hijo, el testimonio inter-no; ésta es la prueba, la prueba más verdadera
del cristianismo". (15)
Poco antes de abandonar este mundo exclamó:
"Pensad en el cielo, hablad del cielo; todo tiempo, en que no estamos hablando del cielo, está
perdi-do". (16)
La religión era para él la más grande de las realidades. Fue siempre su más alto refugio y su
más preciado in-terés.
Sin duda él tuvo sus debilidades. Ningún hombre es perfecto. Teniendo en cuenta, pues la
debilidad huma-na, lo mejor sería que evaluáramos todo hombre por lo que haya producido de
bueno y permanente. Indu-dablemente que nuestra humanidad sería mucho mejor si todos los
padres fueran fieles a su Señor y dedicados a su familia como Samuel Wesley lo fue, y si
pudiesen ofrecer a Dios y a la sociedad la calidad de hijos que él legó a Inglaterra y al mundo .
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(1) Stevenson, G. J.: "Memorials of the Wesley Family", pág. 4.
(2) Stevenson, G. J.: Op. Ct. Pág. 34.
(3) Por el autor de "Wesley and his friends", pág. 18.
(4) Citado por Stevenson, G. J., Op. Ct., Págs. 130-131, de una carta que Samuel
We sley le escribió a su hijo Juan con fecha 21 de septiembre de 1730.
(5) “The Enciclopedia Británica” Ed.11, Vol. IX, pág.450-451
(6) "Wesley and His Century", pág. 33.
(7) Stevenson, G. J., Op. Cit., pág. 92.
(8) Stevenson, G. J., Op. Cit., pág. 121.
(9) Citado de Stevenson, G. J., Op. Cit., pág. 95.
(10) Ver carta en Stevenson, G. J., Op. Cit., Págs. 107-109.
(11) Citado por Stevenson, G. J., Op. Cit., pág. 61.
(12) Idem, pág. 62 (She graces my humble roof, and blest my life,
Blest me by a far greater name than wife).
(13) Idem, pág. 120.
(14) Stevenson, G. J., Op. Cit., pág. 136.
(15) Stevenson, G J., Op. Cit. 136.
(16) Idem, pág. 149
CAPÍTULO SEGUNDO
LOSADELANTADOS
Parte segunda
“... mi preocupación más entrañable es por tu alma inmortal y por tu felicidad espiritual….”
Susana Wesley.
No muchas mujeres cristianas del temple y del carác-ter de Susana Wesley, la madre de Juan
y Carlos, enumera la historia de la Iglesia. Poseía muchas carac-terísticas que le dieron lugar
de distinción entre sus congéneres, principalmente por el renombre y la obra de sus hijos. No
poseemos muchas noticias acerca de sus antepasados, salvo de algunas memorias acerca. del
padre de su madre, Juan White, y su padre Samuel Annesley, con quienes nos detendremos
brevemente.
JUAN WHITE
Juan White era galés. Estudió también en Oxford en el Colegio de Jesús. Más tarde recibióse
en leyes y esta-bleció su bufete de abogado, desde el cual se empeñó en defender a muchos
puritanos.
En 1646 fue elegido miembro de la Cámara de Representantes, oponiéndose a la política del
rey Carlos l. Era presidente del "Comité de Religión”, en cuya capacidad tuvo que habér-selas
con los casos de cerca de cien clérigos, cuyas vidas no armonizaban con la posición que
ocupaban.
A raíz de esa tarea, que le proporcionó ocasión para estudiar la vida íntima del clero de su
época, publicó un volu-men con el título: "Primer Siglo de un Sacerdocio Malicioso y
Escandaloso". También fue miembro de la "Asamblea de Teólogos" de Westminster. El celo
excesivo con que se dedicaba a sus múltiples tareas le con-sumieron temprano, a tal punto que
murió al contar tan solamente 54 años de edad. Murió en enero de 1644.
Una cosa entre otras se impone al recuerdo. En un discurso que hizo en el parlamento en
1641, trató de probar que los oficios de obispo y presbítero son la misma cosa. Además
aseveró que las distinciones que se hacen entre vicarios, diáconos y otros clérigos por el estilo
son productos de innovaciones humanas, sin tener razón de ser. (1).
No nos asombrará pues que Juan Wesley, su bisnieto, casi un siglo después, abogara por la
igualdad de órdenes entre el oficio de obispo y el de presbítero. Y que le llevara, ante la
negativa de su obispo, a ordenar algunos de sus predicadores itineran-tes, aun cuando las
leyes canónicas de la Iglesia de Inglaterra no le permitían hacerla, a fin de poder pres-tar un
mejor servicio eclesiástico por medio de la Iglesia Metodista que se había formado en América
del Norte con motivo de la independencia política de ese país.
SAMUEL ANNESLEY
De la familia del padre de Susana no tenemos otras
noticias que las del mismo Samuel Annesley
Sabemos que era de linaje aristocrático y primo
hermano del conde de Anglesey y que naciera en el
año 1620 en la localidad de Haseley, Warwickshire,
Perdió a su padre cuando tenía tan solamente
cuatro años de edad. Su madre, muy piadosa,
enseñóle a tener en mucha estima la pureza de una
vida religiosa. Un biógrafo suyo dice:
"Desde su niñez su corazón sintió el llamado para
predicar y para estar en condición de hacer tal .
cosa, cuando sólo tenía 5 ó 6 años de edad
comenzó a leer la Biblia seriamente. Y tal era su
ardor que se propuso leer veinte capítulos por día,
costumbre que mantuvo hasta el fin de su vida". (2)
Cuando cumplió los quince años entró a la
Univer-sidad de Oxford, inscribiéndose en el
Colegio "de la Reina" (Queen's College), donde se
graduó de Maestro en Artes. A los 21 años decidió dedicarse al trabajo de la. Iglesia. Fue en un
período difícil para Inglaterra, en la época en que su rey estaba contra el parlamento, Después
de recibir su Diploma de Doctor en Leyes (LL.D), fue nombrado capellán en un .barco de
guerra, cargo que no le agradó abandonándolo pronto para asumir la responsabilidad de la
parroquia de Cliffe en el condado de Kent, en cuyo pastorado permaneció por muchos años. Al
principio los parroquianos no le que-rían, mas cuando los dejó, lo lamentaron. Su fidelidad
habíale ganado el amor del pueblo.
Tuvo que dejar el lugar debido a algunas cosas duras que él dijo contra la ejecución de Carlos I
y contra Cromwell y otros ofi-ciales del "Commonwealth". En. 1652 se hizo cargo de la pequeña
parroquia de San Juan Evangelista en Lon-dres. En 1657 fue nombrado lector durante la tarde
del día domingo en la catedral de "San Pablo". Más tarde fue nombrado por Ricardo Cromwell
(hijo de Oliver Cromwell) vicario de San Gile, donde sirvió hasta el año 1662, cuando fue
sancionado el "Acto de Uniformidad”
Era un puritano convencido y, como Bartolomé y .Juan Wesley (abuelo), mantuvo su libertad de
concien-cia renunciando a los privilegios de una parroquia de la Iglesia Oficial. Durante diez
años predicó en privado y bajo circunstancias difíciles. Y por lo que se llamó más tarde el "Acto
de Indulgencia", obtuvo permiso para predicar en el salón de cultos de "Little Saint Helen's". Allí
sirvió con fidelidad hasta que fue lla-mado a la vida superior.
Casóse dos veces. Su primera esposa fue sepultada en 1649 y el único hijo de ambos falleció
también en 1653. La segunda vez, desposó a la hija de Juan White, en 1652, probablemente
después de su ida a Londres. De su segunda mujer tuvo veinticuatro hijos, entre los cuales
Susana, la madre de Juan y Carlos Wesley, fue la última en llegar. Ella era una .mujer de dotes
piado-sos y mucha prudencia, desvelándose mucho por la instrucción religiosa de sus niños.
La casa de Samuel se constituyó en refugio de muchos disidentes y el lugar de encuentro de
los párrocos no conformistas. A los jóvenes estudiantes de la "Acade-mia de los Disidentes"
gustábales estar en su casa. Entre ellos encontramos a Samuel Wesley (padre de Juan y
Carlos), sin duda en aquella época fue cuando éste trabó conocimiento con la que se casaría
algunos años más tarde. Consta que el Dr. Annesley era muy frugal en su manera de vivir. El
historiador de la familia dice:
"Bebía tan solamente agua. Estudiaba en una pie-za en el altillo de su casa, con las ventanas
abiertas y sin fuego ya en verano o invierno. Tenía una entrada considerable por las
propiedades que here-dara, además de su salario, pero separaba con fines de benevolencia
una décima parte de todo lo que recibía, práctica que ponía en ejercicio antes de usar el resto
en otras cosas". (3)
Como veremos más adelante, encontraremos trazos de algunas de estas características en su
nieto Juan Wesley.
SUSANA WESLEY
Susana Wesley ocupó el vigesimocuarto lugar entre los hijos que el Dr. Samuel Annesley
tuviera de su segundo matrimonio. Ella nació en Londres el 20 de enero de 1669. Recibió una
educación fuera de lo común para una mujer de su época. Además de su len-gua nativa
estudió el griego, el latín y el francés. De una carta que su esposo escribiera a su hijo Samuel
en 1707, se infiere que ella no tenía un conocimiento muy esmerado del latín. El padre al
insinuar a su hijo que le escriba acerca de sus pensamientos más íntimos, le dice:
“... yo te prometo tanto secreto, que aún tu madre no sabrá nada de ello, a no ser lo que tú
quieras que ella sepa, por esta razón sería conve-niente que me escribieras en latín". (4)
Probablemente ella lo había olvidado por no usarlo, pues el Dr. Fitc hett dice que lo conocía en
su adolescen-cia. (5)
Adornábale una inteligencia brillante y una mente vivaz. Desde su niñez manifestó un interés
fuera de lo común por la teología. Después de ponderar los motivos que habían suscitado las
controversias entre los Disi-dentes y la Iglesia de Inglaterra, decidió echar su des-tino con ésta.
Contaba a la sazón 13 años de edad. Casóse con Samuel Wesley en la primavera de 1689 y
trajo al mundo diecinueve hijos en el lapso de 21 años Sobrevivió a su esposo siete años. Sin
embargo, cuando falleció, alcanzó la misma edad que él tenía al morir, esto es, 72 años. Acabó
su carrera terrenal en julio de 1742. En esa ocasión encontrábase en Londres, viviendo con su
hijo Juan en la llamada Fundición (el local de cultos que Juan Wesley adaptara de una vieja
fundi-ción de cañones).
Susana fue seguramente una de las mujeres más instruidas e inteligentes de su época. El DI.
Fitchett aseve-ra que "ella era probablemente la mujer más capaz de toda Inglaterra en su
época" (6).
Sin embargo, la gran gloria de Susana no la encontramos en sus conocimien-tos intelectuales,
mas sí en su poder de penetración y en su sensibilidad espiritual. Tenemos que admirarla
también por su consagración a los intereses y menesteres de su hogar, por el cuidado extremo
que dedicó a sus hijos, por la intensidad de su fe y la sufrida entereza con que supo afrontar las
diversas y continuas pruebas de su vida. El Dr. Fitchett dice que faltábale chispa humorística.
Posiblemente eso era verdad, pero acor-démonos que era responsable por una familia
numerosa y que muchas veces tenía que ingeniárselas para ali-mentarla, en particular cuando
su esposo estaba en la cárcel debido a las deudas contraídas. Estaba sujeta a sufrir los
desmanes de su pueblo hostil, que por lo común demostraba poca o ninguna simpatía con su
familia, y serenamente asistió a la reiterada prueba y humi-llación de ver a su esposo ir a la
cárcel. Además su salud era pobre, lo que hizo que su marido informara a su arzobispo: "Mi
esposa está enferma mitad del tiem-po" (7). ¡En esas circunstancias era realmente difícil
con-servar una chispa humorística!
Fue esposa ejemplar y madre modelo. Como esposa siempre estuvo lista a seguir a su marido
y a secundarle en todas las ocasiones y pruebas. Por él estuvo dispuesta a someterse a los
mayores sacrificios y a defenderlo de todo ataque que alguien osara hacerle. En todo sentido
fue una gran ayudadora tanto en su vida como en su obra. Como madre, extremóse en
dispensar a sus hijos lo mejor y más noble de lo qu e es capaz de ofrecer la religión cristiana.
Posiblemente fue muy severa y rígida en sus métodos educativos. Sin embargo, lo importante
es que adoptó un método y, por encima de todo, un método digno dirigido hacia un fin elevado.
Acostum-braba a sus hijos a tener horas marcadas para cada deber y ella fue la única maestra
que cada uno de ellos tuviera en la aldea de Epworth. Su hijo Samuel fue el único a quien
proveyeron de un maestro particular durante su niñez.
Para Susana lo supremo en el hogar era la religión. Preocupábase por la educación religiosa
de sus hijos con extremo celo. Y ésta fue la razón por la cual sus hijos varones llegaron a ser
personajes tan distinguidos y útiles para el mundo entero. Separaba, además de las
devocio-nes familiares, una hora semanal para cada uno de ellos. En el año 1712, escribió a su
esposo:
"He resuelto comenzar con mis propios hijos y, por lo tanto, me propuse observar el método
siguiente: Me tomo, de la porción de tiempo que puedo ahorrar cada noche, lo necesario para
discurrir con cada uno de ellos separadamente acerca de 10 que ('II('S(' su principal necesidad.
El lunes conversaba con Molly, el martes con Hetty, el miércoles con Mary, el jueves con Jacky,
el viernes con Patty, el s;\ hado con Carlos y el domingo con Elimia y Sukey juntas". (8)
Como vimos, la noche dedicada a Juan era el jueves. Podemos imaginarnos la influencia que
eso tendría en su joven vida. Fue en ese mismo año cuando ella escribió esa carta, que
comenzó a tener reuniones en su casa mientras su esposo estaba ausente durante diversos
meses. Sorprendentemente las asistencias fueron creciendo vez tras vez en número. Y a veces
más de doscientas personas vinieron a escuchar sus exhortaciones y la lectura de ser-mones.
Por dos veces, a instigación del ayudante de su esposo, ella recibió de su marido la sugestión
para que desistiera de dirigir esas reuniones, por hallar que era conducta inconveniente para
una mujer. Sin embargo, ella siguió adelante con esa costumbre. Y contestando a la segunda
carta, que sobre este asunto le escribiera el esposo, dícele:
"Si tú, sin embargo, piensas que es conveniente disolver esta asamblea, no me digas que
deseas que yo lo haga porque eso no sería suficiente como para satisfacer a mi conciencia. Si
así fuere envíame tu orden positiva, en términos tan completos y termi-nantes que me
absuelvan de toda culpa y castigo por haber descuidado esta oportunidad de hacer el bien, en
el día que tú y yo aparezcamos ante el gran y terrible tribunal de nuestro Señor Jesucristo" (9).
Ante esa orden inequívoca, Samuel Wesley nada más dijo, ni mencionó el asunto en cartas
sucesivas. Ella, por lo tanto, continuó con las reuniones, lo que conquistó para la Iglesia la
simpatía y el interés del pueblo, el cual por tantos años anteriormente habíase conservado
ajeno a los intereses religiosos. De esta manera, aportó ella grandes beneficios a la obra de su
esposo, mayores que los que éste consiguiera durante los muchos años de su ministerio allí.
Juan y Carlos estaban en casa durante ese período. Ciertamente esas reuniones debieron
haber dejado honda impresión en sus mentes infantiles. Su ma-dre les estaba iniciando en una
práctica que ellos adop-tarían más tarde durante todo su ministerio: la de dirigir reuniones de
carácter devocional y evangelizador al mar-gen de la Iglesia.
La educación religiosa que ella principiara en casa con cada uno de sus hijos, no se
interrumpía cuando ellos se iban del hogar por sus estudios u otras razones. Conti-nuaba su
ministerio maternal a través de cartas. Una lectura de esas cartas que ella escribía a sus hijos y
a su esposo nos sería de gran beneficio, por el profundo espí-ritu de piedad que exhala de
todas ellas. A través de las palabras que traducían sus pensamientos vislumbramos el alma de
una madre celosa y arrodillada ante el Señor, rogando por bendiciones permanentes a favor de
sus hijos. Una muestra del espíritu que le incitaba a escribir esas cartas, encontrámosla en el
siguiente fragmento de una que escribiera a su hija Susana:
"Tú sabes muy bien cómo te amo. Amo tu cuerpo y ruego fervientemente al Dios Todopoderoso
que te lo mantenga con salud, que te conceda todas las cosas necesarias a tu bienestar y
sostén en este mun-do. Sin embargo mi preocupación más entrañable es por tu alma inmortal y
por tu felicidad espiritual. No puedo expresar mejor mi interés en ese sentido sino
esforzándome por instilar te en todo momento aquellos principios de conocimiento y verdad
que son absolutamente necesarios para que te empeñes en llevar aquí una vida virtuosa, que
es lo único que puede infaliblemente asegurar tu felicidad eter-na". (10).
Aunque muchas veces estaba imposibilitada de mo-verse por sus frecuentes enfermedades, no
se excusaba de cumplir con su obligación de madre cristiana y empe-ñábase entonces en
escribir largas cartas a su Samuel o a Juan o a Susana o a Carlos. Aún después que ellos se
casaron y tuvieron grados académicos, continuó su minis-terio paciente y epistolar
exhortándolos a vivir siempre junto al Señor y a servirle. De su parte los hijos frec uen-temente
consultábanla cuando se les presentaba algún asunto importante que resolver. Más de una vez
ayudó a Juan en el desarrollo de su movimiento religioso. Espe-cialmente útil fue su consejo
cuando en las Sociedades Metodistas se inició la predicación laica. Su palabra dis-creta y
serena muy a menudo evitó que su hijo Juan, llevado por el impulso del momento, tomara
resoluciones precipitadas.
Vale la pena notar que detrás de cada gran hombre de la historia casi invariablemente uno
descubre el cora-zón grande, piadoso y amoroso de una madre consagrada.
Su fe en Dios y en Cristo era maravillosa. Nada ni nadie podía separar a su corazón de la
compañía de Dios. Fue mujer que mucho sufrió, pero tanto ella como su esposo, nunca
olvidaron que Dios era su fortaleza y salvación. Creía firmemente en la eficacia de la oración
intercesora. Y oraba con sus hijos cuando vivían a su lado y por ellos cuando hallábanse
ausentes, dedicando siempre mucho tiempo a sus devociones. Era muy orde-nada, meticulosa
y severa en muchos de sus métodos. Acerca de eso escribió en cierta ocasión:
"Cuando era joven y dedicaba demasiado tiempo en diversiones infantiles, resolví no pasar en
pasa-tiempos ni por un solo día, más de lo que yo pudie-ra dedicar a mis devociones
personales".
Alguien que la conoció muy íntimamente escribió:
"La gracia manifestábase en todos sus pasos, el celo reflejábase en sus hijos y cada gesto
suyo expre-saba divinidad y amor".
En sus empresas era porfiada y perseverante. Un inci-dente basta para ilustrar esa su
característica. Un día el esposo la había estado observando mientras ella instruía a uno de los
hijos. En un momento dado interrumpióla para decide:
"Admírome de tu paciencia. Dijiste a aquel niño veinte veces la misma cosa". A eso ella
contestó: "Si yo me hubiese contentado con decírsela solamente diecinueve lo habría perdido
todo. Pudiste constatar que fue solamente la vigésima la que coronó mi trabajo". (11)
Muy posiblemente su religión podría parecer a veces demasiado mecánica y formal. Sin
embargo la impregnaba una fe y una esperanza portadoras de muchas ben-diciones morales y
espirituales. Sin duda que es mejor tener un método, a no tener ninguno y olvidarse de los
dictámenes de una vida religiosa. El mundo es por cierto más rico, en lo relativo a los valores
morales y espiritua-les, por la vida que llevó esa mujer piadosa y heroica, cuyas virtudes se
manifestaron y desarrollaron tan meri-toriamente en el seno de su casa y familia. Uno de los
estudiosos de la historia del metodismo hizo sobre su carácter este elogioso comentario:
"Heme familiarizado con muchas mujeres piado-sas y he leído la vida de otras, pero de una
mujer como ésa, hecha y derecha, nunca he oído hablar, tampoco he leído que existiera y
jamás he venido en contacto con una de tal magnitud. Sólo Salomón describió al final de sus
Proverbios a una tal como ésta y adoptando sus palabras, puedo decir: Muchas hijas han
obrado virtuosamente, pero Susana Wesley las ha sobrepujado a todas'." (12)
Ella en verdad fue una de esas almas que muy raras veces pasan entre nosotros y cuyas vidas
exhalan la Ínti-ma gracia divina: amando, sirviendo y sufriendo en noble silencio.
¡Bienaventurada sea su memorial
CAPÍTULO TERCERO.
Entre los grandes evangelistas y reformadores de la Iglesia Cristiana esté! Juan Wesley, hijo de
Susana y Samuel Wesley, de los cuales ya hablamos en las páginas anteriores, y ciertamente
figura entre los más destacados. Su figura señera atrae todavía la lealtad de muchos mi-llones
alrededor de la tierra, como uno que supo inter-pretar a Cristo y presentarlo ante las
muchedumbres con la gracia perdonadora y redentora que aparece en el Evangelio. Como la
mayoría de los grandes reformadores y evangelistas de la historia, él no estaba interesado. en
el establecimiento de un nuevo cuerpo eclesiástico que lle-vara su nombre, sino en una
renovación de la vida de la Iglesia y en la formación de una conciencia abierta a los influjos de
la Gracia Divina.
Que su movimiento se concretara más tarde en una nueva denominación, fue consecuencia de
factores que él no pudo controlar. Es importante recordar en esta conexión que Juan Wesley, lo
mismo que su hermano Carlos, jamás abandonó las filas de la Iglesia Anglicana a cuyo
ministerio había consagrado su vida. Esto demuestra que otro era su motivo al iniciar el
movimiento que otros, y no él, bautizaron con el nombre de metodista.
Nació Juan Wesley en la ya descripta población de Epworth, el 17 de junio de 1703. Bajo la
vigilancia y la tutela de su madre inició se primeramente en las lides del intelecto. En el día que
cumplió cinco años, como solía acontecer con todo hijo de Susana, tuvo que aprender de
memoria todo el alfabeto. Y el primer libro de lectura que tuvo en su vida fue la Biblia.
Creció en una atmós-fera impregnada de piedad y disciplina. Su madre, como recordaremos,
era muy rígida en su método educativo y bien pronto Juan tuvo que aprender a llorar en
silencio cuando era castigado bajo el concepto bíblico que, cuando la mano paterna o m¡1terna
castiga, lo es para salud de quien recibe la corrección.
El amor de sus padres era por lo tanto templado por esa rigidez disciplinaria, que era parte de
la herencia dejada a su familia por los antepasados. La vida, más que goce, era disciplina que
debía conducir al individuo hacia los caminos celestiales y salvarIo de las tentaciones "del
mundo, de la carne y del diablo". Un comentarista de la vida familiar de los Wesley, dice lo
siguiente:
"No se juzgaba entonces que mereciera el nombre de educación lo que no estuviese basado
en el cris-tianismo y santificado por la Palabra de Dios y la oración. La religión familiar, en el
hogar de los Wesley, formaba una parte esencial de su disciplina. y era un caso de conciencia
instruir a los niños y dependientes en la naturaleza de sus deberes sociales, morales y
espirituales. Era también práctica de ellos el apartar días especiales para la oración, para la
humillación en épocas de calamidades y para la acción de gracias al ser recipientes de
beneficios especiales". (1)
Ya vimos cómo Susana escribió a su esposo en 1712 que ella
tomaría la resolución de apartar una hora por semana para estar a
solas con cada uno de sus hijos. Juan tenía esa entrevista con su
madre la noche del jueves. Contaba en ese entonces sólo 9 años. Sin
duda ésa fue una de las vivencias que más impresionaron al niño y su
recuerdo perduraría durante toda su vida. Más tarde, cuando él se
encontraba lejos del hogar y en medio de las luchas de su apostolado
evangelístico, escribió a su madre rogándole que apartara todavía
para él esa hora, de manera que ella pudiese acompañarle con sus
ruegos y oraciones o escribirle sobre cosas de orden espiritual.
Acostumbróse desde temprano a separar cada hora del día para algo
en particular. Buscaba de ese modo apro-vechar al máximo su tiempo
para no desperdiciarlo ya por falta de disciplina O en frivolidades.
Por dos veces la casa pastoral fue incendiada por el populacho de la parroquia durante la
infancia de Juan Wesley. Una vez se quemó en parte y la otra (en 1709) totalmente, quedando
destruidos muebles, libros y los manuscritos del padre. En la segunda ocasión, la madre estaba
enferma y a duras penas pudo escapar pero con las manos y el rostro chamuscados. Juan
hallábase dur-miendo en el segundo piso. Cuando se dieron cuenta que faltaba el padre tentó
rescatarlo, pero ya era imposible: el fuego ya había hecho presa de la escalera que llevaba al
piso superior.
Entonces invitó a los que habían acu-dido al lugar a arrodillarse para pedir que Dios recibiese
en su seno el alma de su hijo. En ese momento oyóse el lloro del niño que se asomaba
desesperado por la ven-tana de su pieza. Acto seguido un hombre subió sobre las espaldas de
otro en tiempo suficiente como para alcanzarlo y bajarlo, rescatándolo del peligro.
Cumplido esto, el techo cayó en llamas para dentro de la casa. Y a la luz de las llamas que
devoraban los restos de la mansión arrodillóse el grupo de la casa pastoral y los vecinos a
invitación del padre: "Venid, vecinos, arrodillémonos, agradezcamos a Dios, me ha dado mis
ocho hijos. ¡Que se vaya la casa! ¡soy lo suficientemente rico" (2).
Y Wesley recordaría más de una vez a lo largo de su vida este terrible incidente. En uno de sus
retratos mandó grabar como emblema una casa en llamas y la leyenda: "¡Un tizón arrancado
del fuego!"
A los II años, esto es en 1714, tuvo que abandonar su hogar e ir a Londres donde asistió como
alumno interno hasta 1719 en la escuela "Charterhouse". En aquellos días la vida de un
internado era muy severa y los niños eran tratados con disciplina rígida, casi como si
estuvie-sen en un monasterio. Agravábase aún más la situación cuando el alumno procedía de
un hogar pobre. Muchas veces debía sufrir vejámenes de parte de aquellos que se sentían
superiores por su posición social o los haberes de sus padres.
Juan era de índole algo tímido y durante esos años muy a menudo tuvo que soportar hasta el
ham-bre, porque sus condiscípulos -cosa que era permitida en los internados de aquel
entonces- le quitaban la comida del plato. Como era de constitución débil, y por consejo de su
padre, temprano por la mañana corría un cierto número de veces alrededor del edificio
princi-pal de la escuela, como para fortalecer sus piernas y pul-mones.
¡Por lo visto hoy día nosotr os consideraríamos tal disciplina muy inadecuada y trataríamos que
un niño en tales condiciones tomara más alimento y vitaminas! Pero ésas eran otras épocas y
los niños no se trataban como tales, sino como adultos pequeños. Tenían que aprender en la
rudeza de la vida a hacerse fuertes y hombres.
Por cierto que ésos fueron años de prueba en la "Charterhouse". Aun más, durante los mismos
fortaleció-sele el ánimo y preparóse para aquella disciplina que seríale necesaria más tarde,
cuando tuvo que hacer frente a tanta oposición y persecución. Y periódicamente como para
alentarlo llegaban las cartas de sus padres, exhor-tándolo a permanecer fiel a su tradición
religiosa en medio de tantos niños que no habían tenido, ni remo-tamente, la misma influencia
cristiana. Lo cierto es que Juan Wesley no guardó en su memoria recuerdos muy gratos de
esos años. Miraba hacia ellos sin nostalgia, con sentimiento de alivio, ¡qué suerte que habían
quedado atrás en la historia de su vida!
En 1720 entró a la universidad de Oxford, así como lo habían hecho sus antepasados,
permaneciendo allí con pequeños intervalos hasta 1735.
En los atrios universitarios no encontró mucho incentivo como para profundizar su vida
religiosa. Nunca llegó a pervertirse por las costumbres libres cuando no licencio-sas y profanas
de sus condiscípulos. La religión era para él, más que un goce interior, la observancia de reglas
estrictas. Durante todos los años que estuvo allí inclinóse primero hacia el formalismo y
después hacia una disci-plina férrea. Esa religión dejaba en él, con frecuentes asomos de
crisis, un gusto de descontento.
Buscaba cum-plir con los requisitos formales, pero su alma parecía tener hambre de algo que
no alcanzaba a obtener y que él no sabía exactamente lo que era. En consecuencia se excedía
en actos de caridad y misericordia especialmente entre los pobres, los encarcelados y los
enfermos. El móvil era siempre más que por un sentimiento de solidaridad, buscar aplacar la
"ira de Dios" a través de esos actos y aparecer justificado ante Sus ojos.
Esa lucha, entre una religión formal y una vivencia personal interna de la presencia de Dios,
perduraría por muchos años después de concluir su curso de bachiller en artes. Durante esos
años su peregrinación espiritual sufrió muchos altibajos, a pe-sar de haberse ordenado diácono
en 1725 y presbítero en 1728.
Entre las influencias que le ayudaron en su formación religiosa destácanse tres autores:
Thomas A. Kempis, Jeremías Taylor y William Law, además de su contacto con los Moravos y
su experiencia misionera en la colonia de Georgia, región que hoy día forma parte de la
Amé-rica del Norte. Esos escritores, de carácter profundamen-te religioso y a veces
especulativo, habituáronle a pensar agudamente en los problemas de la vida y de la muerte, en
relación con la revelación cristiana.
Los Moravos le llevaron a la búsqueda de una religión que fuera expresión de una fe personal
en Cristo y la expe-riencia misionera le enseñó que, antes de poder evange-lizar a otros, uno
tiene que tener una convicción perso-nal profunda e íntima. Muy significativa es la confesión
que escribe en su Diario en febrero de 1738, al volver de su aventura misionera en América, al
ver nuevamente las costas de Inglaterra: "Fui a la América para convertir a los indios, pero, ¡oh!
¿Quién me convertirá a mí?"
Solamente después de mucho buscar en los adentros de su conciencia, de platicar largamente
con sus amigos moravos, de participar en reuniones de oración y exhor-tación con ellos, llega a
la plenitud de su experiencia religiosa. Fue en esa inolvidable noche del 24 de mayo de 1738,
mientras se celebraba una humilde reunión en un saloncito de una callejuela de Londres
llamada Aldersgate, dirigida presumiblemente por un laico, cuyo nombre se desconoce, donde
al promediar la lectura del prefacio de Lutero a la epístola de San Pablo a los Ro-manos, sintió
el amor de Dios "derramarse en su corazón”.
Es muy conocida la descripción que él mismo hace de esa experiencia. La narra en su Diario:
"Cerca de las nueve menos cuarto, mientras escu-chaba la descripción que Lutero hacía sobre
el cam-bio que Dios obra en el corazón a través de la fe en Cristo, sentí que mi corazón ardía
de una manera extraña. Sentí que en verdad yo confiaba en Cristo, en Cristo solamente para la
salvación y que una seguridad me fue dada de que él había quitado mis pecados, en verdad
los míos, y que me había salvado de la ley del pecado y de la muerte. Empe-cé a orar con todo
mi poder por aquellos que de alguna manera especial me habían perseguido y se habían
abusado de mí. Entonces testifiqué ante todos los presentes de lo que por vez primera sentía
en mi corazón." (3)
Desde ese momento sintióse un nuevo hombre y salió de allí "jubiloso" para ir en busca de su
hermano, que a la sazón estaba enfermo, para informarle acerca de su hallazgo en Cristo.
Sentíase con nuevos bríos y un entusiasmo indescriptible. Más tarde, interpretando su propia
vivencia religiosa a través de los años, diría que antes de Aldersgate su relación para con Dios
había sido la de un esclavo para con su señor y que después de esa .época la de un hijo para
con su padre. Es decir que fue la transferencia de una religión del temor a una religión del
amor, de una relación legal a una relación de fe.
No tenemos suficiente espacio como para seguir to da su trayectoria espiritual desde 1724,
cuando terminó su curso de bachiller en artes, hasta 1738, cuando tuvo su gloriosa
experiencia. Ya hicimos referencias a sus ordenaciones
Mencionaremos además que en 1726, a tan sólo un año después de su primera ordenación,
fue nombrado tutor ("Fellow") en la Universidad de Ox-ford, en el colegio de "Lincoln", función
que interrum-pió entre 1727-29 para ser ayudante de su padre en la parroquia de Epworth.
Este alimentaba esperanzas de que el hijo le sucediera a su muerte. Pero Juan volvió en 1729
a Oxford, insistiendo con su padre que no le era ya factible vivir lejos de los atrios
universitarios.
Allí tenía mucho más tiempo y oportunidad para satisfacer la sed de saber que siempre le
azuzaba hacia nuevos conocimientos y estudios. Una simple mirada a su programa de ese
entonces en el orden intelectual, nos explica claramente por qué la vida en Epworth no tuvo
atracción suficiente como para retenerle.
"Daba lecciones de griego y era monitor de las clases; fue instructor primero de lógica y más
tarde de filosofía. Además, en su plan semanal de estu-dios personales incluyó el hebreo, el
árabe, el grie-go, el latín, la lógica, la ética, la metafísica, la filosofía natural, la oratoria, la
poesía y la teolo-gía." (4)
Permanece en su puesto de tutor e instructor hasta el mes de octubre de 1735, que es cuando
se retira con su hermano Carlos y otros dos compañeros universita-rios para ir a Georgia. Ya
hicimos referencia a su aven-tura misionera en ésta y a su vuelta a Inglaterra que culminó con
su experiencia religiosa en Aldersgate.
Desde 1738 hasta el 9 de marzo de 1791, día de su fallecimiento, no cejaría en su inmortal
obra evangeli-zadora, tarea que llevó a cabo en todo el Reino Unido de Gran Bretaña. Contar
esa dramática historia, llena de emotivas y extrañas peripecias y extraordinarias realizaciones
en el campo religioso, nos tomaría mucho espacio. Los que desean penetrar más hondo en la
vida de este hombre tienen a su disposición una gran varie-dad de libros y otros m ateriales.
Tenemos espacio tan solamente para notar algunas de las muchas caracterís-ticas de ese
largo ministerio. Antes, empero, daremos otra nota biográfica que puede ser de interés para
com-pletar el cuadro de la semblanza.
Juan Wesley, siempre tan sagaz y clarividente en sus contactos y conocimientos de la
naturaleza humana, fue muy infeliz en la búsqueda de una compañera que le secundara en su
obra y le diera un hogar donde pudie-se rehacer "sus fuerzas al calor del afecto familiar. N o
tuvo éxito alguno en varias tentativas que hiciera, tanto en Inglaterra como en América o que
terminaron por una razón u otra en disgustos y desilusiones.
Final-mente casóse en 1752 con una viuda, madre de dos hi-jos, y que había sido la esposa de
un comerciante de nom-bre Vizelle o Vazeille, mujer de cierta inteligencia, que aparentaba
tener dotes suficientes como para darle el hogar que necesitaba. Pero pronto diose cuenta que
ésa no era mujer para su temperamento y tareas. El no era hombre que podía estarse quieto
en casa. Dos meses después del enlace estuvo nuevamente entregado de lleno a su vida
itinerante.
Ella acompañóle por algún tiempo, pero acostum-brada como había estado a otro tenor de
vida, no pudo naturalmente darse a ese constante peregrinar. El Dr. Stevens la describe así:
"Remisa para viajar, disgustóse igualmente con las ausencias habituales de su esposo. Su
disgusto tomó finalmente la forma de celos monomaníacos. Durante veinte años lo persiguió
con sus sospechas infundadas y sus importunaciones intolerables. Ante esas pruebas
destacóse admirablemente la gran-deza genuina del carácter de Wesley, puesto que su carrera
pública nunca tambaleó ni perdió una iota de su energía o éxito durante su prolongada
desgracia doméstica. Una y otra vez ella lo abandonaba, pero volvía a él a sus reiteradas
instancias. Ella abría, interpolaba y exponía entonces ante sus enemigos su correspondencia y,
algunas veces, viajaba hasta cien millas para ver, desde una ventana, quién le acom-pañaba
en su carruaje. Finalmente, tomando consigo porciones de su Diario y otros papeles, que
nunca devolvió, dejóle en 1771 con la seguridad de que no volvería a él jamás. La alusión que
él hace a este hecho en su Diario es característicamente lacónica. No sabía, dice, la causa
inmediata de su determina-ción, y añade:
"Non cam reliqui, non dimissi, non revocabo" ("No la abandoné, no la despedí, no la reclamaré
de vuelta"). Vivió cerca de diez años después de de-jarlo. Su piedra sepulcral conmemora sus
virtudes como madre y amiga, pero no como esposa." (5)
Sabemos que muy pronto después de Aldersgate, Juan Wesley tuvo que hacer frente al
antagonismo de las autoridades eclesiásticas de su propia Iglesia, las cuales hallaban que su
predicación, a pesar de ser neta-mente bíblica y llana, era de tipo revolucionario y contraria a
los cánones y ordenanzas del eclesiasticismo oficialista imperante.
Vivió una vida peregrina de iti-nerante. Hasta donde sus energías se lo permitieron, viajó "a
tiempo y a destiempo", primero a caballo y luego en calesas.
Calcúlase que anduvo cosa de 250.000 millas, algo así como 400.000 kilómetros, y que predicó
42.400 sermones, naturalmente que éstos no eran todos diferentes, tal vez sería mejor decir
que predicó 42.400 veces, puesto que confesó que sólo predicaba bien un sermón después de
haber lo dado unas treinta veces. Poseía un genio organizador extraordinario que brota-ba de
su manera de ser metódica, puesto que jamás cejó de observar el hábito de dividir todas las
horas del día entre sus diferentes actividades, de tal manera que le sobrase siempre algún
tiempo para la meditación, la oración y el estudio.
A los 82 años todavía escribía en su Diario: "Nunca me canso de escribir, de predicar y de
viajar". Jamás tuvo una parroquia regular como ministro de la Iglesia Anglicana, a pesar de lo
cual no se le retiraron las órdenes. Pero cuando se le cerraron las puertas de la Iglesia declaró:
"Mi parroquia es el mundo entero", proclamando de esta manera no solamente su
independencia de las autoridades eclesiásticas sino tamo bien la amplitud de sus miras.
A pesar de que su cuerpo estaba sujeto a graves en-fermedades, y más de una vez estuvo al
borde del sepul-cro, era de una resistencia admirable. Casi hasta el final de su larga vida
estuvo activo, moviéndose de un lado para otro para atender a las múltiples necesidades de su
obra.
Nunca pensaba en sí mismo ni en la posibili-dad de ahorrar energías. Las necesidades
humanas ya fueran físicas, morales o espirituales, no le permitían pensar en sí mismo. Toda la
vida era una ofrenda a Dios que se consumía apasionadamente en el servicio a sus
semejantes. Conmovedora es la entrada que regis-tra en su Diario, cuando tenía ya 81 años:
"Martes, enero 4 de 1785. Durante esta estación usualmente distribuimos carbón y pan entre
los pobres de la "sociedad". Pero consideré que en las presentes contingencias necesitaban
tanto de ropa como de alimento. De manera que en éste, así como en los cuatro días
subsiguientes, caminé por la ciudad y solicité doscientas libras esterlinas para vestir a los que
más necesitaban. Sin embargo fue un trabajo duro, visto que la mayoría de las calles estaban
llenas de nieve en deshielo, en la que muy a menudo me hundía hasta el tobillo, de manera
que mis pies andaban metidos en la nieve casi desde la mañana hasta el anochecer. Pasé muy
bien hasta el atardecer del sábado, mas entonces tuve que meterme en cama con un resfrío
violento, que aumentaba de hora en hora, hasta que hubo nece-sidad de que el Dr. Whitehead
viniera a verme a las seis de la mañana. Su primera dosis de medici-na me alivió bastante y
tres o cuatro más perfec-cionaron la cura. Si él llega a vivir algunos años, no dudo que será
uno de los médicos más emi-nentes de Europa.”
Generalmente levantábase a las 4 de la mañana y a pesar de decir que él "nunca tenía tiempo
para estar apurado", estaba siempre en movimiento y ocupado. Como lo hicieran uno de sus
abuelos, su madre, su hermano Carlos y muchos otros de su época, conservó un diario, que
hoy está reunido en muchos volúmenes y cuya lectura todavía causa la admiración de cuantos
lo leen. Era también un gran escritor de cartas, las cuales han sido recogidas y forman una
colección con-siderable, estando también impresas. Además de eso, era un escritor incansable
y trató muchos asuntos, pero sus obras principales fueron diversos comentarios sobre los
textos bíblicos, especialmente del Nuevo Testamen-to y las colecciones de sermones para sus
predicadores itinerantes.
Tal vez ninguna otra persona por sí misma y por sus propios medios haya publicado tantos
trata-dos y libros como él. No sólo los distribuía personal-mente sino que exhortaba a sus
predicadores a que lle-vasen siempre en sus maletas material impreso para propagar el
mensaje cristiano. Entre los manuales que publicó trató una variedad de as untos como de
divini-dades, poesía, música, historia, moral, metafísica, filoso-fía, política, etc. Buscaba poner
en lenguaje popular las obras más clásicas. Su interés en la literatura no era por la literatura
misma, sino para ilustrar al pueblo de sus sociedades.
Ciertamente si él se hubiese dedicado a la carrera militar hubiera llegado a ser un gran
estratega, dado que en la organización del movimiento metodista de-mostró poseer un
acabado carácter de organizador. Fue por eso que su obra perduró, porque no solamente era
capaz de atraer a sí las muchedumbres para que escu-chasen sus mensajes, sino que sabía
también agruparlas en sociedades, clases y bandas, de tal manera que man-tenía una
supervigilancia constante sobre los adheren-tes y promovía de esta manera la profundización
de su carácter cristiano y la divulgación de las doctrinas bí-blicas.
Cuando descubrió que los ministros de la Iglesia Anglicana no estaban dispuestos a
acompañarle en su empresa renovadora del espíritu humano y de las cos-tumbres sociales,
lanzó mano de predicadores laicos, no ordenados, a los cuales mantenía en constante
movi-miento y a quienes exigía una disciplina tan férrea como la suya, buscando de
suplementarles la falta de conocimientos teológicos por lecturas abundantes y estu-dios de
carácter personal.
No comprendía que hubiese predicadores capaces de cumplir con sus obligaciones de
proclamar el mensaje cristiano sin un estudio constante y diario de seis horas por lo menos.
Esto debíase en parte porque él mismo se dedicaba constantemente a la lectura, no sólo en
horas de sosiego o tranquilidad, mas también cuando viajaba a caballo.
Ciertamente no podemos decir que Juan Wesley hu-biese sido un gran teólogo, a la manera de
Cal vino o Lutero. Fue primeramente un evangelista, un hombre que dio lugar prominente a la
Biblia y de un modo particular al Nuevo Testamento. Las "Notas" que escribió sobre el mismo
vinieron a ser una especie de compendio normativo obligado para todo predicador metodista.
En su exposición bíblica no seguía a ningu-na escuela en particular. Cristo era el que en
realidad dominaba su pensamiento e interpretación y su espí-ritu era la medida para juzgar el
valor de determinados personajes o ideas.
Su énfasis centrábase en Cristo y en la salvación que cada ser humano puede recibir por la
sola fe en Él. A pesar de que el hombre no se salva por las obras, éstas son imprescindibles
para revelar el carácter de esa fe. La salvación no es ofrecida solamente a unos cuantos
elegidos: está al alcance de todo ser humano que responda a la invitación divina. Dios en
Cristo llama a todos los hombres y éstos son los que deciden acerca de su destino ya al
aceptar o rehusar la gracia divina.
Por esto mismo que la posibi-lidad de la salvación es universal, empeñóse en procla-mar y en
que se proclamara, con carácter de urgencia, el Evangelio "a tiempo y fuera de tiempo", en
cual-quier lugar y a toda persona, puesto que "Dios no hace acepción de personas", sino que
recibe a todo aquel que confiesa su pecado y acepta Su perdón y Su gracia.
El Espíritu Santo está al alcance de toda persona que se exponga a Su influencia y debe ser el
poder dominante en la vida del cristiano, de tal manera que llegue a exclamar, por Su
presencia en su vida: "Abba, Padre", esto es, que sienta íntimamente que Dios es el Padre
Celestial que le ama, perdona, salva y que está siempre cerca de quién le busca.
Además el Espíritu Santo con-duce por el camino de la santificación y la perfección a toda
persona cuya dirección busca. Juan Wesley, sin embargo. nunca afirmó que él mismo había
alcanzado un grado tal de perfección capaz de eximirle de toda vigilancia y disciplina personal,
aunque creía firmemen-te que la voluntad de Dios es poderosa para convertir a un pecador en
un santo integral. Como vemos, nada hay de realmente nuevo en la "teología" de Juan
Wes-ley, sino un subrayar de elementos que debieran estar siempre a flor de la conciencia
cristiana. Uno de los obispos de la Iglesia Metodista, al considerar la natu-raleza del
metodismo, escribió:
"No fue una nueva doctrina, sino una nueva vida lo que los primeros metodistas buscaron para
sí y los demás. Conseguir que tuviera realidad, en el corazón y la conducta de los hombres, el
ver-dadero ideal del Cristianismo y mantener la expe-riencia personal del mismo y extenderla a
otros --eso era su propósito-. La controversia de ellos no era con la Iglesia o las autoridades
estatales, sino con el pecado y Satanás. Su único objetivo era el de salvar almas." (6)
En conexión con esto, cabe aquí consignar la propia opinión de Wesley: "Creo que el Dios
misericordioso lleva más en consideración la vida y la manera de ser de los hombres que sus
ideas. Creo que acepta más la bondad del corazón que la gloria del mundo."
Esta declaración de Wesley revela además que él era muy tolerante, en cuanto a ideas
teológicas. Aunque sea importante lo que uno piensa, es más importante aún lo que uno es.
Decía también: "Diez mil opiniones pue-den separarnos, pero si tu corazón es cual el mío
estre-cha mi mano porque somos hermanos."
Tal vez no sea indicado que en esta época hagamos las cosas de la misma manera con que
ese gran hombre las llevaba a cabo, ni sea recomendable usar las mismas figuras de
pensamiento al presentar el Evangelio. No obstante, el movimiento metodista nos legó
característi-cas que son de valor permanente y que jamás podremos ignorar o despreciar,
porque en realidad emanan no de la mente o voluntad de Juan Wesley, sino de la mente y
voluntad de Cristo, quien nos ordenó que fuéramos por todo el mundo predicando el Evangelio
a toda cria-tura.
Anualmente nuestros hermanos metodistas de Ingla-terra eligen un presidente de su
Conferencia Anual. Al asumir su cargo el nuevo presidente, recibe de las ma-nos del saliente
un pequeño libro gastado como sím-bolo de autoridad: es el Nuevo Testamento que Juan
Wesley usaba en sus predicaciones al aire libre, cuando las muchedumbres que no hallaban
cabida en los tem-plos venían a él para oír la Palabra de Dios. Simbóli-camente nosotros
recibimos también de sus manos ese Libro Santo para que pasemos, con la misma pasión y
urgencia, su contenido a las almas afligidas y a los cora-zones extraviados.
No podemos vivir de una tradición por muy heroica que sea. En nosotros mismos
tenemos que oír la urgen-cia inquietante del “¡Ay de mí si yo no predicare el Evangelio!"
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(1) Beal, William Rev., citado por Stevenson, G. J., Op. Cit., Pág. 16.
(2) Stevens, A., "History of Methodism" , Vol. 1, págs. 59, 60.
(3) "A New History of Methodism", editado por Townsend, W. J. y otros, Vol. 1, pág. 200.
(4) "A New History of Methodism", Vol. 1, pág. 178
(5) Op. Cit., Vol. I, Pág. 370-371
(6) Mc Tyeire, H. N., "History of Methodism", Pág. 13.
CAPÍTULO CUARTO.
EL HERALDO MELODIOSO
"Cristo, encuentro todo en ti, y no necesito más". Carlos Wesley
EL HIJO DE UN TABERNERO
"¡Oh, por un poder igual a mi voluntad!
Desearía volar de polo a polo anunciando
el Evangelio sempiterno del Hijo de Dios!"
Jorge Whitefield.
Es difícil medir las proyecciones de bien moral y espiritual resultantes de las reuniones que los
Wesley, y algunos pocos de sus condiscípulos, tuvieron en el lla-mado "Club Santo", cuya
existencia prolongóse por cerca de ocho años (1728-1735).
Pero seguramente el resultado más positivo y permanente, además de lo que ese círculo
piadoso aportó a la vida de los fundadores del metodismo, ninguno podrá compararse a la
influencia que ejerció en la vida y obra de un estudiante pobre, quien en 1732 penetró con
temor y temblor por los umbrales de la Universidad de Oxford, matriculándose en el colegio de
Pembroke.
Su nombre era Jorge Whitefield. Nació el 16 de diciembre de 1714, en la localidad de
Gloucester, Inglaterra, en la taberna "Bell".
CAPÍTULO SEXTO.
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(l) Citado por Schofield, C. E. "La Iglesia Metodista ", pág. 131.
(2) Stevens, A., Op. Cit., Vol. I, Pág. 365.
(3) Stevens, A., Op. Cit., Vol. 1, pág. 367.
(4) Southey, R., citado por Stevens, A., Op. Cit., Vol. 11,
(5) Wesley, C., citado por Stevens, A., Vol. II, págs. 270-27l.
(6) Wesley, citado en "A New History of Methodism", Vol. I, págs. 319-320.
(7) Citado por Stevens, A., Op. Cit., Vol. II, pág. 37.
(8) Citado por Stevens, A., Op. Cit., Vol. 1, pág. 425.
(9) Citado por Stevens, A., Op. Cit., Vol. II, pág. 272..
(10) Citado por Stevens, A., Vol. II, pág. 274.
CAPÍTULO OCTAVO.
CAPÍTULO NOVENO.
CAPÍTULO DECIMO
JUAN NELSON
Entre los muchos que trabajaron con Wesley desde el principio, tal vez ninguno se distinguiera
tanto como el que se llamó Juan Nelson. Era también de profesión albañil. Convirtióse durante
la primera predicación que Juan Wesley llevó a cabo en Moorfields al aire libre. Vino a la región
de Yorkshire para trabajar en su oficio en Londres. Por lo visto su trabajo proveíale un sostén
para vivir decentemente y según él "en paz y hartura".
A pesar de que no le faltaba lo necesario para la vida, abrumábale un gran descontento, pues
sentía interior-mente un tremendo vacío, de tal manera que llegó a decir, que si tuviese que
vivir otros treinta años como los que ya había vivido, casi preferiría ahorcarse. Andaba muy
preocupado por su futuro eterno y desesperábase al pensar que tendría que enfrentarse con
Dios en el jui-cio final. Buscó, sin resultado, entre diversos grupos reli-giosos, alivio para sus
inquietudes espirituales y cuando ya desesperaba de encontrar lo que su alma anhelaba, fue a
escuchar a Whitefield, pero tampoco éste le con-venció. Acerca de este evangelista dice:
"Yo quería al hombre de tal forma que si alguien se hubiese atrevido a molestado, yo hubiera
estado listo para pelear por él. Yo no le entendía, sin em-bargo, obtuve alguna esperanza de
misericordia di-vina, de tal manera que recibí estímulo para conti-nuar orando y ocupar mis
horas libres en leer las Escrituras." (7)
Tal era su preocupación por la salvación eterna que a menudo despertábase durante la noche
presa de horri-bles pesadillas que le hacían temblar y sudar. Finalmente hallóse presente en
esa primera prédica de Wesley en Moorfields, de cuya' experiencia da este testimonio:
"¡Oh, ésa fue una mañana bendecida para mi alma! Tan pronto él se puso de pie en la tarima
echó para atrás su cabello con un movimiento de la cabeza y enderezó su rostro hacia el lugar
donde yo estaba de pie, pensé que él tenía los ojos fijos en mí. Su apariencia provocó tan
terrible temor sobre mí que, antes que le oyera hablar, hizo oscilar mi corazón como si fuese el
péndulo de un reloj y cuan-do en realidad habló, pensé que toda su plática era dirigida a mí".
(8)
En realidad, ésa era la forma peculiar de predicar de Juan Wesley, la de dar la impresión que
sus palabras eran dirigidas a cada oyente en particular. En esa ocasión las palabras que más
hirieron la sensibilidad de Nelson fueron:
"¿Quién eres tú que ahora ves y sientes tu impie-dad interna y externa? ¡Tú eres el hombre!
Quiérote para mi Señor, desafío te a que te prepares para ser un hijo de Dios por la fe. El
Señor tiene necesidad de ti.
Tú que sientes que eres tan solamente digno del infierno, eres digno de promover su gloria –la
gloria de su gracia gratuita, la que justifica al impío y a aquel a quien todo le es indiferente–.
¡Oh, ven ligero! Cree en el Señor Jesús y tú, tú mismo, serás reconciliado con Dios." (9)
Al terminar el sermón, aún bajo la impresión de esta invitación solemne, Nelson dijo den tro de
sí:
"Este hombre puede revelar los secretos de mi corazón, mas no me dejó allí y mostróme el
remedio, a saber, la sangre de Cristo." (10)
Inmediatamente al llegar a la casa donde se alojaba empezó a contar su experiencia y a vivir
una vida reli-giosa intensa. Los locatarios alarmáronse con su actitud porque parecíales ser la
de un fanático y lamentaban que hubiera asistido a esa reunión del gran predicador. Pen-saron
hasta en verse libres de él, temiendo que hiciese algún desmán, pues juzgaban que había sido
trastornado con las ideas recibidas en vista de que pasaba mucho tiempo en oración y
expresiones jaculatorias.
En vista de esa actitud, Nelson resolvió dejar la casa, pero los locatarios a su vez se alarmaron,
diciendo:
"¿Qué hare-mos si Juan está en lo cierto?" Entonces dijéronle: "Si Dios ha hecho algo por ti
más que por nosotros, mués-tranos el camino que nos pueda llevar a la misma mise-ricordia”.
(11)
Esto, naturalmente, agradó sobremanera a Nelson quien los dirigió a las reuniones de Juan
Wesley. En su entusiasmo por contagiar a otros con la misma experiencia del Evangelio que él
tuviera, llegó a pagar a un compañero suyo de tareas las horas que perdería de su trabajo con
tal de que fuera a escuchar a Wesley.
Este, después de haber asistido a la reunión y haber sido influenciado por ella, dijo que ése
había sido el mejor regalo que jamás él y su esposa habían recibido. Nelson además, ayunaba
una vez por semana para economizar dinero y darlo para el servicio a los pobres.
Poco tiempo después de su conversión, volvió a Birstal su pueblo de origen, donde tenía la
familia, con el pro-pósito principal de recomendarle la vida religiosa que él ahora llevaba y para
que esa influencia se extendiera en el vecindario y entre antiguas relaciones. En el pue-blo
continuó trabajando en su oficio y después de las horas de trabajo solía sentarse a la puerta de
su casa para leer y explicar las Escrituras a todos aquellos que tuvie-sen interés en escucharle.
Pronto formóse una congrega-ción y convirtióse sin quererlo en un predicador y fue así
instrumento para que el movimiento metodista se implantara en esa región; Tiempo después
cuando Juan Wesley llegó a ese pueblo encontró allí esperándole una sociedad ya formada y
un predicador. Tuvo que predi-carles la Palabra desde lo alto de un cerro. Hizo de Nel-son uno
de sus ayudantes e incorporó el grupo que él formara a las "Sociedades Unidas" (1742).
Desde Birstal, el metodismo se expandió a los pueblos de toda la región de Yorkshire. En
1743/44 Wesley visitó nuevamente a Birstal, donde todavía se encontraba Nel-son cuidando de
la" sociedad y con él tuvo algunas salidas a los centros del mismo condado donde fundó
sociedades sobre las labores previamente hechas por su acompañan-te.
En 1744, Nelson acompañó a Wesley en la región de Cornwall en uno de los extremos
sudoccidentales de Inglaterra. En el pueblo de St. Yves encontraron una sociedad con ciento
veinte miembros. Tomaron a ese lu-gar como una especie de cuartel general, desde donde
evangelizar la punta de esa península en la que encon-trábase el condado de Cornwall. Nelson
trabajaba duran-te el día en su oficio y de noche ayudaba tanto a Wesley como a otro ayudante
laico de éste de nombre Sheperd, en la predicación de los pueblos de la península.
En la mayoría de esos lugares el metodismo 110 había sido esta-blecido todavía y muchas
veces los predicadores sufrían necesidades. Nelson, en sus memorias, nos da un ejemplo de
las penurias y pruebas que tenían que afrontar:
"Durante todo ese tiempo el señor Wesle y y yo nos acostábamos en el piso: él tenía mi
sobretodo por almohada y yo un libro de notas sobre el Nuevo Testamento. Después de estar
allí por casi tres sema-nas, un día a las tres de la madrugada, el señor Wesley se dio vuelta y
viendo que yo estaba des-pierto, me palmoteó diciendo: 'Hermano, Nelson, tengamos buen
ánimo; todavía tengo un lado sano, ya que del otro estoy desollado y me siento en carne viva'.
Comúnmente predicábamos al común de la gente, yendo de un conventillo a otro y muy pocas
veces se nos pedía que comiésemos o bebiésemos. Un día habíamos estado en un lugar
llamado San-to Hilaría de Abajo, donde el señor Wesley predicó sobre la visión de los huesos
secos de Ezequiel y mientras predicaba los oyentes fueron conmovi-dos.
Cuando volvíamos, el señor Wesley detuvo su caballo para coger algunas moras y me dijo:
'Her-mano Nelson, debiéramos de estar agradecidos que aquí hay bastantes moras, porque
ésta es la mejor región en que he estado para tener un buen estó-mago, pero la peor que
jamás vi para llenado. ¿Será que la gente piensa que podemos vivir sola-mente de la
predicación?'
Le respondí: 'No sé lo que ellos piensan, pero alguien pidióme que yo tomara algo cuando vine
del pueblo de San Justo, en verdad comí a mis anchas pan de centeno y mi el’.. Él dijo: 'Tú
estás bien entonces, yo pensé pedir una costra de pan de la mujer que me hospe-dó cuando
estuve con la gente del sitio llamado Morvah, pero lo recordé sólo cuando ya estaba a alguna
distancia de la casa'." (12)
Esto nos da otra muestra del calibre de esos hombres, de las privaciones a que tenían que
someterse y de la fidelidad que mostraban en la tarea de evangelización.
En otra ocasión, al encontrarse en un lugar llamado Pudsey, buscó alojamiento, pero no
consiguió debido a que se supo que los soldados lo estaban buscando y tuvo que irse a Leeds,
donde en compañía de Wesley fundara una sociedad. Allí estuvo trabajando de día y
predicando de noche hasta regresar nuevamente a su casa en Birstal, donde esperábale una
ingrata sorpresa.
Se le dijo que lo estaban buscando para obligarle a ir a servir al ejército, pues que los
taberneros y el párroco habíanle denunciado: Unos porque él alejaba los clien-tes de la taberna
y el otro porque le hada demasiada competencia en la predicación. Al aconsejársele que
escapara para no ser alcanzado, respondió: "Nada puedo temer porque Dios está a mi lado y
Su palabra ha for-talecido mi alma en este día." (13)
Al día siguiente, cuando estaba predicando en un lugar llamado Adwalton, lo tomaron preso y
aunque un conciudadano suyo ofreció dinero para que lo deja-ran en libertad, no lo soltaron y
lleváronlo a la ciudad de Halifax ante un jurado del cual formaba parte el párroco de Birstal. Los
vecinos de Nelson quisieron deponer a su favor, pero el jurado no quiso oírlos y solamente dio
oídos al. Párroco, quien afirmó que Nelson era un vagabundo que no tenía ningún medio de
vida visible. A esa mentira Nelson contestó:
"Puedo trabajar con estas mis manos en mi oficio tan bien como cualquier otro en Inglaterra y
usted lo sabe". (14)
Sin embargo, fue enviado a otro pueblo llamado Brad-ford. Al dejar Halifax, muchos del común
del pueblo lloraban y oraban por él mientras pasaba por las calles. Y él les dijo: "No temáis,
Dios tiene sus caminos hasta en el torbellino y Él defenderá mi causa. Solamente orad por mí
que mi fe no falle". (15)
En Bradford, antes de que fuera enrolado en el ejér-cito, fue puesto por una noche en una
inmunda prisión. Recuerda él: "Olía como si fuese un chiquero, pero mi alma estaba tan llena
del amor de Dios que era como un paraíso para mí". (16)
No tenía dónde sentarse y la cama era un montón de paja. Hasta sus enemigos inter-cedieron
por él y suplicaron a las autoridades a que se lo dejasen llevar para darle de comer en sus
casas. Como las autoridades no accedieron a ese pedido, lleváronle comida, vela yagua y le
hicieron llegar esas cosas a través de un agujero que había en la puerta de su celda. La gente
permaneció del lado de afuera y lo acompañó durante casi toda la noche entonando cánticos.
Él dividió lo que habían traído con un pobre prisionero que compartía esa pocilga.
Su esposa vino a la mañana siguiente para animarlo en su desgracia. Ella tenía dos hijos a
quienes sostener y estaba esperando otro pronto. Sin embargo, dirigióle la palabra a través del
agujero de la puerta en estos términos:
"No temas, la causa es de Dios, es por ella que estás aquí y El te defenderá. Por lo tanto' no te
preocupes por mí y nuestros hijos, porque Aquél que alimenta a las aves nos tendrá en cuenta.
El te dará fuerza en aquel día. Y después que hayamos sufrido un poco, él perfeccionará lo que
estuviere incompleto en nuestras almas y nos llevará para donde los malos cesarán de
importunamos y los cansados hallarán reposo." (17)
A eso le contestó:
"No, no puedo temer; no, no puedo temer ni al hombre ni al diablo mientras yo sienta el amor
de Dios como lo siento ahora." (18)
Tiempo después recuperó la libertad y continuó en-tonces con sus peregrinaciones
evangelísticas, predican-do todavía con más poder, enfrentando a toda oposición que se le
hacía y establecióse nuevamente en Birstal, del que hizo su centro de actividades, dado que
allí era muy estimado por el pueblo. Su ministerio duró treinta y tres años.
Murió repentinamente en una de sus jiras evangelísticas. Su cuerpo fue llevado en proce-sión
desde Leeds hasta Birstal. Se cuenta que el cortejo fúnebre que ocupaba en la carretera cosa
de media milla entonaba himnos de Carlos Wesley. Nunca se vio a un hombre que fuera tan
estimado en su propio pueblo como él.
Desafortunadamente no podemos extendemos en más detalles, pero esperamos que los
incidentes narrados dejen en la mente y en el corazón de los lectores una impresión profunda,
en cuanto a la calidad de hombres que el metodismo primitivo supo acuñar para la gloria de
Dios y. la extensión de su Reino. Ciertamente Nelson merece el elogio que uno de sus
biógrafos nos dejó:
"De tal fibra era Juan Nelson, un hombre de las filas más humildes de Inglaterra, mas cuyo
corazón valiente e integridad inconmovible habíanle habili-tado a tomar un lugar entre los
mártires más nobles, si para eso él hubiese sido llamado.
Su ferviente piedad, su constante abnegación y ener-gía sajona hiciéronle uno de los apóstoles
del meto-dismo primitivo. Su magnanimidad natural, sen-tido común, clara aprehensión de las
Escrituras, estilo fácil y maneras simples, hiciéronle uno de los predicadores más favoritos e
idóneos entre un grupo al que pocos clérigos educados hubiesen podido alcanzar." (19)
Ciertamente a la vez nos admira el espíritu heroico de la esposa de Juan Nelson, ante la
prisión cuando instábale a que fuese fiel a su vocación de cristiano. Sin embargo ella es tan
solamente una muestra del espí-ritu heroico de la mujer metodista de esa época lejana.
Se nos refiere que generalmente las mujeres aceptaban con alborozo el mensaje predicado por
los mensajeros metodistas. Las encontramos como guías de clases, guías de grupos de
oración, visitadoras sociales, maestras y a veces aún como predicadoras. Las obras buenas
por ellas realizadas son innumerables.
Wesley resistióse, como habíase resistido a otras innovaciones, a darle a la mujer un lugar en
las lides de la predicación. Pero su buen sentido, en más de una ocasión llevóle a ceder,
diciendo: "Si Dios usa a mujeres en la conversión de pecadores, quién soy yo para
interponerme entre ellas y Él".
MARÍA BOSANQUET
Ya hicimos referencia a María Bosanquet, esposa de La Flechère. Ella fue tal vez el tipo más
característico de las mujeres que osaron predicar, a pesar de la resis-t encia de Wesley. Fue
una de las pocas que obtuvieron permiso para predicar, aunque no lo hiciera desde el púlpito.
Como recordaremos, ella había pertenecido a una familia de muy buena posición social y rica.
Lo que le tocó en herencia, lo gastó todo para mantener a un orfanato y un hogar de caridad. El
orfanato lo instaló en una casa de su propiedad en Laytonstone en 1763. A la vez convirtió ese
lugar en un local de predi-cación y el 15 de diciembre formó una sociedad con veinticinco
miembros. Y así esa casa en Laytonstone sirvió no solamente para los huérfanos pobres, sino
que convirtióse también en santuario.
Otra mujer, llamada Sara Ryan, la secundaba en sus tareas. Juan Wesley visitó ese lugar en
1765 y escribió: "Viajé hasta Lay-tonstone y encontré allí una verdadera familia cristia-na", y en
1767 escribía nuevamente:
"¡Oh, que casa de Dios está aquí! No solamente para la decencia y el orden, más aún para la
vida y el poder de la religión. Temo que se encuentren muy pocas casas como ésta en los
dominios del Rey." (20)
Más tarde, después que murió Sara Ryan, la institu-ción fue trasladada a una estancia en un
lugar llamado Cross-Hall en Yorkshire. Allí también instalóse un cen-tro con muchas
actividades religiosas y la gente venía a adorar desde muchos lugares, de tal manera que a
ve-ces faltaba espacio. No sólo allí sino que en otros luga-res mantenía servicios religiosos
semejantes.
Era una eximia oradora capaz de mantener encendida la aten-ción en muchas asambleas,
especialmente entre gente rústica. Por un tiempo tomó a la ciudad de Leeds como centro de
distrito que ella atendía. Calcúlase que du-rante un año viajó más de 1.500 kilómetros, dirigió
120 servicios religiosos públicos, atendió 600 clases y reuniones privadas, escribiendo también
116 cartas.
Durante el tiempo en que su esposo vivía, en las capi-llas que fueron originándose alrededor
de Madeley, había un asiento elevado uno o dos peldaños sobre el nivel del piso, desde donde
ella solía dar sus instruc-ciones religiosas al pueblo ansioso de oír su palabra. Sus
disertaciones eran sensatas, luminosas, verdadera-mente elocuentes y enriquecidas con las
enseñanzas del Evangelio. Wesley da sobre su elocución el siguiente testimonio:
"Es fluida, fácil y natural, aún cuando el sentido es profundo y vigoroso". y añade: "Sus
pala-bras eran como fuego que a la vez comunicaban luz y calor a los corazones de quienes la
escuchaban”. (21)
Después del fallecimiento de su esposo continuó vi-viendo en Madeley. Por 30 años estuvo allí,
hasta su fallecimiento y su hogar continuó siendo un santuario para los pobres, las mujeres
devotas y los evangelistas itinerantes. No cejó en su ministerio a pesar de su salud
quebrantada y continuó predicando en las villas cerca-nas como también en su propia casa.
Conservó un espí-ritu jubilosamente religioso hasta el final de su vida. Al cumplirse 28 años de
la fecha de su casamiento, escribía en su Diario:
"Veintiocho años ha, hoy en esta hora precisa yo di mi mano y corazón a Juan Guillermo de La
Flechère. ¡Un período provechoso y bendecido de mi vida! Siento al presente un afecto más
tierno para con él que lo que sentía entonces y ahora por la fe uno mi mano nuevamente a la
suya." (22)
Creía que su espíritu continuaba inalterablemente en comunión con el de su esposo y sent íase
dispuesta a par-tir en cualquier momento para reunirse con él. Falleció el 9 de diciembre de
1815, a la edad de 76 años. Su muerte fue tan lamentada, como lo fue la de su esposo, por
toda la comunidad de Madeley y los pueblos circunvecinos. Siempre fue muy sobria en sus
necesidades personales y muy generosa para con los demás. Dice un biógrafo suyo que sus
gastos personales durante todo un año nunca excedieron las cinco libras esterlinas. Sin
embargo en su libreta de cuentas para el último año de su vida, figuran cerca de ciento treinta y
ocho libras para los pobres.
Si nos empeñáramos en escribir algunas otras biogra-fías de mujeres metodistas, no
terminaríamos muy pron-to la tarea. Basta que recordemos, sin embargo, nom-bres de otras
como la señorita Mallet, después como la señora de Boyce, quien también recibiera en la
Confe-rencia de 1787 autoridad como predicadora "por todo el tiempo en que ella predicare la
doctrina metodista y se conformare con su disciplina".
De Ana Kitler, quien viajaba por el distrito de Bradford y se distinguió por el poder que tenía en
la oración.
De Esther A. Rogers (esposa de Jaime Rogers, uno de los predicadores itine-rantes) quien, a
pesar de morir a los 38 años de edad dejó cartas y un diario que al publicarlos alentaron por
mucho tiempo a los fieles metodistas.
De Hannah Ball quien en 1769, antes que Roberto Raikes comenzara la suya, estableció una
escuela dominical en Wycombe, la que dirigió hasta su muerte en 1792 (esta escuela todavía
funciona).
De Sofía Coole (quien más tarde casóse con Samuel Bradburn) recordada especialmente
porque inspiró a Roberto Raikes la iniciativa de empezar formalmente con la obra de las
escuelas dominicales. Fue la que marchó con Raikes por las calles de Gloucester con el primer
grupo de niños maltrechos y con las ropas en jirones hacia una iglesia, para que reci-biesen
instrucción y nociones de religión (1780).
Todas esas mujeres y muchas otras estuvieron en la sucesión apostólica de Susana Wesley y
hablan elocuen-temente del poder del Evangelio, en el que no hay acepción de personas, sino
que salva, exhalta y usa a todo aquél que sintiendo el llamado del Señor, se entre-ga de cuerpo
y alma.
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(1) Stevens, A., Op. Cit., Vol. I, Pág 131.
(2) “Works”, Vol. V, Pág. 179.
(3) "Diario", 21 de mayo de 1739.
(4) "A New History of Methodism", Vol. I, Pág. 293.
(5) Stevens, A., Op. Cit., Vol. I, Pág 174-175.
(6) Stevens, A., Op. Cit., Vol. I, Pág 407-408.
(7) McTyeire, H. N., Op. Cit., pág. 163.
(8) Idem.
(9) McTyeire, II. N., Op. Cit., Pág, 163.
(10) Idem.
(11) Ibid, Pág. 164.
(12) Del Diario de Nelson, citado por Stevens, A., Op. Cit., Vol. I, págs. 193-94
(13) Citado por Stevens, A., Op. Cit., Vol. l, pág. 207.
(14) Citado por Stevens, A., Op. Cit., Vol. l, pág. 207.
(15) Ibid, pág. 208.
(16) Idem.
(l7) Stevens, A., Op. Cit. Vol. I, pág. 208.
(18) Idem.
(19) Stevens, A., Op. Cit., Vol. I, Págs. 179 -80.
(20) Stevens, A., Op. Cit., Vol. II, pág. 267
(21) Stevens, A. Op. Cit. Vol. II, pág. 270.
(22) Ibid, Vol. III, pág. 226.
CAPÍTULO UNDECIMO.
Hacia fines del siglo XVII, el Rey Luis XIV de Francia devastó, por intermedio del
Mariscal Turenne, la región alemana del Palatinado sobre el Rin. La población de la
región era casi toda formada de protestantes que se vieron en la necesidad de
abandonar sus tierras y refugiarse en otros países.
La reina Ana de Inglaterra envió varios navíos para llevar a unos cuantos de ellos
desde Rótterdam a Inglaterra. Más de seis mil llega-ron a Londres, abatidos y
reducidos a una pobreza lamentable. Muchos de ellos fueron a vivir a Irlanda, hasta
que se les abriese alguna oportunidad para establecerse en otra parte.
En 1710 el gobierno británico envió casi tres mil de ellos a
América, donde estableciéronse en regiones que hoy día son
abarcadas por los estados de Nueva York, Pensilvania y
Carolina del Norte. Muchos permanecieron todavía en Irlanda y
fueron paulatinamente moviéndose de allí a través de los años.
TOMÁS WILLIAMS
El primer metodista que de Inglaterra cruzó el canal para ir a
Irlanda fue un tal Tomás Williams, quien estableció una
sociedad en Dublín. Juan Wesley visitó en ese mismo año esa
obra y desde entonces hizo fre-cuentes visitas a esa Isla. En
pocos años el metodismo estaba diseminado en muchos
puntos.
En 1752, un joven carpintero fue alcanzado por el avivamiento metodista. Su nombre
era Felipe Embury. En 1758 fuele dada carta de predicador local. En 1760 formó parte
de un grupo de emigrantes que de Limerik, Irlanda, salieron para América.
Entre los mismos estaba también su prima Bárbara Heck, que al igual que el era
miembro de una de las sociedades metodistas. Los dos primos y sus familias
estableciéronse en Nueva York. Eran descendientes de esos protestantes que tuvieron
que abandonar el Palatinado en el siglo anterior, mu-chos de los cuales, como esos
dos primos, habían sido alcanzados también por el avivamiento Wesleyano.
Más o menos en la misma época otro predicador local metodista de Irlanda trasladóse
a América y establecióse en la región de Maryland. Su nombre era Ricardo
Strawbridge. Algunos historiadores piensan que éste no podía haberse trasladado .a
América antes de 1764 ó 65, llegando algunos a poner la tardía fecha de 1766.
A Embury y Strawbridge se les considera como los dos primeros adalides del
metodismo en América del Norte. Pasaremos entonces a considerar a estos dos
hombres, para después mencionar unos pocos más del mismo carácter y que juntos
servirán para ilustrar también el poder que el avivamiento metodista tuvo en el corazón
y la vida de los que militaron en las filas laicas.
FELIPE EMBURY
Cuando Felipe Embury y su prima Bárbara Heck llegaron a Nueva York, quedaron
desvinculado s de la influencia metodista, pues no había aún en la nueva tierra ninguna
sociedad formada, no obstante los viajes y las predicaciones evangelizador as de Jorge
Whitefield; Al principio vinculáronse con otro grupo evangélico, pero no les agradó el
ambiente y terminaron perdiendo casi por completo su fervor religioso.
Narra la historia que por 1766 una tarde de domingo encontrábase un grupo de
hombres jugando a las cartas, que era el pasa-tiempo predilecto de mucha gente
después de las horas de trabajo, cuando Bárbara Heck entró y ante la esce-na. irritóse
a tal punto que tomó las cartas de las manos de los que con ellas se entretenían y las
arrojó al fuego. y exhortó a las personas presentes a cambiar de cos-tumbres e instó a
algunos a recordar que ellos habían sido metodistas antes de venir a América.
De allí fue a la casa de Embury, su primo, e informóle de lo suce-dido y díjole con gran
vehemencia: "Felipe, tienes que predicamos o nos iremos todos al infierno y Dios
exi-girá nuestra sangre de tus manos". Felipe, algo sor-prendido ante esa visita
inesperada de la prima y ese reto, contestó como para disculparse: "¿Cómo puedo
predicar, visto que no tengo local ni congregación?" A esto Bárbara contestó: "Predica
en tu propia casa y a los de tus propias relaciones".
Antes de dejarlo, con-siguió del primo la promesa de que haría una prueba y pocos
días después Felipe dirigía la primera reunión en su propia casa. En esa ocasión
solamente cinco per-sonas escucharon su sermón y ése fue el primero pre-dicado por
un metodista en América, salvo que Straw-bridge hubiera ya predicado anteriormente
en el sur. Asistieron a ese servicio religioso Bárbara Heck y su esposo (Pablo), la
esposa de Embury, Juan Lawrence y Betty, ésta última una niña sirvienta de origen
africano.
A partir de ese momento Embury ejercitó su ministe-rio laico. Pero muy pronto su casa
quedó chica para poder contener a los que se interesaban por asistir y entonces
alquilóse un "Aposento Alto". Este tampoco pudo contener a los concurrentes por
mucho tiempo y ya en 1767 túvose que alquilar otro local, conocido con el nombre de
"Rigging Loft", que medía veinte metros de largo por seis de ancho. Allí predicaba los
domingos, a las seis de la mañana y más tarde también los jueves de noche. En 1768
en la calle de San Juan (St. John), fue alquilada una propiedad que finalmente
compróse en 1770 (La capilla se construy6 antes de pagarse el terreno, cuando todavía
lo tenían arrendado).
Allí fue levantada la primera capilla me-todista en el Nuevo Mundo. Hízose una
suscripción y doscientas cincuenta personas la firmaron comprome-tiéndose a ayudar.
Entre los que firmaban hubo un tal Capitán Webb (sobre el cual hablaremos más
adelante) que fue el que dio la mayor suma, algo así como ciento cincuenta dólares,
cantidad considerable para aquel entonces. Construyóse una capilla de piedra que
medía veinte metros por catorce. Embury, fiel a su oficio, hizo el púlpito.
Los planos para la construcción de la capi-lla los facilitó la señora Bárbara Heck, de
una manera original. Ella, después que el grupo resolvió construirla, "tuvo revelación"
en un sueño de cómo se la debía edificar y visto que ella fue la que despertó el celo
religioso en la compañía y que mucho se la estimaba, aceptaron sus indicaciones. Sin
embargo había una difi-cultad. Considerábase a los metodistas como gente disidente y,
según las reglamentaciones en vigencia, no podían construir capillas o templos. Para
obviar la difi-cultad y no verse privados de construir, se le puso una chimenea a la
capilla, para darle así la apariencia de un edificio común.
El sermón inaugural al dedicar la nueva capilla para el culto divino, fue dado el 30 de
octubre de 1786 y Embury lo predicó. Tomó como texto: "Sembrad para vosotros en
justicia, segad para vosotros en misericor-dia; arad para vosotros barbecho; porque es
el tiempo de buscar a Jehová, hasta que venga y os enseñe justicia."(Oseas 10:12).
A la capilla diósele el nombre de "Wesley". El car-pintero-pastor estuvo asumiendo la
responsabilidad de la sociedad que se formara en Nueva York hasta 1769, cuando
vinieron desde Inglaterra los primeros misio-neros enviados por Juan Wesley y
asumieran la responsabilidad del movimiento metodista en América.
Embury y todos los miembros del grupo alemán-irlandés de esa primera sociedad
metodista, fueron a vivir en la localidad de Camden entre 1767-70, más tarde parte de
Salem, condado de Washington, en el hoy estado de Nueva York. Cerca de allí, en un
lugar lla-mado Ashgrove, organizó una sociedad. En 1775, traba-jando en el campo,
pues había cambiado su ocupación de carpintero por la de agricultor, hirióse con uno
de los instrumentos de trabajo a consecuencia de lo cual murió.
Bárbara Heck y su esposo, Juan Lawrence y su esposa (la viuda de Embury) y Samuel
Embury, hijo de Felipe, trasladáronse en 1783 al Canadá y se esta-blecieron
permanentemente en el pueblo de Augusta en 1785. Aquí vinieron a formar el núcleo
de una clase metodista, de la cual Samuel Embury fue escogido guía. Bárbara murió en
1804 y hasta el día de hoy se la recuerda con veneración, pues se la consideró como
madre del metodismo canadiense.
ROBERTO STRAWBRIDGE
Algunos historiadores son de la opinión que Strawbridge predicó antes que Embury, en
el sur de los Estados Unidos, empero nunca pudo establecerse con certeza tal cosa y
así comparten la gloria de haber sido ambos los primeros en diseminar el avivamiento
meto-dista en tierras americanas. Lo cierto es que Strawbridge convirtióse más tarde
que Embury, igualmente por la predicación de Juan Wesley en 1758.
No hay noticias ciertas cuanto a la fecha de su nacimiento. Estable-cióse en las
colonias americanas en un lugar llamado "Sam's Creek", en Maryland, e hizo de su
casa un san-tuario para todos sus vecinos, continuando así su vocación de predicador
ya ejercida en Irlanda. Pronto la casa hízose pequeña para recibir a los que venían a
escuchar sus exposiciones y entonces construyó una capilla de troncos de árboles ("log
house") en la cual dejáronse aberturas para una puerta y tres ventanas, pero éstas
nunca fueron colocadas. Sin embargo instalóse un púlpito, pues se sabe que debajo
del mismo fueron sepultados dos de los hijos de Strawbridge.
El interés por la religión propagóse tanto en esa re-gión que para atender a todas las
demandas de predi-cación, faltóle, el tiempo a Strawbridge para atender sus intereses
particulares y comenzó a descuidar sus campos con la consecuencia que sus cosechas
ya no bastaban para el sostén de su familia. Ante ese hecho reunió a sus vecinos y
díjoles: "Si ustedes desean que les predique el Evangelio tendrán que cultivar también
mis tierras, pues yo no puedo hacer las dos cosas al mismo tiempo".
Los vecinos se comprometieron a ha-cerla y así pudo extender su campo de acción. Se
le reconoce como el que estableció primeramente la obra: metodista en las ciudades de
Baltimore y Hartford. Evidentemente que aprovechó muchos de los frutos de-jados por
la predicación de Whitefield. Como alguien dijo muy gráficamente: "El recogió los frutos
que Whitefield sacudiera de las ramas". Tuvo la distinción de ser instrumento para la
conversión de Ricardo Owen, el primer predicador metodista que viera la luz en
América.
Strawbridge era de espíritu independiente. Sometióse muy a regañadientes a la
dirección de Asbury y fue uno de los pocos que no obedecieron sus órdenes de no
administrar los sacramentos. Hallaba que en vista de la falta de pastores ordenados,
cualquier cristiano que estuviera al frente de una congregación, por la gracia de Dios
estaba en condiciones de hacerla. Debido a esto entró más de una vez en controversia
con Asbury y anduvo distanciado y separado por mucho tiempo de él.
Su ministerio tuvo un largo período de veintiún años. Falleció en 1781 cerca de
Baltimore. Ricardo Owen predicó el sermón en memoria de aquél que le llevara a
Cristo. Comentando acerca del carácter de su minis-terio, W. C. Barclay asevera:
"Si un hombre puede ser juzgado por el fruto de sus labores, Roberto Strawbridge
sirvió la causa de Dios con tanta eficacia hasta la época de su muerte como cualquiera
de los predicadores primi-tivos del metodismo. La influencia personal de ningún otro
abarcó un campo más vasto y afectó vitalmente más gente que la de él.
Al tiempo de su muerte aproximadamente cuatro quintos de to-dos los miembros de las
sociedades metodistas esta-ban en Maryland y hacia el sur donde su influencia se
había extendido mayormente." (1)
Y otro historiador contemporáneo, William W. Sweet, dice en su libro "La Religión en la
Frontera Americana":
"Strawbridge adelantóse a su tiempo y él puede muy bien ser llamado "el primer
verdadero adalid del metodismo americano'." (2)
CAPITÁN WEBB
Ya mencionamos el hecho de que un tal Capitán Webb figuraba a la cabeza de la lista
de contribuyen-tes, que se comprometieron por la construcción de la primera capilla
metodista en Nueva York. Ciertamente pocas figuras históricas existen en el seno del
meto-dismo más interesantes que la de este viejo militar. Pertenecía a las milicias
inglesas, perdiendo el ojo dere-cho en una refriega y resultando herido en el brazo
derecho en otra.
En 1765 escuchó a Wesley en Bristol y unióse allí a la sociedad metodista. Poco
tiempo des-pués, concediósele licencia de predicador local. Wesley dijo de él: "Es un
hombre de fuego y el poder de Dios continuamente acompaña .a su palabra". No era
sola-mente Wesley el que tenía una alta opinión de este militar-predicador, sino que
otra autoridad en asuntos metodistas escribió del Capitán lo que sigue:
"La gente veía en su rostro al guerrero y escu-chaba en su voz al misionero. Bajo la
influencia de su santa elocuencia la gente temblaba y lloraba, rindiéndose bajo el poder
extraordinario de su pa-labra." (3)
Era el suyo un talento natural, aunque fuese hombre de considerable inteligencia. Leía
bastante y conocía mucho a los hombres por el contacto que con ellos ha-bía tenido en
su carrera militar. Llegó a leer su Nuevo Testamento en griego y el ejemplar que en esa
lengua usaba, es aún una de las reliquias más preciosas que se conservan en América.
Fue a América del Norte para servir en la ciudad de Albany, Nueva York, unos tres
años después de su conversión. Al llegar, continuó con su costumbre de tener el culto
familiar en su casa, cosa que llamó la atención de sus vecinos y más todavía por ser él
un militar. Esa costumbre creó en ellos interés por cono-cer la naturaleza de la religión
que esa familia profe-saba y así muchos pidieron que se les admitiera a esas reuniones
familiares.
Pronto formóse un grupo en su casa que se reunía periódicamente para oración y
me-ditación. Mientras tanto el Capitán tuvo noticias de las reuniones que Embury dirigía
en Nueva York y resolvió ir hasta allí para ver de lo que se trataba.
Fue memorable esa primera visita a la congregación metodista de esa ciudad. Llegó
cuando el culto ya había empezado y sentóse entre la congregación con la espada en
su flanco. Los hermanos al ver la presencia de ese militar lleváronse no pequeño
susto,. pues pensaron que vendría para interferir en sus reuniones y cerrarles el local.
Embury mismo no se sintió muy cómodo en el púlpito con ese extraño militar ante sí y
que le acom-pañaba con mucho interés, mirándole fijo con ese sólo ojo que tenía.
Cuando terminó su sermón, como era costumbre en ese entonces, Embury preguntó si
alguien sentíase movido por el Espíritu como .para decir alguna palabra de exhortación.
A esa invitación levantóse el Capitán, quien ocupó el púlpito y después de colocar su
espada sobre él dijo: "Hermanos, yo también soy metodista". Podemos imaginamos el
suspiro de alivio y la alegría que brotó de todos los pechos al saber que tenían en él
otro hermano y con quien podían contar para el afianzamiento de la causa. Realmente
vino a ser una columna fuerte de esa congregación y el que contribuyó más que
ninguno para que se levantara esa primera capilla en Nueva York, para lo que reunió
mu-cho del dinero necesario.
Poco tiempo después de ese encuentro se jubiló y se estableció con su familia en una
isla de Nueva York, llamada Long Island, en la localidad de Jamaica, donde pronto
formó una sociedad. Ahora que ya no tenía obligaciones con el ejército, entregóse
enteramente a la predicación y extendió sus labores por toda la isla, yendo más allá
hasta Nueva Jersey, Delaware, Maryland y Pensilvania. Pronto la fama de sus
predicaciones tras-cendió y se afirmó. En la ciudad de Filadelfia fundó una sociedad
con siete miembros, quienes constituyeron el núcleo inicial de 10 que es todavía la
congregación de San Jorge.
Al igual que en Nueva York, interesóse para que la sociedad tuviese su propio local de
cultos y, en consecuencia, empeñóse para que en 1769 se adquiriera y concluyera un
edificio que pertenecía a una congre-gación reformada alemana parcialmente
constituida. Ese templo modificado y reconstruido en partes se usa toda-vía, siendo
considerado el templo metodista en constante uso y el más antiguo de América del
Norte. En esa ciu-dad y a fines de 1769 dio la bienvenida a dos de los; misioneros que
vinieron de Inglaterra, enviados por Juan Wesley y la Conferencia Anual: Boardman y
Pilmoor, aunque éstos no fueran los que él pidiera. Poco después de llegar, Pilmoor
escribió a Wesley este testimonio de la obra llevada a cabo por Webb y sus resultados:
"Grande fue la sorpresa al encontrar al Capitán Webb en la ciudad y una sociedad de
cerca de cien miembros, que deseaban estar en estrecha relación con usted. "De parte
de Jehová es esto: es maravilla en nuestros ojos". He predicado diversas veces y la
gente acude en multitudes para escuchar. La noche del domingo salí al raso. Tuve por
púlpito la plata-forma que se usa para las carreras de caballo y creo que entre cuatro y
cinco mil oyentes escucharon en profundo silencio. ¡Bendito sea Dios, por la
predi-cación al aire libre! Al principio cuando hablé de predicar a las cinco de la mañana
la gente pensó que eso no tendría éxito en América, sin embargo resolví experimentar
y tuve una buena congregación." (4)
En 1772 fue a Inglaterra y compareció ante la Confe-rencia reunida en la ciudad de
Leeds, la que, a raíz de una conmovedora apelación suya, envió otros dos misio-neros
a América (los ya mencionados Rankin y Shadford). Y retornó al Nuevo Mundo con
ellos. Uno de los docu-mentos que nos revela el espíritu aventurero de la obra
misionera de aquel entonces, consiste en una cartita que Juan Wesley escribió a
Shadford, cuando le avisó que había llegado el momento de partir. Aquí la
transcribimos:
"Querido Jorge, la ocasión ha llegado para que te embarques para América. Deberás
dejar a Bristol, donde te encontrarás con Tomás Rankin y el Capi-tán Webb y su
esposa. Déjote libre, Jorge, en el gran continente de América. Publica tu mensaje bajo
la luz del sol y haz todo el bien que puedas. Querido Jorge, quedo afectuosamente
tuyo." (5)
Pasó algún tiempo más ayudando en la obra de evan-gelización en América Y después
volvió a Inglaterra donde continuó su obra de evangelización, siempre como laico.
Murió en el mismo lugar donde había conocido a Cristo, en la ciudad de Bristol el 20 de
diciembre de 1796, a la edad de 72 años. Un contemporáneo suyo dice que hasta el fin
de su vida Webb conservó gran vitalidad y que a los 70 años más bien parecía tener
55. Un pre-dicador que le acompañara en sus últimos días relata así su deceso:
"Miércoles, diciembre 21. Anoche, cerca de las 11, el Capitán Webb repentinamente
entró "en el gozo del Señor. Participó de la cena y retiróse a descansar cerca de las
diez, sintiéndose bien. En menos de una hora su espíritu dejó la envoltura de barro
para entrar en los reinos de la eterna felicidad. Tenía el presentimiento de que
cambiaría de mundo durante el presente año y que su partida sería repentina." (6)
En Bristol" ayudó a levantar la capilla de la calle Pórtland bajo cuyo altar fueron
sepultados sus restos. Probablemente el mayor tributo que jamás se le brin-dara a este
soldado-predicador fue el del Sr. Juan Adam., quien llegó a ser uno de los presidentes
de los Estados Unidos. Este le escuchó en Filadelfia y después lo des-cribió así: "El
viejo soldado es uno de los hombres más elocuentes que yo jamás haya escuchado. El
sabe despertar la imaginación y emocionar mucho, expresándose con propiedad." (7)
ROBERTO WILLIAMS
Una de las vidas más novelescas que se registran en la historia del metodismo
americano, entre los predicado-res laicos, fue sin duda alguna la de Roberto Williams.
Fue el primer predicador itinerante que llegó a la Amé-rica del Norte antes que viniesen
los que, en 1769, la Conferencia Anual resolvió enviar. Arribó a Nueva York en agosto
de 1769, desde Irlanda.
En la primavera de ese año, habiendo llegado noticias de la obra de Embury y de la
necesidad que éste tenía de que alguien le asis-tiera, ofrecióse a Wesley. Parece que
éste no demostró mucho interés y la razón principal habría sido el hecho de que
Williams criticara ásperamente en público a clé-rigos de la Iglesia Anglicana. Y esto
disgustó a Wesley, quien se oponía a que se hicieran comentarios contra el clero
oficial, aun cuando éste lo hubiera merecido. Final-mente, ante su insistencia casi
impertinente accedió a que fuese, siempre que el mismo se hiciese cargo de los gastos
de viaje y con la condición de que se colocara a las órdenes de los misioneros que
serían enviados más tarde por la Conferencia.
Era hombre de mucha iniciativa y ya había predicado por tres años en Irlanda, eso
granjeóle muchos amigos y entre ellos contábase un tal señor Ashton, un laico
meto-dista de Dublín. Este no sólo ofreció pagarle el pasaje sino que a la vez prometió
acompañarle hasta Nueva York. Ante esa estupenda promesa del amigo, vendió su
caballo para pagar las deudas y emprendió viaje a pie hasta Dublín, cargando las
alforjas en su espalda, llevan-do un pan y una botella de leche.
Dos meses antes que los misioneros regulares llegasen a América, Williams llegó con
su amigo. Al desembarcar no perdió tiempo, pues fue inmediatamente en busca de
Embury y ofrecióle sus servicios que, aceptados, continuaron hasta la llegada allí de
Boardman, uno de los dos misioneros regulares. No se quedó quieto en Nueva York,
empezando a viajar en seguida tomado de la misma inquietud que Asbury. En verdad
éste lo menciona muchas veces en su Diario, observando que lo encontraba aquí, allá
y acullá, empe-llada en hacer obra de itinerante.
Los mejores resultados los obtuvo en los estados de Maryland y Virginia. Se le
considera como el que introdujo y estableció el metodismo en este último estado. Fue
constante en su minis-terio itinerante hasta que al casarse se localizó.
Una de las cosas que distinguieron a este obrero con-sistió en el hecho de que fue el
primer metodista que publicó y distribuyó libros en América. Por ese entonces no era
permitido a ningún predicador publicar libros a no ser con licencia expresa de Juan
Wesley. Mas Wi-lliams no se atuvo a esta restricción y publicó tratados, sermones y
libros, evidentemente afrontando él mismo los riesgos de la empresa.
Todo ese material lo distribuía profusamente en sus viajes, llevándolo en sus alforjas.
Jesse Lee, uno de los más renombrados y eminentes pre-dicadores metodistas de
fines de ese siglo y quien fuera convertido bajo su ministerio, escribió:
"Roberto Williams reimprimió muchos libros del señor Wesley y los desparramó a lo
largo del país, para gran ventaja de la religión. Los sermones que él imprimió en
pequeño formato e hizo circular entre el público tuvieron un gran efecto y dieron al
pue-blo luz y comprensión acerca de la naturaleza del nuevo nacimiento y del plan de
salvación. Y así, hubo oportunidad en muchos lugares para que nuestros predicadores
fuesen invitados a predicar donde nunca habían estado antes." (8)
Esta actividad irritó a Juan Wesley cuando supo de esas publicaciones en América y
escribió una carta a Asbury para que tomase cartas en el asunto, indicándole que no
permitiera publicar cualquier otro libro sin su consentimiento. A la vez escribió a
Williams en el mismo sentido. Sin embargo hasta el año 1773 por lo menos, él continuó
desconociendo la orden de Wesley, por lo que en la Conferencia de predicadores, que
se llevó a cabo en América en ese año, y probablemente obedeciendo a órdenes
recibidas de Wesley, púsose en las actas de la Conferencia lo siguiente: "Ninguno de
los predicadores podrá reimprimir cualquiera de los libros del señor Wesley sin su
licencia (cuando ésta puede ser obtenida) y sin el consentimiento de sus hermanos".
También aclaraban que Roberto Williams podía ven-der los libros ya impresos, pero no
se le permitiría imprimir otros a no ser que observara lo establecido por la Conferencia.
Falleció el 26 de septiembre de 1775, no mucho después de haberse casado y
localizado, en un lugar situado entre las ciudades de Suffolk y Norfolk, en Virginia. El
viajó durante todo su ministerio como un simple predicador laico, pues nunca llegó a
ser ordenado. Tuvo pues la distinción de ser el primer metodista itinerante en América,
el primero en publicar literatura Y el pri-mero en casarse y ¡también el primero en morir!
Terminaremos esta breve serie recordando un último ejemplo de estos hombres
intrépidos y sin ordenación humana.
JUAN KING
Nació en Inglaterra en 1746. También como Roberto Williams se embarcó para
América de manera irregular (esto es, sin ser enviado por la Conferencia Anual).
Convirtióse como tantos otros, bajo la predicación de Juan Wesley. Educóse en Oxford
y en una escuela de medicina de Londres, de la cual recibió su diploma de doctor. Su
padre airóse mucho cuando él se convirtió y se adhirió al movimiento metodista,
amenazándole con desheredarlo si insistía en quedarse unido a ese grupo de
"entusiastas".
Juan no desistió Y el padre cumplió con su palabra desheredándolo. Sin embargo, él
no se dejó vencer por el desaliento y prosiguió en su intento, saliendo fortalecido de la
prueba. Ahora estaba conven-cido más qt!c nunca de que Dios le llamaba a predicar.
El nombre de Juan King aparece en la lista de los cuatro predicadores nombrados para
América en el año 1770, parla Conferencia Anual de Inglaterra, aunque sólo dos lo
habían sido oficialmente en 1769. King, como Williams, vino por su propia cuenta,
probable-mente con el consentimiento personal de Wesley.
Llegó a América en 1769, poco después de Boardman y Pil-moor y se presentó
inmediatamente después de llegar. Mas como no tenía ninguna credencial oficial,
Pilmoor lo rechazó con desaire. El joven, sin embargo, no per-dió sus bríos y predicó lo
mismo sin permiso, pues en él clamaba el grito del Apóstol: "¡Ay de mí si yo no
predicare el Evangelio!"
Fue al cementerio y predicó desde los sepulcros a los pobres su primer sermón en
América. Los que le escucharon suplicaron a Pilmoor que le permitiese predicar ante la
sociedad metodista. Finalmente se le concedió licencia de predicador y fue a
Wilmington, Delaware, a anunciar la Palabra y de ahí pasó a Maryland donde
Strawbridge le recibió jubi-losamente.
Parece que él fue el primer predicador itinerante en llegar a la ciudad de Baltimore (era
sólo local, aunque itineraba mucho) y que su primer sermón lo predicó en la esquina de
una calle de pie sobre el yunque de un herrero y el segundo en otra esquina sobre una
mesa. El rector de. la Iglesia Anglicana de San Pablo lo invitó a predicar, pero no
volvería a ha-cerlo, pues según el testimonio de alguien que lo escu-chó "hizo volar el
polvo de los viejos almohadones de terciopelo".
Hasta 1777 su nombre aparece en la lista de predi-cadores itinerantes juntamente con
los demás y después desaparece. Mientras estuvo, fue nombrado para circuitos en las
regiones de Nueva Jersey, Virginia, Nueva York y Carolina del Norte. Cesó en la
itinerancia en ese año, porque se casó.
Compró casa en Louisburgo en Carolina del Norte donde ejerció la medicina,
conti-nuando sin embargo en la categoría de predicador local, en la que continuó hasta
su muerte en 1795. Aunque nunca llegó a recibir ordenación y fue siempre en ver-dad
un predicador laico itinerante, dos de sus hijos, llamados Juan Wesley y Guillermo
Fletcher, llegaron a ser predicadores metodistas ordenados y los otros cuatro hijos que
tuvo fueron todos miembros de la Iglesia.
El nombre de Juan King será siempre recordado como uno de los adalides metodistas
de América del Norte y conservado merecidamente en su registro de honor. Fue una de
los cuatro predicadores metodistas llegados de Inglaterra, que durante la revolución de
la independencia resolvieron quedarse para trabajar y mo-rir allí. (Los otros tres fueron
Asbury, Williams y Dempster). Murió en New Berne, Virginia, durante una visita que
hiciera allí, pero se le sepultó en el partido de Wake en Carolina del Norte donde vivía
desde 1789.
Nos gustaría hablar de otros laicos de la misma categoría, quienes fueron "punta de
lanza" en el estable-cimiento de la obra metodista en muchos otros lugares de la tierra,
como en Antigua, Nova Escocia, Canadá y África.
Pero estas páginas se exceden ya del limite que nos habíamos propuesto y tendremos
que concluir aquí con nuestra lista, la que nos da realmente una muy pálida idea de la
legión inmensa de hombres y mujeres de estos quilates y cuyo número sobrepasó en
mucho la de los que salieron a predicar con órdenes eclesiásticas.
La mayoría de ellos trabajaron heroica y noblemente en la sombra; la historia registra
muy pocos de sus nombres. Solamente Dios sabe cuántos fueron y cuánto trabajo
llevaron a cabo empujados por su Espí-ritu.
Ciertamente lo de ser recordado por los hombres tiene valor muy relativo. Lo
importante será que sus nombres y los nuestros estén en la memoria de Dios y
registrados para siempre en el Libro de la Vida.
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(1) Op. Cit. Vol. I, pág. 41.
(2) Pág. 36.
(3) Citado por Stevens, Abel, en "American Methodist His-tory", Vol. 1, pág. 61.
(4) Citado por McTyeire, H. N., Op. Cit., pág. 279.
(5) "Cartas", año 1773.
(6) Stevens, A., "History of Methodisrn ", Vol. III, pág. 99.
(7) McTyeire, Op. Cit., pág. 264.
(8) Citado por Barclay, W. O., Op. Cit., Vol. 1, pág. 32.
CAPÍTULO DUODÉCIMO.
DESTELLOS INEXTINGUIBLES
"No anhelamos morar en .túmulos,
Ni en oscuras monásticas celdas,
Relegados por votos y barrotes;
A todos, libremente, nos ofrecemos,
Constreñidos por el amor de Jesús,
A vivir cuales siervos de la humanidad".
Carlos Wesley.